A la madurez, héroe de acción En estos últimos años ya lo hicieron Liam Neeson y Kevin Costner. Ahora le toca el turno de convertirse en un antihéroe ultra violento y sumamente pragmático a Pierce Brosnan. El ex 007 interpreta a Devaroux, un agente gubernamental alejado de la fuerza después del fracaso de un operativo que vuelve al trabajo de campo para extraer de Rusia a su ex mujer y colega. La misión, claro está, sale mal, obligándolo a regresar definitivamente al ruedo. De allí en más, se cruzará con los personajes habituales en este tipo de películas -el jefe corrupto, la chica inocente a la cual proteger, interpretada por Olga Kurylenko- y con un ex discípulo (Luke Bracey) que intentará cazarlo, desatando así una andanada de tiroteos y peleas a lo largo y ancho de Europa del Este. El aprendiz es un poco más de lo mismo, un producto seguramente concebido a raíz del éxito de la saga Taken. Pero el director es Roger Donaldson, uno de esos nombres que quizás no digan demasiado (su obra incluye, entre otras, a Cocktail, Especies, Trece días, Sueños de gloria, Sin salida, El gran golpe), pero que durante décadas ha demostrado que saber narrar. Así, el aplomo de Brosnan, quien luce su mejor estampa de galantería jamesbondiana incluso aunque no quiera, y el oficio de Donaldson para contar lo varias veces visto hacen de El aprendiz una película noble y amena.
Almas en pena Otra familia disfuncional unida contra su voluntad y van…Tal como ocurría en Agosto, transposición de la reconocida obra de Tracy Letts –que aquí fue dirigida por Claudio Tolcachir, con Norma Aleandro y Mercedes Morán en los roles principales–, Hasta que la muerte los juntó parte de la desaparición (en este caso la muerte) del padre de clan para reunir nuevamente a todos los hijos. Hijos que tienen vidas diametralmente opuestas, pero que difícilmente pueda decirse que la pasan bien. Así, Phillip (Adam Driver, el de Girls), el menor, vaguea sin rumbo definido mientras está de novio con una psicóloga varios años mayor; Paul (Corey Stoll, el Peter Russo de House of Cards) divide sus preocupaciones entre la continuación del negocio paterno y el tratamiento de fertilidad de su mujer; Wendy (Tina Fey) aún arrastra las heridas de un amor truncado y Judd (Jason Bateman) es víctima reciente de una infidelidad. Con todas esas cartas sobre la mesa, sumada la presencia de la madre (Jane Fonda), el director Shawn Levy (el mismo de Una noche en el museo y Gigantes de acero) arma una película cuya previsibilidad y apego a un guión de hierro la convierten en un fiel exponente de teatro filmado que, para colmo, jamás esconde las costuras de una parábola moral que irá desde la disyunciones internas hasta las posibilidades de una segunda oportunidad. El buen trabajo de Bateman es lo único rescatable.
Menos de lo mismo Se sabe que diciembre es históricamente flojo en cantidad –y generalmente en calidad– de estrenos, lo que da lugar a que muchas distribuidoras lancen aquellos films postergados durante los meses previos. Uno de los ejemplos de este 2014 es Un pasado imborrable. El del australiano Jonathan Teplitzky es uno de esos films que pedía a gritos ser considerada para la temporada de premios del año pasado (se estrenó en el Festival de Toronto 2013) y que, sin embargo, pasó sin pena ni gloria. La película está basada en la novela autobiográfica de Eric Lomax, un escocés (interpretado por Colin Firth) que durante la Segunda Guerra Mundial combatió en el frente asiático hasta que fue capturado por miembros de la policía militar del ejército Imperial, quienes lo llevaron a un campo de concentración tailandés en el cual no sólo lo torturaron, sino que lo obligaron a trabajar en la construcción de un tren que uniera Tailandia con Birmania. Si la historia suena conocida se debe lisa y llanamente a que lo es, ya que en esos mismos hechos se enmarcó El puente sobre el río Kwai. Claro que Un pasado imborrable está alejadísima de aquella propuesta. Jonathan Teplitzky opta por un tratamiento mucho más dramático, centrándose más en las secuelas emocionales y los traumas de Lomax que en el conflicto bélico en sí, dando pie a un dramón académico, filmado con pomposidad y siempre listo para tematizar cuestiones importantes como el perdón, la memoria y la reconciliación.
Cine con buen gusto Jon Favreau sabe de lo que habla. Reconocido actor secundario, fue el encargado del guión de Swingers en 1996, incursionó en la dirección con Made y Elf, el duende y después pasó a las grandes ligas con las gigantescas Iron Man 1 y 2 y Cowboys vs. Aliens. Chef, que aquí se estrena con el subtítulo La receta de la felicidad, marca un regreso a las fuentes con un proyecto filmado, producido, escrito y protagonizado por él. Ese mismo camino es el que hace el cocinero Casper después de renunciar a su trabajo en un restaurante debido a un enfrentamiento con su jefe por la imposibilidad de probar nuevas recetas. No cuesta demasiado interpretar esto como una referencia directa de Favreau a la industria y su tendencia cada día más irredimible de explotar una y otra vez las mismas franquicias y fórmulas. Una vez desocupado, procurará volver a lo simple y conseguirá un food truck para vender sándwiches cubanos en las calles de varias ciudades emblemáticas de los Estados Unidos, dando pie a la segunda etapa (la primera es el desglose del sistema culinario) del film, aquella en la que Casper utilizará ese viaje para reconstruir el vínculo con su hijo, al tiempo que redescubrirá que aquello verdaderamente importante es seguir las convicciones personales. Lo mismo que Ratatouille, pero con panceta en lugar de verduras. Todo esto suena a feel-good movie edulcorada y moralista, pero Favreau logra casi siempre –a veces derrapa– lo que a priori parecía imposible construyendo una propuesta amena y sincera que dispensa un cariño enorme por sus protagonistas sin jamás enjuiciarlos ni mucho menos criticarlos. El viaje de Favreau, entonces, llegó a buen destino.
El juego del miedo Estrenada en el Festival de Ediburgo de… 2009, El examen merecía un lanzamiento por fuera del circuito cinematográfio. Esto dicho no necesariamente por sus problemas y lugares comunes, sino porque es en el mercado hogareño donde este tipo de producciones suelen encontrar su público. Basta recordar lo ocurrido años atrás con El cubo, de Vincenzo Natali. Como aquel film, Stuart Hazeldine comienza con un grupo de personas encerradas en una habitación. Pero estos, a diferencias de los otros, sí saben qué hacen ahí: son los elegidos para la etapa final en la carrera por un puesto en una poderosa empresa. Lo único que deben hacer es responder una pregunta. El tema es que ninguno sabe cuál es. Con algo de El experimento y cierta filiación con las primeras entregas de la saga de El juego del miedo, el film muestra las disquisiciones grupales para develar el misterio, al tiempo que sus integrantes irán abandonando el recinto en una jugada de Hazeldine demasiado calculada. Como toda la película. Así, mil y una vueltas de tuerca después, se sabrá que El examen se propone como un thriller psicólogo demasiado apegado a sus propias reglas.
Las razones del corazón Durante los últimos años, y gracias a películas como Cómo maté a mi padre (2001), Nathalie X (2004), Coco antes de Chanel (2009) o Mi peor pesadilla (2011), Anne Fontaine se ha convertido en uno de los pocos nombres del cine francés con apariciones medianamente regulares en la cartelera local. Ahora, la cineasta oriunda de Luxemburgo hizo las valijas para su debut angloparlante en la coproducción británico-australiana Madres perfectas. El resultado, esta vez, es apenas discreto. El film -cuyo guión fue coescrito por Fontaine con el cotizado Christopher Hampton a partir de la provocativa novela The Grandmothers, de Doris Lessing- sigue a Lil y Roz, dos hermosas veteranas (ni más ni menos que Naomi Watts y Robin Wright) unidas por una amistad cultivada desde una niñez en común. Ahora, ambas comparten prácticamente toda la rutina. Sus hijos, además, tienen una relación perfecta entre ellos. Hasta que, de buenas a primeras, cada una se “enamora” del vástago de la otra. El entrecomillado anterior debe leerse no como una nominación peyorativa, sino como la consecuencia directa de un film que pretende ser algo que finalmente nunca es. Porque aquí no hay un mínimo indicio (o sí, pero sólo uno y demasiado evidente) ni progresión dramática que le permitan al espectador (tratar de) entender el por qué de los distintos comportamientos, dando como resultado un film superficial, más preocupado por avanzar temporalmente antes que en la construcción de la profundidad psicológica de sus personajes.
Sin edad para el amor El estreno de Elsa & Fred en julio de 2005 fue todo un fenómeno comercial gracias a un boca a boca favorable, que culminó en una cosecha de más de 525.000 espectadores. Nada mal para una película lanzada sin una campaña de marketing fuerte detrás. Casi diez años después, llega la hora de la remake norteamericana, con Shirley MacLaine y Christopher Plummer en los roles previamente interpretados por China Zorrilla y Manuel Alexandre, y Michael Radford (El cartero, El mercader de Venecia) ocupando el sillón de director de Marcos Carnevale. Como en el original, la historia es perfectamente encuadrable en los cánones de las comedias geriátricas, ya que se trata de la relación de dos personas mayores que, en este caso, se conocen gracias a vivir en dos departamentos contiguos. Él es un hombre gruñón y siempre quejumbroso, mientras que ella es el opuesto perfecto; una mujer rozagante y optimista, que sueña con visitar la Fontana di Trevi y recrear ella misma la escena central de La Dolce Vita. El amor entre ellos será inevitable. A partir de ahí, Radford recrea gran parte de las escenas del film argentino, manteniendo inalterable una genuina preocupación por los personajes, preocupándose por entenderlos evitando una mirada condescendiente. Lástima que, sobre el final, esta nueva Elsa & Fred derrape apostando a la lágrima fácil y a los golpes bajos, convirtiendo a un film querible en otro enojoso.
Dos a quererse (obvio) Michael Dowse dirigió hace un par de temporadas una película enorme llamada Goon. Inédito en estos pagos, el film seguía el derrotero de un jugador de hockey sobre hielo sin demasiadas bondades técnicas, pero con un corazón enorme. El resultado era una propuesta violentísima, sucia y de una carga humanista inhabitual para el género deportivo. Dos años después, el cineasta canadiense se despacha con una comedia romántica demasiado tradicional como ¿Sólo amigos? El film abre con Wallace (Daniel Radcliffe) en el techo de su casa escuchando un mensaje con la voz de su ex novia, con quien había cortado un año atrás. No pasa demasiado tiempo hasta que conoce a Chantry (Zoe Kazan) en una fiesta. La buena onda es instantánea, pero ella tiene pareja, obligándolo a él a hacerle el cuentito del mejor amigo. A partir de ahí, inician una relación cuyo desenlace se ve a mil kilómetros de distancia. Pero la previsibilidad no es un problema. Sería un error reclamarle a una propuesta leve y efímera como ¿Sólo amigos? el descubrimiento de una nueva fórmula cinematográfica. Basta recordar el caso reciente de ¿Puede una canción de amor salvar tu vida?, que partía de intenciones similares y, sin embargo, terminaba definiéndose como un producto mucho más redondo. La clave del fracaso de ¿Sólo amigos? está en la falta de química entre los actores, su carencia de gramaje, su falta de dobleces, factores que terminarán redundando en un vínculo carente de progresión. Y se sabe: sin empatía no hay comedia romántica que funcione.
Los sonidos del silencio Filmada en el municipio homónimo de Entre Ríos, ubicado en la orilla oriental del Paraná, y estrenada en la Competencia Argentina del último Festival de Mar del Plata, Diamante es un retrato sobre la vida de Ezequiel, a quien se lo muestra vinculándose no sólo con el entorno, sino también con su familia y, por sobre todas las cosas, con el inminente futuro laboral como pescador. Claro que su madre no está demasiado de acuerdo con que descuide los estudios. Para colmo, el Paraná muestra varios síntomas de contaminación ambiental. El paranaense Emiliano Grieco, encargado de la dirección, el guión y la fotografía, desarrolla los primeros minutos del film mediante una cámara no intrusiva, dejando inicialmente que las acciones fluyan con naturalidad. Como en el cine de Iván Fund, Grieco parece interesarse por las particularidades de la comunicación no oral, cediéndole gran parte de atención a los gestos y a los silencios. Sin embargo, sobre la mitad del metraje se deja de lado esa búsqueda poética para, en cambio, sobrecargar el relato de imágenes de la naturaleza contaminada cuya significación grupal resulta inequívoca. Así, del bellísimo y enigmático plano de un amanecer furiosamente rojo del comienzo se pasará a la reiteración de pequeñas viñetas -casi inserts- sobre las consecuencias de la mano del hombre. Diamante es, entonces, una película que va de más o menos.
La isla siniestra Hay algo profundamente sincero detrás de Sin señal: la ópera prima de David Sofía jamás esconde sus referencias al cine de terror norteamericano con El proyecto Blair Witch y Actividad paranormal como emblemas. Esto es, aquellas películas realizadas con material supuestamente documental cuya intención inicial no era ser lo que finalmente es. El film comienza con un grupo de cineastas y un arqueólogo rumbo a una misteriosa isla para grabar un documental para investigar una antigua teoría precolombina según la cual una tribu consideraba a ese ámbito como un lugar maldito. No pasará demasiado tiempo hasta que el grupo empiece a comprobar las consecuencias de su atrevimiento. Sin señal comienza con intensidad, planteando claramente su propuesta y apostando por la creación de un suspenso tan genuino como por momentos efectivos. Sin embargo, sobre la mitad, el interés del film se desplaza al funcionamiento de la dinámica grupal hasta desembocar en una vuelta de tuerca final simplista, que termina arruinando todo lo construido previamente.