CUANDO NO IMPORTA NADA Antes de escribir sobre La cabaña del miedo leo una noticia acerca del pleno desarrollo de la quinta parte de Transformers, y se me ocurre que debe ser la peor saga de la historia, y que salvo algún momento de la primera película, Michael Bay parece incapaz de meter un plano más o menos interesante en lo que concierne a los robots gigantes. Sin embargo, estoy a punto de escribir sobre esta remake, que originalmente iba a ser una secuela más de una saga que no solamente es floja -salvo algún momento de la primera película (como pasa con Transformers)-, sino que además es increíblemente intrascendente. La cabaña del miedo es casi una copia plano por plano de Fiebre en la cabaña (Cabin Fever), película de 2002 que aquí salió directamente a video, dirigida por el niño mimado de Quentin Tarantino: Eli Roth. Todos hemos tenido la esperanza de que Roth, finalmente, hiciera una gran película de terror en algún momento de su carrera, pero su cinismo a prueba de balas y nuestras infundadas expectativas han hecho que ese momento no se produzca nunca. Aunque vamos a mencionar la existencia de su defendible The green inferno (2013) que nunca llegó a estrenarse ni a editarse en Argentina. Y de repente, el bueno de Eli escribe un guión para esta remake, aunque en realidad, se ve como si el director Travis Zariwny hubiera filmado de nuevo el mismo guión que el de la versión de 2002, una especie de operación a lo Psicosis, de Gus Van Sant, pero mal, bastante mal. Sí, parece mentira que estemos hablando de dos versiones de esta película, pero no deja de ser interesante cómo la remake repite las mismas fallas que la original. Principalmente hablamos del tono canchero autoconsciente que atraviesa todo el metraje, que todo el tiempo se burla de la historia y de los personajes y no nos deja sentir empatía o interés por ninguna de las dos cosas. Además, mientras la película se regodea en el gore, el asco, la perversión y la violencia, se olvida de contar algo, cualquier cosa, por lo que todo se reduce a escena tras escena de muertes horribles de personajes que no nos interesan. No hay otro resultado posible que nuestra apatía y aburrimiento. No vamos a meternos con sobre-lecturas morales innecesarias para analizar una película como esta, pero digamos que el espíritu de Eli Roth, y su tesis de que toda la humanidad es mala y estúpida, se encuentra fuertemente presente en La cabaña del miedo, lo cual sólo refuerza nuestros sentimientos negativos por esos personajes de cartón, y deviene en más tedio. En resumen: La cabaña del miedo es sobre unos adolescentes con ganas de sexo y drogas que van a pasar un fin de semana en una cabaña cercana a un lago, y situada en un pueblo olvidado de alguna zona rural olvidada en la Norteamérica profunda. Lamentablemente se contagian una infección bastante violenta que los va matando uno a uno, dosificando cada muerte de acuerdo a como lo requiera el guión. Algo así como un slasher donde el asesino viene a ser la enfermedad. Todos se mueren, pero está bien porque todos eran malos. Además está filmada como si a nadie le importada nada, así que deberíamos olvidarla lo más pronto posible.
METAFISICA SUPERFICIAL Creo que ya está claro, nunca más va a existir un auge mayor para los superhéroes en el cine (y diversos medios audiovisuales) que el que estamos viviendo en estas décadas. En este escenario, tanto Marvel como DC, empresas que controlan casi todo en este nicho del negocio, intentan llevar a todas las pantallas posibles todo el material que se pueda usufructuar. Y en ese sentido, Batman: la broma mortal es un claro producto de estos tiempos. En el territorio de las adaptaciones animadas, de esas producidas para video, televisión, streaming o lo que sea, DC tiene la ventaja artística, Marvel mantiene allí una línea más infantil, colorida pero lineal. Pero DC, apoyándose generalmente en su gran as de espadas que es Batman, se atrevió a adaptar algunos cómics, eventos y novelas graficas fundacionales que han contentado a los fans al mismo tiempo que logran productos interesantes. Claros ejemplos son algunos de los films dirigidos por Jay Oliva: Batman: the dark knight returns part 1 (2012) y part 2 (2013), donde adaptaba el famosísimo e influyente cómic homónimo de Frank Miller editado en 1986; o su adaptación del evento Flashpoint (2011) en la entretenida Justice league: the flashpoint paradox (2013). Batman: la broma mortal es una adaptación de otro cómic mítico, famoso e influyente: Batman: la broma asesina de Alan Moore, el otro monumento viviente de los cómics. Dirigida por Sam Liu (Batman: year one -2011-), en principio comparte la línea estética de casi todos los productos animados DC que es la de la serie animada de Batman de los años 90, que a su vez estaba basada en Batman de Tim Burton (1989), tal es la importancia de lo hecho por el bueno de Tim. La película se divide claramente en dos momentos bien diferentes: una primera media hora donde se apura en establecer la relación entre Batman y Batichica con bastante acción detectivesca, violencia y tensión sexual, dejando en claro que no estamos ante un film para chicos; y unos 40 minutos finales que son la adaptación literal, viñeta a viñeta, del cómic de Alan Moore. Podemos decirlo, el film de Sam Liu es un poco cobarde, quiere ser un film para el público menos especializado y también apunta con obsecuencia a ese fan acérrimo y literal que abunda en el mundo de los cómics. Lo que más molesta es la falta de cohesión entre las dos partes, que por separado no están mal, por lo cual la división no termina de ser absolutamente nociva ya que, por suerte, Liu logra captar algo del denso espíritu del material original. Moore, un tipo talentoso con un ego y pretensión infinitas, quiere hablar de lo fino del límite entre el bien y el mal, pero también de las formas de la locura. Su tesis es que el Joker y Batman son dos resultados posibles de un mismo punto de partida, y en lo profundo no son diferentes. Algo de eso se puede captar en la película de Liu pero de manera más superficial, y esto se debe a que hablamos de un cómic que depende mucho de la palabra leída, cosa que pierde un poco de fuerza en la adaptación. Sam Liu logra, desde la cobardía de no meter mano en casi ningún plano de la parte que adapta el cómic original, y agregando una metraje en una parte que está bien pero que podría también no existir, una adaptación aceptable de, digámoslo, un cómic muy difícil de adaptar.
FASCISMO ESQUEMATICO Primero algunas aclaraciones siempre necesarias cuando hablamos de estas películas: 12 horas para sobrevivir: el año de la elección, es la tercera parte de una saga precedida por La noche de la expiación (2013) y 12 horas para sobrevivir (2014), todas dirigidas por James DeMonaco. Saga que, por otro lado, se sostiene en una premisa clara: en un Estados Unidos del futuro, cada año durante una noche se suspende la aplicación de la ley y los servicios públicos, con lo cual, quien quiera puede salir a cometer, durante esas horas, cualquier clase de atrocidad sin ser castigado por la ley. Lo cual, según se entiende, es una especia de válvula de escape social. Así las cosas, la saga de DeMonaco funciona a veces, en algunos momentos de la primera parte donde el foco era una familia de clase media sobreviviendo al asedio de vecinos y de unos ricos psicópatas, y más aún, en la segunda parte donde se exploraba las posibilidades de sobrevivir de un grupo que quedaba a la deriva en plena noche de purga. Con sus altibajos la clave era centrarse en expandir las posibilidades de ese universo marcado por la arbitraria noche de la purga. Pero todos sabíamos que esta saga está al borde del fascismo explosivo, y que DeMonaco se iba a querer disfrazar de George Romero y que iba a querer hacer con sus películas de género un ensayo social, entonces llegó esta tercera parte. Porque mas allá de algunas cuestiones argumentales y de ritmo, más allá de tener una buena primera hora y luego diluirse hasta no saber cuándo concluir, el principal problemas de 12 horas para sobrevivir: el año de la elección es que se mete con la cuestión política de lleno desde un punto de vista absurdamente esquemático. Es común que confundamos las premisas con las buenas ideas o que las tomemos como un rasgo de originalidad, pero la verdad es que sólo son pautas para acotar el argumento y marcar un rumbo a la historia. Lo interesante de la saga de DeMonaco es su violencia estilizada y su encanto clase B de explotación, no la reflexión sobre los dilemas políticos de ese universo un poco endeble e intrascendente. Pues bien, en esos temas se centra esta secuela y es un despropósito. Está claro que DeMonaco quiere decir que el hombre es el lobo del hombre, y que el mundo está lleno de malos psicópatas y de algunos buenos que también son psicópatas asesinos despiadados. Y todo el tiempo nos encontraremos con paradojas como que un país gobernado por fanáticos religiosos fascistas, que les parece bien que una noche al año nos matemos todos contra todos, llame a elecciones abiertas. O que nadie se pregunte por qué una sociedad donde gran parte de sus integrantes esta ávido de cometer homicidio o al menos un robo violento, respeta a rajatabla la ley y espera a la noche de la purga, es decir me pregunto: ¿a un psicópata le asusta que le apliquen la ley? ¿No aprendimos nada de los siete pecados capitales? La conclusión sobre 12 horas para sobrevivir: el año de la elección es tan simple como su premisa. James DeMonaco abandona los elementos que hacían a su saga un producto más o menos aceptable, y se entrega al fascismo esquemático de reflexión berreta al estilo Marcos Aguinis. Con lo cual es imposible salvar esta tercera entrega.
VIDEOJUEGOS Y CINE NO SE MEZCLAN Warcraft: el primer encuentro de dos mundos (un anti-título), es un proyecto de esos que producen un ruido extraño desde el comienzo de su existencia. Porque hay que decir que, a pesar de que se sabía que iba a ser dirigida por alguien interesante como Duncan Jones -En la luna (2009); 8 minutos antes de morir (2011)-, el hecho de que sea la adaptación de un videojuego (trasposición que casi siempre sale mal), y luego del visionado de los adelantos impersonales y burocráticos con los que fue promocionada, uno podía augurar un auténtico desastre. Por supuesto, las expectativas tienden a la exageración, y al final del día la película de Jones no puede ser declarada una calamidad aunque sea previsiblemente mala. Warcraft arranca siendo un desastre narrativo que da por sentado una gran cantidad de información, y que pretende establecer un universo fantástico a lo Avatar a la fuerza. Pero Jones no logra emular la maestría que tiene James Cameron (y, a veces, Peter Jackson) en esto de introducir al espectador en nuevos mundos fantásticos artificiales y hacerlos sentir como naturales y propios; el mundo de Warcraft nos es ajeno durante todo el film. Por lo demás, el director se toma casi hora y cuarto en lograr producir algún asidero para quienes estamos viendo su obra, y lo termina consiguiendo gracias a dos personajes del bando de los orcos en los cuales delega cierto peso dramático que parecía que una película como esta nunca iba a conseguir. La historias del arrepentido líder de clan llamado Durotan (Toby Kebbell) y de la mestiza Garona (Paula Patton), que se vuelven interesantes pasada largamente la primera hora del film, tienen además una resolución inesperada, compleja y, dado el contexto, sorprendente. Aún así, todo el movimiento apenas alcanza para salvar el honor. Los demás problemas que tiene la película parecen venir de su propio origen. El primer juego de Warcraft es de 1994, uno de los primeros en el género de estrategia en tiempo real, que como casi todas las sagas de la industria se ha ido complejizando en cada entrega en el plano narrativo. De hecho Wacraft deviene en el juego de rol en línea llamado World of Warcraft, con un rico y gigantesco catálogo de personajes e historias, cuyo éxito demuestra lo mucho que a los usuarios les importan esos personajes y sus circunstancias. Pero el cine mainstream de alto presupuesto es otra cosa, es un lenguaje que necesita construir el entretenimiento desde la contemplación pasiva, sin contar con esa herramienta hipnótica que es la experiencia de inmersión que es capaz de producir un videojuego. Para que nos importe lo que les pasa a unos terceros que vemos en pantalla tenemos que sentir empatía, cosa que Warcraft: el primer encuentro entre dos mundos apenas logra hacia el final, cuando ya es demasiado tarde para salvarse. Una lástima, porque Jones no es el idiota de Michael Bay como para andar haciendo estas cosas.
IMPORTAN LOS PERSONAJES Hay un rasgo distintivo en la filmografía de Nicholas Stoller como director, y es que parece comprender completamente a sus personajes, incluso para representarlos más allá de la historia para la que fueron creados y desarrollados. Entonces, así como con el spin-off Misión rockstar (Get him to the Greek, 2010) ampliaba el universo creado para Cómo sobrevivir a mi ex (Forgetting Sarah Marshall, 2008) y exploraba las posibilidades disruptivas del rockero Aldous Snow (Russell Brand); en Buenos vecinos 2 realiza una secuela de manual sin olvidarse de continuar, con una vuelta de tuerca, los conflictos de los protagonistas, que son los que le daban la humanidad necesaria a la excelente primera parte. Sí, la película es promocionada como si fuera igual a la primera, salvo que esta vez el matrimonio de Mac y Kelly (Seth Rogen y Rose Byrne) deben enfrentarse a una hermandad (es decir, una fraternidad de mujeres). De alguna manera esto es cierto, el director no le esquiva a la cuestión y establece la situación de vecinos en guerra rápidamente sin preguntarse demasiado. Aquí, obviamente, la reflexión sobre las residencias universitarias toma tintes feministas, y sin dejar de hacer chistes y a toda velocidad, Buenos vecinos 2 viene a decir algunas cosas interesantes acerca de la misoginia inherente a las instituciones educativas más arcaicas, como las universidades norteamericanas. Además, el cine de Stoller nunca se ve afectado por un excesivo cinismo, por lo que, aún burlándose del alocado grupo de universitarias lideradas por Shelby (una correcta Chloë Grace Moretz), siempre se mantiene el cariño por los personajes, por eso nos vemos involucrados con ellos y sus motivaciones. De todas maneras, lo que más importa en Buenos vecinos 2 es lo que sucede con los protagonistas de la película anterior, sobre todo con el personaje clave que es Teddy Sanders (Zac Efron). Teddy está absolutamente estancado en el pasado y parece imposibilitado de seguir adelante con algún proyecto de vida. Gran parte de la película se ocupa de este conflicto apostando a la actuación de Efron, quien demuestra que puede dedicarse a la comedia sin problemas, incluso haciendo un personaje complejo cuyo patetismo es incómodo y muy gracioso a la vez. También veremos a Mac y Kelly cuestionarse como padres, y demostrando lo relativo que es el concepto de adultez y maduración. Pero estos temas siempre derivan en un gag o un chiste ya que, por suerte, Buenos vecinos 2 no renuncia nunca al humor explosivo y de todo tipo. Stoller no olvida nunca que está haciendo una secuela y eso se nota: a Buenos vecinos 2 le falta algo de sorpresa. Sin embargo, el universo ampliado de estos personajes de la clase media norteamericana puestos en cuestión, en medio de una serie de chistes repetidos pero reformulados con esta vocación de incomodidad y locura, igual es de agradecer. Buenos vecinos 2 es una secuela digna de una gran primera parte.
CONSAGRACION Desde hace mas de una década, precisamente desde la salida de El juego del miedo (Saw, 2004), que el realizador malayo James Wan es candidato a consagrarse como el renovador del cine de terror norteamericano. Sin embargo, lo visto de sus películas de terror hasta ahora había sido correcto (como El títere, 2007) o una interesante vuelta a las fuentes como La noche del demonio (Insidious, 2010) o la mejor El conjuro (The conjuring, 2013), pero no mucho más. Contra todo pronóstico lógico, en 2016 Wan aparece con la que posiblemente su mejor película hasta la fecha, que también es un éxito de taquilla. Vamos a hablar primero de los aspectos negativos de El conjuro 2 que no es una obra maestra porque no es perfecta, pero es una gran película igual, porque es implacable es sus aspectos positivos. La principal crítica que le cabe es que, en su segunda hora, cae en la repetición excesiva de ciertos elementos argumentales que derivan en una resolución un poco apurada y no del todo clara. Le sobran minutos a la película de Wan que, además, en esta mixtura de elementos terroríficos modernos y de vieja escuela que propone, a veces abusa del susto fácil subrayado con sonidos estrambóticos, un rasgo contemporáneo bastante insoportable. Dicho esto, expliquemos porqué El conjuro 2 es una gran película. Wan le suma a su conocida habilidad para diseñar secuencias de miedo perfectas, una serie de aciertos narrativos que le agregan sustancia al relato paranormal. Apoyado en un efectivo elenco encabezado por Vera Farmiga y Patrick Wilson que interpretan al matrimonio Warren, cazafantasmas protagonistas indiscutidos de la franquicia, el director logra algo que parecía imposible de encontrar entre las 200 millones de películas de terror cínicas y malas copias de El proyecto de Blair Witch que se estrenan por año, que sintamos empatía por los personajes. Ed y Lorraine Warren son personas reales, psíquicos famosos y cuestionables de acuerdo a nuestro nivel de fe y credulidad con respecto al universo paranormal, pero como personajes de ficción son héroes despreciados por una sociedad hipócrita que a la vez los necesita, y que además comparten un vinculo amoroso trascendente y bien desarrollado como casi nunca se ha visto en el cine de terror. La enorme primera hora de El conjuro 2 es un drama con demonios insidiosos que en sus mejores momentos, y salvando algunas distancias, recuerda a lo mejor de El exorcista (William Friedkin, 1973). Más allá de la posesión demoniaca, claro está, hablamos de esta idea de que el mal inhumano que se mete con los más débiles y humildes, sea vencido con lo más cálido que tiene para ofrecer la humanidad, que es el sacrificio de unos para ayudar a otros. Estamos ante la consagración de James Wan como narrador lúcido, ya que sorprende con lo que elige contar y cómo lo cuenta. La primera hora de El conjuro 2 es lo que debería aspirar a filmar cualquier realizador, a tal punto que vuelve insignificante las fallas que aparecen en la hora y cuarto final.
TORTUGAS ABSURDAS Y UN POCO ARBITRARIAS Los orígenes de las Tortugas ninja son aparentemente difusos, para cada persona, depende de cuál de las formas en que fueron comercializadas llegó primero. Parecen venir de una película de 1990 dirigida por Steve Barron con marionetas de Jim Henson pero, en realidad, antes hubo una serie animada hecha para vender una extensa línea de juguetes de una empresa que tenia los derechos de unos cómics independientes creados por Kevin Eastman y Peter Laird en 1984, cuya idea de origen era parodiar y homenajear el trabajo de Frank Miller que, en aquellos años, estaba moldeando los paradigmas de lo que luego conoceríamos como la edad oscura de los cómics. Fueron un producto emblemático y simbólico de los años 80, que rápidamente pasó de ser una expresión artística subversiva de culto a un objeto industrial para vender, a puro marketing, en grandes cantidades. En este caso, Platinum Dunes, la productora del infame director Michael Bay, que había tomado la posta de la historia económica de las tortugas con el reboot de 2014 llamado Tortugas ninja a secas, se aparece con esta secuela despareja y ruidosa. Si algo podíamos rescatar de aquella primera parte era la capacidad del director Jonathan Liebesman para utilizar los recursos técnicos y estéticos de la factoría Bay para hacer algo medianamente digno y disfrutable. Hablamos de esa cámara inquieta, ansiosa y poco rigurosa, ese CGI demasiado brillante y artificial del que están compuestos tanto Transformers como las Tortugas en este caso, y las secuencias de acción que aturden y que suelen ser incomprensibles, sin mencionar el infaltable machismo. Liebesman le imprimía a las costumbres de Bay un poco de alma y fluidez, entonces uno podía sentir empatía con las tortugas, podía comprender y disfrutar la gran secuencia del camión en la nieve y hasta reírse del chiste de Will Arnett mirando el culo de Megan Fox sin demasiada culpa gracias al gran timing de la secuencia. Al director de Tortugas ninja 2: fuera de las sombras, Dave Green, le pasa algo parecido, lidia con problemas similares a los de Liebesman, pero no saca del todo a flote este barco ruidoso y aturdidor. La principal diferencia es que Green no es igual de ajustado que Liebesman para administrar los recursos, aunque es cierto que tiene que introducir más personajes y cambiar el perfil de otros. Las principales fallas vienen por el lado del guión, que está sobrecargado además de ser ridículo: se nos introduce más o menos bien a los nuevos personajes, que son muchos, porque evidentemente la intención fue meter todos los elementos de la serie animada que faltaban en la entrega anterior. Aparece Krang, el nuevo villano, dice su plan y se va, hasta que vuelve a aparecer al final porque vive en otra dimensión y por alguna razón quiere invadir la Tierra. Sí, es descuidado como en la anterior película, pero además no se esfuerza en lo más mínimo en construir a este nuevo villano, del cual las Tortugas no saben nada hasta que todo se reduce a una batalla final a puras patadas y piñas. Todo este absurdo es un poco insalvable y sólo se puede explicar en perspectiva con la serie animada, porque si no parece como que todo el universo argumental de esta nueva franquicia se hubiera vuelto loco y absolutamente arbitrario. Si le sumamos que el humor de la película no tiene tan buen timing como la anterior y que tampoco tenemos la misma justeza a la hora de las secuencias de acción fundamentales, debemos considerar a esta nueva entrega de las Tortugas como una película fallida. En resumen, Tortugas ninja 2: fuera de las sombras se forma al tomar la primera parte y agregarle todo lo que faltaba de la serie animada, sumándole la batalla final de Los Vengadores (Joss Whedon, 2012). Esto llevado a cabo por un director sin demasiada pericia a la hora de hacer conjugar todos los elementos de manera armoniosa, que no logra escapar
ALTISIMA CULTURA OCCIDENTAL Francia es un país con una gran reputación: su capital es la mejor, su cocina es la mejor, su filosofía es la más relevante, ni qué hablar de sus vinos y sus quesos. Por si fuera poco, también tienen al Louvre, tierra santa de la cultura occidental, y desde allí Alexandr Sokurov (famoso principalmente por el Arca Rusa y su tetralogía sobre el poder -Moloch, Taurus, El sol, Fausto-) comienza su reflexión poético-cinematográfica acerca de la cultura mundial, su conservación e importancia. Insistimos, junto con la Grecia antigua, Babilonia, Egipto y Alemania (antes de cometer el Holocausto), Francia es una especie de nación modelo, un lugar al que el resto del mundo observa con asombro y aspira a parecerse. Desde esa pasmosidad casi irreflexiva parece partir Sokurov, quien esboza una lineal historia del Louvre que también expresa amor verdadero por la tierra de Jean Paul Sartre y Franck Ribéry. Francofonía es un documental absolutamente convencional en términos de recursos de la imagen, es un montaje de material de archivo, ficcionalizaciones, largas secuencias del Louvre y de París, y mucho texto pomposo leído por una voz en off que, en general, es la del mismo director. Su tema principal es lo que hicieron los alemanes con el museo durante la ocupación en la Segunda Guerra Mundial, aunque esto es una mera excusa para reflexionar libremente sobre el Arte, en general con mayúsculas. Y detengámonos un poco aquí, ya que el principal problema de la película no es solamente su inagotable capacidad de aburrir, sino sobre qué y cómo reflexiona acerca de la relevancia del arte. Sokurov acumula una serie de aforismo o sentencias al respecto, arroja algunos lugares comunes acerca de los prejuicios nazis y sus ideas obre la cultura que importa y la que no, e incluso hasta hay una representación de Napoleón como un megalómano insoportable, algo tan obvio que asusta. No hace falta ser un cínico pero tampoco un genio, queda claro en Francofonía lo que piensa Sokurov acerca de la cultura occidental y cómo el pensamiento de la ilustración se expresa en este devenir del Siglo XX, que es capaz de considerar al Louvre como tesoro mundial al mismo tiempo que se comete el Holocausto. Lo cuestionable es cómo contar ese tipo de conocimiento, o reflexión, o idea; Francofonía termina siendo tres o cuatro datos interesantes sobre la historia del Louvre que se pierden en la confusión a la que nos somete el guión. Podemos pensar en este último film de Sokurov como un intento fallido, una idea que no da buenos resultados. Pero si nos detenemos en el génesis de un proyecto como este, un contenido más bien convencional que no tiene nada que agregar a nuestra ignorancia, y una idea de cine reflexivo que apenas se apoya en el recurso cinematográfico y mucho en las palabras hechas sentencias, podemos llegar a la conclusión de que Francofonía era una mala idea desde antes de existir.
Mutantes consolidados Constituida por un conjunto de ocho películas que comparten un universo común, X-Men es ya una serie construida a la manera del universo cinematográfico de Marvel Studios gestionado por Disney. El nombre clave aquí es el director Bryan Singer, quien como Tim Burton -Batman (1989), Batman vuelve (1992)-, Sam Raimi -El Hombre Araña 1 (2002), 2 (2004) y 3 (2007)-, y Richard Donner -Superman (1978) y una versión de Superman 2 (1980)-, hizo buenas películas de superhéroes con cierto riesgo y mirada personal -X-Men (2000) y X-Men 2 (2003)-, antes de que estas fueran un éxito asegurado basado en su llegada generacional a un gran público cautivo. Aunque también es el responsable de ese artefacto aburrido llamado Superman regresa (2006), con su X-Men: Apocalipsis continúa el buen camino de X-Men: días del futuro pasado (2014), y lo vemos debatirse entre sus formas de autor de la vieja escuela y la manera moderna de hacer estas películas que es, a grandes rasgos, agregar a la trama un sistema de referencias y guiños gigante para contentar a los fans de los cómics. Así como la película anterior servía para reformular las continuidades, actualizar la serie y, de pasada, conectar a los elencos de todas las películas, esta última entrega da el paso siguiente, apela a la mitología clásica de los cómics para extraer personajes y eventos emblemáticos. Aquí le toca el turno a quien dice ser el primer mutante, En Sabah Nur, también conocido convenientemente como Apocalipsis, quien tiene una ambición más o menos similar a la de Magneto: quiere un mundo dominado por mutantes, es decir, quiere arrebatárnoslo a nosotros, endebles y viles humanos. Aquí el guión incurre en una serie de arbitrariedades, sobre todo en lo que tiene que ver con el plan del villano, que complica y estira innecesariamente las cosas, algo que es ya inherente al género de superhéroes. Por otro lado, lo más discutible de la película es que vuelve sobre los mismos conflictos que Singer trabajó en las películas de 2000 y 2003, incluso reciclando antinomias, triángulos amorosos, ideas sobre la discriminación, la búsqueda personal de personajes como Mystique, etcétera. Los mismos conflictos que vemos cada vez que aparecen estos personajes que nos hacen preguntarnos hasta cuándo es válido seguir viendo variantes del cisma ideológico entre Xavier y Magneto, o hasta cuándo va a seguir Bestia renegado con su apariencia, o hasta cuándo aparecerá el coronel Striker torturando mutantes, o cuantas tragedias personales necesita Magneto para apuntalar su odio hacia los simples mortales, e incluso debemos preguntarnos hasta cuándo Fox seguirá contratando cuestionables maquillistas. En este sentido X-Men: días del futuro pasado era, desde la premisa, un poco más innovadora, ya que ponía a los personajes a trabajar otras cuestiones. De todas maneras, una muy buena segunda hora contesta (en parte) algunas de las preguntas hechas anteriormente. Singer nos demuestra lo que se puede lograr contar cuando de base hay una mitología consolidada. Toda la fuerza emocional de la película fluye hacia el final en una gran batalla conceptual (quiero decir, no tan física) y logra conmovernos aún cuando ese falso y básico dios que es En Sabah Nur se desenmascara demonio, o cuando Jean Grey (de nuevo) logra vencer sus inquietudes y desencadenar su infinito poder. Podemos decir que los consolidados mutantes de Marvel mantienen el balance positivo, y que sus constantes repeticiones todavía no hacen tambalear los resultados finales de, al menos, sus últimas dos entregas.
Verte es un martirio Hubo un momento, aproximadamente siete años entre 2003 y 2010, de alta intensidad en cine de terror europeo, y particularmente en cine de terror francés. Este periodo hasta llegó a tener su propio nombre -Nouvelle Horreur Vague-, bastante pretensioso si pensamos que apenas fueron un puñado de films de una serie de realizadores cuya idea principal era devolverle a las películas de terror una reinterpretación moderna de la violencia visceral que tuvieron en los años setenta. Los principales exponentes de este pequeño movimiento van desde la temprana Alta tensión (Haute tensión, Alexandre Aja -2003-) pasando por La frontera del miedo (Frontière(s), Xavier Gens -2007-), Inside: la venganza (À l’intérieur, Alexandre Bustillo y Julien Maury -2007-) y llegando aproximadamente hasta La horda (La horde, Yannick Dahan y Benjamin Rocher -2009-); luego la crisis económica hizo lo suyo. Pascal Laugier de despachaba en 2008 con Martyrs, una película que representaba ampliamente el espíritu de la Nouvelle Horrour Vague (que no volveremos a mencionar), y que impactaba por el extremo nivel de violencia que mostraba aún en el contexto del que provenía. Ocho años después algún parásito norteamericano creyó necesario hacer una remake que nos llega con el nombre de Martirio satánico, y aquí estamos sufriendo los escasos resultados conseguidos por los directores Kevin y Michael Goetz. La misma premisa vale para la original que para la remake, estamos ante una historia brutal de venganza. Lucy (Troian Bellisario), quien fue secuestrada y torturada durante su infancia, ya adulta busca asesinar a sus captores, que resultan ser una familia de clase media de lo más normal que esconde un oscurísimo absurdamente complejo secreto: forman parte de una organización ocultista que busca algunas respuestas sobre qué hay más allá de la muerte, y que cree que las va a encontrar torturando gente. No, no estamos ante una película sutil, en ninguna de sus versiones, sólo que en la versión original, el director Pascal Laugier no claudicaba en su afán de exhibir lo más crudamente posible todo tipo de violencia, como si no quisiera dejar descansar nuestra capacidad de sentir asco y repulsión. También es lo primero en lo que falla la versión norteamericana de los Goetz, que en comparación es una película mucho menos efectiva en cuanto a la utilización del impacto violento, con lo cual arranca mal, porque enseguida notamos las costuras de una película muy enclenque y cuya estructura es hermana gemela de la original. Entonces lo primero que notaremos es lo tosco del guión, que tiene mucho movimiento al principio y luego se frena demasiado en las interminables escenas de tortura (algo que le pasa a la mayoría de las películas que incluyen tortura, incluso a la Martyrs original). Además de que se utiliza una metáfora arjonesca para representar los traumas de la protagonista, un fantasma feo y culposo que aparece cada tanto. El combo se completa con unas actuaciones pobres y unos imperdonables efectos especiales que fallan sobre todo en los momentos gore, lo cual es extraño a esta altura de las circunstancias técnicas, pero la falla está ahí. Una película de torturas sin efectos verosímiles no tiene razón de ser y ese es el problema que arrastra desde el principio Martirio satánico. Esta innecesaria remake de Martyrs sirve para demostrar que se puede calcar la estructura de una película más o menos decente y convertirla en un completo desastre. Le pasa consigo mismo a Christopher Nolan con El caballero de la noche asciende (2012), le puede pasar a los Goetz.