Una sombra ya pronto serás Hubo un tiempo ya bastante lejano en el que Rob Reiner hacía buenas películas en general, y buenas comedias en particular. Basta recordar a This is Spinal Tap, Cuenta conmigo o Cuando Harry conoció a Sally. Pero el hombre ha envejecido (ya anda por los 67 años) y, con eso, también su pulso cinematográfico. El último exponente de su caída es Juntos… pero no tanto, poco lograda traducción local de And So it Goes. Juntos... pero no tanto tiene a Michael Douglas como un agente inmobiliario rico, ermitaño y solitario en la superficie, pero que en el fondo es divino. Más o menos lo mismo que el protagonista de Lluvia negra y Atracción fatal viene haciendo desde hace una década. Su vecina es una sesentona (Diane Keaton) que canta en bares y llora a mares cada vez que recuerda a su marido muerto. Los dos se llevan mal, pero, claro está, terminarán enamorados. Pero, para esto, primero habrá que soportar un par de vueltas de guión previsibles y sólo viables en la concepción hollywoodense de la vida (que aparezca una nieta así, de la nada) y una serie de chistes y diálogos anacrónicos, que confunden inocencia y tono naîf con lisa y llana tontería. Conviene, entonces, rever alguno de las películas de Reiner de sus gloriosos años '80 porque Juntos… pero no tanto aporta poco y nada a su trayectoria.
Cajita feliz Estrenada aquí hace poco menos de un año y basada en una operación de “antropomorfismo motor” similar al de Cars, Aviones tenía a una avioneta fumigadora cumpliendo el sueño de ganar una prestigiosa carrera alrededor del mundo. No había espacio, al menos narrativamente, para una posible secuela, pero 220 millones de razones (todas verdes) la hicieron posible, por lo que ahora llega a la cartelera argentina Aviones 2: Equipo de rescate. El film comienza con un racconto de lo ocurrido previamente, para luego pasar a un presente poco venturoso para el protagonista, quien sufre un problema en el motor que le impide acelerar a máxima potencia, obligándolo a retirarse de las competencias. Por esas casualidades tan propias de este tipo de películas, justo después se desata un incendio en el aeropuerto que evidencia el carácter obsoleto de las medidas de seguridad. Se necesita, entonces, un nuevo avión hidrante. El elegido para entrenarse en una patrulla antiincendios será, claro, nuestro protagonista. Lo anterior es la excusa ideal para la inclusión de nuevos personajes coloridos (helicópteros, grúas, aviones…) que lucen demasiado calculados para la explotación comercial por fuera de la pantalla antes que con una justificación cinematográfica. Esto porque Aviones 2, más allá de algunos chistes que funcionan (como, por ejemplo, el de la versión “helicóptera” de Cops), es una fábula ecologista acerca del cuidado del medioambiente y del trabajo mancomunado por sobre el grupal. Previsible, por momentos disfrutable y visualmente deslumbrante, surge como la combinación ideal para una cajita feliz.
El oasis de Sandler No es ninguna novedad señalar que Adan Sandler viene de capa caída, enhebrando a lo largo de los últimos años una sucesión de comedias entre apenas aceptables (Jack y Jill) y otras lisa y llanamente horribles (Son como niños). En ese panorama, y sin ser un regreso con gloria ni mucho menos, Luna de miel en familia es un pequeño oasis. Dirigido por Frank Coraci (viejo conocido de Sandler desde El aguador, La mejor de mis bodas y Click, perdiendo el control), el film tiene al ex Saturday Night Live en la piel de un padre viudo a cargo de tres hijas que, dispuesto a rearmar su vida emocional, tiene una cita a ciegas con Lauren (Barrymore). Las cosas tampoco andan demasiado bien para ella, con un reciente divorcio y dos hijos a cuestas. El resultado de la velada es cualquier cosa menos positivo, pero por una sucesión de casualidades que sólo ocurren en Hollywood, ellos y sus hijos terminarán en un resort en África, donde, claro está, verán que en el fondo no son tan distintos. Es cierto que nueve de cada diez chistes emanan el tufillo de lo ya visto, pero Luna de miel en familia exhibe otra vez la química entre Sandler y Barrymore. En ese sentido, el film suma puntos cuando, sobre la última parte, deja de lado la búsqueda de comicidad para centrarse en el incipiente romance entre ellos, retratándolos siempre desde una óptica cariñosa y preocupada. Naif y felizmente inocentona para algunos, posiblemente conservadora para otros, Luna de miel en familia remite por momentos a Como si fuera la primera vez, con Sandler dejando atrás su habitual tendencia a la explosión para convertirse en un ser tierno y su habitual adulto que aún hoy no se resigna a serlo. Así, el film terminará siendo una correcta comedia romántica. Quizás no sea demasiado, pero, en el contexto artístico descendente de la filmografía de Sandler, es más que suficiente.
Clásico reciclado para los nuevos tiempos Ya pasaron Blancanieves y el cazador, Hansel y gretel: Cazadores de brujas y La chica de la capa roja, todos clásicos infantiles inmortalizados en el inconsciente cinéfilo gracias a Disney, que fueron reversionados en los últimos desde un punto de vista mucho más oscuro, alejado del común de las películas infantiles. En esta tendencia puede ubicarse a Maléfica, la nueva versión de La bella durmiente, centrada en las vivencias de la bruja homónima. Dirigida por Robert Stromberg y con guión de Linda Woolverton (El rey león, la Alicia en el país de las Maravillas de Tim Burton), la película imagina las motivaciones de Maléfica (Angelina Jolie en plan…Angelina Jolie) para hechizar a la pequeña Aurora. Motivación para la cual podían haberse esforzado un poco más, ya que todo se limita a un mero despecho amoroso: varios años atrás, el Rey había flirteado con ella con el fin de engañarla y robarle las alas. Lo que sigue es la historia ya conocida de la maldición de un pinchazo y el exilio de la princesa en un bosque alejado. Hasta allí se mudará Maléfica con el fin de ver cómo crece progresivamente su víctima. Lo cierto es que del regodeo inicial al instinto maternal hay un límite muy delicado que el film obvia reduciéndolo a un par de escenas y anulando cualquier atisbo de progresión psicológica en los personajes. Es por esto que no se entiende demasiado el por qué ella intenta retrotraer el hechizo ni mucho menos qué la lleva a arriesgar la vida para salvarla. Así, asentada en los predicamentos más banales y superfluos del cine infantil (pura imaginería visual, nulo desarrollo argumental) y en su espectacular despliegue de recursos, Maléfica olvida atender los vericuetos de una historia que daba para bastante más de lo que finalmente es.
Una película bessoniana Luc Besson no es garantía de éxito, pero sí al menos de continuidad artística. Desde El transportador en adelante, sus películas de acción tienen más puntos de contacto que diferencias, incluyendo un ascendente nivel de comedia, cuyo punto máximo es la fallida Familia peligrosa, estrenada aquí a comienzos de año. 3 días para matar es, en ese sentido, un Besson auténtico (al igual que Brick Mansions, que también se lanza el 1º de mayo), más allá de que en ambas sólo se reserve el rol de productor y guionista. Como en Búsqueda implacable, el protagonista es aquí un agente del servicio secreto cincuentón (interpretado por el gran Kevin Costner) que debe alejarse de sus funciones debido a un cáncer fulminante. Buena razón, entonces, para reunirse -o al menos intentarlo- con su esposa e hija en París. Cuando todo parece encaminarse, una ominosa colega le ofrece una droga experimental contra su enfermedad a cambio de un último encargo. Encargo que consistirá, claro está, en matar al malvado de turno. El film de McG (Los ángeles de Charlie) seguirá en paralelo las dos facetas del protagonista, oscilando así entre el policial violento y un drama familiar de iniciación (su hija está en plena adolescencia), todo matizado con bienvenidas dosis de comedia. Si bien la sumatoria podría sonar a cocoliche, 3 días para matar logra surfearlos con soltura, independientemente de cierta superficialidad. Así, se está ante una película curiosa y ambiciosa que, al menos en parte, logra lo que se propone.
Tango que me hiciste mal... Fermín, la película sabe a quién le habla y lo que quiere contar. El problema es la forma en que elige hacerlo. Dirigida a cuatro manos por Hernán Findling y Oliver Kolker, se trata de un somero homenaje al tango enmarcado en una historia ficcional cuyo protagonista es Fermín Turdera (Héctor Alterio), un viejo milonguero que pasa su vejez internado en un siquiátrico acompañado únicamente por su nieta Eva (Antonella Costa) y la nueva incorporación del nosocomio, el doctor Kaufman (Gastón Pauls). El descubrimiento de éste acerca del particular habla de su paciente (sólo con frases de tangos) lo llevará a involucrarse en ese mundo. Pero Findling y Kolker van por más intentando construir el retrato de un hombre que atravesó la segunda mitad del siglo pasado. Así, entre flashbacks de Fermín en su juventud (Luciano Cáceres) y referencias laterales a la Libertadora y los desaparecidos, el film muestra las singularidades del presente tanguero, incluyendo la representación de largos números musicales y la participación del bailarín Carlos Copello, al tiempo que el creciente interés romántico de Kaufman por Eva. El problema es que esa ambición nunca logra traducirse en un relato redondo sino en uno disperso e irregular, con muchas facetas no del todo exploradas y personajes apenas esbozados.
Una de togas para no tomársela en serio Caso curioso el de La leyenda de Hércules. Basada muy pero muy libremente en el popular héroe de la mitología griega, el film del finés Renny Harlin bebe directamente de las fuentes de 300, adosándole un dramatismo y superficialidad digno de los telefilms melodramáticos de los ’90. Queda sobrevolando la duda sobre la intencionalidad del proyecto: hacer una película “en serio” o una gran sátira de las péplum (término que agrupa a aquellas películas de toga) norteamericanas. El poderoso Hércules es producto de la unión de la una reina germinada por Zeus. Pero nadie sabe eso más allá de ella. Mirado de reojo por su padre Amphitryon, el forzudo está, por si no fuera suficiente, enamorado de la princesa de Creta con la cual quieren casar a su hermano, por lo que se lo sacarán encima enviándolo a un frente de batalla en Egipto para una muerte segura. Muerte que no llega, ya que sobrevivirá convertido primero en esclavo y luego en un poderoso luchador. Tanto que hasta que obtiene su libertad en una de esas peleas, ganándose así el derecho de volver a casa por su revancha. La revancha incluirá una serie de batallas rebosantes de efecto digitales, todas interconectadas por una serie de diálogos altisonantes (“Estuviste en sus últimos suspiros”, “Lo único que temo son cada una de tus partidas”, etcétera) y un elenco siempre listo para la sobreactuación. El premio mayor se lleva Kellan Lutz, un protagonista cuya musculatura es inversamente proporcional a su talento.
Todo por mi hija Estrenada en Estados Unidos apenas un par de semanas después del fallecimiento de Paul Walker, Horas desesperadas podría pensarse como el primer eslabón del actor con el fin de trocar su imagen de héroe de acción a otra de “actor serio”. Debe reconocerse que su trabajo como padre atribulado dispuesto a todo por salvar a su hija es más que digno. ¿El resto? Apenas un thriller inicialmente eficaz que con el correr de los minutos se diluye. El protagonista de la saga Rápido y furioso es aquí un abnegado esposo y futuro padre de una niña que nacerá justo el día que el huracán Katrina azote Nueva Orleans. Esa tragedia general estará acompañada de otra particular (la muerte de la mujer durante el parto), dando comienzo así a las horas del título: con el hospital evacuado y sin suministro eléctrico, él deberá accionar una manivela cada tres minutos para cargar la batería del respirador de su hija. Horas desesperadas va de más a menos, presentando con soltura e intriga los distintos eslabones de la trama. Pero a medida que avancen los minutos y se acorte la vida útil de la batería, el film empieza a romper su propio verosímil paseando a Walker por todo el hospital y volviendo siempre a tiempo, además de incluir una serie de flashback sobre la relación de la pareja que aportan poco y nada al thriller inicialmente que era. Una lástima.
Una aventura pequeña, pequeña La referencia es casi ineludible: Jurassic Park. A aquellos que vayan al cine esperando una aproximación al mundo prehistórico similar a la de Steven Spielberg más vale recomendarles que se ahorren la entrada, ya que Caminando con dinosaurios 3D es una pequeña fábula infantil que para colmo no confía en la inteligencia de los espectadores sub-10 a los que apunta. Dirigida a cuatro manos por Barry Cook (codirector de Mulan y miembro del departamento visual de Disney durante los años ‘90) y Neil Nightingale (realizador de La familia suricata) y producida por la división Earth de la BBC, la película sigue a un cachorro llamado Patch que deberá hacerse adulto atravesando una larga migración y dispuntándole el mando de la manada a su hermano mayor. Víctima del antropomorfismo tan habitual en este tipo de películas, Caminando con dinosaurios 3D le sumará una historia romántica al protagonista, al tiempo que propone una breve explicación sobre cada una de las especies que aparecen en pantalla. El resultado es una película que no termina de decidirse entre el didactismo propio de los documentales televisivos y la creación de una historia. Un producto que quiere ser dos cosas y termina por ser ninguna.
Cuando el mensaje importa más que el cine El director Roberto Maiocco hizo de Romper el huevo una suerte de expiación, ya que la idea de la historia de un hombre que espera durante más de diez años la concreción de una adopción surgió mientras él atravesaba una situación similar. Es una lástima que las buenas intenciones sean solamente eso, y no logren redondearse en una buena película. O al menos en una interesante. Manso Vital (el cantante y comediante Hugo Varela) enviudó hace años. Sobre el lecho de muerte le prometió a su mujer que adoptaría un hijo, algo que aún hoy, doce años después, todavía no ocurrió. Pero una vuelta del guión carente de cualquier atisbo de lógica hace que finalmente se concrete el trámite. A partir de ese momento, el protagonista pasará del desprecio a un cariño progresivo, marcando así la moraleja de una película retrógrada (conceptualmente y formalmente ochentosa, en el peor sentido del término), centrada exclusivamente en la transmisión de un mensaje inequívoco.