La forma en la que la saga de Scream siempre supo reinventarse es digno de admiración. La franquicia iniciada por Wes Craven en 1996 parecía haber llegado a un final en el año 2011, pero eso estaba lejos de ser realidad. En 2022, la quinta entrega de la saga protagonizada por Ghostface demostró que todavía se puede seguir llevando a cabo buenas películas de terror. Ahora, el asesino nacido en los noventa vuelve, pero no a Woodsboro, sino a la ciudad de Nueva York. Lo cierto es que la capacidad de reinventarse se encuentra explícita en todo el cine de terror. Muchos largometrajes lo lograron, como la saga de Ghostface o la serie de películas protagonizadas por Freddy Krueger (ambas ideadas por Wes Craven). Pero otros quedaron en el camino que las mandará al olvido. Scream se sitúa en el primer grupo de éstas, bajo un lema tácito que permite al asesino seguir participando de cada vez más entregas. La acción de Scream 6 se sitúa en la ciudad de Nueva York. Sigue la historia del grupo de personajes que protagonizaron Scream (2022). Sam (Melissa Barrera) y Tara (Jenna Ortega) Carpenter luchan no solo por adaptarse a una nueva ciudad y una nueva vida, sino a lidiar con su pasado. Una de ellas lo quiere enfrentar a toda costa, pero la otra decide seguir adelante olvidándolo. Los acontecimientos de la quinta entrega de la saga son fundamentales para el desarrollo de esta trama. La nueva entrega de Scream logra con éxito seguir el camino de la saga, pero resulta en una fórmula que ya se está desgastando con seis películas que se organicen de la misma manera. Puede ser cansador para el espectador revisitar la fórmula creada por Wes Craven, pero al mismo tiempo, la película tiene un condimento especial con el que engancha hasta aquel con menos viveza para saber cuál es el final. El condimento especial es la extrema violencia con la que este Ghostface resuelve sus asesinatos. Sumado a eso, los (algunos) groseros errores en la trama de Scream 6 son saldados con la pizca de epicidad que entregas anteriores no supieron demostrar. Las irregularidades de la trama se hacen a un lado cuando se encuentran con una excelente construcción de las escenas de acción y asesinato, con una perfecta psicología de los personajes y con una historia que parece nunca tener fin. Jenna Ortega y Melissa Barrera personifican a unas excelentes final girls. El resto del elenco complementa el protagónico de las hermanas Carpenter y ayudan a crear una historia que mezcla tópicos como la familia, el cine de terror, el misterio, lo absurdo y la violencia extrema. Scream 6 es una digna secuela de recuela (como se explicita en la película por el personaje de Jasmin Savoy Brown). Cumple con los estándares de la saga de Ghostface y entrega una película violenta y épica. Un asesino que cambia su estrategia y que idolatra al universo entero de Wes Craven tiene sus fallos, pero los aciertos opacan esta continuación que deja abierta la posibilidad de seguir conociento todavía más sobre las hermanas Carpenter y su destino.
Por lo general, el espectador que se encuentra frente a una película de M. Night Shyamalan está jugando un juego donde se tiene que adivinar el próximo paso que tomará la historia. Es dificil intentar descrifrar la cabeza del cineasta indio. Lo cierto es que todas sus historias, hasta las más simples, tienen su cierta complejidad a la hora de desarrollarse. Se trata, más bien, de una firma autoral que Shyamalan le agrega a sus trabajos. Su última película, Llaman a la Puerta, no es la excepción. El cine de M. Night Shyamalan está caracterizado por lo inesperado. En una búsqueda constante por lograr la perfección a la hora de narrar suspenso, el director supo sostener sus historias y demostrar que se sabía defender a pesar de ser catalogado como un enfermo de los giros de guion. La cuestión es que Llaman a la Puerta persigue con entusiasmo la fórmula Shyamalan, pero la película da un paso más que permite entenderla de otra manera y así diferenciarse de la filmografía del director. Llaman a la Puerta cuenta con la premisa de un Shyamalan que ya está consagrado, y que se puede dar lujos a la hora de elegir qué historia quiere contar. La película se centra en una familia integrada por un matrimonio gay y su hija adoptiva. Las pequeñas vacaciones que esta familia decide tomarse lejos de toda ciudad y civilización en una cabaña en el bosque se verá distorsionada por la aparición de otras figuras. La cabaña es asediada por cuatro personajes que están dispuestos a entrar allí mediante cualquier vía. La desesperación por ingresar a la cabaña donde tomarán lugar los acontecimientos no es al azar. Estos cuatro personajes buscan frenar el posible apocalípsis. Para ello, uno de los integrantes de la familia protagonista tiene que morir en manos de otro de ellos. Ante semejante locura, se plantea un juego moral que mezcla el fanatismo religioso, el ateísmo extremo y la incapacidad de diferenciar la realidad de lo imaginario. Constantemente, se crea entre los personajes una disputa histórica. Un grupo presenta una visión religiosa de los acontecimientos. Por el otro lado, la familia protagonista es el claro ejemplo de la visión realista de las cosas. Este choque es fundamental para entender Llaman a la Puerta. La perseverante búsqueda de una respuesta y las diferentes maneras de resolver una incógnita caracterizan esta película que resulta diferente dentro de la filmografía de Shyamalan. La cabaña es el lugar elegido por Shyamalan para narrar la historia de Llaman a la Puerta. El director indio sabe moverse en lugares pequeños y el sentimiento de encierro se hace presente a lo largo de toda la película. Es en ese bosque y en esa pequeña cabaña donde M. Night Shyamalan despliega un juego perverso donde el suspenso recorre cada habitáculo y se posiciona como un personaje más del largometraje. Shyamalan elige desviarse de un camino en la que se basó toda su filmografía. Llaman a la Puerta no presenta un giro de guion, ni una explicación que haga que la película cierre enteramente. Todo lo contrario a lo que el cineasta acostumbró a su audiencia. Hay una historia que se entiende mediante términos religiosos, sin vueltas ni rodeos. Un efectivo quiebre de la fórmula creada por M. Night Shyamalan y un largometraje que sabe defenderse con las decisiones que toma.
El camino hacia cumplir los treinta es bastante arduo. Entre los estudios y el trabajo para mantenerse, los jóvenes muchas veces sufren diferentes altos y bajos que determinarán su futuro. El camino a la adultez es difícil de afrontar, y cuando un joven choca con la realidad, el sendero se dificulta aún más. Es eso lo que retrata la nueva película de Matías Szulanski, ‘Juana Banana’. Presenta una protagonista particular que tiene que lidiar con su día a día de afrontarse con la vida. Juana Banana cuenta la historia de Juana, una joven de 28 años que va de casting en casting intentando encontrar un proyecto audiovisual que realmente le llame la atención. La vida de Juana es bastante simple: vive con su pareja, trabaja como actriz de lo que encuentra y tiene sus amistades. Pero, la noche en la que su novio le pide que se tomen un «aire», su vida da un giro de 180º. Sumado a eso, en su día a día sufre de las pequeñas frustaciones que conllevan la juventud y el camino a la adultez. Matías Szulanski supo representar a la perfección los obstáculos que supone la tremprana adultez. La historia se narra a través de su protagonista, Juana, con el que es imposible no sentirse identificado y no empatizar con ella. La presentación de una figura tan carismática, permite que la audiencia logre atraparse con la vida de Juana. Szulanski, además, está permanentemente encerrando a sus personajes en planos cortos o primeros planos para dar esa sensación de cercanía con el personaje principal y una idea de intimidad. Juana Banana toma la excelente decisión de no recurrir a elementos mágicos o de la ciencia ficción para contar una historia por demás de mundana. Porque, eso es lo que es, una historia común y corriente cuyo hilo conductor es su personaje principal y sus decisiones. Esto también permite que el espectador se identifique y atrape, y el dinamismo que posee este largometraje ayuda a la continuidad del relato. La historia es tan cotidiana que hasta se torna inusual. Este uso de las historias comunes es común en filmografías como la de Woody Allen. Donde también se mezcla el drama personal con la comedia. Juana Banana logra esto a la perfección, demás de ofrecer un desarrollo de su personaje principal en búsqueda de un descubrimiento personal. La aparición de la voz de Federico Moura (Virus) embellece el clímax donde Juana logra librarse de sus preocupaciones. La película de Szulanski cierra perfectamente. Un personaje que tiene su peso propio y preocupaciones, y que logra salir adelante. Porque, al fin y al cabo, la vida se trata de eso. Frustaciones, temores, desilusiones y logros. Todo eso se muestra en Juana Banana, un muy logrado y completo largometraje que promete ser la revelación del Festival de Cine de Mar del Plata.
La gastronomía es un universo aparte. Resulta increíble cómo millones de personas pueden llegar a valorar un arte y cómo otras millones nisiquiera la reconocen en sus vidas. Para ser un buen chef se necesitan técnica, pasión y una constante búsqueda de la perfección. Sin embargo, y como es de público conocimiento, este arte culinario también puede traer las peores de las frustraciones. De eso trata The Menu, de Mark Mylod, de cómo la gastronomía se mezcla con la excelencia y la obsesión. Además se pregunta: ¿Qué tan lejos se llega para demostrar perfección? Anya Taylor-Joy interpreta a esta joven muchacha que acompaña a su pareja a una cena de lujo en una isla privada apartada de la ciudad. Dicho lugar se llama Hawthorne, y el restaurant está dirigido por el chef Julian Slowik (Ralph Fiennes). La ocasión se trata de uno de los tantos servicios que ofrece dicho chef. La velada se organiza de esta manera: un grupo variado de personas embarca un bote para llegar a la ísula y poder degustar de los excelentísimos platos que propone Slowik. El grupo de personajes lo integran una variedad de figuras. Se encuentra esta pareja, un matrimonio mayor, una crítica culinaria y su editor, un actor y su secretaria y tres hombres que ostentan mucho dinero. Y es que, para acceder al servicio, se tienen que pagar poco más de mil dólares. Esta pluralidad de personajes permite un excelente desarrollo de la historia. Ninguno de ellos está ubicado al azar, y todos tienen su función. Sin embargo, es fácil reconocer con cuáles se puede empatizar y con cuáles no. Tanto en la película como con la narración, Ralph Fiennes lidera todas las situaciones. El actor británico se destaca por sobre las demás personalidades y brinda una impresionante interpretación. Él es el encargado de manejar los hilos de la velada y de presentar su tan esperado menú. Por lo tanto, en The Menu, se podría decir que el narrador y el verdadero constructor de la historia es Fiennes. La película es excelente a nivel narrativo. Posee un excelente manejo del suspenso que va in crescendo a lo largo de todo el largometraje. Cada plato representa un estadío de perfección que se va a ir instalando cada vez más túrbido. Este perfecto retrato sobre la perfección y la obsesión, además, se burla constantemente de la gastronomía fina y de sus personajes. Se puede interpretar como una sátira, pero es innegable el impecable uso del humor ácido. The Menu es una comedia negra impredible que trata temas sobre la manía y la búsqueda de la perfección. Una excelente estructura narrativa ayuda a que la película resulte en todo momento llamativa y atrapante. Su forma de narrarse es efectiva, con una construcción progresiva, tanto del suspenso como del relato en sí. Quizás en su descenlace el chef Slowik no llega a la perfección, pero la película que lo retrata sí lo hace.
Hay que celebrar las propuestas de todo tipo. Sobre todo, las producciones independientes. El cine es un arte, como también un vehículo, y también un lenguaje. Pero que lleva trabajo hacerlo, al fin y al cabo. ‘Reloj, Soledad’, la nueva película de César González, es eso. Un filme meramente independiente. Donde el mismo director forma parte de la producción y donde se manejan las estéticas de un largometraje autofinanciado. Sin embargo, independiente o no, siempre surgen errores, falencias y aciertos a la hora de la ejecución de una película. Lo que pasa, es que a ‘Reloj, Soledad’ le sobran estas falencias. El nuevo filme de César González cumple con todos los estándares de una película independiente. Lo que más se destaca es el excesivo uso de la cámara en mano. Haya sido seleccionada o no esta forma de contar, de igual manera es de mucha utilidad para contar la historia. ‘Reloj, Soledad’ sigue la vida de una empleada de mantenimiento en una empresa. Su vida es sumamente rutinaria. Pero una noche, mientras hacía el turno nocturno, se roba el reloj de su jefe. Es así como empieza una culpa y un conflicto personal dentro de ella. Esto se debe a que su amiga es despedida por haber robado ese reloj, cosa que no hizo. Surge en ella este conflicto personal, que se termina exteriorizando debido a las fuertes presiones que los hermanos de su excompañera de trabajo le imponen. Las interpretaciones se tornan un tanto mediocres, que de cierta forma, acompañan al toque amateur del filme. ‘Reloj, Soledad’ tiene esas típicas características, errores y falencias de una película independiente. Es cierto que puede presentar poco diálogo, pero se compensa con el seguimiento que hace la cámara hacia la protagonista. Se trata de un largometraje donde las acciones lo son todo, y el personaje principal nunca se deja de seguir. Sin embargo, el filme es fiel a sí mismo. Y presenta una historia y una forma de narrar esa historia que se deben valorar, sea cual sea el resultado final.
A la hora de encontrarse con una película que toque temas actuales, surge una doble responsabilidad. La primera se encuentra en el realizador, el cual tiene que trabajar con el sumo de los cuidados para que se entienda su mensaje sin recurrir a métodos no tan éticos. La segunda se encuentra en el espectador. El cual tiene que elegir si dudar de lo que vio o aceptarlo y seguir adelante. La nueva película de Inés Barrionuevo, ‘Camila saldrá esta noche’, es un claro ejemplo de esa doble responsabilidad. ‘Camila saldrá esta noche’ cuenta la historia de Camila. Una joven que debe mudarse de La Plata a la Ciudad de Buenos Aires obligatoriamente, debido a la mala salud de su abuela. Es así como ella, su hermana menor y su madre, empiezan a habitar la casa de su abuela, momentáneamente. Esto representa un enorme cambio en la vida de la protagonista. Tiene que empezar de cero el último año de la secundaria, adaptarse a la ciudad, hacer nuevas amistades y enfrentarse a un colegio religioso, que va en contra de sus ideales y su militancia feminista. Es allí donde Camila refuerza sus creencias y principios, y decide revelarse cada vez más. Se generan en ella conflictos personales e internos a los que se debe enfrentar ella misma. La directora captura la adolescencia en su totalidad. Sobre todo lo que ésta conlleva: cambios, revelaciones, pruebas, nuevas experiencias, amores y búsqueda personal. Barrionuevo presenta un largometraje actual en todos los sentidos. Principalmente, se centra en temáticas sociales del presente, cuyos sucesos relacionados todavía son noticia y siguen configurando una agenda. El filme trata temas aún vigentes, y que lo continuarán siendo con el paso del tiempo. ‘Camila saldrá esta noche’ presenta una excelente construcción del relato en general. Donde se retrata la juventud y la adolescencia con el trasfondo de una época de grandes movilizaciones sociales. Como lo es el feminismo. Movimiento del cual Camila forma parte, y que bajo ningún punto de vista se traicionará a sí misma. Ni en los peores momentos.
Los grandes maestros de la ficción de misterio, como Arthur Conan Doyle o Alfred Hitchcock, solían construir sus historias sin pasarse por alto ningún detalle. En los relatos que involucran acontecimientos policiales, estaba todo medido y casi fríamente calculado. La mano creadora exponía una narrativa que se centraba en la construcción de un misterio lo suficientemente dramático como para que su desenlace sea un claro ejemplo de espectacularidad. A día de hoy, sin embargo, se pueden econtrar tantas producciones descuidadas, que pecan de insulsas. Como lo es el caso de ‘Death on the Nile’. La continuación de Kenneth Branagh al papel del famoso detective Hércule Poirot presenta un relato que carece de la sustancia de una historia policial y de misterio. Basándose en la reconocida novela de Agatha Christie, Branagh intenta superarse a sí mismo como intérprete y como director. ‘Death on the Nile’ retrata la típica narrativa de una historia de misterio. Uno de los personajes es asesinado, mientras que el resto son los sospechosos bajo la única mirada de un perspicaz detective. Dicha figura es interpretada por Kenneth Branagh. Se trata de Hércule Poirot, el quisquilloso héroe nacido en la mente de Agatha Christie, una de las mejores autoras de ficción policial de la historia. Será ese personaje el encargado de desenmarañar la trama. Tal y como lo había hecho años atrás, en la adaptación de ‘Murder on the Orient Express’. En esta ocasión, el espectador es testigo de una luna de miel especial. El lugar es el Río Nilo, en Egipto. Allí se celebra el matrimonio entre el humilde Simon Doyle (Hammer) y la adinerada Linnet Ridgeway (Gadot), presentados a través de Jacquelline de Bellefort (Mackey), anterior prometida de Doyle. El filme ya va a partir con la participación de un trío amoroso donde solo quedan rencores. De Bellefort intentará en todo momento interceptar la luna de miel de este matrimonio, con grandes amenazas. Sin embargo, la presencia de otros personajes será una pieza fundamental para el desarrollo de los hechos. Al ser asesinado el personaje de Gal Gadot, ‘Death on the Nile’ recurre a todos los elementos ya conocidos de un clásico filme de misterio. Todos los personajes, excepto el detective, son sospechosos del crimen. Partiendo de esa premisa, la investigación de Poirot reúne lo típico: coartadas, recuerdos, mentiras y sospechas. Cada personaje forma parte de un relato más grande, que se revela en su totalidad al final, mediante una explicación desabrida y un desenlace que puede resultar insultante para el espectador. En todo momento se está al frente de un largometraje de misterio policial clásico. El filme comete el error de descuidar a sus personajes para centrarse en una trama cuyo desenlace no es más que un previsible final. Con su extensa carrera, no es un error ilusionarse con una producción comandada por Kenneth Branagh. Pero el cineasta ya tiene acostumbrado a las audiencias a generar esa ilusión que recae en una enorme decepción. Así son las películas de Branagh y así es ‘Death on the Nile’.
La nueva película de Woody Allen no es más que otra película de Woody Allen. ‘Rifkin’s Festival’ tuvo el privilegio de estrenarse el año pasado en el Festival de Cine de San Sebastián. Por lo que un sector seleccionado pudo disfrutar del nuevo film de Allen. Es en ese mismo festival donde ocurre la historia. Este evento, reúne estrenos y proyecciones especiales de películas mayormente europeas. Toma lugar en España, más específicamente en el municipio de San Sebastián. Una semana al año, la ciudad se llena de cultura cinematográfica y es testigo de la llegada de artistas del cine y productores importantes. Woody Allen toma San Sebastián y lo hace suyo. Como ya lo había hecho antes, con ‘Midnight in Paris’ (2011), Allen no solo hace enamorar al espectador de una ciudad, sino que la pone como un personaje más. El lugar donde toman las acciones de sus películas es importantísimo a lo largo de su filmografía. Mayormente Nueva York, pero ya sabemos que el director no le hace asco a ninguna ciudad, y si viene con oportunidades de filmar, mejor. El film nos cuenta la historia de Mort Rifkin, un exprofesor de cine aspirante a escritor que acompaña a su mujer al reconocido Festival de Cine de San Sebastián. Allí, empieza a sospechar que su esposa está teniendo una aventura con Phillipe, un joven director que es representado por la mujer de Mort. La película está protagonizada por Wallace Shawn, y es acompañado por Gina Gershon, Louis Garrel, Elena Anaya y la participación especial de Christoph Waltz. Con este cast, Woody Allen entrega -como lo hizo en toda su carrera- una historia fresca y nueva. Retoma la comedia dramática mezclada con el romance y crea otra película que sigue sorprendiendo. San Sebastián sirve como centro y lugar donde transcurre toda la acción, no se puede ver otra ciudad en la película. Woody Allen aprovecha la ubicación de la película y hace de su película algo que pocas veces vimos tan explícito: homenajea al cine europeo. Ahora, si bien Allen se encargó de demostrarnos su afición a las películas europeas en toda su filmografía, en ‘Rifkin’s Festival’ toma los recursos de Tarantino y “roba” de otras películas. Las claras referencias al cine de Ingmar Bergman, Federico Fellini, Jean-Luc Godard y demás, se introducen al film como parte de sueños de su personaje principal. Además de ser importantes para la trama, la aparición de estos fragmentos de película que Allen hace propios, sirven como un homenaje de su parte hacia el cine europeo, que tantas alegrías le ha dado. Recordemos que el director siempre tuvo oportunidades en Europa, mientras que en Estados Unidos lo pueden llegar a despreciar, cada vez que Allen filma en Europa, es todo una fiesta. La película presenta dos puntos de vista muy claves que dan a entender el modo en el que Woody Allen se envuelve en la actualidad. El personaje de Wallace Shawn es un defensor puro del cine clásico, al igual que al director, sus más grandes aficiones son las películas de la nouvelle vague francesa, de directores como Jean-Luc Godard y François Truffaut, para nombrar los más conocidos. En contraparte, el personaje de Louis Garrel -el director con el que la mujer de Shawn lo engaña- se presenta a sí mismo como un artista impoluto, culto y refinado. De más está decir que este tipo de personajes se repiten en la filmografía de Allen, nunca falta el creído. Pero el director del film no se decide. Presenta los dos puntos: el snob y el culto. Al principio, tenemos el personaje del director creído como los nuevos directores de la actualidad que más bien ven al cine como un negocio. Por el lado de Wallace Shawn, el snob culto que defiende el cine clásico y aborrece todas las películas actuales. ¿Por qué “no se decide”? Porque, si bien presenta los dos puntos para que el espectador se identifique, al final el personaje de Shawn se da cuenta que quizás él está haciendo un gran lío de todo y quizás se tiene que tranquilizar más. Clara alusión a los críticos de todo, muy presentes hoy en día. La actualidad con la que se maneja Woody Allen da a entender que no es un director que se quedó en el tiempo. Como claro está, supo avanzar a medida que pasaban los años y, consigo mismo, los pensamientos. Woody Allen presenta una dirección muy actual y dinámica. Perfecta del modo en que los personajes se mueven, de un lado para el otro, no quedan nunca quietos. La dirección de fotografía va de la mano de Vittorio Storaro, como lo hizo en ‘A Rainy Day in New York’ (2019). Conocemos a Storaro por el embellecimiento natural de la imagen y su narración a través del color. Para las afueras, se apoyó en la belleza que ofrece San Sebastián y pudo descansar durante el día, ya que se utiliza la luz natural en todas las escenas en exteriores. Para los interiores, el reconocido director de fotografía merece una nota aparte. Cada personaje tiene su color y su lugar, cada cual ocupa también, un estado de ánimo al momento. Para finalizar, el film contiene la calidad que se espera de una película de Woody Allen: una historia fresca, una dirección remarcable y unos diálogos y chistes -o gags– que marcan la experiencia y la nota autoral del director. Es una película para disfrutar en una tarde cualquiera, abierta para cualquier conocedor promedio de cine. Claramente, es difícil darse cuenta de las claras referencias a ‘Citizen Kane’ (1941), ‘Persona’ (1966), ‘Breathless’ (1960) y el hermoso final en homenaje a ‘El Séptimo Sello’ (1957). ‘Rifkin’s Festival’ es, claramente, una película de festival. Pero qué película.
Los sueños. Material difícil de estudio e interpretación. Uno de los que se animó a observarlos de cerca y consiguió un mínimo de éxito fue Sigmund Freud. Sin embargo, gracias a las artes, en este caso el cine, es posible ser testigos de ellos, analizarlos y hasta aceptarlos. ‘Last Night in Soho’, la nueva película de Edgar Wright, se anima a desenvolverse en diferentes ámbitos que recurren a fenómenos como lo son los sueños. Y lo hace de una manera espectacular. En esta nueva obra del cineasta inglés, Thomasin McKenzie y Anya Taylor-Joy se manejan en el barrio de Soho del Londres de los años sesenta. Donde los sueños retoman las características de pesadillas, que abandonan lo inconsciente para habitar el mundo real, y convertirse en verdades. Edgar Wright elige Londres como escenario para su nueva aventura. No es casualidad. En los años sesenta, la ciudad del Big Ben era conocida por ser el epicentro de los pubs, el twist, la moda y el rock and roll. Sin embargo, se toma a esta década como un segundo espacio, siendo el Londres actual el universo principal. Pero, hay que recordar, que se trata siempre de una misma ciudad. Es aquí donde se desarrollan todos los hechos del filme. ‘Last Night in Soho’ cuenta la historia de Eloise (McKenzie). Una joven que vive en la parte campestre de la ciudad con su abuela y que tiene el don, al igual que su ya fallecida madre, de ver más allá. Ellie recibe una beca para estudiar moda en la ciudad de Londres, por lo que tendrá que mudarse a la ciudad. Su sueño se convierte realidad. Algo que más tarde volvería a sucederle. Ya que, al llegar allí, se empieza a comportar de una manera extraña. Ella ve cosas. Cuando se muda a lo que será su departamento rentado, empieza a tener sueños y visiones que rozan lo real con Sandie (Taylor-Joy). Una aspirante a cantante, bailarina y actriz, que quiere iniciar su carrera de una buena vez. Para ello, se consigue un reconocido representante de artistas conocido por todos: Jack (Smith). Sin embargo, poco a poco, Sandie se encontrará con el detrás de escenas de la bella cara de Londres en los años sesenta. Se choca con la realidad de su oficio. Nada es lo que parece. El director agarra al Londres de los sesenta con todo lo que conlleva. Su psicodelia, su neón, su glamour y, sobre todo, su música. El soundtrack realmente acompaña. Tanto al contexto como a su personaje principal. Ambos personajes, de McKenzie y de Taylor-Joy se topan inesperadamente con la realidad de lo que quieren ser. Wright mostrará en los primeros minutos escenarios de glamour y de elegancia. Para después volcarse en escenarios cada vez más turbulentos. Thomasin McKenzie interpreta el rol protagonista de una manera perfecta, llevando a cabo una excelente actuación. Sin embargo, es válido mencionar que el trabajo de Anya Taylor-Joy es un robo a mano armada. En el mejor de los sentidos. La joven intérprete se roba la película. Hace del papel de Sandie una figura propia y la encarna como si estuviese hecha específicamente para ella. Ambas actrices se destacan y ayudan a la experiencia total del filme. La historia de ‘Last Night in Soho’ se construye de una manera sublime. Los personajes son fáciles de comprender, caracterizar y de empatizar con ellos. Estos, a la vez, son utilizados como simples marionetas dentro de una trama de asesinato, misterio, glamour y twist, mucho twist. Wright ejecuta a la perfección un relato de terror y suspenso, donde juega con los sueños y lo real. Entregando una obra por momentos surrealista y por momentos nostálgica. Pero que en su totalidad, configura de lo mejor (por no decir lo mejor) del año.
Hay infinitas películas sobre lo que García Márquez llamó el mejor oficio del mundo. El periodismo, si se lleva a cabo de la mejor de las maneras, puede llegar a ser un arte. No hay blancos y negros para el periodismo: los individuos que lo ejercen son beneficiaros de cierta libertad, siempre dentro de diferentes parámetros, claro está. Lo que es cierto, es que no es fácil hacer una buena película sobre periodismo. ‘The French Dispatch’, por ejemplo, intenta ser una de ellas. La nueva película de Wes Anderson retrata el oficio del periodista. Más específicamente, del antiguo periodista. De un trabajador que tenía que salir a la calle para encontrarse con la realidad y que era capaz de retratarla sin dificultades algunas. Del escritor que llevaba su libreta y su lapicera a todos lados. Del que necesitaba de una máquina de escribir, su memoria y su experiencia. Otra cosa es que lo intente y no le salga. Wes Anderson lo hizo de nuevo. Creó un universo más donde habitan personajes excéntricos, sobreactuados e insulsos. Un universo donde ellos se desenvuelven con pasos milimétricamente pensados por el director. Se trata, además, de un universo donde el encuadre es lo más importante, donde se entiende a la pantalla como un todo que debe ser rellenado con información. Es decir, si, Wes Anderson lo hizo de nuevo. Otra película igual. Pero con diferente historia. Esta vez, se retratan los sucesos pertenecientes al desarrollo de la revista ‘The French Dispatch’, y a una edición en particular. La película se divide, en cada artículo que sus periodistas escriben para su publicación. Diferentes relatos, que poseen nula similitud entre ellos y que cumplen con la marca autoral de su director. Es por esta división de tramas por la que es difícil encontrarle un tono específico al filme. Resulta complicado caracterizarla, pero se termina entendiendo que cada acción y cada momento forma parte de un todo. Este todo es una edición más de la revista. Para describirla de cierta manera de una forma global, se podría decir que ‘The French Dispatch’ carece de espíritu. Parece una historia que no tiene ganas de ser contada. Es decir, se puede valorar y entender que se trata de una propuesta interesante en general, pero que termina siendo indebidamente ejecutada. El inicio y el primer acto triunfan en cuanto a narrativa, ritmo e historia. Pero se puede notar en el resto de la película cómo ésta decae infinitamente y no realza nunca. Las acciones pasan tan rápido que hasta podría llegar a tomar trabajo seguirle el hilo. Uno de los mayores problemas de ‘The French Dispatch’ son sus personajes. Tanto todos ellos como la película en general, cumple con los estándares de un largometraje filmado por Wes Anderson. Contando con semejante elenco, repleto de estrellas (consagradas y en ascenso) y de excelentes intérpretes, ninguno de los personajes llega a tomar la fuerza que se necesita. Al espectador no le interesan en absoluto las personas creadas por Anderson. El cast es excelente, pero también tiene sus falencias. Ya vendría siendo hora de que Timothée Chalamet cambie de papel, por lo menos en alguna película. Pero ese es otro tema. Lo importante es que es hasta imposible empatizar con alguno de los personajes del filme. ‘The French Dispatch’ es eso. Una película que defrauda la mayoría del tiempo, que cansa a la vista y que parece que su director la haya hecho únicamente para él. Decepcionante e insulsa.