The Next three days, la nueva película del guionista y director ganador del Oscar Paul Haggis, es una remake del film francés Pour Elle, de Fred Cavayé. Si bien se trata de una adaptación fiel, como suele ocurrir con las nuevas versiones, es inferior a la original en muchos aspectos. En ciertas oportunidades cuando se toma una realización proveniente de Europa u otras regiones se lo hace bajo pretexto de dotarla de más agilidad, lo que básicamente significa hacerla a la manera de los Estados Unidos. El hecho de que la norteamericana tenga una extensión 30 minutos mayor que la francesa es un elemento que llama la atención, dado que se termina alargando de forma innecesaria una historia que ya venía con el ritmo preciso marcado. Tres años atrás John y Lara cenaban con el hermano de él y su pareja en un restaurant. Las mujeres pelean principalmente por culpa de Lara, quien se encuentra alterada por una fuerte discusión mantenida con su jefa horas atrás. Mientras desayunan en armonía al día siguiente la Policía irrumpe en el hogar y arresta a la mujer acusándola de asesinato. La primera de estas dos escenas no forma parte del relato original, comparando una y otra se podrá entender que el sentido de esta inserción es el de plantar una duda. En los primeros 15 minutos de la francesa se sabe perfectamente que fue lo que sucedió esa noche, mientras que en esta, más allá de lo que uno pueda pensar, no se tiene certeza de la inocencia o culpabilidad hasta el final. De esta repentina detención transcurren dos años, el salto temporal encuentra a un John desesperado enfrentando una nueva realidad, tras agotar todas las instancias de juicios definitivamente la madre de su hijo pasará el resto de su vida en prisión. Sin otra opción más que la fuga el personaje que Russell Crowe interpreta pondrá en marcha su plan. Siendo un profesor universitario sus conocimientos en la materia son nulos, por lo que buscará la información que esté al alcance de su mano, como algunos libros o, créase o no, videos de Youtube con instrucciones. Su maestro será el experto en huidas Damon Pennington, un Liam Neeson que supone el punto más destacado de toda la primera parte, quien explicará paso a paso el manual para el prófugo exitoso. Este realismo propio de quien no tiene idea de lo que está haciendo y el progresivo desarrollo de John hasta convertirse en un criminal no sólo favorecen a la película en general, sino que también le otorgan un nivel de credibilidad que también estaba presente en la versión anterior. Considerando esto como uno de los mayores logros, hay que señalar el hecho de que se desperdicia parte de lo obtenido cuando hacia el final se decide soltar la mano del planteo original para hacer una serie de agregados que le restan fluidez y veracidad. Que el tiempo deje de ser un factor apremiante, que inexplicablemente Lara intente quitarse la vida o que John se convierta en un calculador escapista capaz de desconcertar a todos los agentes que lo persiguen suena poco plausible para una película cuya fuerza reside en llevar a un hombre normal a situaciones extraordinarias y no viceversa. Estos detalles terminan afectándola a un nivel comparativo con su antecesora, lo cual no implica que se trate de una mala película. Haggis parte de un trabajo muy bien realizado y, si bien no aporta nada respecto a la anterior, construye un buen thriller capaz de mantener el interés a pesar de su extensa duración. No se trata tampoco de hacer como Michael Haneke con su Funny Games U.S., que con un cambio de actores y locación fue suficiente, pero tampoco se puede modificar radicalmente los tiempos y el ritmo, menos si esto supone agregar una excesiva media hora.
En junio de 1982, durante la Primera Guerra del Líbano, un tanque de guerra israelí es despachado en búsqueda de una aldea hostil arrasada por la Fuerza Aérea. Lo que parece ser una simple misión gradualmente se va descontrolando, convirtiéndose en una verdadera trampa mortal. Líbano es una mirada crítica de la crudeza de la guerra que se basa en las experiencias de su guionista y director, Samuel Maoz, reclutado a sus 20 años como artillero de un tanque en ese mismo período. Sólo dos planos son los que se hacen desde fuera de la máquina, el primero y el último, por lo que literalmente se verá el conflicto bélico desde adentro, estableciendo un contacto con el exterior por medio de la radio o del uso constante del periscopio. “La misión es simple” se le dirá a los cuatro veinteañeros inexpertos y asustados, lo que tendrán que hacer es conducir el tanque a través de una aldea que ya fue destruida por los propios aviones para ver si quedó algún hostil. Pronto la situación se revelará más peligrosa de lo que se pensaba y la máquina de matar, lejos de ser una protección, se convertirá en una trampa mortal a merced de los ataques enemigos. Son las primeras 24 horas de una batalla que esos jóvenes no quieren combatir, soldados que no aceptan el privilegio de decidir quien vive y quien muere, por lo que se paralizan a la hora de efectuar un disparo. No están dispuestos a sacrificarse por su bandera, sino que quieren volver a sus hogares junto a sus familias. Pecan incluso de demasiada inocencia confiando ciegamente en las órdenes de sus jefes, cuando la realidad revela que lo único que a estos importa es que el tanque no caiga en otras manos. En una escena clave el comandante Gamil (Zohar Shtrauss), típico líder de ejército de cualquier película sin importar su nacionalidad, es espiado por los soldados mientras habla con un superior por medio de la radio. Este hombre que se muestra entero y confiado a la hora de dar órdenes a sus subordinados deja ver que se encuentra igual o más desesperado que ellos ante su situación. El instinto de supervivencia emergerá entonces al encontrarse presas del enemigo, haciendo lo impensado para escapar con vida. Es un mérito del guionista y director el enfocar el conflicto desde el interior de la máquina y mantener ese punto de vista a lo largo de toda la historia. No obstante durante la primera etapa habrá mucho contacto con el exterior, por medio de la mira, tratando de mostrar lo que serían las caras del horror. Un anciano, un niño, una mujer, gente que lo perdió todo mira directo hacia el tanque desde afuera, invirtiendo momentáneamente el punto de vista y pasándose un poco a la zona de los golpes bajos, algo que se completa con el plano de un burro que llora herido desde el suelo. Una vez que se abandone esto en pos de aferrarse a las sensaciones de los soldados, la película mejorará notablemente como un reflejo crítico de una dura realidad en la que ninguno quiere ser un héroe.
Gianni vive en la casa familiar con su madre viuda. El día antes de la celebración de Ferragosto, el administrador del consorcio lo sorprende con una propuesta muy poco habitual: que acoja a su madre en su casa durante los dos días festivos. Gianni es un hombre maduro de alrededor de 60 años que nunca se casó ni tiene familia, y por lo que se puede ver también está desocupado. Su día se define por atender a su demandante anciana madre y por darse algún gusto barato, fumando tranquilo en su balcón o tomando su copa de vino blanco en cada oportunidad que tiene. El fiado no deja de crecer y las deudas con el consorcio tampoco, por lo que cuando el administrador le pide que cuide a su mamá sólo por el feriado de Ferragosto, no tendrá más alternativa que aceptar. Él sabe las dificultades que supone cuidar a un mayor, despertarse de noche si es que lo requiere, cocinar, atender su salud, por ese motivo no quiere que su tarea se duplique. El verdadero problema se producirá cuando el supervisor del edificio lleve de sorpresa también a su tía, y Marcelo, su médico de cabecera, le pida el favor de cuidar a su madre mientras él hace su guardia nocturna. Cuatro mujeres de avanzada edad en la casa de Gianni abren el juego para una película sumamente entretenida con situaciones muy cómicas. Es un humor costumbrista basado más en diálogos a partir del conocimiento de los mayores que en situaciones a las que se considera de comedia en el cine actual, principalmente el norteamericano. Se trata también de una historia sobre una linda amistad que nace, no para el protagonista quien básicamente tiene intereses económicos en el acuerdo, sino entre ellas. El estar alejadas de sus hijos va a potenciarlas y va a permitir que se produzca una suerte de retroceso, dado que van a hacer reclamos, comer lo que no deban y hasta se escaparán de la casa, convirtiendo rápidamente al lugar en una suerte de guardería pero para mayores. Los caprichos iniciales pronto irán decantando en un acercamiento honesto por el almuerzo del feriado, creando un vínculo por el resto de sus vidas. Gianni Di Gregorio, quien hasta el momento se había desempeñado como guionista en diferentes realizaciones como Gomorrah, de Matteo Garrone, no sólo es el escritor, sino también el director y protagonista de esta divertida comedia italiana. Es en él en quien se sostiene en gran parte la película, transmitiendo su aire cansino y picaresco al espectador. Prácticamente en todos los cuadros brinda una actuación espléndida, la cual se ve favorecida con las intervenciones de las cuatro ancianas debutantes. Sólo basta ver las caras del final, mezcla de inocencia y esperanza, para entender que Grazia, Valeria, Marina y la tía María lograron complementarse a la perfección. Otro toque de distinción lo aportará el acompañamiento musical a cargo de Stefano Ractchev y Carratello Mattia, una suerte de Bajofondo mezclando música tradicional de Italia con electrónica. Sus escasos 75 minutos impiden que el humor decaiga y la convierten en una película digna de ver, ojalá sea así con la nueva realización de Di Gregorio, Gianni e le donne (Gianni y las mujeres), la cual tuvo su reciente estreno en su país de origen, aunque cabría la posibilidad de que, como en el caso de Pranzo di Ferragosto, haya que esperar tres años para que se estrene en Argentina.
En la época de Brézhnev, Andrei Filipov era el mejor director de orquesta de la Unión Soviética, pero fue proscripto por no querer separarse de los artistas judíos. Treinta años después le llegará la ansiada oportunidad de volver al escenario, sólo que lo hará fingiendo que él y sus músicos son del famoso Bolshoi. Las historias de segundas oportunidades siempre son efectivas, la posibilidad de que una acción permita cambiar la vida entera es un sueño para cualquier espectador. Estas películas protagonizadas por mayores muchas veces pecan de inverosímiles, como ocurre en las de deportes o, para citar un ejemplo puntual más improbable, con Jinetes del espacio, sin embargo este no es el caso de El concierto, ya que la música ofrece una chance concreta de que eso se haga realidad. Si bien son muy diferentes, puede reconocerse algo de Still Crazy, comedia sobre la ficticia banda de rock Strange Fruit, la cual encuentra a sus integrantes entrados en años tras dos décadas alejados de los escenarios dispuestos a hacer un regreso con gloria. En la película franco rusa un director de orquesta que se desempeña como bedel en el Teatro Bolshoi, encuentra por casualidad un fax que le ofrece lo que desde hace años estaba esperando, una nueva oportunidad de triunfar. Haciéndose pasar como miembro de la aclamada orquesta, uno a uno reunirá a los antiguos miembros de la suya, quienes han abandonado la música y se dedican a manejar taxis, realizar mudanzas o a la venta ambulante, y los preparará para el espectáculo de sus vidas. Encabezados por Alexei Guskov, Dmitri Nazarov y Mélanie Laurent, a quien recientemente se la pudo ver en Bastardos sin gloria, se construye a partir del engaño una historia plagada de situaciones cómicas que, si bien no son efectivas en todo momento, tienen su cuota de originalidad y suavizan la trama que con su contenido histórico y político podría haber tenido un resultado tedioso. La constante referencia al pasado termina perjudicando en parte a la película, dado que el espectador queda descolocado ante muchas cosas que no se entienden y que recién pueden encontrar su explicación en los últimos minutos. Todos los personajes hablan de Tchaikovsky una y otra vez, y si bien uno sabe quien fue este compositor ruso, no queda claro el motivo por el que se lo menciona tanto, hasta que esto sea explicado recién hacia el final luego de casi dos horas. Hay que destacar el cierre a toda orquesta, cuando el evento en el teatro Châtelet en Francia finalmente se lleve a cabo, dado que es eso lo que se espera desde el comienzo y el motivo por el que en definitiva se la ve. Son 12 minutos en los que el concierto para violín de Tchaikovsky, se apodera de la pantalla, imponiendo un ritmo in crescendo que cala hondo y eleva el nivel de la película. No hay dudas de que el espectáculo se va a dar y que el resultado será sublime, pero es necesario que el director sea capaz de reflejar su importancia y eso es lo que se hizo. Si bien el montaje con tapas de diarios que dan cuenta del evento se pasa de inocente, no afecta el gran trabajo de toda la secuencia. Mezclando así algo de drama histórico con comedia actual, y fundamentalmente acompañado por bellísima música clásica es que se desarrolla el nuevo film de Radu Mihaileanu, que suma otro más a la lista de títulos provenientes de Rumania, país que desde hace algunos años se ha mostrado como la revelación del cine europeo.
Luego de que su hijastro Trent sea testigo de un asesinato, el agente Malcolm Turner deberá asumir nuevamente el rol de Big Momma, acompañado por su sobrina Charmaine, para desenmascarar a un peligroso delincuente. Tal y como se ha hecho evidente en los últimos años, Martin Lawrence no se encuentra en el mejor momento de su carrera. Sus películas son cada vez menos relevantes y espaciadas en el tiempo, algo que no suele suceder con los comediantes, que en un año pueden llegar a ser parte de cuatro producciones o más, cuando él sólo participa de una o dos que podrían pasar directo a la televisión por cable. En este sentido se entiende el motivo por el que una vez más reflota a su alter ego Hattie Mae Pierce o por qué se rumorea que va a reponer a su personaje de Bad Boys en una tercera parte. No es que se crea que recurriendo a una fórmula probada se logre una buena película, sino que con el recuerdo reciente del debut de Big Momma's House 2 encabezando la taquilla en el 2006, hay una posibilidad doble de recaudar y a la vez devolver a su protagonista a la pantalla grande. En esta oportunidad el agente Malcolm Turner debe infiltrarse en una escuela de arte, donde un informante escondió un pendrive con información suficiente como para encerrar a un peligroso mafioso. Por supuesto cabría la pregunta de por qué este “soplón” se reunió con los delincuentes, o por qué no entregó directamente la memoria al FBI y así conservaría la vida, pero es una licencia gruesa que los autores se permiten para lograr que Lawrence se calce nuevamente el vestido, sin importar lo ridículo que eso parezca. Hay que destacar que el comienzo promete, la aparición del genial Ken Jeong, Mr. Chow en ¿Qué pasó ayer? o Señor Chang en la serie Community, habilita la posibilidad de que se trate de una de esas películas en las que diferentes estrellas tienen desopilantes participaciones cortas, idea que se desvanece con el transcurso de los minutos. Se da paso entonces a una serie de chistes gastados incapaces de sacar una sonrisa al espectador más dispuesto, porque si había algo de original en Mi abuela es un peligro eso se perdió luego de haberlos usado también para una segunda parte. Un aspecto que dotaba a la primera de un plus adicional, algo que a la distancia se extraña mucho, es el de los roles secundarios interpretados por actores familiares como Anthony Anderson, Terrence Howard o Paul Giamatti, que cada uno a su manera aportaban para que la película funcionara. En esta tercera parte, además de un Martin Lawrence devaluado hay un elenco sin nombres encabezado por Brandon T. Jackson, quien demostró ser divertido como Alpa Chino en Tropic Thunder, pero sin figuras que lo sostengan esa gracia parece no fluir. John Whitesell, director acostumbrado a realizar películas en las que la risa debe ser buscada con lupa, se encuentra otra vez detrás de este proyecto como hiciera con la secuela. Nuevamente ofrece un producto gastado y descolorido que ni siquiera puede recibir el adjetivo de simpático. Hay quienes dirán que por lo menos es mejor que la segunda, otros nos preguntamos si eso puede considerarse un logro.
"Todo comienza con el atardecer de una Mar del Plata fuera de la temporada de verano, sin turistas ni luces de neón, opaca, casi despoblada salvo por un grupo de amigos de no más de veinte años que tratan de que el tiempo pase, mientras andan en skate, están con sus novias o intentan conseguirlas. El título afirma una voluntad generacional: somos nosotros". Varios son los aspectos destacables en Somos nosotros, los cuales no tienen mucho que ver con la construcción tradicional del cine. Uno de ellos responde al excelente uso del lugar, se nota mucho esmero en la cuestión espacial que supo ser bien aprovechada. La ciudad en la que transcurre es Mar del Plata, la feliz, la que muchos conocemos atestada de gente en temporada alta, pero son pocos los que la ven realmente "vacía". En lo que otros verían como un problema, es decir la ciudad veraniega por excelencia pero sin gente, el director se encuentra con lo que le es conocido y se siente cómodo. Es un mérito del debutante Mariano Blanco, de apenas 20 años cuando rodó la película, mostrarla como tal, con su interminable cámara en mano. Los chicos se mueven de un lado a otro, ya sea a otra casa, a los videojuegos o a una fiesta. Se juntan a andar en skate, se trasladan buscando a alguna mujer, y todo esto por una ciudada reconocida, aunque de forma distinta. La película se trata de un día en la vida de tres amigos, que empieza a las diez de la mañana con Mariano, que le pasa la posta a Lorenzo a la tarde y cierra durante la noche con el Koala. Cada uno se traslada de una forma diferente pero con un objetivo en común, terminar el día con los pibes. Los personajes no tienen desarrollo, ni profundidad, las historias tampoco, la musicalización brilla por su ausencia y hace pensar mucho en Kids (1995, de Larry Clark), aunque sin el SIDA o las drogas, o en Paranoid Park de Gus Van Sant. Estos aspectos más la ausencia de trama harían de esta una película que no se podría ver, y sin embargo no es así, porque el objetivo no es el convencional. El director refleja ese espíritu adolescente en una ciudad vacía no porque sea una elección estética, sino porque es así. No hay otra intención más que la de mostrarse como tales, será voluntad generacional o carta de presentación, pero al final uno sabe que ante la pregunta por ¿quiénes son?, no hay duda de que son ellos.
En los últimos años algunos estrenos buscaron dar vida a un género como el de la ciencia ficción con invasiones extraterrestres que ya estaba agotado. Películas como Cloverfield y District 9 trataron de recuperar aquello que se había perdido a fuerza de repetición. El caso de Battle: Los Angeles lejos está de ser revolucionario, más allá de tener algún toque de distinción en las secuencias de acción o en la narrativa, no deja de ser una historia más que se suma a una larga lista de relatos parecidos. Esta se enfoca en un grupo de marines, liderados por un Aaron Eckhart que ya es actor suficiente como para rodearse de desconocidos en un papel así, los cuales van en misión de apoyo y quedan atrapados en medio de la zona caliente del conflicto momentos antes de que esta sea arrasada por bombas propias. La pelea entre humanidad y extraterrestres se ve reducida entonces a sólo una faceta, la lucha de los soldados para salir con vida de esa situación, aspecto que tendrá un giro y otra resolución hacia el final. Es que si hay un componente extra que ofrece la película es el de transpirar patriotismo estadounidense por cada uno de sus poros. Lo sabemos, en la última década se produjo el golpe más duro, una invasión externa sobre suelo norteamericano que más allá de las bajas los mostró vulnerables, entonces qué mejor metáfora que un ataque extraterrestre para que el espíritu de los Estados Unidos surja en el interior de cada marine, incluso del más insignificante, dispuesto a entregar todo por su país. Este aspecto quedará en evidencia con una larga introducción a cada personaje, que tienen sus vidas, esposas o hijos en camino, pero que llegado el momento del combate ninguno pensará en ellos y se ofrecerá en bandeja a la causa nacional, incluso un civil llegará a hacerlo, regalando un desenlace como en The Hurt Locker / Vivir al límite sólo porque sí. Jonathan Liebesman sigue su propio ritmo a la hora de construir Invasión del mundo, mezclando buenas secuencias de acción a toda marcha con escenas del peor sentimentalismo militar. No se trata de una película especialmente lograda, pero teniendo en cuenta que el guión de Christopher Bertolini es inexistente, mucho debe apoyarse en los combates y estos están bien realizados. El cine de ciencia ficción ha demostrado que puede ser mejor y, especialmente en los últimos años, que aún puede ser original. Para esto hace falta una buena idea que se aleje del clásico tradicionalismo y que deje de incluir banderas rojas, blancas y azules en cada cuadro, volviendo cada pieza musical un himno nacional.
Rango sólo es un camaleón torpe, feo y asustadizo, sin embargo en su interior habita un héroe que lucha por salir a la superficie y acabar con las injusticias del mundo. Cuando se quede abandonado en Dirt, un pueblo plagado de forajidos y asesinos, tendrá la ocasión de demostrarlo. Uno podía pensar que a Gore Verbinski se le había acabado la chispa. Desde el estreno de Piratas del Caribe en el 2003, desatando un enorme furor de taquilla, el director no pudo volver a hacer una buena película que repitiera ese éxito. Si bien las secuelas que se hicieron sobre el capitán Jack Sparrow fueron aún más recaudadoras que su predecesora, no por nada la cuarta parte está por estrenarse, no se puede decir que sean productos logrados. Con Rango recupera ese espíritu del 2003, dado que no sólo va a llevar al público en masa al cine sino que además lo va a hacer con un trabajo excelente que es hasta el momento de lo mejor del año. El protagonista es sólo un camaleón doméstico que accidentalmente cae de la comodidad de su terrario en un pueblo sin ley como en el Lejano Oeste. Un animal cuyo sentido en la vida es el de mezclarse y perderse en su entorno encuentra que allí se destaca, convirtiéndose rápidamente en el sheriff de Dirt. De esta forma, el comienzo en clave cómica deriva en un western con todas las letras, en un lugar donde todos son marginales sin futuro, Rango es quien puede traer esperanza a quienes necesitan creer. En el Desierto de Mojave el problema es la escasez de agua, sequía que logra que hasta los cactus mueran, y es el héroe quien se encarga de buscar la solución, luchando contra un alcalde corrupto y sus secuaces. Así, una vez que queda delimitada la estructura del far west, la película se deleita con una serie de pasos de comedia muy efectivos, permitiendo que cada personaje pueda aportar algún chiste igual o más divertido que el anterior, circulando por ambos géneros, obteniendo lo mejor de cada uno de ellos. El único problema que tiene en Argentina, algo ajeno a la película, es que los distribuidores eligieron lanzarla sólo traducida al castellano, a excepción de alguna sala, lo cual es una pérdida importante teniendo en cuenta la calidad de actores que prestaron sus voces. Verbinski se arriesgó, se alejó de la cuarta parte de Piratas… para hacer un western animado con animales, y sin duda salió ganando. Además de los intérpretes que se sumaron al elenco, la realización contó con la presencia de viejos conocidos del director, con un gran guión de John Logan, escritor de Gladiador y Sweeney Todd entre otros, una animación realmente impresionante de la compañía Industrial Light and Magic y la banda sonora a cargo de Hans Zimmer, quien deja su marca en cuanto éxito puede. Como hiciera Temple de Acero hace tan sólo unos días, Rango revitaliza un género dejado de lado con resultados sorprendentes. Regalando algunas secuencias impactantes, homenajeando a todos los partícipes de los westerns de la década del ’60, el film es un placer tanto narrativo como estético desde el principio hasta el fin.
Firme junto al pueblo Nicolas Cage regresa para confirmar su compromiso con el mal cine en Infierno al volante, una más que viene a sumarse a la larga lista de títulos pobres en los que participó en los últimos años, alrededor de 15 en las que sólo se salvan Kick-Ass y Un maldito policía en Nueva Orleans. En esta oportunidad encarna a un criminal que se logra escapar del infierno para poder rescatar a su nieta, la cual fue secuestrada por una secta satánica que planea sacrificarla. Esto se va a complicar con la aparición del “contador”, un William Fichtner que es lo mejor de la película, el guardián del averno que va a tratar de regresarlo a las tinieblas. Con estos elementos y la suma de Amber Heard el combo tiros, autos rápidos y chicas lindas queda completo, y por 4 pesos más te lo agrandan con 3D. En el último tiempo si hay algo que se está poniendo de moda es lo “bizarro”. Escudándose en esa palabra se puede hacer cualquier cosa, sin ningún tipo de pretensión, y después justificarlo diciendo que no se debe tomar tan en serio, que es un homenaje al cine clase B. En cartelera ya está Piraña 3D que es mejor, no hace falta un Nicolas Cage con peluca rubia matando a todo el mundo y querer que uno se prenda al chiste. Se hace entonces una película obvia y llena de clichés, algo que se ve desde los primeros cinco minutos cuando Milton se aleja caminando y en cámara lenta de un auto que explota. Si hay algo rescatable, además de la mencionada actuación, son algunas escenas de acción bien logradas o algún diálogo divertido como los que ofrecen los policías en sus diferentes apariciones. Los efectos especiales también son correctos, aspecto que se cae hacia el final en la última batalla, cuando se hace gala de un trabajo digital de por lo menos veinte años atrás, algo que el 3D tampoco favorece, especialmente porque no aporta nada a una película que tiene menos adrenalina de la que promete. El director Patrick Lussier no conforme con ya haber dejado su huella con Sangriento San Valentin 3D, quiere mantenerse en las líneas del formato y parece aferrado sin ganas de soltarse (Condition Dead 3D ya está prevista para el 2012). Tampoco el guión se puede decir que sea bueno, si bien siendo una película de acción no es algo tan importante lo único que se necesita es que se mantenga sencillo o que si se vuelve complicado que tenga lógica, algo que no sucede dado que al final se torna confuso por el sólo hecho de dejar las puertas abiertas para una secuela. Sólo resta esperar que Cage no acepte hacer una segunda parte, como sí accedió con El vengador fantasma, y que sus problemas financieros queden en el pasado como sus protagónicos del presente.
Coco (Daniel Hendler) y su mujer embarazada Pipi (Jazmín Stuart) hacen tranquilos una compra grande en el supermercado, mientras detrás de ellos pasan hordas de personas enloquecidas tratando de comprar lo que pueden. Ajenos en su mundo de confort miran sin ver como la gente corre con lo que puede cargar por la calle, distantes de todo aún antes de que empiece la cuarentena. Es curiosamente el aislamiento forzado lo que permitirá la integración, cuando Coco deje de preocuparse por el servidor caído de Internet para pensar en su bienestar y el de los que lo rodean. Por medio de Horacio (Yayo), un paranoico que toda la vida se preparó para la guerra mundial, él irá interiorizando una situación que no se toma en serio, hasta que la peligrosa realidad le haga tomar conciencia. Fase 7 es una película única en el país, mezcla de humor y género fantástico con mucho de western, un relato de supervivencia del héroe colectivo ante un mal mayor, aunque ese mal pueda vivir en el décimo piso. Comparte con El Eternauta, la gran historieta argentina de ciencia ficción creada por Oesterheld, mucho más que los trajes aislantes. El héroe no es el habitual, es un hombre común presa de la sociedad de consumo que por circunstancias que no entiende se ve arrojado a una situación desconocida y obligado a actuar en forma heroica. El villano, antes de que aparezcan los extraterrestres en la historieta, es gente como él, hombres corrientes que necesitan sobrevivir, reduciendo la civilización a la ley de la jungla. Finalmente el espacio es un componente importante, al desarrollarse la acción en lugares conocidos o familiares, ambos relatos se encuentran en el mundo de lo posible, se vuelven más realistas. A la pareja que protagonizó Los Paranoicos y demostró tener buena química, se suman un Yayo Guridi diferente y efectivo, así como un gran Federico Luppi y su peligroso Zanutto, creando un muy buen ensamble en pantalla. La ópera prima de Nicolás Goldbart es una película ideal con dosis justas de comedia y acción. Partiendo de la Gripe A que afectó a la Argentina en 2009 y la paranoia que esta despertó, el director escribió en quince días algo completamente ajeno a la filmografía nacional y lo pudo llevar adelante, ganando en el camino el premio al mejor guión en el Festival Internacional de Cine Fantástico en Sitges. Si bien falta un poco del vértigo que el tráiler impone, ese ritmo menor permite un mejor desarrollo de los personajes y la construcción de algunas escenas verdaderamente geniales, sin dejar que decaiga en ningún momento. Se desarrolla así una historia apocalíptica prácticamente sin recurrir a efectos especiales, logrando un trabajo impactante sin necesidad de grandes presupuestos. El cine de género tiene lugar en el país y Fase 7 es la prueba de ello, esperemos que de ahora en adelante sean más los dispuestos a asumir el riesgo.