Anexo de crítica: -Los creadores de Matrix ya habían recurrido en las aventuras de Neo a lecturas filosóficas, nociones básicas de la física cuántica y a Castañeda pero en esta oportunidad con esta adaptación de una novela que en los papeles resultaba infilmable explotan todos estos elementos a un nivel de pretenciosidad a la altura del proyecto que se traían en mano para regalar junto a Tom Tykwer una épica colosal que bajo la dialéctica de la libertad y la presión entrelaza 6 relatos ricos en subtramas y personajes logrando un producto cohesionado, atractivo y sumamente interesante para todo tipo de exigencia de público.-
Anexo de crítica: -Un drama duro y muy bien llevado gracias a las impresionantes actuaciones de Naomi Watts y Ewan McGregor, aunque los infantes no se quedan atrás y se complementan con el verosímil de esta trama que bordea los caminos del melodrama familiar en el contexto de una catástrofe natural sin arribar a golpe bajo alguno pero explotando las fibras sensibles y los resortes dramáticos al extremo para ganarse la empatía del público.
Vengo a ofrecer tu corazón Fabián Forte y Demián Rugna son dos realizadores independientes vinculados al género fantástico y de horror, batalladores por un cine de bajo presupuesto y de calidad que recién ahora comienza a verse con otros ojos desde las huestes del INCAA. Sabido es el rechazo a todo proyecto considerado de carácter menor y el prejuicio del público local cuando de cine argentino se trata y mucho más si detrás de esa palabra se liga otra como terror o ciencia ficción. Por eso Malditos sean! (título anómalo y caprichoso si los hay) es el claro ejemplo de las potencialidades del cine de género bien realizado pero autoconsciente de sus propias limitaciones de presupuesto, con un resultado satisfactorio en lo que a propuesta global implica dado que la unión de dos directores talentosos desemboca en buen puerto siempre que las ideas y el horizonte estén bien definidos. El proyecto de Forte y Rugna mama influencias de íconos como Cuentos de la Cripta, Creepshow o Cuentos asombrosos desde el punto de vista de estructura narrativa al entrelazar tres cuentos o historias, cuyo nexo está representado por un personaje intrigante y oscuro que tiene contacto con demonios o puede invocar fuerzas oscuras. El curandero Ulises entronca los relatos aledaños, que se contextualizan en diferentes espacios y tiempos. Así, la novedad y el riesgo del meta discurso al apelar a la atroz dictadura militar en el 79 con un grupo de tareas que irrumpe en una vivienda habitada por una anciana enigmática y en busca del tal Ulises, señalado como foco subversivo. Nada más terrorífico que ese momento histórico para hablar precisamente de horror o terror. En continuidad, la segunda historia se concentra en los avatares y la pesadilla psicológica de un asesino a sueldo perseguido por el fantasma de un niño –muy bien logrados los climas y las apariciones- que lo utilizará como vehículo ejecutor de su propia venganza, en la que se destaca una caja que demanda corazones, clara referencia a Clive Barker y su Hellraiser. Y el broche de oro es quizá la historia más delirante y donde realmente se destaca el ingenio y la libertad creativa de ambos directores en una mezcla de gore, giallo, humor y cine bizarro en el que un grupo de pitonisas que leen la borra de café reciben la visita de una persona que atrae la mala suerte y en este caso no sólo eso sino que atrae a un demonio sangriento y con la particularidad de seguir a aquellos que poseen algún elemento de oro. La amplitud de elementos y detalles de este opus que alcanza grandes picos en lo que a factura técnica respecta, donde debe destacarse por un lado la buena fotografía y los efectos especiales físicos de Rabid FX, son sin lugar a dudas un aliciente para propuestas de este nivel de riesgo que merecen el apoyo del público teniendo en cuenta la enorme cantidad de productos norteamericanos vergonzosos que se estrenan comercialmente con el quíntuple de presupuesto y producción pero vacíos de contenido. Los premios que ya obtuvo en festivales especializados avalan su calidad y esperemos que este 2013 sea por fin el comienzo de una nueva era para el cine independiente argentino con apoyo tanto institucional como de audiencia.
Sonria... lo estamos sacrificando Bienvenido un comienzo de año tras las profecías apocalípticas del fin del mundo donde una película de terror en apariencia totalmente descartable abra el espacio a la reflexión apelando a un mix de recursos e ideas recicladas que dan como resultado la rareza en que se termina convirtiendo La Cabaña del Terror. Mostrar estereotipos y convenciones con el fin manifiesto de deconstruir es el principal objetivo que persigue esta película que tiene entre su guionista estrella a Joss Whedon y también a Drew Goddard, quien además se encarga de la dirección. Durante los primeros 15 minutos asistimos a la presentación básica de un grupo de adolescentes bellos, dispuestos a pasar un buen rato en una cabaña, alejados de la rutina y preparados para la fiesta y el reviente. No falta el par de féminas sexis, rubia y pelirroja con poco cerebro, el amigo drogón y divertido y el afroamericano nerd que de todas maneras se puede sumar al grupo sin problemas. Pero ni bien traspasamos esa barrera del convencionalismo más estructurado, se empieza a notar un ligero cambio de rumbo en la historia cuando aparece en escena una suerte de grupo encargado de informar que las víctimas ya partieron y que todo está en orden. La partida en cuestión tiene por destino una cabaña en un pueblo poco amistoso y ese es el escenario que en realidad forma parte de la puesta en escena de una suerte de reality que prepara para cada uno de los participantes involuntarios una serie de torturas seguidas de muerte y perpetradas por diversos monstruos elegidos no por azar y desde un control que monitorea y ejecuta cada acto y capítulo de este macabro espectáculo del morbo, el cual no ahorra en truculencia, sangre, tripas y humor cínico y corrosivo, bajo un pleno uso de su autoconciencia. Sin adelantar mucho más de una trama que parte de la idea de la meta narración; del singular desglose de lugares comunes que dialogan intertextualmente desde el relato con diversos estilos del terror y sorprende por los recovecos en los que decide transitar, no es exagerado rescatar una rareza tan bien pensada desde el género o los subgéneros que la atraviesan. La muestra de que cuando detrás de un guión existen ideas y riesgo para ponerlas a trabajar y que de ese conjunto se disparan capas narrativas que permiten lecturas distintas sobre un mismo hecho o situación queda reflejada en este film, que por un lado desmitifica que el cine de terror no pueda ser reflexivo o profundo sin dejar de contentar a aquellos espectadores sedientos de gritos histéricos, hemoglobina a borbotones o torturas estilizadas, las cuales muchas veces hacen de la experiencia del dolor ajeno algo tan irreal que se pierde la verdadera dimensión de la emoción. La Cabaña del Terror tampoco escapa a su faceta lúdica y entretenida, completamente empapada por una cinefilia no academicista y mucho menos arrogante sino en sintonía con algunos iconos de un terror que ya prácticamente no existe y que buscaba salpicar de cierta forma la conciencia del espectador cuando la sangre y el dolor le llegaban a los ojos y desde los ojos a la cabeza.
El futuro imperfecto Resulta más que una obviedad decir que el interés de la directora argentina Celina Murga por los adolescentes o los niños es evidente desde sus primeros trabajos en lo que a largometraje se refiere. Ella tendrá sus explicaciones o justificaciones para adentrarse en ese pequeño universo, poblado por mentes en desarrollo, que a su vez reflejan el arrastre de ciertas cicatrices sociales que lejos de sanarse supuran y cada vez con mayor intensidad. Al practicar un despojo de una mirada ingenua -o con cierto atisbo romántico- en el amplio sentido del término lo primero que se puede descubrir en Escuela Normal, opus documental y fronterizo con la ficción, es que el microclima de un Centro de Estudiantes del colegio Normal 5 de Paraná (colegio al que asistió Murga) funciona como reflejo distorsionado de la realidad política argentina: murmullo de consignas huecas y falta absoluta de propuestas con acciones concretas que hacen del juego de la política precisamente un juego que se debe ganar sin saber muy bien para qué. El primer interrogante que lejos de responderse se acentúa es entonces para qué sirve un centro de estudiantes sino para canalizar o representar el interés común de alumnos, en vez de para poner en acción un pseudo proyecto no inclusivo y personalista. Hay muy poca enseñanza detrás de una experiencia de este calibre porque no alcanza con el debate de ideas cuando todo termina siendo exactamente igual. La virtud de esta cercanía que logra la realizadora de Ana y los otros con una cámara que procura mantener una distancia dentro de ese caos es justamente multiplicar el atolladero de voces que no conducen a ningún lugar salvo la de los protagonistas de este film: una alumna que cuestiona las referencias a Dios en la Constitución Nacional y que adscribe al lema de su partido que se debe votar con responsabilidad -también es la que cuestiona a un docente la distribución proporcional en un acto comicial donde se reparten bancas-; la infatigable Machaca, quien recorre los pasillos del colegio, soluciona problemas y procura mantener un equilibrio entre alumnos y docentes ganándose cada centavo de su magro sueldo porque no dirige desde un escritorio. Y como contrapartida otra alumna que se da cuenta de que no está preparada para ejercer alguna responsabilidad porque ante la primera crítica recibida, desiste. El film de Murga (responsable del guión junto a Juan Villegas) llega justo en un momento donde se habló a lo largo del año que se acaba de ir del voto a los 16 (ya aprobado en el Congreso) y donde la educación a nivel nacional experimenta su mayor decadencia, con deserción de alumnos que deben elegir si trabajan o estudian no por tener la posibilidad de hacerlo -claro está-, en ese sentido es elocuente el corto segmento en que Murga escudriña en la antesala de una reunión entre docentes donde la claridad del análisis y de los problemas de la educación aparecen sin discursos ni falsas estadísticas y acompañados de resignación cuando el Estado está ausente de las necesidades de la gente. Ahora bien, en lo que al documental específicamente se refiere el único defecto surge en lo anecdótico y reiterativo que se vuelve este recorrido, dividido entre charlas triviales, clases, preparación para las elecciones estudiantiles y el escrutinio final, que si bien no pierde dinamismo en su conjunto tampoco descubre atajos o espacios novedosos más allá de un acotado mundo escolar. Se recomienda a los lectores interesados ver el documental La Educación Prohibida (Youtube lo tiene disponible) para así comparar realidades y ensanchar la mirada sobre un fenómeno complejo como el de la educación argentina.
Paz y espiritualidad La corta pero intensa vida del artista Bob Marley queda perfectamente resumida en este interesante documental, el único testimonio cinematográfico autorizado por su familia, que cuenta entre sus productores con uno de sus 11 hijos Ziggy Marley y la dirección de Kevin Macdonald, responsable de El último Rey de Escocia y de otro documental llamado Touching the Void. Si bien la estructura narrativa no escapa al convencionalismo y al orden cronológico con un enfoque desafectado que reúne por un lado testimonios de familiares, hijos, compañeros, amigos y allegados al cantante y compositor (entre quienes se destacan el propio Bob Marley, Rita Marley, Bunny Wailer, Ziggy Marley, Lee Perry), también exhibe muchas facetas positivas de Bob Marley para erigirlo al nivel de mito pero sin descuidar su parte terrenal, humana y su particular mirada sobre el mundo y la vida desde los postulados de la filosofía rastafari. Las imágenes de archivo conseguidas, muchas de ellas aportadas directamente por sus familiares, son tan valiosas como algunos entrevistados que se entrelazan en un relato que maneja el salto temporal de pasado a presente de manera fluida y sin cortes abruptos. Los nombres más conocidos que aparecen en pantalla como cabezas parlantes son por ejemplo el de Peter Tosh, guitarrista en un periodo corto del grupo con el que comenzara Marley, The Wailers, quien por diferencias artísticas y personales dejó de participar de las giras que progresivamente llevaron la música reggae fronteras hacia afuera y que a través de su legado musical se expandiera como propuesta pacifista frente a las miserias humanas y a los políticos. El compromiso de este cantante que encontró en la música desde su temprana infancia el vehículo catalizador para transmitir su mensaje y sus emociones marca a fuego toda su preocupación vital; toda su lucha silenciosa contra los prejuicios, los odios de clase y sobre todo el racismo al haber nacido como mestizo por ser hijo de padre blanco y madre negra. Dos puntos de inflexión marcan el derrotero de su vida y también de este documental que abraza desde sus imágenes el espíritu y la filosofía rasta, recorre cada gira con fragmentos de shows plasmando el crecimiento artístico y la expansión continental: el activismo político sin banderas y con la única consigna que se resume en una poderosa frase One love por un lado coronada en un recital histórico en Jamaica donde logró que los adversarios políticos se tomaran de las manos en plena convulsión y momentos de violencia de la que fue víctima al ser herido de un balazo en un atentado y por otro la lucha silenciosa contra un melanoma que devino en cáncer terminal y que lo apagó para siempre a los 36 años, con el final de sus días en Alemania y sin su maravillosa cabellera rasta, mutilada cruelmente por la quimioterapia. Por momentos resulta conmovedor reconocer en un hombre pequeño y tímido a un gigante con un corazón completamente abierto hacia el prójimo y un ego del tamaño de una uña que comprendió rápidamente que la única forma de trascender es dejar de ser lo que los otros quieren que seas y vivir el presente como si fuese el último día, porque el descanso aletarga al espíritu y alimenta la inercia que se manifiesta de diferentes maneras y de formas a veces impredecibles. Seguramente este rastaman, sabio y humilde, tuviese sus dobleces como cualquier mortal y sus errores que el documental no descubre ni sale a buscar es cierto pero más allá de ese defecto que puede deberse a un criterio selectivo o de devoción a su figura y su música resulta innegable su transparencia como persona sencilla y su entrega absoluta a la música, al público y a su gente.
Alma mía, mía El mítico pacto con Mefistófeles narrado por el escritor alemán Goethe en Fausto es la historia elegida por el cineasta ruso Aleksander Sokurov para dar cierre a su tetralogía sobre el poder y las ambiciones humanas que comenzaran con el film Moloch (1999), luego con Taurus (2001) y El Sol (2005), todas ellas para retratar las figuras de Lenin, Hitler e Hiroito, líderes políticos que ambicionaron el poder hasta decir basta. En este caso particular si bien no hay una figura histórica de peso, la premisa que se inspira libremente en los textos del recién citado escritor alemán resalta a dos personajes que llevarán la carga dramática sobre sus hombros durante el desarrollo de las casi dos horas y media de película donde la belleza estética y cinematográfica de encuadres preciosistas contrasta con una fealdad manifiesta en sintonía con las oscuras intenciones del doctor Fausto (Johannes Zeile) que vende su alma al diablo, mejor dicho a un emisario del propio Satanás (Anton Adasinskiy) para obtener por un lado el amor de Margarita, una joven a quien el propio doctor le asesinó a su hermano y por otro a la eterna juventud a pesar del costo que eso puede significar. En la primera secuencia donde la cámara desciende desde el cielo hacia la tierra queda planteada entre cadáveres la primera de las preguntas que el film no podrá responder: ¿existe el alma? Para el doctor Fausto el interrogante es el motor de su experimentación, tanto en el campo de la medicina como en el terreno de lo filosófico. Sin embargo, en esa Edad Media donde se contextualiza la película, la muerte, la enfermedad y el hedor de cuerpos que caducan y perecen -como las ideas- ocupan el centro de todo y amenizan un largo camino en el que el protagonista y su acompañante, enviado por Lucifer para tentarlo, intercambian pareceres y se debaten dialécticamente entre los placeres terrenales de la juventud y el sin sentido y la futilidad de la vida. Solamente la película de Sokurov encontrará su público en aquellos que conozcan sus anteriores trabajos como El Arca Rusa o Madre e Hijo por citar los más conocidos pero podrá resultar realmente tediosa si se la reduce meramente a la adaptación de la novela de Goethe o si se la toma de manera literal sin capacidad de abstraerse y dejarse llevar por sus imágenes; perturbar por sus monstruos y reflexionar por sus ideas filosóficas y su carácter de ensayo sobre la condición humana en todo su esplendor.
Épica en tamaño small Hay dos antecedentes negativos y uno positivo detrás del proyecto de esta nueva trilogía que rescata la mitología de J R R Tolkien, su mundo de fantasía y heroicidad, que el director Peter Jackson se propone convertir en otro hito cinematográfico como el que generara El Señor de los Anillos, película ovni que marcara un antes y un después en términos de género fantástico cinematográfico con un pesado interrogante que El Hobbit deberá responder: ¿se puede superar aquella trilogía? Los antecedentes negativos a los que hago referencia son precisamente el fantasma de la trilogía muy vigente y marcado a fuego en el espectador que vivió en las salas de cine esa épica majestuosa por un lado y por el otro lado el libro en cuestión, ya que la historia central no se conecta del todo con la aventura de Frodo y Aragorn sino que simplemente introduce las peripecias de Bilbo Bolson, personaje secundario si los hay y que fuera opacado por el ya nombrado Frodo en la trilogía de Jackson. Pero en el director es donde se concentra el aspecto positivo de esta empresa; en su capacidad narrativa y en su inventiva visual que se vale de la tecnología y de los recursos del nuevo cine 3D para mutar el concepto de la épica narrativa por el de la épica tecnológica. A El Hobbit, un viaje inesperado le falta épica y dramatismo, pero esa falencia se suplanta con un tono menos solemne y que apuesta a la frescura y al humor para impregnar un viaje iniciático protagonizado por un personaje no apto desde la naturaleza para la aventura toda una serie de elementos que en su conjunto conforman un mix interesante y novedoso, donde sin lugar a dudas el apartado visual se lleva la mejor parte. El otro pilar donde descansa la propuesta de Jackson, con la colaboración en el guión de Fran Walsh y Philippa Boyens y algún que otro aporte de Guillermo del Toro -quien se iba a hacer cargo de la dirección- lo constituye la presencia de Martin Freeman (conocido por la serie británica The Office) caracterizando a Bilbo y encontrando el equilibrio justo entre la torpeza del principiante y la valentía y astucia de alguien que en definitiva busca la aventura en el afuera y no en el adentro. Parte de esa premisa corona por decirlo de algún modo el planteo básico de este relato elemental que extrae de lo cotidiano o de situaciones mundanas pequeños destellos de hazañas personales como si parte del aprendizaje y del crecimiento -en el sentido iniciático de la palabra- fueran lo suficientemente trascendentes para preparar la aventura. Ese recurso inteligente también está ligado a un evidente manejo de la narración y al operativo de estiramiento excesivo para justificar el desglose de un solo libro en tres películas, con una duración exagerada que seguramente le juegue en contra no tanto a la narración sino a la trama central porque las digresiones y el alargamiento de secuencias no pasa desapercibido. El ejemplo de este despropósito aparece ya en la primera mitad en la que el protagonista ve interrumpida su tranquila cena por la llegada de trece enanos y el infaltable Gandalf (Ian McKellen) para persuadir a Bilbo de que se sume a la causa de los enanos: recuperar el reino de Erebor, usurpado por el dragón Smaug, asignatura pendiente de Thorin (Richard Armitage), hijo del rey de los enanos, decapitado por el enemigo en un sangriento combate, donde la espectacularidad del nuevo sistema HER 3D que permite al ojo del espectador ver 48 fotogramas por segundo agrega un plus a la experiencia cinematográfica. La incorporación de este formato para algunos será tan contrastante y difícil de asimilar porque las texturas de la imagen se asemejan a la que se puede percibir en un documental pero la belleza intrínseca de la fotografía, sobre todo en paneos de paisajes saturados de brillo y luminosidad por el efecto en el tratamiento de la imagen, se pierde. Sin embargo, no se necesita exclusivamente de este sistema para encontrar en cada secuencia de acción la marca distintiva de Peter Jackson y su equipo de creativos para diseñar batallas cuerpo a cuerpo deslumbrantes; vértigo y adrenalina para escenas sofisticadas desde el punto de vista de la puesta en escena y hasta el guiño cinéfilo que por ejemplo transforma a un trío de trolls en Los tres chiflados. La yuxtaposición con personajes del Señor de los Anillos que no aparecen en el libro original como la elfa Galadriel también es una jugada arriesgada pero que en el resultado final sale bien porque teje las redes invisibles entre esta aventura y su secuela como si fuese parte de la misma historia cuando en realidad no es del todo cierto en lo que a la saga literaria respecta. Párrafo aparte merece el retorno de el Gollum, criatura encantadora y de una sensibilidad impactante que gracias a la ductilidad de Andy Serkis y a su expresividad corporal y gestual engalana la pantalla y el convite en la mejor secuencia de no acción de la película donde se produce un verdadero duelo dialéctico e interpretativo entre Freeman y el susodicho Serkis. El Hobbit: Un Viaje Inesperado no defrauda a nadie pero tampoco logra impactar o deslumbrar más que nada por tratarse de una aventura sin la carga dramática y la intensidad de su espejo: El Señor de los Anillos.
Dos mujeres en pugna En su segundo largometraje como directora, la cantante pop Madonna (que por esas causalidades se encuentra en Argentina) utiliza el recurso de la historia especular para adentrarse en la tórrida relación que tuviera el Rey Eduardo VIII (James D''Arcy) con su amante norteamericana Wallis Simpson (Andrea Riseborough) y que se presentara como El romance del siglo, al igual que el título local del film cuando el original es W.E, que hace obvia referencia a las iniciales de ambos amantes. En paralelo a lo histórico -que también fuese tomado como subtrama para la película ganadora del Oscar El discurso del rey- se desarrolla otra historia también protagonizada por una Wallis Simpson (Abbie Cornish) completamente alejada de las intrigas palaciegas pero que comparte con aquella mujer que provocó semejante escándalo a la corona británica un derrotero de angustias, maternidades frustradas y violencia más allá del romance clandestino con un poeta ruso que aporta un condimento dramático extra al relato. La Wallis del presente mira con un dejo de admiración a la histórica; se deslumbra por ese mundo de joyas y lujo inalcanzable y sufre de la misma manera y los mismos dolores. Eso es a grandes rasgos el planteo narrativo que Madonna matiza con una fuerte dosis de esteticismo, encuadres pictóricamente bellos y un estilo similar al que su ex pareja Guy Ritchie emplea habitualmente en sus trabajos y que la diva asimiló sin ningún problema. Sin embargo, los raptos de manierismo se agotan en sí mismos y el guión acusa desprolijidades y cierta falta de rumbo que se hace evidente luego de una primera mitad aceptable, con un ligero repunte promediando los últimos 20 minutos. Tampoco se puede cuestionar que Madonna haya impregnado a su película con una mirada feminista más que femenina en el amplio sentido del término para dejar un sabor agridulce en el paladar de un espectador más exigente y un eficaz uso de la corrección política a fin de ganar público y evitar todo tipo de controversia, aunque la crítica tanto inglesa como norteamericana haya destrozado su obra y cuestionado sus intenciones.
Rumbos cruzados El debut cinematográfico en solitario de Dieguillo Fernández, Uno, explora por un lado la relación entre un extraño citadino y una niña que ha quedado huérfana y desprotegida tras el suicidio de su padre y por otro los cambios de rumbo repentinos cuando el azar interviene en el camino de los personajes. El protagonista de este relato es Sebastián Oviedo (Luciano Cáceres), un arquitecto que está atravesando una crisis con su pareja Ana, quien no tiene intenciones de recomponer la situación. Preso de la inercia y para cambiar un poco de aire, Oviedo pasa por un pueblo muy pequeño y allí lo intercepta Mariela (Camila Fiardi Mazza), una misteriosa niña vestida para comunión que lo considera un enviado de Dios, producto de sus rezos para que alguien se haga cargo de ella al haberse quedado sola en una hostería, única herencia de su padre pero botín de guerra de su enemigo Barrera (Carlos Belloso), quien reclama el lugar y la potestad sobre la niña. A partir del encuentro azaroso, Sebastián Oviedo se transforma en Sebastián Cossio dado que la muchacha les dice a los lugareños que se trata de su tío que la vino a cuidar y a vivir con ella. Superado por la situación y en medio de una crisis de identidad, Sebastián entabla un vínculo importante con Mariela y asume el rol de tío a sabiendas de que la mentira tiene patas cortas y que no puede hacerse cargo de ella cuando apenas lo intenta con su vida, pero el pasado de la pequeña Mariela interrumpe con más intensidad y eso lo obliga a quedarse más de la cuenta en el lugar para intentar recomponer situaciones y encontrarse a sí mismo además de hacer algo por el otro. El film acierta a la hora de construir la relación entre ambos personajes que se va acrecentando con el correr de los minutos en climas de intimidad bien logrados por el director, quien se apoya bastante en la presencia de Luciano Cáceres para conseguir profundidad en la relación. El otro acierto es la incorporación de Carlos Belloso como personaje secundario, que hace las veces de antagonista, así como una convincente Silvina Bosco en un doble papel para cerrar un reparto sólido. La virtud de Dieguillo Fernández en este debut cinematográfico radica en la sencillez del relato que nunca cae en morosidad o pierde interés a pesar de que se trate más que nada de una anécdota desde el punto de vista narrativo.