Aceptación y adaptación Es sabido que a Hollywood le fascinan los relatos de auto superación y más aún cuando se intenta establecer dentro de los códigos cinematográficos un verosímil lo suficientemente sólido para que el circulo que se desarrolla a partir de la dialéctica problema, enfrentamiento, confrontación, aceptación, adaptación y resolución se manifieste gradual y progresivamente, respetando la curva dramática para que los personajes completen su aprendizaje. Ahora bien, si a ese cóctel se lo mezcla con elementos de comedia romántica el resultado final puede verse un tanto alterado o desplazado por la anécdota del amor frente al conflicto de la búsqueda de ese amor. Por lo general, el público necesita aminorar todo lo referente a lo negativo y al conflicto para recibir un final feliz y aliviador en parte porque el cine muchas veces representa ese bálsamo donde lo posible y lo imposible van de la mano y las soluciones mágicas no se cuestionan, siempre que apelen a remover emociones y no a manipularlas. El lado luminoso de la vida (Silver Linings Playbook), nuevo opus del realizador David O. Russell (El ganador) y protagonizado por Bradley Cooper, Jennifer Lawrence, Robert De Niro, Jacki Weaver, Chris Tucker y Julia Stiles es un film que sabe dosificar las convenciones de una comedia romántica sin dejarse arrastrar por los atajos para desarrollar un drama en el que dos almas vulnerables e inestables desde el punto de vista psicológico se encuentran para ayudarse y experimentar lo nuevo cuando el pasado resulta tóxico, triste y paralizante. Así, con la bipolaridad a cuestas y la depresión, Patrick (Bradley Cooper) y Tiffany (Jennifer Lawrence, ganadora del Globo de Oro y del premio del sindicato de actores) vienen a representar para su entorno un problema: la inestabilidad psíquica tras una situación traumática que los ha sumergido en una conducta de fijación que no les permite dar vuelta la página en sus vidas o barajar y repartir de nuevo las cartas para jugar otra mano y de la mejor forma posible. Paradójicamente y aunque se hable de un juego no existe azar alguno que pueda afectar el rumbo de estos atribulados personajes más que la voluntad del cambio con el esfuerzo del día a día. Para el caso de Pat, el detonante es la ira o violencia que lo nubla todo y para Tiffany el duelo por la pérdida de su esposo para no caer en comportamientos extremos y autodestructivos. El director que adaptó la novela homónima de Matthew Quick despoja la trama de todo psicologismo barato pero no huye del problema psicológico de sus criaturas ni tampoco al sufrimiento que significa no poder romper con obsesiones o estructuras mentales cercanas a las patologías. En ese sentido es realmente formidable el trabajo de Bradley Cooper, no así el de Robert De Niro en el rol de un padre supersticioso que solamente se puede comunicar con su hijo cuando la afinidad de las apuestas florece o sencillamente cuando el otro acepta su manera de entender la realidad con la ferviente convicción de que en todo lo que ocurre hay señales o indicios. Personaje desaprovechado como éste encuentra su correspondencia en el de Tiffany, quien no puede escapar del estereotipo de la chica medio loca e impulsiva. El resto del elenco cumple con sus roles secundarios (un deslucido regreso de Chris Tucker como alivio cómico o Julia Stiles en el rol de hermana controladora) aunque no se destacan en absoluto. Sin embargo, más allá de esos convencionalismos ya mencionados debe reconocerse que David O. Rusell logra que las acciones definan el rumbo de sus personajes y sus contradicciones los muestren ante los ojos del espectador tan vulnerables como genuinos en tiempos de un cine especulativo, prefabricado y archi digerido que es el común denominador. Tal vez a esa virtud la avalen los premios en el festival de Toronto, las nominaciones a los American Spirits Awards o al propio Óscar en el rubro mejor película, por ejemplo.
El groncho y la dama Bajo la dialéctica de mundos contrapuestos que se superponen, la directora Anne Fontaine elabora esta comedia romántica poco interesante entre una mujer burguesa interpretada por la actriz Isabelle Huppert y un padre que conoce en una reunión en el colegio de sus hijos, un tanto ausente que se dedica a la construcción en la piel del actor Benoit Poelvoorde, quien pese a su poca cultura y modales un tanto excesivos logra ganarse el corazón de ella una vez que empiezan a entablar una relación despojada del prejuicio de clase. Ahora bien, como dice el refrán si la mona viste de seda, mona queda y esto es lo que se desata cada vez que uno u otro intentan encajar en el entorno ajeno: el en el mundillo del arte de vanguardia y ella en un raid en que los permisos y los excesos no están mal vistos ni tampoco la diversión a pesar de su personalidad fría y malhumorada. Sin embargo, lo que los une es el cuidado de sus respectivos hijos preadolescentes y la preocupación por su educación, ambos conviven en el mismo techo en tanto la situación del padre no se solucione y pueda mantener la tutela de su hijo. El otro eje narrativo en la trama apela al humor grueso a partir del contraste entre la vida burguesa y la llegada de este personaje que pone en conflicto el círculo de confort, así como a partir del sentido común que también provoca en la pareja algunos chisporroteos que devienen en una repentina separación entre la protagonista y su compañero, un editor que encuentra en una chica joven lo que su pareja madura no puede brindarle, el editor está a cargo de André Dussollier, cuyo personaje es bastante insulso en comparación a otras películas en las que sus dotes para la comedia resaltan mucho mejor. Resulta poderosamente llamativo que la experimentada Isabelle Huppert se haya inclinado por esta comedia francesa de medio pelo que ahora encuentra un espacio en las carteleras porteñas tras meses de deliberación. Hace muchos años el argentino Hugo Moser en un famosísimo programa televisivo llamado Matrimonios y algo más inmortalizó el sketch del groncho y la dama con el genial Hugo Arana en el papel de ese macho, bruto pero sensible, al que esta película no le llega ni a los talones.
Anexo de crítica: -Lo que parece una excusa para reunir a grandes actores de la talla de Al Pacino, Christopher Walken y Alan Arkin, aunque es justo decir éste último con una fugaz aparición en pantalla, tiene muy poco de película y mucho de telefilm en el que los actores apelan a la auto parodia y al uso de sus cualidades interpretativas para enriquecer un guión con muy poco material interesante. La fórmula que dio sus frutos a los viejos héroes de acción con las dos Expendables aquí parece quedarse a medio camino y tal vez eso se hubiese reparado con un mejor director.
Anexo de crítica: - Con este segundo opus, Tesis sobre un homicidio, en el que a la sociedad Golfrid Vega se une nada menos que el actor Ricardo Darin se confirma por un lado la capacidad del realizador para manejar la puesta en escena y su casi obsesiva preocupación por narrar con imágenes no sólo acciones sino la psicología de sus personajes en desmedro quizás de la trama y concentrado en un guión sólido, con diálogos para que Darin demuestre sus matices en la actuación y que sus personajes si bien tengan similitudes puedan diferenciarse con aportes sustanciales en materia de composición como en este caso particular con el espejo de El secreto de sus ojos, film que también opera dentro del mundillo judicial y donde existe un asesinato y una investigación para dar con el paradero del asesino. Este riesgo desde el punto de vista conceptual sumerge a Tesis sobre un homicidio en un callejón sin salida porque se aparta del canon del policial de intriga para bucear y coquetear con el thriller psicológico olvidándose en gran parte y a propósito del hecho, el cual pasa a un tercer plano en función a la reconstrucción del hecho, que no es más que mental y no factual. El público se encontrará ante el dilema y quizás alentado erróneamente a que participará de la experiencia de ver un policial con Darin, quien se carga al hombro tanto las virtudes como los defectos del film, que por razones obvias no revelaremos aquí, pero que hacen a la estructura narrativa y más precisamente a cierto descuido en la puesta en escena tan bien pensada durante la primera mitad.
Anexo de crítica El director Ruben Fleischer sale airoso a fuerza de un excesivo formalismo y transita por el ABC del subgénero haciendo de los clichés y de los arquetipos el caldo de cultivo lo suficientemente atractivo para la exageración y la parodia a las películas de gángsters tal como había aplicado en Zombieland. Esquemática pero atractiva en el apartado visual, la película cuenta con un interesante elenco que se ajusta a la perfección a las nulas exigencias del guión donde la cuota de violencia seca y no esteticista se entrelaza con el gore y explota en esos ralentis que inquietan y sacan al relato del realismo sucio para generar otro registro que se acerca al comic o al pulp con personajes que son caricaturas como por ejemplo Mickey Cohen.
Simetrías y paralelismos Tom Tykwer, el realizador alemán que por estos momentos resuena en los oídos de todo el mundo al ser uno de los responsables de Cloud Atlas junto a los creadores de Matrix, se arriesga en este sugerente film que roza por un lado lo experimental y por otro cierta teatralidad para exponer las aristas retorcidas de las relaciones humanas representadas desde un triángulo amoroso con el trasfondo de la crisis de los 40 en su faceta más existencial. Eso es a grandes rasgos lo que define el universo cinematográfico de 3 (Drei), un relato plagado de reflexiones sobre la vida, el amor, el sexo y la muerte a partir de la utilización de dos elementos que desde el punto de vista narrativo abren espacios a la multiplicidad y ensanchan las posibilidades de yuxtaponer estas historias de tres personajes: las simetrías y los paralelismos. El destino y el libre albedrio así como la trascendencia como meta humana también entran en juego en la trama que desde el primer minuto, donde un travelling -acompañado de una voz en off- nos confronta en nuestra pasividad de espectadores con las ideas que se desarrollarán en el relato, refleja a las claras la ambiciosa película que el director de Corre Lola corre tenía entre manos. Los actores Sophie Rois y Sebastian Schipper interpretan en este caso a una pareja alcanzada por la rutina y el desgaste de 20 años de convivencia y con la necesidad de búsqueda de nuevos aires y horizontes, puertas afuera. Ese deseo inconfesable por ambos, quienes continúan interpretando su rol de esposo y esposa en la dinámica de la pareja se ve concretado cuando entra en escena el tercero en discordia en la piel del actor fetiche del cine alemán contemporáneo Devid Striesow. El triángulo amoroso no tarda en construirse pero se bifurca en dos direcciones que no son otra cosa que una relación heterosexual y otra homosexual como cachetazo a las convenciones más conservadoras que hacen del matrimonio y la familia nuclear un valor inquebrantable. Sin embargo, al elemento de la relación entre los tres se le integran todo tipo de variables rayanas al experimento de carácter social y psicológico, en el que prevalece por sobre todas las cosas la ironía del realizador alemán y para quienes no reparen en este detalle simplemente basta con decir que observen el desenlace del film donde todo ese entramado y circulo cierra de manera perfecta. La mezcla de registros que van del melodrama más crudo a los enredos con paso de comedia y a la sobre exposición desde el punto de vista de la actuación son un verdadero hallazgo para una película diferente, que data del 2010 y que solamente se había podido ver en el festival de cine alemán.
Anexo de la crítica Si bien el guión de Mentiras mortales -Arbitrage- no es un dechado de originalidad, cumple con su cometido al desarrollar con solidez y buena construcción de personajes y conflictos un thriller que escapa del claustro judicial para abordar con eficacia los oscuros intereses de un millonario dispuesto a traicionar valores o principios morales en beneficio de su círculo de bienestar y confort, que sabe nadar en un océano de hipocresías y mentiras sin que el agua termine por ahogarlo en la culpa. Los personajes secundarios cumplen un rol importante pero es justo decir que en el caso de Susan Sarandon por ejemplo el arquetipo de la esposa cómplice o negadora se halla bien representado, no así el estereotipo del millonario frio y calculador al que Richard Gere logra aportarle matices y deja crecer escena tras escena en una curva de transformación progresiva que avanza hacia la desesperación.
Anexo de crítica Varias vertientes narrativas confluyen en la recientemente nominada al Oscar en once rubros Una Aventura extraordinaria –Life of Pi-: en la superficie es la historia de un naufragio protagonizada por Pi Patel –Suraj Sharma en su etapa adolescente, Irrfan Khan para su adultez-quien durante los 7 meses que duró su travesía marítima debió sobrevivir no sólo a la hostilidad de la naturaleza sino a la ferocidad de su compañero de viaje, un tigre salvaje de Bengala perteneciente, como otros animales, al zoológico familiar; más en lo profundo, se despliega la historia de un adolescente que en su niñez procuró abrazar todas las religiones para poder entender finalmente la fe y que en una etapa de crisis espiritual se halla a la deriva por decirlo de algún modo simbólico entre creer y no creer; la tercera corriente que atraviesa este inmenso océano narrativo se entrelaza con la segunda versión de la misma historia y tiene que ver con una épica de la superación en situaciones límites, que se reviste de todos los artilugios de la narración y la imaginación para volverse un relato de dimensiones extraordinarias, como aquellas novelas de Julio Verne o Emilio Salgari, ricas en descripciones de mundos imposibles o desconocidos que invitan a la aventura del conocimiento. Poco importa descubrir la manipulación digital para dar vida al tigre o a los animales que sobreviven en el bote junto a Pi, segmento que conmueve por su intensidad dramática además de impactar visualmente gracias a la fotografía del chileno Claudio Miranda, así como tampoco puede dejarse de lado la primera mitad del film donde el director Ang Lee adopta y adapta a su película el estilo de Bollywood-así se denomina a la industria Hindú- con un atractivo arraigo en lo tradicional pero sin descuidar los aspectos formales y sin caer en exotismo carente de contenido.
A las piñas y con sonrisa socarrona Con Jack Reacher: Bajo la mira, la garantía de entretenimiento está asegurada si el espectador consiente de antemano que esta nueva adaptación literaria de un personaje con características de héroe, que Tom Cruise encuentra en un momento particular de su carrera, será de aquí en más una auto parodia de sí mismo y una parodia sobre un género más que explotado por la industria hollywoodense y por las malas copias de Francia, por citar claros exponentes. Luego de una breve investigación y en base a datos que aportan aquellos fervientes lectores de la creación del escritor Lee Child, en una serie de novelas que ascienden a la friolera de 17 (la que nos compete es la novena) el protagonista Jack Reacher es un rubio que mide dos metros, galán a lo James Bond y dista mucho de esta composición pergeñada por Cruise y compañía. La decisión de lavar por decirlo de algún modo todo sex appeal y jugar la carta del histeriqueo masculino es un verdadero hallazgo que se suma a un tono más relajado en lo que a película de género dicta pero sin perder de vista los elementos rectores de un thriller estándar, con una buena trama para desarrollar ideas y mantener la atención de un espectador habituado a jugar el rol de investigador en identificación con el personaje. Bajo la estructura clásica de un misterio, en este caso un frio ataque de un francotirador que se cobra la vida de cinco civiles a plena luz del día y que pide una vez atrapado por la policía a Jack Reacher, todos los resortes de una investigación detectivesca, en paralelo a la oficial, y junto a una abogada defensora (Rosamund Pike), quien intentará que a su cliente no le apliquen la pena de muerte promocionada por el fiscal de distrito (Richard Jenkins), revela una compleja red de corrupción ligada a los asesinatos y donde la principal sospecha recae en una constructora multinacional, cuya cabeza operativa no es otra que un villano siniestro al que el genial Werner Herzog le imprime personalidad y autenticidad. Atar cabos, trenzarse a las trompadas con un par de muñecos que se cruzarán en el camino y siempre al margen de la ley, son las únicas motivaciones que este vagabundo ex-militar toma de aliciente para transitar una vida opaca, rodeado de cinismo e hipocresía y harto de un sistema que no defiende al más débil y premia al fuerte. Así las cosas, se debe además sumar la presencia de Robert Duvall con su digna vejez a cuestas y un retrueque constante de diálogos filosos con el protagonista para que el convite resulte satisfactorio para todo aquel espectador que vaya a ver un thriller, que no escapa a los lugares comunes y tampoco cuenta con una dirección prodigiosa de Christopher McQuarrie (guionista de Los sospechosos de siempre y también de El turista), aunque el estilo noventoso de la puesta en escena hace que salga airoso en las secuencias de acción –especialmente una persecución automovilística “alla Bullit”- pero sin caer en espectacularidad o grandes despliegues visuales. El crecimiento de este nuevo antihéroe, parco, sagaz, dependerá mucho de este primer asalto en una pelea con contrincantes de fuste como Bond, el retorno de Arnold ex-governator y del mismísimo Bruce Willis con otro film de la franquicia Duro de matar, figuritas repetidas pero esperadas para este 2013 que comienza a las piñas y con una sonrisa socarrona.
Anexo de crítica: -Con este film que amalgama conceptualmente hablando la filosofía y frescura de un dibujo animado acompañado para explotar desde lo creativo con las posibilidades visuales que en manos de personas capaces se vuelve prácticamente infinita, los estudios del ratón más famoso del mundo alcanzan la cima tan buscada y esperada con Ralph, el Demoledor. El nuevo desafío de Disney a partir de este gran paso en lo que a película de animación infantil se refiere es seguir apostando a las buenas ideas más que a la técnica para llevarlas a buen puerto porque en términos formales resulta injusto exigir más a la animación digital, pero al mismo tiempo necesario para que ese maravilloso puente de la imaginación no se acorte en especulaciones comerciales, repetición de fórmulas sin sustancia y sirva de pasaje creativo hacia nuevos y ricos universos como este que puede disfrutarse desde el primer al último minuto.-