El director Luis Ortega con El Ángel ofrece un film centrado en la figura del famoso criminal argentino Carlos Robledo Puch (interpretado por el debutante Lorenzo Ferro), pero a diferencia del mote que le fue dado al protagonista, la obra de Ortega carece de ángel. El director se encarga de abordar y plasmar la historia de Puch desde distintos ángulos: la familia, la amistad, la sexualidad y obviamente su vida criminal. Sin embargo, ninguno de esos elementos es trabajado en profundidad. Algunos de ellos llevan consigo una mayor importancia dentro del relato, pero incluso los que resultan sumamente interesantes son abordados de manera un tanto superficial. El film hace uso de una gran suma de elementos estéticos y narrativos visualmente que le brindan al mismo una apariencia llamativa y seductora que va acorde a la personalidad de Puch. La ambientación setentosa de la época, la forma y el lugar en que la cámara se posiciona para darle estilo e identidad a la obra conforman una estética que destaca por sobre todo lo que la constituye. Incluso la banda sonora compuesta por el rock nacional de dicha época funciona dentro de todo como uno de los buenos aciertos estilísticos que le dan personalidad a un film que no lo posee demasiado en su historia, si bien su utilización por momentos se encuentra algo injustificada y se presenta más como un capricho estético que como contexto de la escena que acompañe. Ortega en el proceder y armado del film sufre de una inconexión, como si el director no se decidiera por cuál de los temas que toca centrarse, lo que lo lleva a en realidad no decantarse por ninguno. Todos los elementos que describen la personalidad y el accionar de Puch están presentes. Su filosofía de vida y el espíritu libre captados en un encantador baile o el bello simbolismo de lo sexual convertido en elemento criminal y viceversa, en una mano que se desliza por la entrepierna de Ramón (Chino Darín) y otra que hace lo mismo en la de Puch para encontrarse con la fría dureza del revolver que lleva en su pantalón. En dichos momentos el film brilla con una historia y un personaje que son excelentes para la pantalla del cine. Pero si bien logra traducir de manera impecable la personalidad y el mito del personaje en lenguaje cinematográfico, la indecisión presente es la que hace que el resultado dado sea más depositarse en el virtuosismo visual que en atreverse a explorar a fondo lo salvaje de un personaje que ofrecía mucho más que lo dado. Si por un lado tenemos a un asesino que se juega la vida a todo o nada, que de manera un poco inocente y otro poco monstruosa, va por lo que quiere sin importar las consecuencias, por otro lado tenemos un director que opta por lo opuesto. Un director que decide bordear la superficie de todo ello sin atreverse a un verdadero desarrollo ni a tomar de forma responsable postura alguna acerca del material que tiene en manos. El bello estilismo que atrae la mirada del espectador así como la belleza del joven Carlitos hace lo mismo como seductora tentación, poniendo como factor relevante en el film un fuerte componente sexual. La identidad sexual del personaje entra en relación con el goce del robo y el asesinato, una pasión generalmente compartida entre él y Ramón que traslada el significado de cometer un crimen al plano de un acto íntimo de deseo y placer… o incluso de representación de los celos en la forma de la aproximación de un soplete a un rostro. Y es eso tal vez lo que funcione como lo más interesante y jugado de un film que usa todas sus armas para seducir más no satisfacer. Eso, sumado al hecho de que la ambigüedad latente a lo largo del film no entra como un juego buscado por el director sino más bien como una falta de intenciones a realmente atreverse a abordar plenamente las temáticas tratadas. El Ángel en apariencia resulta ser un film atrevido, provocador, que atrae con la belleza que realmente tiene, y a cantidad, pero que a diferencia de Carlitos decide no ir a por todo, tal vez con miedo a las consecuencias. En cambio, opta por emplear sus virtudes de manera frívola, no dispuesto a ganarse al espectador sino a jugar al viejo e insulso juego del histeriqueo. El Ángel abre de forma seductora el apetito por todo lo que promete pero tan solo decide dar una pequeña mordida que se disfruta al primer contacto entre espectador y film, pero que lejos está de perdurar.
Catorce años atrás, Brad Bird realizaba su debut como director en Pixar con The Incredibles, film que dejaba en evidencia una vez más su talento para la animación además de su pasión por el mundo de los superhéroes. Su segundo largometraje animado lograba unificar toda la iconografía comiquera, en una época donde esta clase de films no abundaban, junto al contexto realista del estereotipo de familia modelo y la crisis de mediana edad. Dos mundos opuestos que aquí funcionaban en el mismo código dentro de una obra con una fuerza imparable que hasta el día de la fecha, y con una avalancha de producciones de este género que llegó tras de sí, se yergue como el mejor film de superhéroes. Manteniendo el amor incondicional de director y espectadores para con la heroica familia de los Parr, The Incredibles se ganó una digna secuela que mantiene el carisma de sus personajes y la tridimensionalidad que poseen (no debido al estilo de animación digital) sigue allí de manera palpable en una realidad donde los poderes de velocidad o teletransportación conviven con los conflictos de índole familiar. Si bien la historia comienza al minuto exacto en que finalizó la primera entrega, con el inesperado ataque del villano Underminer (John Ratzenberger), Bird ingeniosamente se permite anclar a la trama principal y las problemáticas de la misma en un contexto de actualidad. Helen (Holly Hunter) es esa mujer que debe encargarse de la economía saliendo a trabajar y Bob (Craig T. Nelson) el padre que se encarga de las tareas del hogar y el cuidado de los niños. Dicha premisa, acorde a los tiempos que corren, funciona de manera perfecta para englobar no solo los conflictos nacidos de la inversión de roles que se produce en el eje de la familia, sino también para traer un cambio dentro de un género que siempre ha sido dominado por la testosterona de la hombría que salva el día. Así como gran parte del público no estaría preparada aún para dar lugar al paso de mando, Bob tampoco lo está. Y de ello mismo nacen algunos de los aspectos más interesantes del film. El hombre con súper fuerza que siempre ha sabido lidiar con la salvación de la humanidad, ahora debe depositar aún más los pies sobre la tierra para afrontar y entender las necesidades y los problemas de una adolescente como Violet (Sarah Vowell) que ahora pasó de ser invisible a estar completamente borrada de la mente del chico que le gusta, o de la educación y rebeldía de Dash (Huck Milner). Si a eso se le suma los cuidados del bebé Jack-Jack, trasladados a un nivel más dificultoso debido a sus poderes polimorfos como cómica metáfora de la crianza, la labor del padre de familia y amo de casa representada funciona tanto como comic relief como también de lazo emocional en la relación parental. Siendo lo segundo parte del enorme corazón del film y lo primero un recurso que por momentos funciona muy bien, sobre todo cuando se refiere a la relación entre Jack-Jack y Edna Mode (Brad Bird), pero que a la vez le juega en contra ante el exceso de recurrir al tierno bebé. Elemento del slapstick que termina resultando un tanto fastidioso. Un abuso del niño (con todo lo feo que eso suena) símil a la irritante ardilla de la saga de Ice Age. Es así como esta segunda parte comienza a encontrar paulatinamente ciertos problemas dentro de su narrativa que en el film original nunca llegaban a acontecer. Mientras que la primera gozaba de un ritmo in crescendo que maneja con precisión el balance justo entre la comedia familiar y el mejor cine de súper acción, esta secuela pierde su equilibrio debido a la división estructural que se escogió para narrar. Así como en su mayor parte lo que respecta a Bob y Helen se mantiene en líneas separadas, cada cual por su arco, toda la familia y por ende el film terminan sufriendo dicha elección. El corazón y el cariño continúan estando, pero ya no con el sentido de unión con el que cual el público conoció y conectó con estos personajes. La independencia y responsabilidad de Helen haciéndose cargo de ser un ícono como mujer y heroína cuenta con una fuerza única y admirable que entra en sintonía con las “increíbles” secuencias de acción que protagoniza. Una incluso digna de pertenecer a un film perturbador como lo es Se7en de David Fincher. Pero es tal vez debido a ese factor unilateral que predomina en gran parte del film, y un poco también a lo predecible de ciertas resoluciones que antes era impensado que ocurriera, que Incredibles 2 se presente como una historia que no se encuentra muy a la altura de la fortaleza de sus personajes. Tampoco hay que olvidar que esta segunda parte inicia con una de las mejores secuencias de acción y apertura de la historia del cine, donde se ve a toda la familia Parr peleando en conjunto para derrotar al mal. Y si bien fracasan en su cometido, lo hacen estando unidos. Algo que si luego es separado de manera tan abismal, es imposible que no tenga como efecto el echarlo de menos y que no salga un tanto perjudicada la esencia misma de sus personajes. Incredibles 2 es sumamente disfrutable pero la pérdida de cierta unión tanto familiar como narrativa atenta con el total de la obra y termina dejando un leve y triste sabor de insatisfacción. Algo que en otro caso sería resultado más acorde en relación a una familia de padres divorciados. El amor del director Brad Bird por su obra, si bien no es perfecta, se sigue respirando como atmósfera del mundo creado y pone sobre los hombros del film la capa que hace que sea una digna secuela (CAPAS NO!!!). Tal vez el mayor peso que lleva consigo es ser el producto de una primera parte tan perfecta que, ni volando con el mayor poder del mundo, es posible de superar. Paradójicamente a como funcionan los personajes, visto de manera separada y valiéndose de accionar independiente, Incredibles 2 celebra a sus personajes, celebra a los héroes y recuerda que unidos o individualmente, con sus fallas y virtudes, la familia Parr sigue siendo el mejor ejemplo de lo que el mundo superheroico puede ofrecer.
Whatever Happened to Man’s Best Friend? ¿Qué pasó con el mejor amigo del hombre? La pregunta que Wes Anderson formula en forma de haiku es respondida dentro de un relato que reboza de belleza tanto estética como narrativa en Isle of Dogs (un juego fonético en el que se halla el mensaje de Anderson: I Love Dogs). El director regresa a hacer uso de la técnica de Stop-Motion, ya implementada en Fantastic Mr. Fox, y con ella captura en pantalla una cantidad de elementos que a través de su artesanía transforma al film, y los sentimientos en él, en algo puramente palpable. Y a la técnica de animación también se le suma una característica igual de importante: la iconografía japonesa. Hay quienes acusan al film de apropiación cultural pero lo cierto es que lejos de ello, Isle of Dogs recrea con respeto las costumbres y características de la cultura japonesa tanto para llevar su virtuosismo estético a otro nivel, como para también homenajear a uno de los más célebres directores de la historia del cine, Akira Kurosawa. Pero si bien la obra de Anderson se sirve principalmente de dichos elementos, se impone ante ellos dejando en claro que no se regodea en el mero homenaje o el exceso estético, sino que lo que une a ello y lo que se prioriza es el relato, el simple hecho de un niño en busca de su perro. El puntapié inicial de la historia se plantea en la leyenda del pequeño niño samurái que luchó por la liberación de los perros y el fracaso de éste cuando los canes fueron adoctrinados por el hombre. Establecido miles de años después en la ciudad futurista de Megasaki, el conflicto estalla cuando el dictatorial Mayor Kobayashi (Kunichi Nomura) debido a una gripe canina, con síntomas como la fiebre de hocico, decide exiliar a todos los perros a una isla de basura del otro lado de la costa. En un acto de compromiso total a la causa, el primer perro enviado es Spots (Liev Schreiber), el guardaespaldas de su pupilo Atari (Koyu Rankin). De esta manera, la odisea del film se divide entre lo que ocurre en Megasaki con un grupo de Pro Dogs que intentan derrocar a Kobayashi, y por otro lado toda la aventura de Atari intentando encontrar a Spots. El niño es acompañado por un grupo de perros alfa (el idioma perro es traducido al inglés, el resto de los personajes hablan en su idioma original) liderados por el salvaje e indomable Chief (Bryan Cranston), un perro callejero que no confía en los humanos. Él muerde, según sus propias palabras. Bill Murray, Bob Balaban, Edward Norton y Jeff Goldblum completan el equipo perruno, logrando que cada uno esté definido de manera brillante por diseño y personalidad. Anderson trabaja perfectamente la presencia de todos ellos y la característica personal de cada individuo entra en juego constante con la humanización de los aspectos perrunos. Algo que brinda un inventivo tono humorístico. Es así como la presencia del lenguaje extranjero y las costumbres propias de los perros, traducidas a elementos de personificación, funcionan como otro de los atractivos del film. Con ello como piedra angular y siempre en constante cambio, la historia logra apelar al corazón y ganárselo en la forma de una carta de amor a los perros. Lo cual hace que la conflictiva y entrañable relación entre Atari y Chief, su conformación y desarrollo, sea la columna vertebral que enternece y unifica al relato, convirtiendo en puro arte el fiel espíritu de los perros. Y es que el cambio es algo vital en esta aventura, y es traducido también en los distintos escenarios que se atraviesan. Todas las maquetas y la implementación de la fotografía están sujetas a la transformación y un efecto de asombro con cada nuevo espacio, impidiendo que ningún capítulo de la historia caiga en la reiteración. Cada zona de esa isla repleta de basura sirve para maravillar con una fuerza estética, marca registrada del director, que resulta nueva y poderosa. La unión del nivel de detalle y la calidad estética permiten que el film esté brindando minuto a minuto una impresionante cantidad de información (narrativa y visual) que resulta verdaderamente complejo poder apreciar el total de la belleza desmesurada que posee. Hace tiempo que Wes Anderson sabe demostrar su ingenio para construir mundos hermosos, y que en algunos casos se regodea más en ello que en la historia en sí, pero lo que logra con Isle of Dogs es conformar todo en sintonía sin que ningún elemento esté por sobre otro. Y es el poder de la animación lo que también permite que esa vorágine e inventiva visual alcance el nivel de excelencia junto al tono aventurero, sin resultar para nada artificial. El artificio de la animación en manos de Anderson hace que sus historias respiren originalidad, pero sobre todo una honestidad que el espectador puede abrazar en todas las formas en que el director de manera tierna ofrece. Para alguien tan detallista como Anderson, ese es el detalle más enriquecedor y valeroso que regala con su arte. Nosotros felices, movemos la cola.
Con un universo que comenzó a conformarse en la pantalla grande hace exactamente diez años, y con 18 films en su trayecto y desarrollo, Marvel alcanza el punto más álgido en su cinematografía con Avengers: Infinity War. A lo largo de esos diez años conocimos y vivimos con cada uno de los héroes comiqueros que saltaron de las páginas de los cómics hasta la pantalla con todo el respeto y fidelidad que merecen. Y detrás de ellos, la figura del mal que mueve los hilos. Todo lo establecido, toda la expectativa de juntar las historias y personajes hasta ahora conocidos era para llegar a este momento. Para conocer al gran y poderoso villano del universo, el titán loco Thanos (Josh Brolin). Uno como espectador y seguidor de la saga Marvel ya está harto familiarizado con el grupo superheroico de los Avengers y todos aquellos personajes que se sumaron a su causa salvadora. Conocidos y queridos por igual, en este film ya no hay necesidad de presentación ni de que el grupo trabaje completamente en conjunto, sino más bien una estructura de división que permite el intercambio de equipos y personajes poniéndolos a brillar en distintos escenarios o con personajes de la saga con los cuales nunca antes se habían cruzado. Algo difícil de distribuir eficazmente y de que salga airoso en su fórmula, pero que sin embargo logra hacerlo de manera excelente con un elenco principal de más de una docena de personajes principales. Thanos busca equilibrio en el universo, y el film de los hermanos Russo lo tiene en todos sus aspectos. Es así como cada arco de los protagonistas contiene la química y dinámica de equipo entre personajes muy disímiles o con personalidades contrastantes que le aportan tanto valor dramático como cómico, como Iron Man (Robert Downey Jr.) con Doctor Strange (Benedict Cumberbatch) y Thor (Chris Hemsworth) con Star-Lord (Chris Pratt) y sus guardianes de la galaxia. O incluso secuencias breves pero que logran una perfecta mezcla de estilos como la del Winter Soldier (Sebastian Stan) con Rocket Racoon (voz de Bradley Cooper) o el combate en conjunto de Black Widow (Scarlett Johansson), Okoye (Danai Gurira) y Scarlet Witch (Elizabeth Olsen) contra Proxima Midnight (voz de Carrie Coon), en lo que es la única escena poderosa de mujeres unidas en batalla y que de paso logra combatir un poco tanta testosterona amontonada. El film encuentra una fórmula de balance entre el drama, la comedia y la acción más estruendosa pero también algo que en raras ocasiones sucede con proyectos que ponen tantos elementos sobre la mesa: una trama consistente y sustancial. Columna vertebral ligada al villano en cuestión. De manera arriesgada los hermanos Russo presentan y desarrollan por completo a Thanos exponiendo su concepción del personaje y con ella se atreven a que el público lo entienda. Los personajes que lo rodean y la constante sucesión de maravillosas escenas poseen un inmenso pulso de acción e imaginación visual que ayudan a la construcción y el manejo de una épica que llega a niveles desorbitantes y a la máxima potencia desde el primer minuto. Cada arco y lugar en el que encontramos a los personajes poseen cuantiosas dosis de acción, siendo quizá la mejor secuencia de todas aquella que acontece en el extinguido planeta Titan. Pero es la figura de Thanos, su complejidad y tridimensionalidad la que sostiene al film. Él es el porqué de la existencia del mismo. Y es que la pregunta que hay que hacerse es si Thanos es del todo un villano. Como ser imbatible y super poderoso ocupa la cima de todos los oponentes del MCU (Marvel Cinematic Universe). Pero también se distancia de ellos gracias al trasfondo que se le es brindado, y por lo tanto, el entendimiento detrás de la masacre. Porque por vez primera tenemos a un némesis que no busca el trillado objetivo de destruir el mundo, que carga con el peso de sus acciones y que, por sobre todas las cosas, en su intelecto y búsqueda supera a los Avengers. Factores que no borran del plano el hecho de que se trata de un genocida, y no hay justificación alguna ante ello, pero sus motivaciones y discurso detrás presentan una inteligencia y carácter honorable que, de momento, los Avengers están lejos de alcanzar o comprender. La idea de Thanos es eliminar a la superpoblación que padece el universo, exterminar la humanidad como el germen que es, pero sin hacer distinción alguna entre razas o posición social, sino dejando la elección de exterminio al azar para acabar con la mitad de la civilización. Es así como de manera arriesgada y shockeante se puede atestiguar la eliminación de medio reparto con personajes icónicos como Bucky, Strange o Spider-Man (Tom Holland), éste último con la escena más desgarradora que lo muestra como el niño que es con temor a morir. Si bien la idea del genocidio es aberrante, hay una verdad intrínseca que solo Thanos pareciera entender de que los humanos son el problema en la ecuación. Lo condenable reside en que nadie es quien para ocupar un lugar por encima del resto para decidir o hacer algo al respecto. Un claro ejemplo de que el fin no justifica los medios. Sin embargo, gracias a su poderosa presencia que se roba la admiración con cada minuto en pantalla y el enfoque que indaga en su trasfondo, Thanos se convierte en el personaje sustancial que debía ser y también el villano más terrenal (si bien su poderío y motivaciones abarcan a todo el cosmos). Todo el arco que abarca su conflictiva relación con su “hija” Gamora (Zoe Saldana) aprovecha y desarrolla a ambos personajes, ofreciéndole también a ella por única vez un rol y lugar sumamente relevante. La vida de Gamora, ofrecida como sacrificio en pos adquirir una de las seis gemas del infinito que le otorgarán el poder para cumplir su cometido, humaniza al villano con el dolor que conlleva darle fin a ella. ¿Las acciones y consecuencias de Thanos son extremistas? Por supuesto que lo son. Pero las mismas son resultado de un entendimiento alcanzado que los supuestos salvadores del mundo no pueden ni conciben la posibilidad de tenerlo. Algo similar a lo que ocurría con las intenciones de otro personaje del mundo del cómic como Ozymandias en Watchmen. Sacrificando a la única persona que ama, Thanos demuestra la insignificancia de las personas en relación a lo que en verdad está en juego: la salvación de todo el universo. Los Avengers, heroicos y altruistas en su deber, engloban en sus hazañas la falsa idea de que el salvar vidas implica proteger al mundo. Un ejemplo más que claro de lo importantes que nos creemos, de la imposibilidad de saber soltar y del accionar egoísta manejado, lo cual es más que entendible que también le ocurra a los seres más poderosos. Cuando en realidad no somos más que una simple mota de polvo flotando en la inmensidad del espacio y con la capacidad suficiente para que cada día que pasa atentemos más contra el mundo en que vivimos. Es por ello que toda la intensidad y el sufrimiento ocasionado por Thanos choca y repercute fuertemente contra el tensionado espectador que puede atestiguar la conclusión de 10 años de historia cinematográfica. Y lo hace en la forma de una crisis de proporciones épicas donde el antagonista es quien sale triunfador. Todo lo que acontezca después de esto, por más de los regresos y ajusticiamientos que los grandes héroes logren, no será lo mismo. Volver atrás no es una opción, por más gema del tiempo que se posea. Este film no es el punto culminante de la saga, y muy probablemente nunca haya uno. Pero en cierta forma logra marcar la diferencia de manera arriesgada, dejando consigo pensamientos y discursos que enriquecen aún más la experiencia, evitando ir por el camino fácil al que podría tomar un típico y espectacular tanque de Hollywood. Un film ejemplo de la épica moderna y que representa todo lo que por años fue una idea, una promesa. Es todo lo que tenía que ser… y más. En algún rincón de la galaxia Thanos sonríe triunfante, y nosotros junto a él por la más brillante y poderosa gema del infinito que es Avengers: Infinity War.
El mundo silencioso que presenta John Krasinski (actor y director del film) es la raíz y herramienta a utilizar a lo largo de toda la historia, siembre en busca de posicionar a sus personajes y al espectador dentro de un clima de tensión constante. Al igual que esa raíz, o como se pudiera hacer en cual otra circunstancia con el sonido, el elemento terrorífico va en aumento de manera envolvente sin soltar a la familia protagonista y al nuevo miembro de la misma que es el espectador. Y es que está muy buscado y logrado que ese temor a hacer el menor ruido se traslade por fuera de la diégesis del film, pudiendo incluso también otorgársele a A Quiet Place el mérito de recuperar ese bien preciado (y lamentablemente perdido) que es el hacer silencio en la sala. Como otros grandes films de género que han sabido contar historias pequeñas dentro de un mundo mucho más grande y que prácticamente solo se puede conocerlo brevemente a través de la experiencia de vida de los personajes, la historia deposita su atención en una familia de sobrevivientes. En un mundo que fue invadido aparentemente a grandes escalas por unas abominables criaturas que son atraídas a sus presas por el menor sonido que ocasionen, la familia de los Abbott forman su hogar en una alejada granja caminando sobre caminos de arena, pisando cuidadosamente lugares marcados de la casa o comunicándose a través del lenguaje de señas, lo cual se relaciona perfectamente a que la única hija del matrimonio es sorda. A través de este cuidadoso modo de vida, el film va planteando con grandes ideas aquel mundo a la vez que se puede entender la relación de esa familia y lo que mueve a los padres (Emily Blunt y John Krasinski) al asegurarse a toda costa que sus hijos sobrevivan en ese mundo hostil. Y si bien en relación a la construcción de mundo y climas la historia familiar pierde al ser un tanto liviana en comparación, eso no evita que se pueda aún así lograr una conexión emocional, por más convencional que ésta sea dentro de un relato cargado de excelentes ideas y de la maravillosa ejecución de las mismas. El film se presenta interesado no tanto en lo que es la historia sino en cómo generar de manera excelente un clima tras otro que plasma de nerviosismo a cada uno de los escenarios. Y es allí donde queda demostrado que a pesar de que la historia en sí o el trasfondo de los personajes no destaca demasiado sino todo lo contrario, de igual manera la fuerza del relato se haya en el guión. A Quiet Place se posiciona más alto entre otros films independientes de género al saber cómo construir las situaciones de conflicto, las cuales todas y cada una de ellas están resueltas de una manera increíble, sin nunca repetir recursos en una misma e incluso extendiéndolas, cargando de inventiva y sorpresa a todo momento de riesgo por el que pasan los personajes. Todos los momentos de tensión se producen y resuelven dentro de los espacios del hogar o aledaños a éste, a ese lugar que ya esta familia tan bien conoce. Elección que permite no solo hacer de cada ambiente una situación diferente de peligro, sino también un creciente estado de nerviosismo que asegura no haber escapatoria alguna. Es así como el film de John Krasinski, y su debut en el género de terror, resulta en un más que excelente ejercicio cinematográfico de saber mantener en vilo y alerta constante al público sin engañar o excederse en su desarrollo. Quizás el único exceso del que sufre el film se halla en su banda sonora, la cual paradójicamente le juega un tanto en contra a la identidad silenciosa y tensionante del film. Sin embargo, A Quiet Place sabe ocupar un merecido lugar de importancia al conformarse como un muy valioso ejemplo de todo lo que puede brindar, con un uso inteligente de los recursos, un film de género. Alejándose de la ruidosa e insustancial maquinaria que predomina en el cine de terror, tal vez con el silencio ofrecido por Krasinski se pueda estar más alertas a aquellas valerosas obras merecedoras de nuestra atención y temor.
La nueva obra cinematográfica de Paul Thomas Anderson, y en teoría la última en la prolífica carrera actoral de Daniel Day-Lewis, está cubierta por un aura embriagante de clasicismo en lo que concierne a su forma. Pero en su interior guarda un bello contenido oscuro que entra en un juego de oposición con el carácter clásico, ambos resonando y manejados por el mismo nivel de perfección que maneja tanto el director como el personaje protagónico de su film. Reynolds Woodcock (apellido que graciosamente entra en la misma categoría de genialidad que el de Dirk Diggler en Boogie Nights), es un renombrado diseñador de moda inglés que confecciona finas piezas de alta costura para la realeza y la aristocracia europea. Su vida y obsesión están enfocadas puramente en su trabajo, en su arte. Anderson nos narra la estructurada y caprichosa forma con la que se maneja día a día Reynolds compartiendo el mismo profesionalismo y búsqueda perfeccionista que su personaje. Y esa búsqueda encuentra su forma final en Alma (Vicky Krieps). La relación de amor entre modista y modelo encuentra su génesis en la enfermiza necesidad del uno por el otro. Alma, en un principio, significa para Reynolds alguien meramente a su servicio. Se conocen en un restaurant donde ella le sirve como mesera para luego convertirse rápidamente en el modelo de perfección que Reynolds precisa para la creación y el uso de sus vestidos. En su delicada y bella contextura Alma funciona como elemento de trabajo y creación. En cambio, ella ve en la fascinación de Reynolds la idea de ser alguien tomada en cuenta, un sentido de ser especial y de sentirse a gusto con quien es. Es así como Phantom Thread da a lugar a una historia de amor y obsesión orquestada de una manera refinada y maquiavélica. Anderson logra pasar del romanticismo del primer encuentro a un sutil cambio que se inclina a un mayor tono de incomodidad. Algo que se produce por las obsesivas y agresivas actitudes del artista y por la constante presencia en medio de la pareja de Cyril (Lesley Manville), la hermana y fiel mano derecha de Reynolds que funciona como una extensión del mismo, tanto en lo profesional como en su relación con Alma. Si Cyril es otra mujer en la vida de Reynolds que sirve meramente a sus propósitos, a cumplir un rol servicial, la misma se convierte en una amenaza para la relación romántica y también, significa la forma que Alma deberá adoptar para complacer en todo a su amado. La inversión de roles de estas mujeres en la vida del modista sirve para pasar de un aspecto sumiso a uno de total poder. La musicalidad del film marca el tempo con que los cambios y deseos de los personajes toman forma y es así como Alma, a través de medios extremos, lograr una necesidad constante de dependencia de Reynolds hacia ella, y por ende de ella hacia él. Dichos elementos de rareza incómoda se encargan de rodear y habitar cada uno de los espacios de la mansión Woodcock, marcando un interés por parte del director de graficar el desarrollo de una relación enferma. Algo que funciona como reflejo dramático de Punch-Drunk Love, otro film del director que aporta también una mirada a una malsana relación pero desde un aspecto más cercano a la comedia. Lo cierto es que al igual que las satisfechas mujeres que llevan los vestidos de la casa Woodcock, el film pasea los distintos actos de abuso y desequilibrios emocionales de forma elegante, incluso rompiendo los esquemas previsibles. Algo que también entra en un juego de oposición con lo clásico, como también lo es en la historia Alma ya que, a través de su carácter contestatario, poco a poco se convierte en la única que puede oponerse al rigor de Reynolds. Anderson delinea la figura del hombre y la mujer en una relación construida por el uso de la manipulación. La necesidad y la dependencia de ambas partes malinterpretadas como forma de amor. Es en dichos actos y comportamientos insalubres donde Reynolds y Alma hallan esa falsa idea de bienestar y a la vez consiguen su lugar de igualdad en relación de uno con el otro (algo que incluso comienza a verse de forma hermosa cuando colaboran en conjunto para quitar uno de sus vestidos de las manos de alguien que no lo merece). Y si bien se puede respirar una latente inquietud en el ambiente, la disposición con la que todo elemento se vuelve parte de lo mismo es lo que hace que sea prácticamente imposible no caer bajo el bello encanto con el que el director confecciona su obra y la oscura relación de sus personajes. Reynolds Woodcock deposita mensajes secretos bajo las costuras de sus vestidos, Paul Thomas Anderson hace lo mismo con la oscuridad de su trama debajo de la refinada elegancia de su prestigiosa obra, de su cine de alta costura.
La ópera prima en solitario de Greta Gerwig inicia con un viaje en auto compartido entre Lady Bird (Saoirse Ronan) y su madre Marion (Laurie Metcalf). La conclusión final del film también supone un viaje pero que tanto madre como hija deberán hacer por separado. De esta manera film y personaje a la vez, representa en sí mismo un viaje. Uno de cambios, del fin de la adolescencia y todo el crecimiento que ello trae consigo. Un recorrido en el cual todos los que rodean de manera cercana a Lady Bird, influyen y hacen a la vida y la fuerte personalidad de esta chica de 17 años atrapada en la mundanidad de la ciudad de Sacramento. Y ésta ciudad perteneciente al estado de California es un personaje más en el relato, que no solo funciona como prisión cotidiana de la protagonista, sino que también entra en relación con ella y su lazo, forzado o no, con la fe religiosa. Lady Bird asiste a una escuela católica y las relaciones que entabla en ese ambiente, su fuerte amistad con Julie (Beanie Feldstein), su relación más frívola con Jenna (Odeya Rush), o los diferentes noviazgos y fracasos amoros con Danny (Lucas Hedges) y Kyle (Timothée Chalamet), son sus intentos de vivir la vida que no tiene. Sin ir más lejos, un sacramento (dejando de lado las facturas) representa un acto de fe a través del cual se manifiesta la relación del creyente con Dios. Ahora bien, si aplicamos el término de sacramento a la ciudad habitada por los personajes del film, el resultado es básicamente el mismo. Esa ciudad, incluyendo todo lo que detesta de su vida Lady Bird, funciona como mapa representativo de todas sus relaciones, con sus amistades y su familia. Tanto madre como hija chocan mucho entre sí, una relación conflictiva debido a las ansias de Lady Bird de volar de allí y los intentos un tanto controladores de una madre, que indudablemente ama a su hija, pero que no está lista aún para verla crecer y partir. Pero así como en algunos casos se fortalece y se abordan en profundidad los vínculos de la protagonista, otros sencillamente son planteados para nunca ser desarrollados o al menos para siquiera poder establecer un sentido más allá de pintar un poco el mundo a su alrededor. Incluso la figura paternal de Larry (Tracy Letts), es tratatada con un encanto hermoso en cuanto al cariño que mantiene con su hija, pero solo son pequeños bosquejos que nunca terminan de trasladarse enteramente de forma demasiado significativa a la pantalla. Es así como el film de Greta Gerwig se disfruta pero sin demasiados aspectos que hagan del mismo un material sobresaliente. No por falta de méritos o porque algo falle en su desarrollo, sino porque dentro de lo que es el cine independiente estadounidense se han visto toneladas de films similares, por lo que Gerwig con Lady Bird no termina ofreciendo algo demasiado interesante como para ser recordado o revisitado en el futuro. Una más que tiempo después pasará desapercibida en un el vasto catálogo del cine indie. De todas formas, es demás interesante todo lo que puede aguardar a su directora en el bello viaje cinematográfico que inicio con este film. Mientras tanto, a seguir camino…
Con Call Me by Your Name, el director italiano Luca Guadagnino borra todo elemento prejuicioso, los lugares comunes y el falso carácter progresista (ejem, teléfono para Moonlight) no encuentran su lugar en la historia de amor entre un hombre y un adolescente, sino todo lo contrario. En su sencillez, en la calidez despierta por y entre sus personajes, se puede saborear la ternura y el amor,mezclado sensualmente con el gusto y el olor del verano y los amantes. El relato se centra en el romance de verano que viven Elio (Timothée Chalamet), un joven estadounidense de 17 años que vive con sus padres en el campo italiano, y Oliver (Armie Hammer), quien pasará una estadía con ellos como asistente del padre de Elio en su trabajo arqueológico. El director describe la relación de ambos sujetos con la misma sutileza por la que describe la bella geografía italiana que rodea a los personajes. Desde sus primeros encuentros un tanto antagónicos (los que se odian se aman), hasta la compañía y el entendimiento entre sí que se brindan el uno al otro. Poeta del ambiente como lo es, Guadagnino dota a los espacios y los objetos de una atmósfera constantemente seductora. El film de esta forma resulta ser una experiencia sensorial donde, a medida que el deseo de Elio y Oliver va en aumento, se puede percibir en cada aspecto de la personalidad de los personajes y de su entorno. Una celebración del amor de manera hermosa, íntima y sensual que embebe al film desde la presencia de los paisajes campestres, la relación de los personajes –con una conmovedora escena entre Elio y su padre (Michael Stuhlbarg) como ejemplo de lo que debería ser un diálogo entre padre e hijo-, y la erotización de los objetos. De manera delicada y seductora, objetos inanimados como lo son las prendas de vestir, un short o una camisa, la figura de una estatua o el fruto de un árbol son dotados de una identidad atractiva. El director como hedonista cinematográfico. La sensualidad florece entre los días calurosos y la calma campestre y lo hace aún más cuando los cuerpos se encuentran, cuando la piel se alimenta del goce de los amantes. En esa carga íntima que el film comparte con el espectador, se halla un espacio en el cual la atracción de dos personas del mismo sexo no implica problema alguno y, a lo sumo, dicho problema es amar. Pero un problema del que nadie nunca debería arrepentirse. Y justamente, eso mismo se propone y logra transmitir la historia de Oliver y Elio. Definitivamente, un verano para recordar.
Los enamorados en el mundo de Del Toro son aquellos que se hallan el uno al otro por fuera de la norma, como los outsiders que son. Al director mexicano siempre le ha interesado narrar relatos sobre criaturas extrañas, sobre personajes incomprendidos, distintos a lo entendido por “común”. Con The Shape of Water no hay excepción alguna y traduce el mundo de lo extraño a través de un lenguaje más extraño todavía: el del amor. La atracción y el cariño nacido entre Elisa (Sally Hawkins) y un anfibio dios elemental (Doug Jones). Ella es muda, él un ser que no habla nuestra lengua, con dicha falta de elementos de comunicación lo que enlaza a la pareja protagónica se arma a través de las cercanías y los momentos compartidos entre sí que tan de manera mágica y clásica sabe construir Del Toro. Y es que de ello forma parte tanto lo bueno como lo malo de este film. La historia de amor contada se embebe constantemente del cine clásico, algo así como The Creature of the Black Lagoon de Jack Arnold pero edulcorada para los amantes del romanticismo. La inclusión y mención de lo clásico en el film deriva en recursos utilizados para dar muestra de la cinefilia del director, como los films clásicos que ve constantemente Giles (Richard Jenkins), el amigo de Elisa que también es parte del grupo de los “diferentes”, al ser un hombre gay sin un amor correspondido. O el permitirse integrar a la historia una secuencia con tintes de musical clásico, algo que puede pecar de innecesario pero que termina obteniendo su lugar por la excelencia cinematográfica que maneja Del Toro. Sin embargo, hay una necesidad latente a lo largo de todo el film de contar una bella historia apelando a elementos de estructura clásica y políticamente correctos que termina quitándole a la misma todo posible carácter sustancial. Allí donde la ausencia de la comunicación verbal era un acierto, termina siendo todo lo contrario la cantidad de adornos narrativos que colman al film. Una historia tal vez más preocupada por agradar a las masas que por posicionarse fervientemente con un discurso que escape a lugares comunes. Algo que de seguro le pueda asegurar todo tipo de premios de la industria pero que en búsqueda de un trasfondo no rebosa tanto de ello, como sí lo hace desde el aspecto visual de su arte. Y no es que todo film precise brindar ello, pero la fuerte amalgama de los recursos mencionados termina asemejándose a un intento de búsqueda de pertenencia, de agradar de más cuando es innecesario. Y así también, se logra algo que atenta con el encanto de esa hermosa pareja que expresa su amor bajo el agua, el contar con una identidad que busque encajar con el resto sin aceptarse honestamente así misma. Lo que da por resultado una más que bella fantasía romántica que le da forma no solo al agua, sino también a los amantes que nadan en ella pero que no termina animándose del todo a nadar a fondo en sus profundidades.
El Rey (no) León. Pantera negra, film dirigido por Ryan Coogler y el número 18 perteneciente al MCU (universo cinemtográfico de Marvel), sobresale debido a que funciona de manera independiente en relación a otros films de la saga Marvel. Gracias a su elección de contar una historia respetuosa con la cultura africana y construyendo el camino del héroe y sus problemáticas de un modo diferente al ya hartamente acostumbrado, la película brinda un mundo nuevo a descubrir. Sin embargo, no todos son aciertos en la nación imaginaria de Wakanda y a medida que la trama se desarrolla, ya no todo es novedoso y diferente. La historia de T’Challa (Chadwick Boseman), el recientemente coronado rey de Wakanda, se centra en contar y transmitir la difícil tarea que su posición conlleva, no solo como monarca sino también como hombre, como hijo y como hermano. Todo ello es narrado con unos impresionantes escenarios, un diseño de vestuario impecable y una banda sonora que acompaña a la perfección todo lo visto para construir la idiosincrasia de la cultura de Wakanda, lo cual vuelve sumamente placentero el estar ante este mundo, siendo el espectador, con ojos de turista, el que descubre algo nuevo, lugar que dentro de la trama viene a ser ocupado en parte por el agente de la CIA Everett Ross (Martin Freeman). Pero si la historia se observa más de cerca, eliminando toda bella distracción como lo son los aspectos mencionados o las más que impresionantes secuencias de acción (más que nada en su primera mitad), detrás de todo su artilugio audiovisual se revela una suerte de re-adaptación de la fábula El rey león, que a la vez le debe todo a Hamlet de Shakespeare. Y no es que reescribir una historia con otros medios resulte algo negativo, pero en cierta forma termina por quitarle la notoriedad y el aroma novedoso que desprendía en un principio. Una vez entendido, o descubierto, el origen de la historia, lo más interesante es la presencia e intenciones del villano, en esta ocasión no a cargo de un tío malvado, sino del primo, el hijo del tío que fue desterrado y asesinado. Killmonger (Michael B. Jordan) es el típico villano que reclama su posición en el trono, pero al mismo tiempo su búsqueda de reconocimiento se logra entender gracias a su posición perteneciente a las minorías que por tanto tiempo han sufrido la falta de derechos. Killmonger es tanto africano como estadounidense, nativo y extranjero a la vez. Su reclamo de compartir las riquezas tecnológicas de esa nación africana oculta con los más desfavorecidos es un tanto extremo por el peligro que representa armamentísticamente, pero también es entendible desde la búsqueda y el trasfondo del personaje. Es así que, lejos de la amenaza de seres de otros universos o de villanos que buscan sin mucha razón la aniquilación del mundo, Pantera negra cuenta con quien tal vez sea el villano más racional en lo que va de diez años de historia cinematográfica. Es por ello que, si bien en su fórmula de guion y en la totalidad de su ejecución el film pierde fuerzas, cuanto más nos adentramos en la historia y en la exótica región africana, el mismo logra mantenerse un poco a flote gracias a esos aciertos estéticos y argumentales que resplandecen cada tanto —no siempre— al igual que los maravillosos y coloridos atardeceres que se disfrutan en el reino de Simba… perdón, digo de T’Challa. Hasta a Disney le puede pasar.