Si uno pudiera ser implacablemente objetivo con el cine, diríamos que John Carter no es más que una historia bastante conocida, una mezcla sutil y obvia a la vez entre Star Wars, Prince of Persia y aunque muy distanciada, por suerte, Cowboys & Aliens. Esto en cuanto a lo estético si se quiere, cosa que admito fue lo que me impulsó a verla. Argumentalmente no estamos ante otra cosa que la típica historia del héroe por accidente, aquel que termina involucrado en una guerra que no pidió pero que luchará para rectificar errores pasados. Pero lo bueno del cine es que justamente no se puede ser objetivo del todo, que siempre algo terminará por conquistarnos o no, terminará convenciéndonos o no, y en este caso John Carter hace alarde de un muy buen entretenimiento, un film que derrocha, sobre todo, adrenalina gracias a su grandiosa puesta en escena y que aunque tenga fallos o se parezca a otras termina contando con buen ojo simplemente aquello que pretende: una historia de héroe y heroína que acaban por enamorarse, sin pretensiones o experimentos extraños. Como cierta vez comentaba una amiga en relación a Avatar, “la verdad es que yo prefiero que un guión tenga anticipaciones y cumplimientos, por muy predecible que hagan el final, a que saquen cosas después debajo de la manga o no resuelvan planteamientos. Supongo que Lost ha malcriado a muchos espectadores…” ¡Gran verdad! Esto es lo que sucede después de todo con esta película basada en un relato de Edgar Rice Burroughs, más conocido por su personaje número uno, Tarzán. La dirección de Andrew Stanton cumple con todo, se toma su tiempo para presentar al personaje con algunos elementos de suspenso e intriga para luego ponerlo en situaciones cómicas que realmente hacen a la gracia del film al menos en su primera hora. Posteriormente no veremos más que el enfrentamiento entre los malos y los buenos, los tiranos y los sometidos y en medio el pobre Carter tratando de volver a casa mientras pelea contra unos y otros y, por supuesto, se enamora de la muchachita de turno. Al film quizá le sobren algunos minutos para lo que cuenta, eso hay que aceptarlo, pero la narrativa siempre dinámica difícilmente duerma al espectador que al menos vaya a verla sabiendo de antemano que tiene ante sí una historia al mejor estilo Disney en su época de gloria. Es que básicamente si John Carter fuese un film realizado en los tardíos ochenta seguramente hoy sería una cinta de referencia. Algunos de sus personajes, como esa especie de perro veloz que lo acompaña por tierras marcianas, recuerda un poco incluso el rostro del famoso Falkor, aquel mezcla de perro y dragón de The NeverEnding Story. Este bicho termina por seducir a todos en cada escena en la que interviene reafirmando aquello de que este año efectivamente los perros parecerían ser las vedettes del cine. Algo sí hay que remarcar como sobresaliente en este film y que pareciera que no todos logran en el Hollywood de hoy en día: su estructura narrativa. No he leído el relato de Burroughs pero me atrevería a decir que está muy bien adaptado. La película tiene excelentemente muy bien estructurada su introducción, su nudo y su desenlace tiñendo su esencia con los elementos de aquellas aventuras que uno leía de chico, apelando al lado aventurero pero a la vez clasicista de lo narrativo. Cuando digo clasicista lo digo apelando a aquellos clásicos del propio Burroughs o de Verne, no tanto al academicismo que evidentemente esta película no cuenta. Y si hay algo estupendo cuando uno concurre a las salas a ver un film como John Carter es que salga con ganas de ver otra, cosa que a pesar de su muy buen y sorpresivo final seguramente ocurrirá si se toma en cuenta que los realizadores venían desde hace rato con las ganas de lanzarla como la primera de una franquicia que por el momento intentan tantear. Disney ha sabido cómo remontar vuelo y lo ha hecho nada más y nada menos que con un film en live action a Dios gracias que si hubieran recurrido a la animación esta vuelta no sé si hubiera resultado de la misma manera. Entretenida, divertida y visualmente espectacular. Muchos la tildarán de medianamente palomitera, puro cine comercial, pero después de tanto cine de estas características, bienvenido sea uno que al menos cumple efectivamente.
El reflexionar sobre la incomunicación en épocas de tecnología de punta donde todos vivimos en “red” queda ya casi como un cliché; lo mismo si partimos de la base de que la mayoría de las sociedades valoran más el placer del cuerpo, el éxito material y las relaciones fugaces antes que el amor o la familia. Sin embargo estas reflexiones casi de manual contemporáneo no dejan de ser necesarias y hasta obligadas. En Shame, el director londinense Steve McQueen, un realizador con apenas dos largometrajes en su haber pero que no han pasado inadvertidos, hace una impecable cirujía al alma de un personaje que incapaz de relacionarse con el otro hunde su vacío en la obsesión sexual. McQueen no se queda en el mero estereotipo del hombre treintañero que le teme al compromiso, aun cuando en alguna escena el protagonista casi se defina como tal; Brandon, interpretado grandiosamente por Michael Fassbender es presentado con todo su bagaje dramático que explica sustancialmente el porqué de sus obsesiones y efímeros encuentros sexuales. Con detalles prácticamente minimalistas pero certeros, el director nos expone la causa del infierno de un hombre que tal cual reza el título del film siente cualquier cosa menos placer real. Una sola contrafigura, la de su hermana en la piel de la cada vez más ascendente Carey Mulligan, y la relación con esta nos dan claras muestras del porque de sus carencias y tormentos. Y a la vez, sintetiza con una gran habilidad dos formas contrastantes de enfrentar casi la misma realidad. Él, incapaz hasta de aceptar el cariñoso abrazo de su hermana; ella, una dependiente patológica que le teme a la soledad. Puestos a pensar en los dramas que el 2011 nos ha ofrecido, me cuesta entender porqué Shame ha sido tan ninguneada por la Academia. No solo porque la película compone con gran maestría una historia que ronda una temática que quizá podría resbalar para el lado del grotesco y sin embargo no lo hace; sino porque Fassbender- que ya en Fishtank demostró su talento dramático- ofrece una de las mejores interpretaciones masculinas del año. Su Brandon es un hombre contenido, casi inexpresivo, que poco a poco desbordará en una crisis infernal con el que el espectador, sea este del género que sea, identificará inmediatamente. Shame, incluso, hay que decirlo, logra mucha más profundidad psicológica sobre el tormento de un hombre sometido a actos auto reprochables que lo que logra un pretendido film sobre psicología como fue otro de los recientes estrenos en el que participó el actor irlandés, A Dangerous Method. Sin demasiado academicismo ni retóricas innecesarias, McQueen elabora con ritmo sosegado al principio pero in crescendo, casi como una regla inversamente proporcional, un verdadero descenso a los infiernos. Cuanto más parece caer el protagonista más ritmo toma la narrativa pero sin por eso parecer que de buenas a primeras quiere tirarse sobre la mesa todo aquello que no se contó antes. Para entender a este Brandon hay que centrarse en los detalles, sus reacciones, su modo de andar por la vida; y para eso el director se sirve de una primera parte en apariencia banal, cotidiana, hasta desembocar en el verdadero meollo de la crisis. Hay escenas muy bien logradas que dicen con poco todo lo necesario, como esa corta conversación con su compañera de trabajo en una primera cita o la discusión entablada con su hermana frente al televisor. La tensión creada por el director está tan bien madurada que aunque entendemos que el personaje en algún momento tiene que explotar no intuimos en absoluto el cuándo o cómo. La última media hora del film es una maravillosa exposición de extremismos en los que cae el protagonista con tal de hacer desaparecer ese vacío que el espectador no se impacta por la mera imagen desplegada, sino por el genuino dolor que exhala su incapacidad de conectar con alguien. Puede que algunos encuentren en ese ahorro de diálogos y en esos constantes encuentros casuales algún elemento de reproche, de hecho me cuesta aceptar que aunque haya sociedades cada vez más liberales y que Fassbender rezuma sensualidad irresistible, haya tanta mujer dispuesta así como así a mantener relaciones con un desconocido. Pero eso es prejuicio mío, claro. Después de todo lo que importa es que este es un drama bien contado, bien actuado y excelentemente planteado, ¿qué más se podría pedir?. Incluso la música y la fotografía, una gracias a Harry Escott, la otra a Sean Bobbitt confeccionan un film sencillo en recursos pero altamente perturbador. El film es perturbador porque más allá de las escenas de alto voltaje, que en definitiva no muestran nada diferente a lo que podríamos ver en la televisión de los últimos años, por ejemplo, en muchas escenas de sexo de series de éxito, sino porque no deja de ser un fiel retrato de la sociedad en la que vivimos. Porque aunque parezca una simbología de moralinas conocidas, Shame a fin de cuentas nos muestra a lo largo de la película la hipocresía en la que vivimos hoy, en la incapacidad que tenemos de relacionarnos verdaderamente, en las adicciones que todos tenemos por algo, en la avidez de consumirlo todo, lo que sea, en la necesidad de exponernos todo el tiempo, de hacernos notar, de que nos vean, todo para tapar la gran soledad en la que realmente las grandes ciudades viven inmersas. Escenas repetidas, como las de la ventana, reafirman este hecho, un simbolismo patente de la necesidad de exposición. Shame es en cierta medida un grito visual que todos damos de continuo pero que nadie está dispuesto a escuchar, pare ello basten las palabras de Sissy a su hermano: Si me voy, no volveré a oir de tí. ¿No crees que eso es triste? Eres mi hermano.
En su libro ¿Qué es una buena película? el crítico francés Laurent Jullier establece seis criterios para tratar de abarcar el tema del juicio del gusto si de cine hablamos: Éxito del film, técnica, edificación, emoción, originalidad y coherencia. La última cinta del gran Martin Scorsese, cumple muy bien algunos de estos criterios; ha provocado un entusiasmo importante por parte de la crítica marcando un éxito asegurado, no puede negarse que su técnica visual es impecable, tampoco que causa en la mayoría una emoción significativa y que gracias a esa emoción muchos se sentirán edificados con la historia. Sin embargo aquellos que tuviesen en cuenta objetivamente todos los criterios juntos, posiblemente no se vieran cautivados casi tan fanáticamente por un film que presenta algunos fallos importantes. He llegado a leer ciertas críticas en la que se compara esta incursión de Scorsese por el cine de “aventuras” como una forma de haberse spielbergizado (término tomado tal cual rezan algunos artículos) por sus grandes cuotas de sentimentalismo . Sin embargo creo que lo que justamente le faltó a esta adaptación de la novela de Brian Selznick es la verdadera emotividad y magia que desplegaría muy bien, un tanto manipuladoramente para qué negarlo pero efectiva, Spielberg. Scorsese es un magnífico narrador, un puntilloso cineasta que esta vuelta no ha logrado, al menos a esta humilde servidora, ofrecer un mundo tan fantástico y seductor como el que propone con su homenaje al cine. En una historia con un protagonista casi dickensiano, el relato se escinde en dos partes bien diferenciadas que no pueden pasarse por alto conformando, más que dos capítulos de una misma historia, un quiebre narrativo singular. Lo que comienza siendo la historia de un niño por aferrarse a la memoria de su padre fallecido termina por mudarse a la historia de uno de los primeros realizadores de cine como fue Georges Méliès. Así es como un elemento narrativo en un principio importante que marcaría un aparente punto de inflexión, como es el autómata, finalmente se reduce a un simple MacGuffin que pierde por el camino cualquier atisbo de magia. Es cierto que muchos adoradores del séptimo arte no podrían menos que sentirse emocionados con esos flashbacks en que presenciamos prácticamente el nacimiento del cine, pero la realidad es que otros tantos sentimos que si hay algo que le falta al film es alma, una coherencia clara a la hora de contar que llegue a causarnos la identificación necesaria para desprender la misma cantidad de lágrimas que sus protagonistas. La invención de Hugo Cabret como se la conoce en español y como iba a llamarse en un principio es un homenaje a medias aun cuando decidamos hacer la vista gorda a la cantidad de imprecisiones biográficas que ofrece. Es un intento de preservar en la memoria la magia del cine pero sin verdadera magia. Incluso la cantidad de personajes livianos con las que se sirve el director para ilustrar tanto época como contexto de la historia abren engañosos relatos tangenciales que no aportan más que eso: pura atmósfera que dilatan el paso de una primera parte a la segunda. El guardia de la estación,por ejemplo, un caricaturesco villano bastante insulso en la piel de Sacha Baron Cohen, otorga muy fríamente el marco de riesgo con el que debe vivir Hugo su día a día; un poco como esa primera impresión de tipo huraño con que se nos presenta Mèliés que finalmente queda en poco más que un recurso para dibujar un enigma a través de una libreta perdida que a poco conduce a la resolución final. Debo admitir que me encanta el cine de aventuras, los relatos nacidos de novelas infantiles, que Scorsese es uno de mis favoritos por lejos; sin embargo Hugo se me hizo por momentos un relato demasiado dilatado, bastante irregular en sus contenidos y con una serie de personajes con los que no llegué a identificar del todo. Aburrida por momentos, incluso, no podía dejar de pensar en que si de grandes homenajes al cine hablamos, Hugo quedaría en una escala muy por debajo de otros films, incluídos The Artist, uno de sus grandes competidores en esta próxima entrega de premios, más sencilla en lo que cuenta, quizá, pero a la vez mucho más honesta y directa. Scorsese juega a ser niño otra vez, viaja en el tiempo para tratar de hacernos sentir la maravilla que ese ahora curador del museo sintió cuando de niño conoció a Mèliés en su esplendor, relaciona no en vano literatura y cine en varias de las escenas, todo el tiempo, pero no llega a plasmar por completo la verdadera magia y energía que muchos de los originales. Incluso la técnica del 3D, aquí utilizada soberbiamente al servicio de la narración y no al simple artilugio del truquillo fácil, no deja de ser después de todo una ilusión más que despliega visualmente lo que no logra el guión. Un film hecho más con el intelecto que con el verdadero corazón de un cinéfilo queriendo hacer honor a su objeto de deseo.
Suelo ser bastante cobarde para el género del terror aun cuando de adolescente, allá por la gloriosa década de los ochenta, he visto muchos de los ahora considerados grandes clásicos del género de entonces: Fright Night, Friday 13, Haloween, Pesadilla, etc. Luego sobrevino la ola del gore y ya no me animé a tantos visionados como antes. Agreguemos el hecho de que luego de ver apenas media hora de The Exorcist, porque más no aguanté, y entera Amityville II: The Possession, la temática de los exorcismos ya me echan siempre para atrás. Pero debo reconocer que The Devil Inside tuvo una buena campaña de publicidad, comenzando por un tráiler que me llamó la atención. Parecía una buena mezcla entre thriller y terror donde la dualidad ciencia-religión prometía darle un toque interesante. Estando detrás aquellos mismos de la, ahora ya, saga Paranormal Activity muchos de los que estamos un poco saturados del mockumentary teníamos nuestras dudas, pero insisto, la campaña que fueron hilvanando poco a poco antes de su estreno, confieso, me atrapó. Por otro lado aun cuando Paranormal Activity tenía un ritmo realmente cansino por momentos, hasta quedado y lento, debo reconocerle que resultaba después de todo muy buen recurso para agarrarnos desprevenidos con las pocas escenas “de susto”, efectivas finalmente. El problema con The Devil inside es que aquí el argumento promete mucho más de lo que finalmente la cinta ofrece. Lo que se plantea al principio con ritmo pausado pero intrigante termina siendo un guión bastante desdibujado. La película se vuelve tan predecible que cualquier recurso sorpresa no cumple lo que debería. Esta servidora se asusta con cualquier cosa pero terminó realmente aburrida y hasta saturada de una cámara en mano que más que intimista termina siendo irritable con tanto movimiento, además de ciertos detalles argumentales un tanto confusos. devil inside Es una pena que una película que cuenta con muy buenas actuaciones y algunas escenas muy bien armadas termine siendo un fiasco. Seguramente agradará a algunos espectadores, después de todo depende siempre de la sensibilidad de cada uno, pero seguramente aquellos más exigentes o amantes del género encontrarán que este film está muy lejos de ser aunque sea entretenido. La narración presentada como un falso documental acaba por transformarse de repente en una suerte de confesionario de gran hermano donde la tensión que debería estar puesta en lo que sucede se transfiere de inmediato a los protagonistas que si antes se los retrataba valientemente decididos de pronto, y porque sí, se vuelven desesperados testigos de situaciones que ahora los sobrepasa. Uno termina preguntándose qué ocurrió en el medio para que con este poseso no se asusten ni se desmoronen y con este otro sí. Así mismo si los primeros cuarenta minutos del film, aunque con algunos clichés de por medio pero bien resueltos, plantean un hilo argumental atractivo, poco a poco este se va consumiendo en una seguidilla de intentos de escenas impresionables que no son otra cosa que muchos gritos y rezos, imprecaciones e insinuaciones sobre el pasado de cada uno que dejan con ganas de más. De repente el film termina siendo un ruido ensordecedor que pretende volcar toda junta la adrenalina que jamás llegó a plasmar por completo y hasta algunos personajes terminan contradiciéndose a sí mismos en diálogos bastante descolocados del contexto. A riesgo de equivocarme me atrevería a decir que por momentos incluso la película está mal editada. Quizá ese sea uno de los factores desencadenantes de una última hora muy pobre para una película que prometía bien provocando que eventualmente el espectador no esté muy seguro de lo que está pasando o de qué se nos quiso contar después de todo. Por momentos se abren algunas líneas sobre el pasado de los personajes que posteriormente quedan en nada. Es obvio que tal vez esta sea una argucia para una posterior segunda parte, no me extrañaría; pero William Brent Bell, director y guionista de la cinta no logra provocar una atmósfera en la que la audiencia después de todo se asuste- como se supone para una historia de este género- ni tan siquiera, al menos, se entretenga. Admito que ya esta moda del mockumentary personalmente ya me aburre bastante. Pocos son los films que posteriores a aquella pionera The Blair Witch Project, aunque con diferencias pues esta no era en sí un supuesto documental sino el llamado found footage, pocas películas que emulen esta estética son realmente buenas. The Devil inside no dejará de ser una más de las tantas películas que hay sobre exorcismos que no llegan ni a los talones de la clásica joya dirigida por William Friedkin en 1973. Una opción para ver, si es que aun quieran incurrir en la aventura de sacarse la curiosidad, en la comodidad del hogar cuando se la lance en DVD o Blu-Ray. Por lo demás, no digan que no se los avisé.
Asghar Farhadi supo demostrar gracias a About Elly que el cine iraní no era exclusivo de Abbas Kiarostami, mucho más popular por entonces. Ahora con A Separation se afianza como uno de los directores asiáticos más prometedores gracias a la cantidad de reconocimientos que viene cosechando en distintos festivales internacionales y en ser el segundo film iraní en obtener una nominación al Oscar para mejor película extranjera y el primero en entrar dentro de la categoría de mejor guión original. Filmada con una extraña prolijidad si consideramos el uso de la cámara en mano, Farhadi, quien también estuvo a cargo del guión, retrata con detalle y sin apuro los problemas de una sociedad difícil como la Iraní donde no se deja de lado ni los entresijos de la justicia, sobre todo, ni las diferencias sociales, religiosas o aquellas más universales, incluso, como la ruptura familiar, la agresividad, la cólera, la injusticia. Parecería que la efusiva acogida que le ha dado la crítica internacional no nos deja lugar a dudas de que estamos ante una obra maestra, una incisiva mirada a la sociedad de nuestro tiempo, sea esta del país que sea. La increíble proliferación de films refritados y regurgitados del cine actual posiblemente explique la grandeza de un film sencillo, humano, realista y el por qué tanto espectadores como críticos la han tomado como el aire fresco que la gran pantalla necesita, al menos, como opción aparte. Sin embargo, personalmente me atrevo a nadar un poco contra la corriente y expresar abiertamente que del film me esperaba otra cosa. Quizá el problema venga dado a las expectativas que uno se crea a priori cuando un film es promocionado. Desde todos los elementos paralingüísticos, y lingüísticos claro, uno va elaborando la posibilidad de una determinada historia. Por supuesto que sería totalmente ingenua si esperase que porque el film llevase la palabra separación en su título, de eso tenga que hablarme específicamente. Farhadi concentra tanta fuerza en los personajes secundarios que termina desdibujando de alguna manera a los protagonistas. Las interpretaciones de Peyman Maadi y Leila Hatami quedan en sombras, lucen frías gracias al extraordinario poder escénico que el director otorga a personajes como Sareh Bayat, e incluso, a su propia hija Sarina Farhadi, quien interpreta a la hija del matrimonio, testigo silencioso y doloroso del drama, verdadera víctima del conflicto. La separación aquí es usada como un disparador de otro tipo de conflicto distinto al de la separación en sí. Aunque se nos cuenta en la escena inicial el por qué del deseo de divorciarse de Simin, el director no se detiene a contarnos sobre la pareja sino en las consecuencias funestas que esa decisión termina por desencadenar. A partir de ahí, un hecho provocado por la cólera dará lugar a discusiones, muchas, todo el tiempo, con la fuerza necesaria para gritarnos que los problemas son muchos, son serios, son graves. Y ahí es donde personalmente termino por desconectar de la historia. Es indudable la maestría de Farhadi para retratar la tensión, para ambientarnos dentro de ese mundo en que los personajes se mueven y cómo se interrelacionan pero a la vez carece de la habilidad necesaria para asentar el relato y provocar una identificación con los personajes que nos permita emocionarnos con lo que les pasa. ¿Quiere hablarnos de la burocracia insufrible de una justicia en la que uno debe pelear por su cuenta, sin abogados entendidos, discutiendo como lo harían los hermanos frente a una autoridad paternal?, ¿hablar de la mentira y cómo esta puede constituir un pecado tremendo dentro de los conceptos religiosos regidos por el Corán?, ¿quiere hablarnos de cuánto lamenta Simin que a su marido no le importe si ella se queda o se va?, ¿si es que se lamenta de todavía amar a un hombre capaz de perder el juicio hasta provocar un crimen?. Posiblemente de todo ello, claro. Lo sé, muchos podrían acometerme, y seguramente lo harán, con todas las respuestas posibles. Después de todo así se plantea la historia, como la vida misma en la cual a veces todo nos sucede al mismo tiempo, un hecho termina generando una cadena de circunstancias indomables. Pero, a riesgo de sonar mediocre, y quizá sea que no la haya entendido bien del todo, tanta fuerza puesta ahora aquí, luego allá, no me dio oportunidad de interesarme del todo por lo que estaba pasando. El ritmo por momentos acelerado, por otros, extremadamente contemplativo me rindió al aburrimiento, ¿para qué negarlo?. Eché de menos la profundidad de los diálogos que Farhadi supo elaborar en About Elly constituyendo la música que casi no tiene el film, la destreza de plantear una historia sencilla sin pretenciones grandilocuentes. A separation no deja de ser una película para ver, valoro la mano austera pero certera de este director para crear escenas que aunque sencillas no dejan de impactar y llegarle al espectador; después de todo a la mayoría, les ha encantado que es lo que cuenta. Arrasadora en la Berlinale del año pasado, este es un film que seguro ganará el corazón de la Academia; un pronóstico que lanzo un tanto apresurado pues no he tenido oportunidad de ver a sus competidoras extranjeras. Pero que a pesar de su ritmo un tanto desordenado para mi gusto le reconozco mucha fuerza en ciertos tramos, un final excelentemente planteado, de esos que no necesita palabras ni ademanes para hacerse entender; ese tipo de clima y logro es el que me hubiera gustado ver sólidamente a lo largo de las dos horas de duración.
Historias pequeñas en apariencia, íntimas y cercanas que terminan siendo un buen disparador reflexivo, Alexander Payne es un director sagaz a la hora de plantarse ante un conflicto que no necesita de grandes estridencias para hacerse oír. Y si en About Schmidt teníamos a un personaje apático de la vida que tras la pérdida de su esposa su vida pareciera recién acomodarse en jerarquías, en The Descendants Payne vuelve a rescatar aquellas cosas que realmente deberían importarnos antes de perderlas por completo. También aquí el director y co guionista recurre a la adaptación, la novela de la hawaiana Kaui Hart Hemmings quien además tiene un pequeño cameo en el film, para contar la historia de un hombre que tras el accidente sufrido por su esposa y que la ha dejado en coma, debe rearmar un hogar quebrado mientras intenta hacer malabares con el resto de sus responsabilidades. George Clooney interpreta quizá uno de sus papeles más emotivos y sinceros que bien le ha ganado el Globo de oro reafirmando su talento fuera del canon de galán que desde años atrás tiene como estigma. Pero Clooney no es el único acierto de la película, su personaje cobra fuerza gracias al increíble trabajo de un reparto que funciona como un gran rompecabezas para darle sentido al argumento. Nadie es opacado y cada uno se mueve con fluidez generando simpatía o antipatía por igual. Incluso los jóvenes actores, Shailene Woodley y Amara Miller, como las hijas del protagonista y hasta el insoportable amigo de la mayor de ellas, Nick Krause, articulan un trío correcto en el desarrollo de los acontecimientos. El film se esfuerza por demostrar que aun en pleno paraíso terrenal como es Hawái la vida puede ser tan complicada como en cualquier otro rincón del mundo, y aun cuando los aciertos del film son muchos, sobre todo los escasos toques de comedia que favorecen el desarrollo de la cinta dándole un sabroso equilibrio, pareciera que en algún punto hay ingredientes que sobran haciendo que el ritmo por momentos sea un tanto lento y hasta por momentos melodramáticos. Las interacciones con el personaje de la madre en coma, interpretado por una irreconocible Patricia Hastie emocionan tanto como abruman, pareciera que todos tienen que escupirle algún reproche a la cara y si bien es entendible dentro del conflicto general no deja de tener aires, aunque muy suaves por suerte, de manipulación emotiva. Indudablemente pese a todo lo que uno podría encontrarle de positivo y negativo, este es un film que tiene grandes chances camino al Oscar. Es una historia honesta, pequeña y grande a la vez, que bien sale airosa con lo que cuenta y cómo lo cuenta. Armada con un reparto nada desdeñable, aun cuando varios apenas aparecen unos instantes, como aquel primo interpretado por Beau Bridges o el huraño abuelo en la piel de Robert Forster, y sobretodo con una banda de sonido que no termina por ser la protagonista como muchas veces suele suceder en films de este tipo. Puede que la algarabía que generó The Descendants en esta temporada de premios, con su Globo de oro a Mejor drama incluido, puede generar altas expectativas en los espectadores, algo tan bueno como peligroso; pero ciertamente no puede negarse que Payne vuelve con un drama sólido que no pasará inadvertido. Y en una época donde la industria pareciera apostar a lo seguro con tantas remakes y reboots siempre se agradece que surjan historias cotidianas en las que las relaciones humanas y los valores de la vida toman protagonismo. Este bien puede ser un film que pareciera no contar algo nuevo, es un tipo de drama que ya hemos visto pero su narrativa es fresca, reconfortante aun cuando el conflicto es doloroso. No es por ello un guión perfecto, insisto que tiene momentos que parecieran desbordar pero es gratificante y bien vale la pena verla. The Descendants es una historia que se disfruta, que emociona de la misma manera que nos arranca alguna sonrisa, es agridulce y contemplativa.
A pesar de haber estado nominada a Mejor Drama este año en los Globo de Oro, premio que no sé porqué me inspira un tanto más de respeto que los de la Academia, War Horse es una película de la que no tenía altas expectativas. Es que sepan disculpar mi mediocridad cinéfila si comento que toda película que tenga un animal como protagonista me resulta un tanto pesada salvo, claro, que esté extraordinariamente hecha, que tenga un guión firme o que por lo menos sea realmente entretenida. Y a pesar de que muchos vean últimamente en Steven Spielberg un director demasiado quedado en lo clasicista no puedo negar que siempre lo defendí como alguien que sabe muy bien cómo contar una historia por más tópica que fuere y que es innegable cuánto conoce su oficio. Sin embargo, este caballo de guerra es una historia que destaca sobretodo por la extraordinaria fotografía, aplausos para Janusz Kaminski en este sentido, pero que sin ánimos de entrar en disputas me atrevería a decir que es la más floja que ha hecho este director oriundo de Ohio. Si uno ha visto al menos unas cinco o seis de sus películas, sabe qué elementos son infaltables en las historias de Spieldberg: niños protagonistas, animales o extraterrestres,escenas de confraternidad, primeros planos emotivos, la famosa ‘mirada’ Spieldberg, etc. Pues es en War Horse donde no sólo se repiten estos elementos sino que además se dan con un estilo narrativo bastante manipulador. Más allá de tratarse de una adaptación de la novela infantil de Michael Morpurgo, posteriormente llevada al teatro en una pieza recreada con marionetas, el guión es un verdadero catálogo que enlista escenas hechas para que el espectador tenga que soltar las lágrimas. Pero este no es un factor que arruine la película enteramente, es algo que muchos le han estado achacando al director en varias de sus últimas entregas, recursos que después de todo dependerá de cada espectador que resulten o fastidien. El problema real surge de la propia historia en que siendo básicamente, o al menos eso nos prometían, la amistad entre un muchacho y su caballo, la proliferación de otros personajes que se meten en la historia como ‘posibles dueños’ también y la relación ulterior que mantienen con el animal provoca que la historia se parta, se diluya y se vuelva a rearmar hacia el final. El guión carece de solidez desde que se intenta contar un recorrido ineficazmente lineal desde el nacimiento del caballo, su relación con su dueño, su posterior participación en la guerra y el reencuentro de una manera totalmente dispersa que impide que el espectador logre identificar con Albert (Jeremy Irvine) o con Joey. War Horse es una película que pretende ser varias películas donde finalmente entonces podemos obtener un recorte de varias de las historias de Spieldberg en una sola, con sus consabidos buenos y malos, sus felicidades e infortunios, pero sin la posibilidad al menos de defenderla como un auto homenaje. Así, el reparto de esta cinta con nombres tan elocuentes como el de Emily Watson o Peter Mullan, aquí los padres de Albert, se destiñen por completo aun cuando hacen inmensos esfuerzos por no quedar por debajo de lo que siempre saben ofrecer. Más que personajes terminan todos siendo estereotipos. Y si la gran lucidez del director fue siempre encontrar un niño o muchacho revelación para contar sus historias, es evidente lo mucho que lamentablemente le falta a Irvine para entrar en la lista de grandes pequeños actores con los que Spieldberg nos ha sabido emocionar aun cuando sus carreras posteriores se hubiesen diluido en el tiempo. Pero ¿podría culpársele al joven Irvine de mal actor?, ciertamente no. El problema, insisto, es justamente el poco espacio que la historia da a un personaje que teóricamente es el centro junto al caballo en cuestión. No me atrevo a dar ejemplos detallados de los incontables baches que me hacen asegurar esta falencia por no arruinar con spoilers la trama, pero para que se den una idea si era poco un muchacho en los tópicos Spieldbergianos (si cabe un término semejante) en War Horse terminamos teniendo un total de cuatro de ellos, cada uno como intermitente dueño de turno del sufrido Joey con su correspondiente historia. Así, el espectador se queda con ganas de varias de las historias que se truncan en pos del final, predecible por otra parte y un tanto abrupto, en las ya por entonces extensivas dos horas y cuarto que dura el film. A cara de los próximos premios de la Academia es indudable que la mayor apuesta de Steven Spieldberg fue justamente realizar una película de las llamadas ‘oscarizables’; no puede negarse que tiene todo lo que la Academia adora en un film de estas características y es más que probable que se haga con una estatuilla a mejor fotografía o banda de sonido, pero sería verdaderamente triste que derrotara como mejor films a otras un tanto más sencillas pero mucho mejor contadas. Así y todo, a no desmoralizarse si aun no la vieron. War Horse no deja de ser una muy buena opción familiar pues aunque se toque el tema de la guerra, esta no está vista desde los ojos más crueles o a través de los golpes más bajos. Es un film que a los más jóvenes puede gustar y que ya por su apartado visual bien vale un visionado en pantalla grande.
Hay ciertos temas en el cine difíciles de plantear sin caer en el melodrama lacrimógeno; por ello se agradece cuando de pronto aparece un film aparentemente pequeño, de tintes casi indies que dejan un buen sabor de boca por su sano equilibrio entre el drama y la comedia sin caer desmesuradamente en la lágrima fácil o la irreverencia desubicada. Siempre doloroso, sobre todo cuando compete a personas jóvenes, el cáncer parecería quedar fuera de toda broma, incapaz aparentemente de hacer reír. Sin embargo Will Reiser, guionista de este film y primo del legendario protagonista y productor de la serie televisiva Mad About You, Paul Reiser, tras ser diagnosticado con cáncer cuando apenas tendría veintipico de años y convencido por su mejor amigo, el comediante Seth Rogen, para que escribiera su historia, nos narra en forma terrenal, cotidiana, casi sobria por momentos, su triste experiencia en un film impecablemente dirigido por Jonathan Levine. En carrera por el Globo de oro en dos nominaciones, esta película enfrenta en forma modesta pero nunca superficial la crisis de un joven que intenta lidiar con la idea de la muerte mientras sus relaciones personales, amigos, novia, padres, se reacomodan totalmente provocándole por momentos el vacío inevitable de la soledad e impotencia. Aun cuando en su título varios han interpretado la famosa alegoría del vaso medio lleno, medio vacío, este es un film que pone de manifiesto la importancia de las relaciones humanas y cómo estas juegan un papel preponderante para aferrarnos a la vida. Incluso cuando la historia se sirve de algún que otro cliché nunca cae en lo banal o ridículo demostrando que es posible hablar de la muerte sin la necesidad del golpe bajo o de la manipulación emocional para que el espectador se identifique, se emocione. 50/50 despliega en un reparto sorprendente, un continuo equilibrio entre la comicidad y el drama donde cada personaje cumple una función precisa. Nadie sobra en esta historia y cada escena está efectivamente planteada para llevarnos a un final sencillo pero encomiable. Gran parte de esta efectividad viene dada por la excelente química entre Joseph Gordon-Levitt y Seth Rogen quienes guardan prácticamente todo el peso del film balanceándolo entre la lágrimilla y la risa franca. La clave en toda la historia está justamente en el tono que utiliza para contar algo tan dramático como el cáncer. Allí donde pareciera que se nos forma un nudo en la garganta de pronto aparece una línea de diálogo mordaz que nos suelta una risotada, donde pareciera que la comedia se despliega entera, se nos ofrece una reflexión evidente. Demasiado comedida para algunos, quizá, el film constantemente demuestra que no todos precisamos rasgarnos vestiduras ni llorar gritando para enfrentar adversidades en la vida. La vida como tal transcurre día a día, a veces más luminosa, otras más oscura pero es gracias a quiénes nos rodean lo que verdaderamente nos hace vivir o morir. Film pequeño pero intenso con grandes posibilidades de cara a las temporadas de premios.
Guy Ritchie es un director que suele abusar de ciertos recursos estilísticos que hacen de su cine un sello bastante personal. Adorador del Slow motion, no escatima en usarlo con vehemencia en esta segunda entrega del detective inglés interpretado por un encantador Robert Downey Jr. Sin embargo, el tono entre cómico y adrenalínico que bien supo administrar en la primera parte, hace de Juego de sombras un film un tanto hiperbólico pero a la vez más ordenado, claro y entretenido que el anterior. Es entendible que esto suceda, ya que la historia ahora está basada en el relato corto de Conan Doyle, The problem, con algunos elementos de otros relatos como The Dying Detective, The second stain o Valley of fear. A pesar de cuánto se lo ha criticado a Ritchie por las características impresas al protagonista, demuestra claramente que aunque ponderado en sus rasgos, exploró fuentes originales del detective condimentándolo con más humor e irreverencia. Todo lo cual se evidencia aún más en esta segunda parte donde los momentos de humor están continuamente presentes haciendo de la película algo así como una buddy movie, un Starsky y Hutch del siglo XIX. Pero el film termina funcionando justamente por la gran química entre Downey Jr. y Jude Law añadido a un reparto que incluye a un eternamente fantástico Stephen Fry, como el hermano de Holmes, y un estupendísimo antagonista, el archienemico Profesor Moriarty, interpretado por un sensasional Jared Harris. El film entonces es una verdadera explosión de acción, un duelo magnífico entre protagonista y villano dentro de un contexto mucho más real y terrenal que aquel de la primera parte. La película no deja de ser un juego con todas las letras en el que se destacan algunas muy buenas escenas para ver en pantalla grande- y como siempre digo- con el balde de pochoclos más grande que consigan. La escena del bosque por ejemplo, aunque intensamente saturada de slow motions, es una verdadera delicia que dejará a más de uno sin aliento. Suma puntos la incorporación de la bellísima Noomi Rapace (la chica del tatuaje del dragón original) para conformar entonces un trío en aprietos bien entretenido. Por lo demás no negaremos que tiene cosas reprochables, como una larguísima introducción hasta llegar al verdadero meollo de la cosa que podría haberse acotado un poco, así como también algunas líneas de diálogo magistrales en contraposición con otras un tanto forzadas. Pero a esta altura le disculpo todo tanto a Ritchie como a Downey Jr., dupla que admite seguramente una tercera parte.
Pasiones reales A pesar de ser el documental uno de mis géneros preferidos, suelo ser bastante exigente a la hora de visionarlos. A veces no basta con una buena historia o un protagonista llamativo sino que además, como en todo film, debe tener un pulso narrativo acertado. Así Nestor Frenkel, guionista y director de Amateur, no sólo logra un maravilloso homenaje al Super 8 y las cintas caseras en general, sino que nos propone conocer en su protagonista a un ser maravilloso y admirable, un personaje super pintoresco como es Jorge Mario. La introducción de este film es lo más grandioso, entretenido y nostálgico que he visto en mi vida. Un recorrido exhaustivo y colorido por la historia de las cámaras caseras de Super 8, los recursos narrativos de la gente común, la evolución de los intereses que una camarita en mano ha dado a la humanidad. Desde esa mirada universalizada llegamos a un evento anual como es el Home Movie day (del que debo reconocer no tenía ni idea de su existencia) donde personas comunes se reunen en el Centro Cultural Rojas para mostrar en público filmaciones caseras arrumbadas en las casas, cintas que muchas veces ni se sabe qué contienen, para finalmente llegar al personaje de esta historia, un odontólogo apasionado por el cine que de joven ha filmado varias películas caseras, entre ellas un western llamado Winchester Martín y que ahora, cuarenta años después quiere volver a filmar a modo de remake. Con una gracia pocas veces vistas en este tipo de formatos, Frenkel sin siquiera emitir preguntas logra retratar impecablemente la figura de un hombre orquesta capaz de equilibrar con su profesión no sólo la pasión por el cine sino además otras miles de actividades como la filatelia, colecciones varias, la fundación de un grupo de Boy Scouts, la conducción de un programa radial, practicante de tiro y un millón de cosas más. La ficha de este film en el Bafici de este año no se equivoca en absoluto cuando dice que "La película de Frenkel, con humor y gran despliegue de ideas (notablemente, los planos-western), va de lo general a lo particular, y de allí apunta a lo más entrañable del corazón del universo, para convertir a Jorge Mario en uno de los personajes memorables de este Bafici". Es que Mario no se nos quitará de la cabeza fácilmente. Es un hombre de una vitalidad abrumadora, uno de esos personajes que la vida te regala pocas veces y que dejaría a muchos de nosotros- considerados cinéfilos extremos- en un últimísimo escalón de jerarquías. Ver nada más su extraordinario sistema de clasificación de films vistos me dejó realmente sorprendida, minimizada y replanteándome qué tan cinéfila realmente soy. Frenkel además elije cada encuadre y recurso narrativo muy cuidadosamente, lo que hace de este director un verdadero maestro del documental. Allí donde otros necesitarían una voz en off, una declaración de testigo, un comentario aparte, él lo logra con un encuadre perfecto en la casa de Mario donde la decoración habla por sí misma, donde las posturas del protagonista lo dicen todo. Tómese por ejemplo la figura de la esposa de Jorge Mario, una mujer que sin emitir una sola palabra habla todo el tiempo, se planta como una protagonista más sólida a veces que el propio odontólogo para reafirmar aquello de que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Por eso será que me dolió tanto leer en un comentario de un profesional del medio sobre este film algo como esto: El protagonista -que por momentos recuerda al Daniel Burmeister de El ambulante- tiene muchos atractivos como para generar empatía del espectador, aunque para mi gusto Frenkel -que hace gala nuevamente de sus múltiples ideas narrativas y visuales- resulta demasiado condescendiente con su criatura, incluso ante cierto patetismo de sus actividades y pensamientos. Todo el derecho a que no nos guste un film, pero tildar de patético a alguien como Jorge Mario, resulta realmente más patético y decir que el director fue condescendiente con su criatura me sorprende. No diré más porque no me interesa generar una discusión que no viene al caso, el verdadero caso es que hay que ver este documental. Me lo agradecerán no sólo por lo entretenido, sino además por lo grandiosamente nostálgico, lo humanamente claro que es. Gracias Frenkel, atentísima estaré ante los nuevos proyectos que tengas. Y que espero sean muchos!. Néstor Frenkel nació en Buenos Aires en 1967. Sonidista de oficio desde 1993, en 1999 dirigió y produjo una serie de cortos animados titulados 'Marcello G., sólo un hombre…', y luego el mediometraje de animación 'Plata Segura'. En 2005 estrenó su primer largometraje de ficción 'Vida en Marte' y 'Buscando a Reynols' su primer largometraje documental. A fines de 2007 terminó su segundo documental 'Construcción de una Ciudad'. En 2010 produjo el largometraje de ficción 'La hora de la Siesta' de Sofía Mora y en 2011 presenta "Amateur", su tercer largometraje documental como director.