Anexo de crítica: La soledad, la vejez y la sensación de no pertenecer a ninguna parte son los tópicos que sutilmente se ponen en juego en la trama de esta segunda película del director Pablo José Meza (Buenos Aires 100 kilómetros), quien apela al detalle y a una narración que se apoya fundamentalmente en sus dos protagonistas Adriana Aizemberg y Martín Piroyansky para retratar con melancolía y sutileza el mundo de dos almas solitarias. Tal vez por la mínima anécdota la duración le juega en contra. No obstante, Meza demuestra habilidad para manejar los tiempos muertos y para dirigir actores. …
Sopor en Venecia La única sorpresa que puede generar esta remake norteamericana de la original francesa El secreto de Anthony Zimmer (Jérôme Salle, 2005, protagonizada por Sophie Marceau e Yvan Attal) es sin lugar a dudas la escasa recaudación de taquilla (costó 100 millones y todavía no llega a recuperar ni la mitad) desde lo que en apariencia hubiese sido un boom por contar nada menos que con dos figuras convocantes como Angelina Jolie y Johnny Depp entre sus filas. El turista se apoya en el modelo de la comedia de espionaje romántica, como podrá verse desde el vamos, pero la chatura de un guión elemental termina por desperdiciar todos aquellos elementos que pueden generar cierta atracción en un film: personajes bien construidos, situaciones de enredo o escenas de acción imponentes y una vuelta de tuerca menos previsible que la elegida en este caso. Tampoco la pareja protagónica aporta algo interesante para subir el nivel de la trama, ciñéndose pura y exclusivamente a las coordenadas del guión dejando en claro que su preocupación no era otra que cobrar un abultado cheque. Otro despropósito lo constituye la convocatoria del director Florian Henckel von Donnersmarck, quien había participado nada menos que en la laureada La mirada de los otros. Este coqueteo con Hollywood lo perjudica porque su dirección roza lo básico e incluso a veces parece desganada. La historia es sencilla: Elise (Angelina Jolie) intenta despistar a Scotland Yard, encabezado por Paul Bettany y un par de secuaces, que viene siguiéndole el tranco para atrapar a su amante Alexander Pearce, un ladrón que se alzó con el botín de un mafioso ruso (que por supuesto también lo persigue). Recibe una carta del misterioso Pearce, quien la cita en Venecia y le pide que se busque un señuelo para que lo confundan con otra persona. La victima de turno será un turista norteamericano (Johnny Depp), a quien la mujer seduce de inmediato durante el viaje en tren hacia Venecia. Así las cosas, el ingenuo norteamericano se verá involucrado en una aventura soporífera para el espectador donde es blanco tanto de la mafia rusa como de los agentes británicos, sin saber que todo eso forma parte de un plan de Elise. El simplismo de la trama, que no acierta en lo más mínimo en el humor ni en las escenas de supuesta acción, recurre a las postales de Venecia como si se tratara de un folletín turístico; recurso habitual en este tipo de películas que no saben a dónde quieren llegar. Al juzgar por el resultado final quedan en claro tres cosas: el elenco la pasó de maravillas paseando por Italia; Johnny Depp suma una mala película a su filmografía y Angelina Jolie una candidatura a los Globos de Oro inexplicable; y por último, el público debería aprender que los nombres estelares no siempre garantizan calidad.
Alicia, la mujer maravilla ¿Cuál sería el desafío de una cantante pop que incursiona en el cine? Un papel que suponga ciertas cualidades dramáticas donde pueda apreciarse si verdaderamente sabe actuar. Piénsese por ejemplo en Madonna demostrando que canta mucho mejor de lo que actúa y para no irnos tan lejos baste como botón de muestra las penosas apariciones de Britney Spears en el cine, confirmando que no hay excepción a la regla. Ahora bien, Burlesque o Noches de encanto -como se la estrena en nuestro país- es un show de la cantante Christina Aguilera dentro de una película mala que es un musical con poco brillo y mucho artificio. La voz estruendosa –no así la actuación- de la blonda y sexy Aguilera atraviesa la pantalla cada vez que vocaliza pero el resultado cinematográfico de esa experiencia no está a la altura de la energía que transmite su voz y sus gritos. Tampoco su coprotagonista Cher como la dueña del teatro, que otrora deslumbraba a sus comensales cada vez que pisaba las tablas, convence en sus escuetas performances. Si bien no ha perdido la voz, el repertorio elegido no la deja lucirse. Lo contrario ocurre en las escenas donde juega el dramatismo que permiten reconocer a una buena actriz detrás de todas las cirugías estéticas. De la historia de la chica de campo que viene a triunfar con su talento escondido al feroz mundo de la ciudad y lo consigue cuando le dan esa oportunidad en el Burlesque no hace falta agregar ni una coma. El guión es eso y nada más, con el agregado de la consabida historia de amor con el muchacho equivocado (Gam Gigandet) y una amenaza de cierre del local en la mira de un inescrupuloso emprendimiento inmobiliario (¿Christina Aguilera asesora financiera? no será mucho). Steve Antin, director debutante, sostiene el ritmo del relato sin problemas aunque no aprovecha las ventajas de la pantalla grande para un despliegue visual de musical; no imprime movimiento a las escenas concentrándose demasiado en los cuadros de la coreografía que tiene como foco de atención -claro está- a Ali (Christina Aguilera) y al resto de las chicas en un segundo plano, la mayoría mucho más hermosas por cierto. El patético rol que cumple Alan Cumming y una desaprovechada Kristen Bell como antagonista y rival que no funciona lo suficiente para opacar a Christina Aguilera (que hace lo mismo que en cualquiera de sus shows ni más ni menos) son apenas algunas falencias de este fallido intento por mostrar un tiempo donde la sensualidad reinaba en el escenario; la sexualidad se sugería con el rostro y el cuerpo y las luces escondían el maquillaje.
Vacuidad y glamour Tras su experimento cinematográfico con María Antonieta, film que cosecha adeptos y mayormente detractores, Sofía Coppola vuelve con Somewhere, en un lugar del corazón a transitar los caminos de la introspección y de la mirada lúcida sobre sus personajes. En esta película prevalece la cadencia de Perdidos en Tokio, así como la búsqueda estética más adecuada al estilo de la realizadora con una fuerte presencia de la banda sonora a cargo del grupo Phoenix (cuyo líder es pareja actual de la cineasta). Con una cámara que no atosiga, de movimientos leves pero siempre concentrada en la soledad del protagonista, la directora se va sumergiendo en el detrás de escena de lo que podría denominarse el derrotero de una estrella Hollywoodense: Johnny Marco (sorprendente actuación de Stephen Dorff). El actor acaba de terminar de filmar una megaproducción y debe cumplir las obligaciones típicas para promocionar el film, mientras atraviesa una crisis personal que pretende ocultar a través de los hábitos de la fama: manejar su Ferrari negro en círculos; llevarse todos los días una mujer diferente a la cama; esconderse de fotógrafos y autos imaginarios que lo persiguen. Sin embargo, la llegada de su hija Cleo (excelente desempeño de Elle Fanning) por un lado lo conectará nuevamente con su verdadera historia personal y por el otro acentuará su conflicto existencial, que emerge de las sombras cuando las luces del éxito y las máscaras del glamour se van derritiendo. También responsable del guión, Sofía Coppola consigue equiparar la austeridad de los diálogos, precisos y no explicativos, con un tono pausado en la dirección abriendo espacios a los tiempos muertos pero sin recaer en una atmósfera densa. Y eso lo logra simplemente por saber dirigir a sus actores; por darles la libertad para que se adueñen de la película como sucede con Stephen Dorff cuando a partir de un limitado conjunto de gestos y acciones logra transmitir mucho más que en los momentos donde debe soltarse hacia el drama. Elle Fanning lo hace todo más fácil con una personalidad avasallante y una madurez actoral asombrosa que en el futuro seguramente aflore como proyecto de gran actriz. Puede pensarse que esta obra de la hija del director Francis Ford Coppola se nutre tangencialmente de sus propias experiencias como hija de un padre ausente porque en definitiva Johnny Marco lo es en alguna forma. No obstante, quedarse únicamente con esa impresión sería injusto dado que la película en sí misma también puede analizarse como un reflejo distorsionado del universo Hollywoodense y sus radicales códigos que terminan fagocitándose a sus propias criaturas, personas de carne y hueso que juegan a ser otras constantemente y que sufren cuando el juego termina siempre siendo el mismo.
Anexo de crítica: Como siempre suele ocurrir con las adaptaciones literarias llevadas a la pantalla grande la idea de condensación le juega en contra a la novela de Oscar Wilde minimizando los efectos que el relato transmite en ese proceso de degradación humana. No obstante, Oliver Parker acierta en el tono elegido pero no así en la construcción plana de los personajes quedándose a medio camino de lo que podría ser una película interesante
Anexo de crítica: Lejos del exceso de cortes videocliperos que abundan últimamente en los filmes de acción, Tony Scott filma las escenas más intrépidas como si estuviese atrapado en los 90 y esa adrenalina permanente contagia minuto a minuto en la entretenida Imparable. Nuevamente, Denzel Washington en un rol demasiado fácil -y chico para su estatura de actor- cumple con el objetivo junto al carismático Chris Pine, quien se lleva la mejor parte de esta película de acción trepidante protagonizada por un tren que se lleva todo por delante igual que las imágenes logradas artesanalmente y con poca ayuda de efectos especiales por el talentoso Tony Scott…
La extraña de pelo largo Filmada en tiempo récord –tardaron dos años cuando el promedio para este tipo de producciones es de cuatro- Enredados es el film número 50 de los estudios Disney y el primero en construir una princesa completamente digital. La historia se nutre del cuento clásico Rapunzel de los Hermanos Grimm con una serie de modificaciones tendientes a imprimirle mayor grado de acción y cierto aggiornamiento con los tiempos que corren. La raíz argumental fue respetada por los directores Nathan Greno (Bolt) y Byron Howard (Mulan y La familia del futuro), quienes contaron con las voces para los roles principales de la cantante Mandy Moore y Zachary Levi para el personaje de la princesa Rapunzel y el ladrón Flynn Ryder respectivamente. En la versión doblada aparecen en los créditos Danna Paola y Chayanne. Más allá de la técnica digital que es impecable sobre todo en la elaboración de secuencias de bailes y coreografías que implican un gran número de personajes en escena, la característica más relevante de este nuevo producto la constituye la idea del movimiento. Este elemento predominante en todo el largometraje se puede apreciar hasta en los detalles de la larga y rubia cabellera, que sin lugar a dudas es un personaje más dentro de la trama. Un dato curioso es que se convocó a la experta en software en cabelleras digitales, Kelly Ward, para dejar una marca de distinción. Tampoco esta vez se desacertó en la introducción de las canciones (la mayoría a cargo de Mandy Moore en la versión original) ni tampoco en los personajes secundarios que operan como alivios cómicos: el camaleón Pascal y un caballo -medio perro porque mueve la cola y tiene un olfato privilegiado- llamado Maximus. Si en La princesa y el sapo existía la reivindicación de la cultura afroamericana, en este caso podría afirmarse que la relevancia de los personajes femeninos los dota de carácter quitándole el sayo de elemento secundario, aspecto que se subvierte en los roles masculinos como en el caso del ladrón y de otros personajes de menor fuste. En apariencia es hora de heroínas y no tanto de cuentos de hadas por lo que se desprende en este relato que compensa el universo mágico de las maldiciones y los hechizos con acciones de destreza física y drama generacional incluido porque el enfrentamiento entre la adolescente sobreprotegida y su madre sustituta es clave en las decisiones que la protagonista toma. No obstante, del cuento clásico de los hermanos Grimm se tomó la historia de la bruja Madre Gothel (Donna Murphy) quien se apropia de una niña recién nacida llamada Rapunzel, cuyas propiedades mágicas de su pelo -que crece cada vez que canta- son únicas. So pretexto de protegerla del mundo exterior y de cualquier amenaza externa, la encierra en una torre, inaccesible desde afuera. La única manera de subir allí es colgándose de la extensa y rubia melena de la joven, quien sueña con salir alguna vez del encierro y conocer las estrellas. Así las cosas, el ladrón de la corona que pertenece a la princesa Rapunzel -sin que ella lo sepa- Flynn Ryder (en el relato original es un príncipe) en plan de huida va a dar con la torre y a partir de allí ambos se enredarán en una aventura con condimentos para la platea infantil, segmento del público a quien está dirigido el film. Como película de animación digital -tanto desde las texturas como de los colores- Enredados supera los estándares entregando un despliegue visual poco habitual; como clásico reciclado y adaptado para estos tiempos también resulta efectivo, aunque tal vez su público sea solamente infantil.
Los miedos internos En su tercer opus Los santos sucios el realizador Luis Ortega entrega un relato post-apocalíptico que juega de manera constante con el simbolismo y presenta una galería de personajes extraños, construidos a partir de rasgos débiles, que representan a los sobrevivientes luego de una gran guerra sin un enemigo visible. En realidad, el director se atreve a partir de la puesta en escena de un universo en ruinas a exponer los fantasmas de los miedos internos de cada personaje con una esperanza de fuga en el cruce de un río. Pensar en el río desde el punto de vista filosófico como el pasaje obligado de la memoria y el olvido no es descabellado teniendo en cuenta que la propuesta narrativa de Ortega se reviste de alegorías y metáforas, la mayoría de ellas relacionadas con las ideas existencialistas que busca desarrollar en un conjunto de escenas que guardan independencia una de otra y donde es manifiesta la intención de la improvisación por parte de los actores así como el proceso de armado de la historia con un guión mínimo que prácticamente se va escribiendo a medida que avanza la trama. Si hay algo que atraviesa la trama de esta película de Luis Ortega, quien también se reserva un papel y es quien relata la historia, es su carácter profano. Despojado de todo aquello que puede considerarse sagrado o esperanzador (salvo la supuesta llegada al río), este paisaje distópico, poblado de ruinas es un fiel reflejo de muchos pueblos fantasmas del interior. Así de anárquica y disruptiva resulta la trama que parece consensuar por parte de los actores la intencional falta de contención de sus acciones; esa extraña fórmula que a veces resulta tan disonante que hace ruido en la pantalla es precisamente lo que permite al espectador la posibilidad de abstraerse del relato y dejarse llevar por su fuga hacia ninguna parte. Excelentes todos los rubros técnicos, incluida la magistral fotografía de Guillermo Nieto y la siempre descollante participación de Alejandro Urdapilleta.
Producto con fecha de vencimiento El axioma del éxito a veces tiene su otro costado. Repetir fórmulas supone dividendos pero también límites a la creatividad y eso es precisamente lo que ocurre con esta tercera entrega de la familia Focker, iniciada allá por el año 1999 con El padre de mi novia, luego con una secuela en el 2004. El proyecto de la tercera parte siempre en tono de continuación de la historia, Los pequeños Fockers, venía arrastrando una serie de contratiempos desde su gestación entre los cuales se encontraban las reescrituras de los guiones y un cambio de dirección que terminó incorporando finalmente a Paul Weitz (el anterior fue Jay Roach). Semejantes cambios de rumbo se notan ostensiblemente en el resultado final, donde el reparto funciona pero acusa cierto desapego con la propuesta que se acentúa tanto en Ben Stiller como en Robert de Niro pese a que la química entre ambos sigue intacta. Tampoco termina por convencer la idea de introducir nuevos personajes como ya se había hecho en la segunda parte con Dustin Hoffman y Barbara Streisand, quienes vuelven a participar aquí pero con menos presencia en pantalla. La novedad es sin duda Jessica Alba en un papel ya recurrente en ella que pondrá en jaque la estabilidad matrimonial de Gregg (Ben Stiller) y un desaprovechadísimo Harvey Keitel, a quienes se suma el reaparecido Owen Wilson sin aportar nada nuevo a su insulso personaje. El resto es una sumatoria de gags bien elaborados que se focalizan en primer término sobre la falta de autoridad de Gregg tanto en el manejo de sus hijos gemelos -a punto de cumplir cinco años- como en el freno necesario para que su suegro Jack (Robert de Niro) no interfiera en su vida haciendo gala de la eterna rivalidad entre ellos. Por otra parte el film procura afianzar ese lazo de confianza y enemistad al poner en juego la idea del legado familiar como base del conservadurismo que siempre ha caracterizado a estas comedias. La premisa es básica: Jack se preocupa por encontrar al candidato que continúe con la tradición familiar una vez que parta de este mundo y pone los ojos en su yerno Gregg, quien deberá mostrar con creces que es el indicado pero como siempre una serie de complicaciones y situaciones que prestan a la confusión arruinará los planes y afianzará la desconfianza mutua. Para terminar con algunos apuntes sobre el desgaste del matrimonio y la disminución del apetito sexual causado por la rutina. Efectiva como siempre, sostenida por las desganadas actuaciones del dúo protagónico y con algunos chistes verbales ingeniosos -que se pierden al traducirlos al español- Los pequeños Fockers no defraudará a sus seguidores pero resulta evidente su fecha de vencimiento tratándose de un producto de corto alcance.
El niño, el trompo y la mosca Hay muchas formas de repasar la historia de un país y estilos cinematográficos para evitar el recuento sumario de situaciones o acontecimientos específicos. En primer lugar elegir el punto de vista condiciona determinados resultados que no siempre son los más interesantes para el público. Pero si a eso se le suma una fuerte presencia de la autobiografía del autor, el peso de la nostalgia es mayor que el de la historia en sí misma y la significancia entonces empieza a tener menos fuerza. Baaria, las puertas del viento es quizá la película más ambiciosa de Giuseppe Tornatore y por ese motivo la más irregular. En primer término, el director apela a un relato demasiado digresivo que busca resumir un periodo importante de historia italiana que va desde 1930 a 1980 a partir de la presentación de una familia siciliana (oriunda de Baaria su pueblo natal) a lo largo de tres generaciones. Así, padre, hijo y nieto serán los principales referentes y protagonistas de una trama que acumula viñetas para hablar de la infancia dura en una comunidad rural; de las primeras incursiones del fascismo y su contrapartida con el comunismo y el paulatino proceso de deterioro de un pueblo atravesado por una crisis económica luego de las guerras y su progresiva pérdida de identidad hacia el futuro. A esa primera capa narrativa se le yuxtapone una historia de amor; una atmósfera semionírica ‘alla Fellini’ sin tanto vuelo poético y con alegorías obvias y otra prácticamente lírica y operística, sumándole la carga cinéfila desde el cine mudo, pasando por el neorrealismo, en complicidad constante con el espectador. La grandilocuencia en determinados segmentos con escenas de movimiento de masas propone un espectáculo visual atractivo donde el director de Cinema Paradiso realmente se luce. No así cuando busca insuflarle dosis de humor a ciertas situaciones dramáticas y mucho menos aún cuando recurre desde el guión a la galería de personajes variopintos sin verdadero peso en la trama, como por ejemplo caer en el facilismo del ciego que es director de urbanización para remarcar la corrupción política o aquel que pretende comprar dólares en la plaza del pueblo cada vez que aparece un político con un discurso. La tibia crítica política a la izquierda y sus contradicciones permanentes es uno de los aspectos más débiles de un guión irregular y reiterativo. Por otro lado, la omnipresencia de la banda sonora del genial Ennio Morricone (colaborador incondicional de Tornatore) por momentos desentona con las imágenes y no guarda una relación directa con los 150 minutos que dura la película. Las frías cifras del presupuesto indican 25 millones de euros para 25 semanas de rodaje y 122 locaciones en las que interactúan 215 personajes. La pregunta incómoda al ver el resultado final es: ¿valía la pena?