El enemigo está adentro La identidad de una agente encubierta de la CIA es revelada por su propio gobierno. Cuando el cine se mete con la privacidad de los ciudadanos, recrea una conspiración y, además, lo que cuenta se basa en una historia verídica, estamos ante un alegato que, bien realizado, crispa los nervios y eriza la piel. Es lo que en buena parte de la proyección sucede con este Poder que mata , que nada tiene que ver con aquel filme de Sidney Lumet (en el original Network ) que hace 35 años presagiaba la locura de la televisión por alcanzar ratings de cualquier manera. Valerie Plame era una agente encubierta de la CIA, algo que sólo sabía su esposo, un ex embajador estadounidense. Al resto de sus conocidos, la “novedad” le cayó como un balde agua fría. Y qué decir al matrimonio al enterarse de que el mismísimo Gobierno de los Estados Unidos, en una actitud de venganza, decidió “filtrar” la identidad de Valerie. Todo porque Joseph Wilson (Penn) regresó de Nigeria e informó al Gobierno de Bush que allí no había indicios de que hubieran vendido uranio a Irak, por lo que se caía el argumento de las armas nucleares de Saddam Hussein. Lo que cayó, ya se sabe, fue otra cosa. La gente de Bush Jr. se encargo de que el mundo se enterara de que Plame era una agente de la CIA y comenzaron a denostarla. La película de Doug Liman ( Identidad desconocida , la primera de la saga Bourne) sigue por un lado el costado de índole político, de denuncia. Esa es una vertiente que puede atrapar al espectador adicto a los thrillers. Pero, por otro, está la que asume el director por ver en qué estado va quedando -esos son los verbos- la relación de pareja. Y en una u otra instancia, tener a Naomi Watts y a Sean Penn cubriendo esas responsabilidades es una apuesta firme, segura que tiene el realizador. Si bien es Valerie la real protagonista del drama, su marido es quien desea llevar adelante -por honor, por ética, por convicción o lo que quieran llamarlo- el enfrentamiento con el Gobierno. Y la figura de Penn, que al margen de su actividad como intérprete, es conocida por su militancia por los derechos humanos, hace más creíble aún la pelea. También esto es índice de que la posición del filme está tomada desde el vamos. Aquí no hay otra campana por escuchar. Thriller por momentos, drama de entrecasa en otros escasos, Poder que mata se sigue con interés. Usted tal vez recuerde cómo quedó todo, ya que fue un hecho real, y muy publicitado en su momento. Pero si no lo supo o no lo recuerda, acá tiene material como para entretenerse.
Quisiera ser grande, quisiera ser chico... Con tono fantástico y escepticismo. Tras dos títulos que, cada uno por su lado, causaron entre sorpresa y apalusos, Gastón Duprat y Mariano Cohn retomaron el tema de lo inesperado y la ambiguëdad que tiñe toda relación, o de cómo alguien puede parecer algo, y ser otro. Pasaba en El artista , con un enfermero que se hacía pasar por artista plástico, y en El hombre de al lado , donde el personaje de Rafael Spregelburd desnudaba una cara muy distinta de la que quería mostrar a los demás. En Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo el protagonista es, cabría decir, otro hombre angustiado, que, abatido, encuentra aquí una aparente salida en el ofrecimiento de un extraño personaje que se le cruza en un bar en Olavarría, “el culo del mundo” (la película debe ser, junto a Juan Moreira , la que mayor cantidad de palabrotas registra por minuto). Es el personaje de Eusebio Poncela, a quien no le cayó un relámpago, sino dos: uno lo mató, y el otro lo revivió y dio superpoderes, en medio del desierto. Lo ha vuelto inmortal (aunque se encarguen de decir que “el mal no muere, se traslada”), y vaya a saber uno por qué, aterrizó allí, en Olavarría, escuchó los pensamientos de los parroquianos y eligió a Ernesto para ofrecerle un millón de dólares si acepta volver a tener el cuerpo más joven, pero con la mentalidad “de ahora mismo”. O sea: en vez de Quisera ser grande , un Quisiera ser chico ... Así, Ernesto le dice a su mujer, que lo aguanta (y la aguanta) desde hace 43 años que va a comprar cigarrillos, y vuelve, pero en verdad elige distintos momentos de su vida para cambiar o reacomodar las cosas. Cuando le va mal con su madre en un geriátrico, se aviva y decide plagiar en el pasado algún éxito musical: total, nadie debería darse cuenta... La dupla de directores se ha vuelto mucho más escéptica, con cierto tono a lo hermanos Coen. Por momentos paracen reírse con sus patéticos personajes, pero por otros cuestionarlos y hasta denostarlos. Mucho más jugados que en sus anteriores filmes, Cohn y Duprat siguen siendo de lo más originales -mal que le pese a algunos-: al menos tienen ideas para llevar al papel y luego a la pantalla. Y su recurrente apuesta en el casting de sus filmes les sigue dando buenos resultados. Porque si Poncela sigue siendo Poncela, Disi y Lopilato están en un registro completamente distinto a su habitual televisivo.
Había una vez un circo Robert Pattinson se enamora de la esposa del dueño de un circo. Los antecedentes del director Francis Lawrence antes de tirarse de cabeza a Agua para elefantes eran varios famosos videoclips, su debut en el cine con el filme de terror Constantine y Soy leyenda , de ciencia ficción. Ahora se abocó al melodrama. Un melodrama hecho y derecho, o sea: triángulo amoroso, con protagonista joven carilindo, buenazo hasta el paroxismo y huérfano de golpe, en medio de la gran Depresión estadounidense de los ’30. ¿Más? El marido mayor de la rubia en cuestión es el sádico dueño de un circo. El reciente best seller de Sara Guren es seguido casi al pie de la letra en le guión de Richard Lagravenese ( Pescador de ilusiones ). Jacob está feliz y tranquilo, sentado a punto de dar su examen final para recibirse de veterinario -hasta coquetea con la más linda del pueblo- cuando la realidad lo interrumpe: en un accidente fallecieron sus padres, su casa estaba hipotecada, y sin nada se cuela en un vagón de un tren en movimiento, rumbo a donde fuere. Pero el tren no era otro que el del circo de los hermanos Banzini, y así, sin quererlo, termina siendo el veterinario. La atracción principal de la compañía sería un caballo blanco, pero no para Jacob, quien descubre en la rubia Marlena rápidamente el amor. Ella fue salvada de la pobreza por August, quien compuesto por Christoph Waltz es un manojo de nervios, a veces contenidos, cuando no tremebundo. El, junto a Robert Pattinson y Reese Witherspoon, conforma el trío que si no se saca chispas es porque lo que precisamente le falta a la película es eso: una chispa que encienda el fuego. Muerto el caballito -porque Jacob es hombre de decisiones certeras: en cuanto lo ve, advierte que hay que sacrificarlo-, August se compra una elefanta, Rosie, lo cual sirve para explicar el título y para mostrar a August completamente sacado castigar al paquidermo que no obedece y hace correr peligro de defunción al circo, ya que sería la atracción sustituta. No importa si para pagarla hay que acortar gastos entre los equilibristas, freaks y gente de mantenimiento: August los manda tirar del tren en movimiento. Eso sí: de noche. Entre la nostalgia y la tragedia que se palpa al instante, y un comienzo por demás prometedor, tal vez le haya faltado mayor carga sexy entre Pattinson y Withers-poon, o reforzar las tintas sobre el ambiente (no el circense, que está logrado, sino el de la Depresión). El diseño de producción, de Jack Fisk, y la iluminación de Rodrigo Prieto son de primer nivel. Es una producción lujosa, a la que le faltó sacarle más brillo a la historia que a los protagonistas.
Sabroso y picante Comedia alemana que crece y crece hasta comprar al espectador. Premiada en Venecia, Cocina del alma es la película menos dura y más divertida de Fatih Akin. El tema sigue siendo el mismo de sus más viscerales Contra la pared y Al otro lado , con el mestizaje cultural atravesando las acciones. Aquí Zinos (Adam Bous- doukos) regentea un restaurante de comida más bien rápida, con lo más sencillo que pueden digerir sus habitués, operarios de esa zona de Hamburgo: salchicas, hamburguesas, pizzas. Pero al presenciar en otro restaurante cómo es despedido un chef, éste terminará cambiándole no sólo la carta al Soul Kitchen (soul en verdad entendido como ritmo musical, aunque la traducción permita la doble interpretación de alma) sino también su fisonomía. Habrá otro público, otros ingresos y también otros riesgos. Algún ex compañero del colegio de Zinos verá la oportunidad de emprender un negocio inmobiliario allí, quiere comprar el establecimiento para erigir un condominio y hará lo que sea -literalmente- para arruinar a Zinos y los suyos. Precisamente allí, en quienes rodean al simpático y bonachón Zinos, está lo mejor que Akin supo retratar, ahora decidido a largarse a la comedia con tintes sociales. Desde la presentación de su hermano (preso, que sale con permiso, muy jugador) al chef o la mesera Lucía, más un marino inquilino, los músicos que ensayan y zapan allí gratis, o Nadine, la novia de Zinos que se cansa de sus postergaciones y se va a trabajar a Shanghai. Lo que logra Akin es consustanciarnos con este perdedor de Zinos, a quien le pasa de todo, pero saca fuerzas de donde sea. Los diálogos tienen ritmo, la trama va creciendo a medida que conocemos más y mejor a los protagonistas, el humor pica alto: Cocina del alma tiene todo para ser un éxito, salvo las pocas salas en que se estrena. Los actores Adam Bousdoukos y Moritz Bleibtreu (los hermanos) están un peldaño más arriba en esta comedia en el que los buenos, como antes, siempre ganan.
Encuentros cercanos Gérard Depardieu interpreta a un hombre casi analfabeto que conoce a una encantadora ancianita. Tendrías que ver a esa abuelita: 40 kilos, arrugada como una amapola, con miles de estanterías en la cabeza. Lo entiende todo”, dice Germain (Gérard Depardieu) en diálogo con... su gato. Tipo simple, casi analfabeto, maltratado de pequeño por su propia madre, a la que cuida como pueda ahora en su ancianidad, Gérard encuentra en Margueritte (Giséle Casadesus, que tenía 95 años cuando filmó esta película, y ya tiene dos títulos más...) algo así como un soplo de vida en una existencia por demás gris. El realizador Jean Becker (el de Verano caliente , con Isabelle Adjani) pinta con más trazos a Germain que a Margueritte, a quien prácticamente vemos solamente sentada en el parque, leyéndole a Albert Camus o Romain Gary a su nuevo amigo, a quien conoció mientras alimentaba (y contaba) las 19 palomas a las que Germain había nombrado una por una. Germain está construido a partir de viñetas, de encuentros con terceros, amén de alguna que otra frase que él mismo dice en voz alta y donde se pierde el sentido de unidad del relato, delatándose demasiado la mano del director. No es Mis tardes con Margueritte una película, por ejemplo, que vaya a tener su remake hollywoodense. No porque no sea entretenida y con mucho almíbar, sino porque no es el tipo de cine -de actuación, de diálogo, de miradas- que les guste a los estadounidenses. Así, es básico que las actuaciones de los protagonistas, y del resto del elenco, sean de excepción para llevar el filme a buen puerto. Y vaya que lo son. Trate de recordar el lector la última muy buena actuación que vio de Depardieu, quien recientemente estuvo eligiendo productos -no filmes-, a excepción de algún título con Chabrol. Estando solo ante la cámara o acompañado por Casadesus, lo suyo es brillante, y es el mejor gancho para seguir las vicisitudes de un hombre solitario, junto a otra mujer solitaria, en un encuentro cercano en el que el término amar puede conjugarse de la mejor manera imaginable.
Esperanza en trocha angosta Documental sobre un servicio de salud. Para aquéllos que creen que con la voluntad sólo no se puede, este documental sobre el servicio que brindan voluntarios de la salud, a bordo de un Tren Hospital de niños que va por una trocha angosta, es una cabal muestra de lo contrario. Si bien es tan cierto que con más insumos -y obviamente una mejor calidad de vida- la tarea casi épica que cumplen estos médicos sería menos necesaria, la asistencia que dan a chicos (y grandes) de poblaciones que no cuentan con servicios médicos es reflejada con testimonios de unos y otros, historias de vida que pueden terminar bien, o no. Pero nunca se pone el ojo más allá de la esencial cuestión social. No hay regodeos con la pobreza con la que conviven los habitantes de Pampa Blanca, en la provincia de Jujuy. Aquí interesa más qué es lo pasó con Filomena Gómez, o con Sonia, quien a los 17 años debe hacerse cargo de una realidad familiar que superaría a cualquiera. En Un tren a Pampa Blanca lo más potente no son las imágenes, sino el relato en sí mismo, la historia de niños que necesitan contención además de cuidados sanitarios. Ante tanto documental en el que los realizadores parecen mirarse el ombligo, el de Fito Pochat se destaca por lo contrario.
Qué boca grande que tienes... La enamoradiza Caperucita, ahora acosada por un hombre lobo. No habrá sido obra de la casualidad que los productores de esta aggiornada versión de Caperucita roja hayan llamado a Catherine Hardwicke para dirigirla. Luego de ver la primera parte de Crepúsculo , era número puesto: ambas son historias de amor adolescente, con un costado fantástico casi primordial, un trío romántico enrevesado, hombres lobos dando vuelta y, por su fuera poco, la realizadora volvió a llamar a Billy Burke, que había sido el padre de Bella para ahora ser... el padre de Valerie. La idea primordial de Hollywood hoy es, ya que no abunda el ingenio para bosquejar nuevas tramas, retomar aquéllas que son clásicas y demostraron tener anclaje popular, y reformularlas. Caperucita ya no teme al Lobo, sino a un Hombre lobo. La madre (Virginia Madsen) no manda a su hijita a llevarle comida en una canastita a la abuelita, porque ella misma ya tiene asuntos más espinosos por resolver. Y la abuela (Julie Christie) no está postrada en la cama en su casa en la profundidad del bosque, sino que sospecha de medio mundo y de la otra mitad también. Pero la cuestión no queda allí en cuanto a personajes, porque están Peter (el ascendente Shiloh Fernandez), a quien Valerie ama y con quien quiere escapar, y Henry (Max Irons), el otro joven, pero de buen pasar, con quien quieren casarla de prepo. Cuando el lobito ataque la aldea y mate a la hermana de Valerie, al clérigo del lugar (Lukas Haas) no le queda otra que llamar al experto Padre Solomon, que no es exorcista, pero sí capaz de cazar y aniquilar al atacante de las lunas llenas. Y que, siendo interpretado por Gary Oldman, claro, estará lleno de excesos. Como los que tiene la película: apartada del relato de Charles Perrault, inquieta más descubrir quién es el hombre lobo que si se comerán o no a Caperucita. Para el espectador avezado hay pistas suficientes, pero los que se queden prendidos entre la agitación y los escarceos románticos se sorprenderán con el final. Almibarada y sangrienta, con frases apasionadas como “La vida que quiero no es otra que contigo”, o la menos apropiada aquí “Te comería”, por razones obvias, La chica de la capa roja tiene en Amanda Seyfried a la intérprete virginal y brava, el corazón que bombea la trama. Y la acompaña un elenco de renombre -aunque para los adolescentes Oldman y Christie no signifiquen nada-. Para los que no estén apurados, quédense hasta el final, después de los créditos...
Una lagrimita rebelde Un gran elenco es lo mejor de un bastante excesivo melodrama. Cuando a Susan Sarandon le toca interpretar papeles “de madre”, por lo general, sufre. Ya no hablemos de Un milagro para Lorenzo : con esta Prueba de amor tiene suficiente. Bennett, su hijo (Aaron Johnson), muere apenas empieza el filme cuando detiene su auto en medio de una ruta para hablar de amor con su novia. Ella (Rose, o Carey Mulligan) sobrevive y el que los embiste (Jordan, o Michael Shannon) termina en coma. Si algo le faltaba a Grace es que la “nuera” no tenga con quien vivir, se le instale en la casa y esté embarazada de su hijo. ¿Quiere más? Su marido, Allen (Pierce Brosnan) le había sido infiel. El filme tiene varios coprotagonistas, ya que casi nunca Sarandon es quien lleva el relato. Más peso aún tienen Brosnan, como el tipo que es incapaz de derramar una lágrima por la muerte de su hijo, pero sufre por dentro; Rose, con todos sus miedos por el parto que vendrá, y cuya madre está internada, inestable mentalmente; y Ryan (Johnny Simmons), el hermano menor de Bennett, que tiene problemas con las drogas y ha conseguido una novia que perdió a un pariente como él. Si la trama se asemeja a una telenovela en sus primeras instancias, lo sobrepasa con un elenco de excepción. La mejor es Mulligan, a quien vimos hace poco en Nunca me abandones .Vuelve a hacer de joven angustiada con ganas de salir adelante, y la verdad es que –ella, igual que su protagonista- lo logra. La película también atraviesa distintas etapas. Por momentos recuerda a Gente como uno (por lo del hermano muerto y ciertos reproches del hermano vivo, más la devoción de la madre cercana a la pleitesía absoluta). Sin ser un drama que aborde con profundidad el tema del duelo, y lejos de un muestrario de clisés, Prueba de amor por momentos conmueve, por otros abruma y por lo general empuja alguna lagrimita, que puede rebelarse o no, depende del estado de ánimo del espectador.
El último guacamayo virgen La nueva película del creador de “La Era de hielo” Tiene a un ave como protagonista en las calles brasileñas. Con la desfachatez que tenían (y mantienen) ciertos personajes de La Era de hielo , Blu deambula por las callecitas cariocas, las playas de la Cidade maravilhosa y también las favelas en Rio , nueva producción de los hacedores de aquel filme. Blu tiene una condición que lo emparenta con aquéllos -¡habla!, y no sólo porque es un guacamayo- y otra que casi, casi: si los protagonistas de La Era... se extinguieron, eso es algo que la especie de Blu corre peligro. Es el último guacamayo, macho, y vive domesticado desde que literalmente cayó con su embalaje (había sido apresado por cazadores furtivos en la selva brasileña) a los pies de Linda, una estadounidense que lo toma como mascota. Blu no sólo no sabe volar (lo cual no es sólo temor, sino que, a la hora de buscar comparaciones, lo acerca al pececito payaso Buscando a Nemo , que tenía una aleta cortada como si se tratara de una discapacidad) sino que también es el último guacamayo azul virgen. Y en Río de Janeiro han localizado a un aguacamaya azul en su misma condición, y bueno, para que no se extinga la especie, hay que llevarlo de regreso a Brasil. De tono ecologista pero sin que el mensaje sea refregado en las caritas de los espectadores, Rio tiene más el clima de la primera Era de hielo que de sus secuelas. Se trate de la frescura de los personajes, de la originalidad del relato, comparte con la opera prima del mismo director, Carlos Saldanha, un tono de humor zumbón, y un personaje central -Blu- que como Sid es terriblemente entrador y querible. La animación, sea de Pixar, de DreamWorks, Sony Pictures Animation o del estudio de Saldanha, aún no ha logrado con los humanos lo que sí con los animales. Y entonces Linda se parece demasiado a la protagonista femenina de Lluvia de hamburguesas y tiene algo de la Roxanne de Megamente . Pero como lo que aquí importa son los animales (más aves, monos, un bulldog que se babea), que son quienes atraen más a los pequeños, éstos importan más y -extraño-, hace que los niños sientan más simpatía por ellos que por los hombres y mujeres. Divertida siempre, alocada de a ratos, Rio no decae en su ritmo e incluye un clásico de fútbol entre Argentina vs Brasil de resultado... incierto.
Ojos bien abiertos Fuerte drama, en un pueblo italiano ocupado por nazis. La Historia -así, con mayúscula- contada desde los ojos inocentes de una niña, o el clásico pinta tu aldea y pintarás el mundo: cualquiera de las frases sirven para explicar qué es lo que el habitualmente documentalista Fiorgio Diretti ha hecho en El hombre que vendrá , un fuerte drama que transcurre en un pequeño pueblo de provincias italiano ante la irrupción de los nazis a finales de la Segunda Guerra Mundial. Aunque la película, nominada a un David Di Donatello, llega en formato DVD, hay imágenes que son ciertamente bellas al comienzo de la proyección. la aclaración es más que válida, ya que lo que se ve cercano al final dista -y mucho- como para poder utilizar la palabra belleza nuevamente. Martina (la niña Greta Zuccheri Montanari) vive con sus padres, su abuela, sus tías y familia en una enorme casona en el campo. Corre el año 1943, son campesinos y la irrupción de las fuerzas alemanas desestabilizará la supervivencia familiar. Los partisanos están allí, pero llegado el momento de la barbarie, nadie estará a salvo, lleve o no un arma para defenderse. El director estructuró el filme en dos partes bien definidas: la primera, en la que plantea cómo viven Martina -que no habla- y los suyos, determina las relaciones y se centra más que nada en la niña, cuyo mutismo tendrá su explicación bien avanzado el relato; y la segunda, ya con los soldados arrasando sin mirar a quién. Tanto en una como en otra, Diretti decide que la cámara observe, como si no tomara posición, algo ciertamente discutible, porque mostrar cómo los casquillos de las balas bailotean en el aire sin encuadrar los asesinatos a sangre fría en sí, es tomar un punto de vista. El hombre que vendrá , título también sugerente, conmueve y hace entrecerrar los ojos. Ante lo que parece incomprensible -como la maldad humana- a la razón siempre le cuesta distinguir, y Diretti -insistimos- parece sólo exponer una locura, a través de la mirada de una infante. Las actuaciones de Maya Sansa (la madre de Martina, vista en La nodriza , Buongiorno, notte , ambas de Bellocchio) y la propia niña son los puntos más altos de este filme fuerte y polémico.