Esta comedia dramática es el primer largometraje de Theodore Melfi. Acostumbrado un ritmo de cortometrajes, parecería un desafío sin paralelos, pero con este su propio guión, se metió de lleno en el proyecto. Para llevarlo a cabo, lo que necesitaba era una muy buena estrella para llevar el rol de Vincent, el ex combatiente de Vietnam que está un poco agobiado por las deudas y su novia streaper embarazada no ayuda al panorama. Y lo encontró en Bill Murray. Un enorme Bill Murray. La historia empieza cuando una mujer recién separada con su hijo llega al barrio y terminan al lado de la casa de Vincent. Maggie (Melissa McCarthy) es una trabajadora de la salud en un puesto nuevo que intenta sacar adelante a su hijo en una escuela nueva. Claro que ella misma tiene que afrontar la pareja que perdió y ver enfermedades todo el día, pero el verdadero foco está puesto en la relación que su hijo Oliver (Jaeden Lieberher) construye con el vecino. Oliver es un chico con un padre aparentemente ausente, con una madre que intenta sacarlo adelante y con una suerte de compañeros abusadores que no ayudan a que se sienta ni un poco protegido. La comedia es llevadera pero de ritmo irregular, donde la primera mitad es mucho más entretenida y ágil que la segunda que ya apunta a la lágrima fácil, pero sobre todo es tierna. Con personajes que tienen matices y relaciones interesantes entre ellos. Bill Murray está soberbio como este hombre un poco tocado pero que resulta ser una buena guía y una buena persona para tener cerca, o lo que más se le acerca. Pero McCarthy debe ser el personaje más querible, con esa cuota de realismo, dejando de lado todas sus morisquetas habituales. Naomi Watts está muy sobreactuada en este rol de una streaper embarazada rusa, por más que su personaje es agradable, ya que se distancia mucho no sólo de a quien estamos acostumbrados a ver en pantalla cuando la vemos sino también de sus posibilidades como actriz. Su acento es incómodo y el resultado final de su trabajo, también. La película tiene diferentes momentos que todos van en torno a la superación de los adultos como personas para estar al servicio de los chicos, porque eso es lo que haría “un santo” desde la perspectiva de él. Sí, es verdad que es facilista y efectista, pero no son valores que nos moleste ver. El resultado final es una peli liviana y con ritmo, pero con una gran actuación de Murray que vale por sí misma bastante de nuestro rato.
Whiplash es el nombre de una canción, pero sobre todo es el nombre de una historia. Cuando un chico que sueña con ser un baterista recordado se encuentra con un clásico que tiene que hacerlo suyo, más le vale destacarse. Esto viene de la mano de un tutor que está muy dispuesto a reventarlo contra la pared las veces que sean necesarias para poder descubrir qué tiene él para dar. Esta película, sobre esta simple premisa, tiene dos cosas importantes: una fotografía oscura, con mucha madera, bien de encierro y música de conservatorio y un guión que permite un duelo de titanes. Los actores tienen que entregar absolutamente todo lo que tienen bajo la manga para hacerla funcionar y lo logran. El personaje principal a cargo de Miles Teller, es un chico retraído por momentos, pero que se destaca porque tiene la disciplina de poder alcanzar el éxito que pretende. Está aburrido de la mediocridad que lo rodea (según su perspectiva, claro) y sabe que el talento es importante pero más importante es el duro trabajo para destacarse. Él la verdad es que resulta un poco antipático (cosa que también tiene que marcarla desde el guión) y logra mantener esa sensación de estrés, angustia y ansiedad. JK interpreta a Flectcher, un hombre que cree que uno debe ganarse el derecho a pertenecer a una banda y por eso tiene que presionar más de lo que cualquiera puede tolerar. Imposible dejar de mirar a JK Simmons en este film. Es más grande que todo. El film, dirigido por Damien Chazelle, está basado en un corto que él mismo escribió y dirigió en el 2013 y es su cuarta producción con él a la cabeza. Hay que tener en cuenta que todo el ritmo de la edición se basa en golpes de batería (con muchos cortes directos y el paso a la siguiente toma), planos cerrados muy en detalle, planos aberrantes donde el personaje siempre está a punto de romperse frente a nosotros o nosotros mismos somos los que vamos a rompernos si tanto está en juego en el repiqueteo de cada platillo. El resultado final es una muy buena película, emocionante y con memorables actuaciones. Seguramente recordarán la tensión durante mucho tiempo luego de que se termine el film.
Hace ya cierto tiempo que la oferta de grandes tanques a rasgos generales se ha dividido entre adaptaciones de libros exitosos, remakes e historias reales. American Sniper es el retorno de Clint Eastwood a la temporada de premios y no podía ser menos: esta es una adaptación de una novela basada en hechos reales. El Francotirador cuenta la historia de Chris Kyle, un vaquero de rodeo que ya creció con un fuerte sentido de la responsabilidad en cuanto a defensa de su hermano menor y de imponerse. Pero Chris es un cowboy rudo y aparentemente egoísta que no puede terminar de mirar a quien está al costado por un falso sentido del deber por sobre el resto. Este hombre se convierte en una leyenda por su efectividad con el rifle en Irak, matando a más de 160 personas en 1000 días. La película, de poco más de dos horas, se centra en esta ambigüedad del personaje en donde la guerra se lucha tanto en su cabeza como en el campo y donde deja a una familia atrás con la que no puede relacionarse. Lo interesante de Clint como director son tanto sus particularidades en cada cinta (en este caso el uso de primerísimos primeros planos, con poco aire, asfixiando al personaje) como sus espacios recurrentes: sigue siendo un maestro de cómo filmar con claroscuros y de noche y del uso recurrente de atrezzos (objetos que en su repetición simbolizan una motivación del personaje reforzando a quien vemos en pantalla). Un ritmo que por momentos decae pero que sobre todo en el inicio y en el final funcionan muy bien. No subestima al espectador y no le da más información o morbo del que necesita. Bradley Cooper, a quien todos acusamos de colarse entre los nominados y de robarle el espacio a Jake Gyllenhaal, está realmente impecable. No soy su fan, pero puede manejar los matices como hace tiempo no veía, no está exagerado ni va a los lugares comunes. Y puede representar el carisma de Kyle sin esfuerzo. Sienna Miller, una de las mujeres más hermosas sobre la faz de la Tierra, está correcta en su rol de la mujer que siempre espera a que él vuelva. No sé si podía pedírsele más pero la verdad es que la olvidé apenas termina el film y eso nunca puede ser del todo bueno. Como siempre, tiene una respetable batería de secundarios que cumplen de una manera más que correcta, pero sobre todo para que destaque él. El guión peca un poco de clásico, donde podemos delimitar exactamente la fórmula: a los 30 minutos el primer punto de quiebre, el personaje que no cambia en esencia porque está maravillosamente delimitado desde el primer momento, todo lo que se imaginan. Pero es un trabajo prolijo, sin agujeros y que en manos de Clint se convierte en algo más que del montón. Para aquellos que se la toman demasiado enserio, con toda la carga ideológica de un soldado americano a quien pintan como leyenda, pero sabemos qué vemos cuando vemos un film de este estilo. El resultado final es una buena película. Te extrañaba mucho, Clint.
Antes que nada me gusta aclarar a quien leen: disfruto muchísimo tanto el cine como la literatura bélica y todos tenemos que reconocer que después de tantas novelas y films, la Segunda Guerra Mundial tiene cierto encanto hipnótico: siempre hay una historia más que contar, siempre un nuevo frente donde derrotar nazis. Entenderán que ahí cuando todas lloraban al final de “Love Story”, yo lloraba con el final de “Sin novedad en el frente”. Fury es una maravillosa representante del género, pero con ciertos elementos que en el cine bélico americano no veo hace tiempo: personajes poco gallardos y una crudeza que hace mucho hace falta. Este film recrea la historia del famoso tanque que sostuvo solo un punto crucial para que los Aliados pudieran recibir municiones y alimentos cuando ya estaban en Alemania. ¿Dato maravilloso que suma para mí mil puntos más? El tanque que es el personaje principal del film no es una réplica, sino el tanque histórico, único de ese modelo Sherman y no se usaron maquetas. Para que uno desarrolle mayor empatía, la historia empieza cuando dentro del tanque vemos que han perdido a uno de los cinco integrantes y la relación entre ellos. El reemplazo es un chico que era oficinista (Lerman) y hace ocho semanas está en el ejército con lo cual el instinto es que ese chico pueda estar a la altura, pero al mismo tiempo la terrible pena de lo que tendrá que ver en su estadía. David Ayer se carga al hombro este proyecto, que escribe y dirige, y su sello se nota. Ahí donde ya nos ha llevado por las calles en “Día de entrenamiento” y “End of watch” su estilo siempre es el de conectarnos con lo más visceral y lo maneja maravillosamente bien con su uso de cámara subjetiva, su tensión y su ritmo visual. La película, además, cuenta con una fotografía impresionante donde no se busca avejentar la imagen (recurso que hemos visto hasta el cansancio pero que sólo le funciona bien a Spielberg) sino virar toda la paleta al verde y aplacar los colores con gris. De repente todo el mundo está cubierto de polvo. La música, si bien tira un poco más a lo épico que a la construcción realista y visceral a la que apuntan visualmente, hace que ese contraste permita que se eleven las acciones de estos personajes que no buscan ser ni justos ni héroes, si no sobrevivir de la forma más básica: matando nazis. En cuanto a las actuaciones, Michael Peña vuelve a estar en la escena de Ayer y como todas las veces, no decepciona. A él se suman un John Bernthal haciendo siempre lo mismo (el tipo que aparentemente es desagradable por lo crudo pero que termina demostrando ser un genio al final), Logan Lerman y su cara de nada que aquí funcionan muy bien porque esa cara de niño inocente te parte el alma. Pero la verdadera sorpresa para mí fue Shia Labeouf, quien consideraba con la capacidad actoral de una lechuga pero que en esta película ha conseguido lograr un personaje consistente y conmovedor. Todas las palmas, claro, son para Brad Pitt, porque amén de que el guión le viene muy bien y está muy bien escrito (pensado hasta el mínimo detalle), y además de ser un buen actor, él tiene algo que no puede actuarse: carisma. En pantalla no podés dejar de mirarlo. Y para el sargento a cargo, eso es algo esencial. El resultado final es una película cruenta y visualmente muy completa. Como fan del género salí muy satisfecha y la recomiendo para todos los que disfruten de las trincheras. Un ritmo que no te deja ir así que es de las pelis que aún viéndolas en trasnoche, no te deja dormir
Cuando en la edición de Cannes 2014 empezó a sonar fuerte esta película y la interpretación de Steve Carell como fuerte candidato a mejor actor debo haber sido una de las pocas personas que no se sorprendieron ya que confío plenamente en las múltiples capacidades de este hombre en pantalla. A esto sumábamos un cast como mucho, interesante por lo que se convertía en una cita obligada en la butaca. “Foxcatcher” es la historia de la granja de un millonario excéntrico (adjetivo que sólo pueden tener los ricos, claro) que eligió patrocinar al equipo olímpico de lucha en Estados Unidos para los Juegos Olímpicos de Seúl en el 88. Los hechos históricos que retratan tienen que ver con los hermanos Schultz y con Du Pont con lo cual no debería sorprender a nadie la trama, pero la verdad más absoluta es que el problema mayor de esta película es que no sorprende nada. Inclusive el guión va a todos los lugares más comunes: retratar al rico como muy rico y poderoso, un poco extraño, un poco demasiado bueno para ser verdad; el atleta tiene que ser básico, necesita estar en la ruina total, no intenta explotar absolutamente nada nuevo. Bennet Miller, su director, es un aparente fan de las biopics. Sus trabajos más conocidos previos incluyen "Capote" y "Moneyball". En ambos casos, destacaban más las interpretaciones que la película en sí con lo cual se ve que es una cuestión de elecciones, pero o no defiende el guión o no hay suficientes momentos como para pensar en un “film de personaje”. Dadas las capacidades actorales de Seymour Hoffman, la primera fue mucho mejor, pero "Moneyball" fue apenas correcta, desaprovechando las posibilidades de Brad Pitt. Sucede por momentos que uno ve y reconoce la maravillosa producción, cuidada hasta el detalle, el uso del fuera de foco, la cámara en mano y lo quirúrgico que se puede pedir a semejante empresa. Pero lo más triste es que te queda el sabor de estar viendo algo a medias, algo a lo que le falta alma. Por eso el título de la review: termina siendo una más del montón. ¿En qué se destaca? El film, de poco más de dos horas, es carente de ritmo pero los actores están probablemente en los mejores papeles en los que los he visto (y eso, sobre todo hablando de Ruffalo es mucho decir), en su mejor momento, con una entrega absoluta. A esto sumemos una maravillosa fotografía, una ambientación impecable. Por eso a lo mejor es tan triste que no termine de funcionar. El maquillaje es sencillamente espectacular: hasta resiste primeros planos y planos detalles, haciendo el trabajo de los actores inclusive más destacable. Hay muchos encantados con el film, pocos lo han odiado, eso dice bastante. A mí, me faltó para enamorarme como pensé que podía suceder. Será la próxima.
La temática de la locura ha sido abordada repetidas veces en el género del drama romántico; siempre ha sido una buena forma de crear cierta empatía con el ñpersonaje, ya sea por gracia o lástima; pero grandes amores de la pantalla han tenido su cimiento en la demencia de uno (o ambos) miembros de la pareja. El español con fuerte presencia en Argentina Beda Docampo Feijoo parece haber tomado nota de esto, y en base a esta premisa construyó su último film que, en realidad, data de 2009, Amores Locos; y aunque aquí seguramente no estemos frente a un gran amor que perdurará en el recuerdo de la pantalla, sí logró crear un film correcto, eludiendo algunos lugares comunes esperados, eso sí, dije algunos. Enrique (Eduard Fernández) es un psiquiatra que vuelve a España desde los EE.UU., en una visita al Museo del Prado se encuentra con Julia (Irene Visedo) una guía y cuidadora del lugar; y como un flechazo, ni bien ella lo vea caerá desmayada. Es que ella está convencida de que ellos son los protagonistas de una pintura anónima del Siglo XVII, “La clase de música”, y como una suerte de reencarnación están destinados a continuar con el amor que siglos atrás, asegura, quedó trunco. Nuestro prtagonista aceptará, escuchará sus argumentos a cambio de que poder tratarla como paciente, secretamente la analizará para un ensayo sobre la demencia en la pasión desenfrenada. Julia demuestra tener visiones sobre la imagen de esa pintura, y de cómo continúa la historia y lo que la rodea. Muy pronto el psiquiatra descubrirá que hay algo más, una historia oculta a revelar. Este no es el único romance que atraviesa la película, aleatóriamente podríamos decir que todos los personajes, en mayor o menor medida se encuentran signados por algún amorío; un colega y amigo de Enrique se enamora de una prostituta a la que trata como una novia en alquiler, la hermana quiere quedarse embarazada para retener a su amante casado, la ex esposa infiel utiliza todas las armas para reconquistarlo, su hija recibe cartitas de un compañero; y por el lado de Julia, su abuela recibe poemas anónimos desde un celular, además de esa otra historia oculta. Docampo Feijoo, hizo un film más que sobre el amor, sobre la pasión, sobre eso que no podemos controlar, y se pregunta si eso es algo que puede tratarse clínicamente, la respuesta estará en cada espectador. Con una trayectoria despareja en la que encontramos puntos notables como "Quiéreme" y el telefilm "Locos de Contentos", pero otros insufribles como "Buenos Aires me mata", "El mundo contra mi" y "Ojos que no ven"; aquí maneja tanto la historia como la estética con solvencia, la película se sigue con un ritmo cálido y evita los golpes bajos, aunque en los tramos “históricos” (como ya lo ha demostrados en otros de sus filmes) cae en cierta ampulosidad. Otro dato en contra es que ciertas incoherencias o puntos flojos en la trama la pueden debilitar, será cuestión de creer todo lo que se nos muestra. Fernández y Visedo logran buena química, y sobre todo ella luce muy luminosa aunque su personaje podía ser algo oscuro; y el resto del elenco, en el que contamos entre otros con Marisa Paredes como la abuela de ella, acompaña de manera sólida. "Amores Locos" no es film perfecto ni mucho menos, es un drama correcto, menor, para amantes de este tipo de historias en donde el amor flota en el aire y todos se rigen por él. A estos, público al que va dirigido, les hará pasar una y media grata y ligera; quienes busquen algo más tal vez la vean algo cursi, son cuestiones del romance, no siempre entiende de razones.
El cine chileno está pasando por un muy buen momento. Hay talento y se ve un apoyo que lo está renovando. De esa manera, ver una película chilena en diversos espacios y festivales, ya no sorprende a nadie: desde el boom que fue “No” hasta “La nanna” son ya hitos de su historia y parte de la nuestra. “Yo soy mucho mejor que vos” es una película aparentemente inocente y pequeña, graciosa y decadente al mismo tiempo, pero que nos va metiendo en una serie de posturas en las que nos hemos empapado que termina siendo un sabor más bien agridulce. Nuestro personaje principal es un hombre que se siente acabado pero se rehúsa a admitirlo, entonces hará intentos cada vez más desesperados por despegarse de su idea de fracaso marcando algo que de base justificaría que la suerte esté de su lado y es su lema y el título de la película. Apelando a diálogos en los quela violencia y el sexo son usados como sinónimos: o por la falta, o por el exceso o para la venganza, nos encontramos con filosofías de crisis y otras cuantas de adictos errantes para hacer un muestrario de Santiago en una sola noche. La película tiene un buen ritmo y su protagonista, Sebastián Brahm, lleva el peso entero sobre sus hombros, en éste su segundo trabajo con el director después de “Te creís la más linda”. Un personaje que tiene que resultarte un pelmazo, se convierte en un ser medianamente querible que roza la pena y mucho de ese encanto está en cómo lo defiende el actor. La participación especial de Antonella Costa siempre es para remarcar. Es una maravillosa actriz, que puede transformar su apariencia camaleónicamente según lo que pide el papel. Mención aparte para el propio director que hace una pequeña escena también. Este es un film en el que los personajes llevan el peso de la acción, si bien Santiago aparece como esa hermosa ciudad que es, los planos son pequeños y claustrofóbicos, entonces todos entramos en la agonía del protagonista. Se te van a escapar muchas risas, y otras cuantos momentos de vergüenza ajena, pero algo que no te va a pasar, es pasarla mal.
El nuevo film de Richard Linklater ha sido esperado con ansias por el público mundial. Cuando por primera vez escuché de este proyecto, sentí que estaba siguiendo los pasos de Truffaut en esta empresa de filmar el crecimiento real de un actor, para poder pensar en “una continuidad verdadera” (apostando a la lógica de la situación y los personajes) y no apelando a un montaje invisible que sólo hace más esquematizado y pide a un espectador mucho más pasivo. Pero esta película es más que un simple panfleto de la Nouvelle Vague y sus formas: tiene la capacidad de ser un retrato por el paso de la adolescencia de Mason, de sobrevivir a la separación de sus padres, al desarraigo, y poder encontrarse sobre sus dos piernas. Es un film que de a poco se transforma en el testimonio de la búsqueda de sí mismo. Con una fotografía memorable, Boyhood, nos lleva desde el corazón de una familia con una madre que ya no se resigna a sí misma en pos de sus hijos, buscando realizarse profesionalmente y personalmente mientras acompaña al crecimiento de los niños. Frente a estos chicos se presentan diversas situaciones que van desde sus amigos del barrio, a intentar reencontrarse con el padre, las discusiones de sus progenitores, querer o no querer a la pareja de turno que ellos llevan a casa como retratos de diferentes etapas que forman diferentes secuencias (siempre enfocadas en el crecimiento de él). Mientras las situaciones se van dando y nuestros actores crecen (menos Ethan Hawke que en un momento parece más joven que su supuesto hijo), el juicio de valor uno se lo guarda en el bolsillo porque es un voyeur de la vida de otro y como tal conoce sus dramas y sus debilidades. Con el uso de planos largos para no cortar el ambiente y con los extensos diálogos con preguntas sobre el curso de la vida y las reflexiones de los personajes tan típicos de este director, Linklater entrega la que es, para mí, la mejor pieza que ha entregado. Con un planteo de una etapa que suele ser tormentosa para todos porque uno nunca sabe dónde está parado pero lo resuelve de una manera magistral, involucrando a cada ser en su butaca y sin dejar a nadie indiferente. Es un film que amás o que odiás pero hasta cuando todo te resulta demasiado, tirás a amarlo porque la música es maravillosa y la fotografía es impresionante y los actores (sobre todo Arquette y Hawke) la defienden con uñas y dientes. Es muy sencillo conectar con las situaciones de la infancia, de la picardía del lazo entre hermanos, de las ganas de volver a empezar, del “padre responsable versus el padre querible”, del primer amor, de la primera decepción, de encontrar la vocación. Ahí donde muchos intentaron concentrar la esencia de la vida en un film, él logró conectarnos con una etapa errante y conflictiva, pero que nos define como seres humanos. Muy tierna y conmovedora. Imperdible.
Quise descansar un par de días después de verla para sentarme a escribir sobre este film. Cuando la película terminó, me quedé muy desamparada y me costó recuperarme. Desde ese lugar, intentar hacer una crítica “justa” es imposible. Entonces me dediqué a pensar qué es lo que hace tan conmovedor este film, si es que no hay respeto por el otro, si es que son chicos, pero no, creo que lo que hace tan conmovedor a este film es el simple hecho de ser uno de los más violentos que vi con una de las víctimas más indefensas que vi. “Pelo malo” toca tantos temas tan cotidianos que uno no puede marcar la distancia. Es la historia de un chico que tiene que sacarse la foto para entrar a la escuela y en su parámetro de belleza está imitar a un cantante que tiene pelo lacio, lo opuesto a él, que lo tiene “malo”, indomable. Pero ese es el tema: su madre no entiende que es un juego y empieza a reprimirlo porque lo interpreta como signos de homosexualidad. Ella, que fue despedida de su trabajo en el que era seguridad, se dedica a monitorear la vida y gestos de su hijo sin que éste pueda llegar a ella. De todas maneras, al ser un film con niños, ellos llevan sobre sus hombros mucho de la trama y con eso su picardía funciona como un espacio liberador. Los vemos jugando al “veo veo” mientras nos llevan por esos barrios de Venezuela, donde la luz del sol quema paisajes y deja las casas medio a oscuras, lo que también se traslada a lo que sucede puertas adentro. Contextualizando maravillosamente bien, tenemos al momento en el que el pueblo venezolano empieza a raparse en solidaridad con Chávez y su tratamiento de quimioterapia. Ese país polarizado, donde aparecen vínculos divididos cual el muro de Berlín, que presenta este amor pasional tan unilateral y que no puede ser correspondido. ¿O un líder puede responder a cada uno de los deseos de sus liderados? Y eso es lo que vemos dentro de cada hogar: el rechazo de la madre, el cobijo de la abuela, la presencia de las armas y la militarización como una amenaza de perder a los hijos de la casa. Los actores lo defienden a uñas y dientes al relato crudo y su planteo. Samantha Castillo está soberbia como esta madre dura como la piedra, muerta de miedo y fracaso y Samuel Lange nos roba el corazón en esta que es su primera película. Mariana Rondón y su visión, hacen que se te encoja el corazón. Un gran trabajo de luces y ambientes que hacen imposible alienarse de la historia. Maravillosamente perturbadora. Tremenda.
La comedia en general es un género bastardeado. Estoy, como espectadora, aburrida de que intenten hacerme de cualquier cosa un gag. Lo bueno de esta película es que con una premisa simple crean situaciones que te llevan a la comicidad sin sentir que están haciendo lo obvio. “Tenemos un problema, Ernesto” habla de un hombre que ha perdido su pene. Sí, literal. A causa de esto se verá obligado a separarse de su novia y esconderse del mundo. En busca de una respuesta se irá desde la ciencia hasta lo esotérico, siendo más de una vez víctima de más de un chanta. Lo que más defiendo de esta película es que nos cuenta desde adentro el rol que tienen los guionistas en TV. O sea, nulo. El que compra la idea, pone el sello y hasta desaparecen de los créditos. Y este descargo en forma de comedia lo pone bien a la luz. Basada en la novela homónima, del mismo Diego Recalde que se embarcó en la tarea titánica de adaptarse, escribirse, dirigirse y editarse. Con una buena batería de secundarios reconocidos que nos terminan de dar la nota el casting se completa de una manera orgánica, sin exagerar. Siempre manteniendo la base del relato. Es una producción que no pretende un gran despilfarro y es que no lo necesita: es la historia de un hombre común, que simplemente perdió el pene. De un día para el otro se levantó en medio de la noche para ir al baño y no entiende por qué desapareció. Si a esto sumamos el canibalismo de los medios según la visión del director/guionista/actor/editor, tenemos varias risas aseguradas. Si bien tiene un buen ritmo, me hubiera gustado un poco más de síntesis. Creo que hubiera funcionado muy bien con veinte minutos menos de metraje. Pero el resultado no los va a dejar a castrados.