Hace un par de años, gracias Hernández Cordón, conocimos el cine guatemalteco y la película Gasolina. Este segundo film es una curiosidad bastante agradable. Empieza como si fuera un documental, entrevistando a Don Alfonso, un marimbista. La marimba es un instrumento autóctono de Guatemala, una especie de xilofón de madera con forma de pinball. Don Alfonso es amenazado de muerte por uno de los clanes mafiosos locales y se escapa con su marimba buscando trabajo. Un día se le ocurre formar una banda Heavy Metal, y recurre a Chiquilín, su sobrino, un joven de corta estatura, vago y bastante torpe, quien le presenta a Blacko, una especie de mezcla entre Ozzy Osborne y Pappo, que ha pasado de ser un satanista un pastor judío evangélico. Las cosas a partir de ese momento no funcionan como desean. El director hace hincapié en el contraste entre Don Alfonso y Blacko, y vamos explorando la personalidad de cada uno. El problema se da cuando Hernández Cordón prefiere cambiar el punto de vista, y mete como protagonista a Chiquilín. El personaje es querible, y de hecho es el que genera mayor empatía con el espectador, pero no funciona como hilo conductor ni motor narrativo. No se trata de un actor atractivos. Es demasiado torpe y termina cansando. El film es divertido. Tiene un humor sencillo, sutil, honesto, pero al mismo tiempo bastante surrealista con planos generales fijos y una estética a lo Aki Kaurismaki, donde lo cotidiano se transforma en inusual, lo costumbrista termina siendo casi surrealista. Hay una historia de gángsters que sucede fuera de campo y le aporta una cuota social, acerca de los peligros de las pandillas de Guatemala, pero el director decide no enfatizar en ese aspecto ni cayendo en el típico cuento moral latinoamericano que se quiere ver en el primer mundo. Acá no hay disparos, no hay peleas, no hay enfrentamientos ni acción. Todo es discursivo, pero permite que los personajes se desenvuelvan con libertad y autonomía, sin depender de efectos alienados de la estética elegida. Absurdo y patetismo, mezclado con una banda sonora bizarra en un contexto costumbrista. Lástima que el ingenio inicial se apaga, se agota y el relato se alarga innecesariamente. La anécdota deja de ser simpática, para volverse redundante y monótona. A pesar de eso, es un film atendible, curioso, que remonta con una gran escena final.
Con el Aperitivo no es Suficiente En la jerga gastronómica, el aperitivo es una comida en sí misma. No se trata de un componente del almuerzo o la cena. O sea no es la entrada o primer plato, sino una combinación de pedazos de comida y bebida que sirven para abrir el apetito, para picar antes de la comida propiamente dicha. Generalmente esta provisto por varios fiambres que no terminan de llenar (no confundir con una picada) y una bebida alcohólica dulce, que deja embobado, pero aún así no provocan que el comensal se de vuelta. La versión de la gigantesca obra de Olivier Assayas, Carlos, que llega a los cines porteños esta semana, es meramente el aperitivo de una obra aun mayor. Partes de, seguramente una obra excepcional, meticulosamente planeada y ejecutada por uno de los enfants terribles de la cinematografía francesa. Inclasificable cineasta, Assayas puede ser motivo de estudio gracias a que tiene una obra vasta y versátil. Donde la accion puede devenir del espionaje industrial y de ahí pasar a un pequeño cuento familiar, intimista. Siempre con una visión estética definida y mucha cinefilia de por medio. Es que Assayas es un realizador que se mamó de Les Cahiers du Cinema hasta que lo echaron y luego se convirtió en uno de los directores más criticados por sus colegas, por sus técnicas poco acordes con el resto de la filmografía francesa. Para el cine de autor es demasiado comercial, para el cine comercial es demasiado independiente, demasiado artista Y Carlos, quizás su obra menos personal en lo forma es una representación del genio de un director que no da su brazo a torcer y mantiene intacta su firma cinematográfica, aún con un productor pensado para la televisión francesa. Sin embargo, como Assayas piensa en la pantalla rectangular, Carlos merecía verse en salas como la gente, y ante la negativa de los productores para que se lance completa o al menos en dos partes (como sucedió con El Che), Assayas mismo se encargó de recortarla exactamente por la mitad (de 330 minutos pasó a tener 165) para que se puede apreciar cinematográficamente. Sin embargo, más allá de que se puede llevar muy bien el ritmo y la historia, lo que termina haciendo Assayas es justificando la realización de la miniserie, reivindicando sus primeros propósitos: Carlos debe verse completa, 5 horas y media con el culo pegado a la butaca. Y pongo la firma: en ningún momento aburriría. Porque los 165 minutos se sienten y se hacen demasiado escuetos, cortos. Quedan muchos aspectos de Carlos afuera. Hay elipsis temporales, actitudes incomprensibles del personaje. El Señor de la Guerra La primera vez que lei acerca de Carlos fue en un revista Noticias en 1994, cuando lo atraparon y condenaron a cadena perpetua. Lo recuerdo nítidamente el artículo porque me pareció atrapante la historia de este hombre. Tres veces, se trató de llevar su vida al cine. La primera vez fue exitosa. El film se llamó El Día del Chacal (1973). Dirigida por el mítico Fred Zinneman basada en la novela de Frederick Forsyth, era un thriller que tomaba al personaje de Carlos, el hombre que para cometer sus atentados tomaba diversas personalidades, para ejecutar sus atentados, especialmente, un intento por asesinar a De Gaulle. Dicha obra sufrió dos mediocrísimas adaptaciones. La primera, El Chacal, con Bruce Willis y Richard Gere. Lamentable thriller sin emoción, predecible, repleta de lugares comunes. El segundo, un poco mejor, pero que salió directamente en video, Caza al Terrorista con Aidan Quinn y Ben Kinksley. Ambas de 1997. Sin embargo, todos se alejaban de lo que verdaderamente era Carlos. No se trataba solamente de un asesino despiadado, de un supuesto revolucionario marxista, de un mercenario. Lo que el film de Assayas captura es al hombre, al estratega, al negociador político. Se trata de un thriller político trepidante que reúne los mejores elementos de míticos films de espionaje y acción de la década del ’70 como los que hicieron John Frankenheimer, Alan Pakula, John Schlesinger, Ronald Neame, entre otros. Fue un periodo donde el mundo, como decía Shakespeare, era un gran escenario y servía de inspiración. La OLP, la KGB, el MOSSAD, la CIA, el FBI y la STASI se debatían el mundo en enfrentamientos clandestinos a la vistas de todos: atentados terroristas, ataques políticos, la lucha por el petróleo y la amenaza nuclear. Sí, nada cambio y Carlos es un oportuno reflejo de los ‘70s, pero tambien de ahora. En apenas 165 minutos Assayas logra resumir la tensión política que se vivía por entonces, y Carlos como personaje es un arma contradictoria de doble filo. ¿Se trata de un hombre convencido de la causa o de un guerrero que solo seguía sus propios intereses? ¿Acaso solo le importaba el dinero o detrás de esto había verdaderos deseos de ser un nuevo Che Guevara, pero sin necesidad de ser mártir? El personaje se nos va revelando lentamente. Sus miedos, su carácter, su inseguridad. Pero no se hace obvio nunca. Edgar Ramírez en el cuerpo de Carlos logra una de las más asombrosas interpretaciones de las últimas décadas. No solamente física (baja y sube de peso varias veces, su rostro se transforma a medida que pasan los años) sino más que nada emocional. Como mostrar las debilidades de un hombre que siempre debía ser fuerte y sólido para los demás. Ramirez lo logra con sutilezas. Assayas no emite juicio de valor, no lo trata como héroe ni tampoco lo villaniza. Le da un aspecto humano despreciable, pero aún así humano. En el suficiente trayecto para que el espectador logre empatizar con él y a la vez se sienta rechazado por los actos que comete. El director comienza esta versión en forma trepidante, contándonos como el ataque a un lider palestino lleva a Ilich Ramírez a ser el asesino más importante de la OLP. El climax llega cuando se infiltra en un congreso en Viena y secuestra a un gran número de ministros el 21 de diciembre de 1975. A pura cámara en mano, y perfecta elección de colores en la fotografía, el director mete al espectador en medio de los secuestrados y contagia la tensión y el miedo, al tiempo que se pone en la cabeza del protagonista, quien tiene que tomar decisiones que se contradicen a sus ideales, y a las de sus líderes. Durante una hora y media el film es vibrante, tiene dinámica, ritmo, energía. Tremenda. Pero después se va achicando. En la última hora, Assayas saca la picada y nos da de comer pedacitos de Carlos. El asesino más buscado deviene en notoriedad y el film cubre elipsis que justificarían la deplorable situación a la que llegaría en el momento es que es capturado. No se subvalora la inteligencia del espectador. Los baches que existen se pueden suponer, pero aún así se trata de una obra incompleta. Se espera, por supuesto, que el resto de los 165 minutos cubran algo más que los hechos propios, que Assayas muestra con solvencia narrativa, pero… Pero realmente terminamos conociendo más la historia, que ya fue bastante conocida, que al personaje. ¿Qué lo lleva a unirse en la OLP? ¿Cómo sobrevive? ¿El dinero viene solamente de las organizaciones terroristas? Assayas deja prácticamente de lado el tema de la identidad y la esquizofrenia del personaje. De hecho, no se camufla demasiadas veces a lo largo del film. Ramirez (actor), se transforma, pero si desde el guión no se justifican todas las acciones del personaje algo no funciona del todo. Entonces, toda la acción, el ritmo, la reconstrucción de los hechos, la meticulosa puesta en escena, donde se cuida cada peinado, cada vestuario, la música (excelente banda sonora), la escenografía y el modus de dialogar quedan relegadas cuando el personaje no termina por definirse. Más allá de esto, Assayas cumple con las expectativas: logra un film atractivo, extenso, entretenido, sensual, pero a la vez con una cuota de personalidad autoral que se denota en el armado de cada plano secuencia. No se filmaba así en los ‘70s, pero hay una fuerte influencia de movimiento Indie, que ayudan a llevar el ritmo. Por lo menos queda bien claro que la guerra es un negocio. Carlos es una gran producción que se pudo apreciar en Cannes, la televisión francesa y TV5 en nuestro país en forma completa. Los que la vieron no pararon de adularla. Fue filmada en casi todos los países donde se desarrolla la trama y me cuesta recordar un film donde se hablaran tantos idiomas para una misma trama: francés, inglés, español, sudanés, ruso, árabe, alemán, y nunca se producen confusiones o incoherencias. Cada actor pertenece al país que representa y esto ayuda a darle verosimilitud no hollywoodense a la película. Lástima que a veces, cuando se habla en español es tan cerrado que por momentos no se entiende… y no hay subtítulos obviamente. Si debo comparar esta película con alguna más contemporánea, el ejemplo más obvio es Munich de Steven Spielberg. Las historias de cruzan y los atentados se parecen. De hecho, durante mucho tiempo se pensó que Carlos estuvo involucrado dentro del secuestro al equipo olímpico israelí, pero no fue así. Si bien estructuralmente se conectan, Carlos debería haber sido el ejemplo cinematográfico de Spielberg y no a la inversa. Munich era un relato monótono que sucumbía por el alto nivel de sentimentalismo, solemnidad y grandilocuencia. Carlos, en cambio, carece de romanticismo cursi, de sentimentalismo, de obvia humanidad. Es una obra que no se detiene a sentir, sino que piensa, critica, da pie a la reflexión y discusión con un lenguaje directo, pero menos obvio. Es discreta, poco pretenciosa aunque parezca mentira e irónicamente, se camufla dentro de la cartelera. Lo repito, Assayas se ha superado a si mismo, demostrando una vez más en que consiste su rebeldía y versatilidad. Logra una obra monumental, que va a pasar por las salas con más penas que glorias, pero no porque el público no acompañe, sino porque el propio Assayas en su afán de llegar a más salas sucumbió: hizo su propio corte y nos deja a todos con la sensación de que el “aperitivo” es lo único que vamos a comer en la noche y/o al mediodía. Nos muestra el palito pero no nos da el dulce… Prometo ver la versión completa pronto y escribir un dossier de ello: por ahora lo único que este Carlos, (luchador contra el imperialismo, pero recortado para fines económicos) termina siendo un fragmento de metralla en la yugular: te deja con la vena abierta…
Culpa, redención y perdón. Básicamente, esas son las tres palabras que dominan este melodrama noruego, que cuenta con algunas situaciones similares a las que viven los personajes de los Dardenne. En sí, el argumento parece una combinación entre El Niño y El Hijo. Jan Thomas secuestra por divertirse a un bebé. Accidentalmente este se escapa y muere. 8 años después sale en libertad condicional y trata de rearmar una nueva vida, encontrando trabajo como organista de una iglesia protestante. Allá conoce a Anna, la pastora de la misma. Ella tiene un chico muy parecido al que Jan había secuestrado. Mientras que la relación de Anna y Jan prospera, el chico empieza a sentir verdadero cariño por el muchacho que sale con su madre. Debido a su pasado, Jan rechaza, en principio al niño, y a la vez esto lo obliga a mentirle a Anna. Su vida prospera hasta que aparece la madre del chico que murió en sus brazos. A partir de este momento conoceremos, el otro lado de la historia, el de la víctima. Poppe crea un relato de tensión que se va construyendo lentamente. Un melodrama hecho y derecho con interpretaciones frías y austeras, propias del comportamiento de los países escandinavos. La primera mitad de la película, que se centra en las relaciones que Jan crea, en su camino de “redención” son lo mejor de esta película, especialmente por la sólida interpretación del protagonista, Pål Sverre Valheim Hagen. Los problemas surgen cuando a la mitad de la obra, se cambia el punto de vista. El suplir de la madre por la pérdida del hijo. Si bien es cierto que la historia de Jan se estaba agotando, a esta altura del metraje, también es verdad que mostrar el proceso de aceptación de la muerte y el posterior reencuentro con el asesino posibilitan que el relato construya una trama obvia, previsible, cercana a los guiones de Guillermo Arriaga (21 Gramos, Camino a la Rendención), pero un poco mejor dirigida. La densa, profunda, pero verosímil actuación de Ellen Dorrit Petersen hacen esta mitad, un poco más visible, aunque no lo suficiente para notar que el relato ha caído. Algunas situaciones están demasiado forzadas en pos de que se “resuelvan” los conflictos. Poppe integra una estética interesante: usando teleobjetivos que dejan a los protagonistas en primer plano, fuera de foco, en función de demostrar que siempre detrás de cada uno hay un historia que se oculta, que uno no puede juzgar a la persona por lo que ve a primera vista. Aguas Turbulentas es un drama que posee atributos cinematográficos, pero cae en las típicas tentaciones de los culebrones clásicos con moralina y feliz conciliador incluidos. Como en el cine de los Dardenne, el golpe bajo es reemplazado por ciertas sutilezas del lenguaje, que logran separar un poco al espectador de la historia. Pero si quieren que sea honesto, lo que realmente la salva son las soberbias interpretaciones. El resto es discutible.
Algunos la creen muy fácil. Ponemos en un plano fijo dos personas a espaldas de cámara, un paisaje de fondo, hablando supuestas trivialidades durante 10 minutos y ya tenemos una obra maestra. ¿Dónde ha quedado la construcción interna de un cuadro? ¿Dónde ha quedado el montaje interno del que hablaba Bazin? Por favor. Pareciera, que algunos cineastas nunca han visto un film en su vida. Si hablamos de sutilezas cinematográficas pongamos Lo Que Más Quiero al lado de ambas Oxhide. Ahí estaremos hablando de cine. La ópera prima de Castagnino es la mentira a 24 cuadros por segundo. Historias de jóvenes que pretenden decir más de lo que dicen se viene haciendo desde los tiempos en que Elia Kazan y Nicholas Ray posaron sus ojos en la depresión de los adolescentes. El problema, es que detrás de lo que las protagonistas parecen ocultar realmente se oculta la nada. A ver… no hay mucho más que diálogos vacuos en espacios geográficos pintorescos, pero al igual que , el plano más elogiado de la película donde una de las protagonistas trata de “encararse” un chico (o viceversa en realidad), podemos notar que detrás de la pretensión algo no funciona bien. El famoso plano elogiado es visualmente desastroso. Fotográficamente mal iluminado. Y lo mismo pasa con la película. Es mala. Insoportable. Las idas y vueltas de las protagonistas, pretenden ser “reales”, pero terminan siendo previsibles, y demasiado dramatizadas. A pesar, de que ambas protagonistas tratan de emitir verosimilitud, diálogos forzados, emociones que nunca se sienten genuinas impregnan la pantalla. En el medio se trata de colar una manifestación de crítica o realidad social, relacionado con el cierre de fábricas y la crisis económica, pero a veces cuando se trata de ser sutil, se termina siendo demasiado explícito. En algún momento, los egresados de la FUC, supieron “innovar” dentro del cine nacional. Ahora se agarran de “tendencias” pasadas de moda. Ni siquiera son oportunistas. Consejo para futuros realizadores: tengan paciencia. Su momento llegará. No hay que volverse loco si a los 30 todavía no filmaron su ópera prima. Si no tienen una historia que los enamore, no se lancen a la calle a filmar cualquier cosa. Tomen como ejemplo a Fabián Bielinsky. Consejo para críticos: dejen de agarrarse de las pestañas de cualquier alumno de la FUC. Revean a los veteranos. Recuerden a Fabián Bielinsky.
Emulando a Gena y Seymour Imposible olvidarse de John Cassavetes. Y mucho más difícil, imitarlo, reconstruir su magia, construir las interpretaciones que lograba con su pequeño grupo de “amigos” al punto de hacer creer a público cinéfilo y críticos, que solo estaban viendo el resultado de largas sesiones de improvisación. Y no era así. Todo estaba planeado. Algunos crédulos creyeron ver en Nick, su hijo, el legado de John. Idiotas. Nick destruyó la imagen de John cuando realizó el último guión que dejó su padre: Cuando Vuelve el Amor, solo Gena Rowlads (Mamá) quedaba del legado Cassavetiano en ese film… y un pequeño tributo de Travolta, el resto era para el olvido (especialmente la actuación de Sean Penn). Pero varios cineastas jóvenes comprendieron y aprendieron, lo que Nick no pudo. Hacer un cine honesto, fuera de los márgenes convencionales de Hollywood. Historias creíbles con personajes queribles y odiados. Discursos que vayan más allá de los personajes, de los actores y sobrevuelan el pensamiento del resto de los mortales. Así era el cine cassavetiano. Una constante exigencia de sacar al ser humano en alma y existencia. Un ejercicio actoral, el “ser uno mismo” en el escenario de la vida. Y sí, se puede encontrar un pedacito de Cassavetes en Sofía Coppola, un pedacito en Rebecca Miller, un pedacito en la pequeña Zoe (hermana menor de Nick). ¿Acaso las directoras comprenden mejor el universo cassavetiano que los hombres? Es posible, acaso en los años ’70 John Cassavetes ¿no comprendía mejor a las mujeres que cualquier otro director de la década? Pero aún así… siempre falta algo. Quizás los mejores exponentes no sean aquellos indies estadounidenses que hacen obvia la instrucción, sino aquellos que revivieron sus historias en universos propios, como por ejemplo Abel Ferrara que hizo una más que elogiable remake de The Killing of Chinese Bookie con Tales a Go Go. O los brasileros Luis y Ricardo Pretti, Guto Parente y Pedro Diogenes con Estrada para Ythaca recreando el espíritu de Maridos. Lo de Derek Cianfrance, se acerca al primer grupo: el de los nuevos indies del cine estadounidense que emulan a Cassavetes por su independencia y temática, y no tanto por lo que sus films dejaron. Más allá de este aspecto, no puedo negar, que como me advirtiera mi colega Tomás M. Luzzani, hay mucha estética de John en esta trunca historia de amor. Dean y Cindy son dos perdedores, fracasados en el amor que se encuentran, cuáles Minnie y Moskowitz. Se enamoran y no pueden imaginar la vida, sin el otro. Al menos, eso nos muestra Cianfrance en los sucesivos flashbacks que interceden en el presente no tan optimista de la pareja. En el presente, tienen una hija. Cindy es una enfermera cuya carrera está en ascenso. Dean se ha quedado en sus sueños. Su única meta en la vida es criar a Frankie, sobrevivir a Cindy y tomar cerveza. Pero, al igual que en los films cassavetianos, el alcohol no es EL conflicto, sino un vehículo que provoca que el matrimonio desbarranque. Es un romance triste, con final predecible. Cianfrance utiliza el mismo recurso que ya habían usado Gaspar Noé en Irreversible o Francois Ozón (sin mucho más cerca de este) en Vida en Pareja: mostrarnos la felicidad al final, para conseguir que no podamos creer la infelicidad inicial que, temporalmente hablando corresponde al desenlace. El interrogante es COMO está pareja llegó de un punto a otro. A pesar de que no es muy original el planteo, es ingenioso el desarrollo, y sobretodo honesto. Tan real acaso, que las situaciones se hacen demasiado densas y dolorosas. Hay mucha intervención de parte de los actores en la resolución narrativa, ya que ellos aportan, la espontaneidad, el rigor y la verosimilitud necesaria para que el relato y el ritmo no decaigan. Tanto Williams como Gosling conforman una pareja tristemente creíble, melancólica, austera, reprimida emocionalmente. La violencia es real, cruda. El sexo, adquiere una relevancia que va más allá del acto en sí: la definición de qué es, esa pareja. Un retrato de juventud sin sueños, que vive el día a día, golpeándose constantemente, mientras trata de definir ingenuamente, "que es el amor". Cianfrance logra mantener a los personajes a una distancia prudencial para no volver la historia en una telenovela de la tarde, pero también mantiene un tono frío y sombrío para no lograr una total empatía. En ese sentido, más allá de que Cassavetes tampoco transformaba sus tensos romances en telenovelas, uno podía sentir respirar al lado suyo a cada personaje. Pero ese era el poder de Rowlands, Gazzara, el mismo Cassavetes, Peter Falk o el gran Seymour Cassell. No quiero menospreciar con esto a Gosling y Williams que son, sin duda lo mejor del film (el juego de sonrisas y miradas que hacen cuando se conocen es fantástico, un lujo en el cine contemporáneo), pero aún les falta un poco para cautivar con espontaneidad pura, que el cine estadounidense se niega a mostrar, hace mucho, mucho tiempo. El montaje está pensado desde el guión y la paleta de colores primarios elegidos por el director de arte y de fotografía son una gran compañía del dúo interpretativo, así como la hermosa banda sonora. Cuesta seguirle las huellas al director de Opening Night o Torrentes de Amor, pero acaso se puede tener cierta esperanza: solo basta comparar el último maravilloso plano de Blue Valentine con el de Maridos. Ahí, hay algo más que esencia o espíritu.
Si Alex, el protagonista de este film vendría a la Argentina se haría millonario. Su trabajo es básicamente seducir mujeres para destruir parejas. No importa el país, no importa la etnia. Alex es capaz de seducir a cualquier mujer insatisfecha con su relación. En esta misión lo ayudan su hermana y cuñado. Entre los tres conforman un equipo mezcla Los Simuladores con Misión Imposible. Un tercero es discordia que nota que la pareja es infeliz se contactan con Alex, y él crea toda una farsa alrededor de la pareja, para que la mujer abandone a su novio y abra los ojos. Solo hay dos reglas: no hay sexo (“queremos abrir su corazón, no sus piernas”) y no se destruyen parejas felices. Pero a Alex en la vida real, no le va tan bien. Su novia desconfía de él y lo deja plantado, tiene deudas con la mafia búlgara, gasta más en las misiones de lo que cobran. Por lo tanto, cuando un magnate del negocio de las flores le propone seducir a su hija antes de que se case con un millonario inglés, Alex debe aceptar la misión, aún cuando Juliette y su prometido se ven felices. Alex se hace pasar por su guardaespaldas y aprovechando la ausencia del novio, empieza a seducir a la fría Juliette, el problema será que por primera vez se sentirá atraído por una de sus “víctimas”. La ópera prima de Chaumeil (asistente de dirección durante muchos años de Luc Besson) tiene un estética más cercana a la comedia clásica estadounidense: es dinámica, llena de estereotipos, clisés y lugares comunes del género. El final es tan predecible como cualquier comedia de Garry Marshall, pero el carisma de los protagonistas es tan sincero y atractivo, que toda la película se vuelve un viaje irresistible por Montecarlo. Las situaciones humorísticas funcionan, no cae en sentimentalismos, y aunque algunos gags ya los vimos innumerables veces, siguen siendo efectivos. Romain Duris demuestra una vez más su gran versatilidad como actor. Su faceta de seductor quedó impregnada en el díptico: Piso Compartido – Las Muñecas Rusas, y su perfil dramático en la excelente El Latido de mi Corazón. Esta le aporta elasticidad, gracia, inocencia y picardía. Su contraparte, Vanessa Paradis (de Depp) le da belleza y delicadeza a su personaje. El resultado es una comedia sin demasiadas pretensiones, divertida, conciliatoria, elegante. Necesaria para salir de vez en cuando de la realidad.
Resacados El personaje de Boris en Que la “Cosa” Funcione, la última película de Woody Allen, estrena en nuestro país, tenía un lema: “si la cosa funciona, el resto no importa, lo que hayas hecho para conseguirlo, tampoco importa, si la cosa, funciona”. En ¿Que Pasó Ayer? Parte II, la cosa, funciona. No lo puedo explicar. La nueva película de Todd Phillips es exactamente igual a la anterior. Cambia el escenario, cambian algunas circunstancias, pero básicamente es lo mismo. La estructura es igual, se incorporan algunos personajes pero estamos hablando de un mismo código, de la misma historia, con otro gusto. Pero funciona. Divierte, entretiene, se pasa un buen momento. Nuevamente, la manada (así llama Alan al grupo) asiste al casamiento de uno de los miembros del grupo. Esta vez, Stuart, que se casa con una tailandesa, cuyo padre millonario organiza la boda en una isla paradisíaca de su país. Por lo tanto, Stuart hace trasladar a toda la manada, incluido el “extraño” Alan, a Tailandia. El resto es lo mismo. Lo que empieza con una cerveza se convierte en una noche descontrolada, donde los personajes despiertan sin recuerdos pero algunas sorpresas. Esta vez, el personaje que desaparece es Teddy, el hermano menor, supergenio de la futura esposa de Stuart. Como el chico no se desprende de su computadora, la hermana le pide a Stuart que lo incluya en su “despedida de soltero”. Esto no agradará demasiado a Alan. A la mañana siguiente el grupo se encuentra con algunas sorpresas no muy agradables y tienen que armar su noche con las pocas pistas que tienen y recuerdan para encontrar a Teddy. Si bien el factor sorpresa se perdió un poco, el humor vulgar, desenfrenado, sumado a un ritmo frenético permiten que esta secuela sea tan divertida como la primera parte. Bankong se convierte en una protagonista más, así como fue Las Vegas. Una ciudad donde conviven mafias chinas, tailandesas, rusas y estadounidenses. Además de templos budistas. Básicamente se trata de humor escatológico en forma sucesiva. Todo chiste tiene una connotación sexual. Los realizadores hacen quedar bastante mal a los estadounidenses y su manera de difamar al mundo que los rodea. Nuevamente, la tecnología influye para que los personajes puedan reconstruir su noche. Hay lugares comunes y clisés, pero funcionan. Los personajes no son demasiado ricos en matices pero las soberbias interpretaciones de Ed Helms (con mayor protagonismo esta vez) y especialmente el gran Ken Jeong como Chow, el narcotraficante que les complica todos los planes. Un poco más relegado queda esta vez Zack Galifianakis. Alan termina influyendo un poco menos de lo que promete. Pero lo más sorprendente es la prácticamente nula participación de Bradley Cooper en el argumento. Si bien es el personaje menos interesante, a pesar de que aparece todo el tiempo en pantalla, Phillip participa poco y nada en la historia. Todd Phillips hace una leve mejora con respecto a Todo un Parto. Su perfil más psicótico, enfermo, zarpado está más presente que nunca. Phillips tiene un timing para la comedia virtuoso. Más allá de que utiliza la fórmula de la repetición en forma constante, esto no significa que ver a un mono traficando droga y fumando no termine de ser divertido. Con un tono visual bien trabajado, transmitiendo los climas y olores de Bankong (se filtra un sutil homenaje a Apocalipsis Now), ¿Qué Pasó Ayer? Parte II sirve para distraerse. Sin embargo, si van a hacer una tercera parte (falta el casamiento de Alan) le sugiero a Phillips y equipo que además de buscar otra ciudad (Buenos Aires, Río quizás), encuentren una manera de renovar la historia, sin abandonar la fórmula pero tampoco haciendo una tercera versión de la misma película. Porque, aunque la “cosa” funcione, siempre está bueno, ver cosas nuevas.
Navegando con Moderación (o elogio a un director maltratado) Admito que ni bien terminé de ver La Maldición del Perla Negra, la odié. No puedo concebir una película de piratas con tanta fantasía infantil, efectos especiales y estética videoclipera. Además que podía preveer cada giro de la trama, cada diálogo. La acumulación de clisés, lugares comunes y estereotipos era espantosa. También me pareció un poco sobrevalorada la interpretación de Johnny Depp. No es que reniega de sus dotes clownescos y de mímica para componer a Jack Sparrow, simplemente que me sofocaron, y los elogios fueron exagerados. Especialmente si se lo comparaba con Buster Keaton. Ni me molesté en ver la segunda y la tercera. A excepción de Rango, no he visto otra película de Gore Verbinsky que me haya convencido. Creo que es un maniquierista, influenciado demasiado por una estética publicitaria, punchi, que recién pudo expresarse cinematográficamente con la animación pura y concreta. Irónicamente, así, con ese canto al western tanto Fordiano como de Leone concibió una obra redonda, inteligente, cinéfila y “moderada”. Esa es la palabra del día: “moderación”. A veces es necesario apaciguar las aguas turbulentas del imaginario, dejar atrás la tentación de plasmar innumerables planos generados digitalmente que de tan sucesivos que son terminan por agobiando, exacerbando. Al punto que no se entiende bien lo que se está viendo, como sucede con el cine de Michael Bay. Por eso es que defiendo la elección de Rob Marshall como el nuevo capitán de Piratas del Caribe: Navegando Aguas Misteriosas. Sería fácil decir, que Marshall solo fue un brazo ejecutor, que hizo su película menos personal, más industrial, al servicio del Rey de Midas, Jerry Bruckheimer. Pero no. Marshall hizo algo mucho más interesante, aportó su falta de imaginación, y por una vez en la historia del cine, menos es mejor. No sé si fue intencional o no, pero Marshall decidió resolver las cosas de la forma más sencilla posible. Llevar un guión netamente malo, lleno de lugares comunes, clisés, estereotipos y diversas previsibilidades narrativas a puerto seguro. Esta vez no hay tanta fantasías (y no me refiero a nivel argumental) no hay tanto efecto computarizado. Acá uno puede palpar lo artesanal. Las peleas son cuerpo a cuerpo, los decorados son más cartón que tela verde, el maquillaje es más real que digital. O sea, puede parecer berreta, barato, clase B, pero es más auténtico. No hay personajes íntegramente creados por CGI. No hay monstruos marinos. Y hasta las sirenas tienen algo orgánico, palpable, real. Después, por supuesto, está la innegable inverosimilitud y estupidez de una historia demasiado remanida. La última media hora prácticamente es un calco del final de Indiana Jones y la Última Cruzada. A excepción de Ian McShane que interpreta al único personaje creíble, real, sin sobreactuar ni agregar tics, es muy difícil encontrar otras actuaciones notables. El Jack Sparrow de Johnny Depp me atrae cada vez menos. Es demasiado “personaje”, parece una caricatura, Penélope Cruz es inentendible tanto cuando habla en un español forzado, como en un inglés españolizado y ridículo. La pobre está lejos de los excelentes trabajos de su país natal. Y después está Geoffrey Rush. A pesar de que me parece un gran actor, sigue repitiendo un patrón interpretativo hace mucho tiempo. Eso incluye al personaje de El Discurso del Rey. El resto de las actuaciones suma muy poco. Quizás los escasos pero valiosos minutos de Richard Griffith sean dignos de destacar. Marshall nunca logra dar en la clave como narrador, pero sabe impresionar. Supo engañar a muchos críticos y cinéfilos con los maravillosos números de Chicago (lo único destacado a mi parecer), dio un festín de colores con Memorias de una Geisha (película insulsa, pero que estéticamente era bellísima) y quiso contagiar a todo el mundo al ritmo de canciones seudo italianas, glamour superficial y un gran elenco desaprovechado con Nine. Esta vez solo tenía que hacer los deberes. Y los hizo bien. Porque a pesar de que no está bien narrada, de que hay subtramas secundarias como el romance entre un clérigo y una sirena, el rol de la corona española, y otras arbitrariedades del guión que no supo manejar, no funcionan ni convence, sí dio en la clave en lo que es montaje, timing de aventura y sobretodo despliegue coreográfico. La película entretiene y gusta porque Marshall aprovechó la archiconocida banda de sonido de Hans Zimmer para crear escenas de ballet y danza. Porque Marshall es un gran coreógrafo. Así se hizo famoso, y si uno analiza la forma en que se desplaza Sparrow por las calles de Londres, la danza de las sirenas asesinas, los desplazamientos de Penélope Cruz, entonces entenderá que está viendo Piratas del Caribe, el musical. Entonces, si el autor es desplazado del trono, el coreógrafo entra en su lugar, y los momentos más disfrutables del film son estos que nombré: aquellos donde Marshall se siente cómodo, se divierte y puede ser meticuloso. En el pasado lo he insultado, pero tengo que admitir que si esta cuarta (y esperemos, última entrega) de Piratas del Caribe se me hizo soportable, digna, meramente visible fue porque detrás de cámara aparece un hombre sin pretensiones, “moderado” que se jugó por lo simple, sencillo y apersonal, optó por entretener más que por impresionar, que pudo meter bocados de su experiencia teatral para aportar cierta belleza y lirismo en medio del caos. Ese hombre se llama Rob Marshall y esta vez (hasta que meta la pata con otro musical) se ha ganado mi respeto. (Nota: también se hace más soportable porque no aparecen los aburridos personajes de Orlando Bloom y Keira Knightley, pero esa fue decisión de Bruckheimer)
El Gobierno contra Mí Cuesta creer que Doug Liman haya empezado su carrera cinematográfica como director de comedias seudo adolescentes. De hecho, cuando fue elegido para comenzar con la saga del Agente Jason Bourne en Identidad Desconocida, la decisión fue extraña, pero acertada. Si bien no está a la altura de las emocionantes secuelas dirigidas por Paul Greengrass, es un film entretenido, llevadero, que impuso un estilo, y a la vez, propuso a un digno competidor para el inmortal James Bond. El espionaje entusiasmó a Liman por un tiempo, lo cuál lo llevo a realizar Sr. y Sra. Smith, que fue un poquito más que ver al combo “bradangelina” en acción. Y así, saltemos Jumper, y lleguemos a Poder que Mata, la cuál parece Sr. y Sra. Smith dirigida por Greengrass. Al igual que la película con Pitt y Jolie, acá tenemos al matrimonio ideal: ella hermosa trabajadora de una compañía de seguros (Watts), él, un diplomático retirado que se divierte contradiciendo políticamente a parejas amigas (Penn, que otro). Pero bien, al igual que los Smith, los Wilson son espías… verdaderos espías. El problema surge cuando el gobierno asevera encontrar algo que la CIA dice nunca haber hallado. Estamos en el año 2002, plena invasión a Irak. Todavía no se sabía que las tropas no iban a buscar armas sino campos petroleros. Y ahí está el héroe, Joe Wilson develando la verdad a costa de dejar a su esposa sin trabajo. Cuesta creer que la CIA fuera tan ingenua y tan honesta a la vez para caer tan fácil en la trampa de Dick Cheney, que es a quien va dirigida de forma directa, aunque sutil la historia de Poder que Mata. George W es solo un títere de un gobierno que mintió al mundo y salió impune de terribles masacres. Honestamente, cuesta ver a Valerie y Joe Wilson como héroes que trataron de mostrar la verdad, y no darles una mínima responsabilidad de algunos de los horribles actos que muestra el film que se cometieron, por ejemplo, contra científicos iraquíes que se estaban tratando de escapar hacia los Estados Unidos. Pero Liman, así como no los juzga tampoco los glorifica tanto como ellos mismos, quizás hubiesen querido. Sutilmente, uno puede ver el grado de manipulación de la empresa de espionaje más poderosa del mundo. Queda entrelíneas que las amenazas son reales, que el juego psicológico es real. Y lo que Valerie empieza haciendo contra un simple inmigrante de medio oriente en Washington se vuelve en su contra. Liman logra darle intensidad y dinamismo al film, sin distraerse demasiado en cuestiones estéticas. No hablamos de un cineasta personal como Greengrass, pero tampoco de uno que quiere imponer un estilo a la fuerza como los hermanos Scott. De forma clásica, casi transparente se teje un thriller sólido, bien armado que recuerda un poco a las mejores historias de Tom Clancy llevadas a la pantalla, por el soberbio pulso de Philliph Noyce: Peligro Inminente y Juego de Patriotas, ambas con Jack Ryan. Tampoco se descuidan algunas denuncias secundarias, que hoy en día, oportunismo mediante, tienen cada vez más valor, como por ejemplo, el rol de los medios de comunicación, de los blogs, la rapidez con la que se transmite la información y llega a todas partes del mundo. Si bien la primera parte del film (hasta que Valerie y John son “expulsados” del sistema) es la más atrapante, la segunda, un poco más lenta, es más interesante a nivel dramático, cuando Liman humaniza a los personajes, los enfrenta, no como espía o diplomático, sino como un matrimonio, donde la comunicación no llega tan rápido como un email o un artículo llegan a un diario o un blog. La química de Penn y Watts (que ya había demostrado funcionar a la perfección en 21 Gramos) es lo que realmente llevan adelante al film. Watts, como siempre hace verosímil cualquier cosa, cada gesto es maravilloso en ella, cada expresión o cambio de mueca facial dicen más que diez palabras de cualquier actriz contemporánea. Sean Penn está un poco más calmado de lo acostumbrado y tiene menos tics autónomos que en otros films, lo que no quita, que por momentos, el que este tirándose en contra del gobierno sea el actor y no el personaje. Están acompañados por un sólido elenco de secundarios donde sobresalen Bruce McGill y Sam Shepard en un rol copiado de 40 hechos previamente. Hay varias analogías interesantes en el guión, y frases que si bien son un poco obvias y explicativas, generan reflexión. Más allá de cierto moralismo y patriotismo típico estadounidense, Poder que Mata logra un atrapante equilibrio entre thriller de denuncia y drama conyugal, sin demasiadas ambiciones visuales (aunque el doble rol de Liman como director y director de fotografía es destacable). La meta es entretener y dar a pensar un poco. Por eso, cinematográficamente cumple. Ahora bien, juzgar a los personajes, designar el grado de culpabilidad que tuvieron en este asunto, queda a cuenta del espectador y la forma en que interprete la historia. Si logramos creer que Doug Liman pudo dejar la comedia y meterse de lleno en el drama político, ¿por qué no vamos a creerles a los Sr. y Sra. Wilson?
Shakespeare Re Cargado Si alguna persona afirma que William Shakespeare ha pasado de moda, solo debe ver la cartelera porteña y pensarlo dos veces. Porque las propuestas más pochocleras de la semana están inspiradas en obras del gran dramaturgo y poeta inglés del siglo XVI. Si Kenneth Branagh con Thor se inspiró en obras de Shakespeare para crear un mundo de fantasía, en Gnomeo y Julieta, utilizan fantasía para recrear la más popular y acaso, sobreestimada obra de su autoría. Solo que esta vez, adaptada a un público infantil… bastante infantil, por lo tanto, toda referencia sexual, suicida u otros venenos censurables para la audiencia menor de edad, son modificadas. Los que leyeron o conocen el final de la obra, entenderán de que hablo. Lo llamativo, curioso y original de esta propuesta de ex integrantes de Dreamworks Animation instalados en una subcompañía de animación de la Disney (no es Pixar, pero tampoco Disney Animation, o sea John Lasseter no tuvo que ver en nada con esto, y su ausencia es notoria) es que los protagonistas son duendes y animales “inertes” de jardín. Los mismos cobran vida cuando no los ven. No se trata de Una Noche en el Museo, sino más bien y una adaptación de Toy Story. Así que, mezclamos a la idea original de Lasseter con Shakespeare y sale esta propuesta que pinta mejor en el trailer de lo que termina siendo. El principio es bastante divertido. Como en toda obra shakesperana, tenemos un presentador, que introduce el conflicto: la historia de dos familias que se oponen a muerte. Por un lado los duendes rojos que pertenecen a la vecina Montesco, y por otro, los azules que pertenecen al vecino Capuleto. Ambos son humanos, viven separados por una pared en el Pasaje Verona de Inglaterra y se odian mutuamente. Ese odio se transmite en todos sus duendes. La competencia entre ambos se lleva a cabo mediante carreras sobre cortadoras de cesped. El campeón de los azules, es Gnomeo. Sin embargo en una carrera, el forzudo Teobaldo hace trampa y lo deja fuera de competencia. Esto genera una serie de desventuras que terminan cuando Gnomeo, hijo de la jefa de los azules, conoce casualmente en un punto neutro (un tercer vecindario) a la hermosa Julieta, hija del lider de los rojos. Ambos se enamoran perdidamente, y sus respectivas familias harán lo imposible por impedir que se desarrolle esta historia de amor. La primera mitad es bastante ágil y divertida. La meticulosidad con que está creado cada detalle en el aspecto visual de los personajes es notorio, aunque no tanto el carácter de cada uno, que es bastante estereotipado. El problema viene cuando las familias empiezan a oponerse a los amantes y se dan sucesivas, repetidas, monótonas persecusiones que buscan el efectismo y entretenimiento, sin pensar demasiado en un discurso narrativo. En este momento todo se desbarrancá además por falta de ingenio a la hora de escribir el guión. No por nada hay como diez escritores que figuran en los créditos, incluyendo a los que hicieron la historia y la adaptación de la original. Si se hubiesen apegado un poco más a la obra, adaptado solamente los diálogos y cambiado el final, no hubiesen hecho falta tantas personas. No es que no sea entretenida o divertida, pero la imaginación se agota rápidamente, se introducen elementos previsibles que no parecen demasiado sustanciosos y resultan forzozos (especialmente meterlo a Shakespeare en el medio es poco original). Los más chicos la van a pasar bien, viendo como pelean estas dos bandas rivales de gnomos que parecen sacados de los Kinder sorpresa. Para los adolescentes / adultos que los acompañen, en cambio, solo les quedará como alternativa divertirse viendo la versión original subtitulada, adivinando quiénes ponen cada voz (aparecen desde James Mc Avoy, Emily Blunt, Michael Caine, Jason Statham y Maggie Smith en los roles principales, hasta extrañas figuras como Hulk Hogan, Dolly Parton y Ozzy Osborne en pequeños papeles. Sin duda, lo mejor debe ser escuchar a Patrick Stewart como Shakespeare). Musicalmente, en cambio, los fanáticos de Elton John van a estar satisfechos, ya que temas clásicos y nuevos del cantante pop británico acompañan la banda sonora de James Newton Howard. Igualmente, escuchar el estribillo de “Rocketman” constantemente en forma instrumental como si fuese un leit motiv, termina agotando tanto como las constantes persecusiones entra ambas familias. Más cerca de Shrek que de un producto supervisado por John Lasseter, Gnomeo y Julieta es un trabajo infantil que se queda a mitad de camino, y prontamente será olvidado. Ahora bien, si el director, Kelly Ashbury hubiese hecho una versión más fiel, con el verdadero final de la obra, la moraleja sería otra, y los chicos aprenderían mucho más de la vida. Es más fácil mentirles, que Pixar se encargue de la reflexiones.