No es el Murciélago Con años en el puesto, Carlos es conocido y respetado por ser uno de los pocos que se desvive genuinamente por encauzar a los jóvenes enviados a la institución donde trabaja, lugar al que llegan como alternativa a encerrarlos entre criminales mayores. Tanto se preocupa por esos chicos que desatiende a su pareja y a su madre enferma, pero también esa devoción lo ciega a algunas actividades cuestionables de parte de algunos compañeros de trabajo, quienes no comparten la misma opinión sobre los menores a su cargo pues los ven como irrecuperables. Rodeado por varios flancos, Carlos busca la forma de balancear su vida personal con su profesión, y lógicamente los conflictos de uno terminan afectando también al otro en ambas direcciones. Según su director, El Azote está inspirada en eventos de la vida real de un trabajador social que trabajó durante años en El Alto Bariloche, un barrio escondido de la mirada del turismo y poblado por una juventud sin muchas posibilidades de hacerse un futuro, pasto fértil para que crezcan los problemas de alcohol, drogas y violencia. Esas figuras negras La historia de Carlos, el fragmento de su vida del que somos testigos, no es sencilla y sus conflictos son varios y diversos. Su principal preocupación es proteger a esos jóvenes que el Estado y el resto de la sociedad abandona, incluso sus familias. Pero una madre enferma, una pareja distante, y hasta algunos ribetes sobrenaturales, se combinan para hacerle difícil la existencia. Aunque se le puede criticar alguna falta de contundencia en los últimos minutos, la narración de El Azote es sólida y con buen ritmo, entrelazando las distintas líneas para construir el cuadro completo sin desviarse mucho del eje. Todo esto mostrado con una estética naturalista, a la vez permitiéndose algunos juegos de luz y cámara que refuercen lo que se está contando. El punto más cuestionable en este relato pasa por algunas actuaciones y, especialmente, por líneas de diálogo que suenan rígidas o poco verosímiles, dejando abierta la duda sobre si es un problema de guion o de interpretación. Contrariamente a lo que suele suceder, los más chicos se ven y escuchan más naturales que sus compañeros adultos, incluso reflejando los frecuentes y repentinos cambios de actitud clásicos de una adolescencia cargada de enojo y frustración. Cuando a principios de siglo surgió una corriente de cine que exponía y denunciaba una vida diferente a la que suele llegar a la pantalla, muchas veces había algo que desentonaba; algo se sentía como visto desde demasiado lejos. Al mismo tiempo, cuando alguien parecía buscar una mirada más cercana, solía achacársele carencias artísticas que le restaban valor al producto final. Con casi una docena de largometrajes de aprendizaje, José Campusanoparece estar buscando el balance que le permita seguir exponiendo historias usualmente tapadas y con una fuerte carga política, pero contadas de forma atractiva e interesante para un público más amplio. El Azote es el capítulo más reciente de ese progreso. Conclusión Algo áspera y con los problemas habituales de elegir intérpretes más por su conexión con la historia que por su oficio, El Azotecuenta su trama de forma tan interesante que por momentos hace olvidar sus falencias.
Revancha de Mujeres Alo largo de los años, la estancia donde Matilde se prepara para morir fue testigo de muchos de los secretos de su familia. A su lecho de muerte atendido por sus hijas solteronas, se acercan sus nietos desde la capital, preparados para la que creen será la última visita. Uno de ellos parece más interesado en ver a la prima adoptiva con la que compartieron una historia en la adolescencia, mientras que el otro llega dispuesto a presumir de su éxito económico y su esposa estadounidense con estilo de estrella de cine. Los reencuentros y la cercanía de la muerte de la matriarca despiertan antiguos fantasmas forzados al olvido, con una historia que abarca tres épocas diferentes en la vida de una familia donde las mujeres son el centro. Sin embargo, lo que el poster llama revancha no es más que resistencia; las mujeres de la familia protagonista de Calzones Rotos no pretenden más que nivelar la cancha en un mundo donde corren con desventaja. Secretos de Familia Al no hacer explícitos los saltos temporales, Calzones Rotosquizás en un principio confunda al público desprevenido que puede tomarla como una historia que sucede en simultáneo, pero pronto se vuelven innecesarias las aclaraciones y con ver los fragmentos que se nos dan alcanza para recomponer las piezas que faltan en el medio. Los flashbacks no siguen un orden cronológico estricto porque van develando la información justa que hace falta en cada momento e insinuando el resto, para completarla más tarde o simplemente dejar que lo hagamos nosotros. Ese es uno de sus mejores logros: si contara la misma historia de forma lineal y directa no sería más que otra película del montón, sin gran parte de lo que la hace interesante. Todo el tiempo está sucediendo algo que puede ser relevante por más que no lo entendamos en el momento o, por el contrario, aunque ya sepamos lo que va a suceder. Después de todo, apenas comienza ya sabemos que hay muerte entre los secretos que esconden y sospechamos de quién se trata, pero eso no le quita un ápice de intriga a la historia que lleva hasta ese punto, pues se encargan de presentarnos varios caminos factibles que forman parte de una trama más compleja de lo aparente con secretos cruzados y superpuestos. Ese progresivo revelar hace que también entendamos poco a poco facetas de algunos personajes que no se adivinan a simple vista, interpretados mayormente con buen tino por un elenco bastante amplio, donde el protagonismo va rotando sin centrarse de más en nadie. Tal vez sea por poner tanto foco en los diálogos y actuaciones que visualmente puede sentirse un tanto sobria o clásica en comparación. Es un detalle que -sin llegar a restar- desentona un poco con un guión que busca incomodar con su humor irreverente, que tiene el acierto de nunca volverse burdo mientras visibiliza situaciones de opresión machista y clasista aceptadas socialmente como naturales, sin señalarlas con luces de neón pero de forma indiscutible. Esa diferencia de tono hace que más de una vez la imagen se sienta incongruentemente estática en relación a la agilidad de las acciones y diálogos que vemos. Curiosamente eso no sucedía en un teaser grabado años antes: simplemente una escena que fue rehecha para la película con menos potencia, reforzando la sensación de que si hubieran mantenido ese rumbo estaría hablando de Calzones Rotosincluso mejor. Conclusión Sin grandes estridencias visuales pero apoyándose en un guión sólido y actuaciones que le hacen justicia, Calzones Rotos es una muy buena comedia dramática sin miedo a incomodar, que rompe con los modelos de películas de época que solemos ver.
Siguen des-extinguiéndose Tres años pasaron desde que el parque de atracciones más novedoso del mundo se viera forzado a cerrar pues su última atracción escapó de su hábitat y puso a todo el público en peligro mortal. La isla fue abandonada y el mundo se debate sobre qué hacer con las criaturas des-extinguidas que la habitan, cuando el volcán hasta entonces catalogado como dormido vuelve a entrar en actividad. La política se divide entre quienes creen que deben considerarse especies protegidas y quienes sostienen que hay que dejar a la naturaleza seguir su curso, permitiendo que vuelvan a extinguirse bajo la lava. Liderando el grupo que pide llevar los dinosaurios a un lugar seguro está Claire Dearing, protagonista de la entrega anterior, devenida en ecologista y sin mucho éxito a la hora de lograr apoyo estatal para su empresa. Si algo enseñó esta franquicia es que un hombre con suficiente dinero no necesita preocuparse por infringir la ley en centroamérica, por lo que justo en ese momento hace su entrada el hasta ahora desconocido socio original de John Hammond: financiará el proyecto de trasladar los dinosaurios a una nueva isla santuario donde puedan seguir sus vidas en paz. Pero como ya sucedió en toda la saga, siempre hay alguien interesado en sacarle un rédito extra a la situación, aunque eso implique poner en riesgo muchas vidas. Y sin aprender la lección A diferencia de sus predecesoras, en las que básicamente todo giraba sobre gente tratando de no ser comida por depredadores feroces, Jurassic World: El reino caído tiene intenciones de contar una historia más compleja y centrada en humanos, tocando temas como el ambientalismo y el respeto a la vida en todas sus formas. Es un misterio quién consideró que hacía falta algo de todo eso, o que era la mejor forma de hacerlo, poniendo menos dinosaurios comiendo gente para compensar. Si Jurassic World era una reversión del inicio de la franquicia, no sorprende que su continuación haga acordar mucho a la segunda parte al menos en esencia. Otra vez un grupo de cazadores -liderado además por un personaje muy similar al de la primera secuela- se instala en la isla para llevarse todos los ejemplares que pueda, recurriendo a los expertos que sobrevivieron la primera vez para ayudarles con Blue, la última velociraptor. Es la criatura más inteligente y por lo tanto más difícil de rastrear de toda la isla, pero sobre todo es la excusa para convencer a Owen (Chris Pratt) de participar de la película en vez de quedarse en paz construyendo su casa. Y una vez más, el conflicto entre quienes se interesan por los dinosaurios desde la ciencia y los que lo hacen desde el lado comercial logra que el peor depredador sea liberado en tierra continental, poniendo en peligro a numerosos y sabrosos extras. Todo esto deja la sensación de que Jurassic World: El reino caído no es otra cosa que la misma secuela pero para la gente que todavía no había nacido en 1997, con la salvedad de que en aquel caso al menos mantenía mucho del espíritu pasatista que la hacía interesante. Esta nueva versión intenta tejer historias y personajes secundarios que su mayoría no aportan mucho a la película, o son directamente tan innecesarias que no terminan de resolverse sin que eso afecte al conjunto. Extrañamente los dinosaurios, que se supone deberían ser el eje central de todo, pasan más de media película en segundo plano y cuando aparecen están lejos de tener el brillo de sus mejores épocas. Tanto el nuevo ambiente fuera de la isla como el nuevo dinosaurio de diseño, que incluso con su nivel de absurdo en la anterior funcionaba de maravilla, no terminan de encajar y se sienten como una mezcla incoherente de montones de cosas que tenían que estar como para cumplir con una lista. Esto hace que se le sientan las casi dos horas, especialmente durante esos ratos en que la trama se arrastra tomándose demasiado tiempo para resolver cuestiones que no lo necesitan y que más de una vez solo se hacen tolerables por el carisma de los protagonistas. Los secundarios y antagonistas no hacen un aporte interesante a la fórmula, al punto que ni siquiera dan ganas de festejar cuando los supuestos villanos son atacados. Conclusión Si Jurassic World había sido un muy buen renacer de la franquicia a la altura de su primera entrega,Jurassic World: El reino caídodesaprovecha todo lo heredado y vuelve a desdibujarse con una película sin alma, a la que le falta el suspenso y la aventura que debería esperarse de ella.
Alemán de pocas palabras Una compañía alemana opera sobre el cauce de un río en un pueblo rural de Bulgaria, dejando solos a un grupo de trabajadores en un territorio extranjero por el que la mayoría guarda prejuicios por las diferencias culturales e idiomáticas. Solo uno de ellos parece un poco diferente, y al tiempo de estar en el campamento base con problemas para avanzar con la obra, se muestra menos interesado en compartir momentos libres con sus compañeros que en desarrollar una legítima curiosidad por la cultura de la aldea. Durante sus excursiones en solitario comienza a entablar relaciones con algunos de los pobladores, haciéndose entender como puede sin compartir un idioma en común. La desconfianza entre los locales y los extranjeros es mutua, pero poco a poco la curiosa y cercana amistad entablada entre el alemán y un búlgaro acerca a ambos grupos a una tregua de la que puedan beneficiarse ambos. Aire a western Podría sospecharse por el título que los conflictos se resolverán con un duelo al amanecer, pero realmente la referencia va más a la intención de explorar las mecánicas internas de un grupo exclusivamente masculino en un entorno aislado, trabajando por llevar más allá su civilización. Aunque visualmente tiene su interés y la premisa general de la historia es sólida, Western presenta sus mayores problemas en la construcción de personajes. Las dificultades para comunicarse, eje de la película, hacen que se pueda develar muy poco de la historia de los principales, dejando al protagonista apenas como una figura misteriosa de la que se sospecha más de lo que se devela. Su nuevo amigo búlgaro queda en una situación similar, algo que de alguna forma los pone en una situación de paridad que le suma carisma a la relación entre ambos. Sin embargo sucede algo bastante diferente con los otros, especialmente con el resto de los alemanes del campamento. Por alguna extraña razón, parece que dejar a un puñado de hombres de mediana edad solos en el bosque hace que automáticamente tengan una regresión absurda a la adolescencia, lo que los hace comportarse de forma inmadura y poco educada, pero sobre todo poco creíble; es una sensación rara ver a hombres con algunas canas y panza tratarse unos a otros como si fueran veinteañeros de vacaciones. Lo único que se mantiene interesante a lo largo de la película son las extrañas pero afectuosas charlas a media lengua y esforzándose por hacerse entender, por lo que quizás el resultado final hubiera sido más positivo si el metraje final tuviera media hora menos. Conclusión Demasiado larga para su propio bien,Western es una idea potencialmente interesante que se desdibuja con el pasar de los minutos.
Entre la Culpa y la Necesidad Como en una historia oída cualquier día en el noticiero o leída en los diarios, dos jóvenes en moto emboscan a una mujer mayor cuando sale del cajero automático para arrebatarle su cartera. Pero, quizás por reflejo, la mujer se resiste a soltarla y es arrastrada unos cuantos metros hasta que queda en la vereda gravemente herida. No hace falta verle la cara al conductor a través del casco para entender cuánto lo impresiona esa visión. Solo reacciona ante la insistencia de su cómplice, que lo impulsa a escapar. Cuando se detienen para repartir el botín conocemos a Miguel, un joven padre que a pesar de ganarse la vida como delincuente da muestras de tener algunos restos de buen corazón; se siente culpable por lo que acaban de hacer. Recuperando de la basura los documentos de la señora, la rastrea para sacarse la duda sobre qué fue de ella, descubriendo que se encuentra internada en el hospital sin recordar ni su propio nombre y sin nadie que se haga cargo de ella: aprovecha el hecho para instalarse en su casa, usando las llaves que estaban en la cartera robada. Mientras Elena se recupera de sus heridas, Miguel se hace pasar por su inquilino para tener dónde dormir al mismo tiempo que acalla su conciencia, ayudándola en todo lo que puede para que se recupere. Entre ambos se va formando una relación cariñosa, aunque Miguel vive esperando ser descubierto en la mentira. Zona de Grises Aunque es fácil a primera vista vincular El Motoarrebatador con la corriente de nuevo cine argentino que hace unos años tomó como tema el contemplar la marginalidad, en este caso hay un factor importante que lo diferencia: hay una historia concreta para contar. El foco no está en mostrar la situación como si fuera una visita al zoológico, sino en el personaje en sí; en exponer sus contradicciones y sus grises mientras trata de hacer lo mejor que puede en un contexto que le es hostil en más de un sentido. Miguel no es ni un santo ni un demonio, como tampoco lo es Elena, quien a veces maltrata o se aprovecha de su benefactor. Su amnesia parece siempre a punto de revertirse y eso pone a Miguel (Sergio Prina) en una situación de riesgo, pero así y todo elige quedarse a su lado. Queda a interpretación cuánto hay de egoísta y cuánto de verdadero sacrificio en su decisión de continuar atendiendo a Elena (Liliana Juarez), porque ni él parece saber la respuesta y la película no intenta convencernos de nada, aunque parece dejar claro que hay un poco de ambas fluctuando a cada momento. Sobre esa solidez de guion que no pretende romantizar la marginalidad pero tampoco condenarla (simplemente retratarla como una realidad), se apoyan los trabajos de sus dos intérpretes protagonistas para darle el extra que toda historia necesita y darnos motivos para que nos importe lo que les sucede a estos personajes. No es fácil empatizar con alguien que claramente está mintiendo y sacando alguna ventaja de esa situación, pero este conflictuado motoarrebatador lo logra sin necesitar de exageraciones ni muchas explicaciones. Pasa muchas de sus escenas en soledad y silencio, expresando solo con gestos sus conflictos internos; sin embargo se convierte en otra persona cuando está con Elena sin por eso generar contradicciones, porque deja lugar a las dudas sobre cuánto hay de real en el cariño que se muestran. Conclusión La trama de El Motoarrebatador podrá ser sencilla y a veces algo previsible, pero no por eso dejar de tener un carisma especial, sostenido principalmente por las interpretaciones de sus protagonistas. Se plantea humanizar sin justificar, tratando de no juzgar con extremos a sus personajes. Lo logra, quedando como un referente de la importancia de desporteñizar el cine argentino.
El caso de la hermana Los cinco años que pasó en la cárcel por estafa los dedicó a planear lo que haría al salir, pero los sueños de Debbie Ocean (Sandra Bullock) no incluyen reformarse y abandonar la vida de crimen que marcó a toda su familia, sino todo lo contrario: llevar a cabo el robo de joyas más grande de la historia. Y de paso vengarse de quien la mandó a la cárcel, algo similar a como hizo su hermano Danny en la primera entrega de la franquicia. También siguiendo la misma estructura de la primera película, apenas recupera la libertad se reúne con su antigua cómplice para convencerla de participar y juntas reclutar un diverso equipo que las asista en el rebuscado proyecto: para quedar bien con todo el mundo incluye a una hacker negra, una carterista asiática y una rubia madre de familia. Entre todas organizan el robo de un collar de 150 millones de dólares durante la gala más exclusiva del año en el museo de Nueva York, con la involuntaria ayuda de la celebridad que oficiará de anfitriona del evento. No hace falta exprimir el océano Tomar una historia que ya se contó con éxito y acompañarla de caras conocidas es una fórmula que a los estudios les gusta explotar para recaudar, incluso cuando (como en este caso) algunas de esas caras ya están irreconociblemente más jóvenes que cuando se hicieron famosas. Por lo tanto no se le puede exigir algo diferente a Ocean’s 8: Las Estafadoras, su única meta es buscar el entretenimiento con una trama que intenta sorprender con giros que desconciertan al público mientras intenta adivinar lo que está sucediendo. Sin embargo, esta película tampoco lo logra muchas de las veces que lo intenta, contando una historia chata y anticipable. Cuando le conviene para avanzar la trama elige ignorar factores antes plantados como dificultades. En la etapa de planificación, los conflictos que se supone llegan para complicarles la vida a las estafadoras se resuelven mágicamente en un minuto, sin influenciar mayormente el plan. Pero cuando finalmente lo ejecutan, algunos de ellos ni siquiera se tienen en cuenta. Por más que sea una propuesta que pretenda ser entretenimiento directo (e incluso dejando de lado aparatos y situaciones inverosímiles en el mundo real), cuando los factores que le dieron forma al plan solo son relevantes si les hace falta y desaparecen mágicamente sin dar explicaciones pues hace falta que no estorben, demuestra que la película tiene serias dificultades para sostener su propia lógica interna. No hay grandes problemas con que un film de robos espectaculares sea inverosímil en el mundo real y de hecho es parte de su gracia. Pero el necesitar giros que rompen las propias reglas establecidas un rato antes para engañar al público, eso ya es otro tema más difícil de aceptar. Sin mucha sorpresa, Ocean’s 8: Las Estafadoras termina siendo apenas otro intento de exprimir al mismo tiempo una franquicia que dejó de dar jugo después de su primera entrega, más la tendencia de responder a los reclamos de baja representatividad femenina sin preocuparse mucho por entenderlos. Más allá de la debilidad de la trama, que en una historia de robos complejos debería ser ya de por sí un problema importante, muchas de estas historias se sostienen por el carisma de sus personajes e intérpretes. En este caso, las integrantes de la banda son mayormente tan chatas que resultan irrelevantes e intercambiables; están definidas apenas por un par de pinceladas gruesas que no le dan mucho con que trabajar a las actrices por fuera de sus estereotipos, y ni siquiera les alcanza como para mostrar buena química entre ellas más que en momentos muy esporádicos. Conclusión Incluso valorándola como un producto pasatista, Ocean’s 8: las estafadoras es otra secuela innecesaria sin mucho para ofrecer, con una trama que no soporta un análisis ni al menos compensa brindando un entrenamiento sostenido.
Criatura de la noche Sin madre, al cuidado de un padre sobreprotector y una única amiga como compañía, Katie pasó sus 17 años a la sombra, víctima de una rara enfermedad que le vuelve mortalmente vulnerable al sol. Pasó su infancia tocando la guitarra, viendo pasar cada día frente a su ventana a Charlie, el chico del que por alguna razón se enamoró a primera y lejana vista aunque no sepa más que su nombre. Protegida detrás de ventanas especiales, durmiendo de día y viviendo de noche, la increíblemente bien adaptada adolescente sale por las noches para tocar su guitarra en la estación de tren del pueblo, donde aunque parece estar tan seguido como para hacerse amiga del empleado de la boletería, no se cruza con su amor secreto hasta el día de graduación. Tal como indica el manual del género, los nervios y la sorpresa arruinan el primer encuentro. Pero oportunamente deja olvidada su libreta mientras huye, por lo que es muy fácil para ellos volver a verse e inmediatamente empezar una empalagosa -y bastante inocente- relación que espera encallar en cualquier momento ante la decisión de ella de omitir el detalle de su enfermedad. Prefiere buscar excusas para no verse de día antes que confesarle su realidad, por miedo a que ya no la vea como antes. Aunque ese antes no tenga más que una semana, el tiempo que llevan de conocerse. Ni los amantes sobreviven Sacada del manual del drama romántico adolescente, Amor de Medianoche toma todos los lugares comunes de una docena de tramas similares y los mezcla con el mensaje oculto de los slasher de los 80s, para resumir en una historia básica y con algunos golpes bajos, sin contar los momentos musicales que solo suman para estirar el metraje y justificar la presencia de Bella Thorne. Justificar al hijo de Arnold es un poco más difícil, pero seguro tenga algo que ver el hecho de verse bien juntos en cámara, algo en lo que se les puede dar algo de crédito en el sentido más estereotipado. Poco de lo que sucede durante la película se justifica, pero es en la última parte donde los personajes se desdibujan sin mucha explicación y actúan de formas inconsistentes con lo que venían siendo, por más plano que eso fuera. Nada de lo que propone Amor de Medianoche como película resulta medianamente interesante, pero para no quedarse ahí aprovecha a repetir un mensaje bastante reprochable y no solo por romantizar las enfermedades terminales. Continúa estereotipando las relaciones afectivas de formas irreales, donde alcanza con ver a alguien por una ventana para enamorarse durante una década y que -cuando finalmente se conocen- todo sale como había sido soñado sin ningún contratiempo, por lo que hace falta un conflicto externo y extremo para poner a prueba esa relación. Una prueba que es tan superficial como la historia que cuentan. Conclusión Con una trama que además de ya vista muchas veces es por sí misma previsible, actores sin mucho para ofrecer sobre unos personajes que no tienen mucho sentido, Amor de Medianoche no aporta nada ni como pasatiempo.
Pan y circo Como cuenta la historia, la ocupación inglesa de la desguarnecida capital del Virreinato no encontró resistencia: apenas 300 soldados alcanzaron para lograr que el virrey se fugara con el tesoro público, el verdadero objetivo de los atacantes. Mantenerla fue un poco más difícil para el general Beresford (Mike Amigorena), ya que inmediatamente después de su llegada comenzaron a organizarse milicias criollas con la misión de expulsar a los británicos por las armas. En la versión de los hechos que cuenta No llores por mí, Inglaterra, el general sabe que necesita distraer a la población el tiempo suficiente como para recibir refuerzos. Para eso les presenta un nuevo juego: el fútbol. Sin proponérselo encuentra un aliado en Manolete (Gonzalo Heredia), un criollo empresario del espectáculo que ve el potencial comercial del nuevo deporte si logra darle a cada equipo un verdadero incentivo para ganar y que sirva para llenar las tribunas de público. ¿Qué mejor para recaudar que enfrentar en un partido a dos equipos que se odien a muerte? Pero como es de esperar, no todo es tan fácil como Beresford planificaba: lejos de distraer a la gente, el fútbol se convierte para ellos en un arma de resistencia. Escape a la criolla Lo deja explícito a los pocos minutos haciendo que su protagonista juegue con un spinner para matar el tiempo: aunque se apoya en hechos y personajes reales, No llores por mí, Inglaterra no tiene pretensiones de rigurosidad histórica, abraza con ganas al centenar de anacronías que le sirven para contar una historia que podrá ser predecible (y eso es algo que siempre juega en contra de la comedia), pero su gracia está en el tono demencial con que está contada. Todo es incoherente y por alguna razón no desentona tanto como cabría esperar, al menos si se tiene claro qué verás antes de entrar a la sala. Tomársela en serio sería darse un tiro en el pie; no hay forma de disfrutarla con esos ojos. Hace falta aceptar que los británicos hablen en castellano, cada uno con su propio acento o algunos sin él. Hay que mirar para otro lado ante chistes y líneas de diálogo demasiado obvias, a veces con una carga chauvinista que solo tiene sentido dentro del folklore futbolero. Y de eso hay bastante: desde chicanas entre equipos y futbolistas a cassette, pasando por referencias a encuentros históricos que no se quedan en los más conocidos o modernos, sino que hasta llegan al partido del ´66. Claramente hace falta compartir ese código del deporte para aceptar mejor lo que propone No llores por mí, Inglaterra y gran parte de su atractivo pasa por ahí. En todo este contexto puede esperarse que sea difícil evaluar las actuaciones dentro de parámetros rígidos. Los intérpretes se relacionan con diferente fluidez ante ese absurdo: no sorprende que Capusotto se mueva como pez en el agua, Heredia lidera con bastante solidez, José Chatruc sorprende con un trabajo decente teniendo en cuenta que no es actor de profesión. Pero otros secundarios parecen mucho menos cómodos con el tono, y no hacen más que leer las líneas que le tocaron para personajes sin mucho desarrollo. En donde toda esa incoherencia hace más agua es en la reconstrucción de época y los efectos visuales: mientras por un lado hay un trabajo de vestuario y ambientación que sin ser rigurosamente históricos están bien logrados, desentona el uso abusivo de efectos digitales. Además de ser innecesarios, están en un nivel de ejecución muy por debajo del resto de la película. Y esto no parece ser algo intencional como en otras producciones del director, donde mostrar los hilos del bajo presupuesto es parte del chiste. En algunos aspectos se nota la voluntad de generar otra cosa un poco más elaborada. Quizás ese sea el mayor problema de No llores por mí, Inglaterra: en ocasiones parece tener pretensiones de abandonar ese absurdo intencionalmente berreta que tan bien le funcionó siempre a la comedia de Néstor Montalbano, pero la mayoría de esas veces no encuentra la forma de hacerlo, se queda en el medio tropezando con sus propios pies. Mientras que películas como Soy tu Aventura o Pájaros Volando funcionaban muy bien con historias chicas pero armadas, en este caso se desdibuja entre una gran cantidad de cosas que se quieren contar sin tener suficiente tiempo para desarrollarlas, con lo cual termina pareciendo desaprovechada. Conclusión No llores por mí, Inglaterra explota el folklore futbolero y funciona bien dentro de los márgenes del humor absurdo apuntado a un público específico que ya sabe lo que va a encontrar: Pero lo que gana en recursos lo pierde en ciertas sutilezas que le daban valor a producciones anteriores del director.
Pichón de Frankenstein Como un sábado cualquiera, Bruno termina su día de trabajo repartiendo paquetes en su motoneta, ansioso por empezar el fin de semana con sus amigos. Antes de poder escaparse, su tío y empleador lo convence de hacer un último viaje: esta vez no para entregar alguno de los extraños objetos que consigue a pedido de sus clientes, sino para ir a retirar de un laboratorio un tónico que -según su creador- es capaz de devolverle la vida a su amado perro. Pero un accidente hace que su tía se convierta en la nueva destinataria del tónico. Como siempre que hay de por medio un científico jugando con cadáveres, lo que cree ser un breve contratiempo lo enreda en una serie de eventos que lo ponen en riesgo, a la vez de descubrir una conspiración que oculta el hecho de que hace décadas hay seres viviendo entre nosotros que subsisten a base de carne humana. En unas pocas horas, su plan de diversión para el fin de semana se reemplaza por otro que incluye enamorarse de una joven recepcionista, enfrentarse a matices de cadáveres y volver a unir la cabeza de su tía con su cuerpo. El absurdo coherente Algunas narraciones parecen creer que pegarse la etiqueta del absurdo les permite arrojar en una pila cualquier cosa que se les ocurra, aunque después no tengan forma de conectar en una misma trama, justificando cualquier incoherencia con ese título. No es el caso de Bruno Motoneta, donde cada cosa que sucede, por más ridícula que parezca, en algún momento termina encajando en un conjunto, contando una historia coherente y conectada sin dejar muchas cosas como simples caprichos sueltos. Por el contrario, si algo se le puede criticar es cierta necesidad de sobrexplicar algunas situaciones en vez de confiar en que se entendieron de la forma esperada; aunque no es un rasgo poco común en comedias que apuntan a un perfil familiar. Como viene sucediendo con la camada de realizadores salidos del cine de género independiente, entre los que aparece Parés (Daemonium, Plaga Zombie), apuestan fuerte al diseño de arte para contar parte de la historia. Eso hace que existan entornos, elementos de utilería y vestuarios bastante originales, dando solidez a los personajes por más ridículos que puedan resultar, construyéndole un universo de marco a la película que no por recordar a clásicos del género deja de tener una identidad propia. Desde lo interpretativo, el peso mayor recae sobre la química entre los protagonistas juveniles, que son a su vez muy bien apoyados por sus compañeros más veteranos. El tono general los obliga a caminar por el peligroso borde de la exageración y, por momentos, pierden el equilibrio, pero es también ese ambiente general lo que vuelve perdonables a los desarreglos. Conclusión Con un tono bastante absurdo pero inocente que apunta mayormente al público familiar, Bruno Motoneta es una original comedia; aunque peca de algunos excesos y sobrexplicación de chistes, cumple con su meta de entretener sin dejar afuera al público no tan juvenil.
Conquistar lo Desconocido Al mismo tiempo que vive en una casa de cuidado, donde una psicóloga muy oportunamente llamada Scottie le enseña a entender su autismo y lograr valerse por sí misma en la vida, Wendy tiene dos sueños: volver a casa con su hermana y escribir, algo que lleva un tiempo haciendo para participar en un concurso de guiones basados en el universo Star Trek que tanto le apasiona. Pero cuando cree que todo está por salir como espera, ambos planes se le frustran. En pocas horas descubre que su hermana no está lista para hacerse cargo de ella y que se le hizo demasiado tarde para enviar el sobre por correo. Para cumplir con su sueño pero también demostrarle a todos que es capaz de cuidarse a sí misma, se escapa al amanecer con la meta de llegar hasta Los Ángeles y entregar su guión en persona, aunque nunca se alejó de su hogar más que unas pocas cuadras sin compañía. Con muy poco dinero y un total desconocimiento de dónde queda Los Ángeles ni cómo llegar, se lanza temerariamente a las calles. Allí le esperan una serie de incidentes para los que no está preparada, pero que no pretende dejar que la detengan. Cosas de Vulcana No suele haber muchos personajes dentro del espectro del autismo en las pantallas, en general porque se lo considera algo muy difícil de mostrar de forma a la vez realista, respetuosa e interesante para contar una historia. En este caso, Wendy y su inhabilidad de manejar emociones como la ira no parecen pretender ser un manifiesto sobre el tema, sino que es un agregado a una historia un poco más amplia que suma complicaciones por su condición y que termina hablando más sobre cómo la trata el resto de la gente; algunos con desconfianza, algunos con insensibilidad, y otros directamente dispuestos a aprovecharse. Muchas veces los mayores problemas de Wendy no vienen de ella misma sino de un entorno incapaz de ponerse en el lugar de otra persona. Más allá de esa postura que puede sumar algo de interés a Un Nuevo Camino, todo lo demás tiene poco de novedoso o llamativo. Visualmente no muestra intenciones de contar una historia, pues la cámara se limita a seguir a sus personajes para registrar todo lo que hacen o dicen, tirando todo el peso en las interpretaciones de un reparto al que se le reconocen un par de caras de la TV y que dependen fundamentalmente del carisma y empatía que pueda llegar a transmitir su protagonista. Dakota Fanning lo logra bastante, pero no deja de quedar la sensación de que toda su historia está intencionalmente achatada y suavizada como para no incomodar. Conclusión Aunque con un tono liviano y optimista que alcanzan para hacerla medianamente entretenida, Un Nuevo Camino no aporta nada al manual del género: por el contrario, parece armada leyendo sus lugares más repetidos.