Redención para todos y todas El director de Mujer bonita toma como excusa el Día de la Madre para otra apuesta tragicómica y coral sobre mujeres lidiando con la maternidad y los afectos. El resultado no es particularmente inspirado. Parece que ya no alcanza con Navidad, Año Nuevo, Acción de Gracias y San Valentín. Ahora también el Día de la Madre, que en Estados Unidos se celebra el segundo domingo de mayo y no el tercero de octubre como aquí, es la excusa perfecta para una -otra- comedia coral sobre reuniones familiares y con centro en la solución de los problemas emocionales de los protagonistas. Dirigida por Garry Marshall, el mismo de varios iconos de la década de 1990 como Mujer bonita, Frankie y Johnny y Novia fugitiva, Enredadas…¡pero felices! –se trata, sin duda, de una de las peores “traducciones” en la historia de la titulación nacional– tiene a un grupo de mujeres lidiando con las complejidades de la maternidad. El menú incluye, entre otros platos, a una divorciada (Jennifer Aniston) anoticiándose de que su ex está saliendo con una chica más joven; una solitaria vendedora televisiva (Julia Roberts) y a una primeriza que no sabe si ama al padre. El modelo narrativo es similar al de aquellos films que se sitúan en vísperas de Año Nuevo o Navidad, sólo que aquí ocurre en abril. El resto es más de lo mismo: una comedia romántica con tintes dramáticos poblado por seres estereotipados, situaciones apenas graciosas, algunos enredos y la inexorable redención de todos y todas.
Regreso sin gloria Chris Hemsworth, Jessica Chastain, Charlize Theron y Emily Blunt encabezan esta suerte de secuela algo menor de Blancanieves y el cazador. Blancanieves y el cazador acumulaba una dosis tal de emotividad, nervio y tensión que le sacaba unos cuantos cuerpos de ventaja al promedio de los tanques. Era, entonces, una muy buena película de aventuras. Todo lo contrario ocurre con esta suerte de secuela llamada El cazador y la reina del hielo. La acción comienza unos cuantos años antes de la de la primera película. Esto es, cuando la Reina Ravenna (Charlize Theron) aún estaba en buenos términos con su hermana Freya (Emily Blunt). Una disputa familiar llevará a la segunda a alejarse del reino de la primera y fundar uno propio en el que vivirán un nene y una nena (Eric y Sara) que, con el correr de los años, no sólo serán dos de los mejores soldados, sino también se enamorarán profundamente. Freya, despechada con cualquier cosa que huela a amor a raíz de una serie de hechos de su pasado, decide separarlos, pero ellos (Chris Hemsworth y Jessica Chastain) volverán a encontrarse varios años después para ir en busca del famoso espejo, iniciando así un periplo con una dinámica que por momentos recuerda a El señor de los anillos. Dirigida en este caso por Cedric Nicolas-Troyan en lugar de Rupert Sanders, El cazador y la reina del hielo es una película de aventuras que avanza siempre a media máquina, cumpliendo a reglamento con las situaciones habituales de este tipo de relatos. Sin la originalidad del punto de vista de la primera y, peor aún, sin su pulso a la hora de la acción, el film entretiene y no mucho más.
Nada es imposible La historia real del esquiador inglés Eddie “The Eagle” Edwards es una película deportiva, pero sobre todo una épica motivadora. Quizás el lector recuerde Jamaica bajo cero, aquella película, exhibida una y mil veces en las tardes de Canal 13 durante los años ’90, acerca de un grupo de jamaiquinos que hizo historia al participar en la disciplina bobsleigh. La anécdota fue real y ocurrió en los Juegos Olímpicos de invierno de Calgary de 1988. En ese mismo evento, hubo otro atleta que sorprendió a propios y extraños: Eddie “The Eagle” Edwards. Este torpe, carente de técnica e inexperto inglés fue el primer oriundo de la isla en participar en la competencia de salto de esquí desde 1929. Lo hizo aun cuando estaba a años luz del nivel de sus rivales y compañeros, a fuerza de una voluntad y perseverancia que lo convirtieron rápidamente en uno de los favoritos del público y la prensa. Toda esta introducción viene a cuento de que ahora, a casi tres décadas de aquellos juegos, The Eagle tiene su propia película. Volando alto es, entonces, un film deportivo con tintes motivadores, una de esas odas a la autosuperación y al esfuerzo que ya casi no circulan por las pantallas del mundo. El tercer largometraje como director del actor inglés Dexter Fletcher muestra todo el proceso que lo llevó al protagonista hasta Calgary. Proceso repleto de adversidades (negación paterna, descreimiento de colegas, burlas de los organizadores) que el bueno de Eddie irá superando primero sólo, y después con la ayuda de un ex atleta devenido en alcohólico y cuidador de pistas (Hugh Jackman). El film manifiesta su propia anacronía sometiendo al espectador a una banda de sonido plena de sintetizadores y llevándolo de las narices por todos los lugares comunes del género. El problema, en todo caso, es que hay tantos y tan variados que nunca queda del todo claro si la de Fletcher es una parodia o no, ubicándola en una incómoda medianía de la que nunca logra separarse. Inofensiva pero entretenida, burda y eficaz, Volando alto apenas planea a media altura.
En primera plana En la línea de la reciente ganadora del Oscar, esta película que reconstruye el caso real de una investigación periodística tiene un notable elenco encabezado por Cate Blanchett, Robert Redford y Dennis Quaid. Apenas un mes después del sorpresivo premio Oscar a En primera plana, llega a la Argentina otro film centrado en el universo periodístico y basado en una historia real. Dirigido por el hasta ahora guionista y productor James Vanderbilt, Sólo la verdad narra las vivencias del equipo del legendario programa 60 Minutes que en 2004 hurgó en el pasado de un George W. Bush por entonces en plena carrera para un segundo periodo en la Casa Blanca. El equipo del noticiero está compuesto por Mary Mapes (Cate Blanchett) y un grupo de periodistas (Dennis Quaid, Elisabeth Moss y Topher Grace). La primera parte del film los muestra dedicando varias semanas a cruzar datos, buscar documentos y entrevistar a las distintas fuentes que aseguran que el mandatario republicano fue protegido por la Guardia Nacional de Texas para evitar la Guerra de Vietnam. Lo hará de forma diametralmente opuesta a En primera plana, mutando el grisáceo y burocrático universo del film de Tom McCarthy por uno más cercano al tono épico y grandilocuente de clásicos como Todos los hombres del presidente o la serie The Newsroom. Los problemas para los investigadores comienzan después de la emisión del programa, cuando la imposibilidad de probar la veracidad de los documentos ponga contra las cuerdas al equipo de la CBS, incluyendo al legendario presentador Dan Rather (Robert Redford). A partir ahí, Sólo la verdad desplazará al periodismo a un segundo plano para centrarse en los avatares personales de Mapes (los traumas con el padre, la contención familiar) y la investigación a cargo de una consultora contratada por los ejecutivos del canal. El resultado es, entonces, una crítica corporativista políticamente correcta.
Cine catástrofe que sale a flote La reconstrucción del caso real de un épico rescate en altar mar resulta tan entretenida como eficaz. Igual que la reciente En el corazón del mar, Horas contadas es la historia de un grupo de marineros ordinarios obligado a afrontar una situación extraordinaria. Situación que, en este caso, no es el enfrentamiento con una ballena blanca de tamaño industrial, sino el inminente hundimiento de un buque petrolero y el rescate de sus tripulantes. Una brutal tormenta destruyó el Pendleton, dejando una de sus mitades flotando a la deriva con una treintena de marineros a bordo, encabezados por el oficial Sybert (Casey Affleck). A su rescate –una misión casi suicida con esas condiciones climáticas- acudirá una pequeña barcaza al mando del contramaestre Weber (Chris Pine), en lo que es su primera incursión marítima después de que un accidente lo rebajara a tareas casi burocráticas y rescates menores. El film de Craig Gillespie (Lars y la chica real, Noche de miedo, Un golpe de talento) se limita a recrear con espectacularidad uno de los rescates más importantes realizado con una embarcación pequeña, según avisan las leyendas finales. Y lo hace con competencia, prolijidad y funcionalidad, punteando las cuerdas emocionales correctas en los momentos justos. Así, y aun cuando algunas subtramas y personajes –el de Sybert y sobre todo el de la mujer de Weber– no terminen de funcionar o de explotarse del todo, Horas contadas termina siendo una entretenida y eficaz aproximación al cine catástrofe. Nada más, pero tampoco nada menos.
Ay diosito... Un remedo de 300 con mucho despliegue y escasos hallazgos. La lista de películas que durante la última década replicaron formas y contenidos de 300 es tan larga y conocida que ya ni merece enunciarse. Dioses de Egipto es la última de ellas. Del film de Zack Snyder toma una geografía deliberadamente artificiosa, su estilización formal e incluso a un Gerard Butler desaforado como pocas veces antes, para luego mixturarlo con una dosis de fantasía que bordea el ridículo. Y lo bordea desde aquel lado, no de éste. El film de Alex Proyas (Yo, robot) arranca con el dios Horus (Nikolaj Coster-Waldau, de Game of Thrones) a punto de ser nombrado Rey de Egipto cuando regresa su tío Set (Butler) dispuesto a quedarse con el trono que según él le pertenece por legítimo derecho. Una pelea entre ellos dejará al primero sin ojos y con la obligación de un exilio, y al segundo asumiendo el poder para someter a sus súbditos a un régimen esclavista. Entre ellos está Bek (Brenton Thwaites), quien luego de una serie de situaciones irá en busca del rey auténtico para destronar a su malvado tío. Dioses de Egipto ofrecerá un sinfín de situaciones entre delirantes y fantasiosas, cada cual más grande y ruidosa que la anterior (peleas entre seres mitológicos, rituales con cerebros azules y un Geoffrey Rush pelado interpretando a Ra desde una suerte plataforma espacial). El problema es que esa acumulación nunca termina de amalgamarse en un todo homogéneo y entretenido. El resultado es, entonces, apenas la replicación de una fórmula exitosa.
Vicios (muchos) y virtudes (algunas) del cine de Michael Bay Aquí no hay robots, pero los soldados patriotas del nuevo film del director de Transformers por momentos lo parecen. Una propuesta bélica con todas las marcas ¿autorales? del popular y tantas veces cuestionado realizador. Las películas de Michael Bay son un género en sí mismas. Visual y sonoramente apabullantes, montadas inexorablemente de forma frenética aun cuando las situaciones en la pantalla no lo ameriten, burdamente patrioteras y unidimensionales, desde Bad Boys hasta la saga de Transformers el hombre siempre cuenta historias de hombres, mujeres o robots que salvan a los Estados Unidos. Y también al mundo, claro. Como era de esperarse, 13 horas: Los soldados secretos de Bengasi ofrece un poco más de lo mismo. El film se sitúa en Libia en 2012, cuando la caída de Gadafi empuja al país a una guerra civil. En ese contexto el gobierno norteamericano monta una embajada y un puesto de la CIA en la ciudad del título para, claro está, favorecer la libertad de los lugareños. Pero hay muchas cosas que la Agencia no puede hacer por derecha, por lo que acude a los servicios de seis “soldados secretos” especialmente contratados para la ocasión y con los contornos emocionales habituales de los hombres de Bay: buenos, amantes de la familia y con un sentimiento de pertenencia al país del norte enorme. Quizá por eso sientan el ataque a su embajada como algo personal que los obliga a ir al rescate aun cuando reciban órdenes contrarias. La acción es el centro de este extenso relato. O al menos debería serlo, ya que el problema es que los habituales fetiches formales del realizador confabulan contra el desarrollo: resulta muy difícil entender quién le dispara a quién, dónde transcurre la balacera, para qué lado se inclina la cancha. Recién sobre la última parte, cuando el film se traslade exclusivamente a la sede de la CIA y clarifique los sucesos, 13 horas... levanta vuelo, generando algo parecido a una película entretenida que cumple módicamente con aquello que se proponía ser.
Cómo ser mujer estereotipada Una comedia sobre problemas con los hombres con personajes femeninos que no escapan del lugar común. “Las chicas sólo quieren divertirse”, cantaba hace años Cyndi Lauper, y vaya si las cuatro de Cómo ser soltera lo hacen. Alice (Dakota Johnson, la estrella de Cincuenta sombras de Grey) cortó con su chico de toda la vida porque quiere enfrentarse al mundo en soledad. Para eso se muda con su hermana Meg (Leslie Mann), una obstetra a quien las cosas no le salen del todo bien y vive asegurando, contrariamente a lo que podría suponerse, que no tiene ganas de ser mamá. Alice conseguirá un nuevo trabajo en un estudio jurídico, donde se hace amiga de Robin (Rebel Wilson). Por su parte, Lucy (Alison Brie) está empecinada en pegarse una y otra vez contra la pared saliendo con chicos sacados de Internet. Durante casi dos horas, este remedo de Sex and the City y Girls mostrará a las chicas enfrentándose a distintas situaciones (casi todas fallidas) relacionadas con los hombres. El problema de este film dirigido por el alemán Christian Ditter (Los cocodrilos, Los imprevistos del amor) es que lo hace con un grado de simplificación y superficialidad absolutas, esmerilando las aristas de las chicas hasta convertirlas en caricaturas de ideario publicitario antes que en algo parecido a seres humanos. De la idea rectora de ser retrato generacional, entonces, poco y nada.
Una sombra ya pronto serás Robert De Niro continúa su debacle artística con papeles sin vuelo en películas mediocres. Bus 657 - El escape del siglo (Heist, Estados Unidos/2015) Dirección: Scott Mann. Con Jeffrey Dean Morgan, Robert De Niro, Kate Bosworth, Dave Bautista, Mark-Paul Gosselaar, Gina Carano, D.B. Sweeney, Morris Chestnut. Guión: Stephen Cyrus Sepher y Max Adams. Música: James Edward Barker y Tim Despic. Duración: 92 minutos. Distribuidora: Distribution Company. Calificación: Sólo apta para mayores de 13 años. Salas: 41. ¿Se acuerdan de Robert De Niro? Bueno, lo cierto es que el actor de Taxi Driver, El Padrino, Toro salvaje, Cabo de miedo y tantos otros films icónicos del siglo pasado hace unos años anda perdido en proyectos de baja estofa, producciones pequeñas, generalmente independientes y con indudables aires de berretadas demodé. El último exponente de esta tendencia se llama Bus 657 - El escape del siglo. De Niro es aquí Pope, el dueño de un casino que opera como fachada para lavar dinero. Uno de sus crupieres (Jeffrey Dean Morgan, presente por partida doble en la cartelera gracias a En la mente del asesino) necesita 300.000 dólares para para pagar el tratamiento contra el cáncer de su pequeña hija, lo que lo llevará a aceptar la propuesta de un compañero de trabajo de robarle unos cuantos millones al jefe. El golpe no saldrá del todo bien (si saliera, no habría película) y la banda terminará arriba del colectivo del título tomando como rehenes a los pasajeros, todo con la idea de huir a Texas, mientras son perseguidos por la policía y un asistente. La excusa narrativa y la sucesión de acontecimientos replica el modelo de Máxima velocidad, pero sin su pulso y timing para la acción. El director Scott Mann –nada que ver con su colega Michael– enhebra las secuencias de acción con oficio, pero poco puede hacer ante un guión repleto de agujeros e inconsistencias. De Niro, volvé, te perdonamos...
De Venezuela para el mundo Exito de taquilla en su país, se trata de un más que digno exponente del terror psicológico. La casa del fin de los tiempos viene precedida de un largo recorrido por festivales y muestras de cine de género, además de varios récords en su Venezuela natal: la primera película de suspenso y terror, la producción local más vista de la historia (cortó casi 625.000 tickets desde su lanzamiento, en junio de 2013) y uno de las primeras en trascender las fronteras estrenándose comercialmente en varios países, entre ellos la Argentina. La buena noticia es que detrás de todo eso también hay una buena película. Dirigido por Alejandro Hidalgo, el film comienza en 1981, cuando una apacible madre (Ruddy Rodríguez, de amplia experiencia en el ámbito televisivo venezolano) se descubre tirada en el piso junto a su marido asesinado y con su hijo desaparecido. Recibe treinta años de condena en la cárcel y, ni bien sale, vuelve al lugar del crimen, desatando así una ola de recuerdos y apariciones fantasmales que le servirá para reconstruir los detalles de aquella noche. La trama irá desandando los sucesos vividos por la familia alternando y entrecruzando temporalidades con coherencia y claridad. El film también muestra las tensiones entre los protagonistas (habrá un enfrentamiento entre hermanos, la relación amor/odio entre padre y madre), línea argumental que encuentra su principal filiación en los culebrones. Hidalgo tiene mano segura para que esa vertiente no empuje el relato a las redes del melodrama televisivo, convirtiendo a su ópera prima en un más que digno exponente de terror psicólogo.