Pocos días realmente buenos en La Habana Siete días que reflejen siete facetas del espíritu habanero, mostradas por siete directores de variado estilo y criterio, en otros tantos cortometrajes. La Fundación Havana Club, cara cultural del joint venture franco-cubano fabricante de ron, tuvo la idea. Una productora francesa y otra española se aliaron para concretarla. Un guionista cubano, el escritor Leonardo Padura, escribió y coordinó las historias, salvo en los casos de Gaspar Noé, que es pura improvisación y así le va, Pablo Trapero, que toma vuelo propio a partir de un cuento de Padura (no de un guión), y Elia Suleiman, que hace la suya. Vamos por orden. Lunes. «El Yuma», de Benicio del Toro. Josh Hutcherson como el típico joven americano envuelto en festicholas, tragos y enredos idiomáticos. Previsible pero no está mal. Martes. «Jam Session», de Pablo Trapero. Emir Kusturica en rol de Kusturica curda full time tipo «Toby Dammitt» del Tercer Mundo, pero capaz de lograr emotiva comunicación musical con un artista que se las rebusca como chofer, Alexander Abreu. Bien hecho, vamos mejorando. Miércoles. «La tentación de Cecilia», de Julio Medem. A la miércoles, qué bajo ha caído Medem, desde sus enredos de amor hasta este episodio de chica bonita jugándose la honra en manos de un productor discográfico europeo. Tan malo que dan ganas de irse. Jueves. «Diario de un principiante», de Elia Suleiman. Una joyita. Recién llegado, un palestino triste sale de paseo y sólo ve cubanos tristes mirando el mar, y cada vez que pasa frente a la tele está hablando Fidel. Eso es todo y ahí está todo, en planos bien armados de soledad y callada angustia, en las miradas y el absurdo que parece vivir su personaje, que es él mismo. Este corto se da la mano con la hermosa, acongojante y valiente «Suite Habana» de Fernando Pérez. Este corto nada turístico es, de lejos, lo mejor de la película. Viernes, «Ritual», de Gaspar Noé. Los padres descubren que a la nena le gustan las nenas, y todo deriva en un largo rito afrocubano de reorientación sexual cumplido en medio de la noche oscura. Si el espectador quiere ir al baño puede aprovechar este momento. Sábado. «Dulce amargo», de Juan Carlos Tabío, único autor cubano del grupo, en otro de sus relatos costumbristas sin pelos en la lengua. Para el caso, un héroe de guerra y una psicóloga, gente de edad y respeto, luchando por cumplir los pedidos de delivery con que hoy se ganan la vida. Cine popular, Mirta Ibarra, Jorge Perugorría, citas de «El cuerno de la abundancia», visto años atrás en Mar del Plata, y más amargura que risa. Para tener en cuenta. Y domingo, «La fuente», de Laurent Cantet. Pasatiempo pintoresquista de cubanos felices siguiendo los antojos de una vieja durante los preparativos de una fiesta de la Virgen de la Caridad del Cobre travestida en rito de Oshún. Otro que se viene abajo. Bien podrían decirle extranjero crédulo y paternalista, aunque en su defensa digamos que es medio entretenido. Y eso es todo, así que mejor será que la semana próxima nos agarre en otro lado.
Logrado documental sobre arduo trámite Autores de «Tierra de Avellaneda», «Fasinpat. Fábrica sin patrón», «La nación mapuce» (sin hache) y otros títulos, el matrimonio de Daniele Incalcaterra y Fausta Quatrini hace aquí un documental bastante arriesgado, no porque corran mucho peligro, sino por el desafío que implica contar de modo entretenido las alternativas de un trámite de propiedad de tierras. Claro, no son tierras comunes. Están en pleno Chaco Paraguayo. Peor aún, están en medio de un latifundio del mayor empresario agroexportador del Paraguay. Otra cosa: esas mismas tierras han sido vendidas más de una vez, así que tendrían más de un dueño para reclamar por sus derechos reales o supuestos. Cuánta molestia, y todo eso sin contar los mosquitos, jejenes, bichos colorados y otros habitantes naturales de esos campos perdidos. Y lo más raro, los dueños de esas posesiones no las quieren. Se trata de dos hermanos, Amerigo y Daniele Incalcaterra. El padre las compró para ellos, pero Daniele cree que las consiguió gracias a su posible amistad con el finado general Stroessner, aunque eso el film no lo demuestra. Entonces, viene tan sólo a corroborar su dominio, y donarlo para reserva natural. Y que dicha reserva sea administrada por los indios ñandevas de la región. Eso se dice fácil, y suena noble y desprendido. El detalle es que para desprenderse debidamente nuestro director y protagonista debe vérselas con administradores, fiscales, secretarios, abogados, topógrafos de parte, consejeros, funcionarios de Catastro, etcétera. Y con el susodicho gran empresario, el brasileño Tranquilo Favero, alias El rey de la soja. La escena en que ambos conversan inclinados sobre los mapas no tiene desperdicio. ¿Favero envuelve maravillosamente al recién llegado para justificar ciertos usos de campos ajenos, o es un productor sinceramente convencido de su misión en la Tierra, o sea, proveer alimentos a la creciente población del planeta? Otras escenas aportan pintoresquismo, asombro, medida gracia. Hay diversos animales, voces diversas (se habla mucho el yopará, o jopará, equivalente al portuñol de otras regiones), y, ofreciendo algo de claridad, también hay algunos biólogos, caciques, y expertos en medio ambiente. Y también está Fernando Lugo, entonces presidente del Paraguay. Esa parte es medio aburrida, pero redondea la película y hace culminar debidamente los esfuerzos del referido donante y protagonista. Puede advertirse alguna breve pérdida de ritmo, alguna pequeña puesta en escena, pero es un documental realmente logrado, entretenido, e instructivo. En ciertas partes también da miedo.
La verdadera Gricel de Contursi Circulan algunas leyendas acerca de la mujer que inspiró a José María Contursi varios de sus mejores temas, como «Cristal», «Como dos extraños», «Cada vez que me recuerdes», y otros, entre los que sobresale «Gricel». Con música del entonces llamado Marianito Mores, hoy el maestro Mariano Mores. Y una primera grabación a cargo de Aníbal Troilo, su orquesta y su cantor Francisco Florentino, 1942. ¿Pero de veras existió Gricel? ¿Es cierto lo que decían de ella? ¿A qué amor de su pasado dedica Contursi su tango-canción? ¿Y si no fue solo de su pasado, sino que se mantuvo a lo largo del tiempo como un amor oculto, y eso de «ni te acuerdas de mí» fue solo una figura poética, o una trampita para disimular ante la esposa del poeta? Porque él ya era casado, con lo que el comienzo del tango («no debí pensar jamás/ en lograr tu corazón») está hablando de dos pecados, uno explícito en la letra («y con mis besos te aturdí/ sin importarme que eras buena») y otro implícito y hogareño. «Seguía las pautas de la época», lo comprende alguien muy cercano. El documentalista Jorge Leandro Colás («Parador Retiro», «Más que amor es un sufrir») va en busca de la verdad. Lo hace a través de un joven cantante lírico que aporta su presencia y algún oportuno párrafo de su repertorio, como el «aprite un poquegli occhi» de «Las bodas de Figaro». A él, en Buenos Aires, le cuentan lo que saben José Gobello, Osvaldo Fresedo, Oscar del Priore y otros memoriosos. Le hablan de la rutina de «los claritos» a media tarde, el Marabú, el puchero de gallina en El Tropezón, las diferencias entre Pascual y José María, la culpa y la condición humana en los versos del hijo, los cantores que pretenden «mejorar» las letras, y cómo era ella. «Todos conocíamos a Gricel», le dicen. Pero alguien le cuenta algo más: Alicia Contursi, la hija que también conoció a Gricel. Y luego, en Capilla del Monte, los vecinos hoy viejitos que la conocieron como Susana, y la nieta, que supo del romance recién cuando murió la abuela y aparecieron los periodistas. Y entre medio, las cartas de amor, las fotos de época, el actor que hoy, por los pueblos serranos, presenta un unipersonal sobre aquellos amores, toda esa historia vivida en la mayor discreción, que se terminaría mostrando públicamente recién en la vejez. Y el miedo de Contursi a la locura. Y la visita del viajero a la capilla. ¿Sería ese que ahí vemos, «el Cristo aquel» que menciona la canción?). Y algunas otras cosas, que pocos habrán imaginado y aquí afloran, provocando interés y hermosos sentimientos. Buena búsqueda, conducida por Cristina Marrón Mantiñán. Buen armado, aunque uno por ahí se quede con ganas de escuchar las versiones de Goyeneche, Jorge Sobral, o el flaco Spinetta. Pero, seguramente, conseguir los derechos hubiera salido casi tanto como lo que salió hacer la película.
Sencillo romance destinado al público adolescente Mariano Galperín, fotógrafo y cineasta, va probando diversos géneros y riesgos. A primera vista, sus películas no se parecen entre sí. Pero, en todo caso, ni el chichoneo blanco y negro de «Mil boomerangs», la acción truculenta de «Chicos ricos», ni el grotesco de «El delantal de Lili» permitían imaginar este «Dulce de leche». Que se parece bastante al dulce de leche: bien representativo de nuestros gustos, sencillo de hacer, difícil de rechazar, y tan propio de la cocina que su presencia nos resulta lógica. Pero hay que saber hacerlo. Y paladearlo sin relajarse. Lo que vemos es así, una historia sencilla de un simple enamoramiento entre adolescentes de algún pueblo rodeado de campo chato y tranquilo. Pero ya se sabe que el primer amor nunca es simple, y cuando acontece nada queda tranquilo. Peor aún si se pretende separar a los enamorados. La directora, los padres, representan la incomprensión y represión, así lo sienten los chicos. No es cuestión de exagerar, por supuesto, comprenderemos luego al ver un padre que se hace el antipático pero también puede hacer (un poquito) la vista gorda. En todo caso, la atracción, el esfuerzo de seducción, la emoción de los primeros descubrimientos, la aflicción al ver el bien negado, la lucha por recuperarlo, son etapas que los protagonistas irán transitando, para deleite y complicidad del público adolescente al que aspira la obra. Los intérpretes son Ailín Salas, bonita, natural, y Camilo Cuello Vitale, jugando adecuadamente la figura del héroe desgarbado. Sus escenas de amor resultan creíbles, con química, como se dice, y también con delicadeza. El propio director ha participado en la fotografía. Del resto, también hay actuaciones naturales, un interior de provincia reconocible, y, medio básico pero logrado, un capítulo final de carreras, persecuciones, y decisiones firmes. No es un detalle menor, que la decisión más urgente vaya en contra del deseo de los padres, pero también en contra de lo que hoy suponen ciertos sectores progres, ajenos al amor adolescente. Marcos Rauch, Naiara Awada, y otros chicos completan el elenco juvenil. Luis Ziembrowski, Paula Ituriza, Florencia Raggi, Vivi Tellas, Martín Pavlovsky, el equipo de los veteranos. Duración: 86 minutos. Rodado sin créditos del Instituto.
Un volver a vivir bien contado Si uno solamente lee la sinopsis de esta película creerá que ya ha visto cuatro o cinco semejantes. Craso error. El punto de partida puede ser similar a otras. El empuje es bastante similar. Pero no el desenlace, y también hay otras cositas distintas en el camino. Una señora cercana a los 70 años sale del cementerio. Su marido bastante gruñón la está esperando, apurado por volver a casa antes que anochezca. Así le va. Ahora la señora está viuda, le sobra el tiempo, y en vez de arrinconarse en los recuerdos se le da por resucitar un trio musical que tuvo cuando adolescente con sus amigas, una de las cuales todavía está en la materia: dirige el coro de la iglesia. ¿Por qué no juntarse de nuevo y hacer incluso algunas presentaciones? «Tengo la misma edad de Mick Jagger» es una buena razón. Uno de los hijos es hombre formal, padre de familia, pero le da aliento. Piensa en términos de terapia. El otro es un tiro al aire, insociable, impresentable, un músico fracasado dedicado a remixar y sexualizar cualquier tema. Esas señoras, en cambio, amodorran devotamente el «Ne me quitte pas» que Jacquel Brel grabó allá por 1959, y sólo quieren «volver a los 17» en sus recuerdos. ¿Qué puede pasar si alguna vez se juntan? ¿Si ellas aprenden ciertos secretos vitales del rhytm & blues y el pop moderno? ¿Cómo se puede complicar esa experiencia? Y si llegaran a participar en algún certamen de aficionados, ¿cómo puede terminar su aventura? No crea el lector que van a ganar así nomás como si esto fuera un simple pasatiempo americano. De eso tiene el esquema básico y el gancho, pero no el corazón ni la mirada. Algo inesperado ha de ocurrir, y es natural que ocurra, pero está muy bien contado. Con dosis adecuadas y alternadas de realismo, sonrisas, entusiasmos, y melancolía, esta comedia dramática demuestra que no todo es «copie y pegue» en la vida, ni en la música, y que el cine belga no lo hacen solamente los hermanos Dardenne. Un nombre para anotar, aunque cueste memorizarlo, Jean-Claude van Rijckeghem, coguionista y productor, de quien acá se estrenó, años atrás, la sentimental «Moscú, Bélgica». Otro nombre más fácil, Marilou Mermans, la veterana y agradable protagonista.
Sólido film peruano merecía mejor estreno Candidata peruana al próximo Oscar, llena de galardones internacionales, incluyendo uno especial de Gramado por dirección de niños, y el de mejor film latinoamericano en Mar del Plata 2011, es una lástima que esta buena comedia dramática se estrene tan calladamente. Acida, inquietante, sugestiva, bien hecha, tiene además una característica particular: su personaje protagónico es tan odioso como comprensible, frágil y temible, egoísta y heroico. Se trata de una niña enfermiza de ocho a nueve años, carácter solitario e imaginativo, clase pudiente y padres separados (ella antipática, él medio frívolo) que le prestan escasa atención. Para peor, la madre va a darle un hermanito con su nueva pareja. Todo eso, justo en una etapa en que la criatura, llamada Cayetana de los Heros, está obsesionada con las muertes terribles de los próceres de su tierra, desde Tupac Amaru y el mensajero José Olaya, muerto bajo tortura por los españoles, hasta el almirante Miguel María Grau, El Caballero de los Mares, muerto en combate durante la Guerra del Pacífico. «De derrota en derrota, hasta la victoria final», clama uno de ellos delante de la niña, que en su cabecita charla con ellos, o con sus fantasmas. Ella puede ser heroína frente al asma, la soledad, o su propio egoísmo (recuérdese al historiador peruano Jorge Bassadre: el mayor acto heroico es el desprendimiento). A la vez, discreta pero claramente, la obra nos muestra la distancia entre personas y clases. Y nos descubre un telón de fondo: comienzos del acostumbramiento al clima de atentados y amenazas terroristas que abrieron el infierno en ese país en los 80. Aclaremos, la obra no es política. Pone ese fondo y esos mártires, y está en nosotros percibir acaso una continuidad histórica o ciertas características del espíritu andino. Pero lo importante es el conflicto de una niña frente a la llegada de su hermanito, porque, como le dijo el ambicioso Bolívar a San Martín, «Dos soles no pueden brillar en el mismo cielo». Y al final llueve. Autora con todas las letras, Rosario García-Montero. En el elenco, la niña Fátima Buntinx, muy bien, Melchor Gorrochátegui como el viejo chofer mulato, paciente y sabio (hermoso personaje), y la reaparición del argentino Fernando de Soria como el abuelo. Otros nacionales son Rodrigo Pulpeiro, director de fotografía, Rosario Suárez, editora, Guido Beremblum, Roberto Migone, Lisandro Rumeau en el departamento. de sonido, Bruno Fauceglia y el coproductor Stephen Akerman («Vendado y frio», «No te enamores de mi»).
La entraña dantesca del Palacio Barolo Es una pena que esta atrapante investigación sobre un hermosísimo edificio se exhiba únicamente en el Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551) una sola vez por día y encima en horario de trabajo. Cabe esperar que en las próximas semanas tenga una mejor difusión, porque se lo merece. El asunto de por sí es llamativo: los misterios del Palacio Barolo, ese que reina en Avenida de Mayo 1370 y tiene un hermano casi gemelo (pero con mejor vista) en la esquina de Aveni-da 18 de Julio y Plaza Independencia de Montevideo. Ambos culminan en faros cuyas luces, en viejos tiempos, cruzaban el Rio de la Plata. Hay historias sobre el supuesto empleo de esos faros en determinadas circunstancias políticas. Pero hay historias todavía más llamativas sobre el porqué de cada edificio, y más que nada sobre lo que habría o tendría que haber en el Barolo, que es el más antiguo. ¿Y qué es lo que habría o tendría que haber? Nada menos que las cenizas de Dante Alighieri. Lo cual no es el único misterio ni la única rareza del extraño palacio. Sebastián Schindel (coautor de «Rerum Novarum» y «Mundo Alas»), nos conduce en la investigación. Escarba en la historia del empresario Luis Barolo y el arquitecto Mario Palanti, y a partir de ahí descubre lazos cada vez más singulares, sobre ambos inmigrantes, la elección del estilo, tan singular, los vaivenes de la construcción, los detalles ornamentales que vinculan el palacio con «La divina comedia», una cosa va llevando a la otra, y ya estamos ante la presencia de la masonería, pero la presencia auténtica, porque la investigación no se frena ante nada. Y ahí no termina. No corresponde contar más, porque uno de los placeres de la película es, justamente, ese camino de descubrimiento en descubrimiento, de especulación en especulación, de visita en visita a sucesivos conocedores (los hay de diversas disciplinas y contrapuestas opiniones) y de paseo en paseo por cada rincón del edificio, incluso los que no están abiertos al público. Otros placeres están en la claridad de la exposición, que desenreda la trama para el espectador, y en la capacidad de la cámara para hacernos disfrutar en detalle semejante belleza de edificio. Investigación inicial, Sandra Cesilini y Josefina Barilari. Fotografía, Guido Lublinsky. Edición, Ernesto Felder. Vale la pena.
Ningún amor es perfecto, y menos el de esta película Si no fuera tan empalagosa, si no se escuchara tan seguido la canción del título, ni todos esos comentarios en off estilo FM nocturna para corazones en lista de espera, si no tuviera esas situaciones dramáticas agarradas de los pelos y encima bajo tormenta, ni ese reencuentro como un salvataje en el último minuto, viejo lugar común, ni toda esa multitud de fondos musicales instrumentales y cantados, en fin, si no tuviera todo eso que hace que los maridos miren el reloj o la puerta de salida, esta comedia romántica no cumpliría con su público específico. Así es la cosa, y hay que aceptarla. Que pudo ser mejor, es cierto. Que acompañar a la mujer al cine para verla es una gran muestra de cariño y paciencia, también. Como que no todas las mujeres reconocerán públicamente su beneplácito por las situaciones y los caracteres que allí se exponen, ni por el pasatiempo elegido. En fin, ¿qué van a decir? Con sinceridad, que Patricia Sosa está envidiable de tan joven y linda, lo mismo que el resto del elenco femenino incluyendo a doña María Rosa Fugazot (a fin de cuentas esto es una comedia romántica), todos los espacios son bonitos, Diego Olivera luce como un elegante y accesible objeto de deseo, etc., y que todos sonríen. Seguramente, esa fue la intención. Director, Pablo Sofovich («El favor»). Guionista y productora asociada, la joven profesora Patricia Agejas. Textos en off, Martín Greco, recitados por Carlos Secilio. Uno de los textos: «Una mujer tiene palabra. Y si dijo no, es no. No tengo qué ponerme». Vestuarista, Florencia Cegatti. Fotografía, Javier Arroyo, directora de arte Claudia Vianni. Figura a destacar, Fabián Arenillas en el papel de escritor pedante pero lúcido. Cameo de Dalmiro Sáenz, música y canciones de Patricia Sosa y Daniel Vilá. Amigo, deje que su mujer vaya sola.
“El ministro” es un sólido drama político Fue, sin dudas y en la opinión de muchos, el mejor film de la competencia del Festival de Mar del Plata 2011, aunque el jurado solo le concedió el premio de mejor actor para su protagonista Olivier Gourmet. En esa ocasión se presentó con su título original, «Lexercice de lEtat», el ejercicio del Estado. Ahora se estrena con un título que dice menos, pero no está mal. A fin de cuentas, ese es el cargo que ejerce y que arriesga el protagonista. Lo que vemos, es la nerviosa historia de un ministro de Transportes de relativa experiencia política, enfrentado a intereses contrapuestos, rápido de reflejos pero cercado por las exigencias de su agenda, su propio gobierno, los sectores afectados por la inseguridad vial o laboral, y su compromiso consigo mismo aunque no sea el mayor santo, ayudado apenas por unos pocos fieles. Entre ellos, posiblemente, está el secretario del Ministerio, un hombre calvo, formal, circunspecto, observador, con experiencia en asuntos de trastienda y papeleo. Y seguramente está la asesora que atiende ciertas minucias de la comunicación pública: qué palabras usar, ante quien, etc. Y el chofer. Así planteado, y tratándose de una película franco-belga, podría temerse que esto fuera un plomo versallesco. Todo lo contrario: acá hay ritmo contínuo, actuaciones, diálogos, complejidad, actualidad, potencia y conciencia, en un conjunto muy bien ensamblado, con mucho para hacernos pensar también a nosotros (empezando por las reacciones ante un accidente que hay al comienzo) y, por si esto fuera poco, promediando la pe-lícula sucede lo que los afiches anticipan, un tortazo de aquellos, pero filmado y editado de tal forma que, en comparación, las películas de Hollywood se quedan chicas. Porque no sólo hay espectáculo, sino realismo, y justificado y bien mensurado uso dramático. Por supuesto, el drama no se queda ahí. Una puerta que se cierra despacio frente a una persona, una mirada en los pasillos, también son algo fuerte (y bien oportuna, la aplicación de unas frases del discurso que André Malraux dedicó a Jean Moulin, jefe de la Resistencia). Corresponde destacar a los intérpretes Gourmet y Michel Blanc, que con los años se ha vuelto más macizo. Y al autor, Pierre Schoeller, cuyas dos anteriores películas se han apreciado en la Alianza Francesa. Productores, otorgando respaldo internacional, los hermanos Dardenne, siempre atentos a los relatos que contengan planteos morales concretos, como en este caso.
Para crucero de amor, faltan química y ritmo El título es ingenioso, los protagonistas son atractivos para el público que ya los conoce y quiere por la TV, el reparto está encabezado por el Puma Goity, que tiene un personaje regocijante, la ambientación en un crucero rumbo a Venecia es tentadora y original, Málaga es una ciudad preciosa que se aprecia bastante, el conjunto de comedia de fuga, amores, turismo y enredos tiene su gancho, cada tanto hay diálogos inspirados, en fin, lástima que hay algo que no va, y no va, por más que el crucero se vaya. Puede ser el libreto, y/o la edición. O lo que se llama falta de química y de timing. Alguien cercano a esta producción ha dicho que «recuerda aquellas típicas comedias de género de Billy Wilder o Howard Hawks. Comedia de personajes que corren tras su destino, desatando todo tipo de equívocos y situaciones inesperadas». Tiene razón en eso de los personajes, pero se queda lejos de los dos grandes referentes mencionados. Más bien recuerda, y no por su bien, un pasatiempo de viejos tiempos, «Crucero de placer», 1980, de Borcosque hijo, con García Satur, Altavista, Carnaghi, Contreras, que no salía del Tigre, ni lucía demasiadas luces argumentales, pero, sin siquiera desvestirlas, hacía lucir debidamente a la deliciosa Ana María Cores. Y por si esto fuera poco, por ahí también andaba Katja Aleman. Ahí había química, física, ciencias naturales, lo necesario para pasar el rato. Igualmente era un placer culposo. Todavía no hemos tenido suerte con estos barcos.