La fórmula todavía funciona… Hay secretos que hoy en día todavía se mantienen bajo llave: la fórmula de la Coca Cola, la de las hamburguesas de Mac Donalds (por suerte) y como hizo Walt Disney para crear esa magia que aún hoy en día sigue enamorando a grandes y chicos. Muchos creyeron que con la muerte (su criogenización es un mito) del creador del ratón Mickey, la magia se había evaporado. El tiempo demostró que si bien los productos no alcanzaron los niveles que se esperaban tras su fallecimiento, la magia para muchos seguía existiendo. O, al menos trataban de imitarla. Los mejores trabajos desde entonces se dieron durante los años 90 gracias al éxito de las adaptaciones de cuentos clásicos. O sea, una de las razones por las que Walt supo capturar a la audiencia es porque se inspiraba en cuentos infantiles como los de los hermanos Grimm para crear sus películas (Blancanieves). Justamente cuando Ron Clements y John Musker le dieron una segunda vida a los estudios, se volvieron a inspirar en un cuento de Hans Christian Andersen, como fue La Sirenita (1989). Lo mismo sucedió en los años sucesivos con La Bella y la Bestia, Aladdin, El Jorobado de Notredame, etc. Pero de a poco, los estudios empezaron a apostar por historias modernas, más “originales”, futuristas, etc que terminaron perdiendo a la audiencia, más que nada, por la falta de ideas, del humor que lograba contagiar y empatizar con el espectador. Pronto, no fueron las películas “Disney” tradicionales las que atrapaban al público, sino las de una subproductora que intentaba explorar los recursos de la animación digital: “Pixar”. La cuestión es que con sus obras completamente originales que lograban mezclar ternura, humor e inteligencia narrativa, el clan conformado por Lasseter, Stanton y Bird principalmente, revivió la fórmula de Disney para hacer magia y captar el mayor número de espectadores en una obra animada. Por lo tanto, si los animadores más veteranos fuera de “Pixar” querían seguir trabajando debían recurrir a al menos uno de ellos en asesoramiento para llevar a cabo los nuevos proyectos. John Lasseter salió al rescate y ahora, cuando vemos una película de Disney que no se relaciona con “Pixar” podemos decir que la magia está de vuelta. ¿Y por que La Princesa y el Sapo o Enredados funcionan? No es solo porque Lasseter figura como productor ejecutivo en los créditos (un talismán), sino porque han regresado a las fuentes: los cuentos de los hermanos Grimm. Humor y Canciones Adaptada por Dan Fogelman (guionista de la pieza más clásica y subvalorada de “Pixar”, Cars), Enredados cuenta la historia de Raspunzel, una joven princesa secuestrada por una anciana que descubre, que el cabello de la misma funciona como una fuente de juventud. Siendo aún bebé, Rapunzel es criada por Gothel y encerrada en una torre en medio del bosque, al tiempo que su cabello no deja de crecer. Si se corta, pierde su poder. Cada año, sus padres, los reyes, envían linternas (globos con velas) al cielo buscando a su hija perdida. Rapunzel las observa y desea encontrar el lugar de donde parten esas “linternas”, pero los miedos infundidos por su “madre” le impiden salir de la torre. Un día, accidentalmente, choca con la torre, Flynn Rider, un ladrón de poca monta, a quien Rapunzel lo chantajea para que lo guíe hasta la ciudad, aprovechando que su “madre” se fue a buscar comida. La pareja de héroes será perseguida por dos ex “socios” de Flynn, la madre de Rapunzel y el ejército del rey que busca una tiara que Flynn robó. La dupla Greno / Howard (Bolt) logran una narración entretenida, adrenalínica y divertida gracias a personajes que generan empatía en el espectador, ya sea la inocente princesa como el galancito pero chanta Flynn. Además cuenta con un abanico de secundarios sólidos, donde se destacan un grupo musculosos “vikingos” que ayudaran a cumplir los sueños de los protagonistas, mientras cumplen los suyos (la mayoría relacionados con intenciones románticas o artísticas). Los gags, acompañados por las persecuciones (se destaca un caballo que si bien no habla es más inteligente que todos los demás personajes) y la excepcional banda sonora le aportan calidez al film. Con elementos que hacen recordar a La Sirenita (la escena del bote) o Aladdin (el personaje de Flynn es un calco del protagonista de la misma), Enredados, retoma los mejores aspectos de estas películas, incluyendo las canciones compuestas por el mítico Alan Menken. El mismo, que el año pasado supo adaptar las clásicas canciones Disney a ritmo de jazz de Nueva Orleans en La Princesa y el Sapo, esta vez lo hace con tono celta. Aunque no cae en golpes bajos o sentimentalismo solemne (el peor mal de películas como Pocahontas, El Jorobado o Mulan), la última media hora de película se vuelve un poco lenta y redundante con demasiadas idas y vueltas. Y más allá de que se puede ver una especie metáfora política alrededor de la paranoia que Gothel construye en Rapunzel, no hay un subtexto social tan evidente como el que había en La Princesa y el Sapo. Aunque ambas comparten un final un poco oscuro para los más chicos. Más allá de estos detalles, Enredados es una obra muy simpática y honestamente vigorosa. Como siempre las voces, le dan un afortunado agregado a los productos. Esta vez se puede apreciar a Mandy Moore, Zackary “Chuck” Levi, la gran Donna Murphy (una veterana de Broadway no muy conocida en cine) o los monstruosos Jeffrey Tambor, Brad Garret o Richard Kiel (el famoso Jaws de las películas de James Bond con Roger Moore) dentro de la banda de vikingos sentimentales. Y en la versión en español está… ¡Chayanne!. A nivel visual es realmente meticulosa en la creación de escenarios y el 3D aporta profundidad de campo en cada plano. Disney vuelve a pasarle el trapo en materia de animación a Dreamworks, Fox o Sony. La magia del gran Walt sigue viva gracias al aporte que John Lasseter le agrega a las producciones. Aunque habría que preguntarse… ¿no sería hora de cambiarle el nombre por Lasseterlandia?
Nadie es perfecto Puede fallar. Nombres rutilantes no aseguran que un film esté a la altura de las expectativas. Tras una serie de películas hechas por encargo, con resultados óptimos, el guionista Peter Morgan (El Último Rey de Escocia, The Damned United, La Reina y Frost / Nixon) decidió dar a conocer un guión original que no involucra a ningún personaje político o reconocido e incluso viajar… al más allá, literalmente hablando. Se puso en contacto con un tal Steven Spielberg para que realizara la producción ejecutiva quien delegó la producción final a los productores Kennedy / Marshall que vienen trabajando con él desde los años ’80 y la dirección cayó en las manos de Clint Eastwood, nada menos. Trifecta. Pues, no. A veces grandes nombres no pueden salvar un producto que fallaba desde su concepción. En este sentido, si la obra logra mantener interés y tiene varios puntos para destacar es gracias a que su director, a los 80 años, sigue estando más cerca de acá que del… retiro. Si alguno piensa que al realizar un film sobre lo que sucede después de la muerte, Clint Eastwood empieza a despedirse de la industria, está muy equivocado. Más Allá de la Vida es quizás la película más esperanzadora que el director de Los Imperdonables haya dirigido en su vida. Se trata de un film optimista acerca de personas que deben decidir vivir y superar sus miedos a la muerte. Generando climas secos y sin caer en golpes bajo o de efecto facilista; llevando a la emoción genuina de forma sólida pero contenida, Eastwood pone cabeza fría (en parte gracias a la ayuda de su excelente director de fotografía habitual, Tom Stern) a escenas melodramáticas. El problema de Más Allá de la Vida, es el guión de Morgan. No porque los personajes no estén bien construidos, los diálogos no sean verosímiles o las historias no contengan ritmo, sino porque el desarrollo de cada una de ellas, se queda corto. Cada historia merece su propia película, acaso como hizo con el díptico, La Conquista del Honor / Cartas desde Iwo Jima. Aunque acá había dos puntos de vista de la misma historia. En la última obra, todo se superpone y el resultado final, es meramente curioso. No dudo de la capacidad para narrar de Eastwood, pero sí me sorprende que su instinto para leegir proyectos no lo haya acompañado esta vez. Los 126 minutos se hacen cortos porque ninguna de las tramas logra establecerse y profundizar en el mensaje. Este aspecto la acerca justamente a La Conquista del Honor. Las historias corales no suelen funcionar en el cine de Eastwood. Pero, al menos esta vez, los personajes y sobretodo las interpretaciones son mucho más palpables y sólidas. Por un lado tenemos la historia de Marie, la periodista francesa (brillante Cecile de France) que revive tras una catástrofe (una escena inicial magníficamente realizada, un prodigio visual) y decide dedicar su carrera a la investigación acerca de sus visiones del “más allá”. Varios asociarán la historia de este personaje con la de un periodista argentino fallecido recientemente. Con los primeros 5 minutos, se podría haber hecho una emocionante película de tres horas o incluso una miniserie de Hallmark. El personaje no logra entusiasmar demasiado durante el resto del relato, hasta que logra justificar su presencia en el final. La segunda, es la historia de un chico inglés de los barrios humildes de Londres. Con una interpretación austera, sutil, cálida y emocionante de los hermanos Mc Laren, Eastwood demuestra una precisión y economía de recursos majestuosa. Relata de forma directa, dando a entender todo con apenas pocas imágenes y gran intuición para sorprender. En este episodio, lo inesperado es el arma de Eastwood. Si solo tendría que elegir una de las tres historias para desarrollar en una película completa de dos horas, me quedaría con esta. Lo mejor de Río Místico y Million Dólar Baby se encuentran en este episodio, al que le juega en contra tener que compartir lugar con dos historias más, que no están a la altura, en sentidos cinematográfico. Aún así, lo más destacado de la dirección en estos casos, es como Eastwood demuestra su versatilidad e invisibilidad para dirigir. Si bien uno, puede palparlo debido a su puesta en escena y las notas musicales que suenan de fondo, tanto el episodio de Francia como el de Inglaterra no parecen haber sidos dirigidos por un estadounidense. Como sucedía en Cartas desde Iwo Jima con Japón, Eastwood estudió el ritmo, el timing de los realizadores franceses e ingleses para poder imitar su estilo y ser fiel a la idiosincracia del país donde posa su mirada (no como cierto neoyorquino que no cambia su estilo, filme donde filme). Sin salir del clasicismo que lo caracteriza, Eastwood prueba diferentes posiciones y acierta en tonos, climas y dirección actoral. Pero el episodio en Estados Unidos (particularmente en San Francisco, acaso su ciudad preferida para filmar) tiene su impronta emotiva y discursiva. La narración fluye de taquito. Nuevamente con Matt Damon como alfil, secundado por los excepcionales Bryce Dallas Howard y Jay Mohr. Sin embargo, aunque tiene el personaje más complejo y ambiguo (muy bien Damon), la historia carece de la emoción contenida del episodio de Londres o el dinamismo del francés. Es todo más obvio y previsible. Aunque hay pequeñas escenas que son una delicia (todas las que suceden en la escuela de cocina). La última media hora de la película, si bien no carece de lógica, está demasiado forzada para que todas las piezas encuentren su lugar. Aún así, cuando no se trata del film más logrado de su carrera, acaso por ser demasiado fiel al guión de Morgan, Eastwood acierta en la dirección una vez más. Más Allá de la Vida da pie a la reflexión y a la emoción, es cierto. Pero también, necesita desarrollar mejor cada una de sus historias y subtramas. Inclusive, de todas las bandas sonoras que ha compuesto para sus films, esta es la que menos incide en la narración lo que demuestra, junto a la decisión de tomar una posición de cámara más alejada de lo habitual, que esta vez Eastwood no se tomo esta película a modo más “personal”. Ha perdido su “Invicto”, pero su prestigio lo sigue avalando. Como diría Billy Wilder, nadie es perfecto. Pero a no desesperar. No falta mucho para que realice la biografía sobre el fundador del FBI: J. Edgar Hoover con Leo Di Caprio como protagonista. Esto demuestra, sin dudas, que Eastwood “sigue siendo el dueño de su destino, el capitán de su alma”.
Sin gloria, pero... El sueño americano. Sabemos muy bien, que ni bien cruzamos la frontera a los latinoamericanos ilegales nos tratan como basura en los Estados Unidos. Lo pueden ver en Machete, acaso uno de los mejores estrenos del año, donde un mexicano que trabajaba para el FBI es traicionado y luego de ser expulsado del país de la libertad es tratado como un obrero mexicano más. Machete se venga y Robert Rodríguez supo encontrar el tono perfecto para equilibrar la comedia policial clase B con la crítica política, irónica que caracteriza a su cine. Sin embargo, del otro lado de la frontera, las cosas no se ven con tanto humor y Amat Escalante lo manifiesta en un relato lleno de ira, hecho principalmente para causar impresión visual que para dejar una reflexión acerca de la convivencia de estadounidenses y mexicanos ilegales en la frontera con una sólida narración. Lo que sigue fue mi impresión del film cuando lo vi por única vez, dos años atrás el 23º Festival de Cine de Mar del Plata: “Los Bastardos es la historia de dos inmigrantes ilegales en EEUU, buscando trabajo, Jesus y Fausto. Con un registro seudodocumental, realista, y actores no profesionales, el comienzo de la película es prometedor: denunciar el maltrato por parte de los gringos hacia los ilegales, la explotación laboral, e incluso relatos de abuso sexual. Sin embargo la trama deriva hacia un tono policial, cuando ambos protagonistas entran en la casa de suburbios de una madre soltera y su hijo adolescente. Lo que empieza como una visión mexicana de Fast Food Nation deriva en algo similar a una película de Gus Van Sant (especialemnte Elefante)por así decirlo. Planos fijos, largos de duración, parecen las razones por las que Carlos Reygadas apoyo este film. Sólidas interpretaciones, buena fotografía y sobretodo un final impactante y desesperanzador en lo que respecta al futuro de la relación entre ambas naciones hacen olvidar algunos baches narrativos”. Dos años después no recuerdo tan precisamente el film, pero hay algunos puntos, que me gustaría resaltar Primero, que si bien la historia es comparable (inclusive se la puede comparar a nivel visual) con Juegos Peligrosos (versión austríaca o USA) de Michael Haneke, el grado de solemnidad de la película de Escalante, y la falta de acidez son tales, que la pretenciosa obra de Haneke guarda demasiada distancia con esta pequeña película, que si bien tiene sus méritos, no alcanza para mantener la tensión del espectador. En vez de generar un thriller a lo Haneke o similar a Horas Desesperadas (versiones de Wyler y Cimino), Escalante decide transformar el relato en un depresivo viaje donde la crítica a las drogas y la tecnología incrementan una serie de “golpes bajos” inncesarios. Por último, el final es divertido, pero carece de lógica argumental. Para los que quedaron impresionados, recomiendo ver el excelente film de Claude Chabrol, La Ceremonia (1995), con la que guarda varios remanentes. Particularmente, no recuerdo haber salido del Teatro Colón de Mar del Plata muy satisfecho con esta obra, y justifico los premios obtenidos con la misma varilla con la que justifico los premios que obtuvieron las películas de Alejandro Gonález Iñarritú: efectismo, culpa primermundista y moda. Aún cuando el film tiene sus méritos visuales, climáticos e interpretativos, Los Bastardos es una obra contradictoria. Por un lado tiene una intención de ser honesta y conciliadora, a pesar de no poseer un final feliz. Pero por otro, termina siendo un poco xenófoba, mostrando a los mexicanos ilegales de manera salvaje y a los estadounidenses como ingenuos snobs drogadictos. Cuanto la película más trata de alejarse visualmente del modelo Hollywood, más se acerca a sus estereotipos, prejuicios y clisés de forma initencional. Esta es la sensación que me dejó en su momento y que revivo cuando veo el trailer, fotos o leo algunas críticas. Acaso, deberé verla de vuelta para justificar mi opinión.
Pizza con Champagne Yo no creo en las casualidades. Las películas no se estrenan porque sí en cierta época del año, en cierto momento político. Y sí, el estreno “comercial” de Videocracia responde directamente a un acontecimiento que se está viviendo nuevamente en el país: no, no hablo de la Navidad, ni los cortes de ruta, ocupaciones de terrenos, etc. No, hablo del regreso de “Gran Hermano”. Los medios y la realidad política siempre están relacionados, y para que la gente no “vea” esa realidad surgen los programas, que lo único que intentan capturar es la apariencia: los cuerpos, las cirugías estéticas y el aceite que chorrea de los mismos como si fuera una película de Michael Bay. De eso se trata la televisión argentina: la “tinellización” contra “gran hermano”. Quien la tiene más grande. En Italia pasa algo parecido, la única diferencia es que este enfrentamiento lo mediatiza, maneja, manipula la misma persona: Silvio Berlusconi, el presidente de TODA la televisión y Primer Ministro Italiano desde hace ya varios años. Videocracia es un documental hecho en el exilio. Es la única manera que tuvo su realizador para poder terminarlo, imagino. No se trata de un trabajo histórico, sino de una reflexión acerca de la fama, la fortuna, el cirq du freak, y la trampa mediática. Para llegar al Tutti Cappo, Gandini comienza su travesía mostrándonos a Ricky, un aspirante a estrella televisiva, cruza entre Van Damme y Ricky Martin. Lo que sueña es participar en un programa tipo “Gran Hermano” o “Talento Italiano”. Esta búsqueda de los 15 minutos de fama con los que sueña Ricky, llevan al realizador a investigar como se maneja el negocio televisivo, que busca el espectador italiano o mejor dicho, que o quiénes lo obligan a ver solamente cuerpos “atractivos”. Así, llegamos con Lele Mora, representante televisivo multimillonario, amigo del Primer Ministro y fascista confeso. El viaje termina mostrándonos las dos caras de la relación política – fama: por un lado, el perfil mediático de Berlusconi y por otro, el paparazzi extorsionador de artistas, Fabrizio Corona, que termina convirtiéndose en otra figura mediática. La película de Gandini va a provocar en el espectador argentino una no casual identificación: Italia es casi un reflejo de nuestro país. Allá como acá solo nos importa ver fútbol, los culos y las tetas en televisión. Por otro lado, la festiva vida de Berlusconi no podría ser menos diferente a la que tenía cierto ex presidente riojano en los tiempos de la pizza con champagne. Sin embargo, más allá de esto, y de que la finalidad de Gandini no es otra que mostrar fuera de Italia un resumen de los acontecimientos mediáticos que se dan durante el gobierno Berlusconiano, el documental se enamora demasiado de sus personajes cayendo en la misma red paparazzi que en cierta forma “denuncia” o sobre la cual, “reflexiona”. No se trata de una obra política porque no profundiza sobre todos los asuntos extramediáticos del gobierno del Primer Ministro, y se queda bastante en la superficie con respecto a la participación del mismo con las mafias, el negocio del fútbol y la economía italiana. El propósito de Videocracia, es más bien, reflexionar acerca del fanatismo por estar delante de una cámara italiana, y como Berlusconi con sus discursos manipuladores (y siniestros, con spot publicitario a lo M… lo hizo incluido, pero repleto únicamente de mujeres atractivas) ha impostado un mensaje general demagógico, acerca del cuidado de la imagen pública. Mientras se habla del mandatario, el film atrapa, pero cuando en la última media hora, Gandini (quizás por miedo de meterse demasiado con el mandamás) prefiere darle protagonismo al extorsionador Fabrizio Corona, termina perdiendo un poco el hilo de interés inicial. Aun así, el mensaje termina siendo claro: vemos lo que nos obligan a ver. Berlusconi lo hizo. Y acá lo copiamos.
Elogio a Tatí Una imagen vale más que mil palabras y con un lenguaje sencillo y simple se pueden reconstruir mundos reales y complejos. Eso es lo que propone Sylvain Chomet, en su nueva obra, tras el éxito de Las Trillizas de Belville. Al igual que en su primer largometraje, el realizador de 47 años, nos muestra que la falta de diálogos puede enriquecer la pantalla siempre que la animación sea clara y el mensaje, universal. En este sentido, se lo puede considerar a Chomet, otro discípulo de Hayao Miyazaki, y un compatriota ideológico del cine de Nick Park o John Lasseter, dos artesanos de la animación contemporánea, que han demostrado con sus respectivas empresas, Aardman y Pixar, respectivamente, que las herramientas de las que se debe valer el realizador de animación son sus propias manos y el trazo de su lápiz, aún cuando sea virtual. Esta vez, Chomet no solo se inspira en la imaginación, sino también en la obra de un artista completo (payaso, actor, guionista, realizador) de la década del ’50 proveniente de su Francia natal: Jacques Tati. Con apenas 5 largometrajes (Día de Fiesta, Las Vacaciones del Sr. Hulot, Mi Tío, Playtime, Trafic) , Tati revolucionó el cine francés a fuerza de una inocencia keatoniana, basada en miradas, planos generales silenciosos, y una visión infantil del mundo que en realidad, termina siendo compleja e irónica, llena de ternura, humor y melancolía. Inspirado por un guión nunca realizado por Tati en 1959, demasiado lúgubre según el autor, Chomet agarra la posta y dirige esta obra largamente esperada por los fanáticos del cine, y especialmente de ambos artistas. Inteligentemente, Chomet homenajea a Tati con gracia y melancolía, pero lamentablemente hay más de la segunda que de la primera. A veces hay obras que gustan más o menos, según la percepción que uno tiene de la vida en general, y del momento anímico que cada espectador pasa cuando ve la película en sí. Y si uno anda medio deprimido o no quiere deprimir, El Ilusionista no es la obra adecuada. ¿Por qué? Porque destila melancolía y tristeza en cada plano. No a un nivel literario, vulgar o burdamente representado como se suele hacer en el cine estadounidense, sino a un nivel subtextual. El Ilusionista desilusiona en cierto sentido. Aun con una mirada cínica y satírica alrededor de la ternura, nostalgia y melancolía que rodeaba a Las Trillizas de Belville, uno podía palpar cierto optimismo o esperanza, en medio del humor negro imperante. Pero en El Ilusionista, el texto es tan directo y poético a la vez, que a pesar de no usar recursos golpebajistas, primero planos de los personajes, diálogos o una empatía entre los protagonistas y el espectador, Chomet logra emocionar con muy poco, y un mensaje demasiado claro: cuando no hay espectadores, la magia y el arte están muertos, dejan de existir. Son solo trucos creados creados por hombres. Esta moraleja tan sutilmente confeccionada, pero a la vez tan directa es lo que convierten a la película en un obra pesimista y desesperanzadora acerca del futuro de la sociedad. No hace falta tener un cinismo estupidizador como el de los hermanos Coen, para mostrar como la humanidad se viene abajo si no existe el arte, solamente ver como los jóvenes prefieren ciertas arbitriariedades de la vida, antes que el esmero de expresar un sentimiento a traves de la creación artística. Tati, siempre fue un visionario en este sentido. Un crítico de la sociedad, un marginal. Pero tambien un amante del cine mudo, especialmente de Keaton (en cuanto a la inocencia, expresividad y sentido del humor) y de Chaplin, (por la manifestación social). En este sentido, Chomet se acerca un poco más al segundo, en su última etapa (la de El Pibe, La Quimera del Oro, Luces de la Ciudad y especialmente, Tiempos Modernos). No dudo, que a pesar, de su pesimismo, El Ilusionista (al igual que Las Trillizas…) se convierta en un clásico y Chomet en un autor de culto. Más allá de las contundentes imágenes, los paisajes, el clima, el diseño de los personajes, se trata de una obra atemporal. Al poco tiempo de situarla en París, 1959, nos olvidamos del tiempo. El mensaje es demasiado contemporáneo y por eso impacta. Se destaca la cinefilia de Chomet y el amor por la obra de Tati (asi como el tributo de este por el Music Hall), y como ya dijeron varios colegas, la secuencia en la que personaje y creador original se reúnen en un cine, provoca una grata sonrisa en el amante cinematográfico. Los 80 minutos y la narración episódica provocan que el relato se haga un poco monótono, y por momentos tedioso, pero aún así es una maestra, que imagino se va a poder apreciar más si uno está con el ánimo adecuado para verla, y que no va a faltar en ninguna retrospectiva de los tesoros cinematográficos que Francia ha heredado del gran Jacques Tati.
¿Alguien vio la película Tron? Mi infancia estuvo marcada por tres tendencias audiovisuales bien marcadas. Por un lado las series estadounidenses de los años 50 (Los Tres Chiflados) 60 (El Superagente 86, Batman) y 80 (Alf, Brigada A, MacGyver), por otro todos los productos relacionados con Spielberg / Lucas y una tercera, pero no por eso menos importante, e incluso mayor en número, influencia de las películas que llevaban la marca Disney. Y con esto no me refiero a los productos animados que todos conocemos, los clásicos desde Blancanieves hasta Bernardo y Bianca, Fantasía o La Espada en la Piedras (mis favoritos). No, hablo de las películas con actores, muchas de ellas, que mezclaban técnicas de animación con interacción animada. En ese sentido, el estudio del viejo Walt siempre estuvo a la vanguardia. Y son muchas de estas películas las que más recuerdo. Desde Canción del Sur (1948) con el hermano conejo y la canción Zip-A-Dee-Doo-Da (una version de La Cabaña del Tío Tom con animación sino me acuerdo mal) pasando por Cupido Motorizado (me vi la primera trilogía tantas veces…), Mary Poppins, El Profesor Distraído y El Profesor Boligoma, El Joven Merlín, Un Papá con Pocas Pulgas (original), Travesuras de una Bruja, Los Hijos del Capitán Grant, (todas dirigidas por un genio revolucionario no demasiado valorado llamado Robert Stevenson) Mi Amigo el Dragón, 20 Mil Leguas de Viaje Submarino (no tan infantil), Birdman (muy mala version para television) y las dos más oscuras, acaso que más me impactaban por su violencias, pero también me sorprendían por sus efectos especiales, Más Allá del Agujero Negro (1979) y Tron (1982). Ambas películas, además formaron parte del declive de los estudios en materia cinematográfica. Inclusive, el departamento de animación venía en decadencia a mediados de los años ’80 hasta que los rescató una nueva generación conformada por Clements / Musker y cuando esta generación se volvió anticuada, aparecieron los genios de Pixar para sacar a flote la empresa del ratón. En materia cine con actores, fue la asociación con Jerry Bruckheimer la que trajo beneficios económicos. De esta forma llegamos al presente de Disney. Un presente que mira al pasado, si nos ponemos a analizar cuáles fueron las producciones estrenadas en el 2010: El Príncipe de Persia (basada en un video juego de los años 80), El Aprendiz de Brujo (inspirada en el acto de Fantasía) Alicia en el País de las Maravillas (la adaptación más recordada es la animada de los ’50), y Toy Story 3. En fin, Disney apostó este año al reciclaje, y parece que repetirá la fórmula en el 2011 (Cars 2 y la cuarta Piratas del Caribe). Las dos primeras (producidas por Bruckheimer) tuvieron resultados flojísimos, tanto en calidad cinematográfica como en la taquilla. Las dos segundas fueron los grandes éxitos del año y son mucho más destacadas a nivel cinematográfico (y bueno, Burton y Pixar). Para desempatar apareció este extraño proyecto: Tron: El Legado. ¿Y por que extraño? Porque la original fue un fracaso comercial. Al igual que Más Allá del Agujero Negro, su trama era tan adelantada y los efectos especiales tan revolucionarios, que solo la mitad de los espectadores (con suerte) lograron entenderlas. Además, ambas eran demasiada oscuras para un público infantil. Disney quiso aprovechar el interés por la ciencia ficción que habían vuelto a despertar la saga de La Guerra de las Galaxias y las películas de Viaje a las Estrellas, que quisieron crear sus propias películas, y fracasaron porque fueron más allá… Mucho más allá. Hoy en día, un reducido grupo de freaks (de ahí viene el famoso chiste de Homero Simpson en un Casa del Terror), entre los que debería incluirme, rinde tributo a ambas obras y espera ansioso la llegada de la remake de El Agujero Negro, de la mano de Joseph Kosinsky, director de Tron: El Legado. La originalidad de la película de 1982 era su aspecto visual sin dudas. Los diseños del mundo virtual, la desmaterialización del personaje de Flynn, la carrera de motos. Pocos recordamos cual era en sí la trama. Acaso por esto, la película no pasó a la historia. Los colores fluorescentes, la desfragmentación de los elementos eran realmente innovadores. A medida que iba creciendo, me encantaba mucho más la película de Steven Lisberger. Cuando me enteré de que se iba a realizar una suerte de remake / secuela en 3D, no dudé que se trataría de una de las experiencias que más expectativas crearía en mí. No se trataba solamente de ver si hay una revolución visual como Avatar, sino de conectarme nuevamente con el niño que llevo adentro. Aquel que estaba como loco antes de entrar a ver el Episodio I de La Guerra de las Galaxias o la cuarta parte de Indiana Jones. Lamentablemente, ambas experiencias, aunque me gustaron, estuvieron por debajo de mis expectativas. ¿Qué pasaría con Tron? Entre el pasado y el futuro La historia empieza en 1989, donde un joven Kevin Flynn (Bridges digitalmente rejuvenecido) relata a su hijo Sam las experiencias vividas en 1982 como si se tratara de un cuento de hadas. En la habitación del mismo aparece el afiche de la película original y uno de El Agujero Negro además de merchandising de la película (motos, muñecos, etc). La acción salta al presente. Nos enteramos que Flynn se volvió un filántropo no demasiado diferente a Charles Foster Kane que un día desapareció sin dejar rastro. El único que parece saber la verdad es su ex socio Alan (Boxleitner, el Tron original). Ahora, Sam es un hacker que no quiere que la empresa de su padre Encom caiga en manos de inversionistas que quieren vender los video juegos que Flynn solía regalar. Kosinsky plantea este segmento en el mundo real de manera estética y musical no muy distinta a como la planteó Christopher Nolan para ambas partes de Batman. Incluso la banda sonora de toda la película no dista demasiado de la de El Origen. Sin embargo, un día, Alan recibe un mensaje de biper de Kevin, y Sam decide salir a investigar en el viejo negocio de arcade, donde reside el juego Tron. La reproducción escenográfica es exactamente a como la recordaba en la película original. Sam cae en el mundo cibernético, el cuál ha evolucionado notablemente y es mucho más oscuro. La primera hora de la película es una experiencia audiovisual notable. En primer lugar porque el diseño del mundo es impecable, el sistema Dolby 3D de Disney es magnífico. No solamente porque pueden llegar a salir objetos desde la pantalla, sino también porque el uso de la profundidad de campo es completamente justificado. El tiempo le hizo bien a Tron. Por otro lado, hay una increíble fidelidad a la idea original, donde los programas combaten en batallas inspiradas en los juegos romanos: pan y circo, gladiadores, los discos, carrera de motos que simulan ser como las carreras con carros y caballos, etc. Inclusive Kosinsky se anima a incluir una pequeña referencia a La Guerra de las Galaxias. Hasta aquí todo fantástico. Supera mis expectativas, me divierte, entretiene y fascina. A partir de la segunda hora es donde la película empieza a meterse en terreno pantanoso cuando los guionistas Kitsis y Horowitz (de Lost) acomplejizan demasiado el argumento. Por así decirlo: donde la película de Lisberger (que sigue siendo productor e incluso tiene un cameo) hacía agua debido a su simpleza, esta termina siendo desbordada. No solo porque Sam y Kevin deben enfrentar al alter ego cibernético pero villano de Flynn padre, Clu (Bridges rejuvenecido) sino por lo solemne y pretenciosa que se vuelve la trama al incorporar demasiadas subtramas con influencias religiosas y filosóficas con referencias a La Guerra de las Galaxias (Episodio IV, las mejores escenas) con Matrix (por supuesto, las peores). Aparecen personajes como Quorra (la hermosa Olivia Wilde) o el carismático Zesu (Michael Sheen excelente, caracterizado como un David Bowie que habla como Rick de Casablanca pero camina como el acertijo o Chaplin) que le terminan aportando poca inferencia a la trama hasta la inclusión de toda una civilización “perfecta”. El personaje de Clu a la vez se muestra como un facho, y así van apareciendo demasiadas referencias espirituales y políticas, que no deberían haber estado, no hacen más que rellenar la trama y realentar la última media hora con diálogos un poco cursis y trillados. Por suerte Kosinsky no deja que la película caiga en el tedio fácilmente y con algunas batallas con demasiadas similitudes con el Episodio IV de La Guerra de las Galaxias, más las hermosas peleas en el bar de Zesu logra remontar tanto palabrerío. Este Tron siglo XXI encuentra como ya dije, su justificación desde la técnica principalmente, pero parece apuntar a un público cinéfilo ochentoso. Tanto la moda como los peinados parecen sacados de las visiones futuristas de las películas e ilustraciones de los años ’80 como la segunda parte de Volver al Futuro o la primera Batman de Burton. Pero también hay una banda sonora con temas de la época que incluyen a Annie Lenox o Mötley Crue. El diseño sonoro / musical de la banda Daft Punk es realmente interesante (aun con las semejanzas con la de Hans Zimmer por El Origen). Además otro punto que tocó mi corazón fue el homenaje a la literatura de Julio Verne. A nivel cinematográfico es maravillosa y cumple con lo esperado. La fotografía de Claudio Miranda, el DF chileno colaborador habitual de David Fincher (hasta Benjamin Button) merece ser más valorada que la de Mauro Fiore (Avatar). Las interpretaciones son más sólidas de lo que cabría suponer. El joven Garret Hendlund se desenvuelve bastante bien en su rol de hijo con cara de tipo duro, Olivia Wilde no desentona, Michael Sheen es soberbio, y es grato volver a encontrarse con Bruce Boxleitner, aun cuando el personaje de Tron tenga poca inferencia en el relato. Por supuesto que las palmas van como siempre para Jeff Bridges que maravilla como el joven, poderoso y excesivo Clu, pero a la vez interpreta a un Kevin Flynn más sabio y místico, aunque con algunas frases del Dude (de El Gran Lebowski). Sin dudas, y más allá de los toques intelectualoides del guión, Tron: El Legado admito me terminó impactando más por nostalgia que por tener una narración sólida y original. Como muchos saben, cuando se filtra gran cantidad de cinefilia entre los márgenes de las nuevas generaciones, yo me siento como pez en el agua. Y agradezco también a Tron: El Legado, por devolverme cierta esperanza en el cine maistream de ciencia ficción, que no sentía hace tiempo. Porque más allá de estar realizando nuevas producciones sobre historias que tienen casi tres décadas, Kosinsky se impulsa como una promesa interesante del nuevo cine industrial de Hollywood. En cuanto a este film, el público dará su veredicto: o se convierte en un éxito que le hará justicia a la subvalorada predecesora de 1982, o termina siendo un fracaso estrepitoso, con destino de culto, entendido solo por una cantidad limitada de freaks como yo, que se criaron viendo la película original y el resto de obras cinematográficas de Disney en formato VHS (no creo que se hayan pasado a DVD algunas y deben llenar de polvo las bateas de unos pocos video clubes). Mientras tanto, le voy a responder a Homero: “Yo vi Tron 1 y 2… y no solo eso. También me gustaron”.
Carretera Perdida (o el juego de las diferencias) Ciertas cosas se llevan en la sangre. Así como a Nick Cassavetes o Angelica y Danny Huston se les dio por dirigir alguna vez en la vida, con resultados que se alejan bastante de la calidad cinematográfica de sus progenitores, otros como Sofía Coppola, han logrado incluso superarlos, al menos, si comparamos los últimos trabajos de ella con los de Francis Ford. El caso Lynch se acerca un poco a este último, pero un poco más equilibrado… parecido, pero a la vez con voz propia. Jennifer ya había dirigido un prometedor film en 1993, Boxing Helena, con Julian Sands. En los 15 años de diferencia con su segundo largometraje, vivió una serie de eventos desafortunados, por así decirlo, de los cuáles logró “recuperarse”. El resultado de la catarsis terapeútica parece haber sido esta más que interesante obra que mezcla el thriller psicológico con el terror psicópata o slasher con una cuota de humor negro que parece sacado de uno de los trabajos del padre. Un guión bastante sólido con diversas influencias. Tenemos un relato a lo Rashomon: en medio de la carretera, se perpetra un crimen y se entrevista a los testigos en forma separada. A partir del relato de cada uno vemos una serie de flahsback intercalados, que no concuerdan literalmente con lo que cada testigo le dice a los policías y agentes del FBI. Lentamente, pero siempre manteniendo la tensión, a medida que conocemos que ninguno de ellos es precisamente un santo (en realidad, la niña sí, pero su familia no), nos enteramos que fue precisamente lo que sucedió en “aquella” carretera… que está tan perdida como la que el padre filmara 15 años atrás con Bill Pullman (que en esta película interpreta a un peculiar agente del FBI). Drogas, alcohol y morbo se mezclan en un relato bastante atrapante e hipnotizante, que si bien no contiene los giros oníricos y surrealistas que caracterizan la filmografía de David Lynch, sí conservan el clima y algunas características de los personajes del mundo Lynchiano: policías torpes, ignorantes, borrachos y corruptos, agentes que parecen extraterrestres, traficantes de drogas perversos y rubias sensuales. Tampoco falta cierta fascinación por el voyerismo y el lesbianismo, otros elementos muy propios del padre. Aún así, la película se aleja mucho de ser una película David Lynch. No sería muy alejado decir que se parece más a una obra de Rob Zombie en realidad. Como sucede con las películas del padre, no todo es lo que parece, y sí los personajes nos resultan repulsivos, no es casual. Por la elección del paraje y de los policías que protagonizan la historia (así como de la comisaría) bien podríamos hablar de Survelliance como piloto de la tercera temporada de Twin Peaks, probablemente. Rodeada con un elenco que intercala nombres desconocidos con algunos que resultan de culto, se destacan el extraño pero magnífico Bill Pullman, en un personaje a la altura del protagonista de Carretera Perdida. En la misma frecuencia se festeja el postergado regreso de Julia Ormond a la pantalla grande, en un rol austero, pero a la vez sorprendente. Extrañas pero acertadas son las elecciones de dos comediantes televisivos de primer nivel como French Stewart (acaso su mejor interpretación desde 3rd From the Sun) o Cheri Oteri (veterana de Saturday Night Live). Y siempre es un placer volver a ver a Michael Ironside, especialmente si no interpreta al villano de turno. Si bien no estamos hablando de una película que los va a dejar desconcertados (al contrario abundan bastantes sobreexplicaciones) ni desubicados de cualquier lógica, esta segunda obra de la hija de David, es una pequeña gema del suspenso, con excelentes climas, que los amantes del cine de terror van a saber apreciar. Y los fanáticos de David Lynch, van a tener que conformarse con escucharlo cantar mientras pasan los créditos.
En el año 2009 conocimos gracias al BAFICI a Kelly Reichardt (Old Joy). Si bien no pude ver los demás films de la realizadora independiente más respetada de hoy en día, se puede apreciar al menos en este una cinefilia que se remonta 40 años atrás y que es tan estadounidese como el western (dicho sea de paso, la ultima película de Reichardt, Meek's Cutoff, es un western que se presentó con muy buenas críticas en Cannes). Wendy (excelente Michelle Williams) se escapa y decide vagar por el oeste de EEUU hasta llegar a Alaska (como el protagonista de Hacia Rutas Salvajes) junto a su perra Lucy. Sin embargo, cuando una noche Lucy se pierde, la busqueda de Wendy por su perra, se convierte en prioridad. Sin dinero, en un pueblo extraño, Wendy trata de sobrevivir y sobre llevar su perdida. Road movier o drama austero, bien independiente, con estilo melancolico que hace recordar cierto espíritu setentista o Harry y Tonto de Paul Marszusky, este tercer largo de Reichart la confirman como una gran realizadora. Por momentos puede ser que el relato divague, y algunas escenas merecen mayor desarrollo. Sin embargo, la emotividad contenida, nunca gratuita y el realismo, acompañado por excelentes planos secuencias le dan una profundidad impensable a primera instancia, gran calidad cinematografica y poder sensorial. Además conforma una sutil pero consentida crítica hacia la mentalidad conservadora de los pueblos rurales del norte de Estados Unidos. Cabe destacar la notable fotografía de la propa directora, además del excelente trabajo de Lucy como ella misma. La película se exhibe únicamente en el cine Cosmos-UBA.
Aunque el diablo se vista de... No se dejen engañar. Él está entre nosotros. Ha tomado otra forma, pero su esencia nos sigue atormentando. Sus mensajes subliminales siguen persiguiéndonos. Creíamos habernos librado por un tiempo de su presencia, pero ha decidido atacarnos de vuelta. Y nada mejor que manipular a dos hermanos directores que habían hecho una película sobre posesiones demoníacas para volver a expandir su mensaje evangelizador. El diablo, perdón digo, M. Night Shyamalan ha vuelto a las andanzas y ha elegido a los hermanos Dowdle (Cuarentena, remake estadounidense de Rec) para llevar a cabo sus maliciosos planes… Lo cuál, es muy probable que haya sido mejor decisión que haber tomado la historia de La Reunión del Diablo en sus propias manos. Esta es la primera entrega de “The Night Chronicles”: relatos que el director de El Protegido escribió hace tiempo y ahora no quiere dirigir, pero son un poco mejores (o menos pretenciosos y tienen presupuesto más reducido mejor dicho) que sus últimas obras La película empieza patas para arriba. No es una metáfora, sino literal. El mundo se ha dado vuelta y el diablo se instaló en un ascensor. Básicamente esa es la idea: un suicidio, un detective que llora a su esposa e hijo fallecidos hace 5 años y 5 personas encerradas en un ascensor. El mismo se detiene en el piso 21, y pronto todos los acontecimientos se empiezan a cruzar. Gracias a una innecesaria voz en off (de un mexicano religioso y creyente. En Latinoamérica no hay escépticos para los ojos estadounidenses) a modo de narrador fabulesco, nos enteramos que el mismo diablo se ha metido en el cuerpo de una de esas cinco personas, va a aterrorizar a los otro cuatro, a medida que los va matando, y de paso termina con un par de curiosos de este mismo edificio de Filadelfia que tratan de ayudar a sacar a los “inocentes” antes que Satanás se los lleve. Bajo este relato de suspenso con climas bastante bien manejados, humor previsible y obvio, se esconde (o se expone burdamente mejor dicho) una subtrama acerca de la redención, el perdón y la esperanza de que el hombre no es tan malo como parece y puede excomulgar sus pecados. Shyamalan revuelve sobre sus obsesiones más básicas: la religión, la moralina, el héroe que debe dar vuelta la página y superar sus miedos, recuperar la fe, etc. No hay demasiadas diferencias entre el detective Bowden o el reverendo que interpretaba Mel Gibson en Señales, o incluso el alma perdida de Bruce Willis en Sexto Sentido. Los hermanos Dowdle se limitan solamente a seguir un guión al que se le notan demasiado los hilos… que se parece a un whodidit (que tanto despreciaba Hitchcock) con el estilo de las novelas de Agatha Christie. Acá el misterio, es ¿quién es el diablo? De esta forma se van rotando las sospechas. Y sí, mientras lo que importa es ese juego, la película meramente entretiene gracias a interpretaciones creibles de Messina, pero especialmente de los miembros del club de los atrapados: Marshall- Green, Novakovic, y dos veteranos actores de reparto como Jenny o’ Hara y Bokeem Woodbine. También aparece otro excelente intérprete secundario como Matt Craven (Marea Roja, La Vida de David Gale). Ayuda la fotografía de Tak Fujimoto y la banda de sonido del español Fernando Velázquez (El Orfanato) a mantener la tensión. El problema aparece cuando al diablo se le empieza a notar la cola, o mejor dicho cuando Shyamalan ensombrece la película con su típica mitología. A partir de entonces, quedan al descubierto las tonterías del guión. Demasiado discurso explícito, demasiada redundancia, e incluso, lugares comunes. Ya no es una cuestión de diálogos, sino de acumulación de clisés. Al final, quien es el diablo, es lo que menos importa. Como dije al principio, si la agarraba el propio Shyamalan seguramente estaríamos hablando de otro desparpajo al estilo El Último Maestro del Aire, El Fin de los Tiempos o La Dama del Agua. Los hermanos Drowdle logran simplificar y al menos hacer entretenidos, efímeros y olvidables los 80 minutos que dura el film. Sin tantos sobresaltos como prometía, y apenas alguna que otra escena de tensión rescatable, La Reunión del Diablo, tan solo confirma que a M. Night Shyamalan, no importa el rubro que ocupe (aunque sea actuar, lo cual tambien lo hace de forma horrible) no se le puede tener más fe.
Esta vez el ogro es azul y viene de otro planeta… Cuando la fórmula se agota hay que dar vuelta la página y comenzar una en blanco. Ahora bien, si repetís una misma fórmula, y en vez de X ponés Y, pero el resultado sigue siendo siempre Z, la misma solamente ha cambiado de color. Eso es lo que pasa con los productos de Dreamworks Animation. Está bien, es cierto que Pixar también tiene fórmulas repetidas, pero sabe camuflarlas mucho mejor que la compañía creada por Spielberg, Katzenberg y Geffen. Las historias de héroes inusuales están empezando a cansar. Megamente nos trae a un personaje que por su color de piel, sus características físicas y su mala suerte siempre fue discriminado por el resto de los seres humanos, odiado y destinado por la sociedad a ocupar el lugar del villano. ¿Les suena conocido esto? Allá muy, muy lejos en las tierras de burros y princesas, se encontraba un personaje solitario muy similar, marginal, que al principio fue bastante original y divertido, pero terminó volviéndose demasiado pesado y repetitivo. No importa que sea un extraterrestre émulo de Superman, un oso panda o un ogro malaonda, los antihéroes de Dreamworks se parecen demasiado. Acá en vez de cuentos de hadas, lo que se da vuelta es el mito del superhéroe, y la premisa no es tan mala ¿Qué pasaría si el villano le gana al superhéroe? ¿Se apoderaría del mundo o construiría otra superhéroe para enfrentarse? En la injustamente olvidada Hombres Misteriosos, la solución aparecía en un grupo de improbables superhéroes. De hecho, hay un poco de olor a plagio en la forma en la que Metroman desaparece de la faz de la tierra. Acá no hay una princesa encantada sino la típica reportera gráfica con la que Megamente, comienza una relación odiosa y pronto empieza a descubrir otros sentimientos en su interior. Sentimientos que no le juegan tan en contra a él sino más bien al espectador. Durante los primeros 40 minutos, si bien enseguida empezamos a empatizar con el villano, el relato es ameno y divertido como suele suceder en la mayoría de los productos de animación. El problema surge cuando Megamente reemplaza su deseo de conquistar el mundo, con el de tener una compañía, aún cuando se camufla de un empleado de biblioteca. Acá el relato empieza a tomar sendas demasiado transitadas y previsibles, y la aparición de Titán no ayuda demasiado. Si bien apunta a un público infantil, pero con un lenguaje adulto, un poco más abarcativo que los anteriores trabajos del director MacGarth (Madagascar), que Mi Villano Favorito, comedia con la que compartía el tópico del villano que se vuelve héroe, pero que resultaba un poco más original en su concepción, pero no tanto para estar a la altura de los trabajos, Pixar, Megamente es atractiva, medianamente entretenida y pasatista, pero ningún descubrimiento en la materia animación. Ni los diseños o el 3D resultan novedosos. Lamentablemente, el mayor acierto de la película se da en el terreno extracinematográfico y no pudo ser apreciado en la función de prensa: Will Ferrell le pone la voz al protagonista y seguramente debe haber varios gags que acentúan el humor del personaje, ya que el mismo habla con acento alemán (de hecho la película se iba a llamar originalmente “Oobermind”, pero era muy complicado para los chicos estadounidenses). Sin embargo en la dirección del doblaje no supieron como aprovecharlo, por lo que algunos chistes relacionados con el acento o el mal pronunciamiento se pueden apreciar conociendo esta información previa. Tampoco podemos conocer el trabajo que la han impostado Tina Fey, David Cross, Jonah Hill, Brad Pitt o Ben Stiller. Sí, el resultado final se deja ver, y la banda sonora que incluye temas de AC/DC (los mismos que sonaron en Iron Man 2), Guns and Roses, Ozzy Osborne y Michael Jackson, potencian varias escenas del film. Además hay pequeños guiños cinéfilos y no falta un chiste político relacionado con Obama, pero no mucho más. Megamente resulta ante todo un producto demasiado calculado, cuyas bases si bien son sólidas, no parecen tener algo “novedoso” que contar. Quizás Dreamworks Animation, debería aprender de Disney, encontrar el lado oscuro de sus personajes y secuestrar a alguna de las “megamentes” de Pixar.