Deslumbra, no sólo a amantes de la danza Esta obra es para admiradores de Pina Bausch y amantes de la danza contemporánea, y también para quienes no tengan idea de lo que es esa danza, ni el Tanztheater, ni quién era esa mujer. Así de fácil es la cosa, así de comunicativa y atrapante es la obra. Por supuesto, cada uno la disfruta con diferente interés, y a cierta altura el espectador común puede cansarse un poco de ver tantas mujeres huesudas saltando como poseídas, pero el conjunto está armado de tal modo que apenas termina un número en el escenario del teatro, aparece una pareja girando en medio del tránsito, una amante irritada destroza a su hombre en pleno tranvía por las calles de Wuppertal, un solista va y viene por el parque mientras un perrito lo persigue ladrando como energúmeno, y nadie sabe si forma parte de la compañía o es un enemigo declarado de la danza, en fin, todo es sorpresa y energía. Eso, precisamente, quería Pina Bausch, mezclar baile y teatro, tablas sagradas y espacios comunes, paños simbólicos y sillas comunes, belleza y payasada, exaltación, desesperación, locura y amor. Cuatro son los espectáculos que aquí se alternan: «Le Sacre du printemps», «Cafe Müller» (con el que vino por primera vez en 1980), «Vollmond» y «Kontakthof». Cada tanto, alguien cuenta brevemente a cámara, en su lengua nativa (porque este ballet tiene gente de todo el mundo), una pequeña anécdota, o el recuerdo de alguna enseñanza que la artista le dejó en sus años de aprendizaje. Ella aparece también, en mínimos fragmentos de archivo. Ella y el director Wim Wenders eran amigos, querían registrar juntos una gira por Asia y Sudamérica. La muerte vino de golpe, y el amigo y los discípulos ahora la saludan con esta película centrada en su obra artística, tan llena de vida. El 3D contribuye a potenciar la fascinación de los cuadros, a entender y disfrutar mejor la fuerza dramática de las formaciones, las expresiones, y los chistes. Hélene Louvart es la directora de fotografía, y lo que ha hecho con Wenders está casi a la altura de lo que hizo su colega Claude Renoir con Raymond Rouleau cuando en 1962, con «Los amantes de Teruel», revolucionaron el concepto de ballet fílmico (que nunca fue lo mismo que ballet filmado). Desde entonces no se veía nada tan impactante. En síntesis, aunque uno no sepa nada de danza, vale la pena. Postdata para cinéfilos: Pina Bausch es la princesa Lherimia del bellísimo «Y la nave va», de Fellini, y aparece con su ballet en otra obra hermosa, «Hable con ella», de Almodóvar.
Film con el estilo deliciosamente antiguo de un artista centenario La acción, escasa, parsimoniosa, transcurre en una época incierta, donde viejas costumbres supuestamente olvidadas alternan con charlas actuales sobre la antimateria. Una noche, un joven judío, fotógrafo aficionado del pueblo, es convocado por una familia católica para sacar un último recuerdo de la hija, hermosa joven recién casada que ha muerto de repente. Han dispuesto su cuerpo como era natural en otros tiempos para la última foto. Sólo parece estar tranquila durmiendo. De pronto, pero sólo para el fotógrafo, sucede algo inexplicable. No diremos lo que sigue, sólo que el asunto bien puede sumarse a una larga tradición de ancestrales historias románticas propias de esas tierras de meigas, como les dicen, o les decían, los luso-gallegos a sus apariciones. Antiguo relato de fantasmas, entonces, o de locos de amor, contado de modo deliciosamente antiguo por el centenario Manuel de Oliveira, que aquí se da el gusto de extremar su estilo (largos planos fijos, intérpretes que recitan sus textos de forma monocorde, etc.), pero también su gracia, con dulzura, levedad, sencillez, e incluso con un regocijo que desarman a medio mundo, hasta llevarnos al placer de unos trucos de sobreimpresiones típicos del cine mudo, trucos que lo habrán fascinado cuando chico, igual que esas historias, y que él rescata con la sabiduría evocativa de los viejos y el inocente asombro de los niños. Detrás hay algunas metáforas sobre la imagen, la mirada, la cámara, y la obsesión por esa realidad paralela con la que conviven los artistas, los enamorados, y los locos. También las metáforas son viejas, pero siguen frescas, igual que otros placeres que el hombre expone hoy para nosotros. El actor es su nieto, Ricardo Trepa, a quien ya vimos haciendo también un personaje obsesionado por una criatura más o menos ilusoria en «Singularidades de una muchacha rubia», sobre la caprichosa belleza que el paseante ve apoyada en una ventana, y más le valdría no haber conocido. Pero éesa es otra historia. Detalle interesante, la belleza que vemos con el nombre de Angélica es la misma de «Medianeras», Pilar López de Ayala.
Pasiones comunes a todas las épocas La guerra embrutece a los hombres, y también los cansa. Un veterano elige desertar, y podría morir por ello, pero un joven noble lo reconoce como su maestro y le da su protección. Ahora èl deberá convertirse en protector y maestro de la esposa de ese joven, una muchacha casada contra su voluntad y amada por tres hombres: el marido, el anterior enamorado, y uno que está por encima de ellos en jerarquía e inteligencia. Corrección: no la aman tres, sino cuatro. Es un ambiente de intrigas, gente irritable, y distintas formas de entender el amor, y de atender a la mujer, que, en principio, no atiende ni entiende a todos ni mucho menos. Esta historia bien puede transcurrir en nuestros tiempos. Su autora la ubicó en Francia, 1562, plena guerra entre católicos y hugonotes. Por entonces el promedio de edad no era demasiado alto, la gente sacaba su espada por cualquier motivo, aun entre compañeros de armas, y las mujeres tenían escaso derecho a recibir instrucción y dar opinión (al menos públicamente). Pero la princesa de esta historia tiene algo en la cabeza. El desertor va a enseñarle a leer y escribir. La ayudará a pensar y decidir por sí misma, con aprobación inicial de su marido. Un día, el anterior galán y el jefe militar (futuro rey del país) llegan al castillo. Otro día, ella irá a la corte. No es lo único que ocurre. La escribió, un siglo más tarde, Madame de Lafayette, a quien varios consideran creadora de la novela psicológica, o al menos propulsora de narraciones bastante verosímiles, más inspiradas en personas de carne y hueso que en héroes y dioses lejanos. Su vida misma se pareció un poco a la de su princesita, casada muy joven, cultivada al punto de eclipsar a su marido en los salones, el rey admirado de su inteligencia y discreción, en fin. Hace años hubo una adaptación bastante pesada de su novela más famosa, «La princesa de Clèves». La que ahora vemos no tiene nada de pesado, incluye unas buenas escenas de acción, algún desnudo, respetable simplificación de datos históricos para evitarle confusiones o cansancios al espectador, una simplísima pero intensa escenificación de la Masacre de San Bartolomé, y, en particular, una buena mirada sobre sentimientos aún más intensos, lindamente expresados. Los intèrpretes son buenos, empezando por Lambert Wilson (el prior de «De dioses y de hombres») y la blonda Mélanie Thierry, los diálogos suelen ser exquisitos, y el desenlace es ejemplar. Autor, el veterano Bertrand Tavernier, que ya supo lucirse en otras películas «de época» bastante actuales.
Del amor y la felicidad esquiva, para ver en pareja Ella está desconcertada. Su esposo la dejó por otra. Ella ahora está junto al suegro, hombre de apariencia fuerte. Llueve, él siente enojo, vergüenza, y algo más. Este hecho lo enfrenta a recuerdos que ahora afloran. Siente ganas de confesarle algo a la nuera: él también, hace tiempo, pudo haberse ido con otra. Y parece que todavía no sabe si hizo bien en quedarse. ¿Por qué un hombre se va con otra, o por qué se queda? Esa noche, refugiados en su casa de campo cerca de los Alpes, mientras los niños duermen el hombre empezará a contar su historia. Mira el fuego, va preparando el terreno, despierta la atención. La nuera lo escucha con sorpresa y creciente curiosidad. Se distrae de sus males escuchando algo que nunca había pensado. ¿Pero por qué justo ahora él necesita contarle todo eso? Alguna vez él pisó los 40. Nunca fue lindo, pero todavía era joven, y su esposa ya parecía más vieja. En un lugar lejano, una traductora comercial, rubia, eficiente, de sonrisa franca, le clavó la mirada y le propuso algunos acuerdos muy razonables. Suele ocurrir, algo empieza por simple buena onda y se va volviendo un amor que dan ganas de vivirlo todo el día. ¿Qué se hace entonces? ¿De quién es la culpa? ¿Con qué derecho? ¿Qué esperanzas? ¿Qué enseñanzas? ¿Y qué seguridad de no repetir viejos errores sobre una nueva persona? La historia tarda un poco en arrancar. Pero de a poco se va haciendo atrayente, y cuando aparece la rubia ya estamos atrapados. Y es toda una historia de amor, con todas sus delicias, molestias, agotamientos, reencuentros. Daniel Auteuil da clase de actuación, graduando la voz y los gestos según evoluciona su personaje. La rubia Marie-Josée Croze, actriz de raza, maneja el catálogo completo de las varias etapas que puede tener una mujer enamorada. Florence Loiret es nuestra representante para seguir la historia con la natural envidia y perturbación. Y Zabou Breitman dirige con mano suave y precisa ésta, su tercera película sobre la esquiva felicidad. Las anteriores fueron «Se souvenir des belles choses» y «Lhomme de sa vie». Unico reproche, hay más minutos penumbrosos de lo necesario. El relato se inspira en la novela de Anna Gavalda editada en castellano como «La amaba». Según dicen, la guionista Agnés de Sacy, experta en relatos amorosos, hizo aquí una adaptación poco fiel, que reduce los diálogos suegro-nuera en beneficio de los encuentros señor casado-señorita con aspiraciones. Puede ser. Pero es un buen guión, incluso atento a cada uno de los involucrados en este tipo de historias, incluyendo hijos grandes (aunque esto último sólo de pasada). En resumen, hay mano, hay asuntos muy interesantes, e intérpretes muy buenos. Para ver en pareja.
Más estilo que sustancia Si éste fuera un corto de 14 minutos, sería algo maravilloso. También si fuera un mediometraje de 40, una película de 70, incluso de 90. Pero dura 140. Paradójicamente, aún con esa duración deja unos cuantos puntos oscuros. Otra paradoja: el tráiler oficial, de sólo 214" de duración, muestra con mucha mayor claridad el conflicto principal de la obra (el dolor de un hombre ante la figura paterna y los recuerdos de infancia). Y aun así hay gente que no lo entiende. Lo que sí queda claro, para quien vea el tráiler y para quien se sumerja en la obra completa, es la enorme altura del director de fotografía Emmanuel Luzbezki. Las imágenes que logra este artista mexicano, su trabajo con luz natural incidiendo sobre los interiores, la suavidad de la cámara para seguir a los personajes, la determinada luz que dispone para cada uno, la imponencia de los paisajes y la precisa inserción de microfotografías, todo eso es impecable y justifica la visión de la película en pantalla grande. Al placer de las imágenes contribuyen la ambientación de Jack Fisk en los 50, la banda sonora de Alexandre Desplat, con párrafos de Brahms, Smétana y otros autores de ese calibre, el aporte del veterano Douglas Trumbull en algunos efectos especiales ópticos, los rostros de un elenco muy bien elegido, y, particularmente, el estilo Malick de edición hecha en base a tomas fragmentarias, tal como uno recuerda ciertos momentos lejanos, y voces susurrantes como las de algunos sueños. Y es que éste es un extenso poema cinematográfico, donde recuerdos familiares dan espacio para reflexiones susurradas, preguntas tristes que no tendrán respuesta, visiones del origen del mundo, y epílogo espirituoso new age. Momentos bellísimos gratifican al espectador y le hacen reencontrar algunos ecos (generalmente dolorosos) de su propia infancia, o su propia experiencia como padre. Otros momentos quizá le parezcan ecos de unción espiritual, vagamente religiosa, con un epígrafe tomado del Libro de Job 38; 4,7 («¿Dónde estabas tú cuando Yo fundaba la tierra?»), etc., pero en el fondo hay más estilo que sustancia, y el conjunto se hace demasiado pomposo, largo y cansador. Con todo, hay exégetas dispuestos a endiosar a Terence Malick, conocido cultor de Heidegger, y hay que reconocer que el hombre tiene arte y sensibilidad, pero, puestos a escarbar, la mayoría de las explicaciones suenan como las de Marcos Mundstock interpretando el pensamiento de Warren Sánchez en un viejo sketch de Les Luthiers. Hablando de viejo, la génesis de «El árbol de la vida» nació promediando los 80. Eso explica, tal vez, cierto parentesco con «2001», «Koyanisquatsi» y «Los motivos de Berta», y algunas elecciones musicales.
Filmar es a veces un vicio como cualquier otro Sergio Bizzio, músico y escritor, es un eficaz libretista televisivo, como lo demuestran varios capítulos de «Tiempo final», «Mosca y Smith en el Once» y otras series nativas. También ha participado en guiones como «Chicos ricos», «Adiós querida luna», «XXY» (basado en un cuento suyo) y el thriller colombiano «Rabia». Pero cada tanto, como nadie es perfecto, despunta el vicio de hacer una película propia. Así, ya hizo «El disfraz», telefilm que pocos recuerdan, «Animalada», que pocos quieren recordar (aunque tenía su gracia) y la que ahora vemos, que muy pocos van a recordar porque se da en un solo cine, y tiene pocos chistes memorables. En ella vemos el conflicto de un masajista y su esposa, guionista de un film porno dirigido por un ex novio que a mitad del rodaje la incorpora a un menage a quatre delante de la cámara. ¿Por qué, pobre mujer, se mete en ese lío? Una posible razón, es que días atrás ella y su pareja decidieron dejar de fumar, y ahora sufre el síndrome de abstinencia. A su vez, el marido sufre doblemente, porque no puede resistir la tentación que le brinda gratis un lindo gatito, pero tampoco puede concretar dicha tentación, fastidiosamente interrumpida por el hijo resentido de un cliente mafioso. Mientras tanto, una actriz retirada sufre la falsa noticia de su muerte, y un miniaturista viudo hace sufrir a las chicas jóvenes mostrándoles un revólver con silenciador, que una de ellas lleva a la boca en escena que haría hablar a los sicoanalistas y las fumadoras. El miniaturista y la muerta que parla no fuman. Completa el reparto un bebé que duerme casi todo el tiempo y no usa chupete. O sea, toda gente viciosa, según nos da a entender el título de la obra. ¿Qué sentido último tiene, y cómo se amalgama todo esto? Quién sabe. En la pantalla solo vemos una sucesión de situaciones medio inconsistentes e inconsecuentes (salvo para las chicas jóvenes), donde la gente dice unos diálogos deliberadamente medio absurdos como la cosa más natural del mundo, no mucho más, y cuando uno quiere acordarse ya se terminó la película, a Dios gracias. En síntesis, es medio rara, diríamos medio ingeniosa y medio bodriosa. Se parece un poco a las del Dr. Menassa, pero comparativamente mejor hecha y bien llevada por buenos intérpretes. Dato para curiosos: filmada en 2005, acá coinciden por primera vez Luis Machín y María Onetto, cinco años antes de «Rompecabezas». Del resto, no vale la pena.
Humilde, emotiva y con Ulises Dumont Tercera película del cordobés Francisco DIntino en lo que va de septiembre, luego de las agradables «Rita y Li», rodada en Santa Fe, y «Caicaras, hombres que cantan», rodada en Ilhabella. Esta se rodó en zonas de Catamarca y Tucumán, y no es tan agradable. El drama que nos cuenta es bien serio, aunque por suerte tiene final feliz. Digamos asimismo que tiene la mejor fotografía de las tres, ostentando nubes, cerros y cielos, y también tiene lindos y abundantes aportes musicales de Marcelo Piazza, el mismo que trabajó en «Rita y Li». Pero hay algo más: el protagonista es Ulises Dumont, que sigue peleando aún después de muerto, lo cual se explica por la enorme cantidad de películas de bajo presupuesto que interpretó en sus últimos años, y que se van estrenando a medida que dicho presupuesto se los permite. Según dicen, quedan todavía unas cuatro en estado de postproducción, que algún día veremos, si Dios quiere. La que ahora vemos lo muestra en uno de sus típicos y queribles personajes de Quijote rezongón, luchando contra las inclemencias de la vida, la inercia de quienes esperan sentados su ayuda, y la mezquindad de quienes deberían ayudarlo y en cambio le caen con recriminaciones. Salvo, como siempre, unos pocos amigos y/o vecinos. Acá es el encargado de una granja para chicos en situación de riesgo, que prefieren escarbar basura en la ciudad antes que rastrillar cascotes para sembrar zapallos. Mientras, la Fundación a cargo prefiere cerrar la granja y aprovechar el terreno para algún negocio que compense los gastos. Y el amigo ministro provincial, que nunca está en su despacho, un día prefiere aparecerse, digamos, de incógnito. Cada uno tendrá sus razones, y nuestro héroe también las tiene y sabrá salir adelante, aunque en este asunto la resolución parece algo apresurada. Todo luce hecho en tres semanas, con poco dinero, pocos (pero dos buenos) actores de apoyo, reducido equipo técnico local, debidamente eficiente, y mucho corazón.
Comedia francesa que es más inteligente de lo que parece Original, dinámica y más inteligente de lo que parece, esta comedia francesa se resume de dos modos: una linda y fastidiosa criatura quiere cambiar la mente de los «fachos» acostándose con ellos, uno por uno, hasta que conoce a alguien más complejo de lo que creía, o una pareja cuenta su historia y la de sus respectivos padres, sacando a luz asuntos de silencio generacional, denuncias también generacionales, integración, e identidad nacional. En ambos casos, la menuda Sara Forestier se desnuda encantadoramente y arrasa con medio mundo. Dicho con detenimiento, ella es hija de un argelino que sufrió la guerra y otros males sin quejarse y una hippie pacifista pero de carácter agresivo, y él es hijo de un técnico nuclear que parece que siempre fue viejo y una sencilla judía criada en un orfanato cristiano. Nunca hablan del pasado, ni el argelino que sufrió la guerra ni la judía que vio cómo su padre era llevado a la muerte en la otra guerra. Tampoco su marido habla de esas cosas. Por su parte, la hija del argelino y la hippie tiene todo resuelto aunque no entienda nada y sea más atropellada que la madre. Paradójicamente, decidió su propósito en la vida poco después de haber sido víctima de un abuso infantil. Ahora quiere abusar de la paciencia del hijo del técnico, un especialista en autopsia de patos y gansos. ¿Se entiende cómo viene la mano? En la película es más fácil, y además los mismos personajes la van explicando a cámara de modo bien ingenioso. Claro que nuestro público igual puede perderse alguna explicación, porque, ¿quién quiere leer los subtítulos cuando esa chica se está cambiando la ropa delante de uno? (y eso, cuando anda con ropa). Por suerte, en ese sentido, las reflexiones más jugosas las dan el actor Jacques Gamblin y, en participación especial, el ex primer ministro socialista Lionel Jospin. Ciertamente no faltará quien ponga el grito en el cielo ante algunas cosas que se dicen. Qué vamos a hacerle, no todo puede ser «políticamente correcto» en la vida de los ciudadanos, y tampoco en la de los personajes.
Refinado acercamiento a un amor histórico Sorprende este refinado acercamiento a un amor histórico, contado desde que tembló San Juan hasta que vibró Plaza de Mayo, y pautado en tres capítulos: el amor, el odio (los resquemores de Campo de Mayo), la revolución. Con esta obra, la realizadora Paula de Luque se coloca hoy, por derecho propio, casi al nivel de Leonardo Favio. A él, justamente, le dedica el esfuerzo, y de él sigue también algún recurso de diálogo amoroso en off, momentos íntimos de simple quietud, el manejo de sobreentendidos, la argentina pintura de rostros y ambientes, y otras cositas aún más inefables. Pero lo suyo no es imitación, sino absorción y coincidencia de espíritus, una virtud de pocos. Algo similar ocurre con Osmar Núñez. El no imita a Juan Perón, sino que parece haber absorbido y encarnado su mirada, la forma de poner los brazos al sentarse, y otros varios detalles, pero no como imitación, sino interpretando además la evolución de su personaje, que en ese momento se estaba construyendo a sí mismo. Obsérvese, al respecto, el modo en que Perón lee un discurso al comienzo, y el manejo de los tiempos con que responde (y se impone) a su superior, en el final. Más espinoso es el trabajo de Julieta Díaz componiendo a Eva Duarte desde antes de ser rubia, abanderada de los humildes y mujer del líder. La que aquí vemos es todavía una actriz ocupada en sí misma, que se hace un lugar junto al hombre en ascenso y empieza a mostrar las uñas de diverso modo, y a veces de muy mal modo. Tenía carácter fuerte, ya se sabe, y Díaz no la tiene tan fácil como parece. Detalle destacable, en esta película Eva Duarte no hace el 17 de octubre, ni siquiera interviene. Lástima que tampoco lo haga Cipriano Reyes, que ni figura mencionado. Puede reprocharse esa omisión, dos números artísticos ajenos a la época, una radio que transmite apenas encendida (entonces las válvulas tardaban en calentarse), la mala elección de un rol (el actor es bueno pero no le da el físico) y una chicana innecesaria donde aparecen remarcadas las siglas de la Rural y dos partidos políticos actuales. En cambio, los méritos son muchos. La autora se acerca a sus figuras con admiración pero sin endiosamiento, pone diálogos interesantes, crea buenos climas de seducción, intriga, y finalmente de épica, y sabe comandar un notable equipo de artistas y técnicos (Iván Wyzsogrod, músico, Alberto Ponce, editor, Rodolfo Pagliere, director de arte, etcétera). Además, algo que sólo ella podía hacer: releva con inteligencia el papel de las otras mujeres de Perón, entre ellas la protegida, la cuñada del primer matrimonio, y la poeta uruguaya Blanca Luz Brum, que le hacía los discursos y, según dicen, cuando meses después vio pasar a Perón y Eva rumbo a la Rosada, murmuró «era yo la que tendría que ir en ese auto». Un personaje muy interesante, el mismo de «El mural», digno de otra película.
Buen retrato de la “flogger” más famosa «In Argentina, a Camera and a Blog Make a Star», titulaba el «New York Times» hace poco más de dos años una nota sobre el suceso de Agustina Vivero, (a) Cumbio. Hasta ahí había llegado la fama de esta chica, una de las primeras famas surgidas exclusiva y espontáneamente a través de internet en cualquier parte del mundo. Por raro que parezca, un día la chica se sentó, empezó a hacer amistades virtuales, pocos años después empezó a armar reuniones para verse las caras reales, y descubrió su gran poder de convocatoria. A su vez, la descubrieron la tele y los comercios, y el público descubrió la palabra flogger. Para entonces, Cumbio tenía 17 años, 29 millones de visitas a su fotolog, clubes de fans, hasta mil dólares semanales por hacer presentaciones en fiestas floggers que ella misma impulsaba en determinados locales, un contrato con una firma internacional para pasear una línea de ropa, y hasta una autobiografía. Era una simple adolescente como cualquier otra, pero poco de esto hubiera pasado sin su particular carisma, y, especialmente, sin su particular sentido común, que la diferenciaba de tantas otras criaturas de su edad. Tampoco hubiera pasado, hay que reconocerlo, si un experto en mercadotecnia no se hubiera acercado a ella en el momento oportuno. Este documental de Andrea Yannino la sigue en su paso hacia los 18 años, haciendo chiquilinadas como corresponde a su edad y también diciendo cosas lúcidas, bien serias, en entrevistas y charlas públicas en escuelas, donde ya dio impulso a un mejor diálogo entre adultos y adolescentes, sobre todo en materia de asuntos sexuales que a ciertos medios les encanta escarbar. El documental sigue también a sus padres, dos personas sencillas que la acompañan con mucha paciencia, amplio sentido de la contención familiar, y aún mayor sentido del humor. Muy criollo el hombre, de gran aguante la mujer, correntinos los dos. Otros miembros de la familia mantienen perfil bajo. Detalle interesante, que hace más valorable a la chica: en cierto momento, Cumbio se niega a hablar de lo que no sabe, y eso que es un personaje mediático. Buen testimonio.