Lecciones para romper el corazón más resistente En una de las escenas más lindas y tristes de “Blue Valentine”, Dean (Ryan Gosling) canta y toca con un banjo un clásico de Mills Brothers, “You Always Hurt the One you Love” (siempre lastimas a la persona que amas). Mientras, Cindy (Michelle Williams) sonríe y baila la música al ritmo del tap. La escena transcurre delante de la vidriera de un negocio que vende ropa para casamientos. Sin demasiados misterios, el plano secuencia, como buena parte de este filme rodado con ese recurso, funciona como un resumen de lo que será la vida de la pareja. Con el fondo de la desazón que produce toda relación que no funciona como se esperaba, “Blue Valentine”, (triste San Valentín) cuestiona aquello que Hollywood casi siempre intenta demostrar: que son posibles los finales felices. Y lo hace sin golpes bajos. La atmósfera del guión evoca el trabajo de algunos de los más singulares narradores estadounidenses que retrataron ese segmento de la sociedad blanca que está más cerca del fracaso que de cumplir el sueño americano, como Carson McCullers en “El corazón es un cazador solitario”, y Annie Proulx con sus criaturas grises del Medio Oeste. O la atmósfera un poco decadente que mostraba sobre ese mismo sector social “Lazos de sangre” (“Winter’s Bone”). El director Derek Cianfrance construye su segundo largometraje como un rompecabezas de brillante factura y final impecable. Aunque, como dicen los Mills Brothers, haya cosas que pueden romper el corazón más amable. Y resistente.
Una situación inverosímil es el punto de partida para "Rompecorazones". Y es el oficio del protagonista, Alex, un destructor de parejas que a cambio de 50 mil euros asegura a quien lo contrate que la mujer que seduzca romperá para siempre la relación con una pareja indeseable. Eso sí: no se involucra sentimental ni sexualmente con las hijas de sus clientes. El caso central de "Rompecorazones" se complica porque la chica está por casarse con el hombre ideal y además están enamorados. Sólo que al padre de ella el tipo le parece una mala elección. Y es en ese momento cuando Alex tiene su trabajo más difícil. En un cruce de la intriga de "Las relaciones peligrosas", pero sin su malicia, con las comedias románticas de Frank Capra y la acción y la elegancia de James Bond, el director Pascal Chaumeil construye una comedia que se va ajustando a las reglas del género en el impecable desarrollo de sus casi dos horas. Lo hace en base a un muy buen guión, una impresionante puesta en escena en hoteles de lujo y escenarios deslumbrantes de Marruecos y Mónaco, buenas actuaciones, desde los protagónicos de Vanessa Paradis y Romain Duris hasta el último secundario, y una fotografía atenta a los detalles, como la hora ideal para rodar un paseo al atardecer por la costa del Mediterráneo, y ver si así la presa, muerde el anzuelo.
Cuento de pueblo chico “El dedo” transcurre en un clima de humor entre absurdo e inocente, complementario de las ideas que su director tiene de un pueblo chico y sus habitantes. Entre los protagonistas están Florencio, a cargo de Fabián Vena, el dueño de un almacén de ramos generales; Don Hidalgo, un juez de paz con aspiraciones de ser el primer presidente comunal del pueblo, interpretado por Gabriel Goyti, y Baldomero, un trabajo de Martín Seefeld. Baldomero es quien pierde el dedo cuando su hermano Florencio promete hacer justicia después de su asesinato. Pero la falange amputada conservada en un frasco con alcohol comienza a manifestarse y los pobladores llegan al extremo de proponerlo como candidato. Vena se destaca en su muy buena composición de un personaje bastante hosco en una película que entretiene en base al disparate y la cálida aunque por momentos esquemática mirada que el director, Sergio Teubal, dirige a ese microcosmos en el que conviven varios arquetipos de un pueblito cordobés. Sin embargo el filme sale a flote gracias a buenos actores y a una historia que también cuenta con gracia las miserias de quien aspira al poder.
Una aventura para no olvidarse de Sparrow La cuarta parte de la saga protagonizada por el personaje del capitán Jack Sparrow, "Piratas del Caribe: navegando aguas misteriosas", retoma esa alocada creación con la cual quedó asociado su intérprete, Johnny Depp. El actor se muestra cómodo en un rol del cual disfruta y que además conoce a la perfección. Su serie de tics y la gracia con la que encarna nuevamente a Sparrow, ahora en busca de la Fuente de la Juventud, son en buena medida uno de los pilares sobre los que se construye la película. La impecable puesta en escena es también un soporte de lujo para el lucimiento de Depp que en este caso llega acompañado por Penélope Cruz como una antigua relación. En esta demasiado larga aventura, se destacan como una saludable sorpresa la aparición de unas criaturas mitológicas que suman intriga a esta aventura que seguramente tendrá más entregas.
Suspenso en la Corte “Culpable o inocente” tiene una fórmula conocida como es la del relato de suspenso con un abogado poco transparente y un incriminado acusado de golpear a una prostituta. El personaje protagónico, a cargo de Matthew McConaughey, a pesar de su falta de principios cumple con su deber: dejar en libertad a clientes aunque su honorabilidad resulte bastante dudosa. Hasta que ocurre un milagro y es convocado para defender a un sinuoso personaje con los millones suficientes para cambiar su destino. Si bien el filme no se aleja demasiado de los clichés sobre el subgénero jurídico policial, “Culpable o inocente” contó con un sólido elenco de actores y actrices y una dirección capaz de mantener el suspenso hasta el final y darle interés a la trama.
Una ensoñación oriental “El hombre que podía recordar sus vidas pasadas” es como un provocador responso de casi dos horas de Boonmee, un granjero de Tailandia con una enfermedad que sabe que lo va a matar. El director Apichatpong Weerasethakul usa la agonía sólo como el punto de partida para hablar de un aspecto de la espiritualidad oriental. El año pasado el festival de Cannes otorgó a “El hombre...” la Palma de Oro, su máxima distinción. Es improbable que este filme hubiese llegado al circuito comercial sin la bendición del máximo festival francés, a pesar de lo cual lo hizo en un número restringido de salas. Con climas bien logrados, buenas actuaciones y mejores intenciones que resultados, la película tiene el aspecto de una ensoñación que evita deliberadamente, a veces de forma grotesca y otras genial, el contacto con la racionalidad.
El gato no es el asesino "El gato desaparece" es un producto atípico del cine argentino, en principio porque el suspenso no es un género frecuente. También porque no cae en el manierismo de un sector de la industria local: no hay artificiosidad en el guión, se trata de un thriller psicológico pero no hay psicologismo, las actuaciones son brillantes sin tratarse de estrellas consagradas, hay un director con mano firme que usa los recursos clásicos sin ponerse solemne y atiende con esmero los rubros técnicos. Carlos Sorín encontró en Luis Luque y Beatriz Spelzini dos extraordinarios intérpretes para los personajes de un hombre que intenta recuperarse de un brote psicótico y su sufrida mujer que, quizás, esté más desquiciada que su marido, y que encuentra siniestras cosas tan comunes como la desaparición de un gato.
"Fase 7" se ubica entre el humor monstruoso de "La comunidad" y el tono apocalíptico de "Soy leyenda" o "La carretera". El director consigue transmitir el clima ominoso de un grupo de personas obligadas a convivir en un edificio en cuarentena luego de la declaración de una pandemia. Juguetea con los extremos, pero si cruza el umbral de lo inverosímil lo hace sin hundirse en el ridículo. Ese detalle hace de "Fase 7" un filme que incomoda por la referencia a la realidad, a la vulnerabilidad de las personas y a la irracionalidad que pueden desatar las situaciones extremas (hambre, violencia), pero también divierte con las ironías sobre algunos rasgos de los personajes (arbitrarios, caprichosos, indolentes, paranoicos), todo lo cual hace del conjunto algo inquietante por lo cercano y posible.
La saga “Crepúsculo” abrió el nicho en apariencia inagotable de la ficción fantástica. Para satisfacer ese mercado y diversificar la oferta entre tantos licántropos y hemotófagos, llegó “Soy el número cuatro”. La apuesta, no demasiado arriesgada, apela a la fórmula de extraterrestres camuflados, perseguidos en la Tierra por sus enemigos galácticos que los asesinan en un orden determinado. El héroe está obligado a huir, hasta que el amor se interpone en su vida. Sin embargo, la producción tomó seriamente el objetivo y dio forma a una muy bien resuelta primera parte. Detrás del proyecto hay tres tanques de la industria: Spielberg con Dreamworks, Disney y Michael Bay, productor y director “Transformers”, “Pesadilla” y “Armageddon”. Y un director que supo darle a un relato bastante convencional el tono de una aventura épica.
Una luz sobre los feos, sucios y malos, y al borde del sistema. La Norteamérica profunda, esa definición que se usa para hablar de la opuesta a la sofisticada del noreste o la liberal de la costa oeste, es el espacio donde transcurre "Lazos de sangre", la adaptación de la novela "Winter's Bone" y que corre con cuatro candidaturas al Oscar. Aunque la expresión es amplia, en este caso se trata de seres que habitan una parte del país donde supuestamente se puede ver el revés de la trama. Allí están los "feos, sucios y malos" de los que hablaba Ettore Scola. Son los que no estarían en la superficie, esa que tiene casas impecables, con jardín y cercos blancos. Viven en cabañas medio en ruinas, perdidas en medio del bosque de Ozark, en el sureste de Estados Unidos. La directora Debra Granik tensa la cuerda del drama y el perfil brutal de los personajes hasta el límite de lo verosímil sin traspasarlo. También coquetea con el thriller y no le teme a un tipo de incorrección, con la que tal vez espante un poco al jurado de los Oscar, para representar la pobreza y la marginalidad de aquellos a los que despectivamente se llama white trash. En medio de ese ambiente hostil hay una joya. Es Ree Dolly, a cargo de Jennifer Lawrence, una adolescente de 17 años con un padre narcotraficante de poca monta, una madre depresiva y dos hermanitos menores. Ella tiene que hacerse cargo de todos cuando el padre es dejado en libertad tras poner la casa familiar como garantía. Pero el hombre desaparece y ella sale a buscarlo. No le resultará fácil. Todos, aunque no son mejores, se avergüenzan de él, ocultan lo que saben o le temen.