La épica de la frontera y del western (la defensa del “hogar”, el honor que “no está en venta” y la buena puntería); el rescate de los valores tradicionales (lealtad, coraje, determinación); lo anterior matizado con un objeto de culto desde los 50 y orgullo por lo nacional: un Corvette que funciona casi como un personaje más; las ironías sobre el paso del tiempo y sus efectos; el líder experimentado y el novato distraído con buenas intenciones. Y un actor que a los 65 sabe que ya no está para un maratón, pero tiene un desempeño digno y eficaz en las escenas de acción, y que se toma con humor las bromas sobre el asunto. El director surcoreano Kim Jee-woon parece haberse divertido rodando “El último desafío” y lo transmite en cada minuto de película. Tuvo a su disposición la lista anterior de mitos del género y del imaginario estadounidense, además de un muy buen elenco. Todo para contar algo bastante simple: un peligroso narco interpretado por Eduardo Noriega que proyecta y concreta un ingenioso escape, con el FBI, dirigido por el personaje de Forest Whitaker, corriendo, volando y disparando detrás suyo con pocos resultados. Y un sheriff, un Schwarzenegger moderado, eficiente y siempre hablando con medio tono, a cargo de un pueblo casi fantasma que limita con México, y que, a su pesar, debe volver a la acción para poner un poco de orden.
Milagro en Tailandia Más de 200 mil personas murieron como consecuencia del tsunami que devastó el sureste de Asia. Pero lo que parecía un milagro o circunscripto al terreno de la ficción, ocurrió. Y es la historia que cuenta “Lo imposible”, basada en el relato de una sobreviviente, su marido y sus tres pequeños hijos. El director español Juan Antonio Bayona, el mismo de “El orfanato”, recortó aquella enorme tragedia a una playa de Tailandia y a los miembros de la familia interpretada con eficacia por Naomi Watts, Ewan McGregor y los pequeños Tom Holland, Samuel Joslin y Oaklee Pendergast. Con una producción que reproduce de forma realista el tsunami y sus efectos, y una dirección de actores impecable, Bayona decidió subrayar temas como la solidaridad y la determinación en medio de situaciones extremas, a través de una historia con niños perdidos y una familia destruida. El momento más sobrio en ese marco de dramatismo y catástrofe es el breve diálogo que entablan el personaje de Geraldine Chaplin y uno de los niños, mientras miran en silencio el cielo estrellado. En medio de la devastación y el silencio, ella lo consuela con la idea de que, aunque muchas de esas estrellas ya desaparecieron, su luz alguna vez fue tan intensa que aun sigue allí. Son los raros minutos de serenidad que el director regala al espectador en medio de su vertiginosa película.
El infierno grande Las fantasías en torno a los pueblos chicos y los paisajes desolados y su elección como escenario de dramas e intrigas es recurrente en el cine argentino. Ahora es el turno de “Uno”, con la presencia de Luciano Cáceres en el rol protagónico. El actor encara un personaje opuesto al que tuvo a su cargo en “Graduados” y le da vida a un arquitecto en crisis con su pareja. Para darle aire a la situación decide tomarse unos días, sólo para terminar con el azar poniendo a prueba su fortaleza. Todo comienza cuando en medio de la pausa en su viaje tiene un encuentro casual con una intrigante adolescente que da vuelta su vida que tiene una extraña convicción: ella cree que es una especie de enviado divino que llega para salvarla de los conflictos que amenazan su corta vida. Como resultado de ese encuentro el hombre pierde el colectivo y queda enredado en una maraña argumental con dos mujeres, un cura y una suerte de caudillo. En su opera prima, Dieguillo Fernández encara una ambiciosa propuesta que vira del clima de suspenso con pinceladas de policial, a un drama donde se ponen en juego las necesidades personales, las manipulaciones y las ambiciones con suerte diversa, pero que rescata el costado humano de algunos personajes.
La militancia al cine Paula de Luque filmó su documental sobre el ex presidente Néstor Kirchner desde la admiración y a partir de dos ejes: la defensa de los derechos humanos y la política económica del ex presidente. Utiliza en cada caso escenas icónicas como el acto del retiro de los retratos de ex presidentes militares o el discurso en el que anuncia la decisión de cancelar las relaciones con el FMI. A partir de esa decisión impulsa un relato que comienza con la asunción de Kirchner en 2003 a la que opone imágenes del caos institucional de los años anteriores y que atraviesa con imágenes de archivo de la militancia de las décadas del 60 y 70. De ese proceso dan testimonio ante la cámara o con su voz en off políticos y familiares, pero también personas a las que Kirchner ayudó de forma directa. Allí están las madres de Kirchner y de la presidenta Cristina Fernández; su hijo, Máximo, y las hermanas de Néstor. De Luque también apeló a imágenes poéticas que funcionan como alegorías o mini relatos en sí mismos, como las semillas que vuelan desde el sur a Buenos Aires y dedicó un delicado tratamiento al momento exacto de la muerte de Kirchner. Todo en un relato que recorre parte de la vida del político, desde sus inicios como intendente, luego gobernador y finalmente presidente.
Insoportable por naturaleza “Fuck yourself” le dice displicente Gus a su hija cuando ella se retira de la mesa y lo deja solo, harta por del malhumor y el destrato de su padre. Y el hombre sigue comiendo y mirando televisión, como si ella nunca hubiese estado ahí. Eso ocurre en los primeros minutos de “Curvas de la vida”, el filme con el que Clint Eastwood, a sus 82 años, vuelve a un tipo de personaje parco del estilo de “Gran Torino”. Ese es también el estilo de este filme, sazonado con réplicas mordaces que Gus se dedica a sí mismo y al que se interponga en su camino, a quien es capaz de decirle cosas como “Andate ya, antes que me dé un infarto mientras de estoy matando a golpes”. ???En este caso se trata de un cazatalentos del béisbol. Contra toda evidencia de lo que le ofrece la tecnología, Gus se empecina en seguir su método para descubrir futuros astros de ese deporte, lo que amenaza con adelantarse su jubilación. ???La efectividad de esta comedia dramática se basa en un guión con humor seco y plagado de ironías, que evita la autocompasión por los achaques de la edad y las ñoñerías del subgénero padre insoportable con pésima relación con su hija. Y también en las sobrias actuaciones del elenco encabezado por Eastwood, un duro que, con recursos mínimos, sabe cómo hacer una buena película a partir de una anécdota mínima.
La oscura esperanza Porfirio es pobre, paralítico y fue estafado dos veces. No le quedó más que el sexo. Y una idea. Disparatada, de esas que podría tener quien no tiene nada que perder. El director Alejandro Landes no le ahorra nada al espectador para mostrar la precariedad en la que vive el personaje. Y sin embargo, allí está buena parte del mérito de este filme basado en la realidad, la de un hombre humilde que quedó postrado luego de recibir un disparo en la espalda. Por esa razón entabló una demanda al Estado colombiano. Como el caso no avanzaba, consiguió dos granadas, subió a un avión y al llegar a Bogotá exigió hablar con el Presidente para reclamar su indemnización. Tras la negociación, le prometieron 100 millones de pesos. Nunca se los dieron, y lo condenaron a prisión domiciliaria por poner en riesgo la vida de los cien pasajeros del avión. Landes, radicado en Miami, se mete como un intruso en la casa de Porfirio y en su vida, y muestra desde cómo se resuelven problemas cotidianos como la higiene personal, el sexo (explícito) hasta los tiempos muertos de su vida, con lo cual, además, logra poner en primer plano la impotencia, y también la esperanza, ante la injusticia.
Terror invisible El primer referente de “Sinister” es “A sangre fría”. Lo es por varias razones: por el libro que escribió Truman Capote y por “Infame”, la película con Toby Jones que cuenta el proceso de escritura de aquel libro sobre el asesinato de una familia a mediados del siglo pasado. También por el título del best seller del protagonista de “Sinister”, “Kentucky Blood”, muy parecido a “In Cold Blood”, y hasta por la letra inicial del estado donde ocurren los hechos en ambas historias, la real y la ficción, Kansas y Kentucky. Y por la trama sobre un escritor que recrea crímenes violentos en el estilo del llamado nuevo periodismo. Otros guiños están dirigidos al tratamiento de lo sobrenatural en el cine de terror japonés, con películas que dejaron huella como “The Ring”, “Llamada perdida” o “Dark Water”. Y también “Cloverfield”, “El proyecto Blair Witch” o “Rec” en el uso del recurso de metraje encontrado. Nada que sorprenda demasiado. Sin embargo ahí acaban las referencias ya que la película cuenta a su favor con una dirección que supo aprovechar una historia compleja y difícil de narrar con una idea central espeluznante: la del crimen, subgénero “masacre familiar”, pero fundado en un ritual babilónico. En este caso el horror ronda a un escritor y su familia que se mudan a una hermosa casa de un pueblo tranquilo para empaparse de la atmósfera del lugar donde murieron asesinados un matrimonio con sus hijos, menos uno de ellos que desapareció. También tuvo a su favor un elenco que hizo su trabajo con sobriedad, desde el protagonista, Ethan Hawke, hasta el último secundario. Y un guión que hace que las dos horas que pasa el espectador en esa casa -no hay exteriores ni otras locaciones que los interiores y el patio- refuercen la idea de claustrofobia y horror.
El futuro fuera de control La única regla para un looper es: “Nunca dejes escapar a tu objetivo incluso si ese objetivo sos vos”. Un looper es quien en 2040 se encarga de matar y hacer desaparecer a las víctimas de las organizaciones criminales que operan en 2070, a las que mandan al pasado para que los criminales a sueldo hagan el trabajo sucio. “Looper”, la película, da una vuelta de tuerca a los lugares comunes de la ciencia ficción. El futuro y todas sus especulaciones habituales no tienen lugar en este filme protagonizado por Joseph Gordon-Levit y Bruce Willis. Ambos interpretan al mismo personaje, Joe. Otra regla es que un looper sabe que su vida tiene fecha de vencimiento. Cumplido su plazo laboral activo, es enviado desde el futuro a 2040 para ser eliminado. Y es en ese momento cuando el looper Gordon-Levit deberá matarse a sí mismo. Pero cuando la bala que debe dispararle a su versión madura, el looper-Willis, no impacta en su objetivo a pesar de su determinación a hacerlo es cuando el filme comienza su recorrido más intrincado en lo narrativo y original en su puesta en escena, lo que hace de “Looper” una película singular. Lo es por su concepción de un futuro desolador, pero reconocible en sus aspectos más domésticos: una modesta tecnología convive con un mundo rural intacto y antiguos restaurantes con drogas de diseño. Todos en una sociedad corrupta, con una mayoría sumergida, volenta y fuera de control.
Atrapando al ladrón De vez en cuando alguna película de las nuevas generaciones de directores nórdicos desembarca en las salas argentinas. Generalmente son obras compactas, sobrias y muy bien realizadas de Susanne Bier, Lars von Trier, Bent Hamer o Bille August. Ahora toca el turno de Noruega con “Cacería implacable”, un policial duro, con ironía y una trama sórdida bajo la superficie aterciopelada de casas y muebles de diseño, ropa cara y el mundo del arte. La generación de posguerra que tomó el relevo sintonizó con un mundo en el cual afloran algunos dramas truculentos como “Aguas turbulentas”, de Poppe, o hasta tanques como la trilogía “Millenium”, después de la cual el cine comercial de aquellos países también se hizo un lugar en las carteleras. “Cacería implacable” narra una historia de ambición, con persecuciones muy bien filmadas y bastante violencia. Con sólo tres filmes en su haber -ninguno de ellos estrenado comercialmente en Argentina- y sin premios fuera de un festival en su país, Morten Tyldum construye un relato ágil sobre un ejecutivo con doble vida. El protagonista es un cazatalentos que para sostener los lujos de su estilo de vida y el de su bella mujer, quizás su mejor adquisición, encuentra un nicho en el redituable negocio de robar obras de arte. El problema es cuando, por supuesto, las cosas no salen según los planes.
El corazón tierno de un héroe Jason Statham está asociado al cine de acción y en este caso reitera el género, pero con una vuelta de tuerca de tipo redentora. Aquí interpreta a Luke Wright, un ex policía devenido en paria del sistema, al punto de que ve en el suicidio la única salida. Y es justamente ese episodio desesperado el que paradójicamente lo salva cuando, a punto de tirarse bajo un tren, ve que una nena de doce años está en evidente peligro. El instinto hace que salga en su defensa y ambos terminan formando una pareja muy peculiar: un tipo que es pura fuerza y reacción y una chica cuyo más grande tesoro es la capacidad de su mente de memorizar largas y complicadas series de números. Perseguida por delincuentes de toda calaña y dispuestos a todo para recuperarla, no contaban con que la pequeña indefensa tendría tan aguerrido defensor. Lejos de las sutilezas narrativas que mostraron los trabajos de Statham junto al director inglés Guy Ritchie, en “El código del miedo” el actor de “El transportador” cumple con el objetivo de poner en pantalla a un héroe duro al mejor estilo de Hollywood, con elementos más que probados y un ojo en la taquilla.