Los casamientos, como los funerales, suelen ser propicios para la comedia. Allí están “Novia fugitiva”, “La boda de mi mejor amigo”, “Cuatro bodas y un funeral”, entre otras. Esas circunstancias, ya sea para respetar el recogimiento y el dolor o para celebrar la solemnidad de la ceremonia, pueden inspirar a quienes se inclinan por el humor para aligerar la carga. Así lo hizo Ariel Winograd en “Mi primera boda”, en la cual se casan una mujer detallista y obsesiva y un novio medio despistado que pierde los anillos minutos antes de la ceremonia. En este segundo filme del realizador de “Cara de queso”, con Natalia Oreiro y Daniel Hendler, un ritmo aletargado”y algunas subtramas irresueltas no son causa suficiente para no disfrutar de una producción impecable en otros rubros.
Algunas películas tienen el problema de que quieren ser políticamente incorrectas y al mismo tiempo temen ofender. En “Quiero matar a mi jefe” todo apuntaba desde el principio, y sin mucha originalidad, a “Extraños en un tren”, la novela sobre crímenes cruzados de Patricia Highsmith, también creadora de la saga "Ripley". Pero el perfil de los intérpretes (Spacey, Sutherland, Farrell, Foxx) hacía pensar que ese “tributo” sería superado con una vuelta de tuerca a aquel clásico que ya tuvo dos versiones en cine, una de Hitchcock y otra de Danny de Vito. Con todo, la película pierde impulso a los pocos minutos y después de media hora se diluye en ironías fallidas sobre los negros, el sexo, las buenas costumbres, salpicado de forma constante con una palabra que en inglés empieza con f.
El honor vulnerado del Oeste En una época en la que los rescates de héroes de historieta están en auge, Hollywood volvió a hurgar en los archivos del cómic y llevó a la pantalla grande una historieta de hace una década que tenía el germen de una idea original. Se trataba de aggiornar un clásico como el western, un desafío que no deja mucho margen de maniobra. La apuesta era interesante desde el momento que debían convivir mundos tan opuestos como el de una civilización avanzada, agresiva e invasora que generaría un conflicto inaudito en un mundo precario poblado por hombres con pólvora, arcos y flechas como único arma defensiva. Obviamente ese mundo a tracción a sangre debería ganar a puro coraje, determinación y camaradería la inevitable batalla que sobrevendría. Pero aunque el filme funciona sobre todo gracias a las actuaciones de Daniel Craig y Harrison Ford, la idea no termina de concretarse. El ex Indiana Jones es en este caso un desagradable ganadero y rígido ex oficial de la Independencia, más preocupado por la suerte de sus vacas que por los escándalos que protagoniza su hijo en el pueblo. Hasta ese desolado lugar que prometía riqueza a quienes se animaran a buscar oro llega un jinete luego de despertarse en el medio del desierto sin recordar nada de su pasado. El hombre termina preso pero se convierte en el único con el poder para combatir a los alliens. Y a partir de allí gana la pulseada la experiencia digital y un relato que merecía mejor destino.
Comedia familiar y romántica. Pese a reunir esas cualidades, la facilidad de encuadrar no funciona en “Loco y estúpido amor”. Este relato sobre relaciones parentales y de pareja, cuenta con un elenco eficiente y una trama con varias aristas, apela a sentimientos que van desde el amor devoto, hasta la traición y el despecho, con seres falibles y cercanos. Si el sufrido personaje de Steve Carell, la culposa esposa de Julianne Moore o el conquistador de Ryan Gosling hubiesen salido de la imaginación de Woody Allen sería fácil entender algunas concesiones. Pero estos hombres y mujeres en crisis, si bien son personas torturadas, sensibles y con tendencia al humor, son más pragmáticos y sobrellevan de forma adulta la parte que les toca. Todo sin tomar Prozac.
Ferzan Ospetek es conocido en Argentina por “El baño turco” y sobre todo por “El hada ignorante”. En ambos casos, como en “Tengo algo que decirles”, la homosexualidad atraviesa el conflicto central. En este último caso se trata del hijo y heredero de una familia de ricos empresarios que decide contarles a sus padres que nunca estudió economía en Roma, que quiere ser escritor y que además es gay. Pero otra revelación inesperada echa a perder todos sus planes. Ospetek, que a juzgar por la dedicatoria final parece contar un episodio autobiográfico, oculta bajo una pátina de comedia el drama del personaje protagónico. La trama está sólidamente desarrollada pero el cineasta se concede algunos clichés que a pesar de todo no empañan la historia ni le restan atractivo a pesar de ser un tema bastante transitado.
Un cowboy con acento británico "Las palabras son el mejor recurso que tenemos para hacer magia", dice el profesor Dumbledore en la única escena visualmente austera de "Harry Potter y las reliquias de la muerte (parte 2)" con la cual concluye la saga que comenzó en 2001. Las palabras, pero también las imágenes fueron parte del hechizo que hizo posible darle forma verosímil al universo literario de Joanne K. Rowling comandado por un pequeño mago que al fin se despide del cine con esta segunda y última parte. Después de una década de literatura y su correlato en sus correspondientes películas, con excepción del último libro cuya versión fue dividida en dos partes, es posible afirmar que Rowling efectivamente hizo magia. Lo consiguió primero a través de los libros, con la ya legendaria anécdota sobre esta inglesa desocupada que decidió hacer lo que mejor sabía para ganarse la vida: escribir. De su imaginación surgió un mundo al que se llegaba atravesando una pared de la estación King's Cross de Londres. A tal punto se fundió su creación con la realidad que un carrito de equipaje fue incrustado en los venerables ladrillos del siglo XIX para rendir tributo a la ficción en el andén 9 y 3/4. Es el mismo lugar donde en esta despedida, Dumbledore le indica el camino a Harry para la batalla final con Voldemort, esa guerra que marca la conclusión de este éxito fabuloso que obtuvo casi 900 millones de dólares por entrega. La saga contó desde siempre con el apoyo de una generación que creció con el actor Daniel Radcliffe. Como los pequeños fans, el personaje ya no es un niño sino un joven que tiene que enfrentarse a riesgos cada vez mayores y en consonancia con el incremento de responsabilidades, también hay progresos en la maduración de sus afectos, donde claramente se manifiesta el primer amor y los esperados primeros besos entre los protagonistas. Referencias. Lo acompañan como siempre Hermione, a cargo de Emma Watson, y Ron, interpretado por Rupert Grint, los tres mosqueteros de este final de fiesta para el cual Rowling reunió con caótica gracia referencias a la tradición cristiana, a fabulosas criaturas medievales y a la literatura inglesa de suspenso. Un equipo de talentosos creativos hizo posible una vez más su representación, con un diseño de arte con obsesión por los detalles, pero también gracias a la inspiración del director David Yates que vuelve a estar en forma después de que la anterior entrega, sin decepcionar, dejase medio perplejos a los fans por cierta morosidad en el relato. En este caso Yates retoma vuelo y el combo vuelve a funcionar como en sus mejores momentos también gracias a la tecnología que hace posible la magia de hacer creíble ese mundo que ahora llega en 3D. Los chicos crecen y todo termina, como anuncia el afiche. Ya no solamente hay trucos deslumbrantes. Ahora se trata de matar o morir. Tan sólo eso, como en las clásicas películas de cowboys. Básicamente ese es el planteo y la misión de Harry: deshacerse del Mal encarnado por Voldemort. En consecuencia, la película también es una batalla en la que abunda la violencia y hasta la sangre. Y hacia el final, el héroe demuestra con un último gesto porqué merecería formar parte del panteón de las fantasías más nobles y perdurables.
Una rubia e incorrecta debilidad Cómo hace una maestra de testable para ser tan atractiva. Buena parte de la respuesta a ese interrogante y de la credibilidad de esas características del personaje protagónico de "Malas enseñanzas" es de Cameron Díaz. La actriz tiene un perfil perfecto para esa clase de criaturas y genera el toque justo de seducción, simpatía, desagrado e ironía para representar a alguien que hace de la incorrección política su forma de conducirse en la vida. En este caso lo hace en un colegio secundario donde ella debe ponerse al frente de la clase después que su novio la abandona. Díaz consigue hacer creíble su necesidad de conseguir dinero de cualquier manera para agrandarse el busto y no decaer en el competitivo mundo de las chicas más jóvenes. Y de paso conquistar a un maestro ABC1 que podría darle la vida de holgazana que tanto adora. "Malas enseñanzas" sigue la línea de las películas que suelen protagonizar un grupo de actores varones, con chistes sin filtro, un argumento sin muchas sorpresas y una galería de personajes bastante reconocibles. Sin embargo esta comedia se impone por la pericia de Díaz y un elenco que la acompaña correctamente, pero sobre todo por el encanto que suponen ese tipo de seres que saben subrayar su encanto por sobre sus costados más impresentables.
Woody Allen habla en esta película de un pasado mítico que se construyó durante todo el siglo pasado con la capital francesa como referencia y epicentro del arte y la vanguardia. Allen revive en su película los personajes canónicos de la literatura, la pintura, la fotografía y el cine del siglo XX, en una París de entreguerras donde los estadounidenses fueron legión. Así aparecen Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, Man Ray, Cole Porter, T.S.Elliot, Josephine Baker, Djuna Barnes y Gertrude Stein. Allen construye en este caso la búsqueda de la felicidad en estado puro para luego deconstruirla. A mitad de camino, el director comienza a dudar del camino que hace emprender a su alter ego, Gil, a cargo de Owen Wilson. El intérprete sobresale con un personaje con destellos de tristeza de su propia inspiración, con lo cual afortunadamente consigue desbordar la matriz alleniana de su personaje. El director se deleita fotografiando los paisajes mas sugestivos de París con un guión que se concentra en lo esencial de su personaje. Y hace viajar en el tiempo a ese hombre, un exitoso guionista de Hollywood que sueña con ser un gran escritor. Gil en apariencia lo tiene todo, pero intuye que no tiene nada. Y decide comprobarlo cuando se le da la posibilidad de viajar en el tiempo y sumarse a esa fiesta continua que Hemingway supo describir durante los años 20 en París.
Una tragedia universal, en Noruega “Todas las acciones de Dios tienen sentido”, afirma uno de los personajes de “Aguas turbulentas”. Y el protagonista le replica con una pregunta: “¿También el mal?”. El “mal” es el que encarna ese hombre que cumplió una condena acusado de haber matado a un niño aunque él sostenga que se trató de un accidente. El interrogante parece retórico, pero el director noruego Erik Poppe intenta guiar al espectador para que encuentre su propia respuesta cuando la pena pagada con la cárcel no dejó en paz ni al criminal ni a la madre de la víctima. La película está narradada en dos partes, desde el punto de vista de uno y otro. A partir del segundo tramo Poppe hace coincidir las piezas de un rompecabezas en el cual se impone el abordaje de la trama como una tragedia shakespereana. La muerte, la culpa, el perdón y la venganza atraviesan un filme, que además de sus extraordinarias actuaciones, no da respiro y deja bien claro hasta el final que no pretende tranquilizar conciencias. Por necesidades del guión se impone una cierta perspectiva religiosa de la culpa. Este hecho, lejos de distanciar apunta a darle al conflicto un abordaje más amplio en un filme que intenta sin golpes bajo, con ritmo constante y elegancia visual la demolición de todas las certezas.
La inocencia perdida en el país de las peores pesadillas El director Joe Wright volvió a dar muestras de su intrincada imaginación en “Hanna”, y lo mejor es que lo hizo con una película en el extremo opuesto de sus trabajos anteriores. El cineasta inglés, que sorprendió desde su opera prima, “Orgullo y prejuicio”, y confirmó las muestras de talento en “Expiación, deseo y pecado”, lo hace ahora con una película que no tiene nada que ver con novelas adaptadas. En el caso de “Hanna” se metió con ímpetu por la puerta trasera de las buenas maneras y los corsés de época en los que parecía sentirse cómodo. La protagonista vuelve a ser la enorme actriz adolescente Saoirse Ronan que encarnó a la nena que arruina la historia de los enamorados en la adaptación de la novela de Ian McEwan. “Hanna” está muy cerca de un arriesgado cruce entre la acción, el suspenso, las películas de espías, la ciencia ficción y sobre todo una relectura arriesgada de los cuentos de hadas de Lewis Carrol y los hermanos Grimm. Tanta fusión por momentos abruma, pero a pesar de todo Wright sale indemne. El mérito es de Saoirse Ronan. Si en “Expiación...” tenía el tono de una nena arrogante y en “Desde mi cielo” fue la imagen de la inocencia y la vulnerabilidad, en este caso da un salto al vacío y compone a una adolescente educada para ser una máquina de matar, tarea que estuvo a cargo de su padre Erik, interpretado por Eric Bana. Cómo hace una adolescente, de cara lánguida y con pocas pero contundentes líneas de guión para casi eclipsar a una magnífica Cate Blanchett y pasar por encima al experimentado Eric Bana, es otro de las sorpresas que depara el filme. Hanna sale del bosque donde creció para cumplir su destino. Cuando se siente lista va al encuentro de Marissa, el personaje de Blanchett, una agente secreta y ex compañera de Erik, quien después de una operación fallida está viviendo con su hija en un bosque cercano al Polo, el lugar más solitario del planeta. “Hanna” recrea los climas ominosos de los cuentos de hadas y tiene su bruja malvada, su casita de los horrores, un túnel por donde caer a un mundo desconocido y cruel. Que el director haya puesto a una adolescente en ese lugar tiene coherencia con sus películas anteriores. Como en este caso, eas películas cuentan un relato de iniciación, pero también hablan de la inocencia, aunque Hanna desconozca qué significa esa palabra.