Un castigo bendito Es un lugar muy incómodo para el cine integrar la discapacidad a cualquier género sin caer en clichés, y en épocas de corrección política o incorrección forzada se hace mucho más cuesta arriba. Desde los estereotipos en las discapacidades mentales pasando por ese dejo de “lástima” hacia los personajes discapacitados existen acabados ejemplos en el cine, en cada uno de ellos con la torpeza de crear, ya sea, un relato negacionista de la discapacidad o todo lo contrario, lastimoso. Por eso Somos campeones es una rara avis dentro de las propuestas donde actores discapacitados interpretan personajes con su misma condición. Estamos frente a una comedia deportiva. Dos palabras a las que el director Javier Fesser explota en el mejor sentido del término, con alquimia y algo de buena fortuna es cierto para contar entre otras cosas un relato iniciático. Quien realiza esta aventura iniciática es un personaje que en la jerga habitual responde al perfil del fracasado: compartía banco como entrenador de un equipo de básquet con ideas diametralmente opuestas a las del principal entrenador y en un incidente durante un partido se queda sin el pan y sin la torta, sumadas en este derrotero de penurias una serie de malas decisiones que lo condenan por tres meses a cumplir servicio comunitario para no ir preso. El castigo, hacerse cargo de un grupo de discapacitados mentales y prepararlos para que jueguen al básquet con el correr del tiempo se vuelve bendición. A partir del encuentro, la galería de personajes variopintos, todos con alguna discapacidad mental visible, construye una realidad desconocida para el protagonista quien se va transformando a medida que trata de ponerse en el zapato del otro con una enorme lección de humildad detrás de ese entramado de diferencias que lo conectan con sus futuros jugadores. Las situaciones que el director de El milagro de P. Tinto dispara para que la historia transite por los andariveles del film deportivo no son otras que las de la dialéctica del entrenamiento, la constancia y la autosuperación adaptada a esa realidad. Algo que partidos mediante se verá reflejado en otra lección de humildad más profunda aunque predecible. Tampoco se queda Somos campeones en la comedia sin contenido, entretenida, sino que explora con armas nobles la sensibilidad y apela al terreno emocional sin caer en golpes bajos o de efecto. Para ello, resulta fundamental la comunión entre Javier Gutiérrez en el rol de entrenador y sus acompañantes discapacitados, jugadores de algo más trascendente que un simple partido de básquet.
Cuando los Santas vienen marchando. Hay una imagen recurrente en este nuevo documental del realizador Néstor Frenkel -nuevamente sorprendiendo por la galería de personajes encontrados en el universo callejero- que puede sintetizar de manera acabada el espíritu detrás de esta película que evoca el título de un film argentino de 1960, dirigido por Román Viñoly Barreto con un Papá Noel interpretado por Raúl Rossi, acompañado de Olga Zubarry y un gran elenco. La imagen en cuestión tiene por fondo una pantalla verde, elemento de gran utilidad para recrear espacios que no existen en historias que no existen, para el entretenimiento de niños y de adultos capaces de suspender el juicio sobre lo real y sumarse al juego de la imaginación. En el medio, hombres disfrazados de Papá Noel, quienes se presentan a cámara y cuentan su pequeña historia y el nexo -más allá de la necesidad laboral- con la navidad pero más aún con el popular San Nicolás, deformado por el consumismo primero como Santa Claus y luego en la América Hispano parlante bajo el nombre de Papá Noel a secas. De eso se trata a grandes rasgos el nuevo opus de Néstor Frenkel, por un lado celebrar la importancia que la fantasía genera en los niños desde los testimonios conmovedores de cada entrevistado, y por otro dejar en claro el negocio de la explotación de esa figura asociada a los regalos, a la navidad propiamente dicha y a la tradición que se transmite por generaciones. Así las cosas, el director de El gran simulador (2013) y equipo reunieron diferentes Papá Noeles, (Juan Carlos Marino, Ricardo Castro, Hugo Taddei, Néstor Gallo, Eduardo Cuevas) todos ellos con características particulares como algunos que creen en la misión a partir del encuentro con duendes o experiencias de epifanía devenidas calzarse el traje, la bolsa y contar con la alegría de los niños y estupideces de los padres, quienes muchas veces someten a las criaturas a torturas para satisfacer sus propias inquietudes y no la de sus hijos. El humor como es característico surge en los momentos más oportunos, desde el diálogo desopilante o alguna salida extraña para la norma del documental de cabezas parlantes, estilo algo caduco al que Frenkel supera apenas surge el indicio para trazar distintas líneas narrativas. Sin demasiadas sorpresas, Todo el año es Navidad funciona como homenaje a la fantasía, despojado de otro sentido que no sea el de conservar la felicidad y la creencia inocente en aquel benefactor que baja del Polo Norte a fin de año y toma Coca-Cola todos los días.
Cosecharás tu siembra De inmediato reconocimiento para cualquier espectador televisivo más que cinéfilo, el rostro de Chang Sung Kim es parte de la galaxia catódica vernácula por ejemplo en episodios memorables de las series Los simuladores, Graduados, entre otras. Para muchos el actor argentino representa lo oriental es decir puede ser japonés, chino o tal vez coreano, difícil dilucidar cuando se lo escucha tan porteño como el asado. Sin embargo, Chang Sung Kim llegado a la Argentina desde su Corea del Sur natal a la edad de siete años, casado con una argentina con la que tuvo hijos argentinos y el desplante de un padre que se fue alejando al enterarse de su decisión, es el protagonista de este luminoso documental dirigido por Tamae Galateguy y que alude a la fiesta Chuseok, donde se celebra tradicionalmente en Argentina la cosecha y el agradecimiento a los dioses por ese milagro. El milagro para la comunidad coreana que emigró a la Argentina hace medio siglo, a veces para escapar de la cruenta guerra entre las dos Coreas o de la presencia de Japón una vez terminada esa diáspora, significó en un principio el trabajo con la tierra, todos se presentaban como campesinos según explica Chang Sung Kim a cámara, a Tamae y su equipo de rodaje, que se dispone a acompañarlo en un viaje de retorno a su suelo tras cuarenta y ocho años de ausencia. Lo que se cosecha -simbólicamente hablando- es la búsqueda de los afectos, la identidad que encuentra en Corea del Sur los orígenes de este actor enraizado con lo argentino, con el asado y el fútbol más allá de su profesión. Amigos actores como Mike Amigorena, Juan Palomino, se ríen de sus ocurrencias entre chorizos y anécdotas, pero al llegar a su tierra absolutamente transformada, totalmente distante a los únicos recuerdos que conserva, la película de Tamae Garateguy y del propio Chang Sung Kim se nutre de emoción, vitalidad y honestidad que traspasa cualquier especulación de puesta en escena. Los momentos de quiebre emocional no pueden ser más precisos ni oportunos, como así tampoco los vaivenes personales de este coreano argentino que eligió volver como esos tangos que se silban de memoria a pesar de olvidarse la letra. La letra de esta historia de vida y re descubrimiento la escribe el propio protagonista y su mirada en busca de sus orígenes, su idioma y su recuerdo de infancia.
El turista accidental En su segundo opus, el realizador Julián Giulianelli construye una pequeña historia sobre la importancia de los modelos o los maestros de la vida y en ese sentido el vínculo que se consolida entre Rodrigo y Juan más allá de la diferencia de edad teje las redes de dependencias invisibles. Modelos que se entrecruzan en sus caminos por un hecho fortuito con las sierras y la tranquilidad de un pueblo chico bastante relacionado con el turismo en época de temporada. A la soledad de Rodrigo, a cargo del cuidado de unas cabañas que pertenecen en realidad a su padre con quien no se lleva demasiado bien se le interpone la búsqueda de Juan, un joven de 17 años que viene de Buenos Aires con un par de secretos a cuestas. El otro verano es un film que logra crecer gracias al desarrollo de sus personajes y en ese apartado merece un elogio la labor de Guillermo Pfening sin menospreciar la química lograda con Juan Ciancio, el vínculo es creíble así como su desapego. Tal vez no ayude mucho a la propuesta integral un desenlace precipitado y un tanto forzado.
La llama de la juventud. Si bien existe una correspondencia directa con tópicos ya aparecidos en De jueves a domingo como la presencia de niños, sus juegos dentro de un auto y la mirada sobre los adultos, el tercer opus de Dominga Sotomayor busca el afuera mucho más rápido, no como referencia histórica porque poco importa el año en que transcurre Tarde para morir joven, simplemente referencias a los últimos estertores del Pinochetismo y la idea de un Chile saliendo hacia la madurez luego del referéndum y la apuesta a la democracia. Pero es Sofía (Demian Hernández) y su búsqueda el pivot de la trama, sin dejar de lado la estructura coral por la cantidad de personajes que rodean su derrotero en una suerte de comunidad ecológica, aislada del mundanal ruido urbano y sometida a las leyes de la naturaleza y del libre albedrío. Padres e hijos comparten no sólo el espacio sino también un sentido de la vida más lúdico, aunque también las diferentes maneras de expresar su libertad. Puede ser el arte, la compañía en una charla o la gimnasia del recuerdo para ver dónde se perdió esa juventud, elemento que los rodea en la potencialidad de los niños que no dejan de ser niños en el bosque, con sus atractivos naturales y sus peligros. Pero a Sofía la ausencia materna le pesa tanto como la poca comunicación con su padre, a veces poco activo en el seno de esa comunidad. El despertar sexual también es algo que ocupa parte de su búsqueda personal y los ojos se debaten entre un muchacho más grande que ella, con quien escapan cada vez que pueden, y su vecino Lucas de la misma edad que ella. Ambos pre adolescentes, ambos a veces avergonzados por las conductas de sus padres pero con esa desfachatez propia de la edad para que el contraste generacional fluya en una trama que también fluye desde las pequeñas anécdotas hasta la acumulación de diálogos y detalles para terminar de construir a cada uno de los habitantes de esa comunidad. Sin lugar a dudas como ocurriera con su opera prima, Dominga Sotomayor consigue generar empatía con su forma de abordaje de lo humano, con la constante incorporación de elementos contextuales sin un sentido únicamente histórico, sino más arraigado a lo melancólico como aquel que se produce con el recuerdo del tema La pachanga de los rosarinos Vilma Palma e Vampiros, sin dejar de rescatar la sentida interpretación del “hitazo” Eternal flame, de The Bangles, en acordeón desde la cálida voz de Sofía.
El procedimiento. Comienzos tan contundentes como el del tercer opus de Benjamin Naishtat reproducen una de las coordenadas invisibles que nos confronta con películas a las que no se les puede regalar indiferencia. Claro que todo se supedita al público y al contexto donde se produce el fenómeno cinematográfico, pero la perturbación llega en leves dosis como ya ocurriera en la interesante opera prima Historias de miedo. Al director de El movimiento le seduce la confrontación con la mirada del público aunque con armas nobles, sin arrogancia desde lo discursivo. Y la palabra “arrogancia” viene como anillo al dedo para transportarnos a la segunda secuencia de Rojo, en donde la tensión en pantalla es provocada por el cruce de dos personajes muy sintomáticos de lo que somos: el prepotente que pretende entrar a un restaurante y ocupar un espacio ya utilizado por otro que hace gala de su arrogancia cuando el enfrentamiento de violencia verbal desata algo más que una discusión o intercambio de pareceres sobre las reglas de la convivencia en un espacio público. En esa pequeña trifulca, se sintetiza el síntoma porque la enfermedad ya está presente en cada uno de esos comensales, en la complicidad de miradas y en la habitual hipocresía de la pre y post dictadura argentina. Entonces, al lograr la tensión y llevar al relato hacia los oscuros terrenos de la historia más reciente como una suerte de reflejo deteriorado del pasado con miras al futuro, el pequeño universo de un pueblo chico provincial en la antesala del golpe del ’76 nos sumerge en los abismos generados por la complicidad de ese parasitario “no te metás”. El rojo y su polisemia vivifican muchas lecturas sobre el pasado de la dictadura y el rol de la sociedad, no solamente de los poderosos de turno o las grandes instituciones incapaces de intervenir sin perder privilegios. Se sabe de los riesgos que se corren cuando se intenta abarcar demasiado apelando siempre a los recursos cinematográficos y a la poética del autor pero si la idea suma la mixtura de géneros como en este caso el policial, el thriller y hasta el western, se llega a buenas películas como ocurre con El ángel, de Luis Ortega por citar un caso reciente. Darío Grandinetti se luce en su papel de abogado cargado de ambición y culpa, Andrea Frigerio aporta otro personaje contenido e intenso a la vez y Diego Cremonesi acierta nuevamente en la elección de un personaje fugaz que quedará en la memoria como aquel que le tocara en el film Kriptonita.
No aclares que oscurece. Al promediar la mitad, uno se pregunta en primer lugar ¿cuáles eran las intenciones de este segundo opus de Mariano Laguyas? Y la respuesta lejos de aclararse en El tiempo compartido se empantana como toda la película en su propuesta integral. No hay elemento por el cual trazar un rumbo definido en una trama que por capricho recurre al vaivén temporal, sin sentido más allá que el de enfatizar los recuerdos de una turista española en la ciudad de Mar del Plata (Kyrana Gallego, sí, es española y se apellida Gallego) durante los Juegos Panamericanos en el año 1995. Se habla de disquetes por ejemplo y en una pícara marca la clausura de las redes sociales para una introducción ágil de la historia pretenden establecer un guiño con el espectador y dejarle en claro el rigor de un guión que se preocupa por el verosímil. Sin embargo, esta cáscara de rigor se destruye en el momento de aplicar el abc de lo que no hay que hacer en una película: Personajes unidimensionales, diálogos grandilocuentes y mal ejecutados, digresiones sin sentido, y la sumatoria de incoherencias narrativas desde el planteo de un triángulo amoroso entre la protagonista española, y sus dos empleados argentinos, una mujer y un hombre, sumada una subtrama de estafas que involucran a un cuarto personaje también hombre en el corazón de un call center que se dedica al rubro turístico en la ya mencionada ciudad. La forzada inserción de un drama en medio del disparate del mal policial es una desacertada idea entre tantas, y una manera poco feliz de generar alguna cuota de empatía -para ser benévolos con las actuaciones- con el público y la innecesaria decisión de querer sorprender con vueltas de tuerca que en vez de aclarar oscurecen.
Derrumbes La interesante apuesta de esta opera prima se plantea desde el inicio y en la imagen o metáfora de una moneda de dos caras iguales. Configurarse esa idea implica además sumergirse en la subjetividad o mundo interno de su protagonista, Alejo Ruiz, de profesión arquitecto pero a quien a sus 36 años lo atraviesa una crisis personal y que se conecta con trastornos de sueño, entre otras cosas. Realidad y sueño son esas dos caras planteadas, para una moneda que gira pero alejada de las normativas de lo real y entonces la conjunción de lo soñado y lo vivido transporta al espectador y al relato en un viaje a partir de un lugar misterioso. Ese lugar guarda una estrecha relación con el pasado del padre de Alejo, con quien existe una relación sumamente tirante, sin ninguna explicación durante el desarrollo del film. No es necesario explicar nada porque en este debut cinematográfico de Hugo Curletto lo real se vuelve anecdótico, y hasta difuso cuando se entrelaza con el deseo y la construcción de vínculos que se derrumban. Como todo buen relato, es infaltable el viaje para marcar las transformaciones del personaje y en ese sentido cuando el viaje se traslada a la montaña, el paisaje hostil y la presencia de un baqueano extraño y de pocas palabras resignifican las búsquedas. También los vínculos de pareja -Guadalupe Docampo en un papel intenso a la vez que contenido- resquebrajados como las paredes de una gran casa en ruinas. Y si hablamos de espacios por descubrir o para habitar desde otro lugar, la distancia marca una relación invisible con el eco que se acorta a medida que se reduce el espacio o hueco entre dos cosas o personas, o… La singularidad de La casa del eco es tomarse el tiempo y el atrevimiento de sostener la ambigüedad entre realidad y sueño hasta el límite, recurso que funciona porque los involucrados en ese juego simbólico son Alejo y su pareja, sus deseos, sus diferencias, miedos y necesidad de escuchar nuevos sonidos.
Los cuartos en discordia Ya desde Masterplan (2012), Diego y Pablo Levy demostraban que a la hora de elegir un casting la atención se encontraba en aquellos actores capaces de la versatilidad en pantalla y eso es el principal atributo de su nueva apuesta a la comedia, de la mano de All inclusive, que cuenta entre su reparto al siempre listo Alan Sabbagh, Julieta Zylberberg y el histriónico Mike Amigorena en otro de sus roles ideales para explotar sus dotes cómicas, con las inflexiones de voz y las caracterizaciones donde el cuerpo es fundamental. Si a esto se le suma un interesante armado de secundarios no puede dejar de mencionarse el aporte de Marina Bellati, también ideal para papeles como el que le toca en suerte. Podría decirse que si bien no resulta nada original la trama de este nuevo opus de Diego y Pablo Levy, lo que le ocurre al protagonista, arquitecto, un tanto hosco, es bien argentino: gasta a cuenta por un posible proyecto con unos japoneses que vienen a invertir a este país en un emprendimiento inmobiliario, pero como suele ocurrir se queda sin el pan y sin la torta por diferencias irreconciliables con sus clientes y a instancias de su jefe (Campi) que lo retira inmediatamente del proyecto. Sin embargo, para sorprender a su pareja, el susodicho horas antes del incidente con los japoneses había contratado un paquete turístico para la consabida escapada a las playas de Brasil y al querer cancelarlo no lo logra. Y tampoco anoticia a su acompañante (Julieta Zylberberg) sobre ese pequeño traspié laboral. Así las cosas, lejos del descanso vacacional en las playas y con la presencia omnipresente de un anfitrión, símil simpático símil chanta, una pareja de jóvenes mujeres dispuestas al rélax total, el rostro del arquitecto desocupado irá cambiando al sentirse poca cosa frente a su pareja, sin poder dejar de lado las preocupaciones. All inclusive funciona como comedia liviana por su ritmo y el buen desempeño de su elenco para que las situaciones se resuelvan rápido y siempre con humor. No se observa en términos de guión alguna falla porque tampoco el relato acumula subtramas, sino que se ciñe a la estructura del enredo en las dos parejas y por supuesto en la rivalidad de los machos alfa en plena playa. Suficientes garantías para argumentar que Diego y Pablo Levy siguen por la buena senda y que sus comedias conservan la gracia y el ritmo justo para agregarle algún plus o guiño como la incursión de un personaje de la vida real ya aparecido en el desopilante documental Novias – Madrinas – 15 años o haber contado con la participación de Mike Amigorena en un personaje que tranquilamente podría haber caído en manos de un actor carioca para conservar las raíces idiomáticas.
El sueño de la fiesta americana Mientras el cine de comedia argentino piensa en nuevos rumbos para erradicar esos fantasmas de los ochenta o de cierta idiosincrasia arraigada al costumbrismo o al sainete, aparecen este tipo de propuestas a medio camino entre mirar hacia afuera o para dentro. Y tal vez eso es lo que no termine de concretarse en ¿Qué puede pasar?, dirigida por Andrés Tambornino y Alejandro Gluz dado que las referencias al cine norteamericano de los ochenta y a esa picaresca estudiantina dice presente en el corazón del film. Pero también un intento de rescatar algunas marcas propias o explotar actores de la talla de Osvaldo Santoro, o Luis Ziembrowski, sin dejar de mencionar a la última aparición de Emilio Disi en un rol anecdótico para su gigante carrera a lo que se suma el gran desempeño de Chang Sun Kim para que la dupla Darío Lopilato y Grego Rossello consigan la rápida adherencia a sus personajes de perdedores simpáticos. Premisa sencilla: Lopilato es un inventor frustrado, para su padre (Osvaldo Santoro) un hijo fracasado al que no le interesaría continuar con la tradición de un local de reparaciones de electrodomésticos e incapaz de asumir responsabilidades. Sin embargo, tendrá su oportunidad al quedarse a cargo de la casa durante un viaje relámpago de sus padres (La madre es Mirtha Busnelli) aunque su mejor amigo (Grego Rossello) intente convencerlo de cumplir el gran sueño de la fiesta a la norteamericana. Sin adelantar más información, una serie de eventos desafortunados, que involucran a una sexy mujer (Luciana Salazar) quien los contrata para cuidar a un anciano en silla de ruedas, que no se comunica y que esconde la contraseña para abrir una caja de seguridad repleta de dinero (Emilio Disi), precipita la fiesta y todo el descontrol llega por partida doble: Chicas, alcohol, música estridente y estereotipos que caminan a la par de la consabida escatología propia de este tipo de películas. Una vez que las referencias dejan de importar, la propuesta se va desinflando y las ideas originales quedan como asignatura pendiente, salvo en alguna oportunidad donde un interesante grupo de secundarios acomoda algunas fisuras de guión. A Lopilato le caen bien este tipo de papeles porque no interpreta el personaje extremadamente bobo de Casado con hijos ni tampoco superior para ganar matices en la medianía, su compañero de ruta hace lo propio y el complemento ayuda cuando los indicios de desgaste asoman por la ventana de las obviedades y los clichés. El mayor problema que tiene este film es que al tratarse de una comedia argentina liviana no hay mucho margen de comparación con otras propuestas de género locales por lo cual el análisis cae desde su propia dinámica en lo que hay. Y la verdad es que hay bastante poco.