Romeo – Julieta Romeo y Julieta vuelven al cine, aunque no en su mejor forma. El clásico de William Shakespeare, uno de los guiones más adaptados a la gran pantalla de todos los tiempos, cuenta con traslaciones más destacadas que van desde la película muda de 1916 protagonizada por la pálida Theda Bara, pasando por la obra de 1936 dirigida por George Cukor y culminando con las últimas adaptaciones de Franco Zeffirelli y Baz Luhrmann, en 1968 y 1996 respectivamente, que resultan imposibles de dejar de lado por su gran éxito taquillero. La cuestión es que hoy, en 2014, cuesta entender las razones por la cuáles se lleva de nuevo esta novela al cine y más aún cuando encima no hay nada novedoso en la propuesta. Carlo Carlei es el realizador de esta coproducción entre Italia y algunos países más que nos cuenta con una solemnidad pasmosa la historia del amor prohibido entre los jóvenes Romeo y Julieta. Resulta imperdonable que una película que se basa en la novela de Shakespeare no presente un mínimo ápice de pasión e intensidad. Todo pasa por la película en búsqueda de generar un efecto en nosotros pero absolutamente nada resulta efectivo. Sí, en la pantalla podemos ver besos, alguna tocada de cola y varios diálogos recitados muy románticos; pero el amor entre Romeo y Julieta debe traspasar su mera superficie de proyección: debe contagiarnos, enamorarnos, hacernos desear que ese final trágico no exista y que ella se despierte antes que su galán beba ese potente veneno para juntos partir hacia la tierra del amor y la felicidad. Ok, me fui al carajo, pero lamentablemente nada de eso sucede y todo es culpa del tano ignoto detrás de las cámaras que se dedicó a filmar con absoluta frialdad y falta de carácter a una de las historias de amor más grandes de la literatura. Si hasta las escenas de acción están rodadas con una impericia y un desgano llamativo. Hailee Steinfeld, que trabajó muy bien en Temple de Acero de los Coen, presenta a una Julieta que resulta la nada misma ante los ojos. Sin expresión, carente de pasión y química con su partenaire, la jovencita Steinfeld naufraga durante toda la película detrás de una sonrisa desangelada. El carilindo Douglas Booth hará suspirar a las muchachas más jóvenes, pero pese a que le pone huevo, su actuación no consigue destacarse de la chateza del film. El reparto es completado por un buen elenco en donde nos encontramos con las participaciones de un sobreactuado Damian Lewis (Nicholas Brody de Homeland) como el patriarca Capuleto y con un hermoso corte de pelo tacita, Stellan Skarsgård (el profesor Erik Selvig de Thor y Los Vengadores) interpretando a un príncipe de Verona que vive enojado y grita demasiado y el inmenso Paul Giamatti (a esta altura no requiere presentación) en el papel del Fray Laurence que es lo mejor de la película. Giamatti entiende todo y juega estos partidos con la simpleza y la experiencia de los más grandes, aunque lamentablemente su sola presencia no alcanza para salvar a esta desganada e innecesaria versión de Romeo y Julieta.
Familia rodante El francés Luc Besson vuelve a la dirección a dos años de La Fuerza del Amor (The Lady) con Familia Peligrosa (The Family), este intento de comedia de acción que tiene como máximas estrellas a Robert De Niro y Michelle Pfeiffer. Bobby es Fred Blake, aunque su nombre verdadero es Giovanni Manzoni. ¿Y por qué el cambio de nombre? Porque este padre de familia le sirvió en bandeja al FBI a la cabeza de la mafia y gracias a esto entró en el programa de protección de testigos. La cuestión es que ahora el patriarca del clan Manzoni/Blake, su esposa y sus dos hijos andan como una familia rodante de ciudad en ciudad por Francia buscando llevar adelante una vida normal. Normandía pareciera ser el lugar ideal para que los Blake puedan conseguir la ansiada tranquilidad. Pero, fieles a su instinto, las actividades “poco licitas” no tardarán en llegar y comenzarán a levantar el perfil, atrayendo al grupo de mafiosos que los buscan para asesinarlos por pura venganza y también para cobrar la suculenta cifra de 20 millones de dólares que se ofrece por sus cabezas. Familia Peligrosa, malísima traducción de The Family, es una parodia del cine de gánsters. Un film que se ríe de (y por momentos también homenajea) aquellas películas como Buenos Muchachos, El Padrino o la primera Scarface. Luc Besson no ridiculiza al “género” sino que hace una especie de análisis del comportamiento “fuera de las canchas” y del traspaso de sus costumbres a través de sus generaciones. ¿Dije antes Buenos Muchachos? Y sí, la mención de la excelsa obra maestra de Scorsese se cae de maduro debido a la participación de Robert De Niro en ambas películas, pero sus puntos de contacto no quedan solamente en esa mera coincidencia. Es que Besson deja en claro sus intenciones al proyectar Goodfellas en ese “cine debate” con el personaje de Bobby como invitado especial. Ahí se puede apreciar qué Familia Peligrosa es una especie de secuela no declarada de Buenos Muchachos, porque bucea en las distintas situaciones que vive un mafioso retirado luego de delatar a los que eran sus compinches en el pasado. Recordemos que la película de 1990 finalizaba con Henry Hill, el personaje interpretado por Ray Liotta, entregando a todos los pesos pesados de la mafia a cambio de inmunidad ante la justicia. Incluso en la nostálgica actuación de De Niro (todo el tiempo tiene un gesto como añorando todo ese pasado en el hampa) hay una clara concordancia con la -cargada de infelicidad- frase final de Henry Hill: “Soy un don nadie, y viviré el resto de mi vida como un don nadie“. Durante casi dos horas Luc Besson se encarga de desarrollar a Fred, Maggie (la imperecedera Michelle Pfeiffer), Belle (la chica Glee Dianna Agron) y Warren (John D’Leo), pero hay algo en su metraje que no termina de encajar y esa es la historia de la blonda adolescente. Su trama resulta demasiado solemne y no se condice con el tono paródico y alegremente violento de la cinta. Lamentablemente el final de Familia Peligrosa (que debía ser una fiesta de tiros a mansalva) contiene demasiada carga dramática en esas secuencias finales, como si Besson nos quisiera imponer un “peligro real” que asecha a los Blake, algo que se contradice con la sensación de “peligro trivial” que nos fue transmitiendo con el pasar de los minutos.
Una aventura extraordinaria Ben Stiller vuelve a la dirección a 5 años del estreno de la grandiosa Una Guerra de Película (Tropic Thunder), rubro en donde ha conseguido destacarse de la mano de comedias ácidas y críticas. La cuestión es que ahora el querido Stiller cambia de canal y pone en sintonía La Increíble Vida de Walter Mitty (The Secret Life of Walter Mitty), un film basado libremente en la cinta homónima de fines de los ’40, que mantiene características de su filmografía pero que se aleja del tono satírico de sus anteriores películas. Walter Mitty (Ben Stiller) es un empleado de la revista Life que es un pelmazo. Labura hace más de 15 años en esa revista, está enamorado de la contadora Cheryl Melhoff (la siempre adorable Kristen Wiig) y al parecer no hizo mucho con su vida. La realidad es que alguien que usa corbata con una camisa de manga corta no puede pretender llegar muy lejos. Bueno, este soltero cuarentón por momentos se desconecta del mundo y comienza a vivir una realidad alternativa donde él se convierte en una especie de superhombre que todo lo puede. Adentro de su cabeza Walter puede imaginar desde salvar a un perro de un edificio en llamas hasta convertirse en un alpinista de dudosa procedencia pero que dice ser hispano parlante. Cuando la susodicha revista es vendida y deja de salir a la venta en papel para comenzar a ser una publicación online, un gerente es contratado para llevar adelante una poco cordial transición de despidos y de sálvese quien pueda para conservar el empleo. A Walter le llega un rollo de fotos del excéntrico fotógrafo Sean O’Connell (Sean Penn) pero el negativo 25 (que vendría a ser el encargado de ilustrar la tapa de la última edición de la mítica revista) se pierde. Allí el bueno de Mitty deberá salir en búsqueda de la fotografía extraviada adentrándose a la fría Groenlandia para vivir las aventuras que algún día imaginó dentro de su capocha. Si bien acá se enmarca dentro de un tono bastante menos cómico, hay varios puntos en común que La Increíble Vida de Walter Mitty tiene con sus últimas dos películas como realizador y estrella. Stiller siempre parte de un protagonista noble, entero, que no tiene el reconocimiento que se “merece” o que él necesita en el turbio ámbito donde se desempeña. Derek Zoolander nunca había participado de una campaña del prestigioso Mugatu en el frívolo mundo de la moda y Tugg Speedman deseaba más que a nada tener su Oscar, que sería el “símbolo” al reconocimiento dentro de la industria cinematográfica de Hollywood. Walter Mitty tiene aspiraciones más terrenales: la principal es vivir su vida y la otra conquistar el corazón de Cheryl. Digo vivir su vida porque Walter no “vive”, sólo deambula por su actualidad sin dejar rastros de su presencia. Pero cuando la “TV se le prende” su existencia brilla, se llena de vitalidad y estampa. Es esa búsqueda de identidad la que lo asemeja con Zoolander o Speedman, más allá de que acá el tono se presenta como algo más serio y alejado de la oscuridad cómica de sus obras anteriores. Todos ellos caminaban por una ruta con el piloto automático puesto y sin saber demasiado como llegaron allí, sin embargo, cuando se desviaron de su dirección consiguieron madurar y alcanzar la felicidad. Zoolander hizo la Magnum para salvar al ministro malayo y no para vender catálogos y Speedman consiguió su ansiado Oscar justamente cuando no actuó. Walter también va con la gallega del GPS en silencio y es cuando se sale de su harto transitado camino que al fin consigue empezar a vivir su vida. La Increíble Vida de Walter Mitty llega para demostrar que la realización de los sueños sólo depende de intentarlo. El cine existe para eso, para hacernos creer durante poco menos de dos horas que salir a emprender una aventura extraordinaria que incluye saltar hacia un helicóptero en movimiento o tirarse al helado mar de Groenlandia solamente depende de proponérselo. Y como toda aventura tendrá sus consecuencias, ya que ningún suceso que se lleve adelante con intensidad se irá de nuestra existencia sin hacer mella en el alma. Walter (quien comenzó la película hundido en la sumisión y solamente saliendo de ella por medio de sus “escapadas mentales”) termina enfrentando a quienes abusaron de él y encarnando el espíritu de la revista en la que trabajó tantos años. Mientras salimos del cine para sumergirnos de nuevo en nuestra rutina diaria, La Increíble Vida de Walter Mitty ya hizo su valioso trabajo, y cuando llegue el momento de hacer realidad nuestro propio sueño recordaremos que si el querido Walter pudo, nosotros también.
Bombachitas rosas Luego de Un Camino Hacía Mi (The Way Way Back) llega otra “feel good movie” a nuestras carteleras con Un Lugar para el Amor (Stuck in Love). Ambas nacen del circuito “indie” de Hollywood con caras conocidas para llegar al mayor público posible. Las dos carecen un poco de profundidad, las dos están fríamente calculadas para emocionarnos en el momento correcto, las dos son circulares y terminan donde empiezan, las dos resultan bastante obvias, pero aun así las dos funcionan. El crack de Greg Kinnear (un actor siempre solvente y confiable) es William Borgens, un padre divorciado que deambula por la vida espiando a su ex mujer y bajando línea para que sus hijos Samantha y Rusty, interpretados por Lily Collins y Nat Wolff, sigan su linaje y sean escritores. La madre de los niños es Erica, bueno en realidad es la desaparecida y cada vez más escuálida Jennifer Connelly, que se separó de su papá luego de engañarlo con un muchacho bastante más musculoso que él. Samantha sería la chica rara quien, gracias a la hermosa puesta de cuernos y separación de sus padres, no cree en el amor. Por otra parte Rusty es un goma bárbaro que fuma bastante marihuana y que está enamorado de Kate (Liana Liberato), la chica más linda de su curso que también tiene algunos problemas con las drogas, aunque con unas un poco más pesadas. Sí, todo eso sumado representa la típica familia disfuncional que nos viene vendiendo Hollywood desde que el viento sopla, y que siempre compramos. Por algo es la industria cinematográfica más grande del mundo y que se viene manteniendo a más de 100 años de su nacimiento. Las mujeres marcan el ida y vuelta de las relaciones en Un Lugar para el Amor. Una disipada e incipiente Connelly, que por ende termina siendo poco creíble, se encarga de marcarle la cancha continuamente al bueno de Kinnear. Collins juguetea todo el tiempo con Louis (interpretado por Logan Lerman) por miedo a ser lastimada. Mientras que el adolescente Wolff tiene que ir detrás de la sombra de la recuperación de Liana Liberato. Las mujeres de la ópera prima de Josh Boone tienen mucho de ese “cuando te busco no estás, cuando te encuentro te vas” del que hablaba el gran Alejandro ”Bocha“ Sokol en ese himno al histeriqueo femenino llamado Bombachitas rosas. Todo está empaquetado de tal manera que la obra de Boone nos haga sentir bien, pero hay alguien que resalta, que eleva a Un Lugar para el Amor de la chateza generada por su obviedad y ese es Greg Kinnear. Kinnear le aporta temple y corazón, está como siempre preparado para decir sus líneas con las palabras y la gestualidad justa. Desde su boca todo suena natural, espontáneo y sentible. Además de la presencia del actor de la querible Ghost Town está en las apariciones de Kristen Bell, que sería su amiga con derecho y que se lo trinca cuando sale a correr, y en el cameo (por teléfono) de Stephen King los mejores momentos del film. Cuando Bell entra en escena algo se mueve, la película revive con su energía y en la escueta participación de King (cuyas obras literarias ya habían sido invocadas en varias oportunidades por el relato) existe un espíritu burlesco que consigue bajar el pomposo tono. Si se hubiese aferrado más a ese dejo hilarante estaríamos en presencia de una obra bastante más lograda como Pequeña Miss Sunshine, pero no por eso Un Lugar para el Amor resulta una mala opción para este fin de año en los cines inundados de dioses, hobbits y juegos hambrientos.
El topo Un pibe corre por un callejón. Una voz en off lo acompaña. Unos lens flare y varios cortes abruptos con efectos de tinte tecnológicos (algo así como una pantalla con interferencia) irrumpen abruptamente la secuencia. Así comienza de Paranoia para luego ir hacia atrás en el tiempo y contarnos cómo Adam Cassidy (Liam Hemsworth) es obligado (y acá está uno de los mayores errores del film) por el magnate de las telefonías Nicolas Wyatt (Gary Oldman) a ingresar a Eikon, su principal competidora que está presidida por su mentor Jock Goddard (Harrison Ford), y robarle el proyecto de un celular que revolucionará el mercado de las comunicaciones. Robert Luketic es el director de Paranoia. Sus óperas cumbres fueron las queribles Legalmente Rubia y 21 Blackjack y quizás este último opus sea el escalón más bajo de su filmografía. El fugaz ascenso de un muchacho inteligente, su éxito “ilegal”, su posterior caída y el accionar en contra de sus “mentores” resultan muchos puntos de contacto con 21 Blackjack. El problema es que Paranoia es mala, pero mala sin ningún vestigio de simpatía. El film con Kevin Spacey y Jim Sturgess se encuadrada en la mística de los casinos. Esa poderosa maquinaria de generar dinero que se vende como imposible de vencer terminaba por generar un irrefrenable deseo de victoria a manos de ese grupo de nerds comandados por un carismático y oscuro profesor. Lo que hacía entretenida a 21 Blackjack era su desenfado y su simple ambición por el dinero y nada más, mientras que en Paranoia todo es gravedad, subrayado y debates morales. El problema principal es que Adam comienza a cometer ilegalidades porque el contexto de su vida lo lleva a aceptar el chantaje (podría ir a prisión por un fraude con tarjetas de crédito en una noche de juerga con amigos) propiciado por Wyatt, mientras que el Ben de Sturgess entra a contar cartas lisa y llanamente por plata y diversión. Los planteos internos de Hemsworth y los que le propician los personajes secundarios son totalmente contradictorios. En ningún momento hay un disfrute de su nuevo status de vida (plata, un lujoso departamento y maneja un automóvil Fisker Karma). Al no sacar un pasaje con destino a la felicidad, se hace imposible establecer el debate existencial sobre el goce de vivir una vida ajena y los dilemas morales que quiere plantear la cinta a toda costa. Incluso también hay contradicciones narrativas. Por momentos resulta una película que brinda demasiada información (los planos innecesarios que terminan delatando a Josh “Sawyer” Holloway) y en otras secuencias uno no entiende como carajo llegó el protagonista a ciertas conclusiones (destacando a la resolución de la Dra. Judith Bolton como el más claro ejemplo). Liam Hemsworth debe cargar demasiado con el peso dramático y lamentablemente por momentos el repertorio de gestos se le queda un toque corto. Se lo puede ver más suelto y aplomado cuando intervienen actores de talla como Gary Oldman y Harrison Ford, destacando que las escenas donde estos veteranos actores participan juntos son los mejores momentos del film. Por último, cierra el elenco la cada día más hermosa Amber Heard que no puede hacer demasiado por salvar a Paranoia del desastre propiciado por la fallida dirección de su realizador.
Desapareció una tarde Hugh Jackman es Keller Dove, un padre de familia ultra religioso (tan religioso que escucha las canciones de la iglesia en su camioneta) que sufre el secuestro de su hija. Al ver que la policía no puede encontrarla decide él tomar la investigación por mano propia llegando a límites insospechados. La Sospecha, debut en Hollywood del canadiense Denis Villeneuve, es una gran película. ¿Por qué es una gran película? Principalmente por lograr meternos durante más de dos horas en el cuerpo de un padre desesperado por encontrar a su hija desaparecida. Por otra parte las grandes películas deben generar emociones y Prisoners lo consigue. Por momentos será terriblemente incómoda y promediando su metraje nos interpelará con las reacciones de Keller, formando continuos cuestionamientos morales sobre lo que uno sería capaz de hacer ante tamaña situación. Es que el film no basa su motor en la investigación, sino en las acciones de los personajes posteriores al secuestro. Es clara la intención de Villeneuve de no crear mártires o héroes anónimos. Todos en algún momento cometen errores, se pasan de la raya siendo conscientes de sus actos, algo que aporta realismo, desarrollo y dimensión a sus personajes sirviendo para ponernos en su lugar. Cuanto más cercano sea el protagonista a una persona palpable, más sencillo será acercarnos a ese registro. Obvio que Hugh Jackman y Jake Gyllenhaal son en gran parte responsables de generar este complejo fenómeno. Hay en La Sospecha puntos de contacto con Río Místico y con Desapareció una Noche, ambas adaptaciones de Dennis Lehane, pero es quizás con la ópera prima de Ben Affleck con quien guarda más coincidencias. Las similitudes se dan no tanto por su argumento en sí (ahí hay mayores situaciones similares con la de Clint Eastwood) sino por el modo en el cuál es desarrollada la cinta. Se parecen en el cómo, más que en el qué, porque en Río Místico lo que era solemnidad, golpes bajos y actuaciones por momentos caricaturescas (teléfono Sean Penn) en Desapareció una Noche era sobriedad, crudeza e interpretaciones contenidas al igual que en la película de Villeneuve. La furia, la impotencia y todas las frustraciones de los personajes van por dentro y sus demostraciones no resultan operísticas o ampulosas, sino que se acercan mucho más al registro clásico del film estrenado en el 2007 que contó con Casey Affleck como principal estrella. El final es amargo como un trago de fernet sin Coca más allá de la aparición con o sin vida de las nenas debido a que no existe redención completa sobre las tantas manchas de sangre en las manos de los protagonistas. Los actos realizados tendrán sus respectivas consecuencias. Si las nenas aparecen o no es anecdótico, debido a que el film ya ha expuesto su cometido. Bien por La Sospecha, que a fuerza de una cruda y gris puesta en escena y decisiones acertadas en el sobrio tono de la narración nos sumerge en las profundidades de la desesperación humana ante la vivencia de este terrible acontecimiento.
El retorno del Dios del Trueno Marvel sigue en su planeado rumbo dentro esa ruta llamada Fase 2 con Thor: Un Mundo Oscuro (Thor: The Dark World), la secuela del film estrenado en el 2011 que ahora se encargará de poner en jaque nuevamente al Dios del Trueno y a los suyos en una batalla contra los poderosos Elfos Oscuros, cuyo resultado definirá el futuro de los nueve reinos. Alan Taylor, director destacado en Game of Thrones y otras series para televisión, tomó el lugar que dejó Kenneth Branagh en la silla de realizador. Marvel sigue intercambiando figuritas pero no las cambia al azar, siempre hay una intención de respetar ideas y principalmente de “despabilar” sus franquicias. Iron Man 2 fue la película más floja de la Fase 1 y había en la dirección de Jon Favreau cierta pereza al apostar un all-in por la clásica ecuación de repetición de fórmulas y meter más espectacularidad. Recordemos que en Thor había un excelente aprovechamiento y desarrollo de ese ser despojado de poderes y privilegios (pero que había vivido todo una vida con ellos) en un planeta donde era un paria totalmente desconocido. Ahora con Thor: Un Mundo Oscuro hay en parte cierta reproducción de ese juego de realidades contrastantes de un planeta reinado por dioses y el otro plagado de simples mortales (obviamente ese fenómeno se da más que nada cuando Thor vuelve a la Tierra) pero al elevar y potenciar a la fórmula con autoconciencia termina funcionando por consonancia y no por repetición. La elección de Chris Hemsworth para encarnar al todo poderoso Dios del Trueno fue acertada y la de Natalie Portman como partenaire romántico es brillante. El actor que también brilla en Rush: Pasión y Gloria (que se encuentra en las carteleras nacionales) consolida su mejor interpretación. Esa montaña de músculos y carisma se encuentra en su momento de gracia. Cualquier frase resulta simpática y creíble y obviamente que su escandalosa facha no resulta indiferente a ninguna platea. Si sigue en este camino el recambio de los grandes héroes de acción tendría en Chris un solvente candidato. Bueno, y de Portman no hay que explicar demasiado ya que parece estar todo dicho. Esa sonrisa es magnética y la tiene tan clara que explota cada gesto a la perfección para volverse siempre hermosamente adorable. Esa gran frente es la antesala al rostro más dulce que tiene Hollywood en la actualidad. Promediando su metraje, cuando se realiza la invasión a Asgard por parte de los Elfos oscuros liderados por Malekith (un serio Christopher Eccleston que sólo sirve como una mera conexión con la mitología de Asgard), Thor: Un Mundo Oscuro entra en un bache por la obviedad de su historia y también por presentar la narración del conflicto de manera algo apresurada. El hecho de tener que “contar y desarrollar” de nuevo el romance entre Thor y Jane Foster por momentos desvía el foco. Pero es allí cuando entra en acción Loki, el verdadero villano del film (y de ahí se entiende la seriedad y parquedad de Eccleston), para levantar la película justo en su momento más crítico. Es que Tom Hiddleston entendió absolutamente todo. Su simple presencia captura nuestra atención y su timing cómico en los diálogos con su hermano (destacando también que Hemsworth no es ningún negado en este apartado) y con los demás integrantes del cast representan su fuente de energía. Allí se alimenta, se propaga y crece ante cada intervención para adueñarse totalmente de la parte final de Thor: Un Mundo Oscuro. La gran secuencia final, cargada de humor y espectaculares peleas son el desenlace perfecto para una secuela que demuestra que el retorno del Dios del Trueno fue mejor de lo esperado. Las DOS escenas post créditos vienen perfecto para ir palpitando el futuro de las nuevas franquicias. Bien por Marvel y desde acá deseamos que siga por esta senda plagada de grandes películas.
Los especialistas. Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger se juntan nuevamente en la pantalla grande, luego de colaborar en Los Indestructibles 1 y 2, con Escape Imposible (Escape Plan). Sly es Ray Breslin, un experto en seguridad que entra en las cárceles de máxima seguridad para escapar y así evaluar sus fallas. Luego de ser traicionado, Ray es encarcelado en una misteriosa prisión de alta tecnología en seguridad de donde deberá escapar con la ayuda de un experimentado preso llamado Emil Rottmayer, encarnado por Arnie. Mikael Håfström, director de El Rito y 1408, construye en Escape Imposible la típica película de “escape de prisión” con el condimento de tener en sus dos figuras principales ese diferencial necesario para terminar de ser una excelente propuesta. Con cierta estética en la construcción de varios planos que rememora a la exitosa serie televisiva Prision Break, este film pone a trabajar codo a codo a Sly y Arnie pero no se queda descansando sobre sus hombros, sino que les da herramientas para que se luzcan y así crecer desde sus puños. Los one liners cómicos a su servicio, las peleas cuerpo a cuerpo, el moldeado de los papeles y por último el alto grado de autoconsciencia con respecto a sus carreras cinematográficas, son algunos de los condimentos que posee Escape Imposible para convertirse en una de las películas de acción del año. Además de las citadas herramientas que les da este nuevo trabajo del realizador sueco a sus protagonistas, pone del lado de “los malos” al frio de Jim Caviezel y al gigante Vinnie Jones para dotar a Escape Imposible del contrapeso ineludible que tiene que tener un film con aspiraciones a convertirse en culto. Después Faran Tahir, 50 Cent, Amy Ryan, Vincent D’Onofrio y Sam Neill completan el reparto. Sylvester Stallone vuelve a hacer de Sly, con todo lo (bueno) que eso implica. A sus 67 años el actor que inmortalizó a Rocky lleva adelante estos personajes con el aplomo, la autoconciencia y el humor que solamente los grandes héroes de la acción pueden hacer. Por otro lado tenemos al querido Arnold Schwarzenegger, de ya 66 años, que al igual que el laburo de Sly realiza una actuación acorde a su leyenda. Sin estos dos socios vitalicios del panteón de los héroes cinematográficos Escape Imposible sería una película más dentro de la cartelera, pero es justamente su participación la que la eleva a convertirse en una obra obligatoria para los amantes del cine de acción.
Temporada de patos. Robert De Niro es Benjamin Ford, un militar retirado que estuvo en distintas guerras del mundo al servicio de los Estados Unidos. John Travolta es Emil Kovac, un soldado serbio que fue capturado por el comando de Ford en la intervención de la OTAN a la guerra entre Serbia y Bosnia y sobrevivió al intento de su ejecución. Casi 20 años después, Kovac sale en búsqueda del ex soldado para cobrar venganza. Tiempo_de_Caza_EntradaMark Steven Johnson es el realizador de Tiempo de Caza (Killing Season), y sus antecedentes inmediatos como Ghost Rider, Daredevil y la comedia When in Rome, hacían temer lo peor para este film. Luego de ver el mismo esos miedos se convierten en una realidad dando cuenta que Tiempo de Caza es una muy mala película. Hay películas malas que son simpáticas y terminan siendo queribles (Battleship es un buen ejemplo), pero el quinto opus de Johnson es un desastre que lamentablemente no llega ni a ese premio consuelo. En primer lugar lo que falla enormemente en Tiempo de Caza es el desarrollo narrativo a cargo de Johnson. A lo largo de su progreso veremos cómo los roles de “gato” y “ratón” se ven intercambiados de manera totalmente inverosímil y ridícula por sus principales protagonistas. Primero De Niro es el cazado y torturado, pasando por medio de un golpe con un palo a ser el cazador, luego Travolta logra desatarse de una mesa y pasa a ser el gato nuevamente y así por los siglos de los siglos terminando su lucha en una iglesia que sirve para cerrar definitivamente y de manera demasiado obvia y solemne las “sutiles” (se enciende la alarma del útil medidor de sarcasmo de Los Simpsons) referencias religiosas. La aparición de las escenas de tortura es tan forzada que terminan siendo meros golpes de efecto invocados exclusivamente para generar “escenas impresionables” que nada suman al relato. Sigamos por la labor de Travolta. John: yo te banco en todas, pero ponerte en la piel de un vengativo soldado serbio y hablar por 90 minutos con ese acento forzado y ridículo es como demasiado. Es que uno ve a Travolta y es imposible disociarlo del Vincent Vega, Castor Troy o de Edna Turnblad de Hairspray (?), entonces se hace realmente harto complicado creer que pueda ser alguien que viene de los quilombos de la ex Yugoslavia y más dentro del marco de seriedad y solemnidad que propone la cinta. Como contraparte en este juego de gato y ratón tenemos a De Niro que sigue en franco descenso en su irregular carrera cinematográfica. El Francotirador, Buenos Muchachos, El Padrino II o Cabo de Miedo quedaron demasiado atrás en la historia. Solo el bálsamo de su excelente labor en El Lado Luminoso de la Vida (Silver Linings Playbook) de este año sirve a modo de esperanza para presagiar que en el futuro podrá haber alguna actuación que se acerque a los mejores años de Bobby. Tiempo de Caza demuestra que a veces las fórmulas en el cine tienen su lógica. Un mal director, sumado a dos actores en franco descenso artístico da como resultado un film carente de algún vestigio positivo. Si quieren disfrutar con temporadas de caza vean a Bugs Bunny y el Pato Lucas en los Looney Tunes cuando discutían sobre la época de cacería que le correspondía a cada uno y no este bodrio cargado de solemnidad y mística religiosa.
Capitán de mar y guerra. Paul Greengrass y Tom Hanks se juntan en Capitán Phillips (Captain Phillips) para contarnos la historia real de Richard Phillips, un capitán de marina mercante cuyo barco fue tomado por piratas somalíes en el 2009. Si había un director adecuado para contar este tipo de historia ese era Paul Greengrass. Es que el director que en el pasado encumbró la saga Bourne (que recordemos fue abierta originalmente por Doug Liman) es un maestro a la hora de generar tensiones y otorgar un marco real por medio del lenguaje narrativo a una trama que podría tornarse demasiado patriótica y pretenciosa. El crack de Greengrass cuenta en Capitán Phillips una especie de relato intimista, con escenas filmadas mejor que en una super producción, de un tipo común y corriente que se ve envuelto en una terrible situación límite. El director sabe que para que esta historia funcione uno debe identificarse con el intérprete. Debe vivir su dolor y su angustia. La vida de ese ser de luz (?) tiene que correr un peligro palpable para apropiarse de nuestra completa atención (más allá de conocer o no su final, el relato debe convencer en plenitud) y con ese sentimiento al palo enfocar la cámara en que el destino de su protagonista sea el verdadero motor de la narración. También hay que desarrollar enemigos temibles y que en su sed de conquistar su objetivo sean capaces de todo. Y el gran Paul Greengrass se encarga de hacer todo eso en la primera hora y media de la película, pero encima a ese excelente desarrollo hay que sumarle una última hora asfixiante donde el mar y la costa de Somalia son la separación entre la vida y la muerte para Phillips. Si Greengrass era el director ideal para este tipo de relatos, Tom Hanks era ÉL actor a convocar para llevar adelante el rol de Richard Phillips. Hanks da perfecto ese tipo bonachón, de familia, con valores morales y también capaz de convertirse en un capitán de mar y guerra ante la violenta invasión de unos piratas a su barco. Tom fue Forrest Gump, Chuck Noland en Naúfrago, Mr. White en Eso que tú Haces!, Josh en Quisiera ser Grande y de paso le puso la voz al inolvidable Woody de Toy Story. Bueno, también fue Robert Langdon en las adaptaciones de los libros de Dan Brown, pero mejor enfoquémonos en lo extensa y cualitativa que es su filmografía con los trabajos que mencioné más arriba. Es esa excelsa unión entre Greengrass y Hanks lo que hacen de Capitán Phillips una propuesta para vivir, sentir y disfrutar en el cine.