Paseo en tren Lola es una joven madre de tres hijos que necesita -para poder hacerse cargo de ellos- ayuda por parte del padre que la abandonó de chica. Una tarde, al regresar de trabajar, descubre que en su casa solo están sus dos hijos mayores pero no hay rastros de su padre ni de Rosita, la más pequeña. Sus hermanos le dicen que ambos se fueron más temprano en bicicleta a comprar unas zapatillas. Pero después de varias horas sin noticias comienza a desesperarse. A la mañana siguiente acude a la policía, donde su preocupación crece al enterarse que su padre está siendo buscado en relación a un homicidio en su lugar de trabajo. Llena de culpa y angustia, Lola teme que Omar se fugara del país con la niña, pero a las pocas horas ambos reaparecen alegando haberse quedado varados en el centro durante un paro de trenes. Hay muchos huecos en la historia de su padre y la misma Rosita parece estar ocultando algo, por lo que Lola no va a dejar pasar tan rápido toda la situación sin intentar al menos corroborar la versión que le cuentan. Vergüenza y secretos Si la confianza es algo que se construye, entre Omar y Lola faltan unos cuantos ladrillos. Ella sufrió su abandono siendo una niña cuando él estuvo preso y aunque ahora Omar le da a sus hijos un lugar donde vivir no alcanza para reparar sus errores del pasado. Durante toda la historia se nos plantea la misma duda que desvela a Lola sobre si él es realmente una mala persona o sólo alguien de capacidades limitadas para relacionarse afectivamente con la gente, un rasgo del que Lola no está tampoco del todo exenta y que la lleva a mostrar su faceta más dura cuando cree que su hija está en peligro. La vergüenza y la culpa son pilares de esa relación donde hay mucho que no puede ser dicho entre ambos, que aunque sean de generaciones diferentes comparten algunos mismos conflictos respecto a las relaciones intrafamiliares. Toda la fuerza narrativa de esta película cae sobre el guión y sus protagonistas, que logran sostener el conflicto sin develar una resolución obvia hasta el final por más que finalmente se nos exige aceptar algunas acciones y decisiones poco razonables para que todo cierre. Ambos alternan momentos donde se nos vuelven irritantes o hasta crueles, incapaces de confiar que los otros serán capaces de entender sus miedos o preocupaciones.
Problemas de Centennials De puro aburrimiento y sin creer realmente que fuera real, cuatro amigas de la escuela pasan una noche haciendo lo que supuestamente unos varones del curso están realizando esa misma noche: invocar a Slender Man. Alcanza con un simple ritual consistente en reproducir un video por internet que las inquieta más de lo que admiten. Especialmente a una de ellas, quien tras mostrar un comportamiento errático durante algunos días desaparece de una excursión en el bosque sin dejar rastros. Descartadas explicaciones más terrenales, sus amigas descubren que la desaparecida pasó sus últimos días obsesionada con Slender Man, investigando en internet y llenando su escritorio de dibujos. Desandando sus pasos, se convencen de que todo es mucho más real que una simple historia de internet y que están siendo acechadas por un extraño ser sin rostro capaz de enloquecer a cualquiera que se lo encuentre. Padres y guión ausentes. Era cuestión de tiempo para que el referente más conocido de la mitología de Internet llegara al cine. Tampoco sorprende que no lo hiciera con una calidad mucho mejor que cualquiera de los videos fanmade basados en algún creepypasta. La trama podría estar sacada de cualquier foro, rellenada para que alcance a la hora y media reglamentaria, que en este caso se siente como un rato más que eso. El ser que atrapó la atención de toda una generación de púberes tiene varios puntos a favor para ser un mito interesante, incluso a pesar de su historia algo inconstante que va cambiando según quien la cuente. Ninguna de estas historias se cuenta en la película más que de forma elemental; sus protagonistas comienzan desconociendo a Slender Man casi por completo y no hay interés de explorar ese camino. Alcanza con saber que cuenta con potentes habilidades psíquicas utilizadas para acechar y enloquecer a sus víctimas, hasta que finalmente decida llevarse algunas de ellas. Las que no mueren o pierden el juicio antes, claro. Sus motivaciones, métodos y criterios se ignoran, pero solo va tras jóvenes que muestran interés en él. Los adultos están ausentes en esta historia claramente apuntada a un sector demográfico muy acotado, el cual seguramente ya conoce sobre la mitología de Slender Man todo lo que la película prefiere apenas pasar por encima, quizás justamente contando con este detalle. La habilidad de Slenderman para causar aterradoras alucinaciones a sus víctimas tiene bastante potencial como para contar una historia que resulte al menos inquietante, pero con un presupuesto limitado que insisten en usar para escenas en CGI insostenibles y un elenco de adolescentes sin mucho guión para darle forma a sus chatos personajes, es esperable que el resultado sea aburrido y asuste menos que Beware the Slenderman, el documental de HBO sobre el caso real (RESEÑA ACA) de las chicas obsesionadas con el personaje al punto de planificar un sacrificio humano a Slenderman. El documental al menos cuenta algo.
Deseo propio y expectativa ajena Al pueblito atemporal oportunamente bautizado Resignación, regresa después de muchos años una madre soltera que supo tener aspiraciones de modelo, llevando consigo a su hija adolescente. Agustina se parece poco a su extrovertida madre, pero -aunque no deja de sentirse fuera de lugar- con el pasar de los días va vinculándose de a poco con sus compañeras de curso, a quienes escucha alardear incómoda sobre sus experiencias sexuales. En otro aula de la misma escuela asiste Pedro: también se siente ajeno a todo su entorno por estar rodeado de una familia hipnotizada frente a la televisión y apenas un amigo que le tolera su extrema timidez. O al menos eso parece a simple vista, porque cuando posa su mirada sobre Agustina por primera vez quedando encandilado al instante, será más su torpeza e inexperiencia y no tanto la timidez lo que se interponga en su determinación de acercarse a ella. Sobrellevando como pueden la presión social de un entorno que les reclama una actitud mucho más desesperada ante el sexo, la joven pareja sigue su propio camino de descubrimientos sobre todo lo que implica una relación de pareja. Modulá, Pedro La comedia romántica, y particularmente el segmento adolescente, es un género donde no suele haber mucho margen para salirse del manual y experimentar con historias o formas de narrar diferentes. Claramente no es el caso de Diego Lublinsky, quien durante su breve filmografía no hizo otra cosa que empujar los límites de un género que ya rara vez propone algo original. Lo primero que salta a la vista en el caso de Amor Urgente es el recurso de grabar utilizando fondos retroproyectados, algo que por suerte no se queda en una cuestión efectista sino que es una herramienta narrativa más, utilizada para establecer un clima entre atemporal y onírico que se funde de forma orgánica con la historia contada. Una vez que nos acostumbramos a la extrañeza visual, algo que no lleva más que un par de escenas, la narración y sus personajes se convierten en lo importante. Contradictoriamente, todo lo urgente del título se traduce en el ritmo cansino de Resignación y los miedos adolescentes que le ponen el freno de mano a los deseos. Presenta a sus protagonistas como seres sensibles intentando balancear las presiones recibidas del afuera con sus propios deseos y perspectivas, mostrándose superados para no sentirse dejados atrás, pero demasiado ocupados en sostener sus fachadas como para ver a través de las de los demás. Al mismo tiempo es ese arranque lento lo que le juega un poco en contra, junto con algunas actuaciones y diálogos no tan destacables que cortan la inmersión. Si entendemos que esa desesperación es parte de la propuesta, se hace hasta disfrutable ese humor incómodo del que ya hizo alarde antes el director, forzándonos a reconocernos en versiones algo caricaturizados de esa época en que teníamos todas las respuestas. O al menos eso le queríamos hacer creer al resto.
Al banquillo La vida de Dolores Dreier (Lali Espósito) cambió drásticamente hace dos años, cuando se convirtió en la principal y única acusada por el homicidio de su mejor amiga, cargos por los que sigue proclamándose inocente. El caso toma gran trascendencia mediática y todo el mundo tiene una postura tomada sobre su inocencia o culpabilidad, algo que se acentúa a medida que se acerca el inicio del juicio. Dolores espera ese día encerrada en la casa de su familia, aislada de las noticias y de toda persona ajena a su círculo cercano que no sean su abogado defensor y la publicista encargada de controlar su imagen mediática, algo casi tan importante como el aspecto legal de su problema. La larga espera por la fecha que va a determinar su futuro hace que la carga emocional sobre Dolores y su familia esté al borde de ser insoportable. Ella está jugándose todo por un veredicto que la absuelva de los cargos: pero liberarse de la culpa ya va a ser algo mucho más complicado. Con motivo y oportunidad Películas sobre juicios hemos visto a montones, pero siempre retratando un sistema judicial donde la teatralidad de los abogados es más importante que cualquier otra cosa que suceda en el recinto, algo que poco tiene que ver con nuestro contexto real. Aunque en la película tiene más peso el drama que el misterio, Acusada viene a cubrir ese vacío con una representación verosímil de un juicio local, con una historia sólida que recuerda a varios casos reales, pero que no se queda en las cuestiones legales. Por el contrario, prefiere prestar mucha atención a la condena social que padece la protagonista y cómo debe manejar la imagen pública que los medios reflejan de ella para intentar torcer el fallo. Pero Dolores no es una mente criminal ni una sociópata de manual, no necesita actuar para mostrarse en cámara como una chica de clase media alta que quedó claramente traumada por la situación que vivió, al punto que apenas puede hablar de ello. Para la justicia ella tenía motivos para atacar a su amiga y no es capaz de echar luz sobre algunos detalles de esas últimas horas que la incriminan, dejando todo el tiempo la puerta abierta para sospechar que no está contando toda la verdad de lo que sucedió o que incluso podría no ser inocente. Para contar esta historia el director usa una narración bastante tradicional que no toma muchos riesgos. Lo que hace falta entender es explicado por alguno de los personajes, y justamente si algo se puede criticar es cierta reiteración de explicaciones, insistiendo en volver a decir cosas que ya deberían haber quedado claras y que estiran de más algunas de las escenas (o directamente las vuelven redundantes). Por esto mismo se apoya mucho en las labores interpretativas de todo el elenco: por suerte, hasta cuando no destacan como mínimo están a la altura del desafío, incluso en los roles secundarios. Cada personaje importante tiene su momento de lucirse mostrando facetas, enriqueciendo con eso una historia que es menos compleja de lo que parece.
El último verano Una joven pareja está esperando el último examen en la universidad de Buenos Aires para poder volver a su Posadas natal, donde planean pasar las fiestas con sus familias y amigos que pasaron todo el año sin verlos, antes de seguir viaje a sus vacaciones en Brasil. Pero a Ernesto, con sus amigos lo esperan los cómplices de siempre y las costumbres de una adolescencia que ya está dejando atrás aunque no termine de amoldarse. Los días se pasan al sol y de fiesta con sus amigos los vagos, emborrachándose e intentando seducir a cada chica que se cruce en su camino, sin medir las consecuencias que ese impulso irresponsable podría tener en la vida que construyó el resto del año. Bañados por el sol y el alcohol El conflicto central de Ernesto es bastante previsible y no se desarrolla con mucha sorpresa; vemos cómo viene el tren de frente y queremos gritarle que se corra, sabiendo a la vez que a esa edad difícilmente alguien querría escuchar la advertencia, y que hay lecciones que solo se aprenden por las malas. A falta de una traducción adecuada, Los Vagos es un coming of age de código localpoblado de jóvenes veinteañeros de principios del milenio, en tiempos donde las redes sociales y los celulares no eran herramientas diarias para la seducción ni para mantenerse en contacto a larga distancia. La narración tiene un buen ritmo, que quizás acercándose al final se siente algo estirada, y las actuaciones son más que correctas pese a que solo unos pocos tienen alguna oportunidad de mostrarse: los secundarios quedan bastante desdibujados, sin que ello se sienta como un problema mayor pues se prefiere construir un ambiente general más que personajes específicos. Es ese ambiente de época lo que resulta más atractivo de Los vagos, especialmente para una generación de treintañeros que recordarán con algo de nostalgia sus últimos años de adolescencia. O al menos las partes que no estén demasiado borrosas y giratorias.
Yo adivino el parpadeo Dos hermanas muy unidas afectivamente pero separadas por la distancia se reúnen en la estancia familiar de La Quietud: Eugenia vuelve de urgencia desde París para estar cerca de su anciano y enfermo padre, quien acaba de sufrir un ACV mientras era interrogado por un fiscal. En la Buenos Aires que lleva años sin pisar la esperan su madre Esmeralda y su hermana menor Mía, la única que parece realmente interesada por la salud de su padre. Volver a verse después de años las hace recordar su infancia cómplice, el despertar compartido de la sexualidad, y también los conflictos que implicaba el vivir todo juntas, incluyendo la dispar relación que cada una de ellas tiene con sus padres; porque mientras Esmeralda favorece claramente a Eugenia y trata con frialdad a Mía, la hija menor sostiene una relación estrecha con su padre que ni siquiera su esposa comparte. La sorpresiva enfermedad del padre de familia y la noticia de un igualmente inesperado embarazo, fuerzan a aflorar algunos de los secretos mejor enterrados de la casa y de su entorno, donde nadie es del todo inocente. Moda tocada de oído Como no es tan raro en el director, La Quietud habla más de sus personajes que de una historia concreta y bien delineada. Pasa los primeros tercios de la película presentándonos a las mujeres de esta familia y algunos personajes extras que las rodean, mostrando sus rasgos principales que eventualmente resultan ser los únicos que tienen. Poco parece interesar a las hermanas más que el sexo y el romance, con reglas que difícilmente resultarían aceptables para el afuera pero que en privado viven con naturalidad. Solo esto justifica en la trama varias escenas de sexo que de otra forma son irrelevantes, sin aportar nada a la historia más que intentar agregar matices a los personajes. Es recién durante el último tramo donde la trama pisa el acelerador y se vuelve más interesante, detonando varios conflictos que se venían dejando a fuego lento desde el principio. Algunos remarcados tanto que no dejan margen a la sorpresa, como la revelación sobre los supuestos crímenes del padre que se adivinan desde los primeros minutos. Más interesante resulta la confesión de Esmeralda sobre sus motivos para no poder amar a su segunda hija, a pura fuerza de talento actoral de Graciela Borges. Las acciones se amontonan en el último tramo como si se hubieran olvidado de incluirlas durante el resto de la película, tiempo que ocuparon en detallar las infidelidades que todo el mundo parece cometer en ese círculo, al punto de que pierdan importancia de tan comunes. Esta remontada final resulta en que podamos salir de ver La Quietud con un recuerdo bastante positivo, el cual empieza a resquebrajarse en cuanto hacemos un breve análisis y recordamos los bostezos de toda la primera parte. El peso de toda la trama recae sobre el trío de mujeres, entre las que se destaca notoriamente Borges sosteniendo ella sola cada escena donde le toca pararse en el centro, acaparando los mejores momentos de la película con un personaje difícil de querer pero de lo más interesante. Con menos éxito quedan las hermanas protagonistas, forzadas a repetir algunas líneas de diálogo insostenibles, acompañadas por los llantos más carentes de lágrimas. Hay una clara intención de mostrar el universo femenino, centrando la mirada en sus mujeres y dejando a los varones en los márgenes como una forma de empoderamiento; sin embargo todo eso no deja de sentirse oportunista y superficial, puesto a través de una lente que no deja de objetualizar los cuerpos que muestra, siempre siguiendo un sentido estético normativo y en función del ojo masculino. Hay poco y nada de empoderado en las mujeres de La Quietud, para quienes su libertad tiene que ver más con una cuestión de clase que con subvertir roles de género. Desde el lado visual este nivel de producciones se merece una exigencia que no tendríamos con otras producciones menores y no se puede decir que no cumpla con las expectativas. Si bien no son tantas las veces donde destaque, contando un plano secuencia donde se cruzan varias acciones diferentes y algunos encuadres en penumbras, propone una puesta bastante naturalista y cálida acorde con el entorno idílico de la estancia.
Sin contar nada sobre la vida previa de Reynaldo, solo sabemos que su hermano le promete un lugar donde poder vivir al menos por un tiempo. Lo que no espera es que el costo de poder quedarse sea participar del robo a una escribanía, un trabajo que parece tan fácil que hasta un novato como él podría hacer sin problemas. Pero al entregador se le olvidó mencionar un detalle importante sobre el golpe, por lo que una alarma se activa haciendo que Rey deba escapar por los techos del barrio mientras ve como sus cómplices son apresados. Es en esos techos que esconde el botín, pero antes de poder seguir escapando cae en el patio de una casa y destruye el vivero que construyó para su esposa Carlos Vargas, un guardia de seguridad recién jubilado y deprimido. En vez de entregarlo a la policía, Carlos se apiada del adolescente y le ofrece una alternativa: quedarse en su casa y reparar el daño que causó como compensación antes de dejarlo ir libre. Sin muchas alternativas Rey acepta y comienza a trabajar bajo sus órdenes, desconociendo que hay gente peligrosa buscándolo por el botín y que pronto se generará una relación de sincero afecto entre ambos, pues vienen a llenar el agujero que cada uno está teniendo en ese momento de sus vidas. De rateros y comisarios corruptos La Educación del Rey cuenta una historia acotada y sin demasiadas vueltas; no pretende confundir a su público con misterios forzados ni complejizar una trama policial más de lo que hace falta, porque se concentra en lo que realmente quiere contar: la relación filial que se forma entre Reynaldo y Carlos. Por un lado, con el guarda jubilado encontrando una razón para levantarse cada día en la responsabilidad que toma hacia Rey, quien a su vez acepta sin mucha queja la guía que sabe que necesita para hacer el salto a la adultez. Carlos no es el héroe intachable de moral rígida ni Reynaldo el criminal de vocación que marcarían los lugares comunes: son dos personas que hacen lo que pueden desde algún lugar del espectro entre esos extremos, capaces de hacer tanto un bien como un mal pero siempre leales a la gente con la que se vinculan. Del resto de los personajes que habitan su entorno sabemos apenas lo justo para acompañar, insinuando que hay más en ellos pero que hay una decisión de no desviarse para mostrarlo. Pocas escenas podrían recortarse sin que afecten al conjunto. Solo podría criticarse cierto abuso de las coincidencias, o que el botín robado no parece tan importante como para que los villanos se tomen las molestias que aceptan para rastrearlo. Nada que rompa la inmersión de forma notoria. Desde el lado visual no faltan los momentos en que se notan las limitaciones de presupuesto, sobre todo en algunas desprolijidades en la ambientación o vestuario. Pero al no ser una propuesta que le da mucha relevancia a estos temas, poniendo el foco en la trama y en las actuaciones, con la imagen como un soporte, no es algo que moleste casi nunca. Quizás podría esperarse que recurran menos a la narración hablada para contarnos lo que estamos viendo, pero sería ponerse exigente de más ante una película que no pretende quedar en la historia, solo contar una.
La única forma de volver a contar hoy una de las historias infantiles más antiguas, es dándole un nuevo giro. Eso es lo que pretende hacer Cenicienta y el Príncipe Oculto, manteniendo la base clásica pero reformando todo el resto a algo más coherente con las generaciones actuales. Esta nueva Cenicienta también vive oprimida por su madrastra y hermanastras, pero ahora cuenta con tres ratones de aliados que hacen más llevadera su vida; cuando le llega la noticia de que el príncipe dará un baile en el palacio, manifiesta nulo interés por acudir. Finalmente sus amigos la convencen de ir, no para conquistar un esposo acaudalado que la rescate sino para conseguir comida gratis que compartir con ellos. El vestido sigue siendo un problema y el hada madrina la solución, pero deberá conformarse con una aprendiz que después de llevarla a la fiesta convertida en princesa se une a la búsqueda de comida junto con los ratones, descubriendo casi por accidente a los verdaderos villanos de esta historia. No tan moderna Desde la premisa, la propuesta deCenicienta y el Príncipe Oculto resulta bastante interesante y trae la clásica princesa a valores más contemporáneos compatibles con los tiempos que corren. La joven protagonista ya no es una doncella en peligro que solo puede verse bonita y esperar a que llegue el príncipe a rescatarla; por el contrario, se ríe de la noción de enamorarse de alguien solo porque porta un título o es apuesto y no teme enfrentar ella misma a los peligros para ayudar a la gente que realmente quiere. Los personajes son bastante genéricos pero funcionan medianamente bien dentro de la estructura propuesta, armando una buena dupla entre la protagonista y la maga que la acompaña para avanzar la trama, dejando la mayoría de los chistes al trío de ratones. Pero esa buena idea se desdibuja durante la ejecución con una narración que presenta importantes baches de ritmo, con diálogos sosos y resoluciones muy previsibles que no se justifican ni siquiera por la corta edad del público al que está apuntada, una generación ya de por sí bastante estimulada y consumidora de productos audiovisuales como para conformarse con algo que no los atrape de inmediato. Agregando personajes genéricos y con pocos momentos donde realmente se lucen, visualmente tampoco resulta atractiva porque presenta una animación que se siente chata y apenas digna de un programa de televisión, incomparable con la mayoría de las películas similares. Esto contribuye a que mientras por un lado mantiene un relato bastante progresista, al mismo tiempo deja una sensación de ser antigua, fuera de su época.
Improvisando el camino Sin mucho más contexto explícito, un grupo prepara un espectáculo de danza contemporánea que planean ejecutar al aire libre en el Parque de la Memoria, aparentemente con una temática relacionada que justifica la elección del lugar. Cuando se lo niegan, dedican varios minutos para contar el por qué. Poco a poco vamos entendiendo que no se trata de un grupo tradicional, al hacerse evidente que entre sus integrantes hay gente que no suele estar incluida en este tipo de arte, dejando ya dos posibles líneas narrativas con potencial. Pero no, prefieren dejar una cámara apoyada en algún lado para que espiemos algunos fragmentos de ensayo, los descansos entre ellos y conversaciones intrascendentes sobre los problemas que tienen para producir el espectáculo. Apenas podemos ver algunos fragmentos de lo que será el show, sin mucho contexto como para entender algo de lo que pretende contar, salvo cuando explican directamente con palabras lo que no logran mostrar con imágenes. Y del grupo de intérpretes, que seguramente tenían algo interesante para contar sobre su experiencia, no sabremos ni los nombres. Podemos sospechar que cuando iniciaron el proyecto tenían otra película planeada que perdió el equilibrio al aparecer el obstáculo de la negativa de poder utilizar el espacio deseado aunque se lo habían prometido. Desde ese momento, casi todo lo que vemos parece tener la finalidad de llegar a cumplir con una cantidad de minutos mínima. Mostrar para no contar Sin siquiera pretender evaluar el talento del grupo de artistas o la creatividad del proyecto que encaran, En el cuerpo de Alberto Masliah es un documental sin narrativa que deja hilos sueltos sugiriendo que hay historias interesantes para contar aunque la cámara nunca se interese por ellas. Cuando se dedica a mostrar la ejecución artística del grupo logra generar algo de interés, pero luego se pierde en un camino donde revela no tener claro de lo que quiere hablar. Dejar que la cámara espíe como si estuviera abandonada puede generar un clima de intimidad interesante en algunas situaciones, sobre todo cuando los personajes retratados conversan sobre algo que aporte a la narrativa del documental. Pero en este caso, cuando lo hace, elige capturar fragmentos que no aportan nada sobre los personajes ni su arte, anulando la atención que pudo haber capturado antes.
La Primera Purga Con la primera película se supo poco sobre el contexto de ese mundo donde una noche por año todos los delitos se vuelven legales, permitiendo a la gente -que el resto del tiempo son ciudadanos modelo- salir a expresar su violencia contenida robando, matando y torturando. O algo por el estilo, porque nadie puede realmente creer que alguien capaz de hacer todo eso una noche el resto del año tiene los patitos bien alineados. El éxito comercial de esta película de muy bajo presupuesto fue tal que no podía quedarse ahí: con mayor presupuesto pero no tanto éxito, la segunda parte ya no estaba contenida en el interior de una casa, pudimos tener una mejor idea de lo que sucedía en las calles y el significado que tenía la tradición al comprobar quiénes son las víctimas más frecuentes de las purgas y quienes resultan los mejores preparados para sobrevivirlas. Pero fue en la tercera cuando quedó explícito su sentido político dentro del programa del partido gobernante, Los Nuevos Padres Fundadores. Después de ver la última purga quedaba una pieza por develar, la que explica cómo es posible que una sociedad democrática acepte y convierta en algo natural semejante ritual.12 horas para sobrevivir: El Inicioviene a llenar ese hueco, pero no logra hacerlo del todo. Como es de esperarse, nadie aceptó de un día para otro las purgas anuales. El nuevo gobierno, de corte explícitamente reaccionario y teocrático, necesitaba demostrar su utilidad y para eso preparó un experimento sociológico voluntario en Staten Island, presentado como el sector más pobre de Nueva York. Golpeada por la crisis económica y sin muchas alternativas, buena parte de la población del distrito decide aceptar el dinero que se les ofrece por participar del experimento, sin mucha noción de lo que les espera. Sin embargo no son los únicos sorprendidos, porque el experimento tampoco progresa como esperaban sus organizadores a pesar de que hicieron todo lo posible para tirar la balanza para su lado en los días previos. La historia se cuenta en simultáneo desde quienes organizan y controlan el experimento desde el gobierno, y quienes se quedan en la isla, especialmente una pareja de hermanos y el líder de una pandilla local que debe proteger su negocio, pero que no tarda en asumir la misión de proteger a todo el barrio. Lo mismo, en una isla. La primera etapa de la película relata los días previos al experimento, presentando personajes y dejando clara la necesidad de los Nuevos Padres Fundadores de que salga como ellos esperan para poder replicarlo a nivel nacional como herramienta para combatir la crisis económica que los azota. Toda esa parte argumental, donde se pretende exponer el costado clasista de las Purgas Anuales, carece de peso real pues plantea argumentos bastante endebles que resultan desaprovechados si la intención era profundizar en ese costado de la historia. Pero es claro que en el fondo no son mucho más que una excusa para el thriller de acción que viene después. Alcanza con saber que los Nuevos Padres Fundadores pretenden combatir el gasto público reduciendo la población, específicamente los sectores socioeconómicos más bajos que más dinero les cuesta sostener. Siendo una precuela, ya sabemos antes de empezar no solo que las purgas se convierten en algo nacional y constante, sino también que efectivamente los niveles de pobreza y delincuencia bajaron con ellas, al menos en un principio. Lo que no quedaba claro era cómo había sucedido todo eso, cosa que tampoco sucede al final de 12 horas para sobrevivir: El Inicio pero que tal vez intenten seguir desarrollando en la próxima serie para TV (de la que te hablamos ACA) que extenderá el mundo presentando en las películas. A pesar de cierto aire de protesta política que pretenden agregarle, la película recién toma impulso cuando se dedica a las escenas de acción: lo hace de forma medianamente entretenida, aunque al mismo tiempo intrascendente. Ninguno de los personajes es relevante ni original, entran o salen a conveniencia y se sienten repetidos incluso dentro de la misma franquicia, sin mayores dobleces ni carisma; para peor, replica los mismos estereotipos raciales que supuestamente critica. Aunque desde lo narrativo está un escalón por abajo, en todos los otros aspectos mantiene los niveles de producción de la entrega anterior, con un reparto televisivo de caras poco conocidas que cumplen con lo justo, y una ejecución visualmente correcta sin grandes pretensiones que exponga de más sus limitaciones económicas. Conclusión Con un nivel parejo a lo que venía siendo, 12 horas para sobrevivir: El Inicio cierra la historia de este futuro distópico sin deslumbrar pero dando lo que promete: entretenimiento superficial que funciona.