Marcelo Machado se puso en esta titánica misión de contar en un relato lo más inexplicable que existe: la conexión entre los sonidos y la tierra, la magia que sucede cuando un pueblo se manifiesta a través de una música que le es absolutamente propia en su mezcla entre lo autóctono y lo impuesto, entre el paso del tiempo y el paso de las modernizaciones y, con su mensaje, cultiva adeptos en el resto del mundo. Tropicalia no es sólo un movimiento musical de los 60s en Brasil. Tropicala tiene su nombre a partir de una obra conceptual expuesta por esos primeros años del movimiento y hasta vemos sus manifiestos al estilo del Neorrealismo Italiano en cine, vemos performance en teatros, en literatura y en poesía. Heredando formas y estructuras extranjeras, logra condimentar con estilo propio una forma de vanguardia que será lo que combine el amor del pueblo por el fútbol, sus ideales políticos en contra de la dictadura y su censura y mucho de la idiosincrasia brasileña. El film muestra cómo los estereotipos llevaron a confundir esta música con una pasión por el rock que lo hicieron tan popular internacionalmente y puede reconocer épocas e idiosincrasias en ese ambiente maravilloso que plantean. Lo interesante es no sólo la cantidad de material de archivo que tienen (que muy acertadamente combinan con formatos cuadrados para simular televisores), sino los narradores de la historia entre los que vemos a Caetano Veloso y Gilberto Gil, que nos llevan por el espíritu de poder manifestarse en estos turbulentos momentos. Porque, como movimiento que ha tocado a toda forma de arte, ha sido un espacio de catarsis para el pueblo. Otro gran acierto de Machado fue que el hilo conductor entre el material sean casi siempre las voces de los entrevistados, donde pareciera que orgánicamente nos ponemos en contexto y podemos comprender por qué significó lo que significó. Era un movimiento donde se respiraba una renovación joven, con su identidad y la mezcla que pide la tierra y eso se ve reflejado en cada fotograma del film. Es un film extenso, pero muy explicativo. Tan plagado de ejemplos que a uno no le queda otra opción que comprender el amor que le genera a este director y guionista este movimiento con el que creció. Un capítulo completo sobre historia del arte latinoamericano, en dos horas. Muy recomendable.
Con una fórmula clásica del thriller político, esta película nos cuenta la historia de una mujer que fue separada de su madre de pequeña y se escapó de Alemania Oriental para poder reencontrarse en Noruega. La razón inicial por la cual se separaron madre e hija fue que ella era hija de un alemán de la ocupación y después de la caída de ésta en la guerra, las mujeres que habían tenido relación con ellos eran tachadas de “sus putas” y fueron enviadas a campos de concentración. Para Katrine crecer en Alemania no fue sencillo, pero fue adoptada relativamente rápido y luego se escapó en un bote de Alemania a Dinamarca para poder llegar a su madre. Años más tarde es una mujer de familia, con una hija y una nieta y un matrimonio que tantos años más tarde sigue siendo feliz. Pero todo esto pende de un hilo cuando, con la caída del muro de Berlín y el régimen Comunista, vienen los juicios para pedir indemnización del Estado Noruego por haber desamparado a las víctimas de esa nacionalidad por haber tenido relaciones con oficiales de la ocupación y el caso de Katrine y su madre es emblemático porque es el único en el que madre e hija efectivamente se reencontraron. De a poco aquello que vimos al principio de Katrina en acciones forzadas, resulta raro. Su descontento con participar del juicio se va mostrando extraño para un desenlace dramático y de un peso contundente. Dirigida magistralmente por Georg Mass, guarda el puñado de letras blancas sobre fondo negro para el final y va construyendo un personaje ambiguo que uno va queriendo y odiando al mismo tiempo a través de planos cerrados que la van encerrando a ella cada vez más. Mención aparte para Liv Ullman y Sven Nordin quien como madre y marido respectivamente, terminan dando una profundidad al personaje de Katrine que hace muy difícil no relacionarse con ellos. El hecho extraordinario que llega a romper lo ordinario. Es una película de buen ritmo, donde nada de lo presentado sobra (fiel a la fórmula del género), pero se construye sobre un tema poco discutido en los films y con un toque infinitamente más cotidiano que cualquier thriller político con toques de espionaje que es donde gana mucho. El resultado final los va a dejar más que satisfechos. Muy recomendable.
Cuando vi la categorización y el póster de la película asumí que iba a encontrarme con un film mucho más liviano de lo que terminó siendo. Si sumamos las cintas anteriores de Stuart Blumberg como “Mi familia”, “Divinas tentaciones” o “La chica de al lado”, las sospechas tenían una base medianamente coherente. Pero la línea entre el cine y la realidad se borra cuando uno presenta a personajes más cercanos. “Gracias por Compartir” nos enfrenta con un proceso de recuperación de una serie de adictos y lo que debería ser divertido (y es que ellos intentan hacerlo lo más liviano y esperanzador posible) se termina convirtiendo en triste. Frente a nosotros, los personajes que eran la insignia de luchar contra los demonios internos, se transforman de nuevo en marionetas demostrando que siempre están a un paso de volver a caer. Esta es la historia de Adam (Mark Ruffalo), un adicto al sexo en recuperación que no sólo tiene a su padrino, sino que tiene los años suficientes como para ser el padrino de otro. En este proceso vemos no sólo a quién se lo toma seriamente, sino a cómo su apadrinado, Neil (Josh Gad), termina entrando en un estado de negación que lo hace cada vez más triste, esa idea de la degradación y de uso de su propio cuerpo. La cosa se complica más para Adam cuando conoce a Phoebe (Gwyneth Paltrow) y quiere empezar una relación con ella quien ya se está recuperando de una enfermedad ¿Cuánto puede comprenderse el proceso de recuperación de un adicto? ¿Quién puede sentarse a juzgar al otro? La película tiene una estructura bien clásica, donde la intriga de predestinación se nos presenta en las primeras dos secuencias, con lo que tenemos una idea de cómo va a terminar a los 15 minutos, pero está sostenida con un guión humano, donde no hay grandes monólogos ni grandes revelaciones y se priorizan las relaciones entre los personajes. Ruffalo hace un buen papel, pero celebro mucho la participación de Robbins como Mike, ese padrino perfecto que no puede tolerar la gran mayoría de las presiones puertas adentro y el volver a ver a Patrick Fugit, aquel que ya nos robó el corazón en “Casi Famosos”, como este chico rehén de las adicciones y sin una gota de fe para una segunda oportunidad. Todos los personajes responden a los lugares típicos de este tipo de temáticas, pero funciona y los actores saben defenderlo: el niño perdido que busca una palmada de su padre, la madre sometida, el padre que no quiere darle otra oportunidad, el que corre de las relaciones por miedo a la intimidad, etc. La fuerza del film está en dar peso a una adicción que hasta el día de hoy juzgan a ver si es realmente un desorden, como si uno tuviera el monopolio de los problemas y pudiera decidir o no quién es normal. La adicción al sexo no determina el éxito o canchereo de alguno de los personajes, sino la incapacidad de relacionarse porque, como toda adicción, te aísla del mundo real.
No soy fan de los documentales. En general los encuentro televisivos en un formato de entrevista donde tendenciosamente te llevan hacia lo que el director quiere exponer sin vueltas ni demasiado énfasis en el relato. A veces los llenan de recursos para distraerte y a veces ni siquiera tienen esa gentileza. Gabor demostró que todavía queda mucho de ese género por elevar. Esta historia empieza desde lo más profundo del director, como un recuerdo que quiere ser atesorado por siempre. A la memoria no le pedimos que sea objetiva, con lo cual el relato se pierde en la nostalgia y en la admiración que claramente él siente por lo que está contando. Como punto de partida tenemos el conocerlo a él y de qué vive y cuál es su próximo proyecto: “Ojos del mundo” le ha pedido un corto contando sus obras en Bolivia brindando controles y operaciones en aldeas del interior del país, a personas que no tienen otra forma de acceder a estos servicios médicos. Buscando inspiración de cómo hablar de la ceguera, se encuentra con Gabor. Gabor es un ex director de fotografía que ha perdido la vista hace una década y que hoy vive de alquilar equipos para filmación. El director de la película lo encuentra cuando renta una cámara que necesita para filmar y Gabor es un excelente medidor de cómo contar el tema que necesita contar. Claro que sé que es una persona de carne y hueso, pero creo que lo interesante del relato es que, además, se lo convierte en un gran personaje. Por un lado con su amor desmedido al cine y su noción en la composición de cuadro, en la búsqueda de ambientes y de luz y por otro de este hombre que tuvo que resignar la vida que conocía para abrirse a una nueva. Si a esto sumamos animaciones, una narración con mucha simpleza y sentido del humor y una fotografía muy destacable, bueno, entenderán por qué disfruté tanto esta película. Es inevitable conmoverse frente a esto, frente a los éxitos que se cosechan y a los fracasos, frente a la necesidad de seguir adelante e intentar hacerlo de la manera más digna posible. Uno de los médicos dice que aprendió mediante una experiencia en la que estuvo con los ojos vendados por tres días que uno puede estar ciego para el resto, pero nunca para uno mismo, que uno empieza a distinguir cada textura y sonido. Y mientras pasa la película uno realmente se rehúsa a creer que Gabor no ve. Pero sí ve: cine. Aunque nada más en el relato te guste, cosa que dudo dada su simpleza y calidez, verlo a él y su expertise pintando cada frame, es para deleitarse una y otra vez. Muy recomendable.
Paraguay es un mercado de distribución casi parasitario de Argentina, sin embargo nuestro cine no ha tenido demasiada aceptación en la taquilla. Los premios siempre son para el cine americano cuyas raíces perfectamente pueden verse aquí. Y no digo que por eso pierda identidad, simplemente que hay muchos rasgos más cercanos a un cine de Danny Boyle o Guy Ritchie. “Siete cajas” cuenta la historia de dos carretilleros en el mercado en el 2005. Los carretilleros son aquellos que ayudan a llevar mercaderías y viven de propinas y por la supervivencia, compiten entre ellos y se roban clientes. Todo esto en un contexto en el que el dólar sube incontrolablemente y un país donde casi todo lo que se consume es importado. Por un lado tenemos a Nelson, padre de un bebé a quien no puede siquiera comprarle remedios y por otro a Víctor, un chico cuya única ilusión es poder salir en la tele, en ese sueño de que el cine todo lo hace posible y mágico. Ni hablar del valor que tiene el medio como una forma de mostrar tu existencia y tu relevancia para un chico que le han dicho toda la vida que no va a llegar más alto que esto. A partir de ellos dos, se van a ir presentando diferentes personajes para pintar este panorama coral y de microclima en donde todo sucede en el mercado y se va tejiendo el ambiente trágico, donde el espectador sabe que muchas de estas aristas van a pinchar, y mucho. La dirección está a cargo de Tana Schembori y Juan Carlos Maneglia quienes ya estuvieron al frente de “La Cándida”. Además de esto, los conocimientos de ambos de fotografía, de montaje y de producción, sostiene este proyecto con la maestría con la que sostienen sus cortos y películas para la TV. Mantienen sus raíces en cuanto a ser un cine que marca las costumbres paraguayas en una estructura clásica de género que funciona muy bien. Llevada con un ritmo maravilloso que se apoya en travellings y una estética cercana al videoclip, es una película que frente a nosotros se convierte en un thriller de acción y suspenso, con tintes dramáticos y personajes con los que uno desarrolla empatía casi instantáneamente. Si bien tiene un ritmo intenso, desahoga muy bien con pinceladas de humor y el resultado es realmente muy interesante.
Esta es la historia de Virgil, un subastador que es especialista en arte. En cuestión de segundos puede descubrir a una obra de arte por más escondida que esté y puede diferenciar la copia del original. Para esto, dice, busca ese trazo o esa distinción que habla de quién pinta, porque en determinado momento de la ejecución de la copia, el artista mismo se traiciona por la necesidad de dejar su marca. Virgil un día será llamado por Claire, una heredera que vive de escribir libros de literatura muy básica y comercial con un seudónimo pero que sufre de Agorafobia. Mientras él va a intentar hacer jugarretas para tomar o dejar algunos objetos de la colección, él que no tiene experiencia con las mujeres se verá profundamente interesado en esa mujer que no ve. A la única a la que no puede ponerle un rostro. Cuando pueda, él tampoco podrá salir. Escrita y dirigida por Giuseppe Tornatore (sí, el mismo que nos emocionó a más no poder con Nouvo Cinema Paradiso), la historia va avanzando con paso cansino, más cerca de la esencia del cine europeo que lo que le pediría el sello Warner y con una música monumental de la mano del incomparable Morricone. El reparto tiene a dos pesos pesados de siempre: Geoffrey Rush y Donald Sutherland a los que se suma Jim Sturgess. Pero en donde suma realmente es en cómo usa a este genial elenco. El rol de Rush lleva adelante a toda la película cuando vemos sus mañas, sus modales y su necesidad de apreciar lo realmente bello. Como si esto fuera poco, el hombre es uno de los subastadores estrella y con esto le resulta muy sencillo obtener pinturas a precio de copia junto con un comprador amigo. Todo esto va a parar a una sala especial que está escondida en la que sólo hay retratos. Es un hombre obsesionado con los rostros pero no con los espejos. Rush se toma el tiempo para responder, mastica las palabras y mide cada uno de sus movimientos y se vuelve una entidad en pantalla. Sutherland tiene pinceladas, pero es imposible que este hombre pase desapercibido en pantalla. De todas maneras su papel, el de Billy, tiene ese rol de mano derecha y fidelidad ante todo a Virgil. Es un artista que jamás tuvo valor alguno, pero estar cerca de obras de arte y de él, le dan cierto aura del original. O al menos así lo piensa. Jim Sturgess (el de Across the Universe) hace de un pícaro seductor que puede conseguir que las mujeres hagan cualquier cosa. Si a eso sumamos su capacidad de arreglar cualquier sistema de engranajes o inventos en su taller y su conocimiento de historia, se convertirá en el consejero de Virgil cuando él se obsesione con Claire. Claire es la adorable Sylvia Hoeks que termina de cerrar esa fórmula siempre a mano de la mujer que sólo sirve para poner en problemas al hombre. Y con esa cara inolvidable parece el ser más asustado del mundo. Un guión metódico que va desarrollándose casi como una sinfonía y diría que la música es el cuarto protagonista. Un thriller que no tiene sobresaltos pero tampoco tiene fallas. Sin duda, la atesorarán los amantes del género.
Tengo que confesar que vi la versión coreana porque me la recomendaron y tenía cierto recelo. Fue la primera y única vez que vi una película sola en mi casa y cuando terminó me pareció tan genial que aplaudí a la televisión por medio minuto. Todos sabemos que los remakes y las comparaciones son odiosas, así que digamos solamente que la crítica que sigue es de la prima anémica y desabrida de esa maravillosa primera versión. Josh es un tipo detestable. Es físicamente repulsivo (porque remarcan su aspecto dejado), borracho y sin ningún código. Aparentemente no siente respeto ni amor por nadie y hasta te lo llevan al extremo mostrando cómo no le interesa estar presente en el cumpleaños de su hija porque “como tiene tres años seguro que ni registra”. En esa necesidad americana de mostrar causa consecuencia sin dejar que el espectador deduzca absolutamente nada, toda esta introducción es decadente y casi sin sentido, pero empieza a tomar otro color cuando él es secuestrado. Lo poderoso de verse librado de la libertad es que su celda es una habitación de un motel de mala muerte, en la que no hay ventanas sino imágenes que cambian. Todos los días come exactamente lo mismo y su única conexión con el mundo exterior es una televisión que muestra sólo los programas que él debe tener en cuenta. Esta estructura, claro, apoyada en las capacidades actorales de Brolin que realmente pone toda la carne al asador. El resto del elenco se completa con Elizabeth Olsen que es la hermana menor de las mellizas y que está queriendo codear para tener su lugar. Esa cara de pobrecita ayuda al papel virginal que tiene que hacer pero la verdad es que no suma más que un par de muy adorables ojos azules. Si pagan la entrada por ver a Samuel L Jackson, quédense en casa porque aparece un suspiro y ni siquiera destaca. El villano, prácticamente un Lex Luthor con mil televisores y un piso vidriado (aparentemente la intimidad no es algo que le preocupe) Sharlto Copley es de lo peorcito con tonada británica que vi en mucho tiempo. De verdad. Y eso incluye a Daniel Radcliffe. En orden de no hacer la película tan visceral y poder justificar las aristas del personaje, ésta que es la segunda entrega de la “Trilogía de la Venganza”, queda un poco fofa y juvenil la anécdota que desencadena la furia con un villano estereotipado y unas cuantas chicas asiáticas que tienen que disfrutar de desafiar la gravedad. Spike Lee imprime su estética que se aleja de la cuidadosa asiática para ser más cruel y más ruda. No vamos a decir que no le funciona pero creo que si dejamos los artificios para centrarnos en la historia y nuestra versión es de por sí más light, no pueden creer tener otro resultado. Cuestión: la violencia que hay, aparece sin sentido. La venganza, un poco desmedida y un tanto infantil, el romance tirado de los pelos. Lo que sí estamos seguros, es que Brolin puede hacer que lo odiemos y que nos caiga mejor sólo por haberse cargado la película al hombro. Sentí que realmente faltó alma al despliegue.
Cada vez que pensamos en películas que tratan el tema del cáncer nos encontramos con la figura paterna (en su gran mayoría, claro) o materna, pero es imposible de pensar presentar a chicos o adolescentes con esta enfermedad sin que se nos encoja el alma. Tal vez porque en el fondo todos queremos negarnos que pasa pero la verdad es que de muchos ejemplos que he visto (y lo digo recordando la impecable 50/50) esta logra capturar algo de luz que no vi en las demás. Bajo la misma estrella es la historia de Hazel, una chica con cáncer de tiroides que se expande al pulmón desde sus 11 años que se siente a sí misma como una granada a punto de estallar y reventar a todos a su alrededor. Su peor miedo no es morir, porque sabe que llegará dado el pronóstico que tiene, su peor miedo es que sus padres y sus afectos no puedan seguir con su vida después de que ella no esté. Hazel es una chica inteligente, crítica y que sabe su lugar en el mundo. En su deseo de que salga de su encierro, su madre la lleva a un grupo de apoyo para adolescentes con cáncer en orden de que compartir experiencias la saque un poco de su naturaleza ermitaña. En este grupo Hazel conoce a Gus, un ex atleta con un cáncer de huesos que se obsesiona con ser recordado, con que su paso por el mundo no haya sido lo mismo que nada. Estos dos chicos juntos van a hacerle frente a su destino fatídico pero sin perder las ansias de experimentar el amor, la ilusión, las risas. Porque después de una vida en hospitales, entre doctores y tubos de oxígeno, se merecen tener un gusto de lo bueno de la vida antes de dejarla. No soy fan de Shaileene Woodley (que interpreta a Hazel) sobre todo después de haberla visto en Divergente, pero la verdad es que logra tener esa alma y mirada entre incrédula e irónica que consigue mucha empatía con el espectador. Ansel Egort (que interpreta a Gus y a quien tampoco quiero mucho después de ver en Carrie) funciona como contraparte de Hazel en el sentido de que aparece como un adolescente no del todo consciente de las consecuencias de su enfermedad, que se cae a pedazos lentamente. Me resultaron sumamente queribles los personajes sin esperar serlo. Por otro lado, Willhem Dafoe interpreta a un autor que no puede salir de su dolor y, si bien se presenta como el villano, honestamente no llegás a odiarlo. Creo que logra transmitir un dolor no dicho, imposible de expresar que termina causando un efecto más humanizador que muchos recursos a los que se podría haber apelado. Josh Boone, en esta, la segunda película que dirige después de “Stuck in love”, nos da ese ambiente cálido y soñador por la lógica de que todos sabemos que el fin está cerca, pero no por eso mientras estamos, no tenemos que bailar. Tremendamente tierna. Y tengan todos los pañuelitos a mano.
Tengo un amor desmedido por Clint Eastwood tanto como director como actor. Creo que es de los pocos que ponés frente al lente y a media luz y ya te salva cualquier cosa. Ni hablar de las historias que nos regaló como director: desde la maravillosa y romántica “Los Puentes de Madison” hasta la tremenda “Cartas de Iwo Jima”. Ha pasado por el western, por el policial, por el gángster, por la biopic y nunca nos ha dejado del todo a pata. Verlo frente a un musical, de todas maneras, es otra cosa. Pero el viejo lobo no defrauda. Jersey Boys está basada en la obra musical estrenada en Broadway y Shaffesty Av en el 2005 y desde ahí ha cosechado éxitos. Para empezar, es un musical rocola, es decir que no tiene nuevos temas sino que reutilizan los mismos de la banda (como han hecho Ray y Walk the line hace unos años). Para seguir, tiene una estructura en la que en cada momento uno de los miembros se convierte en narrador para contar su perspectiva, lo que termina acercándonos en el teatro al documental. La adaptación cinematográfica, con esa perfecta ambientación y fotografía, por momentos nos lleva a un clima que nos recuerda a “Buenos Muchachos” por el barrio italiano, el ghetto y los negocios que circulan y de a poco se va transformando en un drama hecho y derecho donde se cuentan las trampas del negocio de la música, de cómo se construye la salida del barrio y hasta qué punto efectivamente uno se va. El viejo Clint también domina esto. Otra cosa en la que han estado particularmente inteligentes ha sido en el casting. Ninguno es una gran estrella y eso funciona muy bien ¿O le vamos a creer el hambre a un chico exitoso? No, tiene que tener esa apariencia de un don nadie. Vincent Piazza (que lo conocemos de Broadwalk Empire) se roba la película en la piel de ese Tommy DeVito excesivo y estereotipado tano bruto y arrogante de barrio de mala muerte, pero es imposible no mirarlo. Impactante. John Lloyd Young tiene esa voz impresionante que ya demostró en Glee, pero no tiene el carisma que todos esperamos de un vocalista. Lo musical lo salva mucho. Completan el cuarteto Michael Lomenda y Eric Bergen como Nick y Bob (Gaudio que también produce el film junto con Valli) haciendo secundarios poderosos, pero siempre orbitando alrededor de ellos dos. Esta es una historia de ascenso, de amistad, de códigos, de toda una vida. Pero sobre todo es una historia que une a estos chicos de Jersey con su sonido. Cuando nada más queda, queda la música. Dos horas y cuarto (lo mismo que dura la obra) más tarde, te pasás tarareando las canciones y te quedás con la sensación de haber visto un musical rudo, sin parafernalia, sin demasiadas estrellas ni pasos de baile. Al final, a pesar de todas las luces, te queda esa idea honesta y descarnada de todo lo que significa el ascenso y todo lo que conlleva la caída.
Después de Like Crazy, todo un plantel femenino estaba esperando esta película que une nuevamente al director Drake Doremus con la actriz Felicity Jones. Fiel a su estilo anterior, es una película de clima, que crea tensiones y trabaja sobre la dinámica de los personajes por sobre un ritmo narrativo. Esto ayuda mucho porque ha elegido como contra parte de la unigesto (y muy bonita) actriz principal al enorme y formidable Guy Pearce interpretando algo que no hace, desde hace mucho tiempo: de tipo normal. La película empieza cuando una estudiante de intercambio inglesa va a parar a una casa de una familia en las afueras de New York. Mientras todos los miembros menos la madre están poco entusiasmados con la irrupción de una extraña, Sophie tiene que lidiar con su propia decepción al darse cuenta de que Manhatthan no queda precisamente en la esquina. A partir de su llegada, suceden cosas bastante lógicas como el hecho de que todo el colegio esté movilizado por la llegada de la chica nueva y que su hermana no esté del todo encantada con la perspectiva. El único problema es que el más encantado parece ser el padre. Y digo esto con una ironía que la película no merece: Keith no es un galán o un abusador de menores, sino que es un hombre que se encuentra atrapado en una vida que no buscó y siente que nadie más en su entorno va a ayudarlo a lograrla. De repente esta adolescente hermosa está ahí para una conexión que no puede encontrar en otro lado. Y tampoco es que ella es agresiva en manifestar su interés, sino que simplemente que los espacios se dan por la cercanía en terrenos en común y en ansias. La película mantiene una tensión constante que hacen que el espectador se divida entre querer que concreten y lo incorrecto que suena. Las situaciones se dan casi por casualidad y uno transpira cuando ve a Keith intentando no sucumbir, a una adolescente mucho más disponible (tiene lógica por su edad) y a esos momentos tan sencillos de quebrar toda la estructura previa. Con la moralina típica con la que tienen que presentarte estos temas, a lo mejor a mitad de camino uno siente que la idea de inhalar (Breathe in) es para acudir a un espacio de paciencia más que a animarse. Pero el rol que le dan a esta chica extraña es la de sentarse con los propios fantasmas, sobre todo. El resultado, es una buena película, que tira más al drama que al romance, que juega más con las miradas que con la acción. Disfrutable.