La química del corazón Un tipo pragmático y seductor, visitador médico, se encuentra un día con una cuenta que revoluciona una época: el Viagra. El hombre, Jamie, interpretado por Jake Gyllenhaal, tiene al fin todo lo que desea, un trabajo redituable y éxito con las mujeres. Pero se cruza con con una mujer que también sabe qué quiere. Ella es Maggie, a cargo de Anne Hathaway. La chica interpreta el corazón un poco frívolo de ese chico que tiene el mundo a sus pies. Y claro, se enamoran. Pero, otra vez, el problema es la enfermedad progresiva de la mujer. En ese giro, la película se aparta un poco la autopista de la comedia ligera para internarse en el terreno más accidentado del amor. Y gracias a los actores y un humor por momentos bien logrado, el filme obtiene un resultado digno.
El suspenso con glamour El director Florian Henckel von Donnersmarck, el mismo que sorprendió con “La vida de los otros”, volvió al ruedo con un filme que prometía más de lo que ofrece en pantalla. El proyecto era ambicioso: reuniría a dos de las estrellas más caras de Hollywood, una producción millonaria y eficaz, una trama de suspenso atravesada por la comedia y el romance, sobre el tapiz de dos escenarios de lujo como París y Venecia. Y una historia sobre un estafador seguido de cerca por su amante, el mafioso al que traicionó y Scotland Yard. Fuera de esos atractivos puntos de partida, el director no le impone el ritmo que requiere una película con eje en la acción y la intriga. El resultado luce como una versión pulcrísima de un cruce entre “Rock’nRolla” de Guy Ritchie y “Arsénico y encaje antiguo” de Capra.
La vieja y repetida historia de buscarle un sentido a la vida En cientos de ocasiones el cine abordó el tema central de “Noches de encanto”. Esto significa: la chica pobre y con ambiciones que parte de un pueblo miserable solamente con sus sueños a cuestas. Y muchas, pero muchísimas ganas de tener un futuro mejor haciendo lo que le gusta. En este caso se trata de bailar y cantar. Ese es el deseo de Ali, el personaje protagónico a cargo de Christina Aguilera en su debut cinematográfico. Ali llega a Los Angeles y consigue un empleo como moza en Burlesque Lounge, un lugar que la deslumbra nada más ver la marquesina, como si su destino estuviese escrito en ese cartel con letras de neón. Por pura perseverancia se las arregla para que Tess, la dueña del sitio interpretada por Cher, le de la oportunidad de subirse al escenario y mostrar finalmente qué es lo que sabe hacer además de servir las mesas. También conoce a un músico y barman que la hospeda por un tiempo y a un grupo de bailarinas con quienes compartirá los buenos y malos momentos. ???A partir de allí, el filme corre por los carriles más o menos conocidos del romance y el drama en clave musical. Podría pensarse que el primer filme del director Steve Antin, con tres nominacines a los Globos de Oro, no tiene mucho más para ofrecer y no es así. ???Aguilera, con su voz potente (“¿desde cuándo una blanca canta así?”, se pregunta una compañera suya) se luce sobre todo en las escenas musicales, pero también pone empeño en hacer lo más creíble posible la fragilidad de su personaje. ???Si bien los conflictos pronto quedan al descubierto tanto como el desenlace, las coreografías eficaces y la impecable puesta en escena compensan cierto desencanto que produce la película desde el punto de vista argumental. ???Es en el aspecto visual y técnico donde Antin muestra la mayor tenacidad al poner en primer plano lo que mejor saben hacer las protagonistas y en el espacio de un pequeño cabaret. ???De hecho, hasta la mitad del filme las coreografías incluyen sólo cinco bailarinas sobre un pequeño escenario, y aun así la puesta de cámaras es brillante tanto como el desempeño del cuerpo de baile, el montaje, la iluminación y la mayoría de los rubros técnicos. ???En última instancia “Noches de encanto” es la vieja historia que vuelve a repetirse, en la vida como en la ficción. Más allá del embalaje más o menos elaborado en el que se lo presente, en el fondo se trata de personas tratando de sobrevivir y encontrarle sentido a sus vidas.
Un Harry Potter más adulto hace frente a una etapa de definiciones. Harry ya no es un niño. Y queda claro en “Las reliquias de la muerte”, primera parte de la última entrega de la saga. La Escuela de Magia Hogwarts cayó en las garras de Lord Voldemort, el Ministerio de la Magia es una cueva de maldad y hostigamiento, corre la sangre de los justos mientras los malvados salen victoriosos. La corrupción y la delación imperan ahí donde los “buenos” enseñaban los secretos de la magia y hoy son alimento de las víboras. Buena parte de las más de dos horas de la película transcurren en la penumbra o con cielos nublados, desde el principio hasta la inquietante escena final, en una obvia referencia al matiz que tiñe el tramo final de este éxito que no dejó de facturar desde su primera entrega, “Harry Potter y la piedra filosofal”, que inauguró el fenómeno en 2001. Aquel pequeño Daniel Radcliffe conserva sus ojos de asombro, aunque no su inocencia. El personaje protagónico creado por Joanne K. Rowling vio demasiado a lo largo de su corta vida. Hoy, además de darse unos besos furtivos con su novia, a sus 17 años está definido el sentido de su existencia. Y el incremento de su edad fue proporcional al del peligro real de muerte que lo rodea a él y a todos sus amigos, con Voldemort enviándole sus sicarios incondicionales, los mortífagos. En esta entrega la trama de define en torno a las reliquias de la muerte que indica el título. Quién posea el más preciado de esos objetos mitológicos será el dueño del poder absoluto. La carrera es contrarreloj porque Voldemort está detrás de la reliquia, mientras Harry se reparte entre huir de sus perseguidores y llegar a tiempo para impedir que triunfe su gran adversario. Técnicamente el tramo en el que se revela el relato que da nombre al filme está ilustrado por una breve e impecable animación, con una estética que evoca las figuras estilizadas de “The Wall”. A pesar de algunos momentos de morosidad, el director David Yates, también autor de las últimas tres partes, impone un ritmo casi frenético que contrarresta con el agobio de la oscuridad. Pero no todo es vértigo y puro gusto por la acción. El guión, en el que se imponen los momentos dramáticos, también se hace un lugar para la reflexión y el humor, que aparece sobre todo en los roces que se dan en el trío protagónico formado por Harry, Hermione y Ron, en una relación cuyo desenlace los fans podrán conocer recién el año que viene cuando se conozca la segunda y última parte de esta taquillera historia.
La familia es lo primero. Las películas sobre relaciones familiares suelen ser dramones o comedias en las cuales la verosimilitud de los conflictos y los personajes quedan supeditados a la idealización. No es el caso de “Amor de familia”. El filme de Remy Bezançon indaga en las relaciones parentales y filiales en varios episodios claves de la vida de los integrantes de una familia. Así, aparecen los problemas y las desavenencias clásicas que genera algo tan clave como el tránsito a la madurez de los adolescentes. También la inexorable reflexión de los adultos, con sus problemas propios de la edad o los proyectos incumplidos, y unos hijos que no quieren que les digan qué hacer. El director no se permite facilismos y deja sobrevolar el humor sobre la acción como una consecuencia lógica de un buen guión.
Los vínculos entre padres e hijos son casi un tópico. “Lengua materna” indaga en la relación entre una mujer mayor y su hija adulta que un día le confiesa que es lesbiana. Sin embargo la directora Liliana Paolinelli evita los lugares comunes. Reviste de ironía a ese breve diálogo del principio del filme y lo deja en segundo plano para concentrarse en la forma en que esas dos personas, a pesar del amor, de pronto se convierten en una incógnita la una para la otra. Y también se dedica a mostrar, siempre con sobrias pinceladas de humor, la manera en que la hija, después de una crisis de pareja, debe enfrentarse al hecho de que ya no es una niña, que ya no hay espacio para los reclamos ni dependencias y que debe hacerse cargo de su propia vida.
La condena del pasado. La trama de “El ocaso de un asesino” es atractiva aunque no original. Un sicario de alto rango se harta de su trabajo. Pero era previsible que a alguien con tantos secretos no le dejaran tanta libertad de acción. El asesino, interpretado por George Clooney, que hasta la mitad del filme ni siquiera tiene nombre, es enviado por su jefe a un pequeño pueblo de los Abruzzos con la orden de no llamar la atención. Imposible. En poco tiempo todos saben que es “l’americano”, además comienza una relación con una prostituta y con un sacerdote que también guarda sus secretos. El eje del filme pasa por el intento de redención del asesino, su culpa y su sensibilidad (se interesa en la vida de las mariposas). La película tenía todo para profundizar en esas aristas, pero pierde fuerza al darle prioridad al drama y al romance sobre el costado sicológico.
Una jugada peligrosa Desde que Orson Welles dramatizó “La guerra de los mundos” en la radio de la década del 30, aquella broma pesada a la opinión pública marcó la dimensión de cómo se pueden tergiversar algunos hechos. Algo así pasó en 2000 con el apócrifo Comando Sabino Navarro, en Entre Ríos, cuando un grupo de militantes de agrupaciones sociales cambiaron los piquetes por una supuesta “lucha armada” al grito de “vuelven los 70”, y en el momento en que sus reclamos perdían fuerza en la pantalla chica. El episodio incluyó a supuestos guerrilleros que acordaron con algunos medios de prensa una cobertura que le diera alcance nacional a su rebelión, con cámaras siguiendo el desarrollo de los hechos con falsos reportajes en vivo. El director Nicolás Herzog muestra que aquel fue un acuerdo en el cual perdieron todos.
Sobresaltos de amor. Holly y Eric, interpretados por Katherine Heigl y Josh Duhamel, no podían ser más opuestos. El, descortés; ella, una chica que espera que su caballero no la haga sentir una cita, al menos no la primera vez que se encuentran. Pero ambos, contra todas las previsiones, terminarán conviviendo bajo el mismo techo. Y además tienen que hacerse cargo de un bebé, hijo de unos amigos que fallecen. A medida que avanza, el filme se va encauzando en los caminos conocidos, con diálogos precisos, un humor no siempre correcto y apelaciones a los incidentes, alegrías y sorpresas que podría reconocer cualquier padre o madre primeriza. Aunque “Bajo el mismo techo” es un filme correcto, el resultado es por momentos previsible, con dos personas que, pese a todo, descubren que la atracción puede esconderse en las diferencias.
Solo contra el mundo “Enterrado” es un excelente ejercicio narrativo. Es que la hora y media que dura el filme es como un largo plano secuencia en el que sólo se ve la cara del actor Ryan Reynolds peleando por salir del ataúd en el cual fue enterrado vivo. Cortés se las ingenia para construir un relato agobiante y extender el suspenso hasta el final. Y lo logra a pesar de algunas excepciones a la verosimilitud. Pero cuenta a favor con el trabajo de Ryan Reynolds y un guión con una única y buena idea que gira en torno a la metáfora de un hombre arrasado por razones burocráticas y estratégicas, tan consistentes como los cientos de kilos que cubren su cajón. Y abrumado por situaciones extraordinarias desde lo cinematográfico como ocurre en “La soga”, de Hitchcok, o argumentales, como en “El proceso”, de Orson Wells.