Cuando la verdad no importa tanto "Al fin", le dice Dolores ( Lali Espósito) a un amigo cuando le pregunta si fue ella quien asesinó a su amiga. Con esa expresión de alivio, la joven se distiende porque pasó tanto tiempo desde el hecho y el circo mediático que se formó en torno a su procesamiento, que todos parecen haberse olvidado de lo que ella sentía, y hasta de lo que pudo haber hecho. Dolores vive aislada del mundo porque los medios de comunicación y la opinión pública ya dieron su veredicto mucho antes de que llegue el juicio. Por eso la acusada está “entregada” a lo que sea que suceda, y parece más apurada en que todo termine que en demostrar su coartada. El director Gonzalo Tobal sumerge al espectador dentro de ese juego de juicio social, para que también elija, al narrar la historia sin explicitar culpabilidad o inocencia. Sin quererlo nos transformamos en partícipes de esa visión totalitaria de algo que ni siquiera nos compete del todo, partiendo desde la inaudita preponderancia de formar (se) una opinión que no tiene más utilidad que justamente aumentar la cifra de jurados dentro de ese sistema. Desde ese punto, Dolores no tiene control en nada, y está consciente de ello. Además de la gran performance de Lali, en un registro que no conocíamos de ella hasta el momento, el elenco que la acompaña también incrementa la calidad: Inés Estévez y Leonardo Sbaraglia como sus padres, y Daniel Fanego en una actuación ideal como el caro abogado al que la familia le entrega sus fichas para lograr la libertad de la joven, están espléndidos en sus roles secundarios. Más allá del reparto, el filme funciona de manera perfecta durante la primera parte, en donde el suspenso hace su trabajo de manera sutil y encantadora. En cambio se empieza a apagar cuando adviene en drama familiar, y en donde comienzan a revelarse situaciones (esas benditas aclaraciones que realiza el cine nacional para ser más “amable” con el gran público) que son innecesarias y se oponen a la premisa de incertidumbre de los primeros minutos. Más allá de la diferencia entre las dos partes de la película, el clima de tensión no se apaga en ningún momento, resultando esencialmente incómodo ver el filme: la frialdad de Dolores, la ansiedad de sus padres, el amor sin barreras de su hermano menor con ella, la especulación del abogado y la barbarie mediática, estresan, y nos hacen sentir en carne propia el sentimiento de entrega de la protagonista.
Siempre lo primero es la familia Una anécdota muy famosa de Ricardo Darín es su encuentro con el ganador del Oscar Javier Bardem. Ambos reconocidos, exitosos, cabezas de diversos proyectos de alcance internacional, estaban nerviosos por su cita. Es que la admiración mutua los ponía en una situación incómoda, que luego derivó en una amistad. Pasaron varios años, pero al fin llegó la primera película en la que los dos actores, de los mejores de su generación, se reunieron en un filme. De la mano del iraní Asghar Farhadi (uno de los directores más importantes del mundo en la actualidad), Darín y Bardem, junto a Penélope Cruz, Eduard Fernández, Bárbara Lennie y Elvira Minguez, crearon “Todos lo saben”. Laura ( Penélope Cruz) llega con sus dos hijos al pueblo en el que nació, y en el que viven sus padres y hermanos. Alejandro ( Ricardo Darín) se quedó en Buenos Aires lamentando no haber viajado, pues el motivo de la visita es el casamiento de Ana (Inma Cuesta), hermana de Laura. Allí, la “hija pródiga” se encontrará con Paco ( Javier Bardem), su amigo de la infancia, y muchos afectos que dejó en el pueblo. La desaparición de la hija de Laura y Alejandro, en plena fiesta de casamiento, comenzará a plantar dudas y sospechas entre los invitados, algunos familiares y amigos, que darán pie a sucesos del pasado que nadie quiere recordar. Parece una vuelta de tuerca a ese viejo refrán de “Pueblo chico, infierno grande”, y lo es, pues ya desde el título, algo que “todos saben” subyace bajo la superficie esperando a explotar. La película juega todo el tiempo con el silencio, primero con mucho ruido para evitar que ciertas cosas sean mencionadas claramente, y luego intentando callar, como sea, lo inevitable. En ese sentido, el trabajo de Farhadi es impecable, creando atmósferas sumamente tensas y con un elenco de muchas figuras que, afortunadamente, esperan su momento para decir o hacer lo suyo, sin generar conflictos de cartel. Parece una situación menor, pero en un ambiente con tantos egos dando vueltas, que todo el grupo de trabajo se comprometa por el bien del filme resulta auspicioso. Por otro lado, este conflicto coral genera un ambiente que parece más teatral que cinematográfico, y da la sensación de que el guión hubiese funcionado mejor en una plataforma como el vivo de las tablas, ya que en sus 130 minutos de duración, tanto clima de suspenso dramático, se resquebraja y se aproxima más al tedio que al éxito de sus intenciones.
Una comedia casi feminista El film protagonizado por Mila Kunis y Kate McKinnon evita caer en el cliché de "cosas de chicas" y se esfuerza en crear comedia. Desde hace tiempo se advierte en Hollywood cierta corrección política sobre los protagónicos femeninos. La lucha feminista mundial prendió fuerte incluso en una industria tan poderosa como la del cine yanqui, y cada vez vemos más heroínas al frente de los filmes, y en algunos casos sin necesitar a un acompañante masculino ni interés romántico del sexo opuesto. Así vimos a “Red Sparrow” con Jennifer Lawrence, la remake de “Tomb Raider” con Alicia Vikander, “Atomic blonde” con Charlize Theron, La Mujer Maravilla de la mano de Gal Gadot y la continuación de “La gran estafa”, “Oceans’8” con un gran elenco femenino que incluía a Sandra Bullock, Cate Blanchett y Anne Hathaway, entre otras. En este mundo aún quedan algunos rubros por conquistar, y allí se pararon Mila Kunis y la comediante de “Saturday Night live” Kate McKinnon. Kate se lució en la nueva versión de “Los Cazafantasmas”, un filme que fue injustamente bastardeado antes de su estreno pero que resultó una de las grandes comedias de 2016. El dúo funciona bien a pesar de que a Mila le cuesta subirse al tono humorístico que propone “Mi ex es un espía”, que enmarca los supuestos extremos del cine de acción con la comedia absurda. En la historia, Audrey (Kunis) está triste y enojada por haber sido abandonada por su novio Drew (Justin Theroux) por mensaje de texto y sin explicaciones. Un día se aparecen dos agentes secretos para contarle que Drew es una agente secreto que está siendo buscado por todos. Cuando por fin aparece el ex, involucra a Audrey y Morgan (Mac- Kinnon) en una persecución que las hará viajar por Europa para mantener a salvo un elemento que, en manos equivocadas, podría causar un conflicto mundial. La película evita caer en el cliché de “cosas de chicas” que tienen algunas miradas masculinas arquetípicas -el gran problema de “Ocean’s 8” en el que se perdían mucho hablando de moda y joyas- y se esfuerza en crear comedia. Allí pega fuerte el rol de Morgan, que todo el tiempo reivindica a las mujeres a cargo (las escenas con Gillian Anderson son encantadoras). En conclusión, “Mi ex es un espía” funciona decentemente, no sólo con sus gags, sino con algunas escenas de acción bien logradas, aunque, como se dijo al comienzo, su principal logro es sumarse a la ola de modificar estructuras dominantes.
Los años no llegan solos El film, protagonizado por Denzel Washington, es sobre el regreso de Robert McCall, que no puede evitar involucrarse en algo injusto de manera anónima. Hay que saber cuándo retirarse. El ya longevo Denzel Washington, de larga carrera en el cine hollywoodense, protagonizó un centenar de películas, entre ellas varias recordadas en producciones de acción. “Protegiendo al enemigo”, “Hombre en llamas”, “Día de entrenamiento”, y obviamente la primera de “El Justiciero”, lo mostraron como héroe y villano y nos regalaron grandes secuencias dentro del género. Pero el gran Denzel ya cumplió 63, y si bien no existe edad que impida si el cuerpo lo resiste, verlo golpear a seis hombres en pocos movimientos parece un tanto forzado. Dentro de una estructura que lo acompañe, con un buen guión, coreografías bien realizadas y un relato digno, no sería gran problema, pero aquí el conflicto surge porque “El Justiciero 2” parece apoyarse sólo en la performance del artista, confiando en exceso en su capacidad para crear y convocar. El regreso de Robert McCall -en la primera secuela que Denzel realiza en su carrera- lo trae como un conductor de Uber (en 2014 trabajaba en una ferretería) que quiere vivir sin problemas, pero, como siempre, su moral lo obliga a involucrarse cuando siente que algo es injusto, siempre de manera anónima. En la primera escena, McCall está en Turquía para rescatar a una pequeña secuestrada por su padre. Luego, advertiremos que él se enteró del problema cuando fue a comprar un libro y la dueña del local estaba desesperada por su hija. Luego, irá tras un grupo de hombres que le pagaron para que lleve a su casa a una joven de la que ellos abusaron, y tras hacer justicia a su modo, les exige que le pongan una buena calificación en su viaje. Pero el conflicto principal -que tarda demasiado en llegar porque hay una historia secundaria en la que Robert se transforma en mentor de un joven sin rumbose da cuando su amiga, una ex agente de la CIA, es encontrada muerta. Si nuestro protagonista ya era temperamental por gente que no conocía, haber atacado a un ser querido es un pecado por el que no dudará en hacer pagar a cualquiera que se meta en su camino. Obviamente todo derivará en un juego de cacería en el que McCall demostrará todas sus cualidades para la violencia. Más allá de las probabilidades de que Denzel sea un héroe de acción a su edad, el filme es un típico largometraje de acción que cumple por momentos, con algunas secuencias decentes y otros cabos sueltos que pueden decepcionar al espectador.
Reflexiones sobreprecio y valor del arte El film, protagonizado por Guillermo Francella y Luis Brandoni, narra la historia del dueño de una galería de arte y su amigo pintor que descubren lo que pasa con la obra de un artista cuando muere. ¿Qué es lo que manifiesta la pintura en términos monetarios? Andrés Duprat, quien dirige en solitario por primera vez -junto a Mariano Cohn realizó “El hombre de al lado” (2009) y “El ciudadano ilustre” (2016), entre otras- se mete en una temática un tanto distante del público general, como lo es el mercado del arte pero, con una bue- na dinámica entre el humor negro y el drama, logra reflexionar sobre dos mundos opuestos que deben convivir. Ese choque que debe encontrar equilibrio, se encarna aquí en Arturo ( Guillermo Francella), dueño de una galería de arte, y su amigo Renzo ( Luis Brandoni), un pintor con un pasado de gloria pero con un presente decadente. Arturo, encargado de vender las obras de Renzo, posee un paladar negro a la hora de descubrir y exhibir arte, pero entiende los caprichos del negocio, que va modificándose basado en reglas que fluctúan entre lo tradicional y lo disruptivo. Del otro lado, Renzo asume que ni siquiera él sabe por qué pinta, odia el sistema del que es parte y más allá de su sensibilidad a través del lienzo, tiene poco amor por sus seres queridos. Tocando fondo, Renzo queda en la calle y tras ser atropellado por un camión, junto a Arturo se dan cuenta de qué sucede cuando un artista muere. Sin nadie que cuide recelosamente el valor de la obra de un artista, el precio puede ascender por diferentes caprichos del mer- cado. Allí entra Dudú (Andrea Frigerio), otra galerista que aprovechará el “fatalismo” para unirse a Arturo y hacer usufructo de ello. Tras protagonizar en televisión “Durmiendo con mi jefe” y “El hombre de tu vida”, Guillermo y Luis trabajan por primera vez juntos en cine y su buena química se nota, no sólo por la amistad que los une, sino porque pertenecen a una generación de artistas que conocen el oficio y la forma más práctica de hacer las cosas. Todo esto, acompañado de un gran libreto. Si bien hay algunas líneas argumentales endebles, el filme es entretenido y su columna vertebral, la temática sobre el valor y el significado del arte resultan atractivas y gracias a su elenco y su interacción, también es popular.
Jugarse la vida, ir por todo y sin límites El film narra la vida de Carlos Robledo Puch, uno de los criminales más infames de la historia argentina. ¿Se puede ver hermosura en la maldad? Eso es lo que parece preguntarnos Luis Ortega con su película “El Ángel”, basada en la vida de Carlos Robledo Puch, uno de los criminales más infames de la historia argentina. Ese morbo, ese gusto por lo marginado, o esa intención de comprender la violencia, ya había sido tratado en varias ocasiones en nuestro cine, y en 2015 Pablo Trapero filmó “El Clan”, al mismo tiempo que Underground producía “Historia de un clan” en televisión. Pero a diferencia de lo narrado con los Puccio, esta producción se aleja de la oscuridad al escapar de los hechos reales que componen la vida criminal de Puch. Aquí Ortega aprovecha para realizar su propia interpretación de la esencia del personaje, y en vez de utilizar un guión probable para narrar las características de “El Ángel”, se basa en cuestiones más inverosímiles que podrían ser las que describan al criminal de una forma más completa y pintoresca. “¿Nadie considera la posibilidad de ser libre? Andar por donde se te cante, como se te cante. Yo soy ladrón de nacimiento, no creo en ´esto es tuyo y esto es mío'”, dice en off Carlitos (Lorenzo Ferro) en el comienzo de la película, cuando está a punto de entrar en una casa vacía a robar cualquier cosa que le guste. Esto es, desde joyas para regalarle a su novia, hasta discos de Billy Bond. Tras un tiempo de robar sin querer sacar mucho provecho a lo robado, Carlitos conoce a Ramón (Chino Darín) y a su padre José (Daniel Fanego) que también se dedican al negocio. Tras su primer proyecto en conjunto, Ramón le dice “Nos estamos jugando la vida”, a lo que el joven responde: “Por eso, hay que ir por todo”. Carlitos no tenía límites ni filtros, y vivía la vida segundo a segundo. Es difícil entender cuál es la virtud más acertada del filme: encontrar a un protagonista para la película más importante del año y que el elegido tuviese la frescura de un nóvel desconocido y lograr el exacto equilibrio para que no le pese; un libreto construido sin ruidos “reales” para, paradójicamente, llevar un nivel de verdad sobre quién era Robledo Puch, o su estética colorida, sexual y exacerbada que encaja perfectamente con el tono que vacila entre lo cómico, dramático y psicológico que sirve para describir al asesino.
Pochoclera por excelencia Se trata de una nueva entrega del clásico protagonizado por Tom Cruise. En el film, su personaje acepta un nuevo desafío. Tom Cruise es uno de los actores de acción más importantes de la actualidad. No importan sus 56 años. Ni que sea ridiculizado por su estilo de vida, o sus caprichos de estrella. El actor y productor nació para protagonizar esta nueva generación de “Misión: Imposible”. Más allá de su interpretación, Tom está detrás de las secuencias de acción y se nota. “’Tu misión, si deseas aceptarla...’ te dicen. Me pregunto, ¿alguna vez elegiste no aceptarla?” La interrogación la hace un enemigo del pasado del agente Ethan Hunt (Cruise), que regresa y lo hace cuestionarse sobre su participación en las misiones del MIF (FMI en su traducción al castellano), pues quien se cree invencible, también puede pecar con su ego y que su aparición en el campo de juego moleste a enemigos personales. Aquí, Hunt debe conseguir unas ojivas de plutonio para evitar que caigan en manos de un antiguo agente especial que se transformó en anarquista y formó un grupo terrorista. Pero cuando él y su equipo (Ving Rhames y Simon Pegg) malogren la misión que en principio parecía simple, deberán viajar por el mundo para evitar que el plutonio se convierta en bombas de destrucción masiva. Pero el problema empeorará cuando Ethan deba incluir en su plan al agente Walker (Henry Cavill con el bigote de la discordia que le borraron digitalmente en “Liga de la justicia”) por pedido de la MIF. El acierto del filme, más allá de sus excelentes escenas de acción, es sumergirse de lleno en el thriller de espías, y la persecución de Ethan se transformará en un juego de alianzas y traiciones, trama con la que se había jugado en “Nación secreta”, la anterior entrega. Otro recurso para destacar es la constante inserción de gags, no sólo de libreto, sino también físicos, que aliviana de tensión para sorprender y le quita el espíritu épico de todopoderoso a Cruise. Esta táctica le viene bien por su edad, y quizás le quite el peso de la crítica al protagonizar una película de acción, cuando empieza a mirar de frente las seis décadas, y así podríamos llamarlo “antihéroe”. La película de Christopher McQuarrie es una oda a la acción que en dos horas y media no defrauda, y hasta el 3D con el que llegará a algunas salas vale la pena para apreciar escenas de compleja realización.
La música, como buena excusa La segunda parte de la película protagonizada por Meryl Streep y Amanda Seyfried renueva la historia cinco años después de lo sucedido en el primer film. Musicalizar una película debería ser más normal de lo que acostumbramos. Si ficcionar historias hace que nos acerquemos a un mundo deseado, o por el que quizás atravesamos en el pasado, las canciones deberían sobrar, como una manera más que adecuada de demostrar nuestros sentimientos. Mucho más, en un mundo en el que tenemos acceso instantáneo a cualquier música, en cualquier momento. Para acompañarnos en una emoción o para intentar modificar un sentimiento triste, la música viaja con nosotros todo el tiempo, incluso cuando no la escuchamos. Si la vida es musical, los relatos que nos reflejan también deberían serlo. Sin embargo, el musical es un género que cayó en desgracia, con muy pocas películas en los últimos años. Entre las más conocidas apenas podrían recordarse “La la land”, de 2016, y “El gran showman” y la tercera parte de “Pitch perfect” ambas de 2017. La nueva propuesta llega diez años después del estreno de “Mamma mia!”. El director Ol Parker renueva la historia con la vida de Sophie (Amanda Seyfried) cinco años después de los eventos del primer filme. Aquí, la joven tiene que aprender a vivir sin la guía de su madre Doona (Meryl Streep), mientras atraviesa su embarazo y una mala relación con su marido Sky (Dominic Cooper). El consejo que tanto necesita Sophie llegará a través flashbacks de la juventud de Donna (Lily James), transmitidas por su abuela Ruby (Cher) y sus amigas y compañeras de banda Rosie (Julie Walters) y Tanya (Christine Baranski). Este revival de la música de Abba y de los musicales en general también mantiene la temática y estética de aquellos viejos filmes que se estrenaban en la edad dorada del género. Mucho color, mucha felicidad, con un guión bastante simple pero no por eso menos disfrutable. Sobre Abba, vale mencionar que volveremos a escuchar canciones icónicas del grupo, algunas repetidas respecto del primer largometraje, como “Mamma mia”, “Dancing queen”, “I have a dream” y “Super trouper”; y otras nuevas: “Kisses of Fire”, “Andante andante” “I’ve waiting for you”, “My love, my life” y “Fernando” entre otras.
Perdidos en el espacio La segunda parte del Hombre Hormiga, protagonizada por Paul Rudd, Evangeline Lilly y Michal Douglas, retoma luego de "Capitán América: Civil War". Llega la segunda aventura del Hombre Hormiga, una vez más, protagonizada por Paul Rudd, Evangeline Lilly y Michael Douglas. En esta ocasión el tema se pone más “familiar” que nunca. La acción comienza luego de los hechos de “Capitán América: Civil War”, pues vemos a Scott Lang (Rudd) con prisión domiciliaria por haber ido a pelear junto al Capitán América, aunque está a punto de finalizar su condena de dos años. El ex delincuente quiere empezar una agencia de seguridad con el ex grupo criminal del que formaba parte junto a Luis (Michael Peña), pero todo cambiará cuando Hope von Dyne (Lilly) y el Dr. Hank Pym (Douglas), de quienes estaba distanciado, lo llamen en busca de su ayuda. Es que Lang es el único que estuvo en el reino cuántico y regresó, por lo cual la dupla cree que puede facilitarles una incursión allí. Recordemos que el poder del superhéroe de cambiar de tamaño podía llegar hasta un nivel subatómico y de allí pasar al reino cuántico, en donde el espacio y el tiempo son irrelevantes. Hope y Hank necesitan un aparato para hacer funcionar una máquina que les permita entrar controladamente a ese reino, pero cuando intenten conseguirlo se toparán con un villano que tiene la capacidad de desvanecerse a nivel molecular. Por ello, Ant-Man volverá a ponerse el traje para ayudar a The Wasp (La Avispa) a vencer a este nuevo oponente. Ya en su primera aparición, Ant- Man había demostrado ser un “bicho raro” en el universo de Marvel, y en esta segunda entrega sorprende con un buen guión, alejado de la épica clásica de los superhéroes, y enfocándose en otros temas más terrenales, como la familia. Más allá de que haya muchas escenas de pelea, persecuciones y uso de sus poderes, que el sustento del argumento sea de esta temática, y con tanto contexto sobre física, acerca al público por un lado y por otro la convierten en una aventura de ciencia ficción, degenerando por completo el rubro “marveliano”. Más difícil que hacer una película original sobre superhéroes, es hacer una secuela de esa misma historia y esos mismos personajes, y el director Peyton Reed, responsable de la primera película de la saga, lo consigue con un filme entretenido durante sus dos horas. Sin embargo, del otro lado se podría decir que es acotado en riesgo, porque parece ser un filme cómodo, que no termina de sorprender. Para finalizar, una de las especulaciones que se hacen desde su estreno en Estados Unidos, es que el “reino cuántico” que se presenta aquí podría ser uno de los principales ganchos para la continuidad de “Avengers” y el resto del Universo Cinematográfico de Marvel. Dada la cantidad de posibilidades que ofrece esa “variabilidad” de un mundo en el que todo funciona diferente, suena atractivo, aunque un tanto injustificado.
De Guatemala a "Guatepeor" Un hombre se entera de que su mujer lo engaña y está a punto de quedar en quiebra por culpa de sus jefes. Por eso decide fingir un secuestro para cobrar un seguro. Harold (David Oyelowo) vive en su mundo feliz hasta que todo se le cae a pedazos: se entera de que su esposa lo engaña y está a punto de quebrar su economía, al mismo tiempo que la empresa farmacéutica para la que trabaja lo dejará sin trabajo, tras muchos años de explotación y malos tratos de parte de sus jefes Richard (Joel Edgerton) y Elaine (Charlize Theron), cuando se realice una fusión no muy transparente. Atrapado en todos los frentes, decide vengarse de todos simulando un secuestro para cobrar un seguro, pero su plan perfecto cambia cuando un cártel mexicano lo rapta al enterarse de que Harold conoce la fórmula de una pastilla. Así, Harold se encuentra en peores problemas, y a la espera de que alguien en esta cadena de corrupción y crimen se apiade de su alma. El problema es que con tantos intereses en juego, será difícil que todo se termine rápido y, al contrario, habrá más gente involucrada para tratar de sacar una tajada en medio del conflicto. Si bien todos los enredos pintan a “Gringo” como una mera comedia, en realidad hablamos de un thriller, pero con un ágil guión y buena resolución en cada escena. De todas maneras, su estética liviana y hasta arquetípica hace que lo cómico florezca y el público nade en diferentes corrientes entre la tensión y la risa. Más allá de lo disímiles que estas emociones puedan ser, el director Nash Edgerton es muy correcto en los porcentajes que le otorga a cada género cinematográfico que plasma en pantalla, creando la ilusión de equilibrio entre comedia y suspenso. La producción se asienta entre una serie de películas “degeneradas”, que en realidad juegan con elementos de diferentes tonos y a pesar de referencias y recursos conocidos, su mezcla las hace originales.