No soy la persona indicada para ver terror. La música, el silencio, los planos cortos, los largos, cualquier cosa me pone los pelos de punta. De verdad. Si tengo más datos que el personaje, me pongo nerviosa porque no se da cuenta, si tengo los mismos, me angustio porque creo que detrás de cada puerta, aparece el objeto maldito de mis terrores. Algo que siempre me llama la atención de este género es que es el más bastardeado, con absolutamente todas las fórmulas aplicadas exactamente como uno espera que se apliquen, pero siempre funcionan. Que cuando salgas de la película te consueles a vos mismo diciendo “que te asustaste por una pavada” es anecdótico: durante el desarrollo, tenés el corazón en la mano. De todas estas fórmulas acá encontramos una de las más típicas: una chica atravesando el duelo de haber perdido a su madre en una casa vieja y tétrica a más no poder. Si empezás a ver este largometraje sin saber de qué va ya por el simple hecho de ver todos los crucifijos posibles, los travellings en cámara subjetiva o predatorios mientras seguís la nuca del personaje, ya sabés dónde estás. Annie, así, está atrapada en la casa de su infancia, donde una presencia parece destinada a atormentarla y ella necesita reconciliarse con esa parte de su vida. Claro que para estas persecuciones, las mujeres son más intuitivas e inteligentes que los hombres, generalmente están ligeras de ropa y saben a quién pedir ayuda. Donde el hombre toma las riendas, ella va con una ocultista. Lo de siempre. El instinto de protección se termina de cerrar con el hecho de que una niña fue abandonada ahí donde ella sintió que la crueldad de su madre la abandonó en un primer momento y los secretos de familia que uno no siempre quiere develar. Con colores apagados y en una paleta grisácea, cada vez que ella vea, no sabe si no es vista y cada pista que se revela, tiene su peso. Un gran uso de la música (absolutamente clave en este género, si se me permite decirlo) crea situaciones donde quizás los efectos no terminan de ayudar. Muchas veces pienso que dejar el espacio a la imaginación puede ser mucho más interesante que ver a los personajes sometidos en una forma que apela a lo sobrenatural pero termina siendo el primer espacio de falta de verosimilitud para el espectador. No por sobrenatural uno se la tiene que pasar desafiando la gravedad. Nicholas McCarthy, director y autor del guión, nos lleva así a la adaptación de su corto en forma de largo y esos pasillos nos hacen pensar que la curiosidad mató al gato, pero a lo mejor valió la pena ser sabio. Película efectista, pero si te gusta el género (y sos impresionable como yo), mal no la vas a pasar.
No sé si a ustedes les pasa, pero suelo encariñarme con ciertos actores y actrices. Eso significa que por más que hagan una sarta de catástrofes fílmicas, cuentan con mi voto y Emma Thompson es una de ellas. Debería quitarle mi voto cuando ya llevo más tropiezos que otra cosa. Esta es la historia de un divorcio amistoso que en determinado momento debe juntar fuerzas porque el marido tiene los fondos congelados y con eso se quedarían bastante vulnerables. En el medio, tenemos que hacer énfasis en la química de los dos (claro), librarnos de la descendencia desde los primeros minutos del film y remarcar que todos los amigos creen que están locos por no estar juntos. Mientras el plan empieza a dares con forma de venganza, por suerte las locaciones están pensadas por un agente de turismo: París, Londres y la Ribera Francesa. Sumamos a los ex vecinos que están locamente enamorados para terminar de subir la temperatura. No tengo nada contra el cine de género, de hecho es de los que más me gusta, pero me rehuso a pensar que una comedia tiene que ser una seguidilla de gags sin alma, en los que las situaciones ridículas nos llevan desde ver a estos 4 actores entrados en años caminar por la playa vestidos de buzos, hasta pelucas ridículas y chistes obvios sobre su supuesta vejez con clásicos del rock de fondo entonces se nos prende la nostalgia. Los guionistas, ¿Asumen que uno en los 50s se convierte en eso? ¿Qué es lo que verdaderamente duele de esta película? Que aunque empiecen a jugar a los espías y hagan una parodia ridícula, aún así queremos que al menos una escena tenga alma. Pierce sigue siendo encantador y queremos que nos enamore, Emma sigue siendo maravillosa y tierna y queremos adorarla. El material termina siendo un poco el sentimiento de querer que la borrachera se le pase a nuestros tíos queridos o termine la fiesta. El director y escritor es Joel Hopkins, el mismo que ya dirigió a Emma junto al enorme Dustin Hoffman en “Una última oportunidad” (Last Chance Harvey), que carecía de momentos hilarantes, pero le sobrabra alma: eran personajes con profundidad y corazón y una astucia lo suficientemente atrayente como para verla varias veces. Esta película, la olvidás a los dos segundos de salir de sala. Aún así, solo por la química que tienen los dos, les diría que alguna sonrisa te termina arrancando. O será, como siempre, mis ganas de perdonar a Emma.
Hace ya un tiempo que se leen artículos castigando al nuevo cine diciendo que se enfoca tan poco en el contenido, que más que ser narrativo se vuelve al arte de feria. Soy una defensora no de los efectos, pero de entender que están aquí para quedarse. Simplemente no quiero terminar mirando un montón de pantallas verdes o azules porque el contenido es nulo. Hay veces que funciona: Gravedad no tenía el argumento más complejo, pero lograba construir un ambiente, un cine de “clima” si se quiere, que hacía que los efectos fueran funcionales a la historia y no un conjunto de estímulos. Pero esto no tiene nada de gravedad, excepto que a los primeros 20 minutos cae y es imposible remontarla. Basada en una historia trillada sin ni una vuelta de tuerca nos encontramos con Cage, un soberbio mayor del ejército que lo único que hace es juntar voluntarios para la guerra contra los extraterrestres pero que jamás piensa en ver esta cuestión realmente cara a cara hasta que un general decide enviarlo. En el trayecto se encuentra con la muerte en forma de unos aliens robóticos arácnidos pero que en realidad son organismos, que cuando los mata se mete dentro de su sistema ¿Cómo? Controlando el tiempo. De esta manera Cage (Cruise) tiene que encontrar la forma de detenerlos, entonces vuelve a vivir una y otra vez la misma batalla (sin tener la genialidad del Día de la Marmota), con una lógica de videojuegos en la que él aprende de sí mismo (sin ser Corre Lola Corre), en entornos generados por software y estudio, sin una pisca de gracia de locaciones (o sea, aniquilando el buen cine), simulando un nuevo Desembarco de Normandía, pero esta vez los nazis son xenoformes. Las actuaciones realmente dejan mucho que desear. Siendo que todos tienen que actuar y responder exactamente lo mismo, el único que aparentemente cambia de actitud es Tom Cruise, pero no sólo estamos un poco pasados del cuarto de hora para hacer del pobre hombre de oficina a aguerrido soldado, sino que no tiene nada con qué sostenerse. Blunt es una sargento con pocas expresiones, pocas ganas de hablar y una terrible combinación de primero y segundo nombre que no sabemos si queremos que viva después de los primeros diez minutos. La verdad es que me cuesta entenderlo. La película está a cargo de Doug Liman, el mismo que dirigió “Identidad Desconocida” y el guionista es Christopher McQuarrie, el mismo de “Los sospechosos de siempre” en un largometraje que de verdad parecería amateur si no tuviera tanto dinero en efectos. El film, entonces, termina siendo una serie de efectos de sonido robóticos (porque nunca nos imaginamos que las armaduras robóticas pueden sonar así) y un exceso del 3D (claro que con esto la cosas sólo pueden explotar hacia el espectador) y unas ciudades apocalípticas que poco tienen de creativo. Lo único que está al filo del mañana es la imaginación. Para este caso, muerta.
Esta película cargaba con todas las expectativas posibles: era el retorno del director Bryan Singer (el mismo que debutó con nada más y nada menos que “Los sospechosos de siempre” y estuvo a cargo de las dos primeras entregas de X-Men), combinaba los castings de las primeras entregas y de X-Men First Class, y se basaba en una saga con viajes en el tiempo que todos los que amamos la ciencia ficción siempre nos anotamos para ver. Para los que no conocen el tema: X-Men plantea un mundo que pertenece a una Era Atómica, en la cual los cambios en la Tierra y las guerras alteran el ADN del ser humano y permiten ciertas mutaciones. Hay mutaciones pequeñas que pueden ser muy leves (como tener una maravillosa vista y siempre acertar la flecha en el blanco) y hay otras que desarrollan lo que los seres humanos entendemos por “poderes”. Como siempre ha sucedido, el hombre no se caracteriza por ser tolerante a aquello que es diferente y los mutantes tienen herencia de esto. Así es como dos amigos con todo lo que implica, se enfrentan de por vida entre una postura que busca que todos convivan en paz y otro que dice que el que golpee antes vencerá, porque al fin y al cabo nunca los van a terminar de aceptar por miedo a su superioridad y porque él los considera inferiores. Esta historia inicia en un mundo destruido, una humanidad sometida y los mutantes siendo cazados por unos centinelas que tienen la posibilidad de absorber sus poderes y, por ende, de ser invencibles. Los amigos enfrentados, Charles y Erik, se alían para poder viajar en el tiempo y poder detener esta situación. Pero el viaje es muy intenso y puede dañar la estructura mental con lo cual terminan enviando a un mutante con la capacidad de sanarse a sí mismo: Wolverine. Mientras se nos presentan hechos históricos reversionados (siempre me divierte mucho cuando hacen esto en los cómics) dentro de este universo, el orden de la sociedad y pidiendo el orden por miedo, terminamos provocando peores catástrofes y la pregunta sigue en el aire ¿Lo que pasa tiene que pasar o es posible detenerlo? ¿Cuánta incidencia puede tener un solo ser frente a todo esto? Agradecí profundamente que esta entrega no cayera en el exceso de gags efectistas de otras del Universo Marvel, sino que se le imprimiera el drama necesario, el destino y su fatalidad y algún que otro momento alivia esto, pero no lo borra como en el caso de Iron Man 3, por ejemplo. El elenco enorme que se maneja responde de una forma maravillosa al titiritero de Singer. Plantea matices, montajes paralelos, la teoría del caos y todo eso sin que nosotros digamos cómo puede una situación llevar a otra. El guión funciona como un reloj, pero lo que le da cuerda es el genio de Bryan. No puedo remarcar más que el trabajo impecable de ambientación, maquillaje y vestuario (excepto, capaz, que si hace muchos años no usábamos a Cerebro, no tendría que parecer una publicidad de Míster Músculo sino tener algo de polvo) y de cómo los actores han defendido a su personaje con su psicología pero sin destacar particularmente una interpretación de otra. Lo cual, en la ciencia ficción, ayuda a la inmersión: no veo los personajes, veo la historia. Es cierto que hay muchos mutantes que quedan simplemente de decoración, que no se entienden sus historias o que no se habla de su incidencia, pero eso está pensado para los que aman los cómics, para que se emocionen cuando Quicksilver está abrazando a una chica vestida de rojo mientras miran la pantalla conmocionados y saben que es La Bruja Escarlata. Dialoga constantemente con textos previos y creo que eso es lo que nos hace todas las veces decir “que Bryan no se vaya nunca más”. No se olviden de quedarse a ver la escena post créditos y ya van a ver que salen como salí yo del cine: enojada por no ser mutante.
Hace relativamente poco hice un post sobre los diez pasos a cumplir en una película que apunte a ser una saga teen: que el orden establecido sea horroroso para el personaje, que siempre se sienta fuera de lugar, enamorarse del menos indicado, el desarrollo del personaje para convertirse en el héroe (ver todo desde el punto de vista del perdedor no engancha a nadie), al menos uno de los padres no vive o se mueren durante la película pero la amenaza al orden está relacionada directamente con ellos, los personajes principales dilatan las relaciones sexuales en un intento de alargar los hechos románticos y son tentados a pasarse al lado de “los malos”. Como un relojito, la película cumple nueve de diez pasos, pero luego están todos los otros supuestos giros que te demuestran que no hay fórmula infalible. Esta es la historia de Tris, una chica que vive en un mundo futurista post guerra en el que la sociedad se divide en facciones para poder ordenarse y seguir adelante. El territorio está cercado por muros y más allá del muro no se sabe qué hay. Cuando llega la adultez y ella tiene que elegir a qué facción pertenece, resulta que no pertenece a ninguna: es una Divergente. Los divergentes son peligrosos para la sociedad porque no se conforman y por eso hay un complot para eliminarlos. Contamos con una villana altruista y que cree en su causa ante todo, dispuesta a morir por ella. Aparentemente siempre está en calma lo que hace que Tris cada vez esté más nerviosa y, cuando descubre lo que le puede suceder, se quiere camuflar en una facción. Entrenamiento va, entrenamiento viene, conoce a su líder que claramente tenía que ser un chico lindo, misterioso, distante, que apenas se conecta con el resto pero que ella conquista. Claro está: él se siente fascinado y no amenazado por su característica de Divergente. Pero el resto del orden social no está muy de acuerdo con él. Como todo film de ciencia ficción, es explicativo. Recordemos que la ciencia ficción trabaja sobre una proyección con base científica, por ende, tiene que justificar y explicar los elementos que utiliza. Esto funcionaría si Niel Burger, el director, pudiera imprimirle ritmo o si el casting ayudara. Desgraciadamente, no sucede. El relato es lento y agónico y basado en una chica que es hermosa pero tiene muy poca gracia. Los actores mayores como la preciosa Ashley Judd, Kate Winslet y Tony Goldwyn defienden su trabajo, pero son los únicos. El resto son un atentado a su carrera. Y tampoco defienden la historia. La película recupera una estética que tiene que ver con los espacios de ciencia ficción post guerra como muchas locaciones abandonadas, cuevas y refugios similares. Los colores siempre van entre el negro, el tierra y el verde pero quemado, para que la paleta no resulte muy viva. Parece haber eternamente una capa de kippel que hace que todo parezca grisáceo. Honestamente, estas historias son como un placer culposo para mí, pero no encontré en esta ni una gracia. Un planteo desaprovechado, actores poco carismáticos, lenta en su relato y plagada de lugares comunes pero de los malos, porque ni siquiera se me plantea un triángulo amoroso. No se van a llevar mucho más que pochoclos de esta peli.
Es difícil ser objetivo cuando uno reconoce en sí mismo, muchas de las cosas que suceden en pantalla. Este crítico va a los espacios y microcines que vamos todos, llega temprano para el desayuno y filosofa sobre los errores o pretensiones que no supieron cumplir. El cine no es un juego, sino un lenguaje para contarte algo que te llegue al alma y lo que este crítico no tolera es que sea la aplicación de una fórmula sistemática con poca verosimilitud que llamamos género. ¿Cuál es el problema? Que esta historia es una película de género. En un tema que me obsesiona en las películas como ser los bienes raíces (De verdad ¿Dónde consiguen esos departamentos? Híper bien ubicados, espaciosos, etc) este hombre recientemente divorciado está en una constante búsqueda de él y encuentra los metros cuadrados de sus sueños para que la competencia sea una hermosa mujer con un lamentable acento (bien justificado en la película) que lo invita a ponerse en juego para actuar en vez de observar. En una supuesta serie de pruebas, él querrá negociar por el departamento y ella llegar a conocerlo. Con mucho sentido del humor pasamos de homenajes clarísimos a la Nouvelle Vague (más precisamente a “Sin Aliento”) que implican desde mostrar fragmentos y su obsesión por verlas una y otra vez a hacer el gesto en el que Belmondo homenajeaba a Bogart, a las comedias románticas más genéricas posibles. Tenemos a una voz en off en francés porque a él le gusta más conectarse de esa manera consigo mismo: cinematográfica; los consejos de amigos son marcando constantes de géneros, las conversaciones con la sobrina son a través de películas. No es que el pobre Tellez sea un cineasta frustrado o que desee filmar, es que se convirtió en el lenguaje en el que él decodifica su vida. Y creo que ahí es donde gana el guión: es un personaje que puede generar cero empatía, pero gana porque tiene que dejarse llevar por el código del género que habita. En cuanto a producción, la película no tiene un gran despliegue en locaciones o en casting. La mayoría de los espacios son interiores y funciona muy bien. No es un film que tenga ganas de más. Te cierra, lo pasás bien y te encariñás con los personajes. Guerschuny imprime corazón a cada fotograma y, hasta los personajes más caricaturescos o menos creíbles terminan ganándose un lugar a través de los ojos de El Crítico con alma que nos convierte a todos. Maravillosa interpretación de Rafael Spregelburd que siempre conquista con su naturalidad, una correcta Dolores Fonzi que cuando su personaje se convierte en insoportable su cara hace que uno aguante cualquier cosa no sólo por expresiva sino porque es muy hermosa, y un cameo a un gran actor argentino que nos hizo reír a todos. Es que eso es lo que tiene el género: podemos reírnos de él, podemos bastardearlo, hacer reuniones para reírnos de que eso es lo menos verosímil que hay, pero a la larga dejamos caer la guardia y nos conquista de nuevo. Nos encontramos riéndonos y emocionándonos con estereotipos y arquetipos que se nos meten bajo la piel. Nadie, ni Tellez ni nosotros, somos inmunes a la magia del género. Vayan, la van a pasar muy bien.
A todos los cinéfilos suelen gustarnos estas apuestas de mostrar un poco la cocina de aquello que amamos tanto como es el cine. En este caso, somos transportados al maravilloso mundo de la banda sonora, en donde se doblan diálogos, se usa el silencio y el Foley (son imitaciones analógicas, es decir fuera de una galería digital de sonidos, de otros). Así vemos, por ejemplo, cómo con la tensión y la música correcta, rebanar una sandía o una cabeza es casi lo mismo. Esta es la historia de Gilderoy (Toby Jones), un ingeniero de sonido inglés que es invitado a sumarse a un proyecto que él cree es una película ecuestre. Cuando llega se encuentra con un terror intenso, sangriento y con la mística del “hecho real” ya que le cuentan que estos asesinatos efectivamente sucedieron. Con una secuencia de títulos virando al rojo, esta película que es mitad hablada en inglés y mitad español tiene una estética que intenta acercarse a Dario Argento, pero queda a mitad de camino cuando vemos a esta tensión que sube, pero desgraciadamente, solo en la banda sonora. Lo que sí tiene es el ambiente de la cocina del cine y es lo único en lo que de verdad gana. Berberian estudio de sonido es el lugar al que este inglés va a parar para encontrarse en medio de la Torre de Babel, donde nadie está dispuesto a ayudarlo y él tiene que encontrarle la vuelta. Tanta soledad, tan poca luz del sol y tantas vueltas para que le devuelvan el dinero del pasaje, al menos, harán que este hombre prácticamente viva dentro de esas paredes y así, el límite entre la realidad y la ficción se le van borrando fácilmente. Imagínense vivir entre micrófonos que escuchan los abusos del productor y el director a las actrices, el pavor que éstas tienen, el miedo al fracaso y todo eso proyectándose en una pantalla muda, donde las bocas gritan y no dicen nada. Peter Strickland es el encargado de este proyecto de co producción entre Italia y Gran Bretaña, también escribe este guión plagado de homenajes y con un giro bastante simple en el que mucho se sugiere y no se dice nada. Creo que es una buena apuesta, pero muy inferior a trabajos anteriores entre los que se destaca su metamorfosis en corto. Es una película correcta, una estética por momentos muy austera y por otros tremendamente recargada que genera ruido por una banda sonora tal vez con demasiados planos y mezclas de efectos. La cocina termina ensuciando tanto la mesada que por momentos no estamos seguros de lo que estamos viendo y esta pretensión es la que nos deja un sabor agridulce en la boca. Pudo haber sido espectacular, pero se quedó en simplemente “peculiar”.
Cuando me senté a ver esta peli fue por el imperativo de ver todo lo que haga Joaquín Phoenix. Me prometí hace años no dejar de ver lo que este hombre hace en pantalla y muy pocas veces me ha decepcionado. Con una carrera irregular por estar alrededor de los millones de problemas de inestabilidad que todos sabemos que tiene, Joaquín entrega uno de los mejores trabajos en esta maravillosa película. Con guión original de Spike Jonze (que le mereció un Óscar en esta categoría este año y quien también la dirige), la película cuenta la historia de Theodore quien tiene el particular trabajo de escribir cartas personales para parejas, seres queridos y demás de otras personas. Con esto sabemos que es un hombre que anhela el amor pero que carece de él. Un día compra un nuevo sistema operativo que es inteligente y aprende de sí mismo, con voz de mujer. La vida de Theodore se llena de “Ella”. A partir de allí, logra establecerse una relación en la que ambos aprenden a descubrirse y, juntos, un nuevo mundo. No es ilógico pensarlo como una relación idílica de la distancia al principio, pero concretar es más complicado y es un punto que no puede estar muy distante. Eligieron sets en Los Ángeles y en Tokio para recrear esta ciudad que no termina de ser ni actual ni futurista, con una paleta cargada de rosa y de tonos sepia, ambientando un cuento de lo más romántico, repito, sostenido por el guión y por la maravillosa actuación de Joaquín. Si bien por momento hay una tensión y una serie de elementos que esperan por aparecer que crean la sensación de faltar ritmo, todo confluye a un fin tierno, ideal para esta historia que no está plagado más que de almas que buscan encontrar esa maravilla de la conexión pero que no están conectados entre sí mismos. Y acá es donde un cuento de una ¿Pareja? Se vuelve algo mucho más complejo. Donde las cartas entre dos personas las escribe alguien más que no los conoce (pero siente conocerlos), donde la interacción está mediada por aparatos que terminan confundiendo quién es una persona real y quién no lo es, porque las nuevas comunicaciones acercan al que está lejos y alejan al que está cerca, promoviendo un tipo de relaciones hasta el momento, impensadas. Pero no son menos reales y esto queda bien claro. El dolor es real, que estén involucrados es real. Una maravillosa canción original termina de dejarnos en este contexto de absoluto romanticismo donde Theodore tendrá que encontrar la manera de volver a conectarse con su entorno de una manera que pueda terminar más completo. Imperdible.
Los films que están ambientados en un contexto bélico se prestan siempre para un despliegue enorme de patriotismo. Si encima está basado en una causa tan romántica como salvar el arte en medio de tanta muerte, hay más de uno que va a quejarse de la temática, de la exageración de la figura del héroe y hasta de que George Clooney siempre tenga onda, pero si hay algo que no hace esta película es venderte algo que no es. La historia empieza cuando un profesor de arte explica la importancia de éste en la vida del hombre y cómo Hitler pretendía apropiarse de él. Todos conocemos la anécdota de que en realidad Adolf era fanático del arte y quiso entrar en la universidad para estudiarlo. Al ser rechazado unas cuantas veces, no le quedó otra que resignarse pero era un bicho que le había picado. Hitler fundó museos bajo el slogan del “Arte Alemán”(más cerca del clásico) y el “Arte degenerado”, porque además de muchos otros trabajos en su CV, el hombre también juraba ser curador de arte. Mientras se nos van presentando estas obras y la necesidad de conservarlas, entre algunos galpones con cajas antiguas, a todos se nos hace un nudo en la garganta porque pensamos en Indiana Jones. Y es que toda la primera mitad del film con la simpatía de Clooney, de Goodman, de Dejardin tiene un tono liviano e irónico que a medida que nos encontramos cara a cara (y con esto ellos también) con lo que realmente significa la guerra. Con una radio como único lazo entre ellos, éstos hombres nos dirán que la verdadera razón para conservar todo esto es poder recordar, poder construir sobre un pasado en común, sobre una historia. Si esto desaparece, no tenemos nada. Con una estética cuidada y una ambientación correcta que termina de completarse con ese desfile emocionante de esculturas, trípticos, frescos, óleos, tapices y hasta marcos de cuadros con nombres como el de Picasso, George Clooney dirige a este gran elenco donde se destaca Bill Murray como hace mucho no lo veo y Cate Blanchett dando en la tecla, para crear esta historia entrañable que habla de que lo bello del arte son las raíces. Una película liviana que está entre MASH, Indiana Jones e intentar ser seria. Tal vez apela tanto a la nostalgia, a la música conmovedora y milimétrica para llenarte los ojos de lágrima, al gag medido y justo y al pie, que por momentos pierde alma. Si te vas buscando un poco de propaganda, del patriotismo exacerbado de los estadounidenses y a reírte un poco con una banda de actores que nos caen bien, esta peli es para vos. Si buscás una mirada fresca sobre la Segunda Guerra, no, a menos que seas un fan del arte.
Tuve la buena suerte de conocer Roma y la mala suerte de haber sido muy chica como para apreciarlo. La vida te da revancha cuando a determinada edad conocés a Fellini y, a partir de él, conocí otra Roma. Il maestro me enseñó la base para amar el cine italiano: conocer su nostalgia y conocer su irreverencia. Esta película es una maravillosa muestra de ambas. Gep es un hombre que se puede considerar afortunado. Tiene su reputación, sus amigos, su trabajo, sus risas y su Roma. Para sellar esto, hasta su terraza espectacular, tiene vista al Coliseo. Será en este caleldoscopio en donde veremos su búsqueda por empezar a escribir su segunda novela que jamás llegó, amén del éxito de la primera. Y es que Gep, entrado en años o no, está perdido y con esto, sin palabras. Bien al estilo del cine italiano que disfruto, va paseando por diferentes episodios e intentando hacer memoria, pero todo lo que ve le parece tener fecha de caducidad, y aquello que era dulce, ya hace tiempo tiene otro sabor. Preguntas que antes nunca se hizo, empiezan a aparecer y con esto nuestras imágenes pasan de lúdicas a absurdas. A medida que giramos el juguete óptico, conocemos desde los geniales rituales de baile, menciones hasta a Pirandello, el arte, la Ópera, los monumentos romanos que están cerrados al resto del universo, magos, bailarinas de streaptease, discusiones políticas y éticas, porque Roma contiene esa fauna y él, persiguiéndolas, se convirtió en lo que siempre quiso: el rey de los mundanos. El más ordinario de todos los hombres. Mientras logra lo que sólo este tipo de historias puede lograr, al espectador se le mezclan las lágrimas y las risas mientras pasan los minutos. Maravillosamente filmada, tenemos cámaras y planos aberrantes donde el eje deja de ser real. Es un viaje a lo más profundo del ser de Gep y, con esto, vienen techos de mar, vienen jirafas que desaparecen y hasta un delirio místico porque un italiano no es tal sin un poco de gusto católico. Y los rituales visten lo poco de vida que hay. Una fotografía acorde para mostrar ese mundo. En el papel principal está Toni Servillo, quien trabaja por tercera vez bajo las órdenes de Paolo Sorrentino. Y la química salta a la vista sin problemas. Toni habla a la cámara sin abrir la boca y su sonrisa cómplice nos invita a sonreír por más que haya preguntas sin respuestas. Pero todos los aplausos son para Sorrentino, quien nos lleva a este maravilloso viaje sin tapujos y el espectador se entrega a esta persecución por encontrarse que tiene algo de circular y críptico. La irreverencia prima cuando el drama es pesado y una mala leche importante para ponernos a jugar con la lógica. Porque si la memoria es subjetiva, no hay nada que la ate a la realidad. Llega un punto en el que si me preguntan de qué se trata, diría que “de todo y de nada”. Si Fellini inmortalizó Roma, Paolo quiere habitarla. Y yo, compro el pasaje.