El director alemán de origen turco Fatih Akin encuentra en la Alemania contemporánea un territorio fértil para abordar la xenofobia y la violencia que atraviesan a Europa desde una mirada no exenta de subrayados y maniqueísmo. La explosión de una bomba en un barrio de inmigrantes de Hamburgo no solo destruye la vida de Katja (Diane Kruger), tras la muerte brutal de su marido y su hijo, sino que la sumerge en una oscuridad emocional cuya puesta en escena tiene más de calculado efectismo que de rigor y sutileza. Akin divide su película en tres partes. En la primera conocemos a la familia de Katja antes y después de la tragedia: las raíces kurdas y el pasado carcelario de su marido, la felicidad perdida. La puesta en escena combina la tensión de la cámara en movimiento y la cercanía de los recuerdos familiares con la opresión de los espacios vacíos y la soledad de Katja en sus horas de mayor desolación. En la segunda y tercera, el juicio y sus consecuencias, esa inquietud originaria se extiende casi al límite de la explotación al exhibir el llanto y la sangre como golpes dirigidos al espectador antes que como instancias claves de la devastación existencial del personaje. Diane Kruger expresa los ecos de un interior fracturado en una historia que deriva hacia el cinismo de los villanos, el retrato pasivo de las comunidades afectadas e incurre en la irresponsable estética -eso sí, sin el disfrute culposo- del melodrama de venganza.
Cetáceos comienza con una mudanza. Clara y Alejandro se acomodan en el octavo piso de un edificio porteño, entre cajas, canastos y muebles recién comprados. Alejandro se despide con minuciosas recomendaciones y parte en un viaje académico hacia Bologna; Clara inicia un curioso itinerario de autoconocimiento marcado por el azar y una inconsciente voluntad de dejarse llevar por lo desconocido. Florencia Percia consigue en su primer largometraje un estilo de comedia muy difícil de lograr, capaz de resignar los gags y las risas en virtud de un estado suspendido entre la perplejidad y el absurdo. La notable interpretación de Elisa Carricajo y el contraste que establece con la verborrea e invasiva presencia virtual de Rafael Spregelburg (casi toda la película vía Skype) permiten seguir su extrañado presente a partir de su recién descubierta vocación de internarse en aventuras, que por cercanas y reconocibles no son menos misteriosas. Con algo del estilo del cine de Martín Rejtman y una admirable destreza en el equilibrio de los personajes secundarios (genial Susana Pampín a la cabeza del retiro espiritual), Percia propone una reflexión sobre la pareja y los deseos postergados con un humor ligero, concentrado en el uso de planos fijos y sonido fuera de campo (de las ballenas, del edificio nuevo) en los que la presión de un entorno cada vez más regulado se convierte en una divertida y angustiada presencia.
Con guiños a películas como Titanic, El mago de Oz o clásicos de la comedia seriada como El gordo y el flaco, las aventuras de un pequeño ratón en pleno océano se tornan demasiado previsibles en una animación sin inventiva y con una narrativa sin vuelo. Una de las pocas sorpresas terroríficas que logra esta producción japonesa son las comadrejas que acechan a Gamba y sus amigos en la lejana y fascinante Isla de los Sueños. Pero esas escalofriantes apariciones -sobre todo la de la Noroi, vampiro de aura blanca- se diluyen en sucesivas e impostadas amenazas que asfixian la potencial anarquía de la aventura visual en una mezcla calculada de la obediencia japonesa y la leyenda de David y Goliat.
Invisible, segunda película de Pablo Giorgelli, logra una mirada lúcida y desprovista de efectismo sobre temas que hoy se encuentran en el centro de la agenda pública como el embarazo adolescente y la despenalización del aborto. Como en su ópera prima Las acacias, Giorgelli define su puesta en escena a partir de una cámara que observa y acompaña a su personaje, trasciende los vicios de la identificación, y establece su creciente soledad con una honestidad desgarradora. Llegamos a la vida de Ely un día cualquiera. Sus horas se reparten entre las clases en el colegio secundario, el trabajo en una veterinaria y la desoladora vida familiar definida por la depresión de su madre. El embarazo no deseado no es un shock repentino sino un movimiento subterráneo que altera su vida, sumiéndola en el desconcierto y la muda desesperación. La notable interpretación de Mora Arenillas, el peso de su cuerpo y su mirada, define ese proceso que la hace parte del mundo y al mismo tiempo la desplaza. Ley y orden social confinan cada uno de sus movimientos en un encuadre que Giorgelli concibe siempre a la distancia justa. Invisible tiene el gran mérito de hacer presente lo no visto sin nombrarlo, de evitar discursos y certezas para instalar dudas e interrogantes. Es la conciencia cinematográfica del director la que elude la cornisa del heroísmo y la proclama, y convierte a la soledad de Ely en aquello que exige la solidaridad de nuestra mirada.
Los hermanos Spierig no se caracterizan por la sutileza. Su apropiación del terror, que incluye sagas ya agotadas como la últimaJigsaw: El juego continúa, o cruces originales entre el horror y la ciencia ficción como la extrañamente luminosa Vampiros de día, combina una cinefilia algo freak con un conocimiento adolescente de los códigos del género del que siempre hacen gala.La maldición de la casa Winchester no escapa a esas constantes pero se enriquece con un gesto: usar el espacio, elemento fundamental del gótico, en clave irónica. Toda la lectura de la leyenda sobre la viuda del inventor del famoso rifle Winchester y su mansión en permanente construcción, habitada por espíritus deudores de ese pasado pecaminoso, adquiere un tinte satírico que no elude el guiño hacia el presente de la era Trump. Cuando el dilema de las armas en manos de civiles resuena día a día, la mansión de principios del siglo XX, teñida de susto y sangre por los Spierig, se revela como una caja de resonancia de augurios y premoniciones. Más allá de lo previsible de algunos golpes de efecto y de cierta redundancia en algunas revelaciones, la idea de un mal que emerge de las consecuencias imprevisibles de los actos, de la dimensión oscura de la máquina y que habita en los recovecos del pensamiento resulta un logro interesante. Helen Mirren desfila con su atuendo mortuorio como una presencia más de aquel embrujo cuyo último refugio es la conciencia.
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Den of thieves, el robo perfecto: demasiados tiros y poca lógica Las historias de robos a bancos requieren dos virtudes: el ritmo en la ejecución, más atado a los engranajes de la acción que a la riqueza de los personajes, y alguna que otra sorpresa en la resolución. Den of thieves, debut del guionista Christian Gudegast, logra ambas a medias: tiene dos secuencias con violentos enfrentamientos y orgiásticos tiroteos, una al inicio y otra al final, que se diluyen en un mar de planes sobreexplicados y tontas escenas sobre la vida privada del tosco policía que interpreta Gerard Butler, mezcla de padre compungido y pésimo marido.
La bóveda: historia de un robo espectral El intento de revitalizar los géneros tradicionales a como dé lugar, mezclándolos entre sí o abordándolos desde un prisma paródico, ha llegado con La bóveda casi al paroxismo. Es cierto que es una película de austera producción y con una corta participación de James Franco como principal atracción, pero el intento de combinar el cine de asaltos con el terror fantasmal aquí es clave. El director Dan Bush y su guionista Conal Byrne trenzan elementos de ambos universos, construyendo secuencias logradas y otras menos interesantes. Cinco delincuentes asaltan un banco y la tensión de la toma de rehenes se combina con enfrentamientos internos y una historia familiar que atraviesa todo ese plan bastante improvisado. La aventura se pone espectral cuando los ladrones se internan en una bóveda subterránea del edificio. Lo que más afecta a la película son los inexplicables volantazos de guion que se suceden hacia el final, y el abuso de esas presencias terroríficas que mientras eran sugeridas permitían explotar una atmósfera de peligro que mucho tiene de pesadilla interior.
Cincuentas sombras liberadas: de la osadía erótica a un anillo de diamantes Sería fácil descartar una película con el nivel de ridículo general que exhibe Cincuenta sombras liberadas , pero resulta interesante pensar cuál es la satisfacción que encuentran tantas personas, en su mayoría mujeres, en la historia de amor de Anastasia Steele y Christian Grey. La promesa de escenas eróticas en una relación sadomasoquista en primer plano llamó la atención. El mensaje de que las mujeres también pueden disfrutar de ver en pantalla una relación sexual de estas características se utilizó como estrategia de marketing con éxito. Aunque, claro, ahora el relato se aleja de esa idea hacia terrenos más conservadores. El film empieza con el casamiento de Anastasia ( Dakota Johnson ) y Christian (Jamie Dornan ) y plantea los problemas que surgen de la necesidad de él de controlarlo todo. Se espera que el espectador acepte que ella es la única que sabe cómo tratarlo y que lo de él es amor. En el universo de Cincuenta sombras..., la fantasía femenina puede disfrazarse de osadía y sadomasoquismo, pero termina como cualquier otro cuento de hadas, con un enorme anillo de diamantes y una linda mansión.
La verdad a cualquier precio: retratos de Medio Oriente La investigación de la misteriosa muerte de un soldado inglés en Irak es el epicentro de La verdad a cualquier precio, thriller político de resonancias bélicas dirigido por Ken Loach, presentado en Cannes en 2010 y que llega a las salas argentinas ocho años después. Pese a ese tiempo transcurrido, no ha perdido actualidad y la mirada de Loach, que en otras de sus películas se ve condicionada por algunas gruesas pinceladas en el retrato de sus personajes o un exceso de descripción en la concepción de sus entramados narrativos, aquí adquiere concisión y firmeza gracias al amparo del género y el gran uso de los vacíos espacios interiores y los tensos exteriores documentales. Fergus y Frankie han sido amigos toda la vida. Comparten todo: vivencias adolescentes, formación militar, ambiciones personales, amores secretos. La muerte de Frankie durante un confuso ataque terrorista en una peligrosa ruta del desierto iraquí dispara una dolorosa búsqueda sobre las verdaderas causas de ese atentado, los oscuros motivos que persiguen las empresas que ofrecen mercenarios a los ejércitos de ocupación y la despiadada masacre de las poblaciones civiles en los países de Medio Oriente. Loach y su habitual guionista Paul Laverty recuperan eficazmente la tradición de Costa-Gavras o Gillo Pontecorvo, sin exacerbar heroísmos y trayendo la guerra a las costa de Liverpool con la misma dureza del campo de batalla.