Es llamativo cómo las campañas de marketing se realizan montadas más en supuestos que en verdades absolutas. Lo que sucede con La mujer rey vale de ejemplo. Desde que se anunció que tendría su premiere mundial en el Festival de Toronto, un evento que no es competitivo, se repitió hasta el cansancio que Viola Davis, su protagonista, aspira al Oscar. Davis es una excelente intérprete. Ya ganó el premio de la Academia de Hollywood como actriz de reparto por Fences, de Denzel Washington, y fue candidata en otras tres oportunidades. Pero arriesgarse a que lo será por protagonizar este filme con más de acción que de drama, es arriesgado. Viola Davis encarna a Nanisca, la aguerrida líder de las Agojie, un ejército de guerreras que luchó por el reino de Dahomey en el África occidental cuyos contrincantes, siempre, fueron hombres que las subestimaban. Y lo mal que hacían. Bueno, el título del filme ya spoilea demasiado. Pero el poder de Nanisca va mucho más allá de manejar con mano férrea a sus soldadas. Puede convencer al rey Ghezo (John Boyega, Finn en la última saga de Star Wars), un tipo polígamo, pero con los oídos bien predispuestos, a vender menos esclavos a los blancos -sí: vendía a miembros de su pueblo- y cambiar de estrategia, vendiéndoles productos agrícolas. Aprendiz de guerrera En medio de todo eso, hay una nueva aprendiz que, con suerte, ingresará y formará parte de las Agojies: Nawi una chica de pensamiento y acciones fuertes, a quien su padre, cuando ella maltrata a un pretendiente mucho mayor que ella con la que querían casarla, que la trató peor, quiere sí, deshacerse de ella. Y la lleva a que la entrenen como tropa. Y en este nuevo paradigma hollywoodense, en el que la diversidad se abre lenta, pero inexorablemente, no solo son actrices las que están al frente del elenco. La dirección está a cargo de una mujer,Gina Prince-Bythewood, hubo una guionista, y la historia original fue idea de otra mujer. La dirección de fotografía y la edición también fueron realizada por mujeres. La directora de La vieja guardia, que estrenó por Netflix en plena pandemia en 2020, con Charlize Theron como protagonista, es su antecedente más reciente. Así que La mujer rey va a tener acción, combates cuerpo a cuerpo en los que morirán muchos, pero casi, casi sin derramamiento de sangre, porque al menos en los Estados Unidos hay que mantener la calificación PG-13, para que los adolescentes puedan pagar su entrada e ir a verla. Además de Davis, tanto Thuso Mbedu como Sheila Atim, su compañera en la serie de Amazon The Underground Railroad, tienen roles protagónicos. Tal vez, en una de ésas, si la carga dramática que el filme incluye cuando restan algunos minutos de los 135 que dura la película se hubiesen incluido antes, hablaríamos de un filme más potente. Pero no. Aquí se trata de una de acción acorde a los tiempos que corren, en desconsideración a otros temas no tan profundizados -el machismo, la esclavitud- con una historia romántica tirada de los pelos, y otra que no pensamos spoilear.
La palabra verdad aparece en varias oportunidades, tanto en la boca de los protagonistas como escrita en las imágenes de Argentina, 1985. Como si esa fuera la cuestión central, troncal detrás de la cual van los fiscales Julio César Strassera (Ricardo Darín) y Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) en el histórico Juicio a las Juntas militares de la última dictadura, por las graves violaciones a los derechos humanos. La tarea de la dupla fue entre mesiánica e impensada en una democracia que recién nacía, y nadie esperaba que se sentara en el banquillo de los acusados a los militares. Ni el propio Strassera, que junto a Moreno Ocampo reunió a un grupo de jóvenes sin experiencia, pero con ganas, para buscar pruebas de que todo había sido armado por los 9 miembros de las Juntas, cuando pocos empleados de la Justicia se atrevían a hacerlo. Pero si Argentina,1985 es, sí, un filme que transcurre mayormente en el ámbito judicial -una película “de juicio”, diríamos-, tiene los pies también en el entorno cotidiano de los fiscales y los suyos. Eso le da amplitud al registro del relato. Lo acerca al espectador, y no solo al argentino. Ficción y realidad La película de Santiago Mitre es rigurosa cuando las acciones transcurren durante el Juicio en la Sala, y se permite indagar y ficcionalizar cuando la cámara no está allí. Primordialmente en el hogar -sí, digamos el hogar, no la casa- de los Strassera. La influencia que la esposa (Alejandra Flechner) y sus hijos (Santiago Armas Estevarena, Gina Mastronicola) ejercen, tal vez sin querer, sobre él cuando el protagonista se siente entre vencido y con un cauto optimismo acerca de si podrá llevar la verdad al Tribunal, para que se imponga, es el principio en el que se apoya el fiscal. “Los tipos como yo no somos héroes”, dice Strassera, palabra más, palabra menos. Es un tipo hosco, desconfiado, que va siempre tras la verdad -de nuevo-, que quiere un juicio justo para quienes no hicieron lo mismo durante la dictadura y que hasta manda a seguir a su hija adolescente… por su otro hijo, para ver en qué anda en sus asuntos sentimentales. Y el guion del director, que coescribió con Mariano Llinás, se permite el humor en más de una ocasión, para descomprimir, pero a la vez para desacralizar, para acercar al espectador y relajar tensiones. La construcción de los personajes, sea con pinceladas o diálogos -el que mantiene telefónicamente Moreno Ocampo, que provenía de una familia de militares, con su madre, por ejemplo- es esencial en un filme que se nutre de recursos del cine más clásico, de aquí y del Hollywood de la época de oro. Santiago Mitre debutó en el largometraje en solitario con la independiente El estudiante, se afianzó con La patota, se probó en un cine más comercial con La cordillera, y exploró el cine de género con la comedia de horror Pequeña flor, estrenada este mismo año. Argentina, 1985 lo muestra afianzado y le permite que cuando apele a los aportes humorísticos el filme no pierda su rumbo. Es una apuesta riesgosa, pero que termina satisfactoriamente. La dupla que componen Darín y Lanzani es notable, pero todo el elenco, desde los personajes más anecdóticos al que compone Laura Paredes (el testimonio de Silvia Castro es estremecedor) están tan bien interpretados que no parecen actuados. El alegato de Strassera, desde entonces considerado una pieza histórica, se sigue en todas las funciones que presencié en absoluto mutismo por el público. Y el “Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: Nunca más” es seguido por aplausos, que tapan el silencio en la banda de sonido que decidió Mitre para acompañar esas imágenes posteriores de aclamación en la Sala del Tribunal. De celebración. Los estadounidenses denominan crowd-pleaser a los filmes que cautivan o complacen a una multitud, y es un término que le cabe acabadamente por ese momento a la película. Los ojos de Javier, el hijo de Strassera, están ahí, presentes, como en varios momentos cruciales del relato. Es en esa generación donde está la esperanza a la que, primordialmente, apunta Argentina, 1985 para que el Nunca más sea más que una expresión de deseo.
Si el cine de género viene creciendo a ritmo sostenido durante los últimos años en la Argentina, Tamae Garateguy es una de las directoras que encabezan esa búsqueda. Codirectora de las notables comedias UPA! y UPA! 2, en solitario se volcó al terror, el thriller y lo fantástico, con películas como Mujer lobo o Hasta que me desates. Las furias tal vez sea su proyecto más ambicioso hasta el momento: filmada en escenarios naturales en Mendoza, aquí el western gauchesco se cruza con el cine fantástico y la tragedia, con el terror. Como un Romeo y Julieta a la criolla, ésta es la historia del amor prohibido entre Lourdes, la hija del terrateniente de la zona, con Leónidas, perteneciente a una familia indígena. Pero en este caso, a la rivalidad entre los clanes -en otro capítulo del ancestral enfrentamiento entre blancos e indios, el padre de Lourdes quiere apropiarse de las tierras donde viven los aborígenes- se suman conflictos intrafamiliares. Leónidas y Lourdes se conocen en las peores circunstancias, cuando los dos están huyendo de situaciones de sometimiento en sus hogares. La narración transcurre en dos planos temporales. Convertidos en dos personajes de una aventura posapocalíptica al estilo Mad Max, en el presente Lourdes y Leónidas escapan a bordo de una camioneta por el desierto, perseguidos por matones mandados por el padre de ella. Constantemente se intercalan episodios del pasado, donde vemos cómo llegaron a esta situación límite. Desde las primeras escenas, donde hay una decapitación, Garateguy no nos ahorra ni una pizca de la violencia más explícita para contar esta fábula -basada en una idea de la pareja protagónica, Guadalupe Docampo y Nicolás Goldschmidt- que también incluye abusos sexuales, magia negra, tiros y cuchillazos. Las furias es un arriesgado intento por traer a estas pampas el espíritu de Sam Peckinpah y, lógicamente, las distancias para salvar son grandes. Pero, aunque no esté siempre bien actuada y de a ratos camine por la cornisa de lo bizarro, esta sangrienta apuesta termina rindiendo sus frutos.
Las películas de terror, cuando están bien pensadas, craneadas y ejecutadas, tienen a favor que nos mantienen en tensión constante. Piensen en Psicosis o en El resplandor. No es la truculencia, sino el armado de la trama lo que más nos aterroriza. Bueno, Bárbaro no les llega ni a la altura de las rodillas a esas obras maestras del género, debidas a Hitchcock y a Kubrick, pero planea y plantea algo diferente. Algo que le alcanza para diferenciarse de la mayoría de las producciones del género made in Hollywood que llegan casi semana tras semana a la cartelera. Por empezar, los tempos. En Bárbaro, hasta que suceda algo realmente escalofriante, van a pasar varios minutos. Tess (Georgina Campbell) llega una noche de tormenta a la que será su casa en un barrio alejado del centro de Detroit. La alquiló por Airbnb, y descubre que allí la habita otra persona, Keith. Evidentemente hubo una confusión, porque los dos tienen los papeles como para ser los inquilinos. Que Keith sea interpretado por Bill Skarsgård, el payaso Pennywise de It, de Andy Muschietti, da para imaginar lo peor. Seguro que el guionista y director Zach Cregger no lo pensó dos veces cuando terminó contratándolo. Bárbaro es un filme de terror, y Keith con el rostro lavado de pintura de Skarsgård es el principal sospechoso de lo que vaya a pasar. Y Tess es bastante criteriosa. No conviene adelantar mucho más de la trama, y sí hablar de la sapiencia con la que Cregger (actor y productor, hasta ahora más que nada en la TV) lo estructura todo desde el libreto. La película se irá abriendo. Hay una historia casi en paralelo, que tiene a Justin Long (Jeepers Creepers: El terror existe, veinte años atrás) como protagonista: es AJ, un director de cine en Hollywood a quien una actriz acaba de acusar de abuso sexual, que ve cómo su carrera se desmorona y para afrontar los gastos de abogados necesita disponer de dinero en efectivo. Y no va que Aj es el dueño de la casita en las afuera de Detroit… Hay una tercera historia, en el pasado que ayudará a entender qué es lo que está sucediendo en esa casa en la que fue un barrio de clase media, con jardincito al frente, que la posterior debacle de Detroit como centro de industria automovilística dejó en ruinas (aún hoy es posible ver cientos de casas abandonadas como las que se ve en la película). Qué aporta "Bárbaro" Lo dicho: el aporte de Bárbaro al cine de terror es lo ingenioso del relato y no los golpes y lo inverosímil de que terminan siendo algunas situaciones, pasada más de la mitad de la proyección. Es una película barata en su hechura (diez millones de dólares, lo que recaudó en su primer fin de semana en cartel en los Estados Unidos y Canadá, hace casi una semana), que en parte se rodó en Bulgaria para abaratar costos. Me muero por contar algo, pero no: esperen a leer los créditos finales (no hay escena postcrédito) y vean quién interpreta, creo, al cuarto personaje, que no tiene nombre propio. Es un dato de color entre tanta sangre.
El cine y las series surcoreanas siguen copando mercados. Y así como Parasite ganó el Oscar y la Palma de Oro en el Festival de Cannes, y El juego del calamar explotó en el streaming global, el protagonista de la primera (Song Kang-ho) y uno de los actores de la segunda (Lee Byung-hun) están al frente de Emergencia en el aire. Para darle algo más de respaldo, la película de Han Jae-rim tuvo su premiere el año pasado en el Festival de Cannes, fuera de competencia, claro. Es que es una película de acción, suspenso y con un tema que el guionista y director no hubiese imaginado al redactar el libreto que iba a tener tanta actualidad. Porque la necesidad y la urgencia ocurren porque hay un virus esparciéndose a bordo de un avión con 121 pasajeros. Y adivinen: ningún país quiere dejar que aterrice en su tierra el vuelo de la aerolínea Sky Korea 501, que partió con destino final a Hawái. Ni los Estados Unidos, ni Japón. Nadie. Y en la propia Corea lo piensan dos veces antes de tomar una decisión. Y por supuesto que habrá una corporación, una farmacéutica multinacional metida en todo esto. Sin contar demasiado, la cosa es así. Un hombre joven difundió por las redes sociales que planeaba un ataque. No era muy claro cómo iba a hacerlo, pero el sargento Koo (Song Kang-ho) se mueve, y descubre que no era una amenaza falsa. No decimos más. La película va teniendo, como toda película de catástrofe aérea desde la primera Aeropuerto, con Burt Lancaster y Dean Martin, a Vuelo 93, pasando si quieren hasta por ¿Y… dónde está el piloto? sus escenas a bordo del avión y lo que sucede en tierra. Antes de que el vuelo despegue, vemos cómo Ryu Jin-seok, el bioterrorista, elige al azar qué vuelo tomar. ¡Y no va que en ese avión está la esposa del sargento! Para más, un padre y su hijita también se suben en Económica, pero tienen un encontronazo con Ryu. A partir de allí, todo lo que se puedan imaginar es poco. El virus puede propagarse y hacer que quienes se contagien sientan una picazón, escalofríos, empiecen a toser sangre. Y como el avión es viejo -bah: tiene 20 años-, la ventilación reutiliza el aire que está adentro y como es un virus nuevo, el período de incubación es corto, y entonces… ¿Habrá un antídoto? ¿Eh? Emergencia en el aire no es original desde ningún lugar del que se la mire. Los enfrentamientos entre los pasajeros, el heroísmo de algún piloto o azafata, todo lo que no puede faltar, no falta. Tampoco sobra demasiado: la descomposición de los cuerpos corre pareja con la solidaridad y el altruismo de los que son buenos y generosos. En fin, pochoclera made in Corea. Y ojo: en el IMAX se proyecta la versión extendida, que dura 20 minutos más
Es difícil entrarle a una saga cuando ya van por la cuarta película. Tanto, como agarrar y empezar una serie por la tercera, la cuarta o la quinta temporada. Por más que hagan un resumen al inicio, se entiende poco y nada. Así que si no vieron ninguna de las After (Después), después no vayan a patalear con que no entendieron nada. Igual, algo se entiende. Para los que deseen acercarte a este telenovelón made in USA basado en las novelas de Anna Todd, los protagonistas juveniles son Tessa Young (Tessa Joven) y Hardin Scott. Se conocieron en la universidad, y ya de movida había relaciones cruzadas: la madre de un amigo estaba comprometida con el padre de Hardin. Bueno, esto va a ser así hasta esta cuarta película. En After. Amor infinito, Tessa y Hardin son pareja, y no lo son, y vuelven a serlo, y dejan de serlo, y al final parece que están juntos, o tal vez no. Estos jóvenes, que se quieren, se necesitan -ese verbo tan peligroso de conjugar en una relación-, se dicen cosas hirientes, pero si uno no vio o leyó las películas o los libros anteriores, tal vez se quede pensando y diga “má sí, fletalo/a”. Error, porque como ya dijimos, dejan de estar juntos y vuelven a estarlo. Y así. No es que les pasen cosas tre men das. El amor a veces es así. Va y viene. Como un yo-yo, como un boomerang. Como cualquiera de las películas de After. Una por temporada Las películas de After llegan de a una, una por año. En 2019 fue After. Aquí empieza todo. En 2020, After. En mil pedazos (estrenó en septiembre, en salas donde las hubiera abiertas, y en streaming), en 2021 fue el turno de After. Almas perdidas. La directora Castille Landon, que encima tiene como apellido el nombre de uno de los personajes secundarios, ya dirigió la anterior (After. Almas perdidas), y está comprometida a dirigir una secuela (¿pero originalmente no eran cuatro películas...?) y una precuela, así que, digamos, es toda una entendida en el tema. Para los que sí están familiarizados con la trama, sepan que Hardin está hecho trizas (como al final de Almas perdidas, por lo que se enteró de su padre, su madre y el que ahora sabe que fue su padre). Y Tessa no empieza pasándola mejor: cuando regresa a Seattle, pasa algo con su padre. El problema con esta película es que no avanza. Es como un pero que gira mordiéndose la cola. Josephine Langford y Hero Fiennes Tiffin son los protagonistas. A ella, australiana, tal vez la recuerdan, o no, en Moxie, la película que transcurría en un colegio secundario, estrenada por Netflix en 2021. No, ésa no, otra. El, si van a Wikipedia (se los ahorro), descubren que “se ganó en 2009, a la edad de 12 años, el papel de la versión joven de Lord Voldemort en Harry Potter y el misterio del príncipe. David Yates, el director de la película, dijo… que Hero fue elegido NO debido a su parecido y a su relación familiar con Ralph Fiennes, quien es su tío materno e interpretó a Lord Voldemort en su versión adulta”. Ah, claro, no. Bueno, como va a haber más películas de After, una que sí sucederá after (después de ésta) y otra before (o sea, antes), lo dejamos acá y volvemos, presumiblemente, en un año. O no.
El protagonista y el director y guionista de ¡Huye!, Daniel Kaluuya y Jordan Peele, vuelven, pero no necesariamente renovados, ni ¡Nop! es una película como para refregarse las manos de entusiasmo. Kaluuya tiene un emprendimiento de animales amaestrados, que hereda de su familia y en el que trabaja desde hace años, y que vienen ofreciendo a los estudios de TV y cine en Los Angeles. Algo cae del cielo, y termina matando a su padre (breve aparición de Keith David). Como entiendo que mucho de lo que se ve y cuenta en ¡Nop! no debería spoilearse, y debería dejarse a los espectadores descubrir, vamos a saltearnos eso, y vamos a decir sencillamente que la combinación de western, filme de suspenso, ciencia ficción y hasta con pasos de comedia muestran a Pelle como a un tipo arriesgado. El no arriesga, no gana. Pero aquí Peele no gana. Y el público, tampoco. Cuando estrenó ¡Huye! (2017), la respuesta fue unánime: Jordan Peele, su director y guionista, era todo un descubrimiento para las grandes ligas de Hollywood. Era el debut como realizador de cine del actor, la película sobre el joven afroamericano acosado por la familia blanca de su novia tuvo múltiples candidaturas al Oscar -incluido mejor filme y director- y Peele terminó agradeciendo una estatuilla al mejor guion original. Como suelen los Académicos palmear la espalda de los directores-guionistas del cine independiente en el que ven proyección a futuro. Ya lo habían hecho, entre tantos otros, con Quentin Tarantino. Y muchos vieron en Peele una reencarnación y/o mejoramiento de lo que en su momento saltaron a decir que era M. Night Shyamalan cuando estrenó Sexto sentido. Si a Shyamalan lo llamaron “el nuevo Spielberg”, al poco tiempo el mote debió guardarse ante la irregular carrera del director de El protegido, sí, pero también de El fin de los tiempos y Después de la Tierra. Ni tanto ni tan poco Pero volvamos a Peele, que a dos años de ¡Huye! estrenó Nosotros (Us), en 2019. ¿Se apuró, nos preguntamos algunos? ¿No debió pulir aún más el guion de la película con Lupita Nyong’o y Elisabeth Moss, sobre estos visitantes extraños que acosaban a una familia? Bueno, tuvo más tiempo para crear ¡Nop!, en el que confluyen su gusto por el terror o deberíamos decir el suspenso algo subido de tono, con la ciencia ficción. Y el resultado deja bastante que desear. Peele sabe plantear -como Shyamalan: en eso sí se parecen- las tramas de sus historias. Todas tienen un gancho desde las primeras imágenes. El problema surge en ¡Nop! cuando, a medida que va desarrollándola, no solamente la atención enflaquece, sino que el espectador puede llegar a hacerse la maldita pregunta que ningún cineasta quisiera escuchar desde la platea. “¿En serio?” Peele abre una subtrama ni bien arranca la película, con un mono asesino en una serie de TV. Luego tendrá su por qué. Pero pareciera subestimar al público (única alerta de spoiler, salteen al próximo párrafo, aunque no sea para tanto): ¿Es que nadie se da cuenta que hay una nube quieta, en el cielo, durante semanas? La película tiene buenos efectos especiales, golpes de efecto -que no son lo mismo- en el sonido y una historia que se desinfla. Ah, además, es larga.
Fantasía, realismo mágico, suspenso y una pizca de terror, esos son los elementos con los que el formoseño Sebastián Caulier trabajó El monte, con un Gustavo Garzón bastante atípico. Y como no hay salas de cine abiertas en Formosa -es la única provincia que no tiene en la actualidad cines-, los formoseños no pueden verla en su provincia. Sí estrena en otros puntos del país. Garzón es Rafael, un hombre que decidió irse de la ciudad de Formosa e instalarse “en la quinta”, una propiedad familiar en medio del monte. Hasta allí, sin años de comunicarse, ahora llega Nico, su hijo, a quien de entrada no reconoce y le apunta con una escopeta. Algo no está bien en Rafael. Tiró 40 años por la borda de su consultorio médico, según le reprocha su hijo. Está como ido, perdido. Y eso sin contar que, a la noche, se dirige hacia el monte, semidesnudo. Cuando los ruidos ensordecedores de los animales -no solo de los monos- hacen difícil dormir, Rafael se para, levanta los brazos, y parece hacer algo similar a una petición. Una ofrenda. ¿Una respuesta? ¿Qué hace? ¿Qué está pasando? Es que los protagonistas no son solamente el padre y el hijo. El tercero en cuestión es el monte. La relación entre los dos primeros parece lastimada de muerte. “Inútil” es lo menos que le dice el progenitor al hijo. Y no apunta solo a que, cuando dispara a metros de un apresa, la deja escapar, o no sabe poner una lombriz en el anzuelo. Nico es universitario como él, es filósofo y tenía una pareja gay, que lo abandonó de un momento para el otro. Rencor y amor Hay resentimientos, pero también un hilo de comprensión, pero que puede cortarse en cualquier momento. Caulier, egresado de la ENERC, la Escuela de Cine del INCAA, ya en sus anteriores filmes La inocencia de la araña (2012) y El corral (2017) demostró tener un estilo y un universo que lo distingue. Maneja bien los silencios, los suspensos, y crea un clima entre premeditadamente hostil y decididamente de extrañeza. Garzón tiene un rol esencial, Rafael es la razón por la que Nico llega hasta el monte, pero principalmente Juan Barberini, que interpreta a su hijo, está casi todo el tiempo en pantalla, llevando el peso de la trama de esta película en la que confluyen la mitología, la fantasía y la realidad.
Ya sabemos, ya aprendimos que la venganza es el motor de muchas películas de acción made in Hollywood. Pero cuando el que quiere desquite, revancha, no es humano sino un animal, como en Bestia, no hay razón que entender. La Bestia del título es un león, al que unos cazadores furtivos eliminaron a toda su manada. Y quienes tendrán la desgracia de encontrarse con él, sin comerla ni beberla, son Nate y sus dos hijas, una adolescente y la otra más pequeña. Los tres afroamericanos llegan hasta esa región de la selva africana tras la muerte de su exesposa y madre, respectivamente, para que las chicas conozcan la aldea original de la madre. La película también tiene otro coprotagonista, al que llaman cariñosamente tío, pero que es blanco, se llama Martin y su apellido, traducido, es Batallas. Es un tipo que es un anticazador, que se preocupa porque las fieras vivan en su hábitat natural y está en contra de los comerciantes de animales. El director islandés Baltasar Kormákur tiene quizá, no lo llamemos el aplomo o la prestancia, pero sí la habilidad de saltar de un género a otro. Ha dirigido Dos armas letales, con Denzel Washington y Mark Wahlberg, y también Everest, la que, con un elenco multitudinario de estrellas, encabezado por Jake Gyllenhaal, presentó en Venecia en 2015. No tiene Bestia muchos rostros conocidos, más que los de Idris Elba (El Escuadrón Suicida, cuatro veces nominado al Emmy por Luther) y el sudafricano Sharlto Copley (Sector 9 y fue Murdock en la desquiciada Brigada A con Bradley Cooper y Liam Neeson). Y el del león, vaya uno a saber cuán digital es, la bestia del título, sediento, cómo no, de venganza. Acabar con el bicharraco Sin que nadie diga Tiburón, llega un momento en el que Bestia nos plantea lo mismo que la película de Steven Spielberg: al animal de dimensiones atípicas, cuando tanto el experimentado (el pescador, que era Robert Shaw) como el especialista (el ictiólogo, que interpretaba Richard Dreyfuss) fracasen, no queda otra que el hombre común (Roy Scheider) para acabar con el bicharraco. Bueno, Nate (que interpreta el actor de Beasts of No Nation) no es taaaan común, porque es médico. Y bien que cose las heridas y salva de la muerte a unos cuantos personajes. No, no a todos. A alguno le pide disculpas, le saca lo que necesita que tiene y lo deja a su merced. A la merced de la bestia. El guion es de lo más básico, y al espectador que esté más o menos atento y no somnoliento no le costará adivinar que cada cosa que suceda o se mencione (los leones que se cuidan a sí de otros ataques de animales; la presencia de otro cuidador; una escuela abandonada en medio de la nada) tienen su porqué y, llegado el caso, ayudarán a los protagonistas. De lo que no ayudan es de salir de cierto aburrimiento, cuando no se pegan unos golpes de efecto, de un guion que plantea situaciones cuanto menos ridículas y de los consabidos enfrentamientos padre con hija adolescente rebelde y el posterior abrazo, cuando papá saca las papas del fuego. Porque bien dicen que madre hay una sola, pero padre como el de Idris Elba, también.
Ya se sabe: cuando no hay ideas, Hollywood va detrás de aquéllas que alguna vez funcionaron, especulando con que, si antes anduvieron bien con el público, ¿por qué no habría de suceder lo mismo unos cuántos años después? Bueno, porque no siempre la fórmula rinde de la misma manera, aunque se trate de una película animada adaptando el guion de una comedia de Mel Brooks de 1974. Locuras en el Oeste (Blazing Saddles en el original) trataba sobre un político corrupto, que, para que un pueblito caiga en desgracia, nombraba a un sheriff inepto. Que ese personaje fuera afroamericano daba, hace casi medio siglo, otras connotaciones. Pero nada de esto tiene la menor importancia o significado para los chicos que irán a ver ahora El perro samurai, la película animada, excepto que los chistes de doble sentido claramente ya no están. En esta versión sí hay varios gags sobre flatulencias, que parece que a los niños les resulta inmensamente divertidos. El guion sigue siendo pavo y tremendamente sencillo. Lo que sí, a lo mejor, no todo el tiempo es extremadamente gracioso. El propio Mel Brooks, a sus 96 años, se prestó para darle la voz a un personaje, un Shogun. La cosa es así Hank es un perro con la voz de Michael Cera, que nunca podrán escuchar, porque no hay versiones subtituladas en la Argentina, qué se le va a hacer, que es el reclutado para proteger el pueblo de gatos de Kakamucho. El villano de turno es otro felino, Ika Chu (Ricky Gervais). Hank es un samurai, pero con cero habilidad, que termina acudiendo a Jimbo (Samuel L. Jackson), quien ha sido un experto samurai, para que lo entrene. Salvo que el chico que esté sentado en la platea del cine tenga 3 o 4 años, ya ha visto este tipo de aventuras, de la que Kung Fu Panda es solo un eslabón más. Para los adultos quedan referencias más o menos fáciles de detectar a Amor sin barreras, Cats (obvio) y Mamma Mia!. Rob Minkoff (El Rey León) es uno de los tres directores del filme, los otros dos debutan en la realización de un largometraje. ¿Es que está mal El perro samurai? No, para nada. ¿A los chicos les gustará? Probablemente. Pero los mayores no esperen una película a lo Toy Story, con algo como para recordar a la salida del cine: esta película, por más que es apta para todo público, por su contenido, no lo es tanto, en cuanto a su eficacia etaria.