El patrón del mal Me imagino a Denis Villenueve como un tipo serio, con gesto adusto. No puedo percibirlo como el tipo gracioso encargado de animar las reuniones de sus amigos o el tío copado que se disfraza de Papá Noel en Navidad para mantener viva la esperanza de los bajitos. Es que el director de La Sospecha (Prisoners) es de ese tipo de realizadores que narran una historia con un peso dramático mayor al habitual, como siempre contando algo profundamente importante. La cuestión es que el prolífico cineasta canadiense vuelve al ruedo con Sicario para contarnos cómo distintas agencias de seguridad de los Estados Unidos se unen, se pelean y se vuelven a juntar para cazar a un peligroso jefe de un cartel de drogas oriundo de México. Emily Blunt, Benicio Del Toro y Josh Brolin encabezan el lujoso reparto del sexto opus de Villenueve. Retomando el tema del comienzo, que una película sea demasiado “seria” no es un valor negativo per se. De hecho, La Sospecha es una muy buena obra, aunque por momentos pueda desbarrancar ante tanta solemnidad. Es que si hay algo para respetar de Villenueve es su capacidad para mantener a toda costa su seriedad y profundidad a la hora de contar una historia. Quizá en sus anteriores películas, la trama se prestaba más para mostrar la bajeza que habita en la humanidad que tanto le gusta remarcar, algo que en Sicario no termina de encajar del todo. La historia adquiere gravedad por los atributos que remarca Villenueve pero la ausencia total de humor o algo que aligere un poco la trama le termina jugando en contra. Los planos de los cuerpos mutilados al comienzo funcionan y potencian a pleno la idea de ese patrón del mal que impunemente mata y desmiembra por placer. Ahora, cuando Villenueve comienza a repetir ese tipo de información genera un efecto adverso, como una especie de empache de tanto morbo. En esos pasajes, Sicario pierde al tomar una muestra de su propia medicina. Si hay algo para destacar en Denis Villenueve es su convencimiento para mantener a toda costa su intensidad y profundidad a la hora de contar una historia. Más allá de lo mencionado arriba, es imposible no reconocer que Denis sabe filmar con tensión y nervio varias secuencias cruciales de Sicario. El allanamiento del comienzo o la excursión a Juárez por parte de las fuerzas de seguridad yankees son una genialidad. Desde el inicio hasta el final de ambas secuencias, se puede apreciar en el aire que algo malo va a suceder, que todo puede salir muy mal. Por otra parte, narrativamente la película se mueve con solvencia de principio a fin, a pesar de que la trama se complejiza a medida que avanza el metraje entre tanta agencia y personajes narcos. Incluso hay una ambigüedad en la forma en que Villenueve enmarca a ambos bandos que la vuelve una propuesta muy interesante. Sicario funciona a full como un thriller tensionante hecho y derecho, más allá de que por momentos se vuelva su propio enemigo mordiendo su propia cola.
El sabor del secuestro Advertencia: Esta crítica contiene algunos spoilers. Daniel Alfredson sale de Suecia, luego de filmar las dos últimas Millenium, y debuta con un film hablado en inglés, El Gran Secuestro de Mr. Heineken (Kidnapping Mr. Heineken), basado en la historia real de la abducción de Alfred Heineken. Un grupo de amigos recién salidos de prisión, cansados de tanta negativa de los bancos para otorgarles un crédito, deciden emprender la riesgosa misión de secuestrar al magnate de la cerveza. La onda es que los muchachos consiguen apropiarse del Sr. Heineken, pero las demoras en el pago del rescate comienzan a fraccionarlos. Finalmente, cuando el desembolso de la liberación se hace efectivo, todos parten hacia distintos rumbos, aunque terminan cayendo más temprano que tarde en el mismo destino: la cárcel. El secuestro de Heineken (interpretado por Anthony Hopkins) tiene grandes condimentos que lo hacen único. Primero, la suma pagada por el rescate fue una cifra tremendamente extraordinaria para la época: alrededor de 16 millones de Euros. Después, el hecho de que el secuestro lo hayan efectuado un grupo de amigos y familiares con poca experiencia en golpes de esta envergadura resulta, al menos, un dato llamativo. Y, por último, se destaca que las figuras de Cor Van Hout (Jim Sturgess) y Willem Holleeder (Sam Worthington), cuñados y capos de la banda, hayan sido los encargados de encabezar el crimen organizado en Holanda luego de su liberación. En 2011, se hizo otra película (De Heineken Ontvoering) sobre este suceso, en la que Rutger Hauer encarnaba a Alfred Heineken. Lamentablemente, el film de Daniel Alfredson no explota en absoluto los grosos atenuantes que sí estaban en la anterior, dando como resultado un bodoque cargado de vértigo y carente de empatía. No hay en El Gran Secuestro de Mr. Heineken una sola historia individual medianamente desarrollada. El Gran Secuestro de Mr. Heineken no presenta ningún valor cinematográfico que lo haga interesante. Alfredson no encuentra jamás el ritmo narrativo para su película. Todo el tiempo va corriendo de un lado para el otro sin bucear en las profundidades de sus personajes o de la rica trama que tenía. No hay en El Gran Secuestro de Mr. Heineken una sola historia individual medianamente desarrollada como para que el espectador sienta un mínimo de empatía tanto por la banda como por Heineken. Sí hay algunos intentos de profundizar ciertas cosas pero no llegan a ningún lado. En un momento determinado, se empieza a abordar con sutileza la manipulación psicológica del secuestrado hacia los perpetradores pero, cuando la idea empieza a tomar forma, Alfredson la deja de lado rápidamente para pasar a contar el desenlace del secuestro y el futuro de la banda. La trama policial brilla por su total ausencia. En ningún pasaje, a excepción del final, se aclara cómo carajo llegaron las fuerzas de seguridad a encontrar el escondite y a atrapar a la banda de malvivientes. No hay una evolución narrativa en ese aspecto. De repente, aparece la policía, se acabó la joda para los pibes y se efectúa la liberación. Esto termina ocasionando, más por tratarse de una historia real bastante conocida, que no exista la más mínima sensación de peligro, ya sea desde el lado del grupo de secuestradores o del propio Heineken. Y, si no hay peligro, no hay tensión, y sin tensión es imposible conseguir que la atención no se diluya. El Gran Secuestro de Mr. Heineken tenía un relativo buen cast (que bajo una dirección más acertada hubiese mejorado bastante), una historia atrapante y un interesante director para llevarla adelante. Lamentablemente, las impericias narrativas de Daniel Alfredson terminaron por pergeñar una película que flota en el olvido y que termina dejando sabor a poco sobre uno de los secuestros más importante de la historia.
Somos el pueblo y el carnaval Una crítica jamás puede ser objetiva. Siempre va a haber un grado de subjetividad inmerso en el análisis que alguien pueda realizar sobre un hecho, o en este caso, una película. Después puede haber distintos grados de subjetividad aplicada, pero ahí nos metemos en un terreno que resulta bastante complejo de calcular. Esta crítica de Boca Juniors 3D, La Película es lo más subjetivo que podrán encontrar en la red. Soy hincha de Boca desde que nací, asisto ininterrumpidamente a La Bombonera hace más de 10 años y casi todos los días más felices de mi vida están asociados a los logros deportivos ganados por el club de mis amores. Boca es mi vida, Boca es mi pasión, es la alegría de mi corazón… Podría seguir cantando canciones y describiendo mi sentimiento por los siglos de los siglos. ¿Y qué tienen de relevante estas aclaraciones? De relevante seguramente poco y nada, pero la intención de las mismas es que el lector sepa desde que lugar provienen estas palabras por una película que por momentos consigue transmitir en parte la mística xeneize a la gran pantalla. No van a encontrar en este escrito una crítica hacia los valores cinematográficos que la película pueda o no tener, si el 3D está bien utilizado o no (la segunda respuesta es la más acertada), o si el elemento ficcionario del film (Funes, el mítico hincha que es utilizado como hilo conductor) es un cúmulo de sobreactuaciones o no (lo es y no aporta demasiado). Porque eso lo van a poder encontrar en cualquier reseña de su diario o sitio web amigo. Básicamente lo que van a leer acá es una crítica que intentará desde lo más profundo de su corazón boquense desentrañar las sensaciones vividas, ya sean positivas y negativas, durante el visionado del documental a cargo de Rodrigo Vila. Boca Juniors 3D, La Película recorre vagamente la historia del Club Atlético Boca Juniors y cuando digo vagamente me refiero a que centra demasiada atención de su metraje a los logros obtenidos en el nuevo milenio. Se entiende que está apuntada a un público joven y que la primera década del siglo XXI es, no solo la más reciente sino también la más ganadora en la historia del club, pero hubiese sido terriblemente atractivo ver con un poco más de profundidad las Libertadores del Toto Lorenzo, la final contra River en el Torneo Nacional de 1976 o la primera Intercontinental, solamente por mencionar las copas y los torneos más emblemáticos. Más que nada porque las anécdotas y el desarrollo de los últimos títulos son conocidos por cualquier fanático que se precie de tal. Quizás no era la intención de Vila, pero no pude encontrar a lo largo de su duración algún elemento histórico o curioso que lo distinga por encima de cualquier documental o especial realizado por los diversos canales de deportes. Boca Juniors 3D, La Película centra demasiada atención a los logros obtenidos en el nuevo milenio. La estructura del documental es clásica: Exhibe testimonios de distintos ídolos e imágenes de los logros deportivos de nuestro amado club. Hay muchas voces, y de varias épocas. Silvio Marzolini, el 3 más grande de la historia de Boca; Carlitos Tevez desde Turín (un dato que ahora resulta interesante por su vuelta); el Rata Rattin, único por jugar toda su carrera en el club; el inmenso Guillermo Barros Schelotto; y hasta el famoso Beto Marcico que vino de Francia para ser campeón. También están Palermo, el Mono Navarro Montoya, el Vasco, el Pato Abbondanzieri, el Flaco Schiavi, Héber Mastrangelo, Rojitas, Mauricio Macri, etc, etc y más etc. Con este repaso de participaciones quiero llegar a que desfilaron bocha de ídolos por la película pero es nula la contribución de Carlos Bianchi, Diego Armando Maradona y la de Juan Román Riquelme (te extraño más que nunca y no sé qué hacer). Los tres son mencionados y destacados por la película (Riquelme y Maradona bastante más que Bianchi) y la participación del máximo ídolo de la historia xeneize se encuentra limitada a extractos de entrevistas que hacen las veces de voz en off para potenciar las imágenes de sus inolvidables logros. De la misma manera que Román, irrumpe el Diego en el film, aunque el barrilete cósmico encuentra en las palabras de Miguel Brindisi un importante diferencial que hace de su ausencia algo menos notorio. No sé bien cuales fueron los motivos de esas gigantescas faltas, pero sin duda resulta llamativo que se realice una película sobre Boca y no participen esas tres figuras de tamaña envergadura boquense. También me hace ruido la cantidad de minutos de Macri (y ahí quizás está la explicación de las ausencias, al menos la de Román y Bianchi) en la pantalla por encima de muchos próceres como Rattin o Rojitas. Y ese ruido se vuelve mayor cuando se cae en la cuenta de que es el único dirigente que tiene la palabra en el documental. Solamente hay una breve mención hacia Alberto J. Armando (y además a cargo de Mauri), una verdadera injusticia para uno de los dirigentes más importantes de la historia de la institución. Resulta llamativo que se realice una película sobre Boca y no participen figuras del calibre de Juan Román Riquelme, Carlos Bianchi o Diego Armando Maradona. Con lo expuesto arriba traté de analizar las cuestiones históricas y referenciales que creo faltan o no están desarrolladas como podría haber sido en el film. Después es bueno destacar que se trata con respeto la idiosincrasia del club y los innumerables planos al hermoso barrio de La Boca son una fiel muestra de eso. Resulta terriblemente enérgico y potente ver la obtención de los distintos títulos de Boca en una pantalla de cine. Las lágrimas brotan sin cesar en varios pasajes, encontrando su punto culmine en el último partido de Román contra Lanús. Es que ese día se despidió una parte viva de nuestra historia y Vila lleva adelante ese segmento con pasión y admiración. Los diálogos entre el Pato y el Flaco son una cosa hermosa y las vivencias del colosal Chapa Suñé son otro gran valor de la obra. Boca Juniors 3D, La Película, si bien no llega a desarrollar con profundidad la rica historia de Boca, hay una noble intención de destacar con testimonios complementados por imágenes los logros más importantes del club. En muchos pasajes consigue transmitir la inconmensurable belleza de La Bombonera, los magníficos colores del barrio de La Boca, la fidelidad de una hinchada que siempre acompaña, la mística del pueblo y el carnaval; y ver eso en la gran pantalla es más que razón suficiente para ir, porque a Boca se lo sigue a todas partes, incluso hasta la sala de cine.
El héroe que sabía demasiado A casi 20 años de su primera entrega, la saga Misión: Imposible está más bonita que nunca (Jorge Hané dixit). Luego de Misión: Imposible – Protocolo Fantasma, llega esta quinta parte que es sin ninguna duda uno de los mejores estrenos del año y la más destacada película de la franquicia protagonizada por Tom Cruise. Ethan Hunt debe desmantelar al Sindicato. Una especie de agencia de contrainteligencia creada para infundir el caos en el mundo. Encima no cuenta con el apoyo de su agencia, debido a que la misma fue “absorbida” por una CIA que encima ahora lo tiene como enemigo número 1. Sin dudas, ésta se presenta como la tarea más compleja de su vida debido a que se enfrentará a agentes tan entrenados como él, aunque como ya sabemos no existe tal misión imposible de realizar para Ethan y su equipo. A medida que fueron avanzando las entregas, la saga Misión: Imposible (en un claro ejercicio de autoconciencia) fue ofreciendo a un Ethan Hunt más endeble, más humano por así decirlo. Las misiones ya no le salen como antes: Sufre excesivos golpes, se lo ve dubitativo, por más que corra no alcanza a su presa y hasta incluso a veces es engañado por sus enemigos. Es que los años no vienen solos para Ethan y claramente la franquicia está armando de a poco el terreno para su retirada del campo de acción. Misión: Imposible – Nación Secreta sigue en ese camino mostrando a un Hunt mucho más complicado, como corriendo siempre de atrás del enemigo. Sin dudas (y más allá de que buenos realizadores como Brian De Palma, John Woo, J.J. Abrams, Brad Bird y ahora Christopher McQuarrie han pasado por la franquicia) hay una afirmación que es imposible de ignorar: Los directores cambian, se mueven fichas protagónicas, contratan nuevos guionistas; pero las Misión: Imposible siguen, y seguirán funcionando, esencialmente por la inoxidable presencia de Tom Cruise, su protagonista y productor. Es que Cruise es un héroe de mil caras (como bien escribió el amigo Ignacio Moretti en su crítica de Jack Reacher), un héroe que sabe demasiado de cine, que entiende cómo llegar al corazón del espectador sin traicionar su estirpe clásica. No hace falta forzar acentos, poner caras de situación, hacer grandes morisquetas para generar empatía en el público. Y Tom Cruise, totalmente consciente de sus habilidades y de lo que el público pretende de él, vuelve a ponerse en cuerpo y alma al servicio del espectador. Tom Cruise entiende cómo llegar al espectador sin traicionar su estirpe clásica. Cruise es un tipo generoso, que nunca te deja a gamba, pero principalmente jamás de los jamases antepone su persona por encima de la película que protagoniza; a pesar de ser una de las estrellas más importantes que ha dado Hollywood en su historia. Misión: Imposible es SU franquicia, la que lo puso de nuevo en el mapa del que nunca debió haberse ido, y sin embargo no tiene ningún problema en darle paso al lucimiento de Simon Pegg, con quién posee una destacable química, o Jeremy Renner. Pasan los años, pasan los jugadores y Tom Cruise sigue firme, intacto al frente de una saga que en vez de agotarse, se renueva y se potencia. ¿Qué le aporta Christopher McQuarrie a Misión: Imposible – Nación Secreta de nuevo? Un guión altamente inteligente, creativo y principalmente sin pretensiones molestas. También contribuye con una dirección consistente que sigue con seguridad los mandamientos del cine de Alfred Hitchcock. Todos son conscientes que M:I 5 es un tanque que viene a brindar diversión de alto nivel, se nota que trabajan para ello, y cuando un producto sabe a dónde ir y también cómo viajar hacia esa meta, el resultado es este peliculón. Quizás la única mancha del film es el poco desarrollo del villano interpretado por Sean Harris, aunque tampoco es algo que resienta mucho a la trama. Una película de este calibre nos tiene que hacer viajar por el mundo. Minsk, Viena, Londres, Casablanca y hasta La Habana son algunos de los destinos presentados con los puntos de contacto necesarios. Porque tampoco es llevarnos de acá para allá sin una razón aparente. En toda película de acción a gran escala como esta tiene que haber una mínima cresta que haga evidenciable dichos traslados y máximamente tienen que potenciar a la historia. Dentro de todos esos viajes, sin dudas que la escena en la Opera de Viena (claro homenaje a El Hombre que Sabía Demasiado de Hitchcock) es el punto más intenso y sobresaliente de toda la película. Si el gran Alfred estuviese vivo, seguramente estaría muy contento con el trabajo de McQuarrie. Impresionantes secuencias de acción, que incluyen a Cruise colgando de un avión (!!!). Una trama inteligente, que presenta giros sorpresivos pero que no trata como idiota al espectador. Buenos momentos cómicos, que sirven como descarga en una historia llena de traiciones y asesinatos. Todo eso y más tiene esta quinta Misión: Imposible en sus más de dos horas de duración para satisfacer al público sediento de acción y más acción. Tom Cruise está más vigente que nunca, vuelve a ponerse en cuerpo y alma al servicio del espectador y cuando alguien pone ese nivel de compromiso, lo más factible es que salgan obras maestras como lo es Misión: Imposible – Nación Secreta.
El rey de la comedia (romántica) Uno de los géneros más reconocibles del cine es la comedia romántica. La mayoría de las películas encasilladas dentro de esa clasificación cinematográfica poseen una estructura bastante sencilla de identificar; y Marc Lawrence (realizador con buena trayectoria en el género) conoce a la perfección las teclas que tiene que apretar para que su nueva película, Escribiendo de Amor (The Rewrite), sea una feliz propuesta sobre el amor y las segundas oportunidades. El crack de Hugh Grant es Keith Michaels, un guionista “one hit wonder” que no pudo repetir en su carrera el éxito que ganó con su premiada primer película. En la bancarrota y totalmente frustrado decide tomar un empleo como profesor en una ignota universidad pública ubicada al norte de Nueva York. Allí empezará a dictar clases con un significativo desgano hasta que se dará cuenta que enseñar no le resulta tan desagradable como pensaba al comienzo. Hay reflejos de la querible Letra y Música (Music and Lyrics, 2007) en Escribiendo de Amor, más allá de las obvias figuras de Grant como protagonista y Lawrence como realizador. Lawrence sitúa nuevamente en el centro de la cuestión a un hombre inmaduro tan desubicado como simpático, que vive de las mieles de un éxito pasado, a trabajar en una ocupación indeseada para encontrar la tan mentada redención. También está presente la contraparte femenina, que será fundamental a la hora de apuntalar, enseñar y acompañar en el proceso de cambio a nuestro actor. Tal como hace la encantadora Drew Barrymore en Letra y Música. Es como si el querido Alex Fletcher (rol de Grant en el film del 2007) se hubiese dedicado a escribir guiones en vez de bailar revoleando su cadera al ritmo del pop de los 80’s. Hugh Grant es uno de los máximos exponentes de la comedia romántica. Más allá de los puntos de contacto con el segundo opus de Lawrence, Escribiendo de Amor posee en su haber muchas características que la hacen única. Sus agudas referencias sobre la actualidad del mercado cinematográfico, sus múltiples subtramas que enriquecen y elevan a la trama principal y sus vertiginosos diálogos que recuerdan a las mejores screwball comedy; la distancian de aquel film con Grant y Barrymore y la convierten en una muy buena película con cuerpo y vuelo propio. Hugh Grant es uno de los máximos exponentes de la comedia romántica y bien ganado tiene ese lugar. El descaro, la simpatía, la admirable capacidad para reírse de sí mismo (y sino vean la escena de apertura de Letra y Música) y especialmente el carisma que destila cada vez que pasa por delante de la cámara; representan solamente algunas de las armas que pone el rey de la comedia (romántica) en función de Escribiendo de Amor. De partenaire está Marisa Tomei, la bellísima actriz que a sus 50 primaveras sigue siendo una clase viviente de actuación clásica. Cada secuencia con Tomei (y esa sonrisa capaz de acabar con todos los males que hay en el mundo) está cargada de un encanto imposible de ignorar. Asistiendo de gran manera a la pareja protagónica se encuentran el genio de J.K. “not quite my tempo” Simmons, Allison Janney y Chris Elliott. No hay nada más lindo que una película que te regala unas horas de felicidad absoluta. Escribiendo de Amor es nada más y nada menos que eso, una encantadora y efectiva historia sobre segundas oportunidades. Bien por la dupla Grant/Lawrence que volvió a la gran pantalla para darnos otra bella alegría.
Todo sucede en Hawaii Cameron Crowe es un gran director, por más que muchos críticos lo quieran desprestigiar. Es un tipo que sabe contar historias con una pasión hermosa, algo que lamentablemente hoy por hoy no abunda. Sus películas brillan y perduran en nuestras cabezas a modo de remembranzas encantadoras. Resulta imposible contener la tierna mueca que empieza a dibujarse en el rostro al recordar algunas escenas de Casi Famosos, Jerry Maguire o Un Zoológico en Casa. Y ahora, el bueno de Crowe vuelve a la gran pantalla con Bajo el Mismo Cielo (Aloha), su nuevo y problemático opus que cuenta con las resplandecientes figuras de Bradley Cooper, Rachel McAdams y Emma Stone. Brian Gilcrest (Cooper) es un ingeniero militar venido a menos que viaja a Hawaii a cumplir una polémica misión que lo pondría de vuelta en el mapa. Para evitar un nuevo fracaso en su haber, Gilcrest tendrá de compañía permanente a Allison Ng (Stone), una joven promesa de la aviación que lo vigilará de cerca. Claro que Hawaii no es un destino cualquiera para él, debido a que allí cosechó sus mayores logros y dejó olvidado al gran amor (McAdams) de su juventud. Su regreso al más reciente de los cincuenta estados de los Estados Unidos se verá alborotado por dos mujeres que lo quieren y por un trabajo que aparenta ser más complejo de lo que realmente es. Crowe sabe cómo contar (y musicalizar) historias de amor y superación personal, algo que ha quedado demostrado claramente en su excelente filmografía. Quizás el “cómo” lo cuenta en Bajo el Mismo Cielo resulte un poco extraño, debido a que es un film que se aparta de ciertos cánones que impone el mainstream actual. Promediando la película no sabremos bien qué carajo está pasando, a qué miércoles va Gilcrest a Hawaii, si quiere volver con su ex, etc. Pero, más allá de eso, hay en ella un halo de misterio simpaticón que termina llevándonos hasta el entendimiento final sin mayores dificultades. La narrativa del film (injustamente vapuleado en los Estados Unidos) también resulta anómala; al comienzo, Bajo el Mismo Cielo es una película donde las palabras fluyen a una velocidad voraz, lo que sirve para delinear a los personajes. Luego, hacia la segunda parte, predominan las escenas donde una mirada o una palmada en el hombro trascienden la pantalla para explicar perfectamente lo que pasa entre los protagonistas. Es llamativo cómo en Hollywood, un ambiente donde reina el cálculo y los procesos, haya salido a la luz una obra tan extraña como Aloha. Quizá consiguió estrenarse porque transmite calidez y entusiasmo más allá de sus errores, algo que lamentablemente escasea en las carteleras. Cameron Crowe sabe cómo contar historias de amor y superación personal. El elenco es impresionante. El trío protagonista integrado por Bradley Cooper, Rachel McAdams y Emma Stone se mueve por delante de la cámara con una química y un carisma encandilante. Si hay alguien digno de ser objeto de deseo de dos de las mujeres más hermosas que posee el firmamento Hollywoodense en la actualidad ese es Bradley Cooper. Y el cast secundario también brilla en Aloha. Bill Murray, Alec Baldwin, Danny McBride y John Krasinski tienen peso específico en la trama, no entran y salen como meros cameos humorísticos. Nuevamente, Cameron Crowe pone su encanto y pasión al servicio del espectador. Una exquisita banda de sonido (otra de las especialidades de la casa) que mezcla ritmos autóctonos con Beck o The Who, los bellos paisajes de Hawaii, una ambiciosa (y fallida) trama militar y un triángulo amoroso cargado de carisma y calidez son algunos de los magníficos condimentos que ofrece Bajo el Mismo Cielo. Está en cada uno dejarse llevar por sus principales atracciones o quedarse enroscado en sus variadas fallas. Al menos por acá siempre será bienvenido encontrar películas imperfectas que saben transmitir bellas sensaciones.
Si no hay amor que no haya nada Cielo Latini (Eugenia Suarez) es una joven de 17 años de la ciudad de La Plata. Se autodefine como una adolescente anormal. Sin amigas y con una casi nula contención familiar las únicas interacciones de Cielo con personas se dan en una chat grupal de internet. Allí conoce a Alejo (Esteban Lamothe), un muchacho diez años mayor que ella con el que comienza una intensa relación amorosa. El problema para Cielo surge cuando siente que su amor no es taaaaan correspondido y empieza a obsesionarse un “toquesaun” con el pebete en cuestión. Como decía el inmenso Indio Solari (sí, estoy citando al Indio en la crítica de un film protagonizado por la China Suarez ¿y qué?) en El Tesoro de los Inocentes, para ella si no hay amor no tiene que haber nada, solamente sufrimiento y más sufrimiento. Sin Alejo, su alma no regatea la tristeza y esa depresión deriva primero en la bulimia y luego en una profunda anorexia. Como si esto fuera poco, su obsesión por él empieza a volverse cada día más peligrosa tanto para ella como para los demás. Abzurdah está basada en el libro homónimo escrito por la propia Cielo Latini y la adaptación a la pantalla grande corrió por cuenta de Daniela Goggi. Este segundo opus de la realizadora de Vísperas presenta una clara intención de evitar caer en el melodrama impuesto per se por la historia sin dejar de lado poder traspasar la importante gravedad de la misma. Se trata la anorexia con nombre y apellido, con el respeto y tono justo. No hay en Abzurdah juzgamientos o villanos, simplemente hay gente que hace lo que puede con los problemas que se le van presentando en su vida. La relación de Cielo y Alejo es tóxica y se retroalimenta a mansalva de la obsesión de ella y la manipulación de él, pero ninguno de los dos podría ser clasificado como “héroe o heroína” o “enemigo o enemiga”. Goggi relata con mesura y calma los pesados conflictos de la protagonista, los despliega con una distinción destacable, aunque lamentablemente el desenlace se desarrolla de manera tan abrupta que termina dejando una sensación disruptiva con la presteza narrativa con la que se venía contando acertadamente la película. La China Suarez pasó de ser una ser una arriesgada jugada a la carta más fuerte de Abzurdah. Presentar a Eugenia Suarez en el cine fue una importante apuesta de Abzurdah. La China, dueña de una belleza imposible de magnificar, tiene con una llegada masiva al público cautivo de la novela, pero resulta interesante como su debut en la gran pantalla terminó pasando de ser una arriesgada jugada a la carta más fuerte de la película. Su Cielo Lentini es sutilmente tan frágil como palpable, tan anómala como distante, tan nebulosa como fascinante, es un personaje con él que resulta difícil de simpatizar pero imposible de dejar solo ante semejante padecimiento. Sin dudas gran parte del suceso taquillero y artístico de Abzurdah se debe al sorprendente desempeño de la muchacha que saltó a la fama con su rol en Casi Ángeles.
Sin hijos Después de 9 años, Noah Baumbach vuelve a los cines nacionales con Mientras Somos Jóvenes (While We’re Young). Desde Historias de Familia (The Squid and the Whale), estrenada en marzo de 2006, las películas de este director/escritor/productor no pasaban por las salas argentinas. Margot at the Wedding, Greenberg (también con Ben Stiller como protagonista) y Frances Ha fueron ignoradas por las distribuidoras y enviadas directo a DVD. Josh (Ben Stiller) y Cornelia (Naomi Watts) no fueron muy bienvenidos a los 40. Sin hijos (no por elección sino por imposibilidad), y con una vida sumida en el aburrimiento y sin rumbo preciso, ven cómo sus amigos se dedican a la educación de sus retoños y los van excluyendo de su cotidianeidad. Ambos se niegan al paso del tiempo (tanto física como psicológicamente) hasta que un día conocen y entablan una amistad con Jamie (Adam Driver) y Darby (Amanda Seyfried), una pareja de veinteañeros que les contagia su juventud, les mueve un poco el avispero y los saca de la rutina en la cual estaban inmersos. Noah Baumbach no se anda con vueltas y expone desde el primer minuto la infelicidad que atraviesan Stiller y Watts. En la escena que abre la película,Watts no puede terminar de contar el cuento de los tres chanchitos al bebe de su amiga y Josh la mira como alguien que quiere ayudar pero no sabe bien cómo hacerlo. La incomodidad de la secuencia demuestra que algo no anda bien, que el camino que transitan juntos es operado en un piloto demasiado automático. Esa escena agridulce es la encargada de resumir magistralmente el tono cómico y amargo que se mantendrá durante toda la película. La neurosis, el cine y la literatura son referencias continuas que contornean de forma subliminal a los protagonistas. Baumbach pone de telón a la ciudad de Nueva York y, al igual que el mejor Woody Allen, la utiliza para moldear a sus personajes. La neurosis, la música, el cine y la literatura de la metrópolis son referencias continuas que sirven para contornear subliminalmente a los protagonistas. Resulta irónica la mirada de Baumbach sobre cómo la pareja interpretada por Driver y Seyfried lee libros, no usa Facebook, se viste con una estética vintage y escucha música en discos, mientras que la pareja encarnada magníficamente por Stiller y Watts tiene casi todos los productos de Mac, se viste con ropa “normal y funcional a la moda” y consume formatos de música digital. Ahí es donde el escritor que colaboró con Wes Anderson en Vida Acuática (The Life Aquatic with Steve Zissou) y El Fantástico Sr. Zorro (Fantastic Mr. Fox) nos demuestra que en la moda o en el arte lo viejo de ayer puede ser lo nuevo de hoy, pero que en nosotros el paso del tiempo es incómodo, negador, con artritis y con sombreros que a determinada edad resultan algo ridículos.
Cambio de planes Ariel Winograd estrena Sin Hijos, su cuarta comedia al hilo, destacando que esta es su mejor película hasta ahora. Winograd había demostrado buenas intenciones en sus anteriores obras, de hecho en Mi Primera Boda había bocha de situaciones cómicas dilapidadas, pero siempre perduraba una sensación de no terminar de exprimir las situaciones generadas. Con Sin Hijos, en cambio, hay un aprovechamiento máximo de los escenarios que desarrolla el film a lo largo de su metraje. Gabriel (Diego Peretti) está separado hace varios años. Más allá de sus ocupaciones laborales, todo el resto de su vida gira en torno a Sofía (Guadalupe Manent), su hija de 9 años. No tiene aspiraciones amorosas y cada cita que se le presenta se encarga de demostrar nulo interés por la conquista. Hasta que un día el amor toca la puerta de su negocio (?) y se encuentra con Vicky (Maribel Verdú), un amor inconcluso y desencontrado de la adolescencia. El flechazo es instantáneo y la relación comienza a fluir rápidamente. Nada parece socavar el creciente enamoramiento, solamente el “pequeño detalle” que Vicky no tolera a los bajitos (Xuxa dixit) y Gabriel en respuesta a esta “fobia” decide cambiar de planes y ocultar a su pequeña hija de ella. Winograd y Mariano Vera (guionista de esta comedia romántica/familiar) proponen un esqueleto de situaciones consecuentes que son explotadas en grande. Toma el escenario adverso de la historia y lo transforma en un compendio de circunstancias hilarantes que van construyendo un hermoso camino hacía la felicidad. Las situaciones van desde una particular cena donde Peretti realiza una especie de monologo sobre las actividades de su hija, pasando por el primer encuentro sexual con Verdú donde niega la existencia de la pequeña Manent y finalizando en ese emocionante y totalmente autoconsciente cierre a lo Hugh Grant en Un Gran Chico (About a Boy, de Chris y Paul Weitz). Todo encaja perfecto en Sin Hijos. Todo tiene que ver con todo y ese todo indivisible conforma una trama. Si alguna escena es quitada de la película, esa armazón se desajustaría y automáticamente perdería coherencia o lógica narrativa. Las grandes películas de cine clásico presentan ese encantador atractivo y Sin Hijos se encuadra en esa tradición. El ejemplo más claro de la bella usanza clásica presentada es como la apertura del film es encuadrada e introducida en la escena crucial hacía el final de la película. Eso es el cine clásico, que lindo es la puta madre. Y es justamente en ese citado patrón donde se demuestra algo formidable: la seguridad narrativa de Winograd y el consistente guión de Vera, más allá de la destreza mostrada por ambos en las incontables secuencias cómicas que funcionan en la película. Si alguna escena es quitada de Sin Hijos, la película perdería automáticamente coherencia y lógica narrativa. Diego Peretti es sin dudas uno de los pocos actores de la escena nacional capaz de generar carcajadas sentado en una cama y repitiendo “No hablar de Sofía” una y otra vez. Peretti es una estrella, un crack de la actuación que vuelve a exponer otra vez sus caudalosos ríos de carisma al servicio del cine. Y qué decir de Maribel Verdú, la bella actriz española deambula por la pantalla a sus 44 años con una presencia y un magnetismo asombroso. La no traición de su personaje, demostrada con el gag lucido y consecuente de la pelota escondida sobre el final, es otro argumento a favor de la claridad de Winograd. Otro de los principales atractivos de Sin Hijos son las apariciones secundarias de la debutante Guadalupe Manent y el ya instalado Martín Piroyansky. Podemos dormir (o sonreír) tranquilos, el cine mainstream argentino tiene en Ariel Winograd (o también en Piroyansky por nombrar de nuevo al actor/realizador mencionado arriba) un director que entiende muy bien a la comedia y principalmente que sabe cómo contarla. Si bien sus anteriores películas no estuvieron a la altura de la que aquí nos ocupa, hay en Sin Hijos una evolución de su cine que no hace más que pronosticarle el mejor de los futuros. Y no hay nada mejor que ese futuro nos encuentre nuevamente, con sonrisas de por medio, en una sala de cine.
One last ride? Vin Diesel y su familia han vuelto. Inimaginablemente a 14 años de aquel film que abrió la vertiginosa franquicia, estaciona en el cine más cercano de tu barrio Rápidos y Furiosos 7 (Furious 7) con James Wan como nuevo director al volante. Dom, Brian, Mia y Letty disfrutan de la vuelta a casa luego de las amnistías otorgadas por Hobbs al contribuir al arresto de Owen Shaw. Su tranquilidad se verá afectada cuando el hermano de Shaw, Deckard, comience a cazar uno por uno a Toretto y sus amigos en venganza por lo que le han hecho a su hermanito menor. La saga Rápidos y Furiosos parece interminable e inagotable. No existe un “One last ride” para este linaje fierrero. Cada entrega sube la apuesta en vértigo, acción y voracidad consiguiendo un resultado superior a su predecesora. La partida de Paul Walker era, y es, una baja sensible en una familia que aparenta ser tan unida dentro como fuera del set de filmación pero Rápidos y Furiosos 7 la sortea redondeando una edición que enaltece a la franquicia de acción más importante del nuevo milenio. Paseos por estrechos túneles adentro de montañas en la frontera entre México y Estados Unidos, una caja fuerte que destruyó las calles de casi toda Río de Janeiro, un tanque en un puente y el explosivo aterrizaje del avión más grande del mundo (Tyrese Gibson dixit) son algunas de las grosas secuencias de acción que habitan en las antecesoras películas, algo que representaba una espectacularidad difícil de superar por James Wan para Furious 7. La cuestión es que solamente la operación en las montañas del Cáucaso es suficiente para entender que esta parte es la más arriesgada y altisonante película de toda saga. Rápidos y Furiosos 7 se beneficia al máximo del peso implícito que posee tener entre sus filas a un némesis del calibre de Jason Statham. A partir de la cuarta parte, la saga motorizada ha sabido moldear y desarrollar a sus personajes con una pasión y una lealtad pocas veces vista para una superproducción que lleva tantas entregas. Hay demasiado amor en Rápidos y Furiosos 7 para que termine siendo una mala película. La mística creada, pulida y desplegada alrededor de Vin Diesel, Paul Walker y Michelle Rodriguez con cada nueva edición es aprovechada y potenciada por los enemigos presentados desde Fast Five. Es que los contrincantes presentados en las Rápidos y Furiosos (siempre a desde Fast & Furious del 2009) no son figuras decorativas, sino que hacen mella y dejan enseñanzas en sus contendientes. Antes fueron Dwayne Johnson, Luke Evans y Gina Carano y ahora son Jason Statham, Tony Jaa y Ronda Rousey los encargados de presentarles un desafío a la altura del trío protagónico. Y vaya que lo consiguen. Las dos peleas entre el crack de Jaa (bestia universal del Muay Thai) y Walker (te vamos a extrañar Paulie) son una pasada a pura fuerza de rodillazos y piñas. La secuencia de lucha en Dubái entre Rousey (eximia luchadora de artes marciales mixtas) y Rodriguez resulta un despelote tan excitante como temerario. Párrafo aparte merecen los enfrentamientos entre Diesel y Statham. Con The Rock, Diesel había confirmado una vez más la temible fuerza que lleva adentro de su cuerpecito (?) con un enfrentamiento que atravesó muros de concreto, con Evans expuso su inteligencia y liderazgo y ahora para superar a Statham necesitó superarse a sí mismo y exprimir todo su potencial para combatir a su enemigo más temible. La pelea final entre Dom y Deckard es antológica por la brutalidad y destreza presentada. Rápidos y Furiosos 7 se beneficia al máximo del peso implícito que posee tener entre sus filas a un némesis del calibre de Jason Statham, sin dudas el máximo exponente del cine de acción en la actualidad. Rápidos y Furiosos 7 sube la apuesta y sale victoriosa su espectacular camino hacía el éxito. El adiós final a Walker (homenajeado en otros pasajes del film) le agrega una sensación de nostalgia y emoción a una inolvidable franquicia que de seguir por esta ruta podrá ser interminable hasta que Diesel y compañía lo decidan.