El funcionamiento de un hotel a través de los ojos de un pasante que va a trabajar como botones podría ser el disparador de muchas ideas. Una lástima que la joven Picasso ha decidido encararlo por el camino menos interesante. El protagonista (Ignacio Rogers con el acostumbrado rostro lacónico que perjudicó Como un Avión Estrellado de Ezequiel Acuña) es llevado por las narices por una recepcionista bastante hipócrita, que verá una tragedia donde no la hay. ¿Una comedia de enredos? ¿Un thriller? A la directora poco le interesaba encasillar en un género esta peliculita que no va para ningún lado… como los protagonistas. En algún momento de la narración, se incluye una cena donde se juntan los empleados de la cocina del hotel y tienen una discusión un poco más trascendente que la pareja protagónica durante toda la película. Pero la escena y los personajes quedan tan descolgados como Bruce Willis en película de Tarkovski. Si bien, en términos visuales, la fotografía de Fernando Lockett aporta un poco de estética, y los encuadres son más o menos interesantes, esta primera incursión de Picasso es decepcionante. A penas se puede rescatar un divertido homenaje a La Mujer Pantera (la escena de la pileta, obviamente), pero más allá de eso se trata de un film fallido, monótono, repetitivo, redundante. Los cuestionamientos de los protagonistas acerca del significado del amor son tan banales, que lo único que realmente queda claro, es que su realizadora, tenía un hotel (o varios) a su alcance y no supo qué hacer con ellos. Los espectadores no podemos darle la respuesta.
El “soul food” cine no pertenece solamente a los estadounidenses. El Encanto del Erizo es una prueba fehaciente de ello. La joven directora Mona Achache crea una película que bien podría ser representada en teatro con total facilidad, aunque le da un interesante giro cinematográfico. La protagonista es Paloma, una joven de 11 años, hija de una familia aristocrática, cuyo padre es un insípido ministro del gobierno, y su madre, una superficial “dama de la sociedad”. Tiene una hermana adolescente que solamente se preocupa por su apariencia externa. Paloma es la “oveja negra” de la familia. Tiene una mirada nihilista de la sociedad, crítica en cuánto al comportamiento de su familia, y una actitud anarquista. Sus hormonas en vez de llevarla por un rumbo sexual, la llevan a tener cuestionamientos existencialistas y sociales: promete suicidarse cuando cumpla los 12 y dejar un testimonio de su visión de la humanidad registrado en una cámara. De esta forma, la película toma el punto de vista de Paloma y su visión desde dos puntos de vista. Es probable, que si toda la obra hubiese sido registrada solamente en este último formato estaríamos hablando de un film un poco más osado e interesante a nivel cinematográfico. En cambio, la directora toma un rumbo bastante convencional. Aunque admitamos que el uso de la cámara “diegética” termina en un abuso indiscriminado de la técnica, que a veces llega a resultados absurdos (Actividad Paranormal) Pero no nos vayamos por la tangente.Muy, por debajo de Paloma vive, Reneé, la hosca y austera portera del edificio. Bajo la fachada de ser una mujer dura, Reneé guarda una personalidad culta, amante de la literatura y el cine japonés. Reneé suele pasar desapercibida para la mayoría de los habitantes del edificio, excepto por Paloma que reconoce en ella una belleza interior, relacionada con la cultura y la introspección del personaje. La vida de ambas se modifica cuando llega el Sr. Ozu al edificio. Un japonés viudo, que también verá en ambas mujeres, personas sensibles, cultas e inteligentes. Erizos, que tras una cobertura dura, lista para defenderse de los peligros externos, en el interior son personas amables. Achache hace una película “linda”, amable, agradable en tres cuartas partes. Si bien los diálogos y situaciones no son demasiado inspirados, y la acción se vuelve previsible, los tres personajes transmiten calidez. Hay que destacar las excelentes interpretaciones conformadas por la veterana Balasko-Igawa y la joven Le Guillermic como Paloma, una encarnación cinematográfica y francesa de una Mafalda post modernista. Durante el desarrollo, Achache hace “citas y homenajes” al cine japonés (especialmente Ozu) de la forma más literal posible, y también a nivel literario a Tolstoi y Anna Karenina.Para darle un poco más de dinamismo, y romper los moldes, incluye escenas animadas (fantasías) y escenas grabadas en video (cuando Paloma da su “mirada”) pero siempre recurriendo a la justificación narrativa. En el tramo final, sin demasiada imaginación, la directora apela al golpe bajo para dar la moraleja del cuentito. Si bien no deriva en a la sensiblería habitual de este tipo de golpes bajos, es cierto que este giro final de la trama era innecesario para intensificar el mensaje que da pie a la reflexión sobre el “cual” es el significado de la vida. Más allá de esto, se trata de una película optimista, esperanzadora. El estilo de cine que le gusta más a los estadounidenses que a los europeos. El típico “soul food”. Quizás la alternativa para no caer en dicho lugar común hubiese sido una película donde Paloma se cruzara con Mafalda y le dejaran la respuesta acerca de cuál es el significado de la vida… a los Monty Python.
Daniel Burmeisteir es el cine independiente nacional. Tiene 58 películas grabadas en VHS y montada en dos video caseteras. Deambula por los pueblos del interior del país, escribiendo guiones afables, sencillos, divertidos, populares, con y para los habitantes de cada pueblo. Solo utiliza una cámara y un micrófono. Hace travellings en bicicleta, y cuando quiere actuar, le pide a algún vecino que le sostenga la cámara. No tiene estética, no piensa en historias existencialistas y no pretende que sus películas se estrenen en salas comerciales. El mismo, proyecta las películas, un mes después de grabarlas, en una sábana, en el Centro Comunitario del pueblo. Cine sencillo, honesto y sin pretensiones. La película del trío de directores sigue a este personaje tan estrafalario como encantador en la grabación de Hay que Matar al Tío (ni los Coen imaginarían un título tan bizarro para una película). Sin entrevistas, ni una estética demasiado distinta a la del protagonista, El Ambulante es una divertida y agradable película. Se trata ni más ni menos que un registro detrás de cámara de un rodaje, al que ningún programa de TV le prestaría atención. Sin golpes bajos ni demasiadas pretensiones es un testimonio de un cine diferente. Es una lástima que los prejuicios artísticos del BAFICI, no incluyan una retrospectiva completa o parcial de la obra de Burmeisteir. En cambio nos conformaremos con este agradable documental. La elección de incluirla en la Competencia Internacional fue un poco exagerada quizás, pero aún así se trata de una película que “hay que ver”.
Vienen, matan, destruyen, se van… ¡Volvió el sábado de súper acción! Hay que reconocer que Stallone la tenía calculada esta vez. La fórmula no podía fallar: desenterrar a todos los “héroes” de acción de los 80s y 90s, mezclarlos con un par de luchadores de ahora, aplicarle gran dosis de tiros, explosiones, mutilaciones, torturas, persecuciones, choques y pocos efectos digitalizados para crear una película… emocionante. Por lo nostálgica, no por su calidad cinematográfica precisamente. Esa era la única pretensión del creador del boxeador de clase obrera convertido en símbolo del capitalismo a mediados de los ’70. Lo admito, nunca fui fan de Stallone. No me gusta como actor, vi poco y nada de Rocky y Rambo, pero es cierto que fui seguidor incondicional de todas las porquerías reaganistas de Chuck Norris, Lundgren, Van Damme, Schwarzenegger, Steven Seagal y Michael Dudikoff (¿este donde estará?). Lamentablemente en Los Indestructibles, solo aparecen la mitad de ellos… o al menos lo que queda de esa mitad. La propuesta prometía ser divertida, y en ese sentido Stallone no decepciona. Cumple sin demasiadas vueltas ni pretensiones. Entretiene, salpica la pantalla y da al menos tres escenas antológicas. La primera, es la auspiciosa reunión entre los tres ex socios de Planet Hollywood, que termina con un remate humorístico oportuno y brillante. La segunda, una pelea entre Lundgren y Li, que justifica la presencia de ambos en la película, ya que el resto de sus apariciones son poco entusiastas. La tercera, la esperada pelea entre dos pesos pesados de la lucha libre estadounidense, Randy Couture contra Steve Austin. Digamos, que Stallone deja felices a todos los fanáticos del género. Si se busca obviamente alguna cualidad o profundidad narrativa, este es el ejemplo erróneo. Acá tenemos un equipo de soldados sedientos de sangre, una apología a la violencia pura, donde el sadismo es tratado con un psicólogo, y si eso no funciona… le dan unas vacaciones y le perdonan toda la falta de “ética” y “moral”. Uno podría entender que Stallone no hace más que burlarse de los estereotipos, de los clisés y los lugares comunes, llevándolo al extremo, al gore absoluto. Una autoparodia de los trabajos que todos los actores realizaron en el pasado, más que una sátira política, se podría decir. En el film, los corpulentos machos multiétnicos, orgullosos de sus tatuajes, de tener un cuervo negro (quizás pregonando la biografía que el director quiere realizar sobre Edgar Allan Poe) en la espalda, son los salvadores de Latinoamérica, donde un dictador es títere de un despiadado agente de la CIA, que se fue de la Agencia porque le pagaban poco y gana más explotando latinos para que cultiven coca y traficándola por el mundo. Los personajes carecen casi completamente de cuerpo y alma… Especialmente el de Stallone. En ese sentido Jason “Transportador” Statham queda mejor parado, gracias al aporte de una subtrama seudo romántica, que cierra de forma redonda. Es irónico pensar que una película tan vacua de contenido narrativo, tiene una estructura sólida. No hay fisuras argumentales. Esto demuestra, que a veces es mejor centrarse en la historia, no divagar en vueltas de tuerca inverosímiles. Stallone presenta las reglas del juego ni bien empieza la película y es fiel a su ideología… fascista. Ninguno de los intérpretes trata de dar más de lo que puede y de lo que se lo conoce que pueden dar como actores. Sin embargo, hay pequeñas joyas entre tanto músculo: un monólogo de Mickey Rourke (que se escapó con vestuario y todo del rodaje de Iron Man 2, para grabar sus escenas) emulando a Marlon Brando en Apocalipsis Now. El actor de El Luchador, renació como el ave fénix en los últimos años, y con cada aparición en Los Indestructibles aporta frescura, calidez y humanidad. Por otro lado, es brillante la interpretación de Eric Roberts como el villano, el ex agente de la CIA. Fue Rourke quien influenció en Stallone para que lo eligieran al hermano de Julia y padre de Emma. El actor (nominado al Oscar por Escape en Tren) fue héroe de acción con Lo Mejor de lo Mejor y después decayó interpretando roles secundarios olvidables. Hace un par de años, regresó gracias a una pequeña pero fundamental interpretación en El Caballero de la Noche y la serie Héroes. Vale mencionar también a Terry Crews, quién pide más espacio como protagonista y demuestra ser un actor versátil (¿acaso solamente yo veía Everybody Hates Chris?) A nivel visual, Stallone confirma que no es demasiado imaginativo, pero al menos no tiene la grasa ni manipula la acción con estética videoclipera a lo Michael Bay. La banda sonora compuesta por Brian Tyler, aporta más ritmo al adrenalínico montaje final. La misión está cumplida. Dejemos afuera de la sala el intelecto, no nos distraigamos con la mirada imperialista, misógina enaltecida a la cuarta potencia y disfrutemos como si fuera una película de Tarantino o Rodríguez de la sangre y la violencia. Para ver con la dama a la que tuviste que acompañar de mala gana a la función de Eclipse. Llegó tu revancha.
Se vienen los rusos, se vienen los rusos!!!!! Y de golpe y porrazo, resurgió la “guerra fría” en Hollywood. Era un síntoma extraño, pero previsible. Cuando se estrenó Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal, me preguntaba ¿por qué los rusos? ¿por qué volver a la URSS? Está bien, Harrison Ford estaba viejo para luchar contra nazis, pero la amenaza roja había terminado hace años… ¿por qué revivirla? Lo interpreté más como una sátira que como una realidad… pero ahora que se estrena Agente Salt, me pregunto… ¿cómo es que así de la nada, los estadounidenses volvieron a temer que el comunismo stalinista vuelva a ejercer una amenaza nuclear? ¿Es que ya se aburrieron de los árabes, iraníes, iraquíes, afganos, etc? ¿Los norcoreanos no representan una verdadera amenaza? ¿Los chinos son amigos? ¿Ni siquiera la mafia italiana resulta un tema latente para revivirla, que tuvieron que resucitar a la Unión Soviética? La verdad es que los estadounidenses necesitan de la guerra, como necesitan respirar. Pero no para vender armas o sustraer petróleo como suelen poner de excusa. No. Necesitan una guerra por década, para tener material para escribir libros, filmar ficciones épicas, documentales controversiales, ponerse a la defensa o al ataque del gobierno de turno. Ni siquiera Cuba los molesta ahora. Y, como demuestra Oliver Stone, con Chávez está todo bien en realidad… Así que si no hay una guerra real… como decían en Mentiras que Matan (Barry Levinson, 1997), “inventemos una”. Y los soviéticos siempre representaron una amenaza potencial por tener la nación más grande… y guardar “armas nucleares”. ¿Quién más está sino detrás de los coreanos, de los chinos, de los vietnamitas (cuidado con Charlie, no murió, simplemente duerme)? Así que los guionistas sin imaginación en Hollywood, decidieron solitos resucitar URSS. “Back to the URSS” dirían The Beatles. Pero esta vez James Bond no está disponible. La MGM debe mucha plata y el 007 está en su retiro en las Bahamas. Jason Bourne no sabe si seguir o no buscando su identidad (Matt Damon, Paul Greengrass y Tony Gilroy dan millones de vueltas para regresar a la saga, tomando en consideración que el autor, Robert Ludlum murió antes de escribir el cuarto libro) y, quizás vuelva Jack Ryan, el invento de Tom Clancy, aunque recordemos que según La Caza al Octubre Rojo, el personaje era amigo de los soviéticos… Así que hubo que inventar alguien nuevo. Su nombre es Salt… Evelyn Salt. Y viene en el cuerpo moldeado de Angelina Jolie. La cuestión está en que no se sabe si Salt es de la CIA o un agente entrenado de la KGB (o una agencia con nombre parecido), por lo tanto Jolie correrá, pegará, matará y explotará a todo aquel que se le cruce en frente con tal de “hacer justicia”. El Toque Noyce Pero volvamos a los años ’90. Si cuando uno ve Agente Salt tiene una sensación de deja vú (especialmente viendo el entrenamiento de los niños rusos), es porque la película tiene bastantes reminiscencias a El Santo, la fallida transposición de la serie con Roger Moore a la pantalla grande de la mano de Val Kilmer y Elizabeth Shue. La película le quitó el humor y el carisma a la clásica serie del ex Bond, y lo reemplazó por una solemnidad y dramatismo densamente innecesario. Dicha obra fue dirigida por Phillip Noyce, director australiano más interesante de lo que se suele suponer si uno analiza superficialmente su filmografía. Estuvo hace unos años en Mar del Plata donde dio una Masterclass, que los que asistieron dijeron que fue notable. Lamentablemente yo me la perdí, pero puedo afirmar que fue bastante interesante según fragmentos que pude leer. Un hombre que realmente sabe de cine. Y un artesano del thriller contemporáneo. Su primer film comercial distribuido en Argentina fue Terror a Bordo (1989) filmado en su país natal, protagonizada por los aún desconocidos Sam Neill, Nicole Kidman y Billy Zane. Una película de suspenso que remitía a El Cuchillo Bajo el Agua, la ópera prima de Roman Polanski. A la que siguió Furia Ciega (con Rutger Hauer como un Zatoichi australiano), y los mejores episodios de la saga Jack Ryan: Juego de Patriotas y Peligro Inminente, ambas con Harrison Ford. También fue ojo de la polémica con thriller “erótico” Sliver, Invasión a la Privacidad con Sharon Stone. Tras la decepción que fue El Santo, pasaron films más interesantes (y de menor presupuesto y pretensión) pero que no trascendieron demasiado: El Coleccionista de Huesos (con Jolie), Cerca de la Libertad, El Americano y Atrapa el Fuego. Salt es el verdadero regreso de Noyce al thriller industrial, de espionaje, repleto de escenas de acción y con una protagonista “ardiente” y taquillera. El resultado final no está a la altura de sus mejores films, pero tampoco de los peores. Como thriller es vigorizante, tiene un ritmo arrollador, no da respiro. Noyce no deja de mover la cámara a toda velocidad durante los 100 minutos que dura la película. Atrapa, entretiene y divierte con los giros dramáticos que da el guión. Juega con el espectador, su “inocencia” y la del personaje. Nos da la información apropiada para no casarnos con ningún personaje y vibrar al ritmo de las persecuciones. Y si la película tiene lo mejor, en cuanto a dinamismo y suspenso, de los films de Noyce, también tiene sus peores vicios: flashbacks cursis, romanticismo impostado, sentimentalismo meloso. Noyce no se maneja bien con el género romántico. Por lo tanto, las escenas solo ameritan su presencia como una justificación narrativa innecesaria. Demasiado explicativas. Es un síndrome del Hollywood contemporáneo: subestimar la inteligencia del público, dar demasiadas explicaciones para que todos entiendan al toque. Aún así, estas escenas no tienen tanta presencia para distraer al espectador de la acción. El problema principal es la historia en sí. Es demasiado absurda e inverosímil. Volver a la Unión Soviética no significa un miedo “real” (a menos que Stalin y Lenin hayan revivido como muestra un episodio de Los Simpsons). El personaje de Salt de por sí es exageradamente vueltero. Pero lo importante es mantener la tensión y la adrenalina. En ese sentido, el film de Noyce cumple. No importa cuan complejos sean realmente los personajes (más allá de si son o no comunistas, desertores, románticos o fríos). Ni siquiera se puede leer entre líneas alguna crítica política o social. Los agentes de la CIA quedan parados como niños de pecho a comparación de los súper entrenados agentes soviéticos involucrados en la conspiración que plantea la película. La paranoia post 11 de septiembre sigue vigente, pero acaso, ¿hubo algún momento en que los Estados Unidos no fue una nación paranoica? El trío protagónico: Jolie – Schreider – Ejiofor cumple con las expectativas en piloto automático. El guión de Kurt Wimmer (el mismo de la defenestrable Días de Ira) no presenta ninguna novedad estructural interesante, sino que se apoya en clisés y lugares comunes del género. Y al igual que en sus anteriores guiones (El Caso Thomas Crown, Reyes de la Calle y El Discípulo) se apoya en vueltas de tuercas como ¿quién es el traidor? ¿cuál es el truco? para mantener la atención del espectador. Según el ingenio del realizador que agarra los guiones, el film va a ser mejor o peor. Esta vez el resultado es… apenas entretenido. En tiempos “calmos” de guerras, en que Bond, Bourne, Ryan y Ethan Hunt se toman vacaciones, parece que Salt se ofrece como una alternativa interesante y divertida. Y si no funciona, ya que revivieron la Guerra Fría, podríamos revivir a Flint (protagonizada por el fallecido James Coburn) o a Harry Palmer. No dudo que Michael Caine aceptaría ponerse los lentes con marco negro si se lo ofrecieran nuevamente.
Como interpretar a un playboy y no aburrir en el intento. Hace un par de semanas comentábamos, como Adrián Suar había desaprovechado la oportunidad de interpretar a un personaje interesante, un playboy que no se anima a admitir su edad, y cómo ante el hecho de descubrir que tiene una hija y va a ser abuelo termina por reevaluar su calidad de vida. Pero el actor, llenó al personaje de detalles superficiales, histrionismo, absurdo y artificialismo. O sea, hizo una caricatura, una publicidad de cartón con un personaje que merecía más suerte. Tampoco ayudaba el guión vale aclararlo. En la crítica de Igualita a Mí, también decíamos que su personaje era similar al que interpretaba Michael Douglas en El Hombre Solitario. Pero hay dos notables diferencias entre la obra de Kaplan y de la dupla Koppelman/Levien. En primer lugar, en vez de divagar en subtramas que nunca lograban profundizarse, el film estadounidense realiza un verdadero estudio sobre las consecuencias que genera en su contexto y por lo tanto en su relación con las personas, esta “adicción” a tener relaciones sexuales efímeras con mujeres de 20 años. Por otro lado, y más fundamental acaso, que el actor elegido para encarnar el rol protagónico nació para interpretar este personaje… O mejor dicho Ben Kalmen nació para Michael Douglas. En uno de esos roles que derivan en la posibilidad que un actor veterano, consumado, logre resarcir de las cenizas y volver al primer plano, coincido con varios colegas de tierras norteamericanas que la interpretación de Douglas bien podría ser merecedora de un Oscar, estatuilla a la que aspiran todos los actores estadounidenses. Douglas ya se llevó gracias a Wall Street en 1987. Durante la década del ’90, su carrera fluctuó entre trabajos interesantes (Bajos Instintos, Acoso Sexual) hasta algunos mediocres. En el año 2000 reapareció con dos trabajos interesantes: Traffic (dirigida por Soderbergh, productor de El Hombre…) y Un Fin de Semana de Locos (Wonderboys),una de las mejores actuaciones de su carrera, injustamente olvidado por la Academia. No sería alejado decir, que en El Hombre Solitario hace su mejor interpretación desde entonces. Kalmen es un chanta, un mujeriego al que nunca le faltan chamuyos para seducir mujeres al menos 20 años más jóvenes que él, pero esto que podría derivar en una comedia se convierte en un drama, cuando se vayan desencadenando una serie de eventos que provoquen que Kalmen, se conviertan en un solitario por culpa de sus actos. Kalmen salta de una mujer a otra, perdiendo la confianza de su esposa, su ex y su hija, para terminar dando consejos a un joven universitario (Jesse Eisenberg, a esta altura encasillado como el adolescente “virgen” del nuevo cine estadounidense) y suplicando a un amigo que no veía hace 35 años que lo vuelva a aceptar (Danny DeVito, en un rol que parece que no le demandó mucho trabajo: es amigo de Douglas hace más de 40 años). Koppelman y Levien (directores de Golpeando las Puertas del Cielo, y guionistas de Confesiones de una Prostituta de Lujo) logran los mejores momentos cinematográficos cuando muestran a nuestro antihéroe solo, miserables, patético. El tono de la película es distante pero certero: los directores no se burlan de su Quijote que lucha contra el paso del tiempo. Sienten lastima, pero no lo llevan a extremos absurdos y tampoco lo usan como arma moralista y demagógica para crear un melodrama. El ojo de los directores encuentra un tono equilibrado entre el humor y lo sentimental, convirtiendo en humana a su creación, no generando una simpatía inmediata, aunque a fin de cuentas, Ben Kalmen resulta siendo querible. Y es ahí donde Douglas apuesta por un naturalismo y gracia que le eran ajenos desde hace tiempo. ¿Dónde empieza el personaje y donde el actor? A diferencia de Jeff Bridges en Loco Corazón que creaba un personaje marginal, de esos que les gusta premiar a los estadounidenses (no critico su cualidad actoral, la cual es soberbia), este personaje es como el de El Luchador con Mickey Rourke. Es imposible decir que hay otro actor capaz de interpretarlo. El guión de Koppelman no intenta evitar algunos lugares comunes y transita un camino previsible. Sin embargo esto no molesta, porque los giros argumentales no resultan forzosos. La calma y seguridad que dominan al personaje, también se demuestra detrás de cámara. Lo mejor que se puede decir de El Hombre Solitario es que nos regresa a un actor que habíamos perdido hace tiempo en comedias y thrillers mediocres, con interpretaciones caricaturescas y sobreactuadas. Un actor que heredó el carácter de su padre (el gran Kirk, que hubiese sido el intérprete ideal para este film, si se hubiese hace 40 años), su templanza y seguridad. Que sabe que no es un galancito, que acepta la edad que tiene y todavía logra sorprendernos de vez en cuando. Como sucede con el personaje de Ben Kalmen. Y si al terminar la función, se quedaron con ganas de ver más de Michael Douglas, en un mes, vuelve Gordon Gekko.
Lo peor de ser “crítico” de cine o mero cinéfilo que va a ver cualquier cosa que se le cruza por el camino es el deja vu. Encontrar propuestas que a pesar de atraparle, estar sobriamente interpretadas y dirigidas, dan la sensación de haberse visto previamente… está sensación va acompañada de un presentimiento, que el cinéfilo tiene acerca de cómo va a terminar el realizador la historia. Es saber cazar los códigos, los tiempos, encontrarle el truco a la estructura dramática. Es por eso, que London River, nueva película del director Rachid Bouchareb, de rica filmografía (Días de Gloria) no puede disfrutarse plenamente, ya que guarda similitudes con varias propuestas similares, y que fueron vistas hace poco tiempo en la cartelera. Se podría emparentar con Al Otro Lado (Fatih Akin, 2007) o alguna película que ahora no se me viene precisamente a la memoria, relacionada con el 11 de Septiembre en Nueva York. Elizabeth (Blethyn) es una mujer de 60 años, cuyo esposo murió en la guerra de Malvinas. Ella vive en un pequeño pueblo inglés con riscos y bosques. Sigue las tradiciones típicas rurales. Va a la iglesia todos los domingos, trabaja como agricultora en su jardín. Su hija, vive en Londres. Cuando estallan las bombas del atentado del 2005 en la estación de tren y el colectivo en Londres, tiene un mal presentimiento, y ante la falta de respuesta de su hija, decide salir a buscarla. Situación similar le pasa a Ousmane, un inmigrante del norte de África, que vive en Francia. A pedido de su ex esposa, sale a buscar a su hijo que estudia en Londres, y al que no ve desde que tiene 6 años, tras abandonarlo. Ambos caminos convergen en medio de comunidad musulmana londinense. Pronto, se dan cuenta que ambos chicos se conocen previamente y deben buscarlos juntos. Sino fuera por las excepcionales, sutiles, austeras, creíbles y emocionantes interpretaciones de Blethyn y Kouyaté (ganador al mejor en Berlín 2009) es posible que la película no trascienda demasiado. Las situaciones que Bouchareb crea para ambos personajes es la más convencional, aún cuando no dejan de tener un contexto verosímil y contemporáneo: Elizabeth se comporta de forma prejuiciosa, no entiende como su hija, puede involucrarse con un joven negro y aprender árabe. Su mente conservadora se irá abriendo a medida que avance su relación con Ousmane, quién, a pesar de aspecto físico, que atemoriza a Elizabeth, termina siendo un alma gemela, un personaje emotivo, cálido y de comportamiento más razonable que el de ella . Bouchareb trata de construir un típico relato del cruce de dos mundos distintos, pero a la vez con demasiadas similitudes en principios más básicos como la formación de una familia y educación. Los prejuicios, la discriminación son los temas principales de la narración pero nunca subraya sobre ellos, ni da un discurso obvio. Trata de manejar el dramatismo con un pulso firme, sin que se desborde a lo lacrimógeno, pero también atento a mantener la tensión, procurando que nunca la relación entre ambos personajes divague hacia vínculos románticos, y así caer en el lugar común. A pesar, de que trata de evadir los clisés, y aún con un tono solemne y austero, no puede evitar que el río siga su curso natural y termine en un final previsible. El desenlace, igualmente es coherente con el resto de la narración y muestra la diferencia entre ambas culturas. Construido sobre los pilares del relato cuya moraleja, es aprender a no discriminar, y que no importa cual sea la religión o raza de cada persona, todos nos relacionamos de la misma manera, tenemos los mismos sentimientos… o sea básicamente somos todos iguales, London River, es una película que da la sensación que ya vimos varias veces, pero con una narración sólida, personajes creíbles, diálogos que no suenan forzados; es visualmente impecable y, por supuesto, destaca gracias a las impresionantes actuaciones de la pareja protagónica.
El Hombre Solitario No se trata ni más ni menos que un “run for cover”. Patagonik necesita estrenar alguna comedia para la etapa posterior a las vacaciones de invierno, en que los grandes tanques de Hollywood ya pasaron, para que el público masivo vaya a ver “cine argentino”. Generalmente esta es la mejor semana para estrenar alguna película nacional “comercial”. El año pasado, se trató de El Secreto de sus Ojos y mal… creo que no le fue, aunque Patagonik no estaba involucrada. Este año, que solo tuvo dos estrenos argentinos rendidores en cuanto a taquilla nacional como Dos Hermanos y Carancho, ejemplos soberbios en cuanto a manufactura cinematográfica, Patagonik decidió apostar por lo seguro: una comedia con Adrián Suar, Hace dos años, Un Novio para mi Mujer de Juan Taratuto fue un éxito masivo, que le devolvió la corona de “rey de la taquilla” a Suar, tras haberla perdido hacía rato contra los productos de Telefé contenidos. Desde el 2001 no había logrado un éxito como fue El Hijo de la Novia. Por lo tanto, había motivos para festejar cuando Un Novio para mi Mujer, dio buenos dividendos. Particularmente, no me gustó Un Novio… Si bien confieso que es un poco mejor que las comedias anteriores del gerente de programación de Canal 13, no pude integrarme ni hacerme cómplice de los protagonistas. Y pienso que el “éxito” se debió a que dentro del elenco había dos actores monumentales, interpretando dos personajes ricos en matices y originales, en un contexto narrativo y audiovisual demasiado convencional y conservador para ser aprovechados al máximo. Porque la regla de tres simple es muy básica: un buen contexto + buenos personajes + buenas interpretaciones dan como resultado una buena película. Un Novio tenía a La Tana y El Cuervo, dos personajes divertidos de por sí y conceptualmente interesantes, interpretados de manera brillante por dos monstruos como Valeria Bertuccelli y Gabriel Goity. Ya de por sí, ellos dos valen el precio de la entrada. Pero en el medio está Suar, un guión poco inspirado y una dirección demasiado publicitaria. A mi pesar, la película funcionó. Por lo tanto, para el 2010 había que repetir el éxito, pero el proyecto se postergó, se apuró y aquí llegó… en fecha elegida. Sin embargo, entre las distribuidoras nunca hay buen diálogo, ya que en dos semanas se estrena El Hombre Solitario, una comedia de la dupla Koppelman / Levien con Michael Douglas interpretando a un playboy sesentón con hijos y nietos, que sale con muchachas de 20 años sin pretensiones de tener una relación seria con alguna, y al que no le gusta que lo llamen padre y abuelo respectivamente. Acá, pasa algo similar… En Igualita… Fredy (Suar) tiene 41 años y reniega de su edad. Como a los 18 años, sigue saliendo todas las noches, sigue siendo el rey de la noche (nada que ver con Rudy de 76 89 03), sigue teniendo los mismo chamuyos… y sigue levantándose chicas de 20 años… Trabaja con su hermano (Chame Buendía) en una especie de inmobiliaria y tiene negocios con productos “todo x 2 pesos” provenientes de China. Se levanta a las 4 de la tarde, tira ideas para comprar o vender casas y vuelve a salir de joda. Un día, entre sus “levantes” conoce a Ailín (Bertotti), una vendedora de artesanías de El Bolsón. La invita a la casa y se entera, que ella, en realidad, es su hija, producto de un “romance” del viaje de egresados 23 años atrás. Y peor aún, cuando se confirman los análisis de paternidad, resulta que Ailín está embarazada. Por lo tanto, en una semana, Fredy se convirtió en padre y abuelo. El planteo es si Fredy va a madurar y aceptar su edad, o va a seguir con su vida burguesa y nocturna. Lo que podría haber sido la punta inicial para una comedia unitaria de Canal 13 se convirtió en una película de casi 2 horas, pero sin perder una estructura narrativa y estética televisiva. El director seleccionado para dicho proyecto fue Diego Kaplan (¿Sabés Nadar?), que estuvo demasiado alejado del cine con sus publicidades y direcciones televisivas (lo mejor que hizo fue Mosca & Smith), pero esta vez los resultados son desilusionantes. Si bien la premisa no es demasiado original (hay elementos de El Padre de la Novia, Tres Hombres y un Bebé, El Hijo de la Novia y ¿Quién dice que es Facil?), el tratamiento es aun peor. Mucho se debe a la acumulación de tics y gestos repetidos, demasiado conocidos, insoportables de un Suar, que abarca demasiado tiempo en pantalla. Esto termina impostando y artificializando aun más el relato. Si bien el personaje tiene una construcción interesante, la interpretación exagerada del protagonista no le hace justicia, más allá de que se parodie a sí mismo, y acepte que no puede seguir interpretando al “muchachito de la película”. La película además de tener clisés y estereotipos, escenas y salidas argumentales previsibles, una estructura llena de lugares comunes, es bastante decepcionante en términos visuales y artísticos. Taratuto tiene imaginación para imprimirle una dinámica cinematográfica a sus obras. En cambio Kaplan abusa de los interiores, del plano contra plano (aunque hay un virtuoso plano secuencia cuando Fredy se entera que es padre). La fotografía del GRAN Felix Monti, no está a la altura de lo que se puede esperar de su prestigio y su carrera. Aunque haya sido filmada con una cámara último modelo, la puesta de luces televisiva no dimensiona cinematográficamente la obra final. A nivel narrativo empieza a acumular personajes y subtramas, que no terminan cerrando. Todo para apoyar y simbolizar innecesariamente el carácter superficial y avaricioso del protagonista, para resaltar como va a cambiar su carácter previsiblemente dentro del relato. Hay un negocio inmobiliario (incluso parece plagiado de El Hijo…) donde se quiere transformar una casa antigua en un edificio torre, y la película apuesta por la moralina de que lo “viejo” también tiene sus beneficios, que hay que respetar la edad, etc, etc, etc. La comparación abruma por la obviedad, pero lo que es peor, no termina por definirse cuando llegan los créditos. En la última media hora, cuando la película podría empezar a definirse, los realizadores deciden agregarles innecesarias escenas que poco le aportan a la trama principal. La música incidental de Iván Wyszogrod, decepciona también por lo convencional y la poca participación que tiene durante la marcha. Lo único que le aporta verdadera calidez al relato son las demás interpretaciones, empezando por Florencia Bertotti, que sin sobreactuar ni denotar gestos provenientes de sus personajes televisivos, le da naturalidad a un personaje que lamentablemente no está tan elaborado como el de Fredy, que pasa durante la segunda parte del relato a segundo plano, tapado por hegemonía del protagonista. Una lástima porque Bertotti le da humanismo y gracia, a su Ailín. Cabe preguntarse porque la actriz no tuvo más propuestas cinematográficas (tuvo solo roles secundarios) ya que logra evadir caer en el personaje de sit com, para entrar en una posición más realista, alejada de la caricatura. El resto de elenco aporta medianas cuotas de humor, pero las situaciones en las que participan no están suficientemente desarrolladas ni aprovechadas. Kaplan no tiene timing humorístico o intuición para saber aprovechar al máximo una escena cómica. Hay varias que podrían haber funcionado muy bien, que lamentablemente se quedan a mitad de camino. Claudia Fontán, tiene una gran capacidad interpretativa, un humor espontáneo y talento para las comedias, pero queda encasillada en el personaje de amiga, de ex, de interés maduro. Su personaje recuerda demasiado al que ya interpretó en El Hijo de la Novia, específicamente. El resto, sorpresivamente desconocidos, logran interpretaciones interesantes, a tener en cuenta por futuros cineastas. Tanto Chame Buendía como Castel provienen del cine ultraindependiente. Sus trabajos pasados más inmediatos fueron en las obras de Tetsuo Lumiere, lo que habla muy bien del ojo del cineasta para elegir actores. Con los previsibles contrastes que uno puede esperar de este tipo de películas (Fredy es cheto, Ailin, bohemia) y el mensaje que todos pueden convivir juntos en buena ley, apostando por una moraleja familiar, conservadora, algún que otro chiste forzado, un montaje demasiado publicitario, la manipulación sentimentalista y lacrimógena de la segunda mitad de la película (el protagonista debe aprender su lección a la fuerza), Igualita a Mí, es un producto meramente simpático que va a llevar multitudes a las salas, reembolsar las inversiones del Instituto por las películas que no funcionaron comercialmente en el resto del año y borrada rápidamente de la memoria. De ingenio cinematográfico o artístico, ni hablar. Es lo que hay. En Hollywood lo tienen a Adam Sandler. Acá tenemos a Adrián Suar. Por suerte el actor y productor argentino, no compra los derechos de películas estadounidenses (se “inspira” en ellas). Mientras que Sandler (que ya intentó llevar El Hijo de la Novia), probablemente saque Igualita a Mí en un par de años con Kevin James y Rob Schneider… y le salga “igualita”.
¡Que Vuelvan los Na’vi! Libro Uno: Un Poco de Historia Hace algunos años atrás… en una galaxia no tan lejana, trabajaba en un video club. Un día salió en DVD una película animada, aparentemente japonesa cuyo título me llamó la atención: Avatar. Libro Uno: La Leyenda de Aang. Pensé, “bueno, un animé más”. Pronto esta solitaria película (recuerdo que fue la única novedad del día) empezó a ser bastante solicitada, y no solo eso. Los padres venían entusiasmados relatándonos a los cajeros (“cleros”) lo interesante, educativa y atrapante que era dicha película. Pronto, empecé a interiorizarme que se trataba de una serie de culto en Estados Unidos, que cosechaba premios, buenas críticas. Que no se trataba de “un animé más”. Creada por Michael Dante DiMartino y Bryan Konietzko para el canal Nickelodeon, la serie se nutre del animé y el manga, el cine de Hayao Miyazaki, y tiene una trama que remite a la cultura zen, al budismo. Mezcla las artes marciales con las prácticas religiosas provenientes la zona más continental de Asia, : India, Mongolia, Tibet, parte de China. La serie fue transmitida por tres temporadas concretamente planeadas entre febrero del 2005 y julio del 2008. Cada temporada toma un “libro” diferente del entrenamiento, una especie de joven monje preadolescente capaz de controlar los elementos de la naturaleza aire, agua, tierra y fuego, para devolver equilibrio y paz a la Tierra, y para que todo el poder de los dioses no caiga en el malvado reino del fuego que quiere dominar el mundo… O sea, una mezcla entre El Quinto Elemento de Luc Besson y la mitología galáctica creada por George Lucas en 1977. Sin duda se trata de una idea original para una serie animada, y que inculca a los chicos un poco de conocimiento de los preceptos de la religión y la cultura budista. Debido al éxito en lo que se convirtió la serie, los productores Kathleen Kennedy, Frank Marshall (que en algún momento fueron soporte de las mejores películas de Spielberg) y Sam Mercer compraron los derechos de la serie y no tuvieron mejor idea que delegar la adaptación y la dirección de la serie animada a las manos del único director hindú que conocían: M. Night Shyamalan. ¿Por qué no? El director nacido en India pero criado en Pennsylvania tiene antecedentes en el género fantástico, está acostumbrado a trabajar con chicos, conoce el territorio, las tradiciones y la cultura. Solo debía adaptar su mirada para que sea un poco más infantil. Además Marshall, Kennedy y Mercer fueron sus tutores desde Sexto Sentido. Sin embargo, el director vino en caída libre en los últimos años. Si bien La Aldea, tuvo una recepción “aceptable”, La Dama en el Agua y El Fin de los Tiempos, fueron estrepitosos desastre de crítica y audiencia, a comparación de las expectativas y de los anteriores trabajos de este extraño y polémico “autor” que se ha ganado tanto adeptos como detractores. Por lo tanto, un trabajo hecho por encargo, sobre una obra que demostró ser exitosa en versión animada, podía levantar un poco su alicaída carrera. Después de sus dos últimas propuestas había perdido “fans”, pero aún así, sigue habiendo personas que defienden su “identidad” cinematográfica: sus tiempos lentos, un supuesta gran capacidad para crear climas tensos, para poner personajes convencionales ante circunstancias fantásticas de las que no se sienten parte, pero que deben aceptar la “misión divina” que se les otorga para sacar adelante el relato, La unidad familiar, la reconciliación marital son temas que siempre aparecen en su filmografía. La introducción de elementos fantásticos nunca es azarosa, ni los efectos especiales toman preponderancia por sobre las historias. Se rodea de sólidos actores. Se apoya en la iluminación de notables Directores de Fotografía, la banda sonora de James Newton Howard para crear esos mismos climas. Se nutre de Spielberg para combinar el drama familiar con la aparición de los elementos fantásticos que siempre un significado metafórico, que como todo cuentista le agrega una cuota importante de moralismo y solemnidad, pero a la vez elementos lúdicos, combinados con el juego entre los personajes y la naturaleza y/o situación paranormal que los rodea. Además de un sátira implícita (no siempre intencional incluso), una suerte de parodia a la política y la religión en Estados Unidos. Acaso este choque que se da entre el melodrama solemne y la parodia típica de los films clase B de los años ’50 sean el aspecto que más me interesó de su filmografía. La manera en que te descoloca con un fino (y un poco pretencioso) sentido del humor negro, egocéntrico. A nivel visual siempre se destaca el trabajo que hace con el registro fuera de campo. Aunque me molestó un poco La Dama en el Agua por su tonito moralista, y porque la segunda mitad era realmente estúpida (aunque me divierte como se burla de los críticos) y se autoproclama defensor absoluto de la fantasía contemporánea (literalmente hablando es lo que sucede, ya que la dama en cuestión elige a su personaje como el narrador de la historia), y El Fin de los Tiempos, a pesar de que empieza más misteriosa de lo que termina siendo, es un interesante film clase B, filmado en colores, no puedo dejar de destacar que se ha mantenido fiel a su “identidad cinematográfica y narrativa”. Aunque en ambas película ya había dejado atrás el final sorpresa, la revelación que te modificaba la concepción del film (como sucedía en Sexto Sentido, El Protegido o La Aldea) y a nivel visual se había vuelto un poco más convencional, el ritmo de sus obras tenía un montaje más dinámico, los resultados finales, a pesar de todo eran un producto 100% Shyamalan. Por lo tanto Kennedy/Marshall se aseguraban que habría un público que elegiría ver el film porque era de Shyamalan y otro sector que iría por ser fanático de la serie animada. Esos son los “beneficios” de elegir a un “autor” para dirigir una saga de este tipo. Libro Dos: El Presente… Horror… Horror… Cuando vi por primera vez el trailer del film y la gran cantidad de efectos especiales utilizados, lo primero que me vino a la cabeza: “esto no parece un film de Shyamalan”. Mi intuición fue correcta por dos razones. Primero porque El último maestro del aire no se parece a ningún otro film de Shyamalan y segundo al definirlo como ESTO. La película empezó a tener problemas un año y medio antes de estrenarse. Cuando se anunció que Shyamalan correría a cargo de la dirección corría el año 2008, recién se acababa de estrenar El Fin de los Tiempos y el proyecto se llamaba Avatar: The Last Airbender (título original del animé). Se iba a estrenar en julio del 2010. Pero, como muchos saben, Jim Cameron se adelantó y nombró Avatar a su nueva película tras 13 años de ausencia. Aunque todavía se sabía poco y nada del film que terminó siendo el mayor éxito taquillero de la historia del cine, superado a la Titanic del propio Camero en 1997, Kennedy/Marshall/Shyamalan, para evitar confusiones y litigios legales le sacaron convirtieron al film en El Ultimo Maestro del Aire a secas. Ahora se estarán arrepintiendo. Quizás con la primera palabra habría llevado al cine a algún despistado que pensara que se trataba de una secuela de las aventuras de los extraterrestres azules. Seguramente, la intención habrá sido crear una nueva saga en la línea, Señor de los Anillos, Crónicas de Narnia, que fueron exitosas, pero también como La Brújula Dorada, Eragon, o Percy Jackson, que fueron fracasos monumentales. Había riesgos sin dudas, pero creían que con Shyamalan detrás de cámara podría funcionar y llenarse los bolsillos con dinero. Fue mejor mi instinto que el de ellos. Las críticas, literalmente “reventaron” al film de Shyamalan. No fue sorpresa, la paciencia de la crítica con el director hindú venía agotándose hace tiempo. Pero los que todavía defendíamos mínimamente su autoría buscábamos redención con su obra, poder reaccionar ante la elite de críticos soberbios y ombliguistas. Demostrar que aun quedaba un autor en Hollywood. Y no fue así. Al final, les terminamos dando la razón. El Ultimo Maestro del Aire es literalmente hablando, un desastre, horrible, un insulto a la inteligencia, al género de fantasía, una enfermedad para los ojos y oídos cinéfilos. Insoportable. Aburrida. Densa. Y no por las razones que caracterizaban al cine de Shyamalan. Se trata de su film más dinámico y convencional en cuanto a montaje, pero a la vez el más interminable de todos. Recuerdo que José Luis de Lorenzo a mitad del metraje me preguntó si sabía la duración a viva voz, y le respondí tímidamente “103 minutos” y él me dijo, “parecen 3 horas”. Lamentable que un director medianamente interesante haya filmado semejante porquería. Definitivamente perdió la brújula, y peor aún, a sus defensores… los que venían defendiendo lo que ahora creo que era indefendible. Empiezo a pensar que los méritos de las anteriores películas son loables gracias al elenco y equipo técnico del que se rodeaba más que por mérito propio. La historia se mantiene fiel a la serie pero al tratar de condensar y comprimir los 20 capítulos del primer libro (primera temporada) en menos de dos horas, el resultado es una narración confusa, demasiado explicada, que llena baches temporales y narrativos con la peor voz en off que recuerde haber escuchado en mi vida (o al menos desde los tiempos remotos de Ed Wood). Los protagonistas son dos hermanos adolescentes Katara (Peltz) y Sokka (Rathbone) de la comunidad del agua. Ella es una Maestra del Agua, pero todavía no domina sus poderes completamente. Un día ambos encuentran a Aang (Noah Ringer), el último avatar de una serie de Maestro del Aire que se convertiría en el “elegido” para traer equilibrio al planeta ya que tendrá dominio total de todos los elementos de la naturaleza. A Aang lo buscan los Maestros del Fuego para matarlo. Ellos quieren dominar el resto de las tierras. Especialmente lo busca el príncipe Zuko (Dev Patel), quien desea agarrar a Aang y llevarlo ante su padre, el rey (Cliff Curtis) para que lo vuelva a apreciar como hijo. Para eso viaja con su tío Iroh (Toub) y desea atrapar a Aang antes que las legiones de su padre comandadas por el malvado Zhao (Mandvi). Pero Aang, Katara y Sokka darán pelea, apoyados por el fantasma de un Dios Dragón. Alguno podría decir, Shyamalan revivió la fantasía, pero lo cierto es que nada tiene sentido. Las alegorías religiosas y filosóficas son banalizadas, estupidizadas. La moralina, infantil, didáctica. Explicativa hasta el hartazgo (multipliquen las explicaciones de El Origen por diez). La estructura es confusa, los flashbacks re alentar el relato, resultan redundantes, innecesarios. Ninguna interpretación es verosímil, creíble. Todos los diálogos son malos (y escuchados en versión doblada al castellano mucho peor). Los personajes son acartonados. La caracterización del príncipe Zuko, es ambigua. ¿Es villano, amigo, tonto? Dev Patel demuestra una vez más, como en Slumdog Millinonaire, que no puede actuar. Es completamente inexpresivo, no se le cree ni una sola línea de diálogo, insulso, alfeñique. ¿Cómo puede un director que descubrió a Haley Joel Osment tener tan poca intuición de casting ahora? Ninguno de los jóvenes intérpretes logran destacarse. Cada uno es peor que otro. Muñecos que hacen muecas. Ninguna emoción es genuina. Veteranos como Mandvi, Toub y Curtis aparecen completamente desaprovechados. Parece que fueron elegidos solamente porque tienen rasgos hindúes (en realidad solo Mandvi lo es y precisamente no es un buen actor, y menos para interpretar un villano tan malo. Toub es iraní, lejos lo mejor del elenco y Curtis neocelandés, peor que cuando hizo de colombiano contra Schwarzenegger). Slumdog Millionaire fue la mayor mentira de la década. ¿Por qué usarla como influencia? Shyamalan no sabe aprovechar la geografía de Groenlandia, ni de Nueva Zelanda. Podría haberle pedido ayuda a Peter Jackson. Tampoco sabe como introducir animales fantasiosos. Aang se transporta en un seudo perro más parecido a los monstruos de Donde Viven los Monstruos, pero con pretensiones de que sea como el dragón de La Historia Sin Fin. No es ni uno ni otro, porque Shyamalan lo decide mantener en segundo plano. Lo mismo con el Dragón que le habla a Aang y otros animalitos sueltos por ahí. Si Narnia resultaba ser artificial, El Último Maestro tiene menos cuerpo, menos alma, menos espíritu que el Dr. Crowe (Bruce Willis en Sexto…). Los efectos especiales son poco imaginativos, poco trascendentes. Es una lastima saber que los supervisó el argentino Pablo Helman, que se destacó en La Guerra de los Mundos. El 3D es una mentira. No está. No hay profundidad de campo, no hay elementos que saltan a la pantalla. Hasta Boogie, el Aceitoso se destacaba mejor en este sentido. En el único momento donde se nota el efecto es en la presentación, cuando aparece el logo de Paramount. Shyamalan la filmó sin ganas. El solo hecho de no aparecer en pantalla en algún momento lo confirma. Shyamalan no está (en El Fin de los Tiempos aparece su voz en off). Sí, se puede entrever en pequeños momentos cierto interés por darle relevancia a la unidad familiar, de la reconciliación entre padres e hijos, la dualidad de aceptar los poderes que le son asignados a los personajes, y saber usarlos para hacer el “bien” (como en El Protegido principalmente). Pero nunca está profundizado este aspecto ni cobra relevancia. Los (malos) efectos especiales toman preponderancia sobre la historia y los personajes. El recurso fuera de campo solamente está presente para cubrir errores de compaginación con los efectos especiales. La fotografía de Andrew Lesnie está muy lejos de parecerse a la de El Señor de los Anillos o Desde mi Cielo. La banda sonora de James Newton Howard es lo mejor. Intensa e imponente. Pero a la vez abruma con relación a la película, tiene demasiada participación es escenas donde no hay batallas. Escucharla de forma aislada es placentera, pero contrasta con lo que se ve en el film. Todo lo destacable del resto de sus films, esta vez queda oculto por oposición. En cambio, quedan más explícitos los aspectos más negativos de su filmografía: el egocentrismo, y sobretodo la solemnidad y el dedo moralista, la mirada manipuladora, sentimentalista y falsamente romántica. El romance en el film es impuesto de manera forzada, artificial (como besar a un maniqueen). Las inclusiones humorísticas son ineptas, no causan gracia. Otras veces, supo ser más efectivo en sus thrillers dramáticos y románticos para incluir alguna línea simpática, o algún truco que sorprendiera al espectador y le arrancara una sonrisa. Esta vez, la película es tan mala, que uno no se ríe siquiera de lo mala que es. Cuando se hace un film clase B, de terror o ciencia ficción, aunque sea, aun cuando no fue la intención de los realizadores, uno se puede divertir por lo poco eficaz que es el producto final. Pero acá ni siquiera eso. No es un film clase B, no es bizarro, no tiene citas cinéfilas para destacar, no tiene fantasía destacable, no es imaginativa: es justamente, eso, la nada misma. Es un híbrido sin vida ni sabor. Aburrido. Uno es no espera más por que llegue el final. El final no llega… porque no hay un final… y lo peor de todo, cuando empieza la verdadera acción, la película (al fin) termina… y ¡da el pie para la segunda parte! ¡No, por favor, no! ¡No más tortura hindú! ¡Ya entendí el mensaje… el castigo por haber defendido por tantos años a este subestimado supuesto “autor” cinematográfico llamado M. Night Shyamalan! Ya entendí… ¡este hombres es una mentira que viste y calza! Libro Tercero: ¿Hay Futuro? Pido disculpas por brindarles un manuscrito, una lista de los “defectos” que posee el film. Pero es verdad. La película es insalvable. ¿Qué le queda hacer a ahora a Shyamalan? Debería empezar de cero nuevamente. Volver a filmar películas de bajo presupuesto, independientes, con su propio dinero, una cámara súper 8 y actores desconocidos. Proyectarla en Sundance solamente y rezar porque alguien la vaya a ver. Hay que bajarle las pretensiones a este hombre. Yo no le confiaría mi dinero a este supuesto “director” o “autor”. El mes próximo se estrena en Estados Unidos, Devil, primera película que escribe y produce sin dirigir (¡por suerte!) La premisa, admito que es interesante. 5 personas desconocidas entre sí quedan atrapadas en un ascensor. Uno de ellos tiene poderes diabólicos o algo así. En el trailer se ve como los miembros de seguridad ven por la cámara flashes de imágenes monstruosas que no se relacionan con la “realidad”. La dirigen los hermanos Dowdle que dirigieron las versión anglosajona de Rec, Cuarentena. Esperemos que sea mejor. En cuanto a futuros proyectos, se comenta una futura reunión entre el director y Bruce Willis. Ambos necesitan resurgir, sin duda. Willis, por su lado cree que solamente volviendo con Shyamalan o realizando una quinta parte de Duro de Matar puede volver a tener un “éxito” de taquilla. Bruce, te doy un consejo: John McClane siempre va a tener seguidores. En cambio, Shyamalan, gracias a El Ultimo Maestro del Aire, le dijo “adiós” a los últimos que le quedaban.
No necesitamos más a Arnold Como todos saben, o por lo menos, así espero, con motivo del festejo del primer aniversario de A Sala Llena Online, decidimos realizar la primer avant premiere del sitio. Podríamos haber elegido El Origen, o Encuentro Peligroso, pero nos decidimos por Depredadores. ¿Por qué? Llámenlo instinto cinéfilo. Es una apuesta arriesgada proyectar una película de terror / ciencia ficción. Es más, si la película hubiese sido desastrosa, esta misma crítica la estarían leyendo el próximo martes, después de la función. No vamos a tirar abajo nuestra función una semana antes ¿no?. Pero la están leyendo ahora. ¿Por qué? Porque en Robert Rodríguez se puede tener Fe… cinéfila. No soy un fanático de la saga de Depredador, pienso, que si bien la primera es bastante entretenida y elemental, y a pesar de convertirse en un objeto de culto de los años ’80, las secuelas fueron bastante grotescas, banales y desaprovecharon un buen personaje de terror en pos de entretenimiento masivo, llenar las expectativas de un público ávido de ver sangre y tripas… pero los pobres guiones, las pobres búsquedas estéticas terminaron por ni siquiera satisfacer este tipo de público. A comparación, la saga de Alien siempre estuvo un paso más adelante (al menos las primeras cuatro). Los productores buscaron directores con mente de autor, capaces de crear personajes y atmósferas intensas, claustrofóbicas. No solo gore. Seamos honestos, siempre hubo una mayor búsqueda creativa y artística. Pero llegaron las Alien Vs Depredador y terminaron con ambos mitos… hasta ahora. Alguien debía revivir a estos dos monstruos del cine. Con la saga de Alien, lo está haciendo, nuevamente, Ridley Scott. Con Depredador, el descendiente director de Roger Corman: Robert Rodríguez. Si bien esta vez se alejó de la silla del director y cedió el lugar a Antal, un interesante director nacido en Estados Unidos pero que comenzó su carrera cinematográfica con la intensa película Kontroll (2003, vista en el Bafici 2004) en Hungría por la cual ganó numerosos premios, Rodríguez se encargó de la producción, la supervisión del diseño sonoro y de los efectos visuales. Antal, que venía de hacer las discretas Habitación sin Salida y Armored en Estados Unidos, tomó la posta y supo darle el nivel necesario de suspenso, intensidad, administrarle buenas dosis de terror, gore, y ciencia ficción a la saga dirigida originalmente por John Mc Tiernan, con el extraterrestre del gran y querido Stan Winston. Pero no solo eso, sino que le rinde tributo a la original en varios sentidos. Suerte de secuela/remake, nuevamente vemos a un grupo de mercenarios en medio de la jungla. Solo que esta junta no queda en nuestro planeta. Hombres cayendo con paracaídas en caída libre. En tierra, ninguno conoce a otro, provienen de distintos países incluso. Lo que tienen en común: son todos asesinos de una forma a otra, condenados, solitarios, despiadados. El liderazgo lo toma un capitán de las Fuerzas Especiales (Brody, cada vez más consolidado como héroe de acción), y lo siguen una agente del Mossad (Braga), un violador condenado a muerte (Goggins), un mercenario de pandillas mexicanas (Danny Trejo, llamado Cuchillo según los créditos. ¿Será primo de Machete?), un yakuza, un miembro de un clan de asesinos africanos, un soldado ruso que luchaba en Chechenia, y un médico alfeñique, completamente dócil (Grace, rol similar al de El Hombre Araña 3). Pronto, los cazadores se convierten en presa y empiezan las persecuciones. Los depredadores empezarán a cazarlos uno por uno, al mejor estilo “diez indiecitos” de Agatha Christie, o mejor dicho ocho indiecitos. No olvidemos que también así era la original película de 1987, y también las dos primeras entregas de Alien. El principio remite indefectiblemente al gancho Lost: marginados de la sociedad deben convivir, sobrevivir y luchar contra el mundo sobrenatural que tienen ante sus pies: primero se odian, después deben unirse para seguir vivos. La única diferencia es que estos están armados hasta los dientes. La película combina aventura, acción, humor negro y terror. Es entretenida de principio a fin. Hay muertes de todo tipo para los amantes del género, y si bien contiene todos los lugares comunes y clisés que uno espera del género, se va adivinando el orden en que se irán sucediendo las defunciones, los creadores son bastantes astutos para guardarse algunas cartas bajo las mangas y sorprender. Los mayores aciertos son de índole cinéfila, como decía. Se cita a la película original en la mitad y en el final, y no falta una línea perteneciente a un clásico de Brian DePalma. Pero también en la creación de personajes y elección del elenco: esta vez, no son solamente soldados que no marcan diferencia en carácter uno de otro. Acá cada uno tiene su lugar para destacarse, ya sea por su misterioso pasado, como por sus destrezas físicas. La elección de Brody en vez de Schwarzenegger es más adecuada de lo que parece a simple vista. Le da carácter, profundidad dramática a su personaje. Como Sigourney Weaver lograba con Ellen Ripley en Alien. A la vez sorprende ver a Laurence Fishburne en un rol seudo humorístico – absurdo. El resto del elenco no desentona, a excepción de Topher Grace, que no puede salir del estereotipado personaje de nerd depresivo de That’s 70s Show. Ya no son más héroes de acción solamente, sino personas palpables, más reales que en otras películas del género. Los diálogos no son de lo más brillante. Brody dice cada palabra como si fuese una “tag line” (las frases hechas de los trailers), y por momentos las explicaciones son demasiado redundantes. Pero lo mejor es la acción, la adrenalina. El clásico juego del gato y el ratón, las trampas, la atmósfera seca de la selva que penetra en la sangre y te hace pertenecer a la película. El mismo mérito de la original. Los efectos especiales nunca pasan a primer plano ni sobresalen sobre la cuestión humana. Es más que loable la actitud de Rodríguez de seguir utilizando actores para interpretar a los depredadores, con vestuario y bocas diseñadas con animatronics y algún que otro retoque de CGI (especialmente para el Depredador más grande y feo) y no crearlo completamente en computadora como haría George Lucas. Hay que seguir teniendo fe en Rodríguez. Depredadores es un divertido film clase B que no va a desilusionar a aquellos que vayan el lunes a la Avant Premiere del Abasto. Por supuesto, tengan en cuenta que van a ver una película de Depredador… No esperen una “cinema de qualité” europea, la competidora del Cocodrilo de Oro de un Festival Internacional o la próxima ganadora del Oscar. Ya sé que son lectores fieles, pero tampoco pedimos tanto…