Como en “Borat” y “Brüno”, Sacha Baron Cohen se especializó en mostrar lo peor de la sociedad. En “El dictador”, además, subraya lo político de su discurso. Puede agradar o se lo puede aborrecer, pero no se puede negar lo arriesgado de su apuesta. Aladeen es el dictador de un país ficticio llamado Wadiya que llega a Nueva York para dar explicaciones sobre su plan nuclear. Aladeen es racista, escatológico, pedófilo, antisemita y misógino, pero sobre todo es profundamente antidemocrático. Una verdadera obscenidad que no oculta su naturaleza y a través de la cual Baron Cohen, con saludable desparpajo y humor corrosivo, revela el otro lado del espejo, lo más impresentable de la humanidad. Sugerencia: esperar los créditos finales. Esos minutos son una dosis concentrada de todo lo anterior.
Pixar sorprendió desde su primera película “Toy Story”. Y con cada una de las siguientes debía superar sus propios parámetros. Todas lo lograron: “Monsters Inc.”, “Toy Story”, “Wall E”. “Cars”. Esas marcas requerían que el ingenio de la compañía se enfocara en una historia distinta, es decir (casi) realista. Se trata de un cuento de hadas que transcurre en el medioevo, en Escocia. La protagonista es una princesa adolescente con una relación tensa con su madre. La reina la quiere instruir en declamación, modales y laúd, además de buscarle marido. Pero ella va en el sentido opuesto de los deseos maternos. Y ese conflicto se agrava cuando interviene un hechizo que será el conflicto que guíe a la acción hasta el final. Siempre con humor, ironía, guiños a la actualidad y la idoneidad de Pixar.
Con una puesta en escena que evoca el gusto por el horror y el suspenso de las viejas producciones de Hammer, compañía inglesa relanzada el año pasado con “La dama de negro”, “El cuervo” honra una tradición de cine de suspenso, con algunos toques de sangre y crímenes que parecen imposibles de resolver. En este caso se trata de un recorrido por algunas de las obras de Edgar Allan Poe. La trama comienza en Baltimore en el siglo XIX, con un Poe fracasado, desesperado por dinero y alcohol, y enamorado de una mujer cuyo padre lo desprecia. Pero su vida desquiciada se transforma cuando un asesino serial comienza a llevar a la realidad los crímenes que se describen en algunas de sus obras, mientras deja pistas relacionadas con “El tonel de amontillado”, “El extraño caso del señor Valdemar” o “La máscara de la muerte roja”. El autor de “El cuervo” resulta el primer sospechoso, pero pronto se transforma en el único capaz de predecir cómo el próximo crimen, una de cuyas víctimas podría ser su novia. Con ingenio, el director despliega una suerte de ilustración ágil sobre aquellos relatos. “El cuervo” es, también, un recorrido por la vida agitada de este creador, una complejidad que el inexpresivo John Cusack (podría disputarle el podio a Bill Murray) intenta mostrar sin mucha suerte, y que los esfuerzos del director logran disimular.
Es un cuento de hadas. Y no lo es. Es un cuento de hadas porque allí están el bosque encantado, con su princesa cautiva en una torre del castillo, el bosque encantado, el caballero que la rescata de su destino, la bruja malvada. Y no lo es porque el caballero no es lo que debería, la bruja no solamente es malvada, sino además vengativa y muy cruel. Y está Blancanieves, pero, bueno, ya se verá qué pasa después de que muerda la manzana envenenada. Y también está el cazador que tendrá un rol central en esta adaptación del cuento de los hermanos Grimm que como otros personajes no aparece en el original. Varios de estos elementos suman interés y amplian al perfil de la platea. El director Rupert Sanders parece decir que la inocencia en estado puro ya no es parte de este mundo, el de los espectadores que dos siglos después de su versión original podrán disfrutar de “Blancanieves y el cazador”. Con excepción de un uso excesivo de los efectos especiales y de escenas digitales, así como de un enfoque algo arquetípico de los héroes, el acierto del filme es que doscientos años después, aquella niña hoy tiene algunas cosas más que decir y hacer además de esperar que la rescaten mientras canta con los pajaritos en el bosque.
Un full de corazones Daniel Burman sabe crear personajes verosímiles. Así ocurrió sobre todo en "Esperando al Mesías", "El abrazo partido" o "Derecho de familia". En su último filme decidió acentuar con gracia y sutileza el perfil pintoresco para contar el reencuentro de un fanático del poker con fobia a las responsabilidades y una mujer que huyó de él hace años (Jorge Drexler y Valeria Bertucelli). Así aparecen una madre dominante (Norma Aleandro), un rabino rockero o un médico que es también sicólogo involuntario (Luis Brandoni). Lo mismo ocurre con la trama, en la cual participan los miembros de la Trova rosarina. Burman parece divertirse haciendo zozobrar el eje narrativo, incorporando giros inesperados, espacio a los personajes secundarios y sorprendiendo con destalles que pivotean entre el disparate, la ternura y el ingenio.
En la línea de algunos clásicos del cine, “Los juegos del hambre” propone una mirada al futuro de la sociedad, reorganizada de forma autoritaria después de una guerra civil. Basada en la primera de tres novelas editadas en 2008, la película recuerda la atmósfera de íconos como “Brazil”, “1984”, “Blade Runner”, “Metrópoli” y “Truman Show”. El país está dividido en distritos, algunos pobres y otros riquísimos. Cada año el gobierno organiza unos juegos en los que dos adolescentes de cada zona deben competir hasta que sólo uno sobreviva. Mientras, todo el proceso es televisado como un reality muy popular. Metáfora social, política y mediática, el filme hace hincapié en la morbosidad y la inequidad, además de la naturalización de la violencia promovida desde el mismo poder.
Nicolas Cage volvió a ponerse en llamas en “Ghost Rider 2. Espíritu de venganza”. Con una actitud fiel al cómic, el director no esquiva el costado medio bizarro de Johnny Blaze, un personaje condenado a perseguir a los villanos a partir de un pacto diabólico. En este caso la historia lo encuentra intentando tomar distancia de su maldición en Europa del Este hasta que es contactado por un monje para ayudar a una madre y su hijo, un chico con un pasado singular que podría ser el que cambie definitivamente la historia del mundo y de Blaze. El dúo de directores formado por Mark Neveldine y Brian Taylor no tuvo reparos en poner a Johnny en situaciones que bordean el absurdo y complementaron este buen y entretenido producto con recursos técnicos eficaces.
Una historia de amor interplanetaria es la base del conflicto de “John Carter: entre dos mundos”. Basada en la novela “Una princesa de Marte”, de Edgar Rice Burroughs, el autor de “Tarzán”, la película apela a una historia en la que se mezcla el arrojo de un soldado desertor del ejército de los primeros años de la independencia de Estados Unidos devenido buscador de oro. Carter no había tenido suerte hasta ese momento. Y tampoco la tendrá cuando entre en una cueva donde encontrará el metal, pero también un curioso objeto que lo transportará a otro planeta. Allí cae prisionero de unos extraños seres y conoce a una princesa empeñada en salvar a su mundo en ruinas de la mezquindad de un gobernante rival. La aventura sin límites y la intención de entretener impulsan el relato, además del inevitable y eficaz apoyo de la tecnología utilizada para generar los miles de seres fabulosos que acompañan a los actores. La historia está impregnada del clima inquieto de su época, lanzada en 1912, con una estética que es tanto una evocación de las maravillas de la Revolución Industrial como un tributo al ingenio de Da Vinci, y también de la Roma antigua, con sus costumbres brutales y su coliseo, todo en una aventura épica y desbordante que, en el cine, no termina de aprovechar su potencia.
Una aventura animada “Viaje 2. La isla misteriosa” es la celebración de una aventura inverosímil, pero realizada con eficacia. Y lo logra por varias razones. Sobre todo por el punto de partida que significó la inspiración libre en un relato de Julio Verne, pero además, por un equipo de actores que hacen rendir la historia. El filme, que rescata el personaje protagónico de otro producto similar como fue “Viaje al centro de la Tierra”, relata cómo un hijo y su padrastro se embarcan en el rescate del abuelo del muchacho, extraviado hace años en un lugar fuera de todo registro. No habrá nada más que un viaje fantástico, con abejas y mariposas gigantes y elefantes en miniatura, y animales monstruosos en medio de un mundo exuberante y a punto de explotar del cual tendrán que escapar. Nada más, pero tampoco nada menos, como corresponde al género.
Esquirlas de la historia “La dama de hierro” resume en casi tres horas la vida privada y la intensa vida pública de una mujer polémica como la ex primera ministra británica Margaret Thatcher. La directora Phyllida Lloyd encontró el pilar sobre el cual construir un relato que abarca 40 años de su historia, incluídos los once de gobierno. La dificultad radica en el recorte de esa vorágine que incluye además el desempeño de Thatcher en la Guerra de Malvinas. Exceptuando ese aspecto biográfico, la película y el personaje ofrecen otras lecturas como las consecuencias de la influencia de una moral austera y de la guerra, pero sobre todo de la fragilidad del poder ante todo aquello que escapa al control de la voluntad o la obstinación, en este caso, de “la hija del almacenero” que, para bien o para mal, se transformó en una de las personas más influyentes del mundo.