Viaje sin sorpresas Apenas un par de semanas después de Voyage, voyage y Vino para robar, una tercera película ambientada en tierras mendocinas llega a la cartelera porteña. En este caso, se trata de Road July, que además tiene la particularidad de haber sido filmada con un equipo técnico enteramente cuyano. Primer largometraje de ficción de Gaspar Gómez, se trata de una road movie que sigue a un padre en plena recomposición vincular con su hija de diez años (la July del título) a la que nunca reconoció, luego de que su madre falleciera de un cáncer fulminante. A partir de esa anécdota, Gómez esboza una película cuyo máximo punto a favor es la de evitar el regodeo en los paisajes para, en cambio, centrarse en la historia que quiere contar. El problema es justamente ese, una historia demasiado edulcorada -todos los personajes son buenísimos, sin un doblez de oscuridad- en la que se presume desde el minuto uno que todo culminará de maravillas. Es cierto que el subgénero de las road movies implica la aceptación por parte del espectador de que el destino importa menos que el recorrido, pero Road July podría haber sido mucho mejor si hubiera apostado un poco más a construir un universo menos idealizado, mucho más apegado al que nos envuelve cotidianamente.
¿El chivo más largo del mundo o sólo una comedia fallida? Tres años después de Red Social y una semana antes de la biopic sobre el creador de Apple, Jobs, llega Aprendices fuera de línea, que transcurre en las asépticas instalaciones de Google en California. Hasta allí llegan dos amigos (Vince Vaughn y Owen Wilson) buscando acceder a una pasantía laboral después de perder su trabajo como vendedores. El problema es que son auténticos “dinosaurios” analógicos sin la más mínima idea del asunto 2.0, desatando así una comedia fallida -hay más chistes logrados en el cameo de cinco minutos de Will Ferrell que en el resto del film- con gusto a poco. La inserción de un producto o marca en el cine (product placement en la jerga profesional) nunca había llegado tan lejos. Aquí ya no se trata de algún que otro chivo ocasional, sino que Google es tanto o más protagonista que los actores de carne y hueso. Sin embargo, hay que reconocerle al film de Shawn Levy (Una noche en el museo, la notable Gigantes de acero) que no se limita a erigirse como una publicidad de casi dos horas sino que hace de esa característica el disparador de una comedia. Y ahí es donde comienzan los principales problemas. La contraposición entre la dupla y el resto de los nerds que tienen como ocasionales e involuntarios compañeros de grupo para las distintas competencias planteadas por el coordinador de turno (Aasif Mandvi) da pie a una película obvia y demasiado tibia para los cánones actuales del género, con un humor blanco y desvaído que se desinfla a medida que pasan los minutos hasta convertirse en una somera moraleja acerca de la auto-superación y las bondades del trabajo en equipo.
Nunca es tarde para amar Más de un lustro después de Terapias alternativas, Rodolfo Durán y Manuel Callau vuelven a unir esfuerzos en Cuando yo te vuelva a ver. El actor interpreta a Paco, un argentino radicado en España hace 36 años que vuelve por un par de días con el fin de apadrinar el casamiento de un amigo. Por otro lado está Margarita (Ana María Picchio), dueña de una empresa de catering, madre de una hija embazada por segunda vez, viuda y, desde entonces, sentimentalmente sola. No hace falta demasiado para presuponer que entre ambos hubo una historia de la que aún perviven secuelas. Secuelas que se harán carne luego de un reencuentro inicialmente trunco, pero luego concretado a raíz de la complicidad de la amiga y socia de ella (Miriam Lanzoni) y el hermano de él (Alejandro Awada). A partir de ese momento, la andanada de recuerdos en común y los sentimientos no dichos durante décadas hacen de Cuando yo te vuelva a ver un melodrama bienintencionado, honesto e incluso tan noble como sus personajes. El problema es que las situaciones y la construcción narrativa y de los distintos protagonistas, la cantidad excesiva de frases impactantes, revelaciones y música destinada a subrayar los sentimientos y sensaciones de los personajes hablan de un film más cercano a los códigos narrativos y formales de los seriales vespertinos de la televisión que del cine.
Regreso con gloria La primera certeza después de ver Rápidos y furiosos 6 es que felizmente queda muy poco del film bautismal de la saga tuerca iniciada en 2001. Desde ese momento, y con el correr de las entregas, el conjunto comenzó a ladearse hacia la acción-espectáculo, alcanzando su punto máximo en la que hasta ahora era la última película, donde el grupo de ladrones y ex policías destruía -esto dicho literalmente- medio Río de Janeiro para robarle a un narcotraficante local. Allí, si bien la pulsión fierrera y la misoginia características de la serie se mantenían inalterables, se articulaban como magistrales set-pieces de destrucción, persecuciones y autos tuneados siempre a punto de destruirse. El sexto film de la serie sigue una línea similar, pero ahora la trama se desplaza de Brasil a Europa. Allí viven Dominic Toretto (el siempre inexpresivo Vin Diesel) y el ex policía Brian O'Conner (Paul Walker). El primero juntado con la bonita policía carioca con la que terminaba la película anterior y el segundo estrenándose en el rol de padre. Mientras tanto, el resto de la banda disfruta -y despilfarra- el botín alrededor del mundo dándose lujos a priori imposibles. Pero toda esa tranquilidad se interrumpe cuando el policía Luke Hobbs (un Dwayne Johnson al que cada día da más gusto verlo en pantalla grande), el mismo que los dejó ir en Brasil con la promesa de ir tras ellos, cruza el Atlántico con su nueva asistente (la luchadora Gina Carano, que ya demostró en La traición que de patadas y trompadas sabe bastante) para proponerles un negocio: que la banda lo ayude a atrapar al malvado de turno, un ex agente del SAS británico que planea robar un sofisticado equipo tecnológico que permitiría anular las defensas militares de un país, a cambio del perdón de sus delitos. El asunto se complica aún más cuando descubran que una de las integrantes del bando rival es la ex de Toretto, supuestamente fallecida, Letty (Michelle Rodríguez). Todo lo anterior es apenas una excusa para que la troupe inicie un largo peregrinar sobre ruedas por Europa, con Inglaterra y España como epicentros. Sería un error pedirle profundidad a un film que hace del músculo y la superficie sus principales armas. De hecho, los momentos más flojos son aquellos en los que el guión de Chris Morgan intenta profundizar en el vínculo entre los personajes, sobre todo en el de Taretto con Letty. Pero cuando la película decide liberarse de esa carga alcanza picos de adrenalina notables. El taiwanés Justin Lin tiene muy en claro cómo debe filmarse una escena de acción no sólo para generar espectacularidad sino también para que se entienda qué está sucediendo. En ese sentido, la última es una de las secuencias de acción más impresionantes de los últimos años. Y las imágenes finales, justo antes del inicio de los créditos, muestran que el asunto puede volverse aún mejor.
Otra comedia con un grupo de amigos dispuestos a romper la noche. Debut en la dirección de los guionistas de la saga ¿Qué pasó ayer?, Jon Lucas y Scott Moore, 21: La gran fiesta apela a una forma bastante popular en los últimos años (Supercool, Proyecto X y, un poco más atrás, Old School) para narrar la noche de descontrol y excesos de un grupo de amigos dispuesto a celebrar el ingreso a la edad del título de uno de ellos. Claro que las cosas no saldrán como ellos esperan, y lo que inicialmente era alguna que otra copa pronto se convertirá en un auténtico caos. Más aún si el cumpleañero tiene al otro día una entrevista laboral y los otros dos deben llevarlo a su casa sin tener idea de dónde vive. Lucas y Moore construyen una película con bastantes situaciones humorísticas tan efectivas como trilladas (entuertos policiales, ingreso en una fraternidad de mujeres, persecución de los “chicos malos”, entre otras). Es interesante, además, señalar el melancólico que atraviesa todo el film, con los protagonistas enfrentándose no sólo a las distintas situaciones, sino también a los efectos del paso del tiempo en el vínculo amistoso. Así, sin aportar nada demasiado novedoso al género, 21; La gran fiesta es una película que cumple con lo que promete. Cada lector-espectador decidirá si eso es suficiente.
Otro Crepúsculo cinematográfico Hermosas criaturas es otra de amores nunca concretados entre chica y chico a causa de imposibilidades naturales. En este caso, se trata de Ethan Wate (Alden Ehrenreich), un adolescente que aspira a cortar con su vida pueblerina hasta que conoce a la misteriosa Lena Duchannes (la neozelandesa Alice Englert). Pero resulta que ella es una bruja y dentro de algunos meses deberá definir si ladea para el bien o el mal. Entre ellos estarán, además, la familia de ella y una comunidad apegada a la moral ultra conservadora que tanto parece gustarle a los jóvenes desde el boom Crepúsculo. Todo lo anterior daba para tomárselo poco en serio, pero el film de Richard LaGravenese, basado en el popular libro homónimo de Kami García y Margaret Stohl, viene rotulado como heredero de la saga creada por la mormona Stephenie Meyer, así que era de prever que no lo hiciera. En ese sentido, Hermosas criaturas cumple con lo prometido, pero en el peor de los sentidos: aburrida, densa, espesa hasta el hartazgo y siempre dispuesta a no pasarme jamás de la raya. Por allí también andan Jeremy Irons y Emma Thompson jugando a ser hermanos fantasmagóricos, los únicos que parecen no tomarse en serio un asunto que, claro está, no lo ameritaba.
Historia mínima, logro máximo Habrá que prestarle atención al estreno tapado y silencioso de la semana. Ópera prima de Miguel Baratta y Patricio Pomares, El fruto es una pequeñísima historia rural acerca de la rutina de un anciano en una ciudad bonaerense de apenas 400 habitantes llamada Carlos Keen, ubicada al límite con La Pampa. Allí, entre conversaciones y actos cotidianos, Juan se propone llevarle un pequeño árbol a la curandera del pueblo como obsequio por los servicios prestados. A lo largo de ese recorrido se cruzará con vecinos, amigos y demás personajes de la vida pueblerina. La cámara de la dupla sigue las acciones a una distancia prudente, observándolas sin entrometerse en su desarrollo, en muchos casos con planos fijos. De esta manera, El fruto logra encontrar lo extraordinario dentro de esa rutina valiéndose de un registro oscilante entre la ficción y el documental, adquiriendo para sí las características principales de su protagonista para terminar convirtiéndose en una de esas películas en la que el tiempo parece transcurrir a otra velocidad.
Parcialmente salvaje La comparación es tan inevitable como lógica: Despedida de soltera tiene, desde su misma nominación, más de un punto de contacto con ¿Qué pasó ayer?. Pero lo que allí era zafado y descontrolado, aquí da la sensación de que es más bien puritano. Porque, sí, se habla -y se ve- alcohol, drogas, algo de sexo, pero es como si todo estuviera manejado y pulsionado por la directora debutante Leslye Headland. Becky (Rebel Wilson) está a punto de casarse con su novio, por lo que sus amigas del secundario viajan para ser las damas de honor. El tema es que la noche anterior, deciden salir a hacer una despedida de soltera...sin la novia. No pasará demasiado para que el asunto pierda el rumbo y las tres (Kirsten Dunst, Isla Fischer y Lizzy Caplan) tengan que recorrer Nueva York con el vestido blanco destruido. Comedia de enredos básica, cargada de personajes unidimensionales y estereotípicos, Despedida de soltera pierde la oportunidad de rendirse a lo salvaje e incorrecto para quedarse en la tibieza de los terrenos ya conocidos. Una lástima.
Mujeres en huelga (de amor) Estrenada en el último Festival de Cannes, la nueva película del director de El tren la vida, Ser digno de ser y El concierto se sitúa en una pequeña comunidad del norte de África en la que las mujeres inician una huelga de amor para que reclamarme a los hombres que se hagan cargo del largo camino hasta la fuente del título, única forma de conseguir agua. Los mandatos sociales, la presión del entorno, las vicisitudes de esta medida y las consecuencias emocionales son los ejes principales sobre los que Mihaileanu pivotea durante las más de dos horas que dura el film. Cimentada sobre un mar de buenas intenciones, La fuente de las mujeres es un dispositivo en el que todos los mecanismos deben confluir necesariamente en la redención del género. El problema es que el film tiene una liviandad discordante con la temática y el tono propuesto, valiéndose de los mismos estereotipos que supuestamente crítica. El resultado es noble y llevadero, pero también contradictorio.