Te miran, se te acercan, incluso te seducen… y cuando te quisiste dar cuenta, tu bolsillo quedó vacío. Esa es la esencia de los ladrones de guante blanco, en la vida y en el cine, donde suelen ser los personajes centrales de lo que ya es un subgénero. Y como pocas cosas generan tanto placer culpable como ver antihéroes salirse con la suya, surgió una buena cantidad de clásicos. Nunca está de más nombrar a El Golpe como uno de los pilares. Pero incluso la menos genial de estas películas tiene sus hallazgos, si es que está ejecutada con pericia. Como sucede con Focus: Maestros de la Estafa. Nicky (Will Smith), un timador experimentado, conoce a Jess (Margot Robbie), principiante en la materia. Lo que comienza como un coqueteo deviene en una relación maestro-discípulo, en donde él le enseñará que estafar al prójimo puede implicar enormes movimientos y variados recursos. Y pronto esa relación se convertirá es amor, en sentimientos verdaderos, cosa que alguien de ese mundo no puede permitirse sin experimentar las peores consecuencias. Entonces Nicky toma una decisión. Sin embargo, tiempo después, asuntos que creía del pasado reaparecen en su vida, justo en medio de un gran golpe. El principal encanto de la película dependía de la dupla protagónica (o -al menos- de quien encarnara a Nicky), y allí reside su mayor acierto. Pocos astros de Hollywood tienen el carisma de Will Smith: lo demuestra en cada plano, en cada frase, en cada gesto. Un papel similar al de Hitch: Experto en Seducción, con el agregado de que incurre en actividades políticamente incorrectas (criminales, bah). En ese sentido, su talento ya no sorprende. Quién sí tenía una prueba de fuego era la australiana Margot Robbie. La muchacha que cautivara a Leonardo DiCaprio en El Lobo de Wall Street (otra con un simpático saqueador) se consagra en un rol que le permite explotar tanto su belleza como su calidad de actriz. La química entre Smith y Robbie ya vale la pena el precio de la entrada. Glenn Ficarra y John Requa saben mezclar comedia, romance y elementos policiales, como se nota en el guión Un Santa no tan Santo (dirigida por Terry Zwigoff) y Una Pareja Despareja, la ópera prima del dúo. Aquí reinciden en otra historia de delincuentes implacables pero de buen corazón, dividida en dos partes. La primera se desarrolla mayormente en Nueva Orleans y consiste en el adoctrinamiento de Jess por parte de Nicky, que también le permite al espectador adentrarse en el universo de las estafas, desde los simples robos de billeteras hasta las jugadas más ambiciosas. La segunda mitad se desarrolla en Buenos Aires, donde los personajes principales vuelven a encontrarse durante una operación que involucra a un empresario español (Rodrigo Santoro). Esta porción del film gana en exotismo y sofisticación, pero narrativamente es inferior a la primera parte. De todas maneras, las estrellas y los toques de humor impiden que el guión caiga en un pozo. Focus: Maestros de la Estafa es un correcto -y por momentos, muy ingenioso- ejemplo de cómo las películas con estafadores nunca dejan de ser interesantes y atractivas, sobre todo si los actores dan en el blanco con el tono. Y el tándem Will Smith-Margo Robbie sí que sabe meterse a los espectadores en el bolsillo.
Los westerns urbanos constituyen un subgénero en sí mismo, al punto de que surgieron referentes de la talla de John Carpenter, Walter Hill y Michael Mann. Pero también es posible encontrar más buenos ejemplos fuera de los Estados Unidos, basta con recordar la estupenda Un Oso Rojo, de Israel Adrián Caetano. Polvareda sigue esa línea, siempre con una impronta muy suya. Tras robar una importante financiera, cuatro ladrones llegan al poblado de Polvareda. Allí deberán esperar los documentos y papeles necesarios para cruzar la frontera y ser libres de una vez por todas. Pero, como suele pasar, nada será tan simple: dos de los criminales son originarios de esas calles, por lo que deberán lidiar con cuestiones del pasado. Cuestiones no muy agradables, que podrían estropear los planes del cuarteto. La tensión se hará abrumadora. La ópera prima de Juan Schmidt funciona como una de vaqueros pero en la actualidad, con hombres duros enfrentándose a situaciones límite, aunque conservando códigos como los de antes. También es posible rastrear influencias del cine de mafiosos asiáticos, principalmente Exiliados, de Johnnie To: los personajes y muchas de sus vivencias, al igual que el tono (a veces calmo, a veces explosivo), son similares a los de aquel enorme film encabezado por Anthony Wong. La película no está basada en la acción (algo hay, en determinado momento, pero con fines dramáticos), sino que se centra en la intimidad del grupo, donde los momentos de monotonía incluyen pasos de comedia y partidos de fútbol, los que permiten empatizar con el cuarteto; lejos de ser criminales sin alma, se trata de personas con anhelos, con preocupaciones, con demonios internos. Dentro del destacado elenco se lucen Eduardo Cutuli, en el rol de El Mudo, y Horacio Camandulle Luna, protagonista de Gigante, de Adrián Bíniez. Otro de los aciertos es la locación. Carlos Keen fue elegido para representar a Polvareda, un paraje muy diferente de la ciudad, ya que posee sus propias rutinas, sus propias oscuridades, y además encaja perfectamente con las intenciones de capturar la esencia de los films de Oeste. Casi sin estridencias, y con acento en las actuaciones y en el guión, Polvareda llega para demostrar que, como Un Oso Rojo hace unos años, se pueden hacer grandes westerns modernos y criollos.
Desde la aparición de Plaga Zombie, en 1997, el cine fantástico argentino fue creciendo de manera lenta pero poderosa. De películas caseras, hechas sin dinero pero con sobrada pasión y talento, fue evolucionando a producciones más ambiciosas y cuidadas tanto desde lo formal como en lo referente a los guiones. Concretamente dentro del terror, Daniel de la Vega y Adrián García Bogliano se fueron haciendo de un nombre gracias a obras oscuras y perturbadoras, que trascendieron fronteras e inspiraron a otros cineastas. García Bogliano le supo añadir giros y elementos que le daban toques de originalidad. Un camino similar es el que tomó Gabriel Grieco con Naturaleza Muerta. Jazmín (Luz Cipriota), una joven y ambiciosa periodista de televisión, llega a un poblado para una nota sobre el efecto invernadero, pero enseguida se interesa por cubrir un hecho más llamativo: la misteriosa desaparición de una muchacha de la zona. Pronto dará con un heterogéneo grupo de personajes, algunos a favor del veganismo, otros cultores de la carne… y en el medio, más desapariciones, más asesinatos y un individuo con el que no te gustaría cruzarte. Con larga trayectoria haciendo cortos, videoclips y avisos publicitarios, Grieco se despacha con su ópera prima, en donde deja en claro su fanatismo y entendimiento del suspenso y del terror; los momentos de tensión y de violencia son buenas pruebas de ello. El director mezcla una intriga en un ambiente rural -contexto que suele darles un clima especial a estas historias- y el cine slasher, ya que aparece un asesino enmascarado del estilo de Michael Myers (Noche de Brujas), Jason Voorhees (las secuelas de Martes 13) y Leatherface (El Loco de la Motosierra y sus continuaciones). Un verdugo que, lejos de masacrar libremente a quien tenga la mala suerte de cruzarse en su camino o a jóvenes con hormonas en ebullición, extermina con un propósito concreto, inusual… y hasta de carácter militante. Luego de un prólogo aterrador y de un comienzo interesante, deudor del más inspirado Dario Argento, la película se concentra en su faceta más policial, pero cae en una extensa meseta narrativa, de la que logra levantarse gracias a una serie de secuencias gore. Luz Cipriota es toda una revelación como scream queen, en un elenco donde también participan Nicolás Pauls, Amin Yoma (también coguionista y productor), Juan Palomino y Nicolás Maiques. Aún con sus fallas, Naturaleza Muerta es la prueba de que el género fantástico nacional no detiene su marcha y que puede sobresalir cuando se le suman vueltas de tuerca poco habituales en un género donde, aunque no lo parezca, aún es posible intentar algo novedoso.
Cuando el mundo que nos rodea se vuelve agobiante, a veces lo mejor es escapar, al menos por un tiempo. Alejarse de la gente, de la rutina, de nuestros demonios, de todo. Por lo menos, eso es lo que hizo Cheryl Strayed en la vida real, lo que inspiró un libro sobre su hazaña y, más recientemente, la película Alma Salvaje. Cheryl (interpretada por Reese Whiterspoon) decide caminar más de mil kilómetros a lo largo de la Pacific Crest Trail, un recorrido que abarca de la frontera con México hasta las montañas de Oregon. Atrás deja un matrimonio fallido, asuntos familiares de delicada aspereza, excesos varios (sexo casual, drogas). Va equipada para la aventura (mochila, carpa, víveres), aunque pronto descubrirá que no se asesoró como correspondía, lo que le traerá más de un inconveniente en el trayecto. Sin embargo, Cheryl no se detendrá ante nada. Podrá padecer hambre, podrá sangrar de los pies, podrá ser atormentada por su pasado, pero ella no dejará de ir para adelante, en busca de sí misma. La caminata de Cheryl es contada de manera cronológica (títulos sobreimpresos van indicando el número de días), siguiendo sus desventuras, sus aprendizajes, sus encuentros con diferentes individuos, desde gente amigable que le brinda ayuda hasta potenciales psicópatas propios de Deliverance. En cuanto a su vida previa, la conocemos a través de flashbacks que surgen de manera repentina, anticonvencional y fragmentaria, como partes de un rompecabezas que el público deberá ir armando por su cuenta. Tras la muy premiada El Club de los Desahuciados, el director canadiense Jean-Marc Vallée vuelve con otra obra dura, a veces simpática, pero siempre honesta y real. Resulta difícil no pensar en Hacia Rutas Salvajes, ya que aquí hay otro largo recorrido a través de diferentes parajes alejados de la ciudad, aunque en ambos casos se trata de viajes de autodescubrimiento. Sin embargo, la forma de contar es distinta. En la película de Sean Penn, el punto de vista se desviaba de Christopher/ Alexander Supertramp (Emile Hirsch), el protagonista, para centrarse en su familia. Aquí, en cambio, nunca nos apartamos de Cheryl y logramos conocerla bien de un modo menos explicativo y más crudo y directo. Un acierto de Vallée y del talentoso guionista Nick Hornby. No obstante, salvando el encuentro de la chica con una posible amenaza de dos cazadores, las situaciones se vuelven repetitivas y la película termina haciéndose larga y densa. Aunque no venía eligiendo roles ni películas especialmente memorables, resulta imposible discutir el talento de Reese Whiterspoon. Toda una joven veterana de Hollywood, sabe lucirse en comedias como Legalmente Rubia y en dramas de la talla de Johhny y June: Pasión y Locura, que le permitió ganar el Oscar a la Mejor Actriz de Reparto. El de Cheryl Strayed es otro de los papeles de su carrera con un compromiso físico y emocional tan impactante que justifica su reciente nominación como Mejor Actriz. No menos destacada es la participación de Laura Dern: unos pocos minutos en total bastan para componer a la madre de Cheryl, una mujer sufrida, difícil y luchadora, que deberá enfrentar una difícil experiencia. Alma Salvaje es Reese Whiterspoon. Como la enorme mochila que lleva todo el tiempo, se carga la película (de hecho, también es productora), y eso, más el trabajo de Vallée y de Hornby en detalles muy puntuales, convierten a la película en una experiencia por sí misma.
La ecuación Espías + Cine no sólo suele ser garantía de entretenimiento sino que sabe originar una interesante cantidad de íconos. Durante los ‘60, el salto de James Bond de los libros a la pantalla grande en El Satánico Dr. No sirvió de puntapié para secuelas, imitaciones y parodias, constituyendo un subgénero que, cada tanto, ofrece impactantes sorpresas. Como Kingsman: El Servicio Secreto. Harry Hart (Colín Firth) parece el típico dandy británico, sólo que puede deshacerse él mismo de un grupo de terroristas. La capacidad propia de todo buen Kingsman, una organización inglesa más oculta que la reconocida M16. Cuando uno de sus colegas muere durante una misión, Harry -alías Galahad- acude a un potencial reemplazo: Eggsy (Taron Egerton), el hijo de un ex compañero muerto por su culpa. Eggsy anda a la deriva por la vida, lidiando con una madre asustada y un padrastro golpeador, cerca de convertirse en otro criminal de los barrios bajos londinenses. Ingresar en el duro programa de reclutamiento de la organización significará la oportunidad de reencauzar su vida y aprovechar sus destrezas físicas y mentales. Al mismo tiempo, Valentine (Samuel L. Jackson), un estrambótico magnate de los medios, está a punto de implementar un plan sumamente diabólico. Por supuesto, el enfrentamiento entre héroes y villanos está a la vuelta de la esquina. La quinta película del director Matthew Vaughn es también su obra maestra. Para empezar, potencia los aciertos y corrige los errores de sus creaciones más recientes y famosas: Kick-Ass y X-Men: Primera Generación. Al igual que las andanzas de Dave Lizewski, está basada en un comic escrito por Mark Millar y conserva el estilo corrosivo y las referencias al universo en el que se mueve, ya no el de las historietas sino el de las películas de espionaje, principalmente las de Bond protagonizadas por Roger Moore, como Vivir y Dejar Morir (un 007 más elegante, mujeres más despampanantes, gadgets más curiosos, malos más megalómanos). Al mismo tiempo, evita los problemas de tono y las subtramas inútiles de KA. De Primera Generación toma la espectacularidad, la rutina de adoctrinamiento -antes, de jóvenes mutantes; ahora, de aspirantes a espías- y hasta se da el lujo de evitar caer en la misma mínima pero llamativa equivocación geográfica: una vez más, en los primeros minutos muestra un paraje nevado de Argentina, pero ahora no especifica qué lugar exacto. En las aventuras de los Hombres X, la ciudad balnearia de Villa Gesell iba acompañada… por montañas y un lago, propios de la Región Patagónica. ¿Una manera de redimirse, la de Matthew? Si bien es conocido por sus roles de caballero parco, Colin Firth aquí demuestra que también resulta convincente repartiendo patadas y piñas, pegando saltos y disparando armas de diferentes tamaños, sin perder la parsimonia que lo caracteriza. Nada que envidiarle al bebé literario de Ian Fleming, y una muy interesante opción para hacer de John Steed si la serie de los 60 Los Vengadores vuelve a tener una oportunidad en el cine. Además, un gran apoyo para la revelación, Taron Egerton. El joven actor tiene con qué para convertirse en una estrella: estuvo por formar parte de X-Men: Apocalipsis, es candidato a encarnar al Hombre Araña y actuará junto a Tom Hardy en el film de gangsters Legend. No menos formidable es el trabajo de Samuel L. Jackson, y vale destacar que Valentine es de origen estadounidense y no europeo o asiático o latino, cosa que pasa muy pocas veces en esta clase de películas. Por su parte, Michael Caine (aquí es Arthur, el M de los Kingsman), tiene amplia experiencia en el rubro espionaje, debido a que fue el antibondiano Harry Palmer en la saga que comenzó allá por 1965 con The Ipcress File (Vaughn confesó que ese personaje le sirvió de inspiración para crear a Hart). La debutante Sophie Cookson es Roxy, otra aspirante al puesto de agente; un papel que podría remitir a Hit-Girl de Kick-Ass, sólo que no sabemos mucho de su vida ni llega a opacar al protagonista como hacía Chlöe Grace Moretz con Aaron Taylor-Johnson. Completan el elenco Mark Strong (una suerte de Q, pero más activo), la bailarina franco-argelina Sofia Boutella (mortífera secuaz de Valentine) y Mark Hamill, quien vuelve al cine clase A en esta producción y en la inminente Star Wars: El Despertar de la Fuerza, donde retomará al inolvidable Luke Skywalker. Tan fresca y divertida como enérgica, audaz y demoledora, con giros inesperados y una banda sonora utilizada de manera extraordinaria (Dire Straits, Iggy Azalea, KC & The Sunshine Band y una sorpresa al final), Kingsman: El Servicio Secreto recupera la mejor tradición del cine de espías, siempre conservando un universo y personajes propios, sin quedarse en el mero homenaje. Sin duda, la cultura pop cuenta con un nuevo gran agente (no tan) secreto.
El cine erótico siempre supo dar íconos, sin importar el enfoque cómico o dramático. En Estados Unidos tenemos desde Betty Page hasta Russ Meyer. Europa fue cuna de próceres, como Tinto Brass y películas como Historia de O y Emmanuelle, que volvió famosa a Silvia Kristel y comenzó una saga tan interminable como sorprendente. ¿Y por qué no recordar Once Días, Once Noches y sus secuelas? En Argentina, el tándem Isabel “La Coca” Sarli- Armando Bo alegró a un público ávido a la vez que enfurecía a los censores. El fenómeno softcore más reciente es la novela Cincuenta Sombras de Grey, de la autora E.L. James. Un bombazo literario que, como suele pasar, ahora tiene su versión en la pantalla grande. Reemplazando a su amiga periodista, la joven y tímida Anastasia Steele (Dakota Johnson) entrevista a Christian Grey (Jamie Dornan), un multimillonario de apenas 27 años pero con mucha seguridad en sí mismo. Al principio, la chica reniega del inmediato el efecto que le provocó aquel encuentro, pero el adinerado playboy la busca, y ella se deja buscar, y pronto comienzan una relación. Una relación lejos de las convenciones, ya que el Sr. Grey tiene gustos sexuales algo extremos, vinculados al bondage. Esta práctica pondrá a prueba el nivel de compromiso sentimental de Anastasia, al tiempo que entre ambos podría nacer algo parecido a un romance. Así como la novela no se acerca a Henry Miller o a Anaïs Nin (y para qué mencionar al Marqués de Sade), la película nunca es ni pretende ser El Último Tango en París, ni El Imperio de los Sentidos, ni Delicias Turcas, de Paul Verhoeven, ni ninguna de las perversiones provenientes de Europa o de Asia. Sí tiene relación con los films del director británico Adrian Lyne, especialmente Nueve Semanas y Media, Propuesta Indecente e Infidelidad. En los tres casos (elegantes dramas con elementos eróticos), mujeres comunes y corrientes sucumbían a los encantos de hombres con mucho atractivo (y una amplia cuenta bancaria, mayormente), que desencadenaban su parte más sexual o, al menos, prohibida. En la misma línea, aunque más kistch (sin buscarlo, por lo general), Zalman King realizó las hoy olvidadas y envejecidas Seducción de Dos Lunas y Orquídea Salvaje, y fue productor de Nueve… En los casos de Lyne y de King, ninguna de estas películas solía estar a la altura de la expectativa y el escándalo que generaron al momento de su estreno. Un caso similar ocurre con el trabajo de Sam Taylor-Johnson: está lejos de justificar el revuelo generado. Las escenas de sexo (convencional y del otro, incluyendo cuerdas y más instrumentos), muestran lo justo y necesario, sin las imaginativas puestas en escena propias de Lyne y sin provocar excitación en el espectador, salvo en la escena donde Anastasia reclama a su gélido príncipe azul para que la siga fornicando luego de que la desvirgara. La clave del éxito residía en el casting. Dakota Johnson apenas cumple como la dulce señorita que se deja llevar por nuevos niveles de placer. Aun así, la hija de Don Johnson y Melanie Griffith (otrora íconos sexuales ambos) resulta una presencia más destacada, y más ardiente, que la de Grey. Jamie Dornan encaja en el perfil de muchacho bonito, pero carece de la presencia y del magnetismo indispensables para el personaje, rasgos que tal vez le hubieran aportado Matt Bomer, el elegido por las fanáticas, o Charlie Hunnam, el primer contratado para el rol, quien abandonó el proyecto por problemas de agenda… y por el rechazo de las entendidas. La química entre Dakota y Dornan termina siendo despareja, y ahí reside la principal falencia del largometraje. El desaprovechado elenco secundario, encabezado por Marcia Gay Harden como la madre de Grey, tampoco ayuda a mejorar el panorama. Es posible rescatar la refinada banda sonora a cargo de Danny Elfman y la versión de Crazy in Love, de Beyoncé, preparada por ella misma para la película. Música más poderosa y cautivante que las imágenes. Pese a la fallas y al ritmo monótono y a la solemnidad del tono, Cincuenta Sombras de Grey tiene con qué para dejar contentas a las seguidoras del libro y a un público no demasiado exigente. El éxito de ventas anticipadas ya posibilita la concreción de las adaptaciones de las novelas que completan la trilogía: Cincuenta Sombras más Oscuras y Cincuenta Sombras Liberadas. ¿Podrán la directora y sus protagonistas enderezar el rumbo del barco? Será cuestión de comprobarlo cuando esas películas lleguen a los cines.
Las películas hechas para el lucimiento de figuras televisivas y/ o del mundo de la música son parte fundamental de la industria cinematográfica de cada parte del mundo. Los ejemplos son innumerables, y en algunos casos, el resultado final consigue trascender el carácter de mero vehículo de promoción para estrellas del momento. No es el caso de El Desafío… que tampoco es un insulto al séptimo arte. El Desafío lleva justamente por nombre un reality show que recala en un balneario del Delta del Tigre, con el propósito de filmar castings de nuevos talentos. Allí, en aquel lugar que apenas se sostiene debido a problemas económicos, trabajan Juan (Nicolás Riera), un atormentado empleado a las órdenes de Hernán (Gastón Soffritti). Si bien dicen ser amigos, hay tensión entre ambos por oscuros temas del pasado; tensión que llegará a un nuevo nivel cuando aparece Julieta (Rocío Igarzábal), la bella e inexperta productora del programa. El triángulo amoroso no se hará esperar. Desde lo técnico, un trabajo muy cuidado (se ve bien, se escucha bien), y desde el guión se desprende una sátira del mundo del espectáculo (no sólo los reality), en donde abundan los egos y las miserias, siempre camufladas de brillo y simpatía. También es visible una bajada de línea acerca de superar problemas personales para poder seguir adelante y cumplir sueños y afianzar amistades y encontrar el amor, muy común en estas producciones. La fórmula conocida, utilizada generalmente por Cris Morena para sus tiras juveniles. De hecho, casi todo el elenco de veinteañeros surgió de su inagotable cantera. Sin embargo, la mezcla de tonos -también ingrediente esencial de la exitosa fórmula- no termina de funcionar. Por un lado está la trama central, que tiene un enfoque romántico y tintes dramáticos. Más allá de situaciones forzadas y apresuramientos en la concreción de las relaciones, las escenas entre Juan y Julieta son eficaces (suma que los actores sean pareja en la vida real). Por otro lado tenemos la comedia, donde se luce Diego Ramos como Willy, un conductor histriónico, carismático, megalómano, insoportable; clara referencia a Willy Wonka, aunque con toques del diseñador Karl Lagerfeld. Con sus movimientos y sus frases tan creativas como hirientes, Ramos es el responsable de generar, si no carcajadas, al menos sí algunas sonrisas. En esa línea de comedia lo acompañan Darío Lopilato (ya especializado en perdedores torpísimos pero de buen corazón) y Maída Andrenacci como una ambiciosa empleada del balneario. Pero el choque de estilos, más los huecos y los caprichos narrativos, nunca terminan de darle forma a la película. El Desafío cumple como película destinada al público adolescente, en especial si es seguidor del trío protagónico. Los suspiros de amor y las risas están garantizados, y se nota que el debutante Juan Manuel Rampoldi hizo lo mejor que pudo. De todas maneras, aún siendo lo que es, podría haber estado mucho mejor. Queda esperar la otra inminente comedia juvenil argentina ambientada en el Tigre, más atrevida y lograda: Voley, de Martín Piroyansky.
Incluso las mejores relaciones pueden no terminar de la mejor manera. La carrera de Mark Schultz (Channing Tatum), ganador de medalla olímpica por lucha libre, cobra forma cuando es contactado por John du Pont (Steve Carell), un millonario con un punto de vista netamente Republicano. Gracias al apoyo económico y moral de John, Mark logra destacarse por sobre su hermano David (Mark Ruffalo), también luchador. Pero el vínculo entre ambos no tardará en agriarse. ¿Un film deportivo? Si bien tiene secuencias de lucha libre, se trata de un drama denso y oscuro, una demostración de que el sueño americano tiene su parte siniestra. Bennett Miller, director de Capote y de Moneyball, vuelve a contar otra historia sobre un hecho verídico, siempre con un estilo sin estridencias, concentrándose en los personajes, observando sus acciones sin juzgarlos. Un irreconocible Steve Carell se luce como Du Pont, en un papel que podría valerle una nominación al Oscar. No menos destacada es la actuación de Channing Tatum (viene demostrando que no sólo puede rendir cómo héroe de acción) y la del siempre estupendo Mark Ruffalo. Aunque no llega al nivel de sus trabajos anteriores, Miller consigue con Foxcatcher otro interesante film que, sin duda, seguirá llamando la atención en festivales y premiaciones.
Peter Jackson nunca le teme a los desafíos. Cada una de sus películas -desde la más gloriosa oda gore que es Mal Gusto- representa una propuesta audaz, que rompen esquemas y le permiten superarse. Cuando anunció que se haría cargo de El Hobbit -que iba a dirigir Guillermo del Toro, Jackson sólo quedaba como productor y coguionista- parecía haber abandonado su capacidad de riesgo creativo: ya le había presentado al público la Tierra Media en la trilogía de El Señor de los Anillos, que lo consagró como uno de los nombre más importantes del cine moderno. Nada que ver: el director neozelandés le sacó más jugo al universo creador por Tolkien, consiguiendo una nueva y sorprendente aventura... dividida en tres partes, aunque basadas en un solo libro, que justamente era la precuela de El Señor... Otro importante desafío, que culmina con El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos. La acción comienza en donde terminó El Hobbit: La Desolación de Smaug: el temible dragón Smaug (Benedict Cumberbatch) sale del castillo de Erebor y comienza a sembrar destrucción. Pronto logran acabar con él, pero la historia está lejos, muy lejos de terminar: Thorin (Richard Armitage), líder de los enanos, es consumido por el poder y se atrinchera en su reino recuperado. No piensa repartir las partes de la riqueza que le corresponden a los humanos y a los elfos. La situación se vuelve cada vez tensa. Comienza a gestarse un nuevo enfrentamiento bélico. Pero un pelotón de Orcos y otras criaturas horripilantes se aproximan con toda la furia, y las razas más nobles de la Tierra Media deberán unirse para combatirlos. Bilbo Bolsón (Martin Freeman) jugará un papel crucial para la supervivencia, enfrentándose a la amenaza. Como en los mejores momentos de las aventuras de Frodo y compañía, Jackson sabe orquestar las secuencias de guerra y persecuciones con escenas intimistas, en donde explora un costado más vulnerable -más siniestro, incluso- de nuestros héroes. Para empezar, el hasta entonces inquebrantable Thorin; cada vez más corrompido por el tesoro, al punto que querer asesinar a sus propios amigos por temor a ser traicionado. Una película para el lucimiento del todavía no muy conocido Richard Armitage, quien sabe plasmar la faceta menos lúcida del personaje. Martin Freeman tampoco se queda atrás a la hora de transmitir la evolución de Bilbo; lejos del muchacho ingenuo de El Hobbit: Un Viaje Inesperado, ahora es un individuo más fuerte, más sabio, más astuto… y también más oscuro y misterioso: todavía conserva -y seguirá conservando- el anillo que le robara a Gollum. Espectacularidad. Complejidad. Emoción. Peter Jackson es, sin duda, un maestro en combinar esos elementos para dar epopeyas fantásticas como El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos. ¿Volverá a visitar el mundo tolkieniano? En caso de reencontrarse de nuevo con hobbits, enanos y elfos, seguro será una propuesta que encontrará la manera de hacer tan fascinante como la primera vez.
Durante los últimos años, Disney acertó en adquirir empresas y franquicias que son garantía de calidad y entretenimiento. Como Marvel, cuna de los superhéroes más carismáticos de la actualidad. Era cuestión de tiempo la aparición de una película 100% de la compañía del Ratón Mickey, con personajes de aquel universo tan rico (y redituable). Aquí no está Iron Man ni ninguno de sus colegas Vengadores, pero, a lo largo de la película, los protagonistas de esta historia demostrarán ser “Grandes Héroes”. Hiro es un joven superdotado, al punto de que a los 14 años ya podría ir a la universidad, pero elije una vida clandestina, dedicado a las peleas ilegales con robots. Tadashi, su hermano mayor, para convencerlo de darle utilidad a su talento, lo suma a sus proyectos científicos, entre los que se destaca Baymax, un robot inflable programado para asistencias médicas. Cuando Tadashi muere en un terrible ¿accidente?, Hiro queda devastado pero pronto descubre al culpable: un individuo enmascarado y peligroso. Decidido a hacer justicia, el muchacho forma un grupo de superhéroes con el simpático Baymax, ahora también programado como un experto luchador. La película es una combinación de varias esencias que, lejos de chocarse, logran conformar un núcleo propio. Para empezar, la acción transcurre en un futuro alternativo, donde la cultura oriental y la occidental conviven en San Francisco (ahora conocida como San Fransokio, incluyendo a Tokio en el nombre de la celebérrima ciudad estadounidense). Hay ideas, momentos y varios sabores marvelescos: cuando Baymax usa armadura roja y vuela como un cohete no deja de remitir al alter ego de Tony Stark. Sin embargo, el espíritu Disney nunca se mueve de allí (protagonistas de buen corazón, seres queridos que mueren de manera trágica, humor y entretenimiento brillante, dramatismo y complejidad en momentos adecuados), y ambos universos logran convivir en función de una historia que también tiene ecos saludables -e inevitables- de Pixar, quien supo incursionar en el mundo de los superhéroes gracias a Los Increíbles. Beymax tiene con qué sumarse al interminable Monte Olimpo de íconos disneylanianos. Una mezcla de ternura marca de la casa y la fuerza y el temple propios de los referentes de Marvel. No sería justo olvidar al resto del nutrido grupo de científicos que, en sintonía con el mundo moderno, está compuesto por nerds devenidos en figuras valerosas: la veloz Gogo, el descontracturado Fred, la dulce Honey Lemon y el simpático aunque asustadizo Wasabi. “Cerebritos” que, aún con su inexperiencia, deberán ayudar a impedir los planes de una mente retorcida. Grandes Héroes absorbe lo mejor de Disney, lo mejor de Pixar y lo mejor de las epopeyas superheroicas, en un combo tan entrañable como vertiginoso. También, al igual que la reciente Frozen, es una muestra de que la corporación de Walt D. puede no ser tan pixardependiente, más allá de que haya tomado un camino similar al de John Lasseter y los suyos en cuanto a la tecnología empleada para los largometrajes animados. Y por supuesto, también representa el inicio de una potencial y divertida saga cinematográfica.