¿El Triunfo de la Voluntad? Hay que decir una gran verdad con Capitán América: El Primer Vengador, es una película de transición. Y eso es una verdadera lástima. Hasta el momento, todas las películas que se venían haciendo de Marvel tenían una clara intención de ser independiente entre sí. O sea, no necesitabas haber visto Spiderman para ver Iron Man, no necesitas ver el final de El Increible Hulk para comprender el principio de Iron Man 2. Pero, esta manía, que empezó como un chiste, tras los créditos de Iron Man, donde aparecía Nick Fury reclutando a Tony Stark para formar una brigada especial con super héroes para combatir el crimen, empezó a cobrar una molesta inserción narrativa en Thor de Kenneth Branagh, quebrando el clima mítico y el drama familiar que le aportó el cineasta británico influenciado por su conocimiento sheakspereano. El final final de Thor marca lo que sería directamente el argumento para la prometedora Los Vengadores de Joss Whedon a estrenarse el año próximo. Sin embargo en Capitán Planeta, Los Vengadores ya se empieza a hacerse notar, y la historia en sí de Steve Rogers es como un gran paréntesis de dos horas entre el final final de Thor y el principio de Los Vengadores. Una verdadera lástima que esta sea la principal intención de los productores. ¿Por qué Capitán América termina siendo más valiosa por las imágenes que se muestran después de los créditos que por la película en sí? Como ya digo en el siguiente Dossier: http://www.asalallenaonline.com.ar/dossier/35-directores/2711-joe-johnston-mas-alla-de-los-efectos-siempre-hay-un-hijo-buscando-a-su-padre-.html , Joe Johnston es un director que dejó de lado la realización de efectos especiales para narrar historias, cinematográficamente hablando. Y lo hace bastante bien, pero esta vez se metió en un proyecto que va más allá de su administración. Que lleva publicitándose hace demasiado tiempo y le termina perjudicando narrativamente a esta película. En principio porque quedan demasiados huecos narrativos: ¿tiene algo que ver el suero que agranda a Steven Rogers con el cubo mágico que cae de las tierras de Thor? ¿es el mismo cubo que vemos tras los créditos de la película del dios vikingo? Y eso es solo el comienzo. El final deja tantas dudas como el de Lost. Una lástima porque no se trata de una mala obra. El principio es rico, divertido, entretenido. Chris Evans se pone al hombro la película y demuestra que es algo más que una cara bonita: realmente es muy creíble como el soldadito enfermizo con ganas de triunfar. La estética retro, romántica cuarentona está cuidada en cada detalle y existe una verdadera humanización en cada personaje. Enternece por ejemplo, la relación entre Steve y Erskine (gracias a la naturalidad y sutileza de gestos de Stanley Tucci). Johann Schmidt es un villano de antología, Hugo Weaving, demuestra su versatilidad, su destreza gestual/facial para componer al personaje. Toda la película es muy entretenida. Una mezcla entre serial estilo Indiana Jones o Dick Tracy que se relaciona con la estética de los cómics de la época, con Donde las Aguilas se Atreven (misiones suicidas en Los Alpes, todo muy vistozo. Sin embargo, lo que debería priorizarse es el mensaje, la moralina: la bondad y compasión hacen fuerte al hombre, y la maldad lo convierte en un monstruo. Esta trivialización, banalización del bien y el mal con estereotipos no es tan molesta, como lo es el hecho de que durante el desarrollo, Steve Rogers olvida la palabra compasión en su diccionario y mata a diestra y siniestra, sin tener compasión a algún villano. Los últimos 45 minutos, lamentablemente borran el contenido más político y sentimental que tan bien habían sido desarrollados intercalados con escenas de suspenso y acción al principio. El final es una sucesión de escenas adrenalínicas, más parecidas a un video juego, que a una película. Inclusive la pelea final entre Rogers y Calavera Roja es muy decepcionante. Y todo se da, cuando se sacan las máscaras, o se las ponen mejor dicho. Cuando Steve Rogers deja de ser el soldado perseverante al que ponen como propaganda política solamente, para ser EL Capitán América... y Schmidt se convierte realmente en Red Skull. La obra tiene un excelente elenco, entre los cuales se destaca también el rubio Neal McDonough como un duro soldado irlandés (se entiende por el estereotipo de la caracterización). Sin embargo no me queda demasiado claro porque el comando elitista que lidera Rogers empieza a convertirse cuasi en protagonista y termina siendo olvidada en la trama, al igual que pasa con los personajes de Toby Jones y Tommy Lee Jones, ambos interpretados con majestuosidad. El primero, porque resulta verosímil en cada fotograma. El segundo porque nos muestra a K (el personaje de Jones en Hombres de Negro) en medio de la Segunda Guerra Mundial. Desde el punto de vista narrativo podemos encontrar tantas falencias, que abren agujeros, que buscan respuestas para encontrar directamente en Los Vengadores, que resulta difícil no clasificar a esta película de tremendamente fallida. ¿Por que lo que no vemos en un debe estar en la otra? Sin embargo, alguien la salva. No, no es El Capitán América en sí, sino Johnston. El director le aporta, dinamismo, nostalgia, entretenimiento, cinefilia y sobre todo una gran cuota de respeto por la época y la iconografía de la misma. No quiero, honestamente centrarme en el contenido patriótico esta vez, porque es tan obvio de antemano, que criticarlo, me parece completamente hipócrita. Lo que vale la pena es la sensación y emoción que te va dejando a medida que te vas involucrando mejor con el personaje de Rogers. Pero al mismo tiempo, esa alienación que provoca no saber si estás viendo una secuela de Thor, acaso. Lo peor es que se nota que se hizo muy rápido. La construcción artística es notable, pero falta que se convierta en algo más genuino y menos industrializado. Casi que no da tiempo de masticarla bien hasta que se estrena Los Vengadores. Hay cierta frialdad conceptual. Como sí hubiese mucha autoconciencia que se trata de un nexo y no de LA película definitiva de uno de los personajes más importantes de Marvel. Alan Silvestri no falla en la banda sonora, pero tampoco logra explotar musicalmente como sucede con las partituras que hizo para Zemeckis. Podemos encontrar paralelismos con G.I. Joe y La Guerra de las Galaxias en la forma que se representa a los miembros de Hydra. Capitán América es una obra incompleta: faltan motivaciones claras, ser más dependiente de su propia historia. Entretenida, pero la meta es interesar al público para la que vendrá en Mayo del año que viene. Y eso no es suficiente. Lo que le falta es creérsela un poco más… y hacer valer la voluntad interna (y no de los inversionistas). O sea, básicamente, a Capitán América: Primer Vengador, le falta la actitud de Steve Rogers.
Te Extraño, Phillip Morris 10 películas para elegir en el Village Recoleta: 2 (Super 8 y El Significado del Amor) ya las había visto. A 3 les tenía desconfianza (Larry Crowne, El Mundo Según Barney, Amigos con Beneficio, que me daba deja vu en realidad) 2 eran nacionales pero no me interesaban demasiado (La Patria Equivocada y Cerro Bayo) y podía apostar por lo seguro: Abbas Kiorastami + Juliette Binoche (Copia Certificada) o la oscarizada Susanne Bier (En Un Mundo Mejor). Pero la verdad, es que tenía ganas de reirme con un producto inteligente. Así que aposte nuevamente al duo Ficarra/Requa, que ya me había dado dos alegrías en el pasado: el guión de Un Santa no Tan Santo y Una Pareja Despareja (I Love you Phillip Morris). Humor cínico, crítico, puesta en escena fuera de lo tradicional y un elenco soberbio. Además el guión esta vez lo firmaba, Dan Fogelman que había escrito Cars y Enredados. Realmente le tenía fe a esta supuesta comedia romántica. Pero las mejores intuiciones suelen fallar a veces. Loco y Estúpido… es una comedia dramática romántica, que habla básicamente de lo difícil que es saber si uno está o sigue enamorado de una persona, de la búsqueda del alma gemela, de la reivindicación del núcleo familiar tradicional estadounidense, la importancia de los valores, y conseguir el sueño americano. Paren. Puedo esperar esto de Fogelman (aparecen en Cars estos mismos temas, pero Lasseter hace magia cinefila con ellos), pero Ficarra y Requa han vendido una ideología, una filosofía de vida en pos del ¿éxito comercial? (aunque los protagonistas de Phillip Morris también se veian como almas gemelas, el tono era otro). Cal (Carrell) y Emily (Moore) son un matrimonio cuarentón que se casó muy joven y llegados a cierta edad no saben que más hacer con su vida conyugal. Por eso, ella le pide el divorcio y admite haber tenido sexo con un compañero de oficina. Cal no lo puede soportar y enseguida se muda solo. Ambos tienen hijos y esto no es fácil para ellos, especialmente para Robbie (Bobo) de 12 años, que está enamorado de su niñera de 17, Jessica (Tipton), que a la vez está enamorada de Cal. Deprimido, Cal pasa sus noches en un bar donde es observado por Jacob (Gosling), un playboy, casanova innato que le tiene lástima y le da lecciones para “levantarse” mujeres y al mismo tiempo, cambia completamente su vestuario y peinado, transformándolo en un seductor maduro. Si estas subtramas no son suficientes tenemos a Hannah (Stone), una aspirante a abogada, que deja pasar la oportunidad de pasar una noche con Jacob para abocarse a su estudio y trabajo. Todo esto parece mucho, pero son simplemente los primeros 5 minutos del film. El problema es el resto. Lo que más desorienta, confunde de Loco, Estúpido es como dos directores que supieron ser subversivos, transgresores para los cánones de Hollywood, decidieron convertirse en un dúo tan conservador y cursi a la hora de hablar de amor. No es que sus películas no tuviesen una moralina subliminal, pero siempre estaban codificadas por el humor negro, el absurdo y una cuota de surrealismo, básicamente porque los personajes eran tan fríos, salvajes y pragmáticos que costaba creer que fueran humanos. Acá sucede lo opuesto. Se llevan todas las situaciones al extremo del romanticismo cursi, de situaciones clisés (al menos en una escena lo admiten), lugares comunes y resoluciones previsibles. Los personajes son sólidos, pero un poco estereotipados. Los más interesantes, acaso son Jacob y Hannah, pero Ficarra y Requa por momentos se olvidan de ellos, los dejan de lado y los van convencionalizando hasta que no queda nada de lo que los hacía interesantes al principio de la historia. Visualmente, los directores también se apartan de la cuidada puesta en escena de Phillip Morris. Hay una distinguida elección de colores, y por momentos la fotografía aporta a generar ambiente, pero no es lo mismo. Resulta forzado y al mismo tiempo, no es muy inspirado. Se empasta con cualquier otra comedia dramática que se ve hace muchos años. Si bien, desde el comienzo queda claro que no es una comedia, sino que se enlazan momentos humorísticos a escenas dramáticas (algo así también sucedía en Phillip Morris, pero el propósito era otro), el sentimentalismo toma demasiado protagonismo. Frases hechas que algún momento fueron criticadas por uno de los personajes, terminan siendo habituales. Admito que hay escenas cómicas que sorprenden y funcionan bien, pero no le doy tanto mérito a los directores o el guión, sino a los intérpretes, que son sin duda, lo mejor de una obra que prometía cinematográficamente mucho más. Steve Carrell demuestra que cuando interpreta dramas se mueve con mayor naturalidad que con las comedias. Cal es un perdedor a su medida. Carrell con pocos gestos es convincente. En cambio resulta forzado en las escenas más humorísticas. Julianne Moore en cambio, encarna a la perfección a la oficinista frustrada sexualmente. Es un rol que se sabe de memoria, pero siempre es placentero volver a verla así. Ryan Gosling y Emma Stone son la vanguardia de la interpretación joven estadounidense de hoy en día. Ambos tienen una versatilidad increíble, tanto para la comedia como el drama. Explotan su atractivo físico, en pos de un rol, son camaleónicos y sinceros. Una lastima que sus interpretaciones pierden fuerza cuando los personajes se vuelven demasiado predecibles. Las participaciones especiales de veteranos como Kevin Bacon, Marisa Tomei (cada vez más sensual con el paso de los años) y John Carroll Lynch aportan cierta gracias, pero los tres están bastante mal aprovechados, incluso teniendo buenos personajes. Pero sin duda, son los dos adolescentes los que se llevan los verdaderos méritos en lo que respecta a interpretaciones: Analeigh Tipton y especialmente Jonah Bobo (a no sorprenderse si al protagonista de Zathura lo nominan al oscar como actor secundario) son lo que realmente se llevan los lauros. La gracia y la naturalidad para poder representar verdaderos cuestionamientos amorosos con sutileza de gestos en ambos, es notable. Sin embargo, más allá del elenco, es poco lo que esta vez aportan a la comedia estadounidense Ficarra y Requa. Se extraña el sarcasmo, el atrevimiento por insinuar con inteligencia y provocación, la sensualidad de lo bizarro. Nada de esto tiene Loco y Estúpido Amor. Es como una versión ajironada, positiva, optimista de Belleza Americana. Y si empezamos a preferir el modelo de Sam Mendes, es porque algo de lo que vemos no nos resulta creíble. El absurdo es la utopía que lo directores quieren crear alrededor de los personajes. A pesar de una banda de sonido atractiva, y una fotografía cuidada en ciertos momentos, de la subversión a la apología de los valores caprianos en un contexto poco verosímil, Ficarra y Requa logran una obra poco personal, de la que ojalá puedan reestablecerse pronto. Como el personaje de Steven Russell (Jim Carrey en Phillip Morris), los directores tienen que afirmar su identidad, sino ese loco, estúpido amor que muchos empezamos a sentir por ellos, va a terminar en un triste divorcio.
La Cinemateca Uruguaya es una institución de rescate y memoria cinematográfica como hay pocas en el mundo. El sitio donde Homero Alsina Thavernet diera a conocer a Bergman al mundo, es comparable a la gran cinemateca de París. Ahí trabaja Jorge (Jorge Jelinekk, crítico de cine ganador del premio BAFICI al mejor actor), que es más que un proyeccionista. Las películas y la cinemateca son su vida. La cuestión es que los números no dan, las asistencias han caído y están en la quiebra. La cinemateca no produce dinero, así que la tienen que cerrar. Si bien, para Jorge es como si se le acabara la vida, tambien es la oportunidad de salir y recorrer el mundo. La segunda obra de Veiroj es una fábula de amor por el cine, los clásicos y los lugares donde los cinefilos nos refugiamos para regocijarnos con este hermoso arte, pero a la vez tambien es una metáfora acerca de “la muerte del cine” (aunque no sé cuan seria es esta información) y por otro que los cinéfilos somos ratas adictas al cine que nos falta ver el mundo real y enamorarnos. Con ternura y una soberbia puesta en escena blanco y negra, meticulosa, llena de claros oscuros, La Vida Util peca de ser demasiado corta, pero aún así es divertida, entretenida, nostálgica, original y da pie a la reflexión. Hay cameos y homenajes para los cinefilos y críticos como Jorge.
Segundas Generaciones No Siempre Fueron Buenas En Hollywood las dinastías también existen, y muchas de ellas aún hoy siguen siendo poderosas e influyentes. La mayoría de los grandes actores o directores tienen a sus críos dando vueltas por la industria. Pregunten a la familia Barrymore, los Huston, los Estevez, etc. Hay muchos clanes dando vueltas. Pero La Familia, son los Coppola. Y este preámbulo viene a colación de los directores que decidieron seguir los pasos de sus progenitores, muchos de ellos con mayor talento incluso. El presente de los Coppola, ya que los cite previamente, dictamina que Francis Ford filma por inercia prácticamente. Con la excusa de hacer cine “independiente” hace cualquier porquería en algún país tercermundista, cuando en realidad se dedica a comprar inmuebles, hoteles, restaurantes y distribuir sus vinos. Se ha convertido en un codicioso Michael Corleone, que reniega y llora por su fortuna, mientras sigue recibiendo elogios por su carrera, al tiempo que cuida a su tesoro más preciado: la talentosa Sofía, mientras que el también talentoso hermano Román esconde su rostro bajo el mundo de la publicidad y videos clips, y le dejan los verdaderos escándalos al primo Nicolás que decidió devolver el apellido. Caso opuesto es el de Nick Cassavetes, que en un principio parecía querer seguir los pasos del padre, pero finalmente terminó no solamente filmando en la vereda opuesta, bajo los mandamientos a los que el padre siempre combatió desde la retaguardia, sino que además destrozó un guión que el gran John nunca llegó a filmar. En cambio, hay dos clanes familiares que empiezan a encontrar lugar entre los “nuevos” nombres de la industria y, paradójicamente podrían tener vínculos intercambiables: los Reitman y los Kasdan. Jason Reitman también decidió caminar por vereda opuesta a la de su padre, Ivan. Jason prefiere la comedia dramática, reflexiva, crítica, cínica, con típico espíritu Indie, mientras el padre siempre mezcló la comedia con la ciencia ficción o el policial con resultados no siempre satisfactorios, elencos grandes y atractivos, con pretensiones de volar la taquilla. El caso de los Kasdan, en cambio es paradógico. Papá Lawrence, mítico guionista de El Imperio Contraataca y Los Cazadores del Arca Perdida, hizo una filmografía variada en géneros, pero donde prevalecen las relaciones filiares, personajes sólidos que deben aprender a relacionarse con las personas que siempre tuvieron cerca, pero nunca reconocieron como tales. Toda la obra de Kasdan es el reencuentro de gente solitaria que no tuvo un rumbo y de repente debe reconocer que la persona que lo puede ayudar a salir adelantes es la que tuvo siempre a su lado o en frente. Y en cierta forma esos son los pilares de los dos primeros guiones de Kasdan también: un padre que se reconoce como tal frente a su hijo, y un arqueólogo que para encontrar una pieza mitológica antes que los nazis debe reencontrarse y pedirle perdón a un viejo amor. Como director, en cambio, no fue tan sutil. No disfrazó tanto el tema. Incluso un western épico como Wyatt Earp trata sobre la hermandad. Kasdan es uno de mis directores favoritos de los 80s y 90s. (Reencuentro, Te Amaré Hasta Matarte y El Corazón de la Ciudad, son tres grandes piezas). Lástima que la década pasada dejó dos obras mediocres. En cambio Jake, el primero de los descendientes Kasdan que agarró una cámara, prefirió seguir el camino de la comedia absurda más deliberada, donde no se puede pedir verosimilitud narrativa o personajes que desnuden su alma. A Jake le importa divertir sin demasiadas pretensiones, y por eso se juntó con el clan Apatow, siendo acaso el miembro más radical, en el sentido de que tiene una completa autoconciencia, así, como la tiene los hermanos Zucker o Jim Abrahams, que sus películas se desarrollan en un plano surreal. En cambio, Jon Kasdan parece volcarse más cerca de los gustos de papá, a juzgar por la película Entre Mujeres (2006). Paradojas del destino, Jake Kasdan parece un hijo perdido de Ivan Reitman, y Jason Reitman el descendiente directo del cine de Lawrence Kasdan. Con Malas Enseñanzas, se confirma que Jake tiene un buen pulso para llevar el humor, pero a la vez gran timidez para elevar el producto. De hecho si uno sigue la filmografía de Kasdan Jr, pareciera que estamos siguiendo a un joven John Landis y que Malas Enseñanzas debería haberse convertido en la Escuela de Animales de nuestros tiempos. ¿Qué pasó? ¿Por que no podemos encontrarnos con una perfecta sátira a la educación media estadounidense? Ya en Orange County (su segunda obra), Kasdan se manifestaba contra la ineptitud del estudiantado y los profesores en las universidades prestigiosas, y ahora arremete contra un colegio primario. El problema, que era el mismo en Orange… es que no se separa de su protagonista, y no se anima a abrir el abanico, aunque tiene posibilidades, porque personajes no le faltan, pero todo gira alrededor de la meta de la profesora que interpreta con una solvencia, maravilla, admiración y altura humorística de las mejores divas de la historia del cine, Cameron Diaz. Su Elizabeth Halsey es el centro de toda la película. A diferencia de otros personajes con los que ha sido comparada (Jack Black en Escuela del Rock, Billy Bob Thorton en Un Santa no Tan Santo o Los Osos de la Mala Suerte) Elizabeth es realmente quien dice que es, no está metida en esta escuela por error o equivocación. Es una maestra desastrosa. Un ejemplo deplorable de persona que no parece encajar con el hermoso rostro de Diaz, pero la actriz de La Máscara ha madurado y convertido tanto su belleza, como sus limitaciones en herramientas a la hora de elegir guiones y resolver personajes. Por eso Elizabeth está creada para los zapatos de Cameron. La diva se ríe de sus pechos, de sus relaciones sentimentales y procesa todo de forma tal que no queda ni como rubia boba, ni como sex symbol grasoso. Es una comediante de raza. Una lastima que el resto del argumento no se sostiene. Si bien es jugado por parte de Kasdan que cada secuencia se ate prácticamente con alambre con la anterior o la siguiente, la gracia de la actriz saca adelante una película mediocrísima. Y no está sola por suerte: Lucy Punch (otro descubrimiento de Woody Allen) es una antagonista perfecta, odiosa, pero que le escapa al estereotipo. Y con estos dos personajes, la película avanza ágilmente sin posibilitar que el espectador reflexione demasiado sobre lo que está viendo y se divierta sin tapujos. Ambas son sexis, maliciosas, queribles y molestas a la vez. Merecen ser castigadas de alguna forma. El elenco masculino está completamente de más. Ni Jason Segel o Justin Timberlake logran destacarse porque repiten personajes que ya han vivido en el pasado. Probablemente se la acuse de misógina, pero me parece que en este caso, Kasdan (a diferencia de Michael Bay, por ejemplo), lleva el fetichismo hasta un extremo tan ridículo que no se puede tomar en serio. La falta de cohesión narrativa permite que la película tenga ciertos aires de las primeras adaptaciones de sketchs de Saturday Night Live a la pantalla grande. E incluso hay un cameo de una ex integrante: Molly Shannon. Pero en el medio algo se pierde. El humor escatológico no siempre funciona, y la ausencia de un hilo narrativo sólido empieza a cansar. Las escenas de Elizabeth drogándose son reiterativa y pierden efecto humorístico. Incluso credibilidad diegética. El final aparece de forma forzada, incomprensible con el resto de la película. Como si el estudio hubiese desaprobado y descartado el final original e impusieran este que no termina por convencer. Además, como ya dije antes, hay suficiente personajes secundarios atractivos con buenas interpretaciones que hubiesen permitido abrir el abanico: darle más cabida a las subtramas relacionadas con la relación del director con los delfines, los personajes infantiles quedan injustamente relegados, y se podrían haber explotado más. Kasdan se burla sin filtros de otras películas con maestros como: Stand and Deliver (1988), Mentes Peligrosas (1995), Scream (¿?) y toma como referencias escondidas a clásicos como Escuela de Animales(1978) Fast Times at Ridgemont High (1982), Experto en Diversión (Ferris Buller, 1987), El Arte de la Seducción (2006), aunque quizás la más obvia sea Maestros (1984) de Arthur Hiller. Aunque el estilo visual es más comparable con la sequedad de Zwigoff. Discreta, no del todo desechable ya que tiene momentos humorísticos efectivos, pero bastante olvidable, Malas Enseñanzas, confirma que Jake Kasdan no tiene hasta el momento, el suficiente talento que tenía el padre a su edad. La película arremete contra la falta de inspiración de las nuevas generaciones, la estupidización, de la que Kasdan como realizador parece estar reflejado. Se extraña al Kasdan más intelectual de la ópera prima, Efecto Zero (1998). Igualmente, si la clase, la sigue dando Cameron, está todo perdonado. Pero están aprobando, con la nota justa.
Al contrario de lo que puede pensarse a simple vista este nuevo largometraje del actor Beavois no habla sobre religión. Tampoco es cine político en sí. Habla sobre dilemas morales, acerca de que lugar ocupa uno en la sociedad, y si se debe dar un paso al costado para proteger la vida propia o luchar hasta el final por una convicción o una ideología. No importa tanto que religión sea la que profesan los monjes recluidos en ese monasterio en Argelia. Ellos ven a todos como iguales. Y los extremistas musulmanes que los amenazan, tampoco lo hacen porque ellos se opongan a la religión. Des Hommes et Des Dieux habla sobre como un bando lleva su ideología pacifista hasta que su vida corre peligro y como otro bando hace lo mismo, pero a través de la violencia. Ojala el mundo se pudiera definir tan fácilmente ¿no? Pero justamente a este lenguaje simple, coloquial sencillo y sutil, apela el director. A demostrar que el mundo no debería ser complicado. En uno de los diálogos más inteligentes, un anciano argelino intenta comprender porque un muchacho mató a su nieta, solo porque no traía puesto un manto sobre el pelo, si ambos eran de la misma religión y hablaban el mismo idioma. Construida sobre un guión sólido, personajes creíbles y diálogos verosímiles, inteligentes, que abren lugar al debate, además de una puesta en escena rigurosa, con una fotografía magistral, tanto en interiores como especialmente en exteriores, donde se aprovecha la geografía de la región sin alardear, el film de Beavois, peca de alguna que otra escena redundante, pero nunca pierde el ritmo. El elenco es fundamental, pilares maravillosos para sostener cada acción y diálogo. Incluso en los momentos de mayor suspenso, uno puede refugiarse en la calma de los actores, para no escaparse del mundo. Lambert Wilson, Michael Lonsdale y especialmente el veterano Jacques Herlin, se destacan en esta recreación bastante libre acerca de una historia real acontecida en 1995. Meticulosa y sin pretensiones, esta película, tiene la sencillez pero la tensión de una 12 Hombres en Pugna, de nuestros tiempos.
El mayor planteo que genera el film de Idelson es ¿qué es? Está bien, no es un plomo, no es un documental, no es una obra experimental ni vanguardista. ¿Es una mezcla de todo? Posiblemente, pero no me parece cine. Apenas un mero ejercicio universitario: ¿qué imágenes ponerles a populares canciones de amor de todos los géneros? Hay canciones en versiones originales, hay covers y hay versiones españolizadas. Imágenes que pegan muy bien, otras que no pegan y una tercer mirada provocativa que no entiendo que pretende generar. ¿Un striptease? ¿una empleada doméstica limpiando un inodoro? ¿Pretende hacer una crítica social o simplemente burlarse de los gustos populares? Estas incongruencias en las intenciones son las que provocan que este film sin fin ni principio, sea solo una mera curiosidad. Estéticamente está cuidada, y hay encuadres curiosos, pero es muy irregular. La directora, además señala a malos imitadores y parece burlarse de ellos, y si esa no fue su intención, lo que genera es que el público se ría de ellos (no con ellos), lo cual termina siendo bastante malintencionado.
El Camión Grúa que Sabía Demasiado Poco Cuando voy al cine a ver una película de Pixar, voy con otra predisposición que la habitual. Al igual que cuando voy a ver una película de Eastwood o de Spielberg o de Scorsese. Son directores especiales, sus obras son especiales. Me llevan a encontrarme con mi niño interior, como aquella famosa y maravillosa escena de Ratatouille en la que el crítico culinario prueba la comida que le da origen al título de la película y regresa a su infancia. Ese sentimiento es el que encuentro en las obras de estos autores, y con las obras de Pixar más que nada. Tras ver la reacción de varios colegas después de la exhibición de Cars 2 ante la reacción que habían tenido sus hijos o chicos de corta edad frente a la misma, creo fervientemente que Pixar hace películas con la misión de encontrar ese niño interior, más que con la intención de llegar al niño de hoy en día, lo cuál nos hace entender, que los realizadores, buscan encontrarse con su propio niño interior, y por lo tanto a esta altura, con el éxito mediante, pueden tener la impunidad de hacer lo que quieran en medio de un Hollywood que se rige más que nunca por tendencias y por encontrar lo que el público busca. Pixar en cambio va en la búsqueda de lo que el público necesita. Y ese niño interior no se encuentra conectando al adulto con algún producto propio de esta década, sino de la época en la que se crió. Por lo tanto no me sorprende encontrarme con amigos que me comenten que sus padres vieron Wall E o UP y se emocionaron durante toda la obra, que mis propios padres se hayan conmovido con los primeros 15 minutos de la película de Pete Docter o yo mismo hacerme un replanteo acerca de si tengo que vender o no los muñecos que marcaron mi infancia tras ver Toy Story 3. Eso provoca en mí el cine de Pixar. Y pareciera que tras Ratatouille esta misión, es una declaración de principios. Y mi infancia estuvo marcada por dos subgéneros que no eran tan populares en aquella época: el misterio detectivesco en literatura y el espionaje industrial en el cine, pero filtrado con humor. Para ponerlo en ejemplos concretos: siempre fui un gran fanático de Sherlock Holmes y Hércules Poirot, y sobretodas las cosas, soy un declarado fanático de James Bond y el Superagente 86, a la que considero la mejor serie de todos los tiempos. Me encanta volver a ver los mismos capítulos y me sigo riendo con los mismos ingeniosos chistes de Don Adams supervisados por dos genios del humor como Buck Henry y Mel Brooks. Tomando esta referencia, y que además me encantan comedias de enredos de espionaje, consideradas menores, como Espías como Nosotros, las dos versiones de El Hombre con Un Zapato Rojo (la primera con Pierre Richard, la segunda con Tom Hanks) y El Hombre que Sabía Demasiado Poco (con un Bill Murray ideal), Cars 2 me parece una película gloriosa. Ya en su época había defendido la primera parte, una obra sentimental, nostálgica que remitía al cine capriano con un argumento Doc Hollywood (olvidable película con Michael Fox). La belleza visual, el meticuloso diseño sonoro y lo queribles personajes, la convertían en una obra diferente de Pixar, más romántica, menos infantil. Hay que recordar que Cars fue la última película del GRAN PAUL NEWMAN. Por lo tanto en la secuela no falta el homenaje. Los protagonistas de Cars: el Rayo Mc Queen, Tom Mate, Mustang Sally son realmente tan o más queridos por John Lasseter, impulsor y presidente de Pixar, que Woody o Buzz Lightyear. A pesar de que no tuvo el éxito o la respuesta ideal, Lasseter sorprendió a todos cuando encabezó el proyecto para la secuela. Sin embargo esta vez, a diferencia de Toy Story, decidió virar completamente el rumbo de la historia. Llevar a los personajes alrededor del mundo, sacarlos de su pequeño y romántico pueblo en la mitad de Colorado y transponerlos en Japón, Italia e Inglaterra. Una jugada arriesgada, pero más arriesgado aún es haber cambiado el género y al protagonista de la historia. Esta vez no es una comedia romántica, sino de comedia de espionaje industrial, propia de la época de la guerra fría. No se trata de Austin Powers que es una sátira. No es lo mismo. Las sátiras obras sobre el mundo Bond son burdas, vulgares y poco inspiradas. Tampoco es el diplomático Jack Ryan, el existencialista Jason Bourne o el último y sensiblero James Bond. Esto es espionaje de la vieja escuela. Y funciona, y es entretenido y es mágico y es divertidísimo. Lo que hubiese dado por ver Cars 2 cuando era chico… Por otro lado, el cambio de protagonista confirma la búsqueda de Pixar por establecer a hérores hechos chatarra. Pixar reinvidica la chatarra, lo viejo, lo que está pasado de moda. Como los juguetes artesanales, como los monstruos bajo la cama, como los robots maltrechos. Mate, el verdadero protagonista de Cars 2 es primo hermano de Wall E, por así decirlo. Una serie de confusiones lo llevan a acompañar a su mejor amigo, Rayo Mc Queen por todo el mundo, y posteriormente ser confundido con un espía estadounidense por un Aston Martin de MI6 (cuya voz original pertenece a Sir Michael Caine, el mayor lujo del elenco), o sea el mejor espía británico (no podía sea otro coche, obviamente). Como en todas las películas de Pixar, las secuencias iniciales anticipan la magnificencia de lo que veremos, y Finn McMissile es un personaje soberbio como protagonista de la misma: elegante, astuto, arriesgado. La misión es detener un complot para destruir este World Prix donde Rayo Mc Queen es favorito junto a un Formula 1 italiano (con la voz de John Turturro, hilarante). Si bien Cars 2 lleva la misma estructura narrativa que todas las obras de Pixar sorprende la falta de solemnidad, sentimentalismo, pretensión emotiva que esta vez Lasseter decide aportarle a la obra, lo cual, la convierten en un obra más fiel al género que decide transmitir, más transparente, divertida y entretenida. Pude imaginar, más por cultura cinéfila que por guiños de la película, quien era el villano, pero a la vez todo esto suma para entender el fanatismo que tiene Lasseter con el género, para respetar las reglas impuestas. De hecho, parece respetar más estas reglas que las que los estudios podrían imponerle. Ideológicamente es mucho más ambigua que otras películas. La fidelidad que tiene con la idea “todo lo pasado es mejor” (emparentado con lo que plantea Woody Allen en Medianoche en París), provocan que desestime la moralina ecológica que parecería impulsar al principio de la trama, y que iría acorde a Wall E. Lasseter opina como The Who: “miren al nuevo jefe es igual al viejo jefe”. Por lo tanto resulta contradictorio que se tire a favor de una gasolina natural en vez de las nuevas gasolinas ecológicas. Un detalle que vale la pena resaltar. De esta misma forma, vuelve a reinvidicar la cultura hippie y la amiga, aunque suene utópico, con la entidad militar (vale aclarar que la entidad militar estadounidense clásica no tiene el mismo significado que la entidad militar argentina). Estas contradicciones o fantasías Lasseteriana, provocan que Cars 2 sea una obra personal, políticamente incorrecta, que no se deja llevar por tendencias, modas o propósitos de la cultura televisiva. Con Mate como protagonista se rescata la idea del tonto que se convierte en héroe, primero por error y después por méritos propios. Mate, es maravilloso (mucho influye la voz de Larry, The Cable Guy, un comediante ignoto en nuestras pampas) y sin dudas es mucho más interesante, con mayores matices, que el Rayo Mc Queen. El cine estadounidense ha dado grandes antihéroes concientes de sus torpezas (desde los personajes de Woody Allen hasta Forrest Gump se podría decir), pero Mate sube un nivel, revierte sus errores con gracia e inteligencia. Mezcla, como ya dije de Wall E, Ralph (el inolvidable personaje de John Goodman en Un Rey de Peso) o Clark Griswold (Chevy Chase en la serie Vacaciones) en, Mate empatiza con el hombre común, con la persona honesta que no tiene doble discurso ni malas intenciones. Un personaje puro, molesto por su comportamiento, pero a la vez querible. Una mezcla de personaje equivocado en el momento y lugar equivocado, propio del ideal hitchcoiano con el personaje ordinario capriano que se encuentra en un entorno extraordinario. Más allá de sus protagonistas, vuelve a asombrar la imaginación y perfeccionismo de la familia Pixar para crear este mundo de autos y hacerlo tan verosímil con el mundo real. Prestar atención a los decorados, a los detalles estéticos de cómo está diseñado Japón, Italia e Inglaterra. No quedan detalles afuera. Todo es fantástico. Ya es imposible encontrar palabras para elogiar el diseño sonoro visual de la obra Pixar. Es un manjar para los ojos. El 3D nuevamente es usado con sabiduría, mejorando la sensación de profundidad de cada escenario. La banda sonora, esta vez, a cargo de Michael Giacchino acompaña dinámicamente el ritmo de acción con un leit motiv propio de las películas de espionaje y similar a la creada para Los Increíbles (película con la que se emparenta bastante Cars 2 por la influencia setentona). Además Caine, The Cable Guy y Turturro, también aportan sus voces Emily Mortimer, Owen Wilson y el mítico Franco Nero, en una hermosa escena en una villa italiana, homenaje al cine de postguerra. Se destaca el mensaje de amistad de la película. El motor que impulsa la historia, la meta de la obra es resaltar el valor de la amistad por sobre cualquier otro sentimiento, incluido el amor. La relación de Mate y Rayo se empieza a convertir en una de esas parejas emblemáticas del cine. No es Woody y Buzz. Es más cinematográfica: son el gordo y el flaco, Abbott y Costello. El equilibrio entre el galán ingenioso, y el feo tonto, es una combinación, una fórmula que nunca deja de funcionar. Y siempre, se termina destacando el feo tonto. Por eso Mate es el protagonista ideal de Cars 2. Con un guión más sólido, personajes soberbios, un hipnótico diseño visual, una historia fantástica que mezcla espionaje, screwball comedy y buddy movie, Cars 2 supera en gran medida a su predecesora y no tengo ningún inconveniente en afirmar que se trata de la mejor obra de Pixar tras Toy Story 3 y Wall E. Y aunque es muy temprano para decirlo, quizás sea la mejor película del año. Propongo a los que la están destrozando, que la vuelvan a ver, analicen su guión redondo, superior al de UP incluso, su fidelidad idealista, su perfección narrativa. Recomiendo que dejen de verse los pelos del ombligo que le salieron siendo adultos, y se reencuentren con su niño interior, cuando las películas le gustaban porque las miraban por puro gusto y no por obligación profesional. Al igual que con la reseña que escribí el año pasado de Toy Story 3, aclaro que la calificación a continuación no es un error.
Tras la experiencia de Los Labios (conjunta con Santiago Loza), Fund viaja nuevamente al interior del país, precisamente a su pueblo natal de Entre Ríos para “contar” dos películas. Por un lado, la historia de una familia de jóvenes costureras. Esta primera parte, de este grupo de hermanas/amigas tiene un tratamiento estético similar a Los Labios, pero con menor carga social. Es un retrato de costumbres, rutinas, sentimientos compartidos narrados con un estilo seudo documental. El hilo narrativo es mínimo. Hay una búsqueda (que no voy a develar) y un “miedo” latente. Honestidad y sencillez. Fund utiliza la cámara como una testigo de los acontecimientos cotidianos de la vida. La segunda parte de la película es menos severa y más autoconsciente. De hecho se parece a un backstage de la primera historia, aunque la primera sucede temporalmente posterior a la primera, a pesar de que comparten personajes. El viaje de un equipo de rodaje. También se registran los vínculos familiares y entre el diario de filmación se filtra una mínima historia. En la observación de lo cotidiano se extrae lo extraordinario. Quizás por buscar siempre, ese conflicto, ese elemento que se sale de la rutina no observamos el contexto que nos rodea. Algo que parece interesarle a Fund. Lo otro, lo que pasa atrás. A diferencia de algunos colegas, yo creo que existe “algo” en Hoy No Tuve Miedo: una búsqueda estética, una forma de representar cosas que no se ve, una búsqueda de un lenguaje que no es convencional, pero a la vez es sencillo y directo, de pura contemplación.
Destrucción Total (¿Y si Megan Fox no Estaba tan Errada?) Según Michael Bay, la razón por la que Megan Fox no quedó seleccionada para participar de Transformers: El Lado Oscuro de la Luna, fue porque comparó al director con Hitler y Napoleón por la estricta forma de dirigir a los actores y el equipo técnico. Según Bay, la decisión la tomó Spielberg, productor ejecutivo, que lo sintió como una ofensa personal y antisemita. A Bay pareció no importarle, le molestaba más que la actriz esté todo el tiempo mandando mensajitos por el Blackberry. ¿Y si Fox decía la verdad? ¿ Y si la sex symbol en realidad no es tan estúpida como pensamos y la comparación tiene sus fundamentos? La tercera parte de Transformers no hace más que demostrar que Bay tiene una ideología netamente nacionalista y peligrosa, incluso. Admito que la primera parte me había gustado. Creo que fue más bien la sorpresa de encontrarme con una adaptación bastante fiel a la serie animada y que los robots en cuestión eran sin duda asombrosos, al igual que sus transformaciones. Las interpretaciones humanas en cambio, eran de plástico (a pesar de que participaban Jon Voight y John Turturro entre otros). Pero había cierta nostalgia, fidelidad, cancherismo que le quedaba bien. Además era la primera vez que conocíamos a la hermosa moracha de ojos claros. Pero en la segunda, Bay derrapó e hizo de las suyas como siempre: si Armageddon era una película grasosa que se regodeaba en la publicidad y video clip noventoso, con aires pretenciosos (pero el carisma del elenco la salvaba), Transformers 2 era una sobredosis de grasa. Grasa de autos, de transpiración masculina y femenina, cuerpos esculturales que parecían sacados de una película erótica mediocre, los peores fetichismos del cine de los ’80 de Tony y Ridley Scott se acumulan en el cine de Michael Bay, pero sin la capacidad narrativa que tiene el cine de los hermanos británicos. Bay es acción, explosiones y misoginia elevados a una potencia de vacío cinematográfico y narrativo. No importa si los guionistas son realmente malos, Bay se ocupa de destruir cualquier guión. No sabe contar con imágenes las palabras, entonces apela a una acumulación, sobrecarga de efectos especiales, persecuciones, acción desproporcionada e inverosímil. Y lo peor, es que no divierte, no transmite tensión, no se genera suspenso. Transformers 2 era básicamente un almanaque de taller mecánico y no mucho más. Ni siquiera se disfrutaban los efectos especiales, ni las transformaciones, ni las peleas, que eran ininteligibles para el ojo humano (quizás sí para el robótico). Con Transformers 3 tenía expectativas de que haya aprendido de sus errores (como dijo en una entrevista), y haya mejorado algo, regresando a la aventura inicial. Los primeros 5 minutos me entusiasmaron. Un prólogo que sucede durante la carrera espacial de Estados Unidos por llegar a la luna. Una truca en la que se mezclan personajes históricos con los actores ficcionalizados me dio pie a especular que esta tercera parte, podría ser un poquito mejor al menos que la secuela. Lamentablemente no fue así. Empeora. Esos primeros 5 minutos son un engaño en todos aspectos. De hecho, tampoco es novedoso. Zemeckis lo hizo mejor en Forrest Gump y Contacto (hay varias similitudes narrativas con esta) y Zack Snyder, que, de hecho no es un director que me cae demasiado simpático fue mucho más meticuloso con el comienzo de Watchmen. Pero Michael Bay filma más rápido y le importa un bledo que el montaje final quede bien. No es meticuloso. Y esta vez se nota más que nunca. No es casualidad que firmen tres montajistas. Es horrible la edición. Hay errores de continuidad muy groseros. O quizás los noté porque la acción en cierto punto ya me aburría tanto que tenía que pensar en otras cosas. Además la idea de que el cine puede cambiar la historia o darle una explicación fantástica a ciertos hechos reales de la historia, ya fue mejor realizada en Hombres de Negro I y II de Sonnenfeld, Bastardos sin Gloria de Tarantino, las ya mencionadas Gump y Watchmen, y últimamente en la comedia de Woody Allen, Medianoche en París. Pero más allá del absurdo, pretencioso, incoherente argumento inicial de Ehren Kruger, un especialista en malograr adaptaciones (fue el irresponsable del guión de Scream 3, lejos la peor de la saga), tenemos un detalle fundamental y es que toda la película es inconexa e incoherente y no hay un solo plano que lo admita. O sea, incluso hay cierta conciencia en Roland Emmerich, de que está haciendo un film clase B sobre la destrucción del mundo. Sí, miren que malo que es el cine de Bay, que un film mediocre, como 2012 sale bien parado a comparación. Sin ser lo más interesante del holandés (me quedo con Stargate y Día de la Independencia, e incluso con algo de Godzilla), el último film tenía una gran secuencia de destrucción que todos los medios aplaudieron: cuando se destruye Los Angeles. Transformers 3 es destrucción tota,desprejuiciada, y completamente idiota, sinsentido. No hay rastros de que Bay pida perdón con alguna cita cinefila. Si Michael Bay parece que solamente vio publicidades y video clips en su vida. Quizás la única película que vio fue Top Gun, y basa toda su filmografía en eso. Y vamos a admitirlo, aunque sea de culto, no es lo mejor de Tony Scott, ni una gran película. Solamente un hito, lo que hizo realmente famoso a Tom Cruise. Una lástima que la cinefilia Spielbergriana no dice presente. Aunque hay un obvio homenaje a Jurassic Park, que me despertó la única risa durante los eternos 154 minutos que dura la película. Michael Bay logra algo que parece imposible: abrumar con las escenas de acción, aburrir, tan repetitivas, tan monótonas son que todo el resto carece de imaginación. Y los efectos ya no causan novedad. Es un pecado, un crimen comparar estos efectos con los de Avatar, incluso. El CGI ya no sorprende. Al menos como lo usa Michael Bay. Los giros narrativos son los mismos de la antecesora. ¡Ya sabemos todos que los Autobots no se van a morir en la mitad de la película! ¡Hiciste lo mismo en la 2! ¡BASTA! Y no me importa que sea un spoiler. Me abruman los cameos humorísticos. Me encantan Turturro y Malkovich, pero esta vez me saturaron también. El nivel de estupidización a los que los somete es humillante. Al principio me caían un poquito simpáticos sus personajes, pero el resto de las participaciones me terminaron cansando también. Sí, tanto la humanidad como los robots me parecieron insoportables. A favor puedo decir que la ausencia de Fox le dio excusas para evitar caer en la grasada esta vez. Cambió a la morocha rebelde y mecánica por una fina modelo rubia, Rosie Huntington – Whiteley, a la que sacó de una catálogo de Victoria’s Secret. Y no es mentira. El resto de las mujeres (excepto la gran Frances McDormand) corren la misma suerte. No me sorprendería que el casting femenino lo haya hecho, dando vueltas en una limo con las más atractivas mujeres que identificaba en los boliches top de California. Además no hay un solo personaje que no tiene un bronceado californiano perfecto. Desde Malkovich hasta Shia LaBeuf, todos parecen haber pasado por el mismo solarium que George Hamilton. ¿Así es la vida allá? ¿allá son las mujeres allá? Es insultante al género femenino sin duda, la visión misógina de Bay. Comparable a la de Santiago Segura en Torrente, pero destaco, el español es mucho más simpático. Siguiendo con las interpretaciones, (porque hablar de los efectos, la trama, las transformaciones es impúdico) se podría decir que esta tercera parte tiene las mejores y las peores actuaciones de la saga: dentro de lo peor podemos citar a los ya mencionados Malkovich y Turturro (los prefiero junto a Adam Sandler o los Coen para eso), la novata Huntington – Whiteley (Megan Fox queda como Meryl Streep en La Decisión de Sophie a comparación de la inexpresividad de esta chica. Igual no es su culpa, es su primer rol y está mal dirigida) y Shia LaBeuf que ha firmado un pacto con el demonio con esta saga, derrochando quizás una promisoria carrera tras la última Indiana Jones. Entre los desaprovechados (en punto neutro) aparecen Josh Duhamel, Tyrese Gibson y Kevin Dunn. Y lo mejorcito viene del lado de los que nunca fallan y quizás no tienen tanto renombre: los comediantes Ken Jeong (con pequeñas similitudes con el personaje de ¿Qué Pasó Ayer?), sus cinco minutos son brillantes; el maravilloso Alan Tudyk, reconocido por Muerte en un Funeral y la serie Firefly, y la gran Frances MacDormand, que logra hacer verosímil cualquier cosa. Incluso sorprende Patrick Dempsey en el inusual rol de villano. Es bastante capaz el actor de Grey’s Anatomy cuando lo sacan de su rol de carilindo solamente. Sino fuera por esas actuaciones me habría escapado de la sala, porque el tedio de la última hora me pareció insoportable. No hay mucho que destacar en las voces. Peter Cullen con Optimus Prime ya no causa nostalgia, Hugo Weaving como Megatrón es irreconocible, y es una lástima que Leonard Nimoy como el ambiguo Sentinela Prime no adquiera más personalidad (aun cuando se lo ve en una tele como el Dr. Spock y se hace cita varias veces a la serie clásica). Los diálogos son infumables: una sarta de estupideces explicativas y discursivas, falso patriotismo sin límites. Es una frase incoherente, anticinematográfica tras otra. Lo peor que ha escrito Kruger. Y el discurso ideológico: los Autobots destruyendo bases en Irán, apoyando al ejército estadounidense; Optimus Prime reivindicándose como un asesino despiadado (“ya no seremos más pacíficos, ahora queremos la guerra”, anuncia en un momento), al igual que el personaje de Sam Witwhiky. Todos terminan siendo ejemplos del estadounidense promedio que apoya la venganza por mano propia. Según el nivel cultural de Bay, los rusos siguen estando en la Perestroika y son unos atrasados e ingenuos por eso. ¿Dónde se ha quedado este tipo? Claro, no pasó de mediados de los ’90. Miren como filma. No cambió su estética, no se renovó. A pesar del 3D, sigue filmando video clips y publicidades con la estética Baywatch de mediados de los ’90. Horrible. El retraso mental (en sentido ideológico, se entiende) de este hombre no hacen más que confirmar las acusaciones de Megan Fox. Sí, es nazi y facho. Pero si quieren un ejemplo más concreto, no hace falta más que juntar al personaje de Dempsey y Malkovich. Los dos jefes de la película: ambos toman conciente o inconcientemente, el comportamiento y la actitud que Bay transmite y de la que se habla en sus obras. Sí, llegue a odiar a este pretencioso autor de talento mediocrísimo, hipócrita, anticinematográfico. Ha destruido una de mis series animadas favoritas de todos los tiempos, y por eso mismo merece este linchamiento público. Ya que le gusta, disfruta, se relame morbosamente destruyendo el mundo y vidas humanas, acá tenés esta destructiva crítica. Tomá un poco de tu propia medicina, ¿a ver como te cae? Mirá, si la va a leer…
El Arte de lo Imposible No voy a ser hipócrita. Estoy viviendo un momento bastante deprimente de mi vida. No quiero hacer catarsis por este medio, pero hay momentos de mi presente, que me cuesta creer estar transitando. Soy una persona pesimista que cree haber nacido en un momento inoportuno de la historia. No me identifico con el siglo XXI. Me hubiese gustado nacer en los ’50 o en los ’60 admito. Aun cuando políticamente eran épocas convulsionadas, peligrosas, me pregunto constantemente como habría sido mi vida habiéndome desarrollado durante esos años, con quién me relacionaría, cuál sería mi visión del mundo y la juventud de hoy en día. Hoy le temo al porvenir. Lo veo oscuro. Pienso que “Todo tiempo pasado fue mejor”, lo admito. Me gustaría sentarme en un café con Don Angelito y contarle la situación que vive el club de sus amores, imaginar que habría dicho, como reaccionaría, y sobretodo la manera en que habría resuelto, desde el pasado, los errores del presente. Pero la imaginación es poderosa y traicionera. Sería muy lindo que venga el Doc Brown en un DeLorean y me busque para cambiar la historia, o al menos seguir los consejos de alguna persona que considero hoy en día, como influyente en mi vida. Poder establecer diálogos con Hitchcock, Billy Wilder, Orson Welles y rebatir a todos los estúpidos que los etiquetaron a través de una visión superficial de sus obras. Al menos que me venga un pasaje de avión del cielo, y concertar una charla con Woody Allen, para aprender y al mismo tiempo felicitarlo, porque hace dos días me demostró porque me enamoré por primera vez del género cinematográfico, de la literatura, del arte en sí mismo. Medianoche en París nos trae a un Woody Allen auténtico, mágico, nostálgico, pero sobretodas las cosas, cinematográfico, culto, intelectual y filosófico, admirador de todas las artes, meticuloso. Me encanta Allen, pero admito que desde hace mucho que su obra es bastante irregular. Me gustaron sus thrillers con influencias shakesperianas y de teatro griego como Matchpoint y El Sueño de Cassandra, que muchos han criticado. Me pareció profunda Vicky Cristina Barcelona y me reí con elementos aislados de dos obras “menores” como Scoop o Que la “Cosa” Funcione. Me aburrí, me pareció superficial, repetido en Conocerás al Hombre de tus Sueños, pero Medianoche en París nos devuelve al Allen que sabe que el arte da la posibilidad de crear y hacer creer lo increíble. Que en la ficción es posible que no haya límites espacio temporales, que no hace falta justificar tales inserciones fantásticas, porque lo que importa es otra cosa, es la mística, el mensaje, la posibilidad que da una cámara de transformar el mundo, la historia. Así como Tarantino cambió el final de la Segunda Guerra Mundial en Bastardos Sin Gloria y nadie se molestó por eso, así como Buñuel era capaz de revivir una y otra vez a la burguesía, impedir que salgan de una habitación por razones inexplicables, y que sin necesidad de introducir una justificación material, el propio Allen conseguía que los personajes de una película salieran de la pantalla, se enamoraran de los espectadores y los aconsejaran de cómo vivir su vida, esta vez, convierte a París en una fiesta, como diría Hemingway. El protagonista, uno de los tanto alter egos que Woody habría interpretado diez o quince años atrás, necesita entender su vida: está inseguro sobre su obra literaria, sobre su matrimonio, sobre las razones por las cuáles debe seguir enamorado de París y no volver a Estados Unidos. La respuesta será un viaje en el tiempo, que solo se justifica cuando el reloj dan las doce de la noche. ¿Fantasía? ¿Realidad? No importa, Gil viaja a la década del ’20 para encontrarse con Cole Porter (es común que Allen use música de Porter, pero esta vez, además lo incorpora a la acción y aparece dietéticamente), es aconsejado por Scott y Zelda Fitzgerarld sobre relaciones románticas, y acerca de escritura por Ernest Hemigway. Ídolos del protagonista y el director, no solo adquieren un nivel fantástico, sino que resultan afables y familiares. Además Allen se da el lujo de mostrar su mirada sobre como eran ellos. No se preocupa por analizar las características que siempre se enaltecen en las respectivas biopics de los artistas mencionados. Además, tampoco subestima al espectador, da innumerables guiños, que aquellos que no conocen a los artistas mencionados, van a quedarse fuera del juego. El autor se da el lujo que su héroe cumpla con las fantasías qué él mismo o alguno de nosotros podría alguna vez satisfacer. Sí, sería hermoso compartir una amante con Picasso, viajar con ella a la Belle Epoque y sacar la conclusión de que cada uno pertenece a un tiempo específico por alguna razón. La magia, la gracia, el humor arquetipo de Allen son la fuerza motora de esta obra, pero hay que destacar a un elenco que con herramientas simples hacen verosímil lo imposible. Owen Wilson se relaja, más allá de que es uno de los tantos Woody Allen dando vueltas, y logra una interpretación franca, honesta, simple. Se destaca la interpretación de Michael Sheen como Paul, el rival británico de Gil. Pero los hallazgos también se dan en los actores elegidos para conformar a personajes reconocidos del mundo del arte como el cameo de Adrien Brody como Salvador Dalí o Kathy Bates como Gertrude Stein. Pero Allen no solamente es un “romántico”, nostálgico insalvable, enamorado de los más grandes artistas de toda la historia del mundo, sino también un cínico crítico de los críticos burgueses, de los intelectuales soberbios hipócritas que se creen dueños de la verdad y hacen sentir infradotado, subvalorado a aquel que no entiende lo que habla. Y si bien, hay algo de esa soberbia a Allen, lo que el director critica, en realidad es el modo, la clase social, cuestiona el elitismo europeo y lo compara con la “humildad” de los artistas de la generación del ’27, que con su arte combatían las diferencias sociales y creaban medios comunicativos diferentes a los habituales. Es cierto que se le puede critica que el tiempo presente no logra ser tan convincente como la puesta en escena del pasado, que algunos personajes quedan en el aire y Rachel McAdams está un poco desaprovechada, aunque la diva de película, es nuevamente Marion “el gorrión” Cotillard. Innumerables chistes internos (como los que se relacionan con el cameo de Carla Bruni) restan un poco de contención dramática al relato, pero si hablamos de protagonistas, Allen regresa a otra de sus obsesiones: la fotografía urbana. A diferencia de los directores más jóvenes que presumen ser “controvertidos” mostrando la periferia más desigual de las ciudades, el director de Annie Hall, siempre fue un optimista en este sentido, y prefiere mostrar a la urbes como un milagro de la creación del hombre. De esta manera resaltó la belleza arquitectónica de Manhattan, Londres, Barcelona, Venecia y ahora París. Visión turística, sí, puede ser, pero que hermoso es fotografiar París durante toda una jornada, su magia, su mejor fachada. Allen no apela tanto a gags esta vez, sino a la ironía e inteligencia discursiva. Los diálogos contienen múltiples lecturas, pero al mismo tiempo son sencillos, directos. Se puede pensar, incluso, como una de las obras menos pretenciosas pero más efectivas de su director. Con un cuidado estético impecable, encuadres pensados, colores provocativos, elementos que se extrañaban del mejor Allen, Medianoche en París es una gran fábula, un sueño seductor tan soberbio y brillante como la ciudad de las luces.