El director iraní Jafar Panahi volvió a rodar a pesar de las prohibiciones de hacerlo. El realizador de “El círculo”, ya lo había conseguido con “Taxi Teherán”, que ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín en 2015. En esta ocasión vuelve a subir a un coche pero, en lugar de viajar en un taxi por la capital iraní, se dirige en su auto hacia una zona poco habitada del norte del país. Lo hace en compañía de una famosa actriz a quien le llegó un video en el que le pide ayuda para un drama que parece irresoluble: la negativa de su familia a que estudie actuación porque será una deshonra para todos. El video termina con la chica en lo que parece un suicidio. Ante la duda y la culpa, la actriz sale en su búsqueda. En el camino Panahi, desarrolla un panorama de la actualidad y la realidad de su país sin nombrar nada explícitamente, e inclusive con humor, desde carencias básicas en esa región como servicios y salud, hasta la política, el estado de las rutas, la idiosincrasia y los deseos en oposición a la tradición, entre otros temas. Panahi lo hace todo en un tono que fusiona el drama, el suspenso y la comedia en un relato que transforma la austeridad del rodaje en un valor.
Desmesurado, incorrecto, con un humor negrísimo. Así era el trabajo de John Callahan, el artista al cual el director Gus Van Sant dedicó su último filme. El realizador de “Todo por un sueño”, “Mi mundo privado” y “En busca del destino” vuelve a concentrarse en una historia con perfiles ásperos, pero atravesada por la singular vulnerabilidad de quienes no tienen nada que perder. En este caso se trata de Callahan, el dibujante que a los 21 años ya era alcohólico y que tras sufrir un accidente que lo dejó cuadripléjico dio un vuelco a su vida y se transformó en uno de los humoristas gráficos más polémicos de su época. Aún hoy las viñetas de Callahan desafían la corrección política. El dibujante, que quedó confinado a una silla de ruedas después de su accidente, no buscó la compasión. En sus trabajos se reía de casi todos los tipos de discapacidades, conflictos y temas -ciegos, mutilados, suicidas, el feminismo- y sobre todo de él mismo y de su situación. De hecho, el título de la película fue tomado de una caricatura suya en la que se ve una silla de ruedas vacía y tres policías que dicen “No se preocupen, no irá lejos a pie”. Van Sant, en sintonía con el carácter del personaje que retrata, apuesta a apelar a la ironía y mostrar a un hombre que a pesar de todo decide cambiar su vida.
Según declaró varias veces Alfonso Cuarón, y así lo confirma en el final de “Roma”, dedicó su última película a Libo, una empleada doméstica que trabajó en su casa desde que él era un bebé. El filme se transforma así en un homenaje a personas que dedican su vida o parte de ella a cuidar de la casa y de la familia que los emplea. Ese es uno de los aspectos más destacados de “Roma” y Cuarón lo narra con delicadeza en un nostálgico blanco y negro que remite a los años 70, la época en la que transcurre el filme, y que Cuarón recreó obsesivamente. Inclusive lo hace al abordar de manera indirecta el contexto político a través de un violento episodio que se conoció como La masacre de Corpus Christi. La protagonista es Cleo, una de las dos chicas de origen mixteco que trabajan y viven con una familia del barrio Roma, uno de los distritos de clase media de la capital mexicana. Su vida transcurre en silencio y de manera rutinaria, e incluso en los momentos más dramáticos que le tocan vivir, su sufrimiento es discreto. Con excepción de algunas escenas en las que Cuarón subraya lo que ya está claro, como cuando muestra a prácticamente a todas las empleadas domésticas lavando a mano la ropa al mismo tiempo en las terrazas de las casas del barrio, “Roma” es un relato conmovedor de una realidad que no es patrimonio de México. Una historia similar narró Sebastián Silva en “La nana” (2010), premiada en Sundance, Biarritz y La Habana, y aspirante a un Globo de Oro.
El primer primer minuto de "Eso que nos enamora" es una muestra del estilo de humor que explora el director Federico Mordkowicz en su ópera prima. El filme es una comedia romántica que cumple lo que promete: un acercamiento desde el humor a las consecuencias de los vínculos rotos y las posibilidades de otros recién establecidos con un humor que nunca resulta obvio sino producto del guión y el trabajo del elenco. Benjamín Rojas interpreta a Ariel, un arquitecto del cual en la escena inicial ya se ve lo que le espera. Adiós a la vida en pareja y convivencia con un primo en una habitación de adolescente. Con un diseño de producción que busca el detalle sin subrayarlo, Ariel pasa de un departamento con muebles de diseño a una habitación caótica en la que la cama de una plaza tiene un estampado infantil. En ese estado de vulnerabilidad empieza la nueva incursión de Ariel en el mundo de los solteros. Mordkowicz le impone ritmo a la sucesión de intentos de Ariel por superar su estado, con una edición dinámica de escenas con pantalla dividida, diálogos y situaciones con algunos personajes extremos. Así es hasta que conoce a la única chica que no tiene ninguna chance. Una fotógrafa que lo aborda borracha en medio de una fiesta. Pero la vida da sorpresas y más vale estar atentos porque donde menos se piensa salta la liebre.
El director polaco Piotr Domalewski cuenta un drama familiar para su ópera prima que fue elegida mejor película el año pasado en su país. La trama gira en torno a Adam, un joven que viaja a la casa de sus padres en el campo para pasar la Navidad y con otro motivo que revelará a lo largo de las 24 horas que permanecerá allí. El cineasta suma capas de conflictos en la relación entre casi todos los miembros de la familia: el hermano, la madre, el padre y una mujer con la cual espera un hijo. La época del año, con lluvias y nieve, agregan densidad a un relato en el que sin embargo Domalewski consigue filtrar algunos segundos de humor absurdo surgido de las pequeñas desventuras cotidianas. La elección del director es mostrar con crudeza todo la incomodiad que producen las situaciones forzadas, empezando por el viaje agotador de Adam. El director sigue al personaje con la cámara al hombro, mientras Adam deja registro del viaje con una videocámara como un legado para su hijo en camino. Narrada como una historia circular, el agobio de los conflictos superpuestos y las subtramas también conflictivas reflejan con eficacia la asfixia del protagonista al que espera un final impiadoso.
La historia de la prostitución en Argentina a principios de siglo, y en Rosario con Pichincha a la cabeza, vuelve a estar en el centro de un relato con "Impuros". La estructura, el guión y la diversidad de testimonios contribuyen a que el drama que está en el centro de la película adquiera una sorprendente actualidad. Filmada entre Jerusalem, Buenos Aires y Rosario, el trabajo incluye los testimonios de los nietos de Raquel Liberman, militantes, investigadores y escritores, entre los cuales figuran los rosarinos Rafael Ielpi y Guillermo Zinni, hijo de Héctor Zinni, coautor junto a Ielpi de "Prostitución y rufianismo". El título del filme es el nombre que la comunidad judía argentina le daba a judíos de origen polaco que en ese momento se dedicaban al tráfico de mujeres y al proxenetismo y que llegaron al país procedentes de Polonia. Las cifras dan la dimensión del enorme negocio de la explotación sexual, algo constituido con los recaudos de cualquier actividad comercial. Entre 1900 y 1936 ingresaron al país 6 mil mujeres judías, y en ese mismo período, según los registros de prostitutas, figuraban tres mil que probablemente fueron traídas a Argentina por la asociación Zwi Migdal, además de las 6 mil cartas con pedidos de ayuda conservadas en Tel Aviv y que llegaban a Argentina con promesas de matrimonio o trabajo. El documental recuerda el drama de las víctimas y cómo la presión de la propia comunidad judía para expulsar a los "impuros" generó una sucesión de hechos -la intervención de una asociación judía de ayuda a mujeres con sede en Londres, la ley impulsada por Alfredo Palacios, la denuncia de Raquel Liberman y la intervención del comisario Julio Alsogaray y del juez Rodríguez Ocampo- provocaron el colapso de la asociación.
“El el libro de imagen”, la última película de Jean Luc-Godad, se presenta con la apariencia de un rompecabezas que cada espectador podrá disfrutar, detestar o sentir perplejidad, pero nunca lo dejará indiferente. El maestro de la Nouvelle Vague opina con tono bastante sombrío sobre la compulsión por la guerra y el poder, la distribución de la riqueza y la deriva autodestructiva de la humanidad con una cantidad impresionante de imágenes de archivo y sobre todo referencias cinematográficas desde películas de los hermanos Lumiere hasta otras de Fritz Lang, Carl Dreyer, Tod Browning, Ernst Lubitsch, Orson Welles, Hitchcock y Pasolini, entre muchas otras. Pero también literarias y filosóficas que incluyen a Montesquieu hasta Flaubert, Victor Hugo, Van Vogt y cierra con un extenso tramo de “Una ambición en el desierto”, de Albert Cossery ambientada en el Golfo Pérsico. Como si se tratase de un gran lienzo, Godard deconstruye esta especie de pentimento en el que van apareciendo las distintas capas de la historia y de las ideas, dividido a grandes rasgos en cinco capítulos que el director equipara a una mano, una mano capaz de crear, pero también de matar. Fascinado con las posibilidades infinitas de la tecnología aplicada a la imagen, Godard edita con un nivel de detalle fascinante y satura hasta el límite los colores y los monocromos en una operación poética que representa la profundidad de sus reflexiones, con fundidos a negro y su propia voz en off distorsionada, admonitoria o en un susurro. Además de su crítica a la violencia, el realizador rinde un homenaje a Cataluña y al mundo árabe como paraísos perdidos en este ensayo personal y visualmente radical.
El director platense Martín Deus eligió hacer foco en la adolescencia para su premiada ópera prima. El filme ganó el Gran Premio Ecran Junior en el festival de Cannes, una sección en la que se exhiben películas para jóvenes de hasta 15 años. La ganadora es elegida por adolescentes y "Mi mejor amigo" se impuso entre nueve filmes. Deus aborda diversos temas en este filme como la sexualidad, las relaciones con los padres, los mandatos sociales, el rol de los docentes, la amistad y el primer amor, entre otros. Siempre lo hace sin subrayar nada, tanto en el aspecto visual como en el guión. La película, protagonizada por Angelo Mutti Spinetta, Lautaro Rodríguez, Moro Anghileri y Guillermo Pfening, narra la transformación que produce en una familia que vive en el sur, y sobre todo en su hijo adolescente, la llegada desde Buenos Aires de otro chico, hijo de una pareja amiga de sus padres. Deus cede en muy pocas ocasiones a mostrar escenas demasiado estilizadas en los momentos en los que se impone la ambigüedad de las relaciones y elige los contraluces y los picados para construir fragmentos de los recuerdos o la confusión del personaje de Mutti Spinetta, un chico estructurado y obediente que empieza a recorrer el difícil camino de salir al mundo.
La impronta de Disney inunda "El cascanueces y los cuatro reinos", una ambiciosa apuesta que cuenta con todos los elementos visuales tradicionales del estudio. En esta ocasión se trata de una adaptación del clásico de E.T.A. Hoffman y el ballet de Petipa. Sin embargo la magia habitual aparece actualizada con una heroína a la que no le atraen especialmente los bailes, ni los vestidos de alta costura ni las fiestas de gala, y prefiere descubrir los secretos de los mecanismos antes que pensar en la apariencia. La aventura comienza una noche de Navidad, cuando Clara, la protagonista, recibe un singular regalo la lleva a descubrir un universo paralelo desconocido. Se trata de los cuatro reinos con sus cuatro referentes. Juntos deben enfrentar la amenaza inminente de la destrucción de una obra que Clara descubre que es gran legado de su madre, considerada la reina de ese mundo secreto. Con un enorme e impecable despliegue técnico y una imaginación desbordante, "El cascanueces y los cuatro reinos" cumple no sólo con los preceptos estéticos de una trama de cuento de hadas, sino que también reúne en un mismo proyecto la posibilidad de redescubrir un clásico a un segmento tradicional de espectadores que además pueden disfrutar los adultos.
Laurie Strude y Michael Myers vuelven a verse las caras 40 años después en “Halloween”, la secuela de la película original de 1978. El reencuentro ya es el más taquillero de la saga sobre uno de los psicópatas más famosos que dio la imaginación del director y guionista John Carpenter. Carpenter se asoció como productor con Jamie Lee Curtis, la protagonista y también productora del filme -y al frente del elenco desde el debut de la franquicia en los 70- para revivir esta historia que deja una puerta abierta a una segunda parte. Una no tan breve introducción explica quién es Myers a los recién llegados a la saga. Es 2018 y Myers pasó los últimos 40 años en un manicomio de alta seguridad. Hasta allí llegan dos periodistas que investigan la vida y los crímenes de alguien a quien no terminan de ponerse de acuerdo en llamar “ese monstruo” o “esa cosa”. Pero no se sabe bien por qué, la noche de Halloween deciden trasladar a un grupo de internados a otro establecimiento. La película rápidamente deja atrás el estilo inicial de thriller psicológico para pasar al gore. A partir de ese momento no hay muchas novedades para quienes conozcan la historia. Sin embargo, “Halloween” tiene la magia intacta, en parte por la fidelidad del director a un clásico del terror que marcó a una generación.