La tipografía Times New Roman sobre fondo negro y un acompañamiento musical de Jazz adelantan que estamos indudablemente ante una película de Woody Allen. Sin embargo, Blue Jasmine no es exactamente un film al uso del director. A los 77 años se corre un poco de su clásica estructura narrativa repleta de gags, diálogos jocosos y conversaciones intelectualoides para dar lugar a la creación de un personaje que será el sostén de su historia con absoluta exclusividad. Dejando de lado temas más naif y atmosferas adorables casi de ensueño como las de Medianoche en París y A Roma con amor, el director parece querer volver a retomar su mirada más critica a través del personaje de Jasmine French. La interpretación de Cate Blanchett, quien se ya se perfila para lo que promete ser una cantada nominación al Oscar, parece estar por sobre el nivel del material dando vida a una mujer enfermiza, desequilibrada y sumamente odiable retratada de un modo muy serio y nervioso que se articula casi de rebote dentro de esta cuasi comedia que funciona mucho mejor como drama que otra cosa. Por su parte, la británica Sally Hawkins es la obvia y necesaria contraparte de Blanchett (su media hermana), una mujer mucho más simple que roza lo caricaturesco decorando el entorno de la protagonista que se encaja dentro del estilo de personajes que más le ha gustado crear a Woody Allen en el último tramo de su carrera. Woody Allen siempre se sintió cómodo señalando las distintas problemáticas de las clases sociales (particularmente la media-alta y alta). Detrás de toda esa riqueza, lujo,glamour y confort se alza esta mujer (Jasmine) hueca y superficial que a medida que ve cómo su dinero se diluye se va hundiendo en su propia miseria interior. Ahora bien, ¿qué tiene de nuevo esto? No mucho en realidad porque ya lo hemos visto mil veces, algunas más huecas que otras (como Somewhere de Soffia Coppola). Lo más atractivo, una vez más, es la magnífica vida que da Cate Blanchett a un guión que es mucho menos de lo que aparenta ser. Y esta vez, más que nunca, si se hiciera el experimento de cerrar los ojos y tratar de entender la película sólo a través de su audio, nos daríamos cuenta que funciona tan bien como si la viéramos normalmente. Y es que contrario a otras de sus producciones en donde a nivel visual se nota su dedicación (como Matchpoint, La maldición del escorpión de Jade o incluso su filmografía producida en los atractivos paisajes europeos), aquí el montaje, la fotografía y la dirección de arte pierde un poco de protagonismo dando lugar a una película casi pura y exclusivamente de diálogos.
El hecho de que Elysium haya sido realizada y anunciada como “del director de Distrito 9″ no necesariamente es garantía de confianza. Ya desde los trailers la premisa y el look del film resultaba sospechosamente familiar. El trasfondo social es particularmente similar al de la primeria película del director Sudafricano Neill Blomkamp con la diferencia de que en este caso no hay alienígenas marginados de otro planeta sino que los marginados son los mismos terrícolas (pobres) que quedaron en la tierra mientras que la clase alta emigró a “Elysium”, una suerte de Edén interestelar. Dicho elitismo da pie a la típica historia del camino del héroe. Matt Damon tras ser contaminado por una enfermedad mortal y con tan solo 5 días de vida restantes se ve obligado a recurrir a Elysium para acceder a la tecnología médica de los ricos capáz de curar su mal. El problema es que todos aquellos aciertos argumentales que en Distrito 9 se sentían frescos y originales aquí brillan por su ausencia. Por empezar resulta realmente complicado empatizar demasiado con el protagonista que con su simpleza y bidimensionalidad carece de carisma y recién en el tramo final tendrá la oportunidad de demostrarse héroe. La crítica social, que resulta ser el verdadero objeto de la película, peca de tibia y no lleva la misma fuerza que tenía el argumento de Distrito 9. Lejos de distinguirse del tópico de la película de acción/ciencia ficción cae en la mediocridad y hasta parece carecer de pretensiones y esfuerzo. Es como si Blomkamp hubiera activado el piloto automático intentando seguir con la inercia de su primer y anterior éxito. Defectos aparte, no sería justo pasar por alto que los 109 minutos que dura el film son al menos una pasatista aventura futurista con sus justas y bien ejecutadas escenas de acción y hasta en ocasiones con unos tintes gore. Quizás sea que simplemente le exigimos demasiado a un director que todavía puede mostrar su talento en proyectos futuros. Un tropezón no es caída, y dentro de todo el tropezón no fue tan grande.
Por definición un cadáver exquisito es un juego que implica la creación aleatoria de un argumento o historia en donde distintas personas adhieren palabras o conceptos sin saber qué propondrán los otros miembros del juego. Allá por los años 20, esta técnica se convirtió en una constante para varios realizadores surrealistas. De la retorcida mente de Salvador Dalí y Luis Buñuel surgió la célebre Un perro andaluz que precisamente había sido creada a base de distintas ideas incongruentes entre sí. Ahora bien… ¿Qué tiene que ver todo esto con El hombre con los puños de acero? Por lo absurdo de su trama, en un principio parece ser el fruto de un cadáver exquisito, pero luego más bien parece uno de esos chistes de “¿Qué tienen en común un rapero, un vaquero británico, el kung fu, china feudal y Quentin Tarantino?” La respuesta es esta película. Y el chiste es desastroso. Entre el grotesco y la vergüenza ajena este falso collage oriental consigue ser insultante en muchos niveles. El rapero RZA (protagonista, guionista, productor y director del film) es el absoluto responsable de esta insoportable imitación bastarda y adulterada de eso que Tarantino sabe hacer mucho mejor. El problema es que aquí prepondera el homenaje y las referencias al cine explotation que parece intentar cubrir una absoluta inconsistencia argumental. Si tuviéramos que abstraer la trama a lo más básico y escueto que pudiéramos diríamos que se trata sobre una venganza. Y si se nos exigiera desarrollar la historia un poco más también diríamos que es una venganza… El hombre con los puños de hierro debe ser uno de los pocos casos en los cuales la sinopsis, el tratamiento por escena, el arco dramático de los personajes y el guión son peligrosamente similares y breves entre sí (suponiendo que haya un guión, claro). Siempre habrá aquellos que intenten justificar que el género del film o la intención del mismo es la de causar gracia y que no debe de tomarse en serio, pero no es un problema de mala interpretación. Resulta absolutamente imposible tomarse en serio un producto como este, de la misma manera que es difícil disfrutarlo como parodia u homenaje. Por momentos parece una caricatura al mejor estilo Dragon Ball Z, de a ratos se pone gore y ocasionalmente tiene sus tintes pornográficos softcore. Quizás esta extraña fórmula funcione en un país como Estados Unidos en donde RZA es uno de esos raperos sorprendentemente exitosos, pero indudablemente de la frontera para afuera se encontrará con un público más hostil. Lo mejor: Por suerte sus creadores se apiadan del espectador con la duración del metraje que se extiende a sólo 95 minutos que así y todo parecen interminables. Lo peor: Luego de su debut cinematográfico RZA ya anunció 2 películas más.
Para entender y apreciar (o quizás repudiar) la nueva película de Antoine Fuqua hay que analizarla como la suerte de homenaje a ese cine de acción muchas veces descerebrado que vivió su apogeo allá por las décadas de los ochentas y noventas cuando Stallone, Schwarzenegger y Bruce Willis se habían convertido en los héroes de turno habituales. Ataque a la casa blanca se alza como un revival de todos los clichés que componían ese tipo de películas. En este caso el héroe de turno es el apático Gerard Butler que se desempeña como el guardaespaldas de un presidente de Estados unidos (Aaron Eckhart) al mejor estilo de Harrison Ford en Avión Presidencial. Ya la primera escena los presenta a ambos en un ring de box teniendo una práctica amistosa de un deporte que debería estarle prohibido a un funcionario de semejante envergadura, y aun así el guardaespaldas cumple el sueño de más de un ciudadano acertándole un buen par de golpes al mismísimo presidente de los Estados Unidos. A medida que avanza la narración, se ponen de manifiesto todos los lugares comunes a los que un film como este puede apelar, resultando en cierto punto grotesco y simpático. Y eso es en parte gracias a que fue catalogada como Rated (aquí en Argentina, apta para mayores de 16) lo cual le permite mostrar más violencia de lo habitual. Resulta gracioso por ejemplo que luego de dos horas de muerte, explosiones, golpes y violencia, el presidente y su guardaespaldas aun tengan ganas de tener diálogos como estos: Ambos protagonistas caminan alejándose de la Casa Blanca mientras se ve de fondo el edificio completamente devastado decorado con cadáveres por doquier: - Guardaespaldas: Señor, lamento mucho lo de su casa. - Presidente: No te preocupes amigo, creo que está asegurada. Música heróica ascendente. Plano de una bandera norteamericana flameando. Funde a Créditos. Y aquellos insaciables del género y la acción a puro tiro se contentarán de saber que como si Ataque a la casa blanca fuera poco, prontamente la nueva producción de Roland Emmerich (con el triple de presupuesto que esta) llegará a las carteleras de todo el mundo prometiendo otra historia sobre un nuevo ataque al recinto presidencial norteamericano. ¿Qué más podemos pedir?
Luego del anunciado retiro de Steven Soderbergh, finalmente llega su última producción. La carrera del prometedor y joven director nacido en Atlanta comenzó oficialmente con un video documental de la banda Yes. Poco a poco y un par de cortos de por medio, se hizo camino hacia su primer largometraje conocido como Sexo, mentira y video. No repercutió demasiado en taquilla ni popularmente, pero más de uno vio en Soderbergh un potencial que hace mucho no se veía en Hollywood. Tuvieron que pasar un buen par de films (algunos de ellos realmente muy buenos como Un romance peligroso y Vengar la sangre) hasta su primer gran éxito parejo tanto en taquilla como critica: Erin Brockovich. Esta película estrenada en el año 2000 fue mucho más que un brillante vehículo para llevar a Julia Roberts al Oscar. Retrataba la lucha de una mujer sola contra la impunidad de las grandes industrias. Ese mismo año el buen Steven parecía inquieto y sobre productivo cuando al poco tiempo estrenó quizás su obra maestra protagonizada por Benicio Del Toro y Michael Douglas entre otros. Traffic le significó a Soderbergh el reconocimiento unánime como el excelente director que es. El niño prodigio de Hollywood había madurado para convertirse en un serio realizador, y fue gracias a Traffic que obtuvo su reconocimiento como mejor director de ese año por los Oscars de la academia. En el medio pasaron muchas producciones interesantes como La gran estafa, Solaris, Che Parte I y II y unos cuantos etcéteras más. Pero hace unos pocos años atrás Soderbergh manifestó su cansancio con la industria cinematográfica y anunció sus últimas producciones. Para sorpresa de muchos el director empezó a encadenar estrenos de películas completamente intrascendentes como La Traición y la casi vergonzosa Magic Mike. De esa camada de películas se desprende Efectos Colaterales, la presuntamente última de las anunciadas. Con el antecedente inmediato de venir de una serie de fracasos, pero a la vez conociendo el talento que tiene el director como autor, uno podía ir a ver Efectos Colaterales esperando cualquier cosa. Por suerte para todos su última película es un digno final a una (en resumen) buena carrera cinematográfica. La película está dividida en dos partes principales. La primera mitad es práctica y exclusivamente un drama en el cual se presenta a una protagonista uncida en una vida de depresión y amargura. Pero a medida que avanza la historia, este drama psiquiátrico donde se pone mucho en tela de juicio el uso de los fármacos psicotrópicos, va mutando hacia la segunda parte de la historia que de la mano de Catherine Zeta Jones y Jude Law se transforma en un Thriller policial cargado de puntos de giro. Efectos colaterales es indudablemente un interesante fin (o con un poco de suerte, un paráte) a la carrera del (ya no tan) niño prodigio de Hollywood.
Alfred Hitchcock fue y seguirá siendo uno de los directores más importantes y famosos en la historia del cine. Su trascendencia como artista fue reconocida tanto por críticos contemporáneos a sus películas (y otros muchos actuales) como por colegas de todo el mundo (léase "El cine según Hitchcock" de Francois Truffaut). Pero la parte de famoso no fue menor. Además de haber dirigido poco menos de 70 películas, a mediados de la década del 50, Hitchcock aprovechó el apogeo de la televisión para lanzar su propio programa en el cual presentaba semanalmente historias de suspenso y misterios, que supervisaba personalmente y en algunas ocasiones también dirigía. Dicho esto, existe muchísimo material audiovisual y literario sobre la vida del excéntrico genio. Y es que el buen Hitch ("without the cock" como le pedía a sus actrices que le llamaran) estuvo siempre muy expuesto en el mundo del espectáculo. Basta con hacerse de alguna de sus películas en DVD o Blu-Ray, ver los extras y nutrirse de toda su vida y obra. O en su defecto adquirir alguno de los varios libros que se escribieron sobre él. Su vida fue indudablemente interesante, repleta de anécdotas que ayudan a comprender sus fobias, sus placeres y su particular personalidad. Cuando Hitchcock era tan solo un niño, su padre lo castigó por una travesura y le obligó a entregarle una nota al oficial que se encontraba en la comisaria aledaña a su hogar que dictaba que lo debía encerrar en una celda por un rato. Esto probablemente explique su temor y rechazo a la policía por el resto de su vida. Y lo que es más interesante, quizás resulte un indicio de porqué supo retratar durante varias de sus películas a personajes que eran acusados de un crimen que no habían cometido. Véase Intriga internacional, El hombre equivocado, Saboteur, El hombre que sabía demasiado (película que fue filmada originalmente en su Inglaterra natal y luego él mismo se encargo de hacer la remake con Jimmy Stewart en Hollywood) y Los 39 escalones entre muchas otras. Curiosamente en Psicosis, su película más popular y debatiblemente más importante, sucede todo lo contrario. Prácticamente todos los personajes son culpables de algo, y por eso su protagonismo dura tan poco, al punto de que uno de los aspectos más sorprendentes de la estructura narrativa del film es que el protagonista que lleva la historia adelante cambia cada 30 o 40 minutos. El problema de Hitchcock (la película, no el director), más allá del irregularmente acertado casting (Anthony Hopkins y James D'Arcy sorprenden con su parecido físico a Alfred Hitchcock y Anthony Perkins respectivamente, pero Scarlett Johansson y Jessica Biel están ahí porque probablemente algún productor pensó que la película vendería más) es que no tiene nada nuevo que contar. Ni siquiera se trata de un making of de Psicosis, que más allá de algunos altercados fue una producción considerablemente normal, sino más bien del contexto en el cual se realizó, y lo que presuntamente pasaba por la cabeza del director al filmarla. Hitchcock siempre admitió que se aburría y hasta se quedaba dormido en los platós porque para él la película ya estaba completa en su cabeza una vez terminada la pre-producción, luego sólo restaba ensamblarla. Con lo cual tampoco hay demasiada historia detrás de la realización, y es por eso que el director, Sacha Gervasi y el guionista John J.McLaughing encaran su historia más hacia lo personal, y particularmente sobre su relación con Alma Hitchcock, su esposa. Pero tampoco aquí hay demasiado por contar. Sin dudas Alma y Hitch eran muy unidos y dependientes entre sí a la hora de realizar cada una de sus películas, pero eso no debería pasar de lo anecdótico. Como enigma sobre cómo era el verdadero Hitchcock (suponiendo que el director de esta suerte de biopic nos lo quisiera plantear) la película decepciona y falla puesto que no se ofrece más de una faceta de su personalidad que es aquella que todos ya conocían.
Existía un viejo programa llamado "Talk it" al cual uno podía ingresarle texto, seleccionar una voz y tonada en particular y escuchar cómo una suerte de robot lo reproducía. La más divertida de las voces era sin dudas una llamada "singing boy" (chico que canta), y lo gracioso era que indiferente del texto que se le ingresara, ya fueran rimas consonantes o asonantes, todo sonaba forzadamente fuera de tono y mal cantado. Los miserables es bastante similar a eso. Parece como si el director se hubiera bajado el "Talk it" e insertado el guión entero de la película para que lo cantara el singing boy (o la singing girl según corresponda). Resulta gracioso ver cómo la progresión narrativa de Los Miserables se ve acompañada por el forzado canto de sus protagonistas. Algunos se suicidan, se enamoran, cambian de vida y toman decisiones radicales exteriorizando y explicitando pensamientos cantados solo porque el guión dictaba que así debía ser. No alcanza con contratar a actores que sepan cantar y tengan buena presencia en pantalla para contar una buena historia a modo de musical. Hugh Jackman, Anne Hathaway y Russel Crowe (y todos los que los acompañan) demuestran que pueden cantar y que saben lo que están haciendo, pero aquí el error parte del guión y la dirección. La reiteración de primeros planos se vuelve increíblemente molesta. Cada vez que la cámara se acerca suavemente hacia la cara de uno de los personajes y empiezan a esbozar gestos de sufrimiento sabemos que a la brevedad estaremos escuchando otro dialogo cantado (porque no parecen canciones, sino diálogos cantados). Y lo peor de todo es que esto sucede de manera constante. De los larguísimos 158 minutos de cinta casi el 100% está compuesto por diálogos cantados, prácticamente no hay lugar para parlamentos comunes y corrientes. Como si fuera poco la división de las escenas está dada casi siempre por fundidos a negro, ya que las mal llamadas canciones se encadenan una tras otra sin dar respiro. He aquí una grave malinterpretación del concepto de musical. Probablemente el director Tom Hopper (responsable de la ganadora del Oscar "El discurso del Rey", esa película ideal para ver un Domingo con el suegro) quiso acercarse más a tono de una ópera, pero al quedarse en algún lugar intermedio falló considerablemente. Que no resulte extraño si en medio de la proyección se oyen risillas viniendo de distintas zonas de la sala. Uno puede creer que se trata de un proceso de acostumbramiento, ya que el público no está tan habituado a los musicales (menos a uno como este) y que a medida que la película progrese se adaptarán y dejará de parecerles jocoso. Pero no. Las risillas persistirán durante las largas 2hs y media de metraje.
¿Quién dijo que 2 horas del ex presidente quizás más famoso de Estados Unidos matando vampiros podía ser una buena idea? Por lo menos el infinitamente mediocre Timur Bekmambetov (director de Wanted y Day Watch) así lo creyó cuando se puso al hombro este proyecto. ¿Y quién mejor que Tim Burton para apadrinar semejante barrabasada?. Lo que desde su premisa parece un chiste, pese a que el cine nunca ha tenido inconvenientes en presentar versiones apócrifas de la vida de distintos personajes históricos y/o ficticios, aquí se lleva a cabo con absoluta torpeza tanto desde lo narrativo como de lo visual. Penosamente Hollywood nos tiene mal acostumbrados a padecer este tipo de guiones en donde todo lo que se muestra ya se ha contado previamente con igual o peor vulgaridad. La historia comienza con un joven Abraham Lincoln que ya asomaba a sus casi 10 años su pasión por la integración racial, lo cual parece verosímil comparándolo a la realidad, pero luego nos enteramos que su verdadera motivación para entrar en la política fue vengar a su madre quien fue asesinada por un vampiro cuando el bueno de Abe era menos que un púber. Y es ahí donde se supone que nos tenemos que olvidar de cuanto sepamos sobre la guerra civil norteamericana y sobre el decimosexto presidente de Estados Unidos porque la historia aquí presente divergirá más que ligeramente de lo que conocemos como real. Pero por todos estos motivos, ya viendo el trailer se sabía más o menos por donde iría la historia, por lo cual aquel que se permita el atrevimiento de acercarse al cine para ver esta cinta, quizás lo haría esperando al menos entretenerse con eso que los americanos llaman "Eye-candy", es decir, una película en la cual se busca como distracción los efectos especiales, la fotografía o quizás los aspectos más bien técnicos o visuales que Hollywood tanto se encargó de estandarizar en su cine. Ahora bien... más allá de la controversia generada por el 3D y el respectivo uso de sus anteojitos para poder visualizar dicho gimmick, el problema que presenta la película del director ruso es que se ve pesimamente mal. Más de la mitad de las escenas se encuentran mal iluminadas y el ruido digital se encuentra presente en prácticamente todas las tomas, cuando es evidente que no fue una decisión estética, sino un error. Sin mencionar además que en la mayoría de las tomas en las cuales vemos a Lincoln vociferando frente a multitudes alcanzamos a distinguir que donde debería haber extras hay en cambio modelos 3D de humanos mal texturizados. Como si fuera poco, el abusivo maquillaje digital de los vampiros carece de detalle y nos hacen extrañar las viejas prótesis que supieron llevar famosos vampiros como Tom Cruise y Gary Oldman en otras producciones del género. Entre tanto corte de estilo videoclipero innecesario y distracciones visuales varias, Abraham Lincoln: Cazador de vampiros se vuelve un verdadero fastidio audiovisual símil y pareja a una de las últimas producciones de Bekmambetov, Wanted.
Steven Soderbergh es ese director indescifrable que aseguró que iba a realizar sus últimas 2 películas luego de Contagio, para poder dedicarse de lleno a la pintura ya que la industria cinematográfica lo cansó. En sus propias palabras: "cuando llegás al punto en el que pensás que si tenés que volver a subirte a una camioneta para encontrar locaciones te pegás un tiro, es el momento de dejar que otros se suban a la camioneta, otros que tengan la ilusión". Por lo tanto estamos en presencia de una de las probables últimas aventuras cinematográficas del director de obras tan distintas como Traffic, Erin Brockovich, La gran estafa y Che: Parte I y Parte II). Precisamente luego de haber filmado su biopic sobre la vida del líder revolucionario Ernesto Guevara, todo lo que vino después fueron películas menores, casi ejercicios cinematográficos. Contagio (la inmediatamente predecesora de La traición) resultó ser una interesante historia que de alguna manera nos dejaba con ganas de más, pero que indudablemente mucho distaba de sus mejores obras como Traffic o Erin brockovich. Tan buena fue la reputación de Soderbergh (este director que alguna vez fue reconocido como el niño prodigio de Hollywood) que en la actualidad un buen número de actores de renombre como Ewan McGregor, Antonio Banderas y Michael Douglas se ofrecieron para acompañar a la protagonista interpretada por la fisicoculturista, modelo de fitness, campeona de artes marciales mixtas y bonita (aunque algo machona) Gina Carano. El problema esta vez pasa por un guión muy tópico sobre algo que ya se ha contado y de la misma manera en muchas ocasiones. Sí es interesante a nivel técnico denotar la diferencia de dónde pone la cámara un hábil director como Soderbergh y cómo logra cautivar con las escenas de acción a diferencia de otros realizadores. No obstante el objeto final del film es sumamente intrascendente. Analizando la filmografía de tan ducho director extraña que esta vez sus inquietudes artísticas se inclinen hacia un tipo de cine de acción mucho más simple e irrelevante repleto de piñas, patadas, carreras, explosiones y disparos que hacen echar de menos todo aquello que había filmado hasta ahora. Solo queda esperar que al menos entre las pocas películas que le quedan por contar elija mejor su argumento y haga uso de sus excelentes aptitudes cinematográficas.
Glenn Close es Albert Nobbs. Sí, leyó bien, la famosa actriz otrora enemiga de los 101 dálmatas (Cruela de vil) se pone en la piel del personaje que da nombre a la película adaptada de un cuento corto. Ya desde el trailer se debe hacer una distinción importante que mucho afecta el juicio a la hora de reputar su interpretación. En realidad no se trata de una actriz interpretando a un hombre, sino de una actriz interpretando a una mujer que se hace pasar por hombre. Y no es la primera vez que esto sucede en una película, recordemos a Tilda Swinton en Orlando (1992), Kathy Burke en Kevin and Perry Go Large (2000) y la más cercana en el tiempo Cate Blanchett en I'm Not There (2007) interpretando nada menos que a Bob Dylan. La historia está centrada en la vida de una mujer que para sobrevivir a una sociedad que la dejó sin oportunidades como mujer, debe travestirse y hacerse pasar por hombre a fin de ganar dinero y alimentar su deseo de algún día poner un negocio propio con sus ahorros. De esta manera Albert Nobbs no entra en un esquema de travestismo por ningún tipo de perversión sexual o mera satisfacción cual Edgar Hoover. Se trata de un ser tan simple y mísero económica e intelectualmente que concluye que su única opción de supervivencia es transformar su aspecto para poder conseguir trabajos que como mujer le son esquivos. Bajo esta simple pero algo interesante premisa, el director Rodrigo García (amo y señor de los golpes bajos e historias deprimentes que devolverían a la vida a Charles Dickens para matarlo de envidia) alcanza un par de buenos momentos en los que la/el protagonista vive como mujer y hombre, denotando que en la sociedad irlandesa de siglo XIX tan solo la ropa y el sombrero definían el sexo. Pero lamentablemente la esencia no logra impregnar a toda la película que eventualmente se pierde con el complemento de personajes secundarios poco interesantes. Y otro de los principales problemas es que el personaje principal, quizás demasiado fiel a la idiosincrasia de un simple trabajador irlandés de finales del 1800, cuenta con motivaciones muy débiles. Si bien es cierto que para él/ella (enfatizamos en su ambigüedad ya que el mismo personaje llega a creerse que es un hombre) poner una tabaquería con su dinero lo era todo, a nivel cinematográfico y como meta personal no es un gran conflicto que remueva al espectador. Albert Nobbs es sin más una correcta propuesta cinematográfica que sin embargo peca de fría y la emoción no parece estar demasiado presente entre sus fotogramas.