Chris Columbus, el director más flojo de la saga de Harry Potter, decide ahora hacerse cargo de otra exitosa saga de la literatura juvenil. Percy Jackson cumple esos requisitos sobre aprender y divertirse al mismo tiempo, pero lo mejor de esta nueva saga es que la verdadera apuesta de Columbus es la aventura. Efectos digitales, que los hay y por doquier; chistes afiladísimos, que abundan como para hacerle un regalito a otras sagas juveniles; grandes estrellas de Hollywood en pequeños papeles (de Pierce Brosnan a Uma Thurman) y aggiornamiento mitológico; todos ellos se encolumnan detrás del sentido de aventura, gran motor narrativo de Percy Jackson. Percy Jackson demuestra que de poco sirven los superhéroes del siglo XX si la eterna lucha entre el bien y el mal la pueden encarnar demonios, dioses y semidioses.
A simple vista, Días de ria puede parecer otra película reaccionaria deleznable sobre una venganza. Gerard Butler parece tener una vida común y corriente hasta que dos hombres llegan a su casa a robarle y violan y matan a la esposa y a la pequeña hija del protagonista. Uno de los atacantes, el más malo, consigue un trato para declarar en contra de su compañero y conseguir una condena reducida. La furia se macera diez años en la sangre de Butler hasta que se desata en las narices del fiscal que tuvo que hacer aquel trato con los acusados. Pero las cosas no son tan lineales en el universo propuesto por F. Gary Gray, uno de los artesanos más efectivos del Hollywood actual. Días de ira parece correr a la justicia por derecha, pero la película se oscurece por completo, al punto en que se vuelve imposible distinguir buenos y malos, y se vuelve cada vez más atractiva. Pero sería injusto destacarla sólo por esa mirada que esquiva maniqueísmos y no tener en cuenta que se trata de una gran película de acción.
La película sensación de este año para la Academia de Hollywood reivindica la carrera de una cineasta que hace tiempo que se luce dentro del cine de género. Vivir al límite demuestra toda la pericia de Bigelow y muestra un costado de la guerra que el cine no acostumbra a retratar. La película se centra en qué es eso que mueve a los soldados a participar en una guerra y, a diferencia de películas que exacerban los valores patrióticos como Soldado anónimo, la respuesta a ese interrogante la encuentra en esa adrenalina que seguro se produce al desactivar algún artefacto explosivo casero. La tensión que transmite Vivir al límite en sus secuencias de acción filmadas desde el vértigo de la cámara en mano vuelve comprensible esa necesidad hormonal de su protagonista. Tal vez por eso sea que la película pierde mucho cuando la cineasta se aleja del ámbito profesional de sus soldados y quiere meterse en la vida privada de los protagonistas.
Clint Eastwood vuelve al deporte y consigue una de sus películas más emocionantes de la última década. El cineasta cuenta la historia de los Springboks durante el mundial de rugby Sudáfrica 1995 y, además, aprovecha para narrar la traumática salida del apartheid y cómo fue que el deporte, al menos por un tiempo, consiguió unir un país dividido. La violencia, tema omnipresente en la obra de Eastwood, aparece contenida y agónca en Invictus: el Nelson Mandela de Morgan Freeman hará lo imposible para hermanar a negros y blancos sudafricanos y escapar de la espiral de violencia generada por el Apartheid. La alianza construida por el recién electo presidente con el François Pienaar de Matt Damon, capitán de los Springboks, durante el mundial resulta el vehículo ideal para conseguir esa tan ansiada unión detrás del lema: “un equipo, un país”. Eastwood trata a sus dos protagonistas como héroes impolutos, y su retrato los acerca demasiado a la estampita cinematográfica, pero el gran valor de Invictus resulta en la euforia deportiva que provoca, sin perder jamás la rigurosidad, cómo se muestra esa finalísima inolvidable.
George Clooney es una de las pocas estrellas de Hollywood capaces de conseguir que a casi todo mundo le caiga más o menos bien ese villano que viaja de empresa en empresa y, de un plumazo, deja sin trabajo a una buena cantidad de empleados como si nada. El optimista Jason Reitman (Gracias por fumar, La joven vida de Juno) insiste con esos personajes que, al mismo tiempo, condena desde lo moral pero los hace agradables y les regala la chance de redimirse, tal vez los momentos más forzados y menos entretenidos de su cine. Reitman sólo falla sobre el final, cuando llega el momento de inmiscuirse demasiado en la vida privada de su protagonista, pero el cineasta ya se había lucido a la hora de hablar del trabajo y de darle a Clooney un poco de su propia medicina. Amor sin escalas mantiene el crédito abierto para Reitman Jr: no son muchos los cineastas en el mundo, y mucho menos en Hollywood, que tienen la capacidad de retratar ese costado más despiadado del ambiente laboral y salir airosos. Reitman y Clooney se juntan en una película imperdible para demostrar que hoy son nombres imprescindibles en la industria del cine.
Uno podía desconfiar de Guy Ritchie, británico pichón superficial de Tarantino, a la hora de encarar el gran regreso de las aventuras de Sherlock Holmes. Pero el ex de Madonna consigue una película atractiva donde su montaje vertiginoso que gusta de amontonar tantos planos breves como sea posible encuentra su justificación en esa velocidad mental de Holmes. Y el otro gran acierto de la película es encarnar al sabelotodo más famoso de la literatura en la piel de Robert Downey Jr., la gran estrella del momento en Hollywood. Ritchie apuesta por el costado boxeador de Holmes y logra una película donde las piñas juegan un papel tan importante como la inteligencia del detective. Y como si todo esto no alcanzara para que la película se vea bien, allí están Jude Law como el fiel Watson y Rachel McAdams como femme fatale para que todo sea todavía más agradable a los ojos.
James McTeigue construyó una carrera silenciosa como eterno compinche de los Wachowski hasta que se le dio la oportunidad de hacerse cargo de V de Venganza, como si el director hubiera sido un ninja que esperaba escondido hasta poder atestar un golpe letal. Qué mejor entonces que volver ahora con Asesino ninja, título de película atractivo como pocos, honesto y sin ningún tipo de miedo al ridículo. Lejos de esas pretensiones políticas de su anterior film, McTeigue se dedica a pasarla bien y a intentar que el espectador consiga divertirse con él. El medio son esas secuencias de acción descabelladas donde todo es posible gracias al milenario arte ninja que le da vía libre a los efectos digitales. Sin mucho más le alcanza a Asesino ninja para ser una pequeña película que no debería pasar desapercibida.
James Cameron se declaró Rey del Mundo allá hace poco más de una década cuando ganó todo gracias a Titanic, pero ya formaba parte al menos de la realeza de Hollywood gracias a las dos primeras Terminator. El director de Aliens vuelve con una película épica, que se vende como la más cara de la historia y que cambiaría el uso del 3D, del cual el cineasta es pionero, pero lo importante no son esos slogans sino las virtudes de Cameron a la hora de filmar. Desde lo audiovisual, Avatar es una película sino revolucionaria al menos inolvidable. Y la película se ve tan bien y su estética similar a las figuras “glow in the dark” es tan hipnótica que poco importa su pátina new age y su mensaje ecologista que esquiva cualquier tipo de complejidad. Como nadie diría mejor que Cristian Castro, Avatar es “tan pura y tan azul que embriaga el corazón”.
Hace ya más de una década que El proyecto Blair Witch popularizó el falso documental que daba julepe a partir del found footage (filmaciones encontradas). J.J. “Lost” Abrams produjo Cloverfield y transformó a la técnica en un producto a la medida de Hollywood. Ahora le toca a Actividad paranormal, película berreta de “apenas” unos cuantos miles de dólares que se centra en el registro de las atribuladas noches que pasa una joven pareja. Ella siente una presencia demoníaca por las noches y él cayó con una camarita para registrar el fenómeno. El problema es que al ente en cuestión no parece caerle nada simpática la posibilidad de convertirse en una figura mediática. Con muy poquitos recursos y sin derrochar ideas, Actividad paranormal consigue meter miedo y traslada al intimismo y la comodidad del hogar todos esos ruidos aterradores que se creían más efectivos en un bosque. ¿O el encierro en casa era todo un facilismo de producción? Seguro, pero al menos esta vez hay que reconocer que la artimaña funciona.
Suena lógico que esta secuela de Crepúsculo haya caído en manos de un director capaz como Chris Weitz (AmericanPie, Un gran chico) en lugar de la inimputable Catherine Hardwicke (A los trece) cuando Crepúsculo se transformó en el gran fenómeno del Hollywood actual. El cine y la televisión se llenaron, de un día para otro, de fogosos (aunque pacatos) vampiros adolescentes, que se pueden usarse como metáforas sobre sexo, religión, drogas o tema polémico juvenil de turno. Luna nueva llega para llevar esa moda a otro lado porque no son los vampiros quienes deslumbran en esta segunda adaptación de la franquicia de Stephenie Meyer: los lobizones le ponen el pecho y sus cinematográficos pectorales a las balas y se hacen cargo de buena parte de la película. Luna nueva es una película atractiva mientras se centra en las a venturas de un malón de hombres lobo e intenta de olvidarse de los vampiros, como trata el personaje de la menudita Kristen Stewart con el carapálida de Robert Pattinson. Taylor Lautner, aquel simpaticón Niño Tiburón que descubrió hace unos años Robert Rodriguez hoy devenido en bombonazo absoluto, es la gran figura de esta Luna nueva: él saca a la película de esos constantes y adormecedores susurros vampíricos y la transforma en algo mucho más primario y lleno de vida.