Manos curanderas La opera prima de Oskar Santos tiene a Eduardo Noriega como un médico que casi muere y obtiene un don sanador. El título bien podría caberle al resultado de la película. En su opera prima, el vasco Oskar Santos contó con la producción de su amigo Alejandro Amenábar, un cineasta que en buena parte de su filmografía expuso su afición por lo sobrenatural o al menos por las historias de gente al borde de la muerte. Los otros , con Nicole Kidman, y Mar adentro son manifestación de ello. Y así es que El mal ajeno , para el espectador no avisado, puede pasar por una realización de Amenábar, ya que tiene muchos tópicos en común con su cine, no sólo en su trama, también en la utilización rimbombante de la música: otra demostración de lo altisonante, ostentoso y grandilocuente que es, por momentos, el relato. Guionista de algunos capítulos de Hospital central , por lo que el hombre ya estuvo entre internaciones y salas de operaciones, Daniel Sánchez Arévalo bosqueja una historia con tintes sobrenaturales a partir de un médico que suele no relacionarse con sus pacientes, que sufren enfermedades terminales. Pero una noche, cuando enfilaba para su hogar –igualmente resquebrajado con una hija a la que no comprende y a punto él mismo de separarse- recibe, más que palabras de denostación, un balazo de muerte por parte del amante de una paciente. Estando allí mismo, lo llevan al quirófano y, como de la nada, despierta. A partir de allí toda la película será cuestión de creer o reventar. Porque Diego comenzará -primero sin entenderlo, luego tendrá su explicación traída de los pelos- a curar pacientes con sólo tocarlos. Pero tiene sus consecuencias. ¿Milagro? ¿Obra de la santidad? Nah. El mal ajeno se desarrolla en lo básico en el sanatorio, y los personajes más apegados al doctor son mujeres. Su ex, su hija, la paciente, la esposa de aquel hombre que le disparó. Santos elige para el último plano precisamente a parte de su elenco femenino, y si es cierto que la primera y la última imagen de una película son como la firma del realizador, pues ahí tienen su importancia. Lo que en cierto modo molesta del filme es su tono. Pareciera que Santos quiere enrostrarle al espectador el “mensaje”, ya sea con fuertes imágenes o con diálogos que son más frases remanidas que intentos de comunicación. Sí contó con un elenco de notables, encabezado por Eduardo Noriega, Angie Cepeda (la paciente), Cristina Plazas (la ex), Clara Lago (la hija) y Belén Rueda (la esposa del que intentó matarlo). Todos muy descarnados y con las emociones a flor de piel.
Hipnótica y romántica Una gran novela, un buen director y un elenco joven de lujo en un filme emotivo. Desde los papeles, uno no sabe a quién prestarle mayor atención: la novela en que se basa es un best seller de Kazuo Ishiguro, el autor de Lo que queda del día y La condesa rusa ; el director Mark Romanek es el mismo de Retratos de una obsesión ; los actores son los ascendentes Andrew Garfield, Carey Mulligan y Keira Knightley; el guionista, Alex Garland, es el autor de La playa y luego escribió un par de libretos para Danny Boyle. Y el filme es la suma de estos talentos, un hipnótico relato de horror y ciencia ficción, y a la vez un filme romántico y melancólico con tres personajes centrales que nos hablan de cómo la sociedad muchas veces dicta el destino de los seres humanos... y cómo revelarse a ello. Tommy, Kathy y Ruth (Garfield, el nuevo Hombre Araña , Mulligan y Knightley) viven desde pequeñitos en Hailsham, llamémosle un internado en la campiña inglesa. El mundo que viven es por momentos idílico, como si deambularan en un universo que corre en paralelo al real. Y ellos saben que están predestinados a algo, que no saben qué es ni, luego, cómo comprenderlo. Cuando crecen, lo averiguan y a partir de ahí, de ese misterio, de ese clic, Nunca me abandones se desarrolla y acrecienta el suspenso, y con ello la necesidad de vivir de los protagonistas. Lo mejor es no ahondar en la trama, para que el lector la vaya descubriendo por sí mismo. Y lo importante es cómo Romanek puede parecer gélido a la hora de dibujar algunas situaciones, pero también lleno de pasión y cierta sabiduría al retratar momentos específicos de esas relaciones (el primer beso, por caso). Como Kathy ama a Tommy, pero es Ruth quien se lo quita, la cuestión parece encaminarse hacia el despecho, pero Romanek sabe cómo y cuándo dar el volantazo. Es curioso el camino del director. Se hizo famoso por la realización de videoclips de Madonna, Michael Jackson y R.E.M., pero a la hora de filmar muta el ritmo, la pulsación frenética por una sosegada, apacible mirada que puede malinterpretarse como distante ante lo que narra. Como toda buena película, las capas de Nunca me abandones son varias y complementarias. Cada uno podrá apropiarse de la que más le agrade. Pero en todas ellas la que descuella es Carey Mulligan, dueña de una ingenuidad y una simpatía capaz de comprarse al espectador más arisco o indócil. La estrella de Enseñanza de vida , que protagonizará El gran Gatsby al lado de DiCaprio, lleva adelante el relato y vale ella sola el precio de la entrada.
Del otro lado de la cortina Una película búlgara, entre el revisionismo y la emoción. Filme revisionista, o trivializador de la realidad histórica, El mundo es grande y la salvación está a la vuelta de la esquina navega entre aguas en las que el espectador no sabe si el árbol le impide ver el bosque, o el bosque es tan frondoso que la importancia de un árbol es mínima. Basándose en la biografía de Ilija Trojanow, quien escapó con su familia de Bulgaria en los ’70 y estuvo en campo de refugiados, el búlgaro Stephan Komandarev se centra en la relación entre un abuelo y su nieto. Bai Dan (Miki Manojlovic, de Underground , La profesión de Irina Palm ) es un maestro en lanzar dados en el backgammon, quien instruye de pequeño a su hijo y a su nieto (Carlo Ljubek). Pero luego de que éstos y su nuera emigren en épocas de censura y comunismo, y se afinquen años más tarde en Alemania, sufren un accidente automovilístico en el que los padres de Sashko fallecen y él pierde la memoria. Lo que sigue es un doble relato, el del viaje que el abuelo emprende hasta Alemania para recuperar a su nieto y su memoria, llevándoselo a recorrer la ruta en tándem, y, en flashbacks, cómo eran esos años de la niñez de Sashko en un pueblo donde la persecución política ponía en riesgo, inclusive, la unión familiar. Narrada con varios tips de la especie persevera y triunfarás , o pinta tu aldea… , con diálogos eufemísticos (“si te sientes atrapado, cambias tus tácticas, te arriesgas, juegas con valentía, pase lo que pase”, como si hablaran del backgammon, pero se refieren al sentido de la vida), en El mundo... termina primando el costado emotivo más que el sociopolítico. El director, habitual documentalista, tiene un personaje que no recuerda ni quién es, y otro que ansía recuperar a ese nieto, pero en algunos momentos, al relatar lo que le sucedió al padre de Sashko, cabe preguntarse quién es el que narra, ya que uno no recuerda, el otro no estaba allí presente y el muerto difícilmente pueda decir nada. Otra de las varias licencias que Komandarev se permite en un filme premiado internacionalmente, con una convincente tarea del serbio Miki Manojlovic, de lejos lo mejor que tiene esta película sencilla y con pluralidad de sentidos.
Me quieren volver loca El director de “300” redefine la fábula en el siglo XXI. Espectacular en sus secuencias de acción, combinación de cómic y videomusical, Sucker Punch redefine el término de fábula en estos vertiginosos tiempos que corren. En lo que podríamos definir como el prólogo de la película, Zack Snyder hace una vez más uso de su prodigioso lenguaje visual para contarnos todo, casi sin palabras. En un par de minutos la protagonista se entera de la muerte de su madre, y de que su padrastro ansía quedarse con la herencia, por lo que elimina a su hermana menor y a ella la encierra en un asilo para gente con problemas mentales. Como ya hiciera en Watchmen , Snyder vuelve a mostrar el placer que le da moverse en ambientes retro: todo allí será muy de los ’50. En el asilo la bautizan como Baby Doll, ya que allí funciona una suerte de prostíbulo. Baby Doll y otras cuatro internadas ingeniarán un plan para escapar del lugar, en el que mucho tendrán que ver las fantasías y lo surreal, ya que cuando Baby Doll entre en trance al comenzar a contonearse y bailar, ella y sus amigas ingresan como a otro mundo en el que son guerreras letales, capaces de combatir a malvados medievales, dragones, robots o soldados de la Primera Guerra Mundial, en busca de los elementos indispensables que le permitirán la huída. La película está plagada de guiños, los más nítidos a Alicia en el País de las Maravillas o hasta El Mago de Oz . Y por más que Snyder proclame que Brazil y Atrapado sin salida fueron su inspiración, debe haber visto decenas de videogames. En ese sentido, el director no defraudará aquéllos que salieron extasiados (los hubo) de ver 300 . Y aunque Snyder sea políticamente correcto (o marketineramente eficaz) y deslice que en ningún momento deseó poner a sus protagonistas como objetos, las chicas muestran bastante como para poder refutarlo. No es precisamente Sucker Punch un filme donde las actuaciones estén ni por asomo por encima del ritmo –como en ninguna de las realizaciones de Snyder, a quien si mencionamos tanto es porque tiene un estilo definido, de planos cortos y cámara en prodigioso movimiento-. Sólo cabe mencionar a Emily Browning, la ex niña de Lemony Snicket , y a Vanessa Hudgens, ex High School Musical , como Baby Doll y Blondie (aunque sea morocha), además de la presencia simpre magnetizante de Jena Malone como Rocket y, en una aparición especial, Jon Hamm, de Mad Men . Lo último: no ver Sucker Punch en pantalla grande sería un sacrilegio.
Operación rescate Filme de Disney con la técnica de captura de movimiento. Robert Zemeckis tiene, parece, una obsesión. Aunque los detractores de la captura de movimiento no dejan de dispararle una y otra vez desde que dirigió El Expreso polar e insistió con el formato en Monster House , como productor, y en la dirección en Beowulf y Los fantasmas de Scrooge , con Marte necesita mamás las críticas le arreciaron en los Estados Unidos. Hay algo que es cierto: la mirada de los personajes animados, más que los movimientos corporales, los asemejan más a zombies que a seres humanos (por eso en Avatar no molestaba ver actuar a los alienígenas Na’vi). Igual, aquí hay tres o a lo sumo cuatro humanos, y el resto del elenco son todos marcianos. Milo es un niño que, una noche, cansado de que su mamá lo regañe, le dice lo que todo chico alguna vez le dijo, con más o menos respeto, a su mamá: aquello de que qué mejor estaría sin ella. Bueno, sus palabras se convierten en realidad, porque una misión extraterrestre secuestra a la madre –mal que le pese a Milo, ella es tan ordenada y consigue que su hijo cumpla con todo lo que le pide, que los marcianos la detectan y quieren que sea ejemplo para las madres en el planeta rojo- y él, desesperado porque no tendría quién le ordene que limpie su cuarto ni saque la basura, se cuelga de la nave espacial y también llega a Marte. Allí conocerá a un único humano, Gribble, un gordinflón que hace muchos años también perdió a su mamá, y que junto a una marciana rebelde ayudarán a Milo, de sólo 9 años, a buscar a la que hay una sola. El hecho de que a Milo lo “interprete” Seth Green, de 36 años, no varía en nada en las pantallas argentinas, porque no escuchamos su voz, ya que las copias están dobladas al castellano. Hay, de fondo, todo un tema con los hombres marcianos, recluidos en el fondo de la Tierra (deberíamos decir el fondo de Marte). Allí los confinó la Supervisora, la malvada de turno, que dice que se cansó de que no hicieran nada ni ayudaran en la casa y, peludos como son, desde bebés los separan de las bebas y de sus madres. De Bambi y Dumbo a esta parte, Disney ha sabido cómo lidiar con la separación (y/o muerte) de una madre con su hijo. Marte necesita mamás es un filme animado de aventuras, con toques de humor, persecuciones, peleas y todo lo que una película animada del siglo XXI suele ofrecer. Es, igualmente, escurridiza como el polvo marciano y algo pegajosa como el pochoclo dulce que los más chicos devorarán mientas la vean. Porque está destinada a ellos, no a grandulones como los padres, que probablemente se queden pensando en cómo continúa la salida con los chicos una vez que termina la proyección.
Es tan adorable... Una entradora Rachel McAdams se roba el protagonismo. Es sumamente probable que comedias como ésta usted haya visto montones. Los primeros títulos que saltan a la memoria van de Secretaria ejecutiva a El diablo viste a la moda , no sin pasar por Detrás de las noticias o El diario , porque Un despertar glorioso tiene una protagonista workaholic como las de las dos primeras -y tiene que soportar jefes o compañeros de trabajo insufriblemente egocéntricos- y transcurre en un medio de comunicación, aquí la TV. Y no cualquier TV: la de la mañana, o mejor, la de la primerísima mañana. No es extraño que hasta los conductores se queden dormidos a la hora de presentar las noticias en el canal en el que Becky (Rachel McAdams, de Diario de una pasión a Sherlock Holmes ) es una productora que promete. Pese a ello, es echada de su trabajo y consigue un lugar en otra televisora -ahora sí, en Manhattan- con una misión cuasi imposible, aceptando un salario inferior al que tenía y con conductores y equipo de producción tan adormecidos que uno no sabe si cuando los ve se acaban de despertar o nunca se acostaron. En fin, digamos que Roger Michell ( Un lugar llamado Notting Hill ) no hace más que acomodar el ambiente para que McAdams se luzca -siempre- y se sienta a sus anchas al lado de dos pesos pesados como Harrison Ford y Diane Keaton, que deben asumir a la fuerza la conducción de Daybreak , un programa de TV a punto de desaparecer por los bajos ratings. Se lo merecen: por momentos Keaton parece presentar un Boluda total de Fabio Alberti, y Ford, que hace de periodista prestigioso obligado a cumplir un contrato, no quiere saber nada con esto. La comedia tiene esos elementos que distinguen a las producciones hollywoodenses que pretenden emular aquella otrora era dorada. Y no será casualidad que el guión sea obra de Aline Brosh McKenna, quien cada dos años ofrece trabajos como Las reglas de la seducción , El diablo viste... y 27 bodas , en los que suele colarse el glamour y el ingenio en las situaciones planteadas y los diálogos. Lo dicho: McAdams está tan adorable que al filme pueden perdonársele unos cuántos -muchísimos- clisés (desde el quedarse dormida y levantarse a las corridas, hasta las metidas de pata en un videograph o lo que fuere que salen al aire). El elenco que la acompaña ciertamente no desentona, y además de Ford y Keaton -el gancho para el público más adulto-, están un Jeff Goldblum desatado y con las mejores líneas de diálogo, y el ascendente Patrick Wilson, como su novio. Divertida, Un despertar glorioso es como una brisa en una cartelera adocenada. Pasajera, pero brisa al fin.
Temple de acero Extraordinario alegato antibélico, premiado en Venecia, transcurre enteramente dentro de un tanque. “El hombre es acero. El tanque es sólo hierro.” Hay un dato quizá no aleatorio para ojos argentinos: mientras nuestro país estaba en plena guerra por las Islas Malvinas, comenzaba el enfrentamiento entre israelíes y sirios. El ahora director Samuel Maoz ingresó en el tanque de guerra donde se desarrollan los 93 minutos de Líbano , ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia, como artillero. Ese día de junio sus pies chocaron con el suelo seminundado del tanque, saludó al comandante, al conductor y al cargador de municiones, y allí Líbano arranca. No dejará muchas cosas en pie, empezando por la esperanza de que el salvajismo de la guerra se aplaque de una vez, y siguiendo con la ingenuidad de quienes cómodamente apoltronados en sus butacas crean que lo que están viendo es sólo una mera ficción. En breves pantallazos y diálogos Maoz presenta y construye a sus personajes, que tienen carne, y sangre en sus venas: no es fácil crear esa verosimilitud, ni siquiera generar esa empatía con seres como estos soldados que no están cerca del espectador. Y no es Líbano un trabajo amateur, ni documental, ni experimental: basado en sus propias experiencias, a Maoz (Shmulik en la película) no le tiembla el pulso a la hora de mostrar cómo niños y civiles indefensos son asesinados, y la desesperación del cuarteto encerrado al quedar en pleno territorio enemigo, sin ayuda para poder escapar cuando el tanque se detenga. La película transcurre enteramente dentro del tanque (se ve lo que acontece en el exterior sólo a través de la mira del cañón), pero lo que pasa allí afuera es tan horrendo que los que miran no son simples obervadores, sino que forman parte, participan de la guerra. Por momentos Líbano tiene muchos puntos de contacto con Vivir al límite , de Kathryn Bigelow: mientras la estadounidense ofrecía la locura de los ataques al aire libre en Irak, Maoz apela al encierro, la claustrofobia, y si los sonidos en Vivir... eran pieza fundamental del engranaje, aquí el ruido del desplazamiento de la mira juega como elemento dramático, lo mismo que la visión nocturna, virada al verde. Aquella frase del comienzo ( El hombre es acero, el tanque es sólo hierro ) es la que Shmulik advierte y lee apenas ingresa en el tanque. Hay que tener un temple de acero para sobrevivir lo inconcebible.
Lo que el agua se llevó Simpático western animado, de Gore Verbinski, sobre una lagartija que aspira a ser actor y héroe. Una lagartija con aspiraciones a actor –y también a héroe- se encuentra, tras un accidente automovilístico en una ruta en pleno desierto, y de buenas a primeras, en un pueblito del Lejano Oeste. Habitado por otros animales, se llama tierra (con minúscula, porque es como polvo), que es lo único que hay a kilómetros de distancia. La sequía es atroz, en el banco –donde se guarda lo más preciado- sólo queda agua para seis días, y nuestro antihéroe comienza a creer que el alcalde (una tortuga que ¿para movilizarse más rápido? anda en silla de ruedas) mucho tiene que ver en el asunto. La lagartija, que, para ser sinceros, tiene mucho de camaleón, decide autobautizarse Rango luego de entrar al saloon y beber de una botella Made in Durango. Como sus deditos tapaban Du, decidió que sería Rango. Y más: termina siendo el sheriff del pueblo, fantaseando y fabricando historias de un pasado de certezas incomprobables, hasta que… Ya se sabe, si la mentira tiene patas cortas, no quieran saber lo que son las de la lagartija. Rango homenajea aquí y allá unos cuántos títulos del western ( A la hora señalada , el primero) pero también a Apocalypse Now y La guerra de las galaxias . No es, como podría presumirse, un filme alla Shrek , con guiños del estilo DreamWorks, pero también es cierto que dejará perplejo a más de un niño (y niña, ni qué hablar). Es que los personajes son, cómo decirlo sin herir susceptibilidades de las estrellas, francamente feítos. Miren, sino, a Rango, con sus ojos saltones y su cuello en diagonales. La estructura del guión también es extraña para los más pequeños que en su vida hayan visto o sepan qué es un western, por lo que ahí sí la ayuda de papá y mamá o un abuelito será recomendada. Está, cómo no, el mensaje ecológico sobre la importancia del agua y de no desperdiciarla. También queda claro que cualquier embustero puede ser sheriff (o policía) y alcalde (o Jefe de Gobierno), pero esas son minucias que los chicos aprenderán a discernir y/o padecer cuando hayan crecido. Lo que es una pena es que tanto talento involucrado en la confección de las voces se haya perdido casi por completo en las copias que se estrenan entre nosotros –hay una sola copia subtitulada, en La Plata-. Vayan anotando para cuando salga editada en DVD: Johnny Depp es Rango, y por ahí andan en dos o más patas Ned Beatty, Alfred Molina, Harry Dean Stanton, Ray Winstne o como arrastrándose como Jake, la serpiente, el gran Billy Nighy.
El sacrificio emocional Javier Bardem conduce el drama de un hombre que sabe que morirá. Uxbal es un hombre común viviendo circunstancias extraordinarias. Vive, también, en un mundo en el que la sordidez es moneda corriente. Tanto a su alrededor (González Iñárritu sitúa las acciones en el barrio pobre de El Raval, el costado menos glamoroso de Barcelona, donde inmigrantes ilegales, latinos, africanos y asiáticos son explotados y trabajan en talleres clandestinos como un modo de sobrevivir) como puertas adentro. Su departamento dista de ser un modelo -los bichos que Uxbal ve en el techo son más que una alegoría-, pero es en el interior del mismo, con sus hijos pequeños a los que cría y de quienes tiene la custodia por la bipolaridad de su ex mujer (la argentina Maricel Alvarez, notable), donde el hombre se encuentra mejor. Puede molestarle que Mateo patee la mesa al comer –la paternidad vuelve a ser un tema recurrente en la filmografía de Iñárritu- y es allí, sentados a la mesa o en la cama, donde se dicen y explicitan temores, problemas y alegrías de esta familia desarmada. Ah, Uxbal se entera de que tiene cáncer y le quedan pocos meses de vida. El título del filme ( Hermoso ) es la antítesis de lo que se ve en pantalla. Aunque el espectador puede hallar aquí o allá momentos luminosos, más que nada en la relación de Uxbal con sus niños. En esta película “circular”, en vez de las enrevesadas historias cruzadas que confluían en sus filmes anteriores ( Amores perros , 21 gramos , Babel ), el tema de la muerte, tan familiarizada a la cultura mexicana, vuelve a ser recurrente. El dolor que se siente es continuo y al salir del cine uno tiene algo así como la necesidad de pegarse una ducha. Sin Javier Bardem, el sacrificio emocional que realiza Uxbal llegaría al espectador de otra manera. El actor decididamente se roba la película, y no sólo porque esté el 99% de la proyección en pantalla. No se trata de proporción sino de presencia. Uxbal es un marginal, sí, pero trata de emerger de la miseria, un término que se podría utilizar aquí para denominar más de una coyuntura. El hombre de ojos cansados puede comunicarse con los muertos, y sabe que no debería cobrar por ese don. Pero lo hace… El filme shockea desde el realismo y desde las cosas que Uxbal, entonces, imagina. Esta vez Iñárritu deseó contar la historia desde el punto de vista de un solo personaje, y sobre él recae la cámara en mano su habitual iluminador, Rodrigo Prieto (también, Frida y Secreto en la montaña ). La angustia y el tormento por los que atraviesan Uxbal y quienes lo rodean son ciertamente agobiantes. No hay regodeo en el sufrimiento ajeno, pero se los muestra con detalles como para que el golpe no pase de-sapercibido. Si el filme es esperanzante o desmoralizador, la respuesta la tiene cada espectador.
Alien todopoderoso Filme de acción con adolescentes con, ejem, todo a flor de piel. Las ventajas que tiene John, ya desde el afiche de la película, son inocultables. Si lo desea, abre los puños y de la palma de sus manos sale una luz, azul, muy útil para iluminar en bosques nocturnos, algún sótano o escuela cerrada. No es lo único que John puede hacer a voluntad con su cuerpo: tiene una fuerza terrible, salta como si rebotara en una cama elástica y –siempre achinando los ojos, haciendo muecas y extendiendo sus brazos- logra alejar de sí objetos que desea mantener a distancia. Como explosiones, malvados o monstruos. Soy el número cuatro se basa en una novela que fue (es) best seller y es producida –aunque no en los papeles- por Steven Spielberg, y por Michael Bay, el mismo de Transformers . John, por si no lo adivinó, es un extraterrestre que tomó forma humana aunque nunca sepamos cómo, y es el número 4 porque en total son nueve los alienígenas que abandonaron el planeta Lorien cuando los mogadorianos iban a eliminarlo todo. Y como no hay dos sin tres, a esos primeros tres los mogadorianos los aniquilaron junto al guerrero que acompañaba a cada uno como una suerte de ángel de la guardia (pero con una daga con lucecita, acertó, azul). Ahora John y su custodio Henri deben cuidarse porque los malos atacan en orden, por número de aparición. Que pase el que sigue. Soy el número cuatro es la (nueva) típica película de acción con algo de romance desde el inicio de la saga Crepúsculo , en la que los personajes son adolescentes que pertenecen a mundos diferentes. John sería como el vampiro que se enamora de la chica normal (aquí se llama Sarah, es fotógrafa aficionada, y justo lo que John menos necesita es que suban su carita a una red social) y debe luchar junto a otro mortal (un nerd hijo de un obsesionado por los ovnis que habría sido secuestrado por extraterrestres) y un perrito no tan faldero contra estos invasores pelados pintarrajeados y con branquias. El director D.J. Caruso expone casi el mismo dinamismo que en Paranoia y Control total , sus dos éxitos anteriores. Presumible primer capítulo de una saga, hay que esperar que aparezca la Número 6 (Teresa Palmer) para que la cosa se ponga mejor y la acción se asuma como tal. A Alex Pettyfer, el joven inglés de Alex Rider , lo veremos de aquí en más hasta en la sopa. Con algunas frases más o menos memorables –la dedicada a una bebida energizante no debe contarse como chivo-, Henri (Timothy Oliphant, de Duro de matar 4.0 ) le aclara a John que “nosotros no amamos como los humanos; lo hacemos con una sola persona y para siempre”. Error de marketing: debieron estrenarla antes de San Valentín.