Loza se ha convertido en un verdadero prodigio cinematográfico. En poco menos de 6 meses ha estrenado 3 películas de forma comercial y una más en el BAFICI. Además de las anteriores Extraño y 4 Mujeres Descalzas, que, acaso siguen siendo lo mejor de su obra. Co dirigida por Fund (La Risa) se da la mano con la segunda película de Loza. Tres mujeres viajan al interior del país para hacer encuestas sobre condiciones sociales y proveer de medicamentos y vacunas, a familias pobres, marginalizadas, cuyos jefes de familia se encuentran desempleados, y deben mantener a muchos hijos en general. La película se puede dividir en dos: una parte documental, en donde verdaderas familias que viven (se supone) en la frontera del norte de Santa Fe y Santiago del Estero relatan sus penurias, pero sin caer en un tono demagógico, sino informativo a estas tres enfermeras (tres actrices), y por otro, una película de ficción, donde se muestra como va impactando la información que van adquiriendo estas tres mujeres (una de 30, otra de 40 y otra de 50) a medida que van pasando los días, explorando el perfil humano de las mismas: la convivencia mutua, la presión del clima, la relación con los pobladores locales. Estos tres personajes bien diferenciados (como sucede en las obras de Loza) no proyectan abiertamente (y especialmente entre ellas) sus preocupaciones y malestares tanto físico como psicológicos. Hay un clima de tensión bien construido en las escenas nocturnas. Tanto los personajes como las interpretaciones están muy bien construidas. Son profundas, distantes, austeras pero a la vez identificables. Ambos directores tratan de hacer un aporte a personas reales desde la ficción, lo cual hace reflexionar sobre que importante es llegar con el cine (sea ficción, documental o algo en el medio) a lugares que no siempre llegan las cámaras y la TV. No se trata de una película innovadora, ni una obra maestra. Con sutilezas narrativas, información precisa, Los Labios es una propuesta que quizás funciona mejor en el concepto que como producto cinematográfico, que habría sido un poco más lograda incluso, si los realizadores, no se entusiasmarían tanto con alargar tanto algunos planos secuencias. Media hora menos, podría haber de hecho de esta película, un film más logrado.
El Diablo Metió la Pluma Si bien para muchos, la carrera de Cohn y Duprat comenzó con Yo, Presidente, El Artista o El Hombre de Al Lado, en realidad nos tenemos que remontar a varios años atrás, a la industria televisiva para encontrar la génesis de esta exitosa asociación. No solamente fueron creadores de uno de los primeros y más originales reality shows que hubo en la televisión, que daba la oportunidad de gente común de darse a conocer, como fue “Televisión Abierta”, o el programa “Cupido” que salía en Much Music, o incluso fundaron el canal Ciudad Abierta sino que crearon uno de los microprogramas más atractivos que dio la televisión por cable en mucho tiempo: “Cuentos de Terror” con Alberto Laiseca. Ningún amante de los géneros literarios, del horror y la narración oral, podía perderse esta maravillosa cita con Laiseca que se daba los viernes a la medianoche por I SAT. Y dicha asociación con Laiseca, fue fructífera para los realizadores en más de un sentido. No solamente porque fue co guionista y asesor respectivamente de sus primeras obras cinematográficas (El Artista y El Hombre…), sino que aportó con su atractiva prestancia como co protagonista de la primera, y un mero extra en la segunda. Por lo tanto, después de tantos años colaborando con el extraordinario escritor, Cohn y Duprat decidieron crear una película a su medida. Querida Voy a Comprar Cigarrillos y Vuelvo pertenece más a Laiseca que a Cohn y Duprat. Obviamente tiene el cuidado estético y el humor negro que contienen sus anteriores obras, el cinismo, el sarcasmo, la ironía y crueldad con los personajes (¿serán los hermanos Coen argentinos?), pero lo cierto es que esta historia está basada en un cuento inédito de Laiseca, está narrada por Laiseca e incluso Laiseca aparece en pantalla confesando que se trata de un cuento de él, y cuáles fueron sus intenciones al escribirlo. En cierta manera, se trata de uno de los episodios de “Cuentos de Terror” extendido y con mayor humor, además por supuesto de recreación dramática e interpretativa de la historia. Todo comienzo en el Siglo III en Marruecos, donde un comerciante español es golpeado dos veces por un rayo y se vuelve inmortal. El comerciante decide utilizar sus “poderes” para realizar travesuras temporales. De esta manera llega Olavarría, un pueblo “donde no pasa nada” dentro de la Provincia de Buenos Aires, donde vive Ernesto, un agente inmobiliario sesentón, aburrido, decepcionado con la vida, casado con una peluquera que ya no ama y cuyos oscuros pensamientos lo convierten en la víctima perfecta de este demonio inmortal, quien le hace una oferta especial: regresarlo en el tiempo durante diez años, los diez años que él desee volver atrás en su vida, no para cambiar su vida actual, sino para tener una realidad paralela. Pasados los diez años, Ernesto volverá al presente y el “inmortal” le regalará un maletín con un millón de dólares. Ernesto acepta y viaja en el tiempo. Solo tiene que decirle la esposa: “Querida, Voy a Comprar Cigarrillos y Vuelvo”. Comedia fantástica como pocas, esta tercera ficciónn de Cohn y Duprat tiene momentos sublimes generados por la meticulosa observación de este personaje costumbrista, gris, cansado de la vida, interpretado con un solvencia asombrosa por Emilio Disi. Lejos de la comedia picaresca, en los últimos años, Disi compuso personajes más complejos de los habituales en él, más cercanos a los personajes de sus comienzos, y esta película confirma, al igual que está pasando con su compañero “exterminador”, Guillermo Francella, que se trata de una gran actor. Y me animo a decir que tiene muchas más herramientas interpretativas que Guillermo. El personaje está a su medida. El problema del film pasa un poco por el tono ambiguo, y más que nada porque los chistes referidos a los viajes temporales no tienen el ingenio suficiente para ser completamente efectivos. Son chistes previsibles que adquieren mayor simpatía gracias al relato en off de Laiseca. El aporte del escritor en este sentido es enorme. No solamente es un narrador, sino que además opina, da adelantos acerca de lo que vamos a ver, se ríe y burla del protagonista. Tiene una identidad propia esa voz en off, y por tanto esa autonomía la convierten en un elemento humorístico destacado en la película. La película tiene aciertos estéticos (Cohn y Duprat son excelentes directores de fotografía) y algunos excesos productivos. Lo que es incuestionable es la precisión en la elección de los actores: Darío Lopilato imita a la perfección a Disi joven, aún cuando los chistes que acompañan a cada de una de sus apariciones no funcionan demasiado bien. El otro acierto es la elección del enorme, fascinante, siempre misterioso y sensual, Eusebio Poncela. No hay otro actor español, que sea tan seductor y elegante para hablar como el mismo demonio. Cohn y Duprat apuestan por empatizar con el espectador, a través de guiños acerca de la historia nacional de los últimos treinta años (hay un excelente gag relacionado con la última película ganadora del Oscar), lo que la convierte en una película no demasiado fácil para vender al exterior. Y justamente en estos riesgos es donde se gana interés. Porque si El Artista y El Hombre de al Lado, de por sí no eran las típicas comedias que atraen a público masivo, el humor irregular de Querida… la convierten en su obra más impersonal, pero a la vez la más experimental que hayan realizado. Combinación patética entre Peggy Sue su pasado la Espera, Juventud sin Juventud (ambas de Coppola) y Al Diablo con el Diablo, Querida Voy a Comprar Cigarrillos y Vuelvo, es una cínica autocrítica a las costumbres y la “viveza” criolla, con la identidad del dúo Cohn/Duprat, pero sobretodo con la firma de ese maravilloso demonio de escritor que es Alberto Laiseca.
Este esperado film del director de Música Nocturna, se presenta como una suposición de los eventos ocurridos en junio de 1970, cuando el General Pedro Aramburu fue secuestrado y fusilado por el grupo Montonero. El tono del film es extraño. Filippelli, junto a sus ex alumnos de la FUC, hacen un film austero. El relato en off, escrito por David Oubiña, recuerda un poco al modo en que Mariano Llinás ha utilizado el recurso en sus últimas obras. Visualmente, es prolijo, los encuadres simétricos, calculados. Como cada diálogo, cada plano y movimientos. Todo está demasiado cuidado. En vez, de hacer un film histórico accesible con la información concreta y fines didácticos, Filippelli y equipo eluden las normas y lugares comunes, para hacer un film personal. Se podría trazar un paralelo, incluso con Todos Mienten de Matías Piñeiro, ya que ambas cuentan con 5 personajes, encerrados en una casa quinta: 4 secuestradores y 1 secuestrado. Nunca se nombra quiénes son, pero tampoco hace falta. La información es precisa y nunca redundante. O sea los nombres de Aramburu, Montoneros y Perón se suprimen completamente. Lo cual es interesante. Un juego de cámara. El problema son los diálogos. La frialdad, distancia e intelectualidad de los protagonistas y sus textos, alejan completamente al espectador de las circunstancias. Casi, como si se tratara de teatro Becketiano. Las juegos de palabras, las simetrías entre los eventos que los personajes viven con la llegada del hombre a la luna, aportan interés, pero aún así la película no tiene la tensión y el suspenso suficiente para sostenerse durante apenas una hora y media. A nivel histórico resulta atractivo, porque esta historia no fue contada por el cine nacional, pero la forma es ambigua, e incluso las conclusiones terminan siendo demasiado abiertas. Aramburu es juzgado por Montoneros y el propio Filippelli. En cambio, el director decide no tomar partido ni por el grupo, ni tampoco da un juicio de valor sobre ellos. Solamente los expone, como interrogadores, y el resto del tiempo, los muestra en rutinas cuasi adolescentes intelectuales. Las interpretaciones solemnes y austeras de Piñeyro, Alberto Ajaka y Esteban Bigliardi (ambos vistos en la obra de Mauricio Kartún, Ala de Criados, ver sección teatro), son creíbles y soberbias. Se destaca el diseño sonoro de Jessica Suárez. Pero la película deja con ganas de más. Aún así, es una elección indicada para la inauguración oficial. Como dijo Wolf, el BAFICI, debe ser un festival político. ¿Qué pensará de estas palabras, Mauricio Macri?
Mi reino... mi reino por un martillo! Si le faltaba un género para encarar al multifacético, versátil y todo terreno Kenneth Branagh, ese era el de la fantasía, los comics y la ciencia ficción. Pero como el gran director británico es capaz de encarar cualquier proyecto (teatro, ópera, comedia, drama, épico, musical, terror) y siempre respetando el lenguaje del teatro clásico inglés, ya sea el isabelino como victoriano, a nadie sorprendió que haya aceptado dirigir la primera entrega del superheroe de Marvel: Thor. El riesgo era grande por parte de los productores: cuando eligieron a Ang Lee para Hulk los resultados no fueron los esperados. Mas allá del interesante duelo entre padre e hijo que se sucedía en la trama, el nivel de fantasía, la estética de Lee no convenció a los seguidores del hombre verde y la película fue un fracaso comercial. Tampoco le fue mucho mejor a la secuela, que era más convencional, entretenida y accesible dirigida por Louis Leterrier. Lo que los productores necesitaban era otra Iron Man. Otra historia de heroe canchero, atractivo, divertido que supiera combinar la comedia con la acción. Pero la génesis de Thor ameritaba un relato más dramático, y por suerte, con Branagh se pudo lograr un equilibrio. Sin embargo, en Thor existen dos películas en una. Por un lado la historia mitológica del personaje en Asgard, el planeta donde vive el Rey Odin, quien tiene un enfrentamiento con el Rey Laufey de un planeta frío. El rey quiere mantener la paz entre ambos planetas, algo que a sus hijos, Thor y Loki, mucho no les atrae, ya que ellos quieren la guerra. Pero, mientras que Loki es el inteligente, cínico y manipulador, Thor es el fortachón, heredero directo a la corona que prefiere la lucha cuerpo a cuerpo antes que la paz diplomática. Odin mandará al exilio a Thor para que aprenda su lección. Esto da pie a la segunda parte de la película: Thor en la Tierra, donde aprenderá lo que es la amistad y el amor de la mano de Jane, una astrofísica que lo descubre perdido en el desierto, Erik, su mentor y la asistente de ambos, Darcy. En la Tierra, no hay un gran enfrentamiento con los agentes de su planeta, pero tiene que escapar del grupo Shield (el que comanda Nick Fury), quienes desean apoderarse del martillo mágico que le da poderes especiales. Lo más interesante de esta nueva adaptación de un comic de Marvel, no es tanto el aspecto adrenalínico, sino el conflicto familiar, y la forma elegida por Branagh para retratarlo. No hay que ser un experto en literatura inglesa para encontrar a Shakespeare en el medio. Al igual que Kurosawa u Olivier, Branagh comprende cómo llevar al revolucionario dramaturgo a cualquier relato contemporáneo. La historia en Asgard se asemeja bastante a Rey Lear (el padre sabio, los hermanos enfrentados), pero tambien hay elementos de Hamlet (el heredero exiliado que debe regresar al palacio para vengar a su padre) u Otelo (la manipulación de Loki hacia Thor, no es muy diferente a la de Yago). Claro, que hay muchas películas que contienen estas referencias y no las solemos mencionar en nuestras críticas. Pero esta vez, debido al lenguaje elegido para reproducir los diálogos escandinavos, la dirección de actores, los vestuarios, maquillajes, protocolos e incluso algunos decorados pareciera que estamos frente a una gran adaptación de un obra del Siglo XV. Hay que reconocer además, que la reproducción de Arstan es bellísima a nivel visual. ¡Qué Pandora ni Pandora!, la imaginación de Branagh es alucinante también. Lo que en cambio es desilusionante es toda la secuencia de Thor en la Tierra. Shield no cumple demasiado con un estereotipo de grupo de perseguidores aterradores. Esta secuencia, es más que nada una transición hasta el regreso de Thor a su planeta. Sin embargo, lo que debería importar y no está bien desarrollado es la relación romántica del heroe por Jane, la astrofísica terrícola. No hay química suficiente entre los protagonistas para hacer creíble que estos dos seres se amen, y este hecho puede cambiarle la mentalidad belicista al protagonista. Branagh sabe darle buen ritmo a la película y cumple con las expectativas de hacer un logrado entretenimiento. Hace lo posible por lograr una interpretación “aceptable” de parte del carilindo Chris Hemsworth. Sin embargo son más interesantes las actuaciones de Tom Hiddleton como Loki y especialmente de Anthony Hopkins, que parece haber retomado el rol de Titus (de Julie Taymor basado en la obra de Sir William también). Del mundo de fantasía queda muy relegada Renee Russo. ¿Qué le pasó a la atractiva protagonista de Arma Mortal que quedó tan olvidada en los ultimos años? De entre los terrícolas se destacan el gran Stellan Skarsgard, que al igual que Branagh, es un todo terreno implacable, interpretando algo así como el Falstaff de la historia, y Kat Dennings (la Nora de Nick y Norah) como el oportuno comic relief (no lo hace nada mal, esta chica tiene dotes para la comedia). En cambio la que queda bastante sobreactuada y en desigualdad interpretativa es Natalie Portman. Parece que la actriz de El Cisne Negro quedó demasiado pegada al personaje de Amigos con Derechos, sólo que esta vez no funciona la química con su co protagonista. La frialdad de Hemsworth constrasta con la delicadeza de Portman, que pide a gritos volver con Ashton Kutcher. Thor no solamente es un atractivo entretenimiento con dosis de acción y drama bien dosificadas, sino que también tiene otra intención: preparar al público para la llegada de Los Vengadores. No hablo de otra adaptacion de la serie británica con los agentes Steed y Peel, sino del épico proyecto que va a reunir a gran cantidad de heroes de Marvel en un mismo film. Eso incluye a Tony Stark / Iron Man (Downey Jr.), Bruce Banner / Hulk (Mark Ruffalo), Hawkeye (Jeremy Renner), Thor (Hemsworth), Capitán America (Chris Evans) y Nick Fury (Samuel L. Jackson). El film lo está dirigiendo Joss Whedon, el creador de Buffy. Recomiendo prestar atencián a Thor, porque hay dos personajes que hacen cameos (uno de ellos después de los créditos, asi que a quedarse en la sala), y otros dos son “sutilmente” mencionados. Es muy probable que Thor no se convierta en el gran éxito que fue Iron Man: el personaje no tiene el mismo carisma o incorrección política de Tony Stark, y sobretodo a Hemsworth todavía le falta mucho para ser un Downey Jr. (aunque las chicas van a suspirar por sus musculos). Tampoco Hiddleton interpreta a un villano antológico. O sea, quizás elegir protagonistas desconocidos no haya sido lo adecuado. En tono, el film no logra caer en la sátira, ni ponerse completamente solemne o meloso. Es un punto intermedio entre el humor, el drama y la acción. Branagh no decidió arriesgarse en este sentido. La película tiene multiples lecturas, que pueden leerse sutilmente. Entre ellas, se puede ver una connotacion entre Odin y Thor con la dinastía Bush, y su doble invasión a Irak. Pero Branagh termina defendiendo a sus protagonistas, y a la vez tirando una moralina oportunamente antibelicista. Thor no es un gran film (como tampoco considero que es la saga de Iron Man o El Hombre Araña), pero entretiene durante casi dos horas, y su realizador, un autor que aun en las propuestas más industriales demuestra que puede intercalar su amor por el gran William Shakespeare.
Hace menos de un año atrás, le pedi a mi buen amigo, José Luis de Lorenzo que me preste Tropical Malady. Necesitaba saber por qué, tras ganar la Palma de Oro en Cannes por Tío Boonme (me referiré de esta manera a la película para evitar palabras de más) se consideraba a Apichatpong Weerasethakul, el director que estaba cambiándole la cara al cine. Al principio no encontré nada asombroso: una hermosa historia de amor entre un campesino y un soldado. Pero esta película cambia completamente el rumbo cuando, el soldado se pierde en medio de la selva. Lo que sigue no se sabe si es un relato que habría contado el protagonista en medio de la película, un flashbacks o el presente. O todo combinado, con personajes que cambian su forma corporal y se convierten en tigres, siluetas blancas que caminan en medio de la oscuridad de la selva, etc. Realmente, si bien no quede asombrado, me pareció una propuesta muy original y divertida. Para verla concentrado, con tiempo y un litro de café encima para soportar los lentos planos fijos en medio de la selva. Leyendo críticas de las obras de Weerasethakul, todos resaltan la forma en que transforma la selva en un ámbito aislado del mundo. Los misterios interiores de estos parajes exóticos, para nosotros citadinos cómodos e ignorantes se abren y logramos descubrirlos, manipulación mediante del director. Cuántas de estas leyendas son ciertas y cuáles provienen de la imaginación de Apichatpong, habría que preguntárselo a él. Lo que coincido es que realmente en cine, ver esa jungla, meternos en medio de la oscuridad (porque es oscuridad, y no la seudoscuridad que venden las películas de Hollywood) debía ser una experiencia interesante. Tras un año de ansiosa espera, me encuentro en una sala cinematográfica frente al elogiado producto del 2010, motivado por envolverme en esa jungla tailandesa y en cambio lo que encuentro, no es tanta jungla sino un portal al más allá. Literalmente hablando, Apichatpong crea una puerta hacia el mundo de los muertos, pero también hacia mundos paralelos. Por momentos, de forma explícita, en otros, de forma tan abierta, que al cerebro le cuesta entender como un hombre puede crear una realidad alternativa con tanta sencillez de recursos, sutileza y naturalidad narrativa. Nuevamente, no creo que haya algo asombroso en Apichatpong (o sea, no es David Lynch, que te provoca un malestar interno, te desorienta, te mueve cada célula provocando salir temblando de la sala), pero admito que este cuentito, tiene momentos sublimes: una charla entre un hombre moribundo, su sobrino, su cuñada, el fantasma de su esposa y un hijo convertido en Yeti no es algo que se ve todos los días, y que el diálogo tenga tanto ingenio para que no suene forzado o fantástico demuestra que este director tiene herramientas para generar expectativas. En el medio, se infiltran otras leyendas que aportan más bien al tono mítico de la película, que a la trama central de por sí, como la de una princesa que aparece en medio de la selva y es ¿“violada” por el río? Todo es posible en esa selva tropical. Y si todos los elementos fantásticos-oníricos no son suficientes para atraer al espectador, también hay un directa crítica política a los militares que acribillaron civiles en Laos, a la xenofobia que sienten los tailandeses hacia los laoneses que cruzan el río para trabajar en Tailandia, hacia la falta de libertad de expresión del gobierno, hacia los dogmas budistas y fanatismo religioso, hacia el hipnotismo de la televisión. ¿Demasiado? No, porque el director logra combinar todos estos elementos de forma armónica, divertida, sin golpes bajos, con magia narrativa, lirismo, belleza audiovisual. No solamente cada encuadre es perfecto, sino que el sonido es lo realmente envolvente, lo que permite que el espectador se meta en la selva. No tanto las imágenes. Lo más irónico es si uno hace una lista de todos estos elementos que se mezclan en la película, podríamos estar hablando de una epopeya, pero lo cierto es que, si algo se puede criticar es que es una película bastante lenta, que al igual que Tropical Malady debe verse y disfrutarse bien despierto, porque voy a ser honesto, el clima, el paisaje, los diálogos pausados provocan un poco de somnolencia. Diálogos que tienen un contenido espiritual y filosófico bellísimo acerca de la vida, de la muerte, la reencarnación y como la muerte no es el final, sino el principio de otra etapa. Pero eso no es suficiente para convertir en un poco más dinámico al relato, al menos para los ojos de los espectadores occidentales acostumbrados a la velocidad urbana. Sobre estos contrastes ideológicos, sobre las diferencias en los tiempos es justamente donde se centra Apichatpong. La velocidad de la sociedad contemporánea es lo que cuestiona. Quizás me hubiese gustado que no explicara tanto. Que todo quedara más abierto a la imaginación y la comprensión del espectador como sucedía en Tropical Malady. Pero aún, cuando no se trate de una obra tan mística como la anterior, no se puede negar que Tío Boonme es una película especial, que pregona múltiples lecturas, que merece verse más de una vez para apreciarse como Apichatpong y sus vidas pasadas, mandan.
Cuando reaparece la creatividad Una vez le preguntaron a Carlos Sorín: ¿de que trata El Gato Desaparece? El director, con la sencillez que lo caracteriza y de la que se nutren sus historias y personajes respondió: “De un gato… que desaparece”. Este es el séptimo largometraje de Sorín detrás de cámaras. Muchos lo recordarán sin embargo, por un magnífico mediometraje falso documental que realizara a mediados de los ’80 llamado La Era del Ñandú, que sin duda es uno de los mejores ejemplos sobre como DEBE realizarse un falso documental. Tras ese auspicioso film, que pondría la base de toda su filmografía llegaría, la ambiciosa La Película del Rey con un joven Julio Chávez, tratando de filmar la historia de un francés que se quiso proclamar Rey de la Patagonia. Dicho rodaje nunca se pudo terminar y su historia era completamente cierta. De hecho, Sorín fue asistente de dicho rodaje (y se puede ver en el documental Un Rey para la Patagonia). Este debut en el largometraje le permitió viajar a Estados Unidos y filmar junto a Daniel Day Lewis, Eterna Sonrisa de Nueva Jersey, que lamentablemente no funcionó muy bien. Durante largos años, Sorín siguió abocado a la dirección de publicidades, estudiando el interior del país, a las personas, comunidades que habitan las regiones más inhóspitas y creando una gran variedad de historias que cada uno de ellos podrían protagonizar. Así nacieron, justamente, Historias Mínimas, El Perro y El Camino de San Diego. Películas chicas, con personajes entrañables, comedias dramáticas que evitaban caer en pretenciosos golpes bajos o lecturas demasiado intelectuales, filmadas con una belleza irrefutable. El público y la crítica acompañaron cada una de estas propuestas. Había un público que quería ver otro tipo de historias. Su último trabajo había sido La Ventana, un film que fue un poco maltratado, quizás el más meticuloso en lo que se refiere a puesta en escena, con unos magníficos planos exteriores que remitían al Kurosawa crepuscular. Bello, sencillo, lleno de sutilezas. Particularmente, pienso que, al contrario de mucho de mis colegas, el cine de Carlos Sorín mejora con el paso del tiempo, y cada nueva propuesta es mejor que la anterior. De hecho, no tengo ningún problema en admitir que Historias Mínimas, aún con su belleza estética, me parece un film sobrevalorado, y que no pude sentir empatía con sus personajes. Opuestamente, El Gato Desaparece es una pequeña gema, que confirma que Sorín sobretodo es un gran director de actores, tengan estudios dramáticos o no. Sorín puede sacar una buena actuación de un gran elenco, de personas que nunca vieron una cámara, de un perro (o varios) e incluso de un gato. Hasta una piedra sería una gran intérprete de un film de Sorín (de hecho, el segundo personaje más importante de El Camino de San Diego era un pedazo de tronco transformado en Maradona). El principio no es demasiado auspicioso, sin embargo. Tribunales. Se deja claro que Luis, un profesor universitario que agredió a un compañero y estuvo en un hospital psiquiátrico está curado y puede volver a la vida “normal”. Aunque es demasiado explicativo, este comienzo sirve para entender el resto de la película. Y Sorín admite en cierta forma, que es un comienzo un poco aburrido: hasta los personajes no esperan más que terminen las explicaciones. El resto de la película es una pequeña obra de cámara: dos actores, miradas suspicaces, sospechas y un subliminal humor negro infiltrado en un thriller que recuerda (con menos solemnidad y dramatismo) al cine negro de Carlos Hugo Christensen (Safo, La Muerte Camina Bajo la Lluvia), las obras más intimistas de Alfred Hitchcock (La Sospecha especialmente), alguna que otra gema de Hollywood de los años ’40 como Luz de Gas, o definitivamente, las últimas películas de Claude Chabrol. De hecho, Sorín toma el humor del fallecido maestro francés, toma el ritmo, Nicolas Sorín trata de reproducir la banda sonora de Matthieu Chabrol (ambos comparten ser hijos de sus realizadores) y no sería demasiado lejano decir que Beatriz Spelzini hubiese sido una magnífica protagonista para los films de Chabrol. ¿Podemos tratarla como nuestra Isabelle Huppert? La sencillez del argumento de El Gato Desaparece puede resultar un poco anticuado para los cánones del thriller contemporáneo, pero al mismo tiempo, es necesario. No hay demasiadas subtramas, todo se basa en los falsos caminos que el realizar quiere que recorras. Para eso nos mete en la cabeza de Betty (Spelzini). No sabemos si está loca por creer que su marido no está bien, o si realmente Luis oculta algo en el lado oscuro de su cabeza. Los ojos de Spelzini son maravillosos, hablan mejor que mil palabras. Sorín a través de ellos nos engaña numerosas veces. Por otro lado, es imposible no elogiar la labor de Luis Luque, que nuevamente demuestra su versatilidad actoral. Cada vez, se hace más obvio, que el protagonista de Pajaros Volando se siente más cómodo en la comedia, que en el drama. La transformación que logra, de ser un ente intelectual a un chico que necesita descanso y cuidado es magistral. La cámara se enamora de él, de su “inocencia”, y a la vez es imposible descifrar que pasa por su mente. Haciendo gala de un lenguaje cinematográfico tan transparente como meticuloso, donde el montaje es ágil y clásico, pero la puesta en escena denota un gran trabajo estético y de elección de colores sobretodo, mérito del trabajo conjunto de dos veteranos artistas como Julián Azpesteguía (Director de Fotografía) y Margarita Jusid, Sorín sostiene la película sobretodo en la elaborada construcción de los personajes y la dupla actoral. También es elogiable la inclusión de acciones fuera de campo, fundamental para crear tensión en cualquier obra de suspenso. El diseño sonoro de José Luis Díaz cobra gran protagonismo en este sentido. Sutil y divertida crítica a la burguesía intelectualoide porteña, suerte de comedia con elementos de thriller o thriller con comedia incorporada, El Gato Desaparece, demuestra una vez más que Carlos Sorín es un cineasta capaz de sorprender e innovar con muy pocos elementos y mucha cinefilia.
Tercer film de Katz que la define como una realizadora autora consolidada y a tener en cuenta a futuro. Que los nombres que incorpora en esta oportunidad no confundan. No se trata de una comedia costumbrista más del cine argentino contemporáneo. Más allá de su tono tragicómico y el ritmo que le impregna el Chango Spasiuk a la banda sonora, la realizadora construye un relato familiar dividido. La historia de dos hermanos: Luis y Juan, peleados hace bastantes años. Mientras que el primero tiene un vida hecha en un country del Gran Buenos Aires, junto a su esposa e hijos, Juan lleva una vida humilde en Misiones. La mayor preocupación de Luis es encontrar a los responsable que hacen pozos en el Country y provocan accidentes. De hecho, el mismo Luis se fracturó un brazo por culpa de uno de los pozos que aparecieron en el campo de golf. Mientras tanto Juan se quedo desempleado y de la noche a la mañana no entiende nada de lo que lee. El vacío que cada uno tiene, en realidad, es la ausencia del “otro” en sus respectivas vidas. En el medio, están Delfina, la tercera hermana, y Nena, la esposa de Luis. Cada uno de los hermanos son extraterrestres con el mundo que los rodea pero comparten mucho en común, más que nada esa capacidad de alienarse y al mismo tiempo no querer ayuda de los demás. Katz va abriendo varias subtramas alrededor, tejiendo túneles para que ambos se encuentren. Pero ninguno de los dos pone voluntad para solucionar sus verdaderos problemas. Justamente, lo atractivo y llamativo de Los Marziano es que la única trama que realmente cierra es la que tiene menos posibidades de solucionarse. Los Marziano decepcionará a más de uno, porque deja demasiados pozos abiertos. Más de uno dirá que la directora no supo como terminar el film, pero yo creo que sí. Katz encuentra un tono justo entre la comedia y el drama, el patetismo y la compasión por sus personajes. No se trata de crear una empatía con el espectador sino de demostrar, que incluso nos podemos identificar con las peores familias. El humor es sutil, triste, melancólico. Entre la soberbia de Luis y la torpeza e inocencia de Juan, Katz pone las bases de Los Marziano. Francella y Puig juegan un verdadero duelo interpretativo que funciona mejor cuando finalmente están juntos y no puede denotar sus sentimientos. Lejos ha quedado el Francella de comedias picarescas o familiares. Lejos ha quedado el Puig, galancito de telenovelas. Ahora ambos asumen su edad, madurez interpretativa y la explotan al máximo. Acompañan maravillosamente Rita Cortese, y en un rol bastante menor para su carrera, Mercedes Morán. Ana Katz retoma dos puntas que había comenzado en El Juego de la Silla y La Novia Errante. Por un lado el tema del pariente que viene de lejos para encontrarse con su familia, con la que se siente alienado en principio, pero finalmente reconoce el parentesco, y por otro lado, el del ser solitario, ermitaño que tiene que reconciliarse con su pasado, a través de un presente en otro lado. Además, al igual que otras películas recientes como Una Semana Solos, Cara de Queso o la aburrida Las Viudas de los Jueves, se crítica la artificialidad, frialdad, aislamiento e inseguridad de los barrios cerrados. Obra inteligente con interpretaciones profundas, que van a sorprender a más de uno, Los Marziano es algo más que una comedia con Francella, es un retrato de un micromundo demasiado creído de sí mismo, materialista, soberbio y banal que ha olvidado, que más allá de las diferencias sociales y económicas, básicamente (y como dirían los Benvenutto), ¡lo primero es la familia!
Bastardos Sin Gloria Ni santo ni con espada. Esa es la nueva imagen del General San Martín, según la visión de Leandro Ipiña. Este proyecto, empezó a partir de que el Canal Encuentro, decidiera, con motivo del bicentenario nacional, lanzar una serie de episodios épicos que reconstruyeran los momentos más importantes de la historia Argentina. La idea era ambiciosa y su resultado superó las expectativas. Leandro Ipiña, comenzó como ayudante de Tristán Bauer, creador de Encuentro, en Iluminados por el Fuego, y gracias a visión y talento, llegó a dirigir para el canal el telefilm: San Martín, La Batalla de San Lorenzo. Los excelentes resultados de dicha propuesta, motivaron que se haga un segundo telefilm. Esta vez, acerca de “el cruce de los andes”. Dicha propuesta también iba a estar dirigida por Ipiña. Sin embargo, la inclusión dentro del canal, del realizador Juan José Campanella, junto al buen instinto de Bauer influyeron para que los responsables de la producción, con ayuda del gobierno nacional, decidieran llevar nuevamente a San Martín al cine. Para esto Ipiña tendría que reimaginar el telefilm y darle otra dimensión visual. Dicha decisión, encima, fue tomada con el rodaje ya comenzado. Además, era una buena oportunidad para dejar atrás la versión, que había dado Leopoldo Torre Nilsson con Alfredo Alcón como protagonista en 1970. Vi El Santo de la Espada por primera vez en 1990, en un contexto escolar, por lo que no puedo decir si era realmente un buen film, pero el recuerdo que tengo es bastante intenso. La recreación de batallas épicas es muy inusual en el cine argentino, así que estaba impresionado. Sin embargo, la estética elegida se acercaba más a una elevación mítica, legendaria, enalteciendo al personaje, en vez de buscar un retrato creíble de la historia. Era una visión romántica, de folletín. Lejos estaba la revisión histórica que llamara a la discusión y la reflexión sobre nuestro pasado. Este es el aspecto más interesante de Revolución, el Cruce de los Andes. Los primeros planos del film lo separan enseguida de una película hecha para la pantalla chica. La cámara sobrevuela la cordillera andina. El panorama es espectacular y pronto me empecé a plantear si incluso no hubiese sido una gran decisión, hacer esta película en 3D. Irónicamente la historia comienza en 1880. Van a traer los restos del General desde Europa a Buenos Aires. Un periodista decide entonces, entrevistar al único superviviente que queda del ejército andino. Se trata de Manuel de Corvalán, quien a los 15 años fue secretario y escriba del gran San Martín. De esta manera, un poco al estilo Titanic, nos remontamos a 1816, donde nos vamos enterando de los preparativos, las causas y motivos por los que San Martín creó el ejército y tenía urgencia por atacar a los realistas en Chile. Ipiña hace hincapie en el carácter del General. Hosco, inteligente, insultador como pocos. Pero a la vez, un gran estratega. El director trata de dejar un poco al margen la conocida gastritis que lo dominaba antes de las batallas, y la relación con Remedios de Escalada. Además, el director quiere dejar en claro, que no está haciendo un mero film didáctico. Hay violencia gráfica y una directa crítica a las familias más poderosas de Buenos Aires, que estaban en contra de la Independencia de la Nación. La primera hora del film, no cabalga. Vuela. A pesar de que no hay batallas ni conflictos, Ipiña sostiene las acciones gracias a personajes atractivos, diálogos que dan pie a múltiples lecturas. De esta forma se muestra la posición que ocupaban los esclavos en el ejército, ritos, costumbres, la posición del gaucho y el punto de vista religioso en la piel del Fray Bernardo García, miembro del ejército que toma narrativamente, un lugar cuestionador acerca de la “gloria” de la batalla. Justamente, acá es donde se van a generar los principales debates con respecto al film. No voy a develar mucho, si digo que el film concluye con la batalla de Chacabuco. Durante la última media hora, el ritmo venía decayendo, siendo un poco reiterativa en algunos diálogos y situaciones. Más allá de que no se perdía el interés, y algunos planos remitían directamente a westerns de Leone, Ford o Peckinpah, el relato no lograba sostener el interés como sucedía durante la primera hora. Sin embargo, cuando empieza la batalla de Chacabuco, no solamente vuelve a cobrar vida la película, sino que propone una relectura de la historia pocas veces vista en el cine. ¿Aun cuando se trata de la lucha por la libertad, se justifica la guerra, la batalla, el derramamiento de sangre? Muchos notarán que, a pesar del gran y meritorio despliegue técnico, los extras, los cañonazos, las luchas cuerpo a cuerpo, a la batalla le falta intensidad. O sea, el trailer prometía un conflicto épico más potente. Pero esto no es Corazón Valiente. San Martín está más cerca de Napoleón, con todo su despotismo que de la imagen heroica de Mel Gibson sobre William Wallace. Los últimos 10 minutos de película son para atesorar. No hay gloria en esta batalla. No hay gloria en la muerte ni en el hecho de que se pierdan tantas vidas. Esa es la imagen que nos da Revolución, y es la imagen que quiero destacar: un joven de 16 años llorando como un chico porque fue herido. Esto, si no recuerdo mal también había sido lo que más me había gustado de Iluminados por el Fuego: entender que no se trataban de máquinas de matar, sino de hombres sensibles. Muchos de ellos, sin experiencia en las batallas. Que los generales se quedan lejos de la batalla, y muchas veces sus segundos son inútiles. A nivel visual hay un enorme contraste escenográfico. Un 70% de la acción sucede en exteriores y realmente, el despliegue artístico es notable. Además Ipiña aprovecha la profundidad de campo y logra algunos planos sublimes, con el ejército avanzando en diversos lugares a lo largo de la cordillera. En cambio, las pocas escenas filmadas en interiores, son demasiado televisivas, sencillas, a tres cámaras. Como si se las hubiesen querido quitar rápidamente de encima. Más allá de eso es muy elogiable el gran trabajo fotográfico de Javier Juliá y la dirección de arte de Sergio Rud. El elenco es un punto fuerte. Rodrigo de la Serna construye un interesante San Martín, duro, austero, verborrágico, frío y calculador. Muy diferente a lo que venimos acostumbrado a verlo. Su interpretación es creíble. Incluso resulta divertido escucharlo. De la Serna le aporta un acento castizo al personaje. El mismo desaparece en algunas escenas intimistas. Muchos han criticado este punto, pero lo cierto es que según algunos historiadores, el verdadero San Martín podía pasar de un acento castizo al castellano cotidiano de un momento a otro. El resto de los actores cumplen de forma verosímil con sus interpretaciones, especialmente Victor Hugo Carrizo como el rastreador y Alberto Ajaka como Condarco. Revolución, El Cruce de los Andes, supera las expectativas, se aleja de la estética telefilm, y permite soñar un cine épico en nuestro país que deje lugar a la discusión y la reflexión es posible. Ahora le toca el turno al Belgrano de Pablo Rago, Juan José Campanella y Sebastián Pivotto.
Los Chicos solo Quieren Divertirse Los Farrelly han regresado. Esta noticia no siempre resulta agradable, tengo que admitir. Lo cierto es que el humor de los hermanos, directores de Tonto y Retonto, e Irene, Yo y mi Otro Yo no es demasiado de mi gusto. Admito, que algunos gags tienen su ingenio, pero el nivel de estupidez de sus personajes a veces, puede llegar a exasperar. Por otro lado, sigo pensando que la película más odiada por los críticos, pero al mismo tiempo, más exitosa de su carrera, Loco por Mary, sigue siendo, mi película preferida de ellos. Llámenlo empatía o puro regodeo, pero aún hoy es la única película de su factoría que la vuelvo a ver y me sigo riendo. El universo Farrelly está compuesto por un abanico de personajes idiotas, inúties, imbéciles que ciertamente, parecen ser un reflejo del estadounidense promedio, de clase media, soñador. Los Farrelly, a diferencia de los Coen, no se creen intelectuales y ridiculizan a sus monstruitos de las formas más desagradables, escatológicas posibles. El mensaje subliminal es que todos los hombres somos bestias, dominados por impulsos, calentura y bajos instintos. Al contrario, los Farrelly elevan la inteligencia y suspicacia de las mujeres, mostrándolas menos superficiales que los hombres, aunque también, resulta irónico, buscan para tales personajes, actrices rubias de ojos claros, prototipos de “belleza”, fetiches hitchcoianos. En defensa de los Farrelly, tengo que decir que son autores natos de comedia. El tema de las apariencias, de no juzgar a las personas por discapacidades (mentales o físicas), diferencias raciales, belleza externa es de lo que se nutre su filmografía. Que ahora, estos temas “importantes” estén desarrollados o disfrazados en guiones pobremente escritos, previsibles, con gags no siempre efectivos, obvios, moralistas y con mensaje conservador (al menos, en lo que respecta al estigma familiar) es otra cosa. Ni hablar de lo convencional y poco imaginativas que son visualmente sus obras. Pero la estética y el arte no son prioridades de Bobby y Peter. Ni se molestan en aclararlo. Ellos son observadores de la sociedad media californiana, y sobre esa mirada construyen sus personajes. Su principal atributo por otro lado es el buen ojo que tiene para los castings: ambos fueron los que realmente convirtieron en “estrellas cómicas” a Jim Carrey y Ben Stiller, elevaron de categoría a Cameron Diaz, demostraron que Richard Jenkins es uno de los actores secundones más volátiles que existen, confiaron que Matt Damon y Gregg Kinnear pueden ser hermanos siameses burlándose de ellos mismos, y que una actriz prestigiosa como Gwyneth Paltrow podría ser pareja de Jack Black. No hay protagonista de comedia de los Farrelly que no funcione. Y eso es un hecho. Pase Libre, regresa a los hermanos al terreno de la comedia tonta y escatológica más pura. Tras las decepcionantes La Mujer de mis Pesadillas y Amor en Juego, esta vez nos devuelven a protagonistas obsesionados con el sexo, pero aprisionados… por sus esposas. Rick y Fred (Wilson y Sudekis) son dos maridos fieles, supuestamente, felices con sus respectivos matrimonios. El problema es que ambos no dejan de fijarse en mujeres atractivas de la calle, fantaseando con ellas y al mismo tiempo, lamentando estar casados. Maggie y Grace (Fischer y gran regreso de Christina Applegate) sus esposas, no los aguantan, y seguidas por el consejo de una amiga veterana, les dan un pase libre del matrimonio. O sea, por una semana, ellas se van de viaje, y les dejan a sus maridos la oportunidad de que las “engañen”… con su permiso. Esto es festejado no solamente por ellos, sino también por sus amigos. Durante esa semana, ambos se darán cuenta que ya no están tan en forma para “levantar” mujeres como pensaban. Apelando a chistes fáciles, los Farrelly empiezan a construir su maquinaria humorística. Drogas alucinaciones, masturbación, materia fecal; nada de esto puede estar ausente de una comedia Farrelly, y es en estos aspectos en los que la película logra sus momentos más efectivos. El ingenio que no está puesto en la estructura, sino en la creación de algunos gags y de los personajes. El punto más elevado lo pone la aparición de Cockley, un mujeriego cincuentón, experto en levantes, que en la piel del gran Richard Jenkins (Visita Inesperada) termina siendo un personaje inolvidable. El mayor problema de Pase Libre, acaso es su mensaje conservador. Los Farrelly se contradicen con lo que en primer lugar pretendían criticar: una pareja no funciona sin que haya un poco de libertad a la hora de fantasear con otros cuerpos. Ciertas cursilerías y explicaciones innecesarias del final, terminan arruinando incluso algunos muy buenos gags. Como dije anteriormente, los directores siguen teniendo buen ojo para el casting: Owen Wilson está en su salsa, tiene la libertad para llevar su personaje patético al extremo del burdo. Por otro lado, Jason Sudekis (reconocido por Saturday Night Live) logra gran química con Wilson, teniendo a su cargo los mejores gags. Después hay varios aciertos secundarios (la australiana Nicky Whelan cumple correctamente su rol de “chica sexy”) y Fischer y Applegate son muy convincentes como las mujeres de los protagonistas, que al final no son tan inocentes como aparentan. Pase Libre dificilmente sea la mejor película, pero tampoco es la peor de los Farrelly. Tiene momentos genuinamente divertidos que remiten (salvando las obvias distancias) a los Marx, Los Tres Chiflados (el gran proyecto de sus vidas), Billy Wilder o Abbot & Costello. Recomiendo ir a la sala sin demasiadas pretenciones, fijarse en la forma indiscriminada, injustificada y obvia de mostrar o hacer mensión a las compañías multinaciones más famosas de los Estados Unidos, y por supuesto… asistir con un amigo. Definitivamente no es una buena elección para ver en pareja. Aunque puede dar buenas ideas para mejorar las relaciones.
Ideal para vender pañuelos Festejan las fábricas de Kleenex y Carilina. Festejan los fabricantes de pañuelos de tela. Llega la película que les va a salvar el año. Piden que sea un gran éxito de taquilla, así no tienen que esperar sentados a que lleguen los “tanques” sentimentales del Oscar que viene. Durante los años ’90, surgieron del mundo videoclipero interesantes directores, con ideas renovadoras. Por estética, forma de narrar y estilización, muchos cinéfilos esperaban con ansias que estos mismos encontraran productos interesantes para llevar a la pantalla grande. Si bien la mayoría tuvo (o tienen) carreras irregulares, no se puede dejar de admitir que todos dejaron su sello. Algunos de manera superficial (Ej: Snyder, Bay, Tarsem Singh), haciendo énfasis en lo visual más que nada. Otros se resistieron un poco a impostar demasiado la estética y lograron dignos productos mezclando clasismo narrativo con un estilo visual interesante y pulso cinematográfico (Ej: Fincher) y por último un selecto grupo de autores natos que impusieron formas de narrar menos convencionales, con estéticas más jugadas. De este grupo se destacan un gran realizador como Spike Jonze o un autor extraño, a veces desconcertante, como Michel Gondry. Mark Romanek, tiene una trayectoria impresionante en el mundo del video clip. Su ópera prima cinematográfica es de 1985, la inconseguible Estática. La segunda película llegó recién en 2002, fue un interesante thriller voyeurista, inspirado en el mundo depalmiano, pero menos extremo en lo sexual y onírico, como fue Retrato de una Obsesión, con un soberbio Robin Williams (quizás la mejor actuación de su carrera). No se trataba de una gran película, pero tenía gratos momentos de tensión y suspenso, además de un análisis profundo acerca de la psicosis de un personaje encerrado demasiado tiempo en un cuarto oscuro y abstraído por su trabajo. Romanek se convirtió en una promesa a seguir. El segundo proyecto con el que estuvo relacionado por mucho tiempo fue El Hombre Lobo (2010), pero diferencias artísticas y económicas lo alejaron del proyecto y la posta la tomó, Joe “Capitán América” Johnston. En cambio, Mark cayó en la trampa Ivory y se dejo tentar por una novela de Kazuo Ishiguro (Lo que Queda del Día; La Condesa Blanca) Ivory hace más de 40 años que viene haciendo dramas épicos, y uno de los puntos altos de su cinematografía, es que a pesar de todo, logra evitar caer en el sensiblerismo barato, la lacrimogenia televisiva. La mayoría de sus personajes son tan fríos y reprimidos que no provocan que el espectador sienta gran empatía con ellos y se emocione fácilmente. Ahí reside el talento como narrador del director estadounidense de 80 años. Pero Romanek crea el peor “cinema du qualité”. Aquel que más criticaban los directores de Nouvelle Vague. El que pretende emocionar con trucos viejos, con romances imposibles, con caras bonitas llorando e intérpretes jóvenes y sexis en estado vegetativo, acompañados por una fotografía crepuscular y música edulcorada. Así como la sobrevalorada, Diarios de una Pasión, Nunca me Abandones sale en búsqueda de un público femenino que se sadomasoquisa piantando lagrimones a cada segundo. La historia tiene un toque fantástico, que parece sacado de la Dimensión Desconocida: un mundo utópico, casi perfecto. Los huérfanos son criados como animales. Los alimentan bien y cuando están listos, los llevan al matadero para que sus órganos sirvan a aquellos que tuvieron una infancia “normal”. Pero, resulta que estos chicos también tienen “alma” y “sentimientos” y se pueden enamorar, pueden tener celos, rencor, vergüenza de admitir lo que sienten, y así somos testigos de tres momentos en la vida de Kathy, Ruth y Tommy. Todos demasiado inocentes, son manipulados para que vivan de acuerdo a las reglas, con miedo, encerrados en un mundo creado por “adultos”. Pero, de repente se presenta una esperanza: demostrar que lo que sienten es amor verdadero. Claro, hay un problema. Una de las dos chicas va a quedar afuera. Muy probablemente la novela de Ishiguro debe ser hermosa, gracias al lenguaje y vocabulario que maneja el exitoso escritor japonés, pero lo cierto es que Romanek y Garland (el escritor de La Playa y otros productos mediocres de Danny Boyle) se lo toman todo con demasiada solemnidad, y la inocencia de los protagonistas bordea lo ridículo. Además pareciera que se han empeñado tanto en concentrar toda la acción en menos de dos horas, que ninguna parte adquiere profundidad narrativa. Si bien la primera, cuando tienen 13 años, es la mejor trabajada (gracias al gran trabajo del trío protagónico, versión púber) no alcanza a enganchar, porque rápidamente viene la segunda (los personajes cumplen 18) y cuando uno se compenetra con la historia, ya se viene la última, sufrida e interminable parte. O sea, el medio necesitaba, sin duda mayor desarrollo. Pero Garland prefiere apuntar todos sus dardos lacrimógenos al tercer acto, y acá todo flaquea, provocando que queramos buscar un cuchillo, para cortarnos las venas y dejar de sufrir con los personajes. “Estos chicos necesitan aprender un poco de anarquía”, pensaba mientras la veía. De hecho, una profesora intenta hacerlo y no dura demasiado. Pero me la sensación que el que necesita aprender un poco de anarquía cinematográfica es Romanek. No voy a negar que cada plano es bellísimo y contiene un gran trabajo de armado interno en puesta en escena. Pero al mismo tiempo es demasiado previsible. No hay marca autoral (ni siquiera en la comparación con el encierro de los chicos y el personaje de Williams en Retrato…) Tampoco voy a negar que la banda sonora de Rachel Portman, independientemente del film es hermosa, pero todo junto funciona simplemente como una máquina industrial, en la que cada tuerca forma parte de un gran brazo capacitado para esparcir lágrimas a diestra y siniestra. Seré yo muy frío, pero si mis ojos caían era para ver la hora y calcular cuanto faltaba para que este culebrón se diera por terminado. Carey Mulligan logra sostener el relato, expresiva, hermosa, reprimida e inclusive austera, es lo mejor del elenco. Keira Knghtley, en cambio fuerza cada gesto en pos de hacer verosímil a su mosquita muerta y no lo logra, mientras que Andrew Garfield, no tiene la suficiente destreza para llevar a buen puerto a este muchacho tímido tirado por dos sogas femeninas. Tengo fe que será mejor Peter Parker que Tobey Maguire, y ha demostrado soberbia en Red Social, pero en Nunca me Abandones no encuentra su lugar. Los mejores momentos interpretativos se dan cuando Charlotte Rampling o Sally Hawkins irrumpen en pantalla. La primera como la escalofriante directora del orfanato, una seudo doctora Menguele inglesa. La segunda aporta calidez en el único personaje, capaz de abrirle los ojos a los personajes. Generalmente soy una gran defensor del cine clásico y el “cinema de qualité”, pero esta vez me sentí muy incómodo en la sala. Voy a citar a Joel Coen: “Odio cuando la gente llora por películas. Es desconcertante cuando estás frente a una muy fea película y escuchás gente alrededor tuyo sobando y soplando sus narices”. Ni más ni menos eso es lo que sentí.