El peso de la nostalgia Vivimos en una etapa generacional que extraña los éxitos de los 80 y principios de los 90. El éxito de la saga de Los Indestructibles, el humor y gags de Guardianes de la Galaxia, la eterna espera por las secuelas de Jurassic Park y Star Wars, no hacen más que confirmar que los treintañeros quieren imponerse hoy más que nunca. Imponer sus modas, imponer sus gustos de hace tres décadas atrás. Y Hollywood está escuchando. Si bien todavía no se animan a lanzar al cine las adaptaciones de los Thundercats, He-Man o El Coche Fantástico, otros héroes vuelven a dar vuelta sus caparazones y salir de las alcantarillas para luchar contra el crimen. No debe sorprender, por lo tanto, que detrás de esta nueva versión de las Tortugas Ninjas, esté Michael Bay, aquel que le gusta destrozar sus muñecos de Transformers frente a cámaras y que las chispas salten de la pantalla a los ojos del espectador. Aquel que ha revivido al “loco de la motosierra”, a Jason y Freddy con paupérrimas remakes de films de culto (por suerte de Michael Myers se dedicó Rob Zombie). Y ahora le llegó el turno de las Tortugas Ninjas, y a diferencia de las anteriores franquicias, Bay optó por dedicársela específicamente al público infantil. Claro, el director de Armaggedon no puede con su genio y contrató a Megan Fox para “deleitar” a un público adolescente, y aportar un innecesaria carga sensual al producto. En primera instancia vale decir, que aquel que vaya buscando un sólido entretenimiento lo va a encontrar a medias. El director seleccionado, Jonathan Liebesman – que viene de haber realizado la subvalorada Batalla: Los Angeles y la pobre secuela de Furia de Titanes – aporta ritmo, humor y dinamismo a un guión demasiado básico desde lo estructural. Es decir, por una lado la narración fluye, hay mucha acción, y – a diferencia de las interminables Transformers – la duración del film es breve, por lo que se hace bastante entretenido para un público menor. Pero Josh Appelbau, André Nemec y Evan Daugherty, guionistas de Misión Imposible 4, podrían haberse esforzado un poco más, no solo a la hora de escribir un argumento un poco más sorpresivo e ingenioso, sino a la hora de darle mayor cuerpo a los personajes, tanto de April O’Neill, la reportera – que tiene un pasado vinculado a las tortugas – como con el villano, El Destructor, famoso archienemigo, que acá se convierte en una máquina metálica similar a un Decepticon – gracias que vemos una sola vez su rostro entre sombras para confirmar que no es un robot – que ataca sin piedad ni descanso a las tortugas, al servicio de un empresario mediático llamado Eric Sacks – siempre maravilloso William Fichtner – creador de las tortugas, junto con el padre de April. Ninguno de los personajes humanos tiene un arco evolutivo, matices, o algo sorprendente de su carácter. Sumado a la inexpresividad de la ex actriz de Transformers, se podría decir, que si no fuera por el carisma de las Tortugas, poco hay para resaltar del film. Básicamente el argumento muestra a Nueva York asediada por una banda de ninjas ladrones, que pretende robar el gen mutante para matar a la población mundial, y el millonario Eric Sacks, que financia los planes de la banda, a la vez pueda salir como héroe vendiendo el antídoto a las grandes capitales mundiales. Un argumento que podría haber salido de una película clase B de héroes de los 90 y cuya ejecución remite al film original de las Tortugas de 1990. teenage-mutant-ninja-turtles-april-oneil1-teenage-mutant-ninja-turtles-2014-movie-review La clave de esta remake está en el carácter de las tortugas y la fidelidad con la que captaron detalles sobre la personalidad de cada una que provienen de los cómics y la serie animada original. Tanto Miguel Ángel como Rafael acaso son las que tienen mayor personalidad – Miguel Ángel siempre enamorado de April, ahora canta hipo hop en vez de rap; Rafael es el adolescente rebelde que desea apartarse del grupo – mientras que Donatello y Leonardo están un poco marginados – se resalta el carácter inventivo del primero y el liderazgo del segundo. Por suerte, la película tiene suficientes guiños para que los seguidores queden conformes con esta adaptación. Conformidad, porque lejos, uno puede llegar a estar realmente satisfecho o fascinado. Los guionistas también se han tomado ciertas libertados con respecto a los orígenes de las tortugas – explicado brevemente en dos buenas secuencias de animación al inicio y mitad del film – y le han dado poco espacio para aquellos momentos de cotidianeidad con Splinter, que aparece brevemente, o para ver a las protagonistas comer pizza. Momentos hilarantes, donde realmente se apreciaba la “humanidad” de estos mutantes. Pero la película tiene suficiente humor y adrenalina para pasar una hora y media agradable junto a los chicos. Ninguno de los intérpretes serán recordados por esta película – Megan Fox está demasiado vestida, Will Arnett mal aprovechado y Whoopi Goldberg, por suerte está menos de un minuto en pantalla – por lo que la única excusa para ver Tortugas Ninjas es por mera nostalgia o simpatía noñera. Las tortugas volvieron a salir de sus caparazones, interactúan en una ciudad de carne y hueso, vuelven a luchar contra el mal. Kowabunga.
El Salario del Miedo En los últimos años el cine latinoamericano logró trascender más fácilmente las barreras continentales, que las del propio territorio. Lamentablemente se aprecia muy poco – aprecio que deriva de una actitud y falta de confianza de los distribuidores internacionales y locales – que una película que no fuese proveniente de Hollywood o, en menor medida, de Europa, llegue a estrenarse comercialmente. Resulta una paradoja el caso de 7 Cajas. La segunda película de Tana Schembori y Juan Carlos Maneglia fue un suceso en Paraguay y ha atravesado diversos festivales alrededor del mundo entero con excelente repercusión. Sin embargo, hay que esperar dos años para que se estrene, y meramente en una sola sala de circuito artístico. Acaso, lo que más cuesta comprender es la poca visión de los distribuidores para darle publicidad. No solamente porque se trata de un film que fue exitoso en un país limítrofe, sino porque está bastante distanciado de las convencionales clasificaciones del “cine-arte”. La acción sucede en apenas 24 hs de un caluroso día de Abril del 2005, dentro del Mercado 4. Este microuniverso está compuesto por diversos puestos que venden desde frutas, carnes y comida al paso hasta electrodomésticos o celulares. Casi como si fuera una ciudad, con su propio hospital y comisaría incluida. El protagonista es Victor, un joven carrillero de 18 años cuya ambición en la vida es poder verse en un pantalla. Para eso, desea obtener un celular que su hermana – que trabaja en un restaurante de comida china dentro del mismo mercado – está vendiendo para ayudar a una amiga embarazada. Este simple hecho provoca que Victor agarre un cargamiento de 7 cajas, que únicamente debe llevar alrededor del mercado hasta que la policía se aleje de la carnicería de Don Darío. Diversas circunstancias llevan al protagonista a huir por el mercado, ayudado por un amiga, y perseguidos por otros carrilleros, la policía y mafiosos personajes. Se podría catalogar a 7 Cajas como una comedia de enredos, sino fuera que sus directores toman con bastante seriedad el argumento y el drama de cada personaje. Las ambiciones no están aisladas, y los realizadores cuidan que cada personaje tenga su motivación y meta claras en el relato. No hay cabos sueltos. Aunque está claro que Victor – Celso Franco – es el centro de atención, prácticamente podemos hablar de un relato coral. Ya sea, por la forma en que se va desarrollado el accionar de cada arista o por el dinámico uso de cámaras, lentes y montaje paralelo, no son pocas las reminiscencias que hay entre 7 cajas o Juegos, Trampas y Dos Armas Humeantes, o Snatch, Cerdos y Diamantes, primeras y mejores películas de Guy Ritchie. Lejos de dar una moraleja social a lo Ciudad de Dios, pero sin perder de lado la construcción de un micromundo humilde, donde cada peso cuenta, los realizadores impregnan suficiente vértigo a cada escena para no perder la atención del espectador. Hay personajes exhibidos con una perspectiva más realista y otros que bordean lo grotesco, pero es claro que si bien el tono thriller está a lo largo de todo el film, los directores agregan pequeñas cuotas de humor y romance para alivianar el drama. Es fácil hablar de esta manera de un producto calculado, teñido de cierta fórmula. Pero lo cierto es que la adrenalina del film y la empatía que se genera con el espectador es tan voraz que poco tiempo hay para reflexionar. Acaso por argumento y tensión, la película tiene mayores similitudes con el clásico Henri-Georges Cluzet, El Salario del Miedo – con una inolvidable interpretación de Yves Montand – o de Fargo, de los hermanos Coen, que con cualquier otro producto del cine latinoamericano. En cualquier caso, sin importar referencias o influencias, 7 Cajas es un film sólido en guión, construcción de universo y personajes, que se potencia por las actuaciones, y la estética y seriedad, que los realizadores le aportan a cada encuadre.
Donde hubo fuego, chipas quedan Cuando se estrenó Transformers, siete años atrás, el cine de Michael Bay estaba en su peor momento. Tras los fracasos (relativos) de La Isla, Pearl Harbor y Bad Boys II, se caía la máscara de este realizador pobre en ideas e imaginación, que repitiendo los mismos encuadres una y otra vez, busca generar emoción con su estética publicitaria barata y sus imágenes de video clip noventoso. Transformers no presentaba nada nuevo en la narración o el tono visual de Bay. Su visión femenina es un estereotipo, fetiche de calendarios de talleres mecánicos y prendas de fantasías soft porno de los 80. Sin embargo, encontrarse con Optimus Prime, gigante, imponente, luchando con Megatron, permitía olvidarse de los errores de casting, los pésimos chistes, los paupérrimos diálogos o la olvidable absurda trama. Fue un éxito masivo. Obviamente, llevar a la pantalla grande a los monstruos de Hasbro trajo enormes ganancias económicas para el director y sus productores, quiénes siguieron facturando con secuelas que aumentaron el nivel de destrucción masiva de la franquicia, y siguieron regodeándose en explotar el perfil más grasiento de sus protagonistas… mecánicos o seudo humanos. La Era de la Extinción, cuarta entrega de la saga demuestra lo mismo que ya vimos en las últimas dos partes. Destrucción, explosiones, chispas, efectos especiales y luchas que son demasiado rápidas para el ojo humano. Cuesta por un momento diferenciar si se destruyen Autobots o Decepticons. Poco importa. Michael Bay se repite y se extiende. No le alcanzan dos horas. Tiene que llegar al límite de la tercera con una historia de extraterrestres y apocalipsis relacionadas con semillas que pueden llegar a volar toda una ciudad entera, o extinguir toda la humanidad. La novedad, que ya no pasa por la magnitud visual de los protagonistas robóticos, es la incorporación de humanos, lo cuál permite que los espectadores, tomen aire entre peleas robótica y se relajen un poco. Por suerte, ni los insoportables Megan Fox o Shia LaBeouf forman parte del elenco. Esta vez, el liderazgo lo tiene Clade, un inventor/mecánico – a cargo de Mark Walhberg, bastante más convincente y expresivo que LaBeouf – que encuentra a Optimus Prime abandonado dentro de un cine venido a menos (como entró?). El protagonista es viudo y vive en medio del campo con su bella hija adolescente – que se viste como Liv Tyler en video clips de Aerosmith – a la que no deja salir con chicos para que no abandone sus estudios. Sin embargo, la rubiecita tiene un novio secreto, que termina ayudando a Clade, en contra de su voluntad, a evitar un desastre mundial al lado de los Autobots. A falta de ideas argumentales, Michael Bay recicló la subtrama romántica de Armaggedon y la incluyó con pocos cambios dentro de Transformers, pensando que nadie se daría cuenta de ello. Pero no son los únicos humanos. Como siempre hay un cómic relief – a cargo del siempre eficiente Stanley Tucci – y un par de militares ambiciosos – Kelsey Grammer y Titus Welliver sólidas interpretaciones – que deciden comerciar con las armas de los Autobots para darle al gobierno, “Transformers” simulados, manejados por humanos. Posiblemente inspirados por los Titanes del Pacífico de Guillermo del Toro. Sin embargo, los Decepticons tienen conciencia propia y están más preocupados por destruir al mundo que de protegerlo. Durante casi tres horas los chispazos traspasan la pantalla. La película tiene un nivel de adrenalina tan alto que termina abrumando y los minutos se hacen eternos. Sin embargo, cierto nivel de autoconciencia de Bay y el guionista elevan el tono irónico del film. “Hoy en día solo se hacen remakes y secuelas. Pura basura”, dice el dueño del cine donde reside un Optimus Prime convertido en chatarra. Nada más cierto. Hay planos insólitos, giros argumentales de coherencia narrativa mínima y destrucción masiva de Honk Kong. Ya ni vale la pena resaltar el nivel de cursilería, patriotismo anticuado, demagogia moralista conservadora, machismo y estereotipos. Es Michael Bay, es Transformers: hay aviones transformers, samurais transformers, dinosaurios transformers. No vinimos a ver una lección de cine políticamente incorrecto, de inteligencia industrial. Vinimos a ver “Transformers, de Michael Bay“. Esto es el pochoclo más grasiento chorreando aceite por la pantalla… una vez más. Y, lamentablemente, lejos estamos de la extinción.
Antipático Sr. Venganza Son muy raras las veces que se logra ejecutar una buena versión estadounidense de una película originalmente proveniente de otra industria que no sea la de Hollywood. Se podrían citar como excepciones dos clásicas adaptaciones de obras de Akira Kurosawa, Los Siete Magníficos, de John Sturges (basada en Los Siete Samurais) y Por un Puñado de Dólares, de Sergio Leone (en realidad se trata de una remake italiana de Yojimbo). En los últimos años, la mejor de todas lamentablemente pasó desapercibida: Déjame Entrar, de Matt Reeves, inspirada en Criatura de la Noche: Vampiro, de Tomas Alfredson. Y ahora le llegó el turno a Oldboy. La nueva obra de Spike Lee, es una adaptación del clásico de Park Chan Wook del 2004. Película que sorprendió a Cannes por su historia, su humor negro visceral, su romance y el planteo moral del desenlace. Su éxito trascendió fronteras y permitió que el cine coreano se difundiera mejor en Argentina. Como era de esperarse, Hollywood no podía quedarse afuera del fenómeno y decidió adaptar el manga de Garon Tsuchiya y Nobuaki Minegishi. En principio, Steven Spielberg coqueteó con el proyecto pero finalmente se lo quedó Lee, lo que a primera vista sonaba un poco mejor. Lo más acertado de la propuesta del realizador de Malcom X es que no le hizo asco a la violencia y el tono gore de la original. Tampoco dejó de lado, sino al contrario, incrementó el erotismo del film original, y a la vez conservó un poco del humor negro absurdo de la historia. Sin embargo, hay ciertos elementos en la estructura que se ven forzados. Desde la presentación del protagonista, que definitivamente no tiene ese halo común del antihéroe del film del 2004, sino que es un hombre completamente decepcionante, alcohólico, chamuyador. Acá, Joe – Josh Brolin en una de sus peores interpretaciones – es confinado a una adaptación donde se entera que fue acusado por el asesinato de su esposa, pero que su hija sigue viva y no lo extraña. Este detalle, cambia el resto de la estructura, debido a que convierte en previsible una de las subtramas más potentes. Sin embargo, a nivel audiovisual, esta secuencia es la mejor desarrollada. Por otro lado, el guionista Mark Protsevich decidió agregar personajes secundarios que en vez de sumar, terminan restando. Por un lado, un amigo de Joe – Michael Imperioli – y por otro, el captor – un Samuel Jackson completamente kitsch. Ninguno logra aportarle al film suficiente tensión para justificar el agregado. Al contrario, le restan fuerza al protagonista. Si bien toda la secuencia del confinamiento es lo más similar en tono al del film original y produce cierta incomodidad, el final es directamente la prueba de que ni el guionista ni el director comprendieron la película de Park Chan Wook. La original habla del amor. Un amor poco tradicional, pero amor al film. No lo juzga, tampoco hace apología de ello. Acá en cambio, no solamente pervierte grotescamente al villano y su historia, sino que prácticamente le quitan la coherencia e impacto al original. Spike Lee juzga, castiga y tortura a los protagonistas sin ningún tipo de justificación narrativa. El absurdo final, le quita lirismo y ambigüedad al mensaje e incomodidad que provocaba el final de Oldboy coreana. oldboy-movie-trailer-hd-stills-images-josh-brolin-elizabeth-olsen-spike-lee-46 Visualmente, el director conserva algunos planos típicos de su factoría – travellings filmados con steadycam, con los personajes que en vez de caminar, parecen flotar – y se anima a copiar la famosa “secuencia del martillo” con estilo propio, aunque sin el impacto del plano secuencia original. Está llena de detalles y falsas pistas que también restan argumentalmente. Apenas hay un guiño hacia la escena del calamar y uno se queda con las ganas de ver a una estrella de Hollywood imbuir un cetáceo vivo. Entre la solemnidad y el humor negro, esta Oldboy made in America decepciona por varios motivos. Primero porque está muy lejos de la obra original. Segundo, porque es una nueva caída para Spike que desde El Plan Perfecto no tiene un film “exitoso” y por último, porque sacando de lado estos datos para cinéfilos, Oldboy tampoco funciona como película en forma independiente. Es aburrida, monótona en ciertos momentos, y demasiado artificial visualmente. Spike Lee hace un film que se queda a mitad de camino de todo. Si Josh Brolin tiene momentos sobreactuados, mucho peor es lo del sudafricano Sharlto Copley que no le encuentra el tono sereno a su villano, tono apropiado para hacerlo un poco más atractivo de lo que es. De todo el elenco, la mejor suerte la corre Elizabeth Olsen, que consigue una interpretación convincente entre tanta incoherencia. Aunque, el personaje original desbordaba simpatía y carisma, que la hermana menor de la familia Olsen no consigue transmitir. Ejemplo claro de que cada film pertenece a su propia cultura y no se debe tocar en Hollywood, Oldboy es una obra para dejar pasar y olvidar rápidamente.
Redrum… Redrum… “Llega un momento en la vida de cada padre en la que desea matar a sus hijos” Stephen King Aquel que haya leído a Stephen King, sabe que su literatura no aterroriza a fuerza de golpes de efecto o criaturas sobrenaturales. Stephen King aterroriza porque nos confronta con nuestros miedos internos, sus personajes no enfrentan monstruos del más allá, sino demonios propios, que los golpean y carcomen dentro de sus mentes. La literatura de King habla sobre los propios demonios del autor: la adicción a las drogas, el alcoholismo, el abandono paternal, la presión de un pueblo conservador y básico sobre sus hombros. Acaso el mayor atractivo que tiene Oculus – segundo largometraje de Mike Flanagan – no es tanto su mc guffin sobrenatural – los espejos son un lugar común del género – sino la verdadera tragedia que rodea a los personajes, una maldición de la que parece imposible escapar. Desde que inicia el film empezamos a conocer el crimen que atormenta a Kaylie y Tim Russell: su padre intentó asesinarlos doce años antes, y el pequeño Tim evitó que asesinara a su hermana disparándole en la cabeza. En el presente, Tim acaba de ser dado de alta de un hospital psiquiátrico y Kaylie está comprometida con un empleado de bienes raíces. Sin embargo, antes de que esto suceda, ella logra adquirir un misterioso espejo, que según ella fue el desencadenante de la tragedia en la familia. Mientras que ella afirma que espíritus sobrenaturales se apoderaron de su padre – Rory Cochrane – su hermano piensa que crearon toda esa historia sobrenatural de niños para ocultar una posible infidelidad que tenía su progenitor, y que fue descubierta por su madre, quién también resultó víctima de su marido. A través de un montaje dinámico que nos lleva constantemente al presente y pasado, reconstruyendo simultáneamente ambos momentos, nos vamos enterando de que el espejo siempre tiene dos caras. Según la perspectiva, podemos creer que estamos viendo una historia de fantasmas sin ojos que manipulan a los protagonistas engañando su vista y su mente en forma espacio – temporal, o un drama familiar psicológico sobre una familia que se desmorona a partir del desmoronamiento de la figura paterna. ¿Les suena padre que enloquece en su propio hogar e intenta manipular a su familia después de hablar con fantasmas que aparecen del otro lado del espejo? Claramente, podríamos decir que hay referencias de Espejos Siniestros (versiones japonesa y estadounidense), pero desde la estructura y tono guarda más similitudes con El Resplandor. Además la estructura pasado-presente es muy común en la literatura del maestro del horror. El hecho de que la mayor parte del film esté visto desde la perspectiva de los hermanos ayuda a empatizar con los protagonistas, y también a preguntarnos hasta donde estamos siendo manipulados los espectadores. Durante el desarrollo – lento, pausado para crear un clima tensionante y expectante – Flanagan va abriendo diversas trampas, que desafortunadamente caen en resoluciones previsibles y un poco menos inspiradas que la premisa del film. A pesar de eso, Oculus consigue evitar algunos clisés del género. No reposa toda la tensión en la música o efectos sonoros, es cautelosa a la hora de usar efectos especiales y confía en un elenco bastante sólido que construye interpretaciones verosímiles dentro de las limitaciones del terror. Es un film que se construye con recursos cinematográficos: armado de encuadres, montaje, fotografía. En este sentido guarda varias similitudes con la exitosa Mamá del argentino Andrés Muschietti. No solo porque los protagonistas son una pareja de hermanos, sino porque al igual que el film con Jessica Chastain, Oculus también está inspirado en un corto del director, y utiliza bastante steady cam para seguir a los protagonistas. Como bien indica el título, el film juega con la mirada atenta – los ojos – del espectador y los personajes. Con un equilibrado uso del humor negro, el gore y el drama, sorprende por ser una propuesta que logra darle una vuelta de tuerca a un género que debería estar agotado, pero que a pesar de todo, de vez en cuando sigue dando sorpresas.
Un viaje a ninguna parte A principios de los años 80, el avance de la cibernética y la computación estimularon la imaginación de guionistas y escritores de ciencia ficción para crear futuros apocalípticos donde la humanidad es absorbida por máquinas que destruyen sus cerebros. La guerra computadoras vs humanos tuvo interesantes resultados cinematográficos como Brianstorm, dirigida por el mago de efectos visuales, Douglas Trumbull, o Tron, de Steven Lisberger. En ambas películas, los humanos eran transportados a otras dimensiones gracias a las computadoras. Más tarde, la serie Max Headrom, mostraba a una computadora imitando al protagonista y tomando vida a través de una pantalla. Hoy en día sabemos, que las máquinas han ganado la gran batalla gracias al Internet, y cualquier película que intentara mostrar en forma ridícula los peligros de la computación, resultaría ingenua e ignorante. O más bien anticuada. Transcendence: Identidad Virtual es la primer película dirigida por Wally Pfister, director de fotografía de Christopher Nolan, que en esta oportunidad solo se involucra como productor ejecutivo, seguramente como apoyo del debutante Pfister. El primer problema que tiene el film es su tono serio y solemne. La pretensión de realizar una obra filosófica que además crea conciencia a las nuevas generaciones acerca del abuso de las redes virtuales y la necesidad de cuidar la energía. ¿En serio es posible creer que hay una moraleja seria detrás de tanta ridiculez? Will Caster – sobreactuado e inverosímil Johnny Depp – es un científico que pretende capturar la conciencia y emociones humanas en el disco rígido de una computadora, para revivir a las personas después que estas hayan fallecido, al menos en el interior de una máquina. Como si fuera un deseo premonitorio, Wil sufre un atentado contra su vida, y antes de morir, su esposa y mejor amigo, deciden grabar sus expresiones dentro de una computadora. Ante la desintegración física, Will “revive” dentro de un espacio virtual y es capaz de atravesar Internet para acumular información, así como limpiar las cuentas de seguridad de millones de personas para construir un centro de comunicaciones gigante en medio del desierto. A través de su esposa consigue su objetivo, pero al mismo tiempo su poder evoluciona y el mundo se muere de hambre. Relato post apocalíptico con una buena idea, pero mal desarrollo, Transcendence es una obra demasiado dialogada, muy extensa, reiterativa, discursiva e incoherente. O el guión de Jack Paglen está lleno de fisuras, o el director no supo como armar el producto final, porque más allá de ser densa, previsible e intermible, lo que más llama la atención es la postura de cada personaje. Como se pasa de ser un villano a un héroe, y de que manera quedan impunes algunos crímenes que se comenten al principio del film. A pesar de contar con un elenco ecléctico, es muy parejo el nivel de ausencia de emotividad. Es notable como todos los personajes tienen siempre el mismo tono. No se ve un cambio justificado en el accionar de los personajes. Pfister juega a ser un deus ex machina, creando universos desde la nada misma. Hay poca evolución e la linea narrativa y al film le falta ritmo y dinámica. También preocupa la falta de humor para distender las acciones. Pfister no se juega por un tono absurdo o bizarro. Lo termina ejecutando casi por accidente, pero con cierta resignación. transcendence-paul-bettany-570x400 Se podría estar horas discutiendo sobre si el hombre controla a la máquina o la máquina al hombre, pero es mejor dejar todo en silencio y seguir escuchando a Hal 9000. No siempre el diálogo constante o los planos de corta duración aseguran un relato fluido, y el film decae en numerosos momentos. El conflicto romántico no es profundizado. Los personajes son buenos o malos, o acaso malos que se vuelven buenos, pero no tienen construcción, son demasiado estereotipados, presentan una sola capa, sin cuestionar lo que los otros personajes mandan a hacer. Existen resoluciones ridículas de algunas escenas, efectos especiales realmente mediocres, y así podemos seguir criticando por horas. Ni el exagerado final o los cómics relief pueden llegar a crear empatía con el espectador. Trascendence, de Wally Pfister nos engaña, promete un viaje liviano, comprometido, entretenido y en cambio se choca con la cuarta pared.
El espacio vacío Un buen narrador es que el que puede explicar lo mismo con cinco palabras que con cien. Un buen realizador cinematográfico es aquel que confía en la sugestión de las imágenes, en el poder de un encuadre para narrar mejor que cualquier diálogo, en la expresividad minimalista de un actor para contar con solo una mirada o una sutil contorsión facial, aquellos que otros necesitan expresar a los gritos. Ida, del polaco Pawel Pawlikowski, es una gran ejemplo de buena narración audiovisual. La economía de recursos visuales de su director complementado por un guión que dosifica la información por escenas, brindando lo necesario para comprender el relato, y confiando en la inteligencia y comprensión del espectador para llenar los espacios vacíos, es lo más interesante de este film que se sostiene gracias a las potentes interpretaciones de las actrices Agata Kulesza y Agata Trzebuchowska. Filmada en formato fílmico blanco y negro, Ida nos lleva al cine polaco/soviético de los años 60. Con influencias de los primeros Andrzej Wajda o Andrei Tarkovski – hay planos que parecen inspirado por La Infancia de Iván – la película del director de Mi Verano de Amor narra la historia de Anna, una novicia aspirante a monja de un convento aislado del mundo urbano, rodeado por la fría nieve del invierno europeo, cuya misión antes de tomar los votos, es conocer a una tía de la ciudad, único pariente que le queda vivo. La tía Wanda, una jueza depresiva y alcohólica, le informa a su sobrina que su verdadero nombres es Ida, y que sus padres eran judíos asesinados durante la Segunda Guerra Mundial. La joven Anna/Ida, que hasta el momento era sumisa y callada, pretende descubrir su pasado y visitar la tumba de sus progenitores. Su tía la acompañará al pueblo donde nació, para descubrir el destino de sus cadáveres, supuestamente desaparecidos. De dramón con implicancias religiosas/existencialistas al mejor estilo Bruno Dumont, Ida se va transformando en una road movie con pequeños momentos humorísticos y románticos, incluso, para derivar en un thriller acerca de un pasado que todavía estaba muy fresco dentro de la mente polaca de la década del 60, fecha en la que supuestamente sucede el relato si se tiene en cuenta la música y el vestuario El contraste entre ambas mujeres, una que vive en la reclusión, la negación y la represión religiosa, y la otra que ya ha vivido todo tipo de excesos y atraviesa la soledad, como única alternativa, es un motor para dejar de lado la excusa narrativa y fijarse en los personajes. Personajes que descubren nuevas facetas en su interior – el despertar sexual en el caso de Anna/Ida, un perfil maternal del lado de Wanda – permite que exista una necesaria tensión entre ambos personajes, que previsiblemente se van a ir retroalimentando uno con el otro, y también, reencarnando. Además de la fría y preciosista fotografía que es similar a la de otro film reciente, La Cinta Blanca, de Michael Haneke, un detalle muy interesante de la puesta en escena y la construcción de encuadres es el “aire” o “espacio vacío” que existe sobre la cabeza de los personajes. En general, se intenta no dejar demasiado espacio libre en las escenas de planos cerrados. Es desprolijo. Pero aca, Pawlikowsky lo utiliza en términos poéticos/metafóricos, como si quisiera subrayar la presencia o ausencia de un ente, fantasma o figura religiosa por encima de los protagonistas. Es cierto que existe un desbalance en el equilibrio estético de cada encuadre, pero por alguna razón esto no influye en la visualización de la película. Por el contrario, incrementa la sensación de que hay muchas cosas que no son explicadas, y a veces es mejor no buscar esa explicación, esa respuesta. Apelando a la sensualidad de la austeridad y la expresión facial mínima de Trzebuchowska, que le aporta a su Anna/Ida, frescura e inocencia dentro de una mirada inteligente, en un cuerpo que madura al tiempo que se desarrolla el relato, Pawel Pawlikowski consigue que un drama histórico no caiga en sentimentalismos ni moralina o regodeos de golpes bajos – que los tiene, pero nunca son subrayados – se dice lo necesario para impactar mas no crear escenas efectistas. Todo lo que sucede delante del camino de Ida, incluso el contexto político-social que la rodea, la ayudan a cuestionar su ideología y creencias, poner a prueba su fe, descubrir sentimientos y sensaciones, madurar. El resto es decorado. Un buen narrador es que aquel que convierte lo clásico en moderno sin pretender resaltar por eso. Aquel que reduce el drama grandilocuente en un pequeño verso reflexivo. Aquel que deja un espacio vacío, para que el interlocutor pueda
La tragedia y la farsa “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez, como farsa.” Karl Marx Alfred Hitchcock, Brian DePalma, David Lynch, David Cronenberg, Woody Allen. Todos ellos tienen algo en común: han explorado el universo de la dualidad. La idea que cada individuo es capaz de transformarse en otra persona de manera trivial o que cada uno tenemos un doble exacto viviendo una realidad paralela en alguna parte del mundo. La nueva película de Denis Villeneuve – que se presentó junto a La Sospecha en el Festival de Toronto – es una adaptación de la novela de José Saramago. Irónicamente, el film se estrenó junto con The Double, adaptación del actor/comediante/director Richard Ayoade de la novela de Fedor Dostoievsky. Ambos films, independientes entre sí, tienen como protagonistas a un mismo hombre que un día descubre un doble circulando cerca suyo. ¿Un impostor acaso? En la nueva propuesta del director canadiense de Incendies, Adam – Jake Gyllenhaal – es un profesor de filosofía universitario transitando una crisis existencial. Vive con su novia – Melanie Laurent – pero algo le preocupa. Un día descubre que hay un actor que tiene exactamente su mismo rostro y habla igual a él. Desde ese momento comienza la búsqueda de este hombre, Anthony – obviamente Gyllenhaal de nuevo – para tratar de descubrir como es posible que exista un doble exacto de él. Denis Villeneuve crea un relato vibrante y atrapante. La atmósfera es densa. Con pocos recursos, empieza a introducir al espectador en una especie de pesadilla, que va perdiendo coherencia y lógica a medida que avanza. El realizador juega con el poder de observación y detalle para construir una narración con muchos engaños. Poco a poco, ya no sabemos si estamos delante de Adam o Anthony, y de hecho las parejas respectivas de cada uno de ellos, van confundiendo al espectador. Ambos personajes son uno o ninguno. La pesadilla del realizador es no dar respuestas verosímiles y extrañar las situaciones en forma in crescente. Villeneuve manipula los tiempos y la información que brinda. Al igual que en Vértigo, hay un personaje que hace una persecución, hay dos rubias hermosas, debilidades de los protagonistas y está la construcción de un doble. La ciudad, se convierte en el marco de un día sin fin que atraviesa a el o los protagonistas. Las respuestas más obvias son rápidamente negadas y el secreto de la narración es descubrir un misterio que no tiene solución. El director da via libre al espectador para que interprete su propia versión de la historia, para que adjudique una respuesta basada en las pistas literales que va esparciendo en el camino o aportando una visión metafórica relacionada, con el interior del ser humano – alma/miedos – la dualidad de la figura del actor, desplegando un personaje que cobra vida, o quizás una respuesta social (Canadá es una nación con doble lenguaje). Historia con toque surrealistas y oníricas que recuerdan al universo lynchiano de El Camino de los Sueños o Carretera Perdida, o acaso al Cronenberg de Pacto de Amor o Crash, Extraños Placeres, El Hombre Duplicado es una película que provoca la reflexión, la discusión y el diálogo. Con una puesta en escena austera, una fotografía cuidada, y encuadres simétricos, Villeneuve consigue un film personal, intimista, económica pero a la vez pretenciosa en sus múltiples lecturas. Jake Gyllenhaal logra una de sus interpretaciones más profundas y versátiles, saltando de un personaje al otro, mostrando diferentes capas emocionales. Sensual y misteriosa, El Hombre Duplicado es una historia diferente, con la lógica – la tragedia – y el absurdo – la comedia – de un sueño sin principio ni final.
Sillas de montar calientes La parodia del western es acaso uno de los más antigüos subgéneros que existen en el cine estadounidense. Desde Charles Chaplin, Buster Keaton o Stan y Laurel, pasando por Doris Day hasta los exponentes más memorables de los últimos 50 años como Cat Ballou, The Hallelujah Trail o Paint Your Wagon, varios realizadores se animaron a jugar con los clisés y lugares comunes del género estadounidense por excelencia y encontrarle una faceta humorística, pero fue acaso, el gran Mel Brooks quién en 1974 – mismo año en que estrenó su obra maestra, El Joven Frankenstein que parodiaba a los films de James Whale – que llevó su humor paródico, autoconsciente, burdo y cinéfilo al lejano oeste. El resultado fue Locuras en el Oeste (Blazing Saddles), con Gene Wilder y el mismísimo Brooks en doble personaje. La película tenía muchos guiños al cine de los años 70 y había varios cameos de amigos de Brooks. Desde aquella inolvidable obra que le valió a la maravillosa Madeline Kahn una nominación al Oscar, pocas son las “comedias del oeste” que valen la pena resaltar. Acaso es recordada El Rabino y el Pistolero (The Frisco Kid, 1979), también con Gene Wilder y un joven Harrison Ford, o Volver al Futuro 3, que además jugaba con la ciencia ficción. Seth MacFarlane, el creador de Padre de Familia y American Dad, director de Ted y conductor de los Oscars 2013, se animó a dirigir y protagonizar su propia comedia de western llamada A MIllion Ways to Die in the West. La apuesta es grande, debido a que es un genero mucho más ambicioso que una comedia con un oso charlatán y porque es la primera vez que MacFarlane se pone frente a cámaras, ya que en sus series animadas, en Ted e incluso en Hellboy 2, solo había puesto su voz. Si bien es cierto que es mucho más talentoso haciendo doblajes que con el cuerpo, MacFarlane tampoco intenta hacer algo diferente de lo que se esperaría de él. Su talento para componer un personaje es comparable al de Woody Allen o Mel Brooks. Son comediantes directores, no son actores profesionales. Por lo tanto, esa barrera démosla por descontado. MacFarlane no busca ser el nuevo Will Ferrell. Con respecto al film, se destacan dos aspectos. En primer lugar que el director es fanático del western estadounidense desde los títulos mismos cuando vemos panorámicas aéreas de Monument Valley, épico escenario de los films de John Ford acompañado por una banda sonora que emula las melodías de Elmer Bernstein. Segundo, que es fanático de Mel Brooks. Mientras que los hermanos Zucker o los Wayans han destrozado y agotado el género de parodias a películas de moda, MacFarlane regresa a la base del humor más básico, efectivo y vulgar del creador de Los Productores. No solo por las interlecturas o guiños que hace con otros westerns contemporáneos (Volver al Futuro, Django) o series televisivas – los fanáticos de How I Met Your Mother derramarán alguna lágrima – sino porque se palpa cierta nostalgia, cierto amor por el género más allá del chiste. Amor relacionado con la propia cinefilia, como pocos realizadores actuales podría otorgarle a un producto similar. Albert Stark es un pastor de ovejas bastante cobarde y mediocre. Vive con dos padres que lo odian y hasta su novia (Amanda Seyfred) lo abandona. Cuando está a punto de viajar para San Francisco, en su camino se cruza Anna – Charlize Theron, en una de sus mejores actuaciones en años – la novia de un ladrón y asesino, que cae en el pueblo de Albert por pura casualidad. Anna y Albert se harán amigos, y ella lo entrenará a disparar para que pueda impresionar a su antigua novia y vuelva con él. Sin embargo, el esposo de Anna, Clinch (Liam Neeson, explotando su faceta humorística) regresa por ella y Albert le tendrá que hacer frente. Con una estructura bastante clásica y previsible, pero sólida, MacFarlane consigue filtrar su personal humor negro y políticamente correcto durante las casi dos horas que dura el film. Teniendo como base la violencia, prejuicios y misoginia del viejo Oeste, el actor-director aprovecha para burlarse de las reglas más conservadores del cine de Hollywood. Es cierto que apela al humor escatológico en exceso, pero siendo muy conciente de lo que provoca en las mentes más conservadoras de Estados Unidos. A diferencia de Ted, A Million Ways to Die in The West es humor puro. No apela a sentimentalismos, más allá de lo que puede generar en los cinéfilos reencontrarse con referencias a películas de la infancia. Es un viaje a un cine primitivo, infantil pero realizado con más corazón que odio.
Retroceder Siempre, Rendirse Jamás Desde que el querido y recordado – eterno – Harold Ramis estrenó su clásico Hechizo de Tiempo (1993) con el no menos querido Billy Murray, surgieron innumerables imitadores que pretendieron usar la misma lógica para relatos puramente de ciencia ficción o thrillers fantasiosos. La premisa era similar a la de Volver al Futuro. ¿Si podrías regresar todas las veces que desees en el tiempo, a un día particular y repetirlo, que cosas cambiarías para mejorar tu futuro? Los viajes en el tiempo existen desde que H.G. Wells escribió “La Máquina del Tiempo”, pero justamente películas como las de Zemeckis y Ramis fueron las más exitosas y recordadas, siendo al mismo tiempo, las que menos elementos de ciencia ficción contenían (al menos la primera y tercera parte de la trilogía de Marty Mc Fly). ¿Por qué? Porque la ciencia ficción era meramente una excusa para darle un giro original a comedias románticas – o en el caso de Volver al Futuro 3 – un western humorístico. El grave error que cometieron siempre los imitadores de ambos clásicos es que prefirieron priorizar lo más obvio – los viajes en el tiempo, tener a personajes más pendientes de los viajes que del conflicto interno que los aquejan – que la metáfora del film. Hace unos años, Duncan Jones – hijo del viajero interstellar David Bowie – se animó a repetir la fórmula en 8 minutos antes de Morir, un thriller que se agotaba… a los 8 minutos, ya que la fórmula terminaba siendo remanida, monótona y absurda. Al Filo del Mañana tiene una premisa más cercana al film de Jones que de Ramis. En un futuro no muy lejano, se libra una batalla con extraterrestres que destruyen la mitad de Europa. Gracias al triunfo de la Capitana Rita que logró derrotar a los monstruosos bichos – mezcla de Aliens, Especies y los robots de Matrix - los humanos han ganado una pelea, pero no la guerra. Ahora se acerca el Día D, y se espera una invasión que empezaría en el sur de Francia. Un capitán estadounidense, William Cage (Cruise), ministro de propaganda, es enviado al frente, en contra de su voluntad, junto a un pelotón suicida. Ni bien pisa la playa, Cage es asesinado por uno de los alienígenas. O así se supone que sea. Cage despierta el día anterior vivo. Pronto se da cuenta que empieza a revivir todos los sucesos del día, una y otra vez hasta que consiga derrotar la fuente extraterrestre. Ayudado por la famosa Rita (Blunt) y un científico medio loco (siempre eficaz Noah Taylor) cuya función es darle explicaciones a los espectadores que siempre necesitan respuestas, Cage deberá morir constantemente y repetir su día para cumplir la misión. La clave es no sobrevivir. El guión escrito por varias manos y basado en el cuento japonés “All You Need is Kill” de Hiroshi Sakurasaka, tiene las suficientes vueltas de tuerca para no caer en la monotonía de 8 minutos… La estructura recuerda más a un video juego de estrategia, con un personaje dando vueltas por diferentes escenarios, y que cuando muere tiene la capacidad de revivir y superar los obstáculos que no superó en la vida anterior. Doug Liman, su director consigue varios méritos. En primer lugar, le aporta suficiente humor al entrenamiento de Cage – ridiculizando el comportamiento de Cruise, una suerte de Joel Goodsen (Negocios Riesgosos) de 50 años, con sonrisita compradora incluida – y jugando con el rol de estrella del actor, como había hecho con Brad Pitt y Angelina Jolie en Sr. y Sra. Smith. Por otro lado, le da bastante vertiginosidad y dinamismo al relato, aportando pocos descansos al espectador, dejando a un costado posibles subtramas románticas o sentimentalistas que tanto le gustan a Cruise en otras películas. Es el triunfo de Liman sobre el protagonista, en ese sentido. La frialdad de Emily Blunt le otorga un carácter casi masculino e irónico al personaje, que la actriz ya ha mostrado con solvencia en El Diablo Viste a la Moda entre otros films. Aun, con una diferencia de 20 años de edad, la química entre el actor de Misión Imposible y Blunt es bastante verosimil, especialmente, porque Liman prefiere sugerir intentos de “levante” por parte de Cage, antes que mostrarlos en primera mano. La muerte no obtiene un rol solemne, sino una oportunidad de volver a jugar. Los breves instantes caricaturescos de Bill Paxton y su pelotón también consiguen quitarle seriedad al film. Mezclando Hechizo de Tiempo con Matrix y Rescatando al Soldado Ryan – escenas calcadas de film de Spielberg – Al Filo del Mañana termina siendo una obra entretenida, que no pretende ser más de lo que es. Liman siempre es más efectivo que inspirado a la hora de dirigir, y esta vez no es la excepción. En los últimos 20 minutos, la película decae un poco y se convencionaliza, pero aún así, el resultado es bastante atractivo. Lo suficiente para revivirla, posiblemente, una segunda vez.