La vida en juego Adrián Biniez vuelve al cine a 5 años de Gigante, ópera prima por la que obtuvo numerosos premios en diversos certámenes, incluido el prestigioso Oso de Plata en el Festival Internacional de Cine de Berlín. Su nueva película, titulada El 5 de Talleres, se adentra en el fascinante mundillo del fútbol de ascenso argentino (más precisamente, la Primera C). El Patón Bonassiolle (Esteban Lamothe) es el mediocampista central de Talleres de Remedios de Escalada. Es el referente dentro y fuera del verde césped y el más querido por la hinchada. La cuestión es que en una jugada al Patón se le va la “un poquito” la pierna (conducta habitual en su prontuario) y el tribunal de disciplina lo suspende por varias fechas, dejándolo disponible para volver a jugar solo en los últimos 3 partidos del torneo. Esa sanción lo lleva a decidir que al final del torneo se retira de las canchas. El problema para el Patón es que la decisión trae aparejada un montón de dudas sobre el futuro que se le presenta por no tener terminada la secundaria o una profesión desarrollada para poner un poco de luz a su nublado provenir. Su mujer (Julieta Zylberberg), compañera incondicional e incluso su profesora en los tiempos libres fuera del trabajo y los entrenamientos, lo ayuda a enderezar la nave y aclarar sus ideas para juntos encontrar la vida en juego afuera de las canchas de fútbol. Adrián Biniez lleva adelante un relato intimista y sólido sobre los problemas que atraviesa un deportista que no tiene la vida salvada al dejar su profesión. El fútbol es un deporte difícil para el cine. Su dinámica de lo impensado (sin dudas su condimento más atrayente) es algo casi imposible de trasladar a la gran pantalla. Quizá fue por eso que Adrián Biniez se encargó de retratar la vida de un futbolista más afuera que adentro del campo de juego, pero sin dejar de lado todo lo que rodea a la selva del fútbol. Dirigentes, barras, representantes, periodistas, todos desfilan con peso en la historia de El 5 de Talleres, no son meros asistentes para hacer más representativa o verosímil la película. Biniez lleva adelante un relato intimista y sólido sobre los problemas que atraviesa un deportista que no tiene la vida salvada al dejar su profesión. En el transcurso del partido, su realizador consigue trasladar, con asombrosa sencillez, comicidad y dramatismo, el mundo del ascenso argentino (esa categoría alejada de las portadas de los matutinos deportivos, donde todo se hace a pulmón por el club amado) con un conocimiento realmente elogiable. La genia de Julieta Zylberberg (<3) acompaña a Lamothe con una química fascinante y esperable, ya que desde hace tiempo ambos son pareja en la vida detrás de las cámaras y tienen un hijo de 2 años. El crack de Esteban Lamothe le pone el cuerpo y el corazón a su Patón. Ese rústico mediocampista central, de pocas palabras y sangre caliente, es el tipo de jugador que tanto nos gusta reverenciar. El panteón de los ídolos siempre tiene un lugar reservado para esos jugadores metedores que dejan todo en cada pelota, porque juegan como hinchas. Esos tipos con las bolas bien puestas que entienden que en cada partido la vida está en juego, nada más y nada menos. Bien por Biniez, Zylberberg, Lamothe y El 5 de Talleres que saben mostrarnos con corazón y pases cortos ese espíritu de superación constante que se necesita para triunfar adentro y afuera de una cancha de fútbol.
Coach White Kevin Costner y los films deportivos son como el fresco y el dulce de batata, como Guillermo y Palermo, como la pizza y la cerveza. Juntos se complementan, se fusionan y crean una especie de amalgama del celuloide inclasificablemente hermosa que camina hacia la gloria con el éxito asegurado. Es que Costner puede ser, con una presencia única, desde un amateur golfista que llega a las finales del US Open (Tin Cup, de Ron Shelton), pasando por un manager de NFL que busca por todos los medios posibles no perder su puesto (Draft Day, de Ivan Reitman), para terminar en su última película (McFarland, de Niki Caro), donde interpreta a un inexperto entrenador de Cross-Country que intenta cambiar la vida de unos chicos con un futuro nublado. McFarland es un pueblo de California habitado en su mayoría por latinos. Allí no hay menúes con grasosas hamburguesas o costillas de cerdo a la barbacoa, no suena Bruce Springsteen en las calles, no existen grandes cadenas de supermercados, pero sí encontraremos tacos o enchiladas a raudal, Luis Miguel para presentar un curioso desfile y una despensa que no cierra hace bocha de años. A fines de los 80’s llega Jim White (Costner) a McFarland, un entrenador universitario de fútbol americano que llega allí para encausar su tumultuosa carrera. ¿Y con qué se encuentra? Con que su temperamento le vuelve a jugar una mala pasada y es expulsado del equipo de fútbol americano. Pero no todo está perdido: analizando las aptitudes de un grupo de jóvenes, se le ocurre la idea de ingresarlos en la competencia estatal de Cross-Country (una modalidad del atletismo), a pesar de la inexperiencia de todos los participantes. Después de varios traspiés, decepciones y discriminación por doquier, ahí van el bueno de White y sus muchachos haciéndose camino al andar, intentando que las diferentes culturales convivan y se complementen para conseguir el deseado premio y un futuro más promisorio. McFarland tiene todos los lugares comunes de las películas deportivas pero hay en ella una solidez narrativa y un cúmulo de buenas intenciones que la hace digna de valorar. Hay dos films con los cuales McFarland tiene fuertes puntos de contacto y casualmente ambos están basados en historias reales y tienen al básquet como piedra basal deportiva. El primero es Juego de Honor (Coach Carter, de Thomas Carter). Allí un encendido Samuel L. Jackson luchaba contra el sistema educacional para entregarle a sus jugadores un futuro universitario que al comienzo del año lectivo era inimaginable. El segundo es Ganadores (Hoosiers, de David Anspaugh), donde un descomunal Gene Hackman (te extraño todos los días, Gene, dejá la poesía y volvé a actuar, por Dalma y Giannina te lo pido) llegaba a un hostil pueblucho de Indiana luego de algunos problemas de conducta. El deporte como instrumento principal para conseguir un futuro universitario y la conflictiva construcción de la figura del entrenador son los puntos donde McFarland se toca con los mencionados films deportivos. Kevin Costner a sus 60 años sigue teniendo ese fuego sagrado propio de las grandes estrellas. La película que ahora nos convoca posee en la inoxidable figura de Kevin Costner su jugador franquicia para destacarse. Costner sigue teniendo, con sus 60 primaveras recién cumplidas, ese fuego sagrado propio de las grandes estrellas. María Bello, consistente y bella como siempre, encabeza el elenco secundario que acompaña muy bien al medular director de Pacto de Justicia (western fundamental y obligatorio). Bien por McFarland que consigue transmitir a nuestros corazones deportivamente frustrados esa mística que por dos horas nos hará correr y correr para ser los campeones estatales de Cross-Country. Gracias, Kevin Costner por otra buena película deportiva en tu inestimable carrera.
Una mente brillante Llega una nueva biopic a nuestras carteleras. Otra película basada en una historia real que tiene múltiples nominaciones a los próximos Oscars. No es La Teoría del Todo, Francotirador o Inquebrantable. Este es El Código Enigma (The Imitation Game), buen film del noruego Morten Tyldum que cuenta con un encendido Benedict Cumberbatch en el papel del matemático Alan Turing. A comienzos de la Segunda Guerra Mundial, los servicios de inteligencia británica convocaron a un grupo de brillantes científicos, matemáticos y criptógrafos para que aunaran fuerzas y descifraran los mensajes de Enigma, una maquina creada por los nazis y utilizada para marcar los futuros ataques. Turing entra al equipo por la puerta de atrás, pero pronto se convierte en el encargado de liderar un ambicioso proyecto que consiste en crear una máquina para decodificar a Enigma, y así poder finalizar con la avanzada nazi sobre los países aliados. Es interesante ver los mundos que conviven en El Código Enigma. Un estilo de narración dinámico y temporalmente desordenado similar al de Red Social, el recuerdo de una pérdida depositada en una máquina que intenta simular a un humano como en Hugo, o la dificultad para establecer vínculos de los genios como ocurre en Una Mente Brillante. Todos esos componentes coexisten de manera notable, generando un producto homogéneo, lacónico y querible, si bien algo calculado, teniendo en cuenta que en algunos pasajes se nota demasiado cómo se crean escenas para generar determinadas situaciones y así virar el cofre de la felicidad hacia las nominaciones. Otro punto para su realizador es el abordaje de ciertos temas sensibles (como la homosexualidad de Turing y sus consecuencias), ya que no apela a sentimentalismos ni golpes bajos. Benedict Cumberbatch la rompe en El Código Enigma. El reparto está integrado por las figuras british de la actualidad: Benedict Cumberbatch, Keira Knightley, Matthew Goode, Mark Strong y el crack de Charles “Tywin Lannister“ Dance son algunos de los excelentes intérpretes que desfilan por el film, pero es Cumberbatch quien la descose toda en El Código Enigma. Benedicto (así le decimos los amigos (?)) aceptó este trabajo consciente de que representaba un importante riesgo, debido la repetición que suponía personificar en la pantalla grande a un genio tan incomprendido, soberbio, desapegado y fascinante como su Sherlock televisivo. Y la jugada le salió fenomenal. Alan Turing y Sherlock comparten el molde, pero Cumberbatch le agrega al matemático una capa de dramatismo e intensidad que lo eleva bastante por encima de su laburo en la pantalla chica. Knightley, Goode, Dance y Strong lo secundan bastante bien, destacándose siempre el cumplidor actor de Kick-Ass por encima del resto. Todavía no termino de entender qué vieron de sobresaliente los chochamus de la Academia en la actuación de la linda Keira para nominarla en la categoría a Mejor Actriz, pero bueno, si le dieron una estatuilla a Sandra Bullock por Un Sueño Posible… El Código Enigma presenta, gracias a la actuación de Benedict Cumberbatch y a la eficaz narración de Morten Tyldum, las principales fortalezas para destacarse en un año bastante recargado de biopics e historias reales.
El justiciero La tercera y ¿última? parte de Búsqueda Implacable (Taken), aquella saga que comenzó a todo trapo en el 2008 y que encumbró a Liam Neeson como héroe de acción, hoy nos entrega, de la mano de Olivier Megaton, su peor producción. Lenore (Famke Janssen) es asesinada y el principal sospechoso es Bryan Mills (Neeson), que no se va a quedar comiendo una barbacoa con sus amigos ex agentes esperando que la policía local resuelva el caso. Entonces Bryan comienza su ya conocido raid en plan de vengador conocido de asesinatos, torturas y averiguaciones para encontrar a los verdaderos asesinos de su ex esposa, mientras también debe escapar de las fuerzas públicas comandadas por el avispado Franck Dotzler (Forest Whitaker), que buscan apresarlo por el crimen. La franquicia Taken se caracterizó por presentar historias “palo y a la bolsa”, que remiten al mejor cine de acción de los ‘80. La primera parte muestra a un ex agente entrado en años que hace gala de su experiencia y rescata a su hija secuestrada; en la segunda hace más o menos lo mismo pero para salvar a su mujer (secuestrada por el padre de uno de los tantos muchachos que mató en el film debutante). En esta tercera entrega, Olivier Megaton pretende narrar la historia con complejidad, vueltas de tuerca, traiciones y falsos culpables sin ningún sustento o algo que las emparente con el espíritu de la trilogía. En Búsqueda Implacable 3 (Taken 3), Megaton (siempre me resultó gracioso que si a ese apellido le agregás una “r” antes de la “o” se convierte en el villano de Transformers y si le sumás una “e” al final se transforma en una cadena que vende electrodomésticos) vuelve a recurrir a esa cámara vertiginosa que intenta disimular, por medio de continuos cortes en la edición, las obvias deficiencias físicas de Liam Neeson (de 62 años). El recurso es válido y quizás hasta necesario, pero la mayoría de las escenas de acción, por propia impericia de su realizador al pasarse de rosca, terminan quedando como secuencias inconexas y confusas. La saga Búsqueda Implacable se caracterizó por presentar historias sencillas que remiten al mejor cine de acción de los ’80. Lo que aprovecha muy bien Olivier (director recurrente en las producciones de la factoría Luc Besson) es el peso intrínseco de los protagonistas. La gran química entre Neeson y su hija -interpretada por la bonita Maggie Grace- o el rol ahora más preponderante del equipo de ex agentes amigos de Mills son algunos de los elementos usados con sapiencia para darle un poco de relieve y gracia a una trama bastante chata. Si bien Búsqueda Implacable 3 no representa el mejor cierre para esta querible trilogía, tampoco es un final decepcionante. Los fanáticos de la saga (yo me considero uno) van a encontrar lo que fueron a buscar. Tiros, piñas, venganza y Neeson aplomado y preciso en ese rol de héroe de voz ronca que le queda pintado. Nada más y nada menos también. Pero no por eso hay que dejar de mencionar las falencias de una franquicia que se termina desinflando un poco por quedarse a mitad de camino entre apostar por lo seguro o por un cambio sustancial que consiguiese revitalizarla.
Una derrota inesperada Juan Taratuto, si bien no es garantía absoluta, es uno de los directores más confiables del cine mainstream nacional. Ahí están Un novio Para mi Mujer o ¿Quién Dice que es Fácil? como ejemplos palpables de esa afirmación. Eduardo Sacheri, junto a Taratuto, escribieron el guión de Papeles en el Viento, adaptando la novela homónima del escritor de La Pregunta de sus Ojos. La premisa resultaba alentadora. Un director solvente detrás de las cámaras, un libro cargado de amistad y referencias futboleras y un elenco integrado por figuras reconocibles eran buenos puntos de partida para esperar bastante de Papeles en el Viento. Lamentablemente, el resultado del film es un poco decepcionante. La historia de la quinta película de Taratuto nos cuenta, a grandes rasgos, las desventuras de tres amigos al vender a un delantero que juega con más pena que gloria en el Argentino A (tercera categoría del fútbol argentino). La idea de Fernando, el Ruso y Mauricio es ubicar a Pittilanga (así se llama el muchacho que milita en un equipo de Santiago del Estero) en algún club para que puedan recuperar los 300 mil dólares que pagó en su momento su amigo de toda la vida, el Mono (fallecido de cáncer), y poder entregárselos a su hija para que disponga de esa suma de dinero en el futuro. Las actuaciones tampoco logran torcer el resultado a favor de la película. Papeles en el Viento tiene varios problemas, pero el principal es cómo se dejan ver los hilos en determinadas escenas. ¿Qué quiero decir con esto? Todas -o casi todas- las películas tienen momentos que buscan generar algún tipo de sentimiento, pero la magia del cine se da cuando uno se encuentra y se sorprende cumpliendo ese cometido del film, y no cuando ve venir esas intenciones desde muy lejos. Con Papeles en el Viento pasa esto último; en la mayoría de las escenas se anticipa el chiste o el propósito del realizador de generar la tan deseada emoción. Los flashbacks (que subrayan lo mostrado y no aportan nada a la trama), acompañados por una música terriblemente sensiblera, rondan con una cercanía alarmante el temible golpe bajo. Es en toda la secuencia final en la cancha de Independiente donde la obra consigue cerrar una escena conmovedora con fuerza y determinación. Además, el apartado de las actuaciones tampoco logra torcer el resultado a favor de la película. Pablo Echarri, Diego Peretti, Pablo Rago y Diego Torres no tienen la química necesaria para que uno compre la historia, y todas sus líneas son dichas al aire sin ningún tipo de carisma o vigor. Después, el elenco secundario, integrado por Cecilia Dopazo, Paola Barrientos y Daniel Rabinovich, tiene un desarrollo nulo, lo que no les favorece en absoluto para poder brillar en el nublado cielo del film. Incluso la escena con la fugaz aparición de Cacho Buenaventura parecía, a priori, atractiva pero no es explotada en absoluto. Hay en Papeles en el Viento ciertos puntos de contacto con el cine de Juan José Campanella, especialmente en el costumbrismo argentino presente en las obras del director de El Secreto de sus Ojos. Los diálogos bien porteños, las chantadas, los asados, etc. parten del libro de Sacheri, pero la impericia de Taratuto (eficacia que a Campanella no se le puede cuestionar en ese aspecto) hace que esas situaciones suenen forzadas o impostadas. Es una verdadera pena que el fútbol siga esperando una película que le dé una victoria abultada. Lamentablemente, con Papeles en el Viento se da una derrota inesperada, y esa deuda con el deporte más popular de nuestro país seguirá sin saldarse.
El especialista Un ex agente de la DEA se va a vivir a un pueblucho de los Estados Unidos en búsqueda de encontrar tranquilidad junto a su hija. Es que Phil Broker, así se llama el protagonista, estuvo involucrado en un importante caso de drogas como incógnito que tuvo un final bastante sangriento. Y como que eso lo dejo un poco tocado, perturbado. Producto de ello Phil se retira a una chacrita de donde era oriunda su difunta esposa para poder criar a su hija en un ambiente alejado del encandilamiento de las grandes ciudades. El problema para el pelado oficial es que como todos sabemos en los pueblos también hay fantasmas. Una inocente pelea entre su pequeña pero enérgica hija y un gordito gilún que le quiso hacer bullying (?) derivo en un quilombo de novela que involucra al poderoso narcotraficante del poblado y que pondrá en riesgo su “nueva identidad”. Como quién dice: “Pueblo chico, infierno grande”. Detrás de las cámaras se encuentra Gary Fleder, un solvente director que ha encontrado en la deportiva The Express y entretenida Tribunal en Fuga (la ante última película del inmenso Gene Hackman antes de retirarse del cine) sus exponentes más destacables en una carrera plagada de episodios de Tv. Ahora hay que sumar a Homefront a ese listado. Claro que el muy buen resultado del film no es consecuencia solamente de la participación de Fleder, ya que si miramos los créditos encontraremos que el guión y la producción se encontraron con las manos y la cabeza de Sylvester Stallone. Uno de los dioses del olimpo que entendió la matrix de la maquinaria de este tipo de cine. En Homefront hay todo lo que uno desea de una película de acción. Hay vertiginosas persecuciones, potentes tiroteos, coreográficas peleas cuerpo a cuerpo y una historia que une estas cuestiones con capacidad narrativa por parte de Fleder y con un solvente escrito a cargo de Sly. El guión y la producción se encuentran a cargo de Stallone, el número uno de los dioses del olimpo de la acción. Phil Broker es Jason Statham. Y con ello va toda una declaración de honestidad de la película. Statham es una garantía. Un especialista todo terreno que siempre pone todo su carisma delante de los reflectores para que sus propuestas no decepcionen. El resultado de sus films no es siempre satisfactorio, pero su figura permanece inalterable. Él jamás defrauda. Sus (anti) héroes siempre representan ese sello distintivo de carisma y aridez, aunque no por eso deja de ser amable y ecuánime, que lo hacen imposible de no querer. Un contenido James Franco es el némesis de Statham, qué termina resultando un buen oponente a las cualidades perspicaces del querido dolape. Frank Grillo vendría a ser el infaltable adversario “físico” a enfrentar y vencer por ese groso de la vida que se come el caramelito casi 20 años menor de Rosie Huntington-Whiteley. Bien por Statham, Fleder y Sly. Bien por el injustamente ninguneado cine de acción industrial que encuentra en Homefront un muy buen exponente que lamentablemente no fue estrenado en la Argentina.
Los miserables Asentado hace rato como héroe de acción, Liam Neeson vuelve a ponerse el traje de salvador en Caminando entre Tumbas (A Walk Among the Tombstones) la segunda película como director de Scott Frank, versátil guionista de una veintena de películas entre las cuales figuran como más destacadas Minority Report: Sentencia Previa (Minority Report), El Nombre del Juego (Get Shorty) y Marley y Yo (Marley & Me). Matt Scudder (Neeson) es un ex policía que luego de un violento y confuso episodio mezclado con el alcohol renuncia a las fuerzas de seguridad para ahora hacer las veces de detective privado. Como no tiene licencia para ejercer él se define como un tipo que le hace favores a la gente a cambio de regalos. Cuando la mujer del traficante Kenny Kristo (Dan Stevens) es secuestrada y brutalmente asesinada a pesar de haber realizado el pago del rescate, Kenny decide “regalarle” a Scudder unos cuantos dólares para que le haga el “favor” de encontrar a los miserables que cometieron semejante atrosidad y así poder vengar la muerte de su esposa. Acá el actor irlandés se corre de ese diablo (gran definición del amigo Ulises Picoli en la crítica de El Líder) de voz ronca capaz de todo para reconvertirse en uno evolucionado, más pensante, que sabe más por viejo que por demonio. No hay en Caminando entre Tumbas las coreográficas escenas de acción que encarnó Bryan Mills en la gloriosa obra del francés Pierre Morel llamada Búsqueda Implacable. Lo que sí, tendremos al bueno de Liam escuchando grabaciones y hablando por teléfono con ese tono amanso que ya ha quedado tallado en nuestros oídos cinéfilos para siempre. Además Nesson interpreta a un detective con la sapienza, sagacidad, oscuridad y agudeza que sólo él podría hacer. Scott Frank talló un personaje a su medida y el crack de 62 años lo explota a la perfección. Liam Neeson se corre de ese demonio de voz ronca capaz de todo para reconvertirse en uno evolucionado, más pensante. Se podría afirmar sin ser un erudito en la historia del cine que Caminando entre Tumbas posee no pocas referencias de Harry, el Sucio, Búsqueda Implacable, 8mm, extractos de los mejores film noir con las figuras de Marlowe o Spade e incluso aún más pero la cuestión es que Frank conforma de todos esos complementos una película cuya solides y homogeneidad resulta altamente llamativa. Las locaciones alejadas de las luces y los rascacielos de Nueva York, la construcción del anti héroe y los villanos, la áspera violencia, las no pocas escenas moderadamente sangrientas y el tono sombrío y tensionante sin disparidades mantenido a lo largo de la cinta son algunas de las identidades propias que forja Frank para convertir a su nuevo opus en una de las más agradables sorpresas de este año.
Misión: Salvar la tierra Christopher Nolan ha vuelto. Cada estreno del director de El Gran Truco (The Prestige), desde la salida y el posterior suceso de la brillante Batman: El Caballero de la Noche (The Dark Knight) hasta acá, cuenta con un hype a su alrededor digno de emparentarse con las superproducciones de superhéroes de la actualidad. Cada nueva película de Nolan es uno de los acontecimientos cinematográficos del año e Interestelar (Interstellar) no iba a ser la excepción. Interestelar básicamente nos va a contar como la Tierra está para atrás. La crisis alimenticia causada por unas nubes de polvo amenaza con exterminar a las generaciones futuras de la población. Por esto la NASA manda una expedición al espacio para investigar unos planetas que podrían albergar a la humanidad luego de que la Tierra sea inhabitable. Obviamente que esa misión va a ser una verdadera odisea para sus tripulantes. A grandes rasgos esa es la historia del film y no conviene adelantar mucho más para no arruinar con posibles spoilers. Banco a muerte a Christopher Nolan, pero acá viene jodida la cosa para aguantar los trapos. El realizador de Memento (obra muy sobrevalorada) es un director complejo de encuadrar. En sus últimas películas ha sabido forjar algunas cuestiones que atañen a su cine que, si bien no lo definen como un autor cinematográfico con todas las letras, tampoco se lo podría encasillar en un director de cine mainstream. Interestelar posee todos los atributos destacables de su cine pero a la vez también tiene la mayoría de esos condimentos de feo sabor con el que suelen venir sus películas y que con el pasar de sus obras se ha ido acrecentando. Nolan no es un gran narrador, puede tener escenas brillantes de una potencia extraordinaria pero a la vez existen innumerables momentos donde le tiembla demasiado el timming narrativo de sus opus. En Interestelar da claramente un paso atrás en este apartado. Hay elipsis poco claras, escenas inentendibles, una música terriblemente invasiva a cargo de Hans Zimmer, diálogos subrayados por doquier, momentos torpemente discursivos y hasta algunos golpes bajos innecesarios. Su ambición por transmitir y dejar en claro un mensaje trascendental le empantana la película. Esa obsesión por querer hacer algo único e imponente, se valora mucho pero el camino para transmitirla es tan importante como sentirla. Christopher Nolan no escatima en tocar temas significativos en Interestelar. En Interestelar se toma todo demasiado en serio. Pero demasiado de verdad, más que en sus anteriores films. Acá Nolan no escatima en tocar temas importantes (el posible fin de la humanidad, el abandono de un padre a sus hijos y viceversa en plan sacrificial, etc) con esa pretensión y solemnidad que a medida que pasan sus obras se acrecienta más y más. En vez de volverse un director con mesura y sapiencia para trasladar sus obsesiones se vuelve un realizador que sube la apuesta en mensajes grandilocuentes (lo cual no está mal en absoluto) pero no en la transmisión de los mismos. Más allá de todas las cuestiones mencionadas en esta crítica, el comienzo de Interestelar embelesa por su complejidad y por su potencia sentimental. La secuencia contada en montaje alterno donde Cooper (un solvente y moderadamente intenso Matthew McConaughey) se va de la granja y despega hacía el espacio posee un vigor y un sentimiento hermosamente desgarrador. Este es uno de los muchos ejemplos donde la película funciona. Incluso en sus últimos 30 minutos donde se va al carajo con secuencias oníricas y reflexivas Interestelar logra cerrar, a medio camino entre la torpeza y la audacia, los enigmas abiertos en su interesante comienzo. Interestelar se columpia pendularmente entre el brío de sus logradas escenas y la ridiculez de sus secuencias más fallidas. Está en cada uno apreciar el vértigo de su ambición cuando vamos hacia adelante o detestar la torpeza en la transmisión de su grandilocuente mensaje al viajar hacia atrás en la hamaca.
¿El cielo puede esperar? Otro best seller adolescente llega a la pantalla. Ahora es el turno de If I Stay de la escritora Gayle Forman. Mia Hall (Chloë Moretz) vendría a ser la rara de su secundaria. Toca el violonchelo, es groupie (?) de Ludwig van Beethoven, se viste fuera de la moda y transita su existencia con relativa felicidad en su desapercibida notoriedad. Adam (Jamie Blackley) es todo lo contrario. El pibe es una tormenta de facha, es el líder de una ascendente banda de rock en su ciudad, es reservado y tiene voz grave. La cuestión es que este Adam le gusta Mia y la invita a salir. Flechazo va, flechazo viene, los dos forman una linda (des)pareja. Llegando al final de la secundaria se encuentran en crisis por diferencias en cuanto a su futuro pero jamás se dejan de querer. Hasta ahí la película va bien. Ninguna cosa novedosa pero dentro de todo funciona como la típica historia de amor entre la chica “freak” y el pibe más popular y enigmático de la secundaria. El problema para Si Decido Quedarme empieza cuando Mia tiene el accidente. Ah sí, porque un día de nieve la flia de la protagonista se va a pasear y un auto se la da a pleno de frente. La onda es que los 4 ocupantes (su padres y su hermano menor) salen terriblemente heridos y Mia comienza a vivir desde afuera cuán Sam Wheat (Patrick Swayze, te extraño) de Ghost a sus seres queridos sufrir por el terrible accidente. La diferencia con el film de Jerry Zucker es que ella no está muerta, sino que se encuentra en el medio de la cuestión decidiendo si se queda en con ellos o se va pa’ arriba. La narración de Si Decido Quedarme no es lineal, mientras Mia se debate entre la vida y la muerte comienzan a verse los sucesos más importantes de su vida. Cuando va al pasado la película se enciende con la trama amorosa entre Mia y Adam. Hay una gran química entre ambos y su amor logra traspasar la pantalla y contagiarnos de alguna mágica manera. Las participaciones secundarias de Mireille Enos y Joshua Leonard en los roles de los padres de Moretz aportan una cuota de sal a tanta melosidad teenager. Incluso la insulsa de Liana Liberato entra bien en los momentos que se la necesita. Chloe Moretz es todo lo opuesto al estereotipo de muchacha freak que toca música clásica. Hasta ahí la elección del cast de Si Decido Quedarme es perfecta. El problema pasa con Chloë Moretz. Ella es todo lo opuesto al estereotipo de pendeja freak que toca música clásica. Por más onda aniñada y aura anómala que le quieran meter con el chelo, Beethoven y toda la sarasa, Chloe siempre tendrá esa cara de reventada linda (por no decir putita, porque es un poco mucho vió) en pleno proceso de gestación. Más allá de esto hay que destacar que Moretz resalta con una labor acorde a su gran futuro, dando todo por salvar al film del desastre y aunque no lo logre la actitud y las ganas se valoran. Por otra parte está el bueno de Jamie Blackley, que aunque no tiene una actuación descollante cumple en su rol de pibe misterioso fachero. El tema pasa cuando Si Decido Quedarme decide irse (cuak!) hacía la sala el hospital, en lo que vendría a ser el presente. Allí comienzan una sucesión de hechos bochornosos que involucran rancias secuencias musicalizadas y filmadas a lo ER Emergencias, momentos publicitarios o de video clip que recuerdan a Everytime de Britney Spears o varias escenas con un índice de intensidad en los golpes bajos comparable con la reciente Tan Fuerte y Tan Cerca. Los monólogos de la doctora al oído de Mia dan un toque de vergüencita. Entonces es ahí donde Si Decido Quedarme dispersa el brío transmitido en ese amor adolescente tan puro como intenso por intentar emocionarnos por los medios más cuestionables y torpes.
En terapia Adam (Mark Ruffalo) es un consultor en cuestiones ambientales, Mike (Tim Robbins) un maestro mayor de obra (ponele) y Neil (Josh Gad) médico de un hospital. Estos tres chochamus integran un grupo de autoayuda de adictos al sexo. Y todos ahí pensamos esbozando una sonrisa socarrona: ¿Pero qué cazzo tiene de malo ser adicto al sexo? Y ahí entra Gracias por Compartir cuán Troy McClure para mostrarnos que vivir sin poder mirar publicidades en la calle, sin internet, sin televisión y hasta sin poder viajar en subte para evitar al máximo las “tentaciones” no estaría taaaan taaaan copado. Y si nos quedan más dudas habría que preguntarle a Miguel Ángel Russo qué onda es ser un “enfermo del sexo” (?). Esta ópera prima de Stuart Blumberg, guionista de Divinas Tentaciones y The Girl Next Door, sigue en la línea de tratar con naturalidad (al igual que en Mi Familia, film del cual fue co-escritor) y sin ahondar con excesivo dramatismo, los problemas sociales que pueden sufrir las personas ninfómanas u, en el caso de Mi Familia, homosexuales. O sea, Blumberg cuenta el problema de vivir en una sociedad totalmente expuesta a constantes estímulos sexuales y, aunque no profundice demasiado, es lo suficientemente concreto y sencillo como para que su cometido se haga realidad. En Gracias por Compartir hay de todo para el bolsillo del caballero y la cartera de la dama. Tenemos al gordo freak (Gad) de casi 30 años que pierde todo por ser alto jeropa que le grabó (y fue pescado) un upskirt a su jefa. También está la chica excéntrica (interpretada por Pink, que tiene dos escenas impostadas a full de baile y canto pero que funcionan en parte) que además de ser adicta al sexo es también una re drogona en recuperación. Además está en el grupo un hombre bonachón que ronda los 40 años (un Ruffalo que siempre da bien con el rol de tipo común) que reza antes de levantarse, es exitoso en su profesión, y que tiene alto departamento pero que no mete un revolcón o una japa desde hace 5 laaaargos años. Está además la flaca ideal (una Gwyneth Paltrow cada día más desenvuelta y sensual), por copada, por linda, por rubia, para retomar las manualidades y casarse, que parece recontra perfecta pero que es un tanto obsesiva con el morfi y con salir a correr. Algo acorde a estos tiempos donde la plaga de runners acecha al mundo con ponerle pantalones cortos y zapatillas deportivas fluorecentes. Estos dos vendrían a ser el centro romántico de la película. Mark Ruffalo siempre da bien con el rol de tipo común. Y por último, por si ninguno de los demás integrantes te generó empatía, tenemos al tipo cincuentón (un Robbins en piloto automático) que le contagió hepatitis C a su mujer y que se lleva como el orto con su hijo (Patrick Fugit, que también es adicto en recuperación) pero que es ídolo de todos los “patrocinados” que tiene a su cargo. Gracias por Compartir presenta todos los conflictos con tanta ligereza que por un lado, resulta totalmente amigable y querible, y por el otro, trivial y obvia. La cuestión es que por no intentar trascender o ser distinta, termina por fallar en su espíritu jovial junto a esta banda de puñeteros seriales los 12 pasos hacía la superación y la felicidad.