“Masacre de Pasco” rescata, fundamentalmente, la idea de la militancia en los barrios. El director, Martín Sabio, sobre su propio guion realizado en basa la investigación de Patricia Miriam Rodríguez, conoce esta historia a través de un compilado de testimonios, con la intención de llevarlo al formato audiovisual a través de los diferentes ejes que el libro abarca. Su intención es contar una cronología de lo que fue la noche de la masacre, visibilizando las responsabilidades políticas. Se ubica en el año 1975, en tiempos de los crímenes de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), un año antes del golpe de estado, en marzo del ‘76. El 21 de marzo de 1975, en Lomas de Zamora, la Triple A asesina a 8 integrantes de la juventud peronista, en la que se llamó la ‘Masacre de Pasco’. En 1974, el distrito era uno de los pocos donde la intendencia era manejada por la izquierda peronista, encabezada por la JP; por ello, era un objetivo de la derecha del partido. La escritora del libro era docente de la escuela donde ocurrió la masacre y realiza una investigación colectiva, a través de diferentes voces, que irán repercutiendo en una obra que toma testimonios de los miembros de esta emblemática escuela del barrio, atravesada forma tangencial porque muchos de los hijos de las víctimas, secuestradas y asesinadas en la localidad lindante de Quilmes, asistían allí. Más de cuarenta años después, este ejercicio audiovisual representa la primera vez que, en ese lugar, una voz de denuncia se alza sobre aquello que fue acallado, valientemente nombrando los responsables y apoyándose en la palabra de aquellos testigos de este tiempo profano, violento y revolucionario; en búsqueda de un camino sanador que rescate la memoria, hacia un camino de verdad y justicia. Reconstruyendo los rastros de un crimen impune, se hace eco sobre lo que vienen sosteniendo y militando tanto familiares como sobrevivientes de la época, por décadas. “Pasco, más allá de la muerte” es una loable forma de conmemorar y conciliar un pasado trágico.
Luc Besson visitó Argentina en 2017 con motivo del Festival Cómic Con -una de las convenciones de cultura pop de comics, series e historias más grandes de nuestro país-, también con miras a promocionar aquí su, por entonces, flamante film, una aventura de animación titulada “Valerian”, visible en ejercicio experimental que se regodeaba en la parafernalia visual y donde mixturó la acción, la aventura y la ciencia ficción. En su reciente “Anna” (2019), el prolífico director de acción Luc Besson vuelve a explorar la figura de la heroína que le propiciaría notoriedad en la industria norteamericana a comienzos de los ’90 con “Nikita” y ratificara pocos años atrás con “Lucy”. Besson llevó su precisa maquinaria de acción al cine Hollywoodense, desde su Francia natal, consagrándose con films como “El Quinto Elemento” (1997). Aquí, su enésima protagonista femenina de armas tomar nos coloca en el centro gravitante de un film plagado de acción, intriga y espionaje. Su nueva y misteriosa mujer fatal esconde un secreto de identidad que la convierte en una implacable asesina (aspecto que se nos develará en intrincados saltos temporales que proveen suspenso a la trama), al tiempo que sus servicios son solicitados por las agencias de inteligencia de las potencias gubernamentales más importantes del mundo. Visualmente subyugante, el cine del francés Luc Besson recurre, con frecuencia, a caracteres femeninos fuertes (“Juana de Arco”, 1999), y a antagonistas que resultan hombres amorales pero honestos “El Perfecto Asesino”, 1993). Bajo este esquema argumental y haciendo de la fractura temporal su mayor aliada a la hora de suministrar información al espectador, esta probada fórmula sin fecha de vencimiento es la que otorga a “Anna” su identidad fílmica, en la piel de la correcta modelo y actriz rusa Sasha Luss. Besson, que en esta ocasión se rodea de un cast secundario de figuras reconocibles (Cillian Murphy, Luke Evans y Helen Mirren) prefigura sociedades opresivas, mujeres fatales (“Lucy”, 2014), mundos subterráneos (“Subway”, 1985) y uso de armas por doquier (“Nikita”, 1990). Como indudable sello autoral, todos estos rasgos están presentes en una película que posee su inconfundible marca estética y que, aún sin resultar una obra mayor de su filmografía, recupera cierta frescura de antaño.
“La odisea de los giles” es una película que, como, argentinos nos incomoda y nos hace pensar. Con espíritu crítico, nos invita a replantear nuestra memoria a corto plazo. Un film que es hijo de su tiempo histórico y no resulta casualidad, como toda obra de arte anclada en una coordenada cronológica particular, su visionado se preste a reflexiones acerca de ciertas cuestiones sociales y culturales latentes en nuestra inestable realidad. Celebramos su pertenencia actual. Como premisa argumental, “La odisea de los giles” pone al descubierto una estafa para denunciar, de modo tangencial, las decisiones políticas que dilapidaron nuestro presente social, cultural y económico. Sin embargo, su orientación se limitará a ofrecer un mosaico social recreando un hecho (ficticio, pero absolutamente verosímil) ocurrido en un pequeño pueblo del interior. Eludiendo las grandes maquinarias políticas, prefiere anclarse en la cara más corrupta y cotidiana, como síntoma emergente de un tejido social corrompido, cuyos elementos operantes forman parte de una perversa estructura que, obviamente, los contiene y apaña. Bajo esta mirada, examina la condición mafiosa de un abogado estafador y su cómplice bancario. Desnudando los negocios sucios tramados por este artero agente bursátil, la película nos interpela como sociedad y nos coloca en un lugar incómodo, reivindicando el acto de justicia cometido por un grupo de trabajadores perjudicados por las medidas económicas tomadas en aquel nefasto mes de agosto de 2001. Una realidad que implosiona (literalmente, sin prolongar la sorpresa en el espectador) delante de nuestros ojos. Validando la ley del más fuerte una sociedad que oprime a sus postergados, “La odisea de los giles” abreva en el género policial mientras sigue las peripecias de estos damnificados unidos en una causa común, quienes planean dar el gran golpe y volver para sí el dinero que les fuera quitado. Liderando el grupo humano (y acaso sorteando conflictivas internas que lo llevan a querer desertar), Ricardo Darín vuelve a interpretar un protagónico para Sebastián Borensztein, luego de “Un cuento chino” (2011). El intérprete se luce otorgando a su personaje ricos matices dramáticos que le otorgan profundidad, sutileza y empatía con el público más sensible. El personaje de Ricardo nos habla desde el epicentro de una tragedia económica política y humana, que se hizo carne en cada argentino. Su drama de vida es la historia de miles de perjudicados por una medida económica incomprensible, gestada por políticos ineptos; aprovechada para sí por los estafadores de turno. Un elenco de lujo acompaña a Darín en su gesta: el siempre encomiable Luis Brandoni, una valerosa Rita Cortese, un solvente Chino Darín (en disfrutable primera intervención en pantalla junto a su padre) y una conmovedora Verónica Llinás, se suman a la inagotable gracia de Daniel Aráoz, en deliciosa machietta peronista. No exenta de pasajes de humor (con más de un guiño referente a la incorregible argentinidad), el relato trasluce la idiosincrasia propia puesta bajo la lupa de un director con notable capacidad para desentrañar las capas sociales más dañadas por un mal endémico, en busca de redimir a incautos estafados víctimas de las desgracias que suelen desfavorecer a los sectores más desprotegidos de nuestra sociedad. Ante lo cual, la película nos alecciona que estafado que robe a ladrón tendrá su merecido perdón. ¿Acaso no hubiéramos hecho lo mismo en similares circunstancias? Se trata de un relato que indaga en la esencia del ser nacional, honesto y trabajador, que vive sorteando desavenencias y conviviendo con la necedad y la perversión de ineptos gobernantes de un país que, acaso, tiende a repetir errores del pasado. Con indudable acierto y marcadas referencias a la coyuntura actual, será imposible no sentirse tan indignado como identificado. La inteligencia de Borensztein radica en sostener un mensaje contundente, poniendo en ridículo circunstancias que nos llevan a dudar de nuestra propia credibilidad como nación. “La odisea de los giles” indaga en la urdimbre social de un pueblo acostumbrado al manoseo, hipotecando su dignidad a un alto costo y postergando sueños futuros. No obstante aún, poseyendo una la capacidad de superación y resilencia admirables, inclusive en las circunstancias más adversas. Un espejo en el que nos miramos con relativa frecuencia, frustrante incapacidad de madurez social. Relatos de un tiempo salvaje, peligrosamente cercano.
Durante gran parte de su historia, el cine reflexionó acerca del genocidio nazi y sus consecuencias, en valiente ejercicio que nos permite comprender las causas que posibilitaron semejante barbarie. A lo largo del siglo XX, los exponentes han sido de lo más variados. Durante los años ’20, el expresionismo vanguardista profetizó acerca de la llegada al poder del nacionalsocialismo augurando tiempo oscuros por venir en la pluma de algunos de sus más destacados teóricos (Siegref Kracauer, Lotte Eisner), con miras a desnudar ciertas falencias de una sociedad destinada a sumirse en la barbarie. Luego, durante los años ’30, Leni Riefensthal se convirtió en la realizadora cineamtográfica partidaria al régimen nazi por excelencia, realizando un cine de partidarismo político que ensombrecia, bajo su condenable lema demostrable en “Olympia”, un excelso uso del lenguaje audiovisual. Más de 70 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial nos encontramos con Poli Martínez Kaplún rastreando las raíces recientes de un pasado doloroso. Fotos de familia y registros en película -que datan de la década del ’40- se conforman como valioso testimonio de este documental que pretende, entre otros propósitos, definir al judaísmo y comprender la razón de ser de sus antepasados familiares. Sus abuelos vivieron en Rusia, Alemania, Egipto, Argentina y Suiza. Sus rastros podemos comprobarlo en imágenes de archivo que se concatenan desde su infancia. De esta forma, la directora descubre sus genes, su linaje y un pasado estigmatizado, perserguido, segregado, avasallado. Su madre huyó de Alemania, y la memoria cinéfila nos lleva a pensar que muchos realizadores también escaparon del oprobio nazi para germinar cinematográficamente en Hollywood: desde Fritz Lang a Robert Siodmak. El paralelismo encierra una profundidad discursiva más grande todavía. Comprender la idiosincrasia de un pueblo es, también, reflexionar acerca de los motivos que generan esta negación al dolor, por parte de aquellos quienes sobrevivieron al exterminio. Lo abominable y el horror. En “La Casa de Wannse” nos percatamos que escapar y elegir el silencio son dos formas válidas para protegerse contra el dolor. La concreción de este documental también es una forma de honrar los antepasados y comprender que la historia universal que atraviesa la película, como un mal atávico y propagado por tan diversas geográficas, es la discriminación a todo aquel ‘diferente’, según la errónea óptica todo aquel que se crea superior en cualquier aspecto. Tal pensamiento retrogrado nos interpela todos por igual.
Matteo Garrone, el notable cineasta que sorprendiera con Gomorra (2008, premiada en Cannes) retorna a la pantalla grande con “Dogman”, singular film que resultara laureado en diversos festivales internacionales. Una atenta mirada sobre esta obra nos hará comprender el acierto de sus pergaminos y la naturaleza violenta del ser humano que el realizador radiografía con quirúrgica precisión. “Dogman” es un excelente exponente del cine italiano contemporáneo y un fiel reflejo de la cruenta y primal razón de ser del hombre, cuando éste se ve empujado hacia el limite de su conciencia moral. En las afueras de Roma existe un suburbio dominado por un matón local. Neorrealista y costumbrista, Garrone nos hace sentir la aspereza de este páramo mientras dibuja trazos de un far west mediterráneo detenido en el tiempo. Aquí, un solo hombre aterroriza una comunidad. Un ladrón de poca monta que bebe y consume cocaína en exceso se convierte en la molestia de un grupo de viejos conocidos: el joyero, el dueño de un bar y un gentil cuidador de perros. Este último, un taciturno cuarentón con pinta de bonachón pero intenciones de desconfiar. Es el típico cara de bueno por quien nadie apostaría si se tratara de convertir a un sufrido perdedor en héroe barrial de la noche a la mañana, no obstante lo anunciado emanará con violencia. Con delicadeza y dedicación, este trabajador, de modo rutinario y silencio, cuida la higiene de canes de variopinto tamaño y raza. Como mencionábamos, pese a sus esfuerzos, su comportamiento dista de ser ejemplar. Un tour de force a lo largo de una noche de excesos concluirá en un hecho macabro que pondrá a prueba la ética bajo la cual este atribulado working class mide su hombría. La culpa lo llevará al silencio y sin escapatoria a la cárcel. El regreso al pueblo, tiempo después, no será el del hijo pródigo, precisamente- Acaso, ¿un acto tardío de justicia lo rescatará de la invisibilidad y el aprobio generalizado?
Disponible a través de la plataforma on demand “Cine Ar Play” (play.cine.ar) , se nos presenta la histórica serie de “Historias Breves”: el concurso anual de cortometrajes para directores organizado y producido por el INCAA que posee, en su última edición, siete nuevos trabajos de temáticas, estéticas y contenidos bien diversos. Cabe mencionar, que antes de estrenarse en salas comerciales, el emprendimiento número 17 de “Historias Breves” pasó por el prestigio Festival BAFICI y participaron en estos formatos episódicos los realizadores Mercedes Arias, Andrea Dargenio, Martín Turnes, Santiago Larre, Gustavo Cornaglia, José Pablo Fuentes, Rocío Muñoz, Martín Aletta y José Issa. Si hacemos un poco de historia, recordaremos la semilla inicial de este proyecto, el cual data de 1995. Aquel año se estrenaron en la pantalla cortometrajes de figuras hoy en día relevantes de nuestro medio como Daniel Burman, Israel Adrián Caetano, Jorge Gaggero, Sandra Gugliotta, Paula Hernández, Lucrecia Martel y Bruno Stagnaro. En aquella ocasión, los cortometrajes fueron realizados por el grupo proveniente del Centro de Experimentación y Realización Cinematográfica (llamado Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica –ENERC- a partir del año 2011), de la Universidad de Buenos Aires y de la Escuela de Cinematografía de Avellaneda. Este ejercicio audiovisual fue considerado una pieza fundamental para la formación de una generación renovada de directores de cine, que se llamó Nuevo Cine Argentino. Apenas tres años antes se había estrenado “Rapado”, de Martín Rejtman, film que inauguraría el llamado ‘Nuevo Cine Argentino’, fructífero período que permitiría el surgimiento de una serie de cineastas talentosos, portadores de renovadoras ideas. Mediante la irrupción de movimientos de corte independiente como el ‘Nuevo Cine Argentino’ (NCA), nuestro medio audiovisual ha buscado, sin cesar, un notorio cambio de rumbo en busca de su verdadera identidad, orientación evidente por el camino trazado desde el regreso de la democracia hasta hoy. Madurando un cine permeable a reflexionar cuestiones delicadas como las barbaries cometidas por la dictadura y el exilio sufrido por aquellos que, sin claudicar en sus ideales, osaron desafiar la censura y la persecución -poniendo en riesgo su vida y aún enfrentándose a hurgar en lo más recóndito de su pasado-, el cine nacional recurrió a estos reconocibles arquetipos mediante nobles propuestas que reflexionaron sobre el pasado de nuestra sociedad y también de nuestra industria. Las tendencias estéticas y el profundo espíritu vanguardista de esta incipiente camada de los años ’90, trajo a la memoria otro episodio esencial de nuestra historia cinéfila: el ‘Nuevo Cine Argentino’ de los años ’60. Cierta huella intelectual, conceptual y estética de aquella camada puede percibirse en la renovación permanente de miradas que este modo de producción ofrece, año a año.
Geraldine Chaplin y UdoKier se embarcan en un rodaje que intenta honrar al fallecido escritor director y productor caribeño Jean-Luis Jorge.Podría imaginarse que la resultante sobre semejante acercamiento concibe un extraño y encantador mosaico de los años ’70, que los realizadores Amelia Guzmán e Israel Cárdenas intentan realizar con su film en rodado en conjunto “Holy Beasts” El objetivo de esta obra era realizar una especie de meta film en honor al excéntrico realizador, escritor y productor teatral Jean-Luis Jorge una figura emblemática que fuera un miembro activo en las tendencias underground de la escena, en eclosión en aquellos setentas. Tomando como referentes a artistas transgresores como Andy Warhol y las vanguardias europeas, esta singular figura se convirtió una leyenda en Santo Domingo gracias a sus excéntricas películas ‘clase B’ hasta que su carrera fuera trágicamente acotada por su asesinato. Cabe aclarar, que Jean-Luis Jorge murió a mano de tres adolescentes en el año 2000 y su trayectoria no resulta frecuentemente conocida fuera de Santo Domingo. No cabe duda que su impronta vale la pena este ejercicio retrospectivo. Tarea nada sencilla resulta clasificar el estilo de sus películas: bizarras, irritantes. Aunque visualmente encantadoras.La historia de un grupo de antiguos amigos que conocieron a Jorge tiempo atrás -cuando todos eran miembros de un club de la escena under-, planean, ya septuagenarios, grabar una película inédita sobre un guión acerca de la propia isla que cobijó al artista en sus mejores años. El personaje de Geraldine Chaplin asume el rol de director del film mientras busca un productor que acceda a financiarlo. Es una película caótica que dialoga con los propios códigos fílmicos, la eterna Geraldine luce arriesgada, osada e inspirada. “HolyBeasts” recrea la atmósfera tropical, amparándose en una excelente fotografía, en un moderno diseño de interiores y en una fantástica música como acompañamiento. A juzgar por las intrigantes decisiones que signaron la vida artística de Jorge, la transgresión de la que hacía un culto su persona y lo misterioso acerca de su muerte remarca la estética de este film, cuya línea divisoria entre el testimonio documental y la ficción parece difuminarse.
“Encandilan Luces: viaje psicotrópico con los litoraleños” es un documental fruto de nueve años de trabajo, presentado en la competencia del último Festival Internacional de Mar del Plata en la categoría de Banda de Sonido Original. Proveyendo dinamismo y entretenimiento, este documental ofrece una extraña combinación de melodías y seres por demás singulares. Pretendiendo convertirse en una fábula sobre el éxito-más allá de ser un documental-,reflexiona sobre los caminos emprendidos por este conjunto de talentosos en búsqueda de expandir su propio potencial artístico. Aportando a la imagen un bienvenido tono lúdico y sin pretender abordar las vidas personales de estos personajes, el retrato elegido prefiere el acompañamiento desde el registro de archivo sobre una gira europea (en los Paises Bajos), poniendo en relieve las entrevistas y las imágenes capturadas junto a a los autores del "Sonido Chipadelico". Completando la historia gracias a los testimonios de quienes conocieron a’ Los Síquicos litoraleños’, el documental se sitúa en la región deCuruzú, como fértil semillero de estos ritmos.El director Alejandro Gallo Bermúdez, con guión a cargo de Santiago Van Dam, lleva a cabo unpintoresco documental que indaga en el contraste entre el Chamamé clásico con su vertiente psicodélica.
“Las Facultades” es un documental sobre estudiantes de distintas carreras (como Arquitectura, Imagen y Sonido, Física, Derecho, Filosofía y Sociología, entre otras), a quienes se les realiza un examen final oral en diferentes materias. Con reminiscencias del documental observacional clásico y sus recursos técnicos habituales, el registro documental coloca el foco de atención en radiografiar ese típico ritual del diálogo ocurrido entre el estudiante y el docente, destacando usos, modos y costumbres en claro abordaje sociológico. Con rigor, Solaas narra la intimidad universitaria. En las aulas se dirime aquel momento clave para todo estudiante de cara a una examinación. Como punto de partida argumental, esta excusa inicial es potenciada por la realizadora para observar la situación sucedida en diferentes carreras, desde un lugar privilegiado desde donde mirar esa práctica universitaria coloca en un lugar más íntimo de exposición a la relación alumno/docente, prefiriendo enfocar rostros que transmitan las emociones de cada instancia definitoria. Por otra parte, el contraste que se crea entre cada facultad y la atmósfera que prima sobre algunos episodios captados es elocuente. “Las Facultades” fue una de las películas que integró la cartelera del BAFICI en el pasado mes de abril. La directora fue premiada como la mejor realizadora de la competencia Argentina de la edición número 21 de la clásica cita anual porteña.
El relato posmoderno cinematográfico desarrollado en Hollywood propició la moda de remakes y secuelas, impactando notablemente en el consumo de tales propuestas fílmicas. No obstante, su puesta en práctica data de mucho tiempo antes. Multiplicado a la enésima potencia en el cine del nuevo milenio, resultó reiterativa y tendenciosa la falta de criterio bien entendido, ausente de decencia artística e ideas originales por la que Hollywood recicló mediante remakes, recetas probadas para cual película fuera posible, a la vez que saturó la cartelera de secuelas donde la reiteración le ganó terreno a la inventiva. Los espectadores se acostumbraron, casi como un mandato, a ver la cartelera repleta de remakes y secuelas donde la originalidad brillaba por su ausencia, y un círculo vicioso tendía a alimentar esa reiteración cada vez más monótona. Este ejemplo puede verse también, aún con un dejo de fatalismo, como una especie de correspondencia entre la teoría contemporánea y las nuevas tecnologías mediáticas, porque han cambiado los procesos de lectura de un film. También lo son las malas secuelas. Cada vez que nos encontramos en cartelera con un ejemplar que renueva el género del terror, debemos tener en cuenta de que, quizás, estemos hablando de uno de los géneros más antiguos y prolíficos de la historia del cine. El terror ha brindado cuantiosos ejemplares que dan prueba de una vertiente temática que siempre consigue las formas y los modelos apropiados para reinventarse, aunque también es claro mencionar que la saturación al que el modelo genérico los ha llevado, producto de apresurar un cine de rápida consumición e inmediato efecto de taquilla. Este enfoque propició ciertos modelos de género en Estados Unidos muy superfluos, anclados en el rápido impacto y la anodina repetición ante lo cual se visibiliza cierto agotamiento que pone en perspectiva el presente de los mismos, en comparativa, por ejemplo, con el cine de terror religioso que se propagara durante los años 70, gracias a ejemplares como “El Exorcista” (William Friedkin, 1973) o “La Profecía” (Richard Donner, 1975). Una época gloriosa en las antípodas de la mediocre actualidad; un presente al que el cine de James Wan intenta revitalizar. Aquí, cobra vida por tercera ocasión el personaje de la diabólica muñeca Annabelle, y se proyecta como precuela de la película “El Conjuro”, que el director malayo dirigiera en 2013 y que tuviera su secuela dos años después. Su cine persigue ideas conceptuales muy claras: héroes perseguidos, atrapados en pesadillas suburbanas, capaces de generar en el espectador miedos sostenidos. Su cine ha pergeñado una serie de thrillers de acción masivos en su primera etapa (“Death Sentence”, “El Juego del Miedo”), para luego virar hacia un ejercicio audiovisual en donde priman malévolos muñecos y fantasmas espeluznantes (la saga “Insidous”). En tal sentido, resulta apreciable el abordaje al cine de terror que realiza James Wan: recurre a artificios visuales marcas registrada que provocan el impacto preciso sobre nuestros miedos, como objetos que se mueven, fotografía oscurecida y sombras enrojecidas que develan malignas presencias. Es el sello artístico de un auténtico propulsor de franquicias creativas que cimentan su éxito en el horror extremo y un bizarro sentido del humor. En “Annabelle 3”, se retoma la historia creada por Wan, quien únicamente cumplirá labores de producción, quedando la dirección y el guión en manos de Gary Dauberman. Este nuevo capítulo de la saga vuelve a traernos la historia de los demonólogos Ed y Lorraine Warren, combatiendo los espíritus malignos que despierta la inquietante muñeca. Las producciones de Wan se prueban como absolutamente rendidoras en términos comerciales y que ha proporcionado una cantidad inagotable de títulos a lo largo de la última década, no obstante, la ausencia de cierta decencia artística e ideas originales castiga este innecesario reciclaje de un personaje de éxito probado, que saturó la cartelera de Hollywood en los años recientes y que demuestra que la reiteración le ganó terreno a la inventiva.