Otro Ejercicio Cinematográfico Disfrazado de Thriller y van... El thriller, sobrenatural o no se ha convertido en un género propicio para que los realizadores puedan experimentar con la técnica, ya sea en cuanto a efectos especiales o a “minimalismo” absoluto, y a la vez para poder cumplir con los sueños de los estudios y productoras de Hollywood: logran un producto solventemente comercial, atractivo con muy pocos recursos, y sobretodo poco dinero, pero que termine generando enormes recaudaciones. Estos “ejercicios cinematográficos disfrazados de thrillers” no son novedosos. De hecho, el maestro del suspenso Alfred Hitchcock fue uno de los primeros en experimentar con el thriller La Soga (1948), supuestamente filmada en plano secuencia. Pero, él mismo admite que el producto no fue totalmente logrado, que faltaban ingredientes, que a excepción de James Stewart las interpretaciones no eran convincentes y había demasiada influencia de la obra de teatro original. Otras películas que se animaron a adaptar thrillers teatrales a la gran pantalla sin pretensiones de experimentar con la técnica tuvieron mejores resultados: 12 Hombres en Pugna (1957) y Espera en la Oscuridad (1967). Ambas suceden 90% de la acción en el mismo interior, con pocos (pero excepcionales intérpretes) y no se necesitan planos secuencias elaborados, ni técnicas novedosas para generar tensión. Solo un buen director, un buen elenco y un excelente guión. El caso de Enterrado se emparenta más al de las películas de cine independiente que sorprendieron por su minimalismo formal que a estas producciones importantes del Hollywood clásico. O sea, El Proyecto Blair Witch, Actividad Paranormal y Mar Abierto. Personalmente, las tres me parecieron desastrosas como obras cinematográficas. Sobreestimadas, fallaban en las tres claves que deben predominar en este tipo de thrillers, y por encima de todo, me resultaron aburridas, soporíferas. Ejercicios que no debían salir de las escuelas de cine. Sin embargo hay un cine más comercial, que también tuvo estas pautas (pocos actores, lugar reducido) que también fallo (en lo cinematográfico) por culpa de los mismos inconvenientes: El Juego del Miedo (que abandono el ejercicio por el morbo en sus secuelas y dejo de ser un mero ejercicio), Enlace Mortal (o el santuario de la redención de Colin Farrell por el cada vez más mediocre Joel Schumacher) y la olvidable El Cubo. Ninguna era muy original que digamos en su historia, y menos en su desarrollo. En ese sentido, esta segunda obra del español Rodrigo Cortés supera a las anteriores. Si bien el argumento es básico y remanido, al menos se las ingenia para hacer una crítica, no tanto a la participación estadounidense en la Guerra de Irak, sino a la burocracia imperante en Estados Unidos, y sobretodo a la poca importancia que el gobierno y los agencias de espionaje le daban a los soldados y empleados en el país de Medio Oriente. Poco importa la inverosimilitud acerca de cómo se realizan las llamadas, el costo de las mismas o la manera en que todos enseguida le creen a Paul que esta enterrado bajo tierra hablando por celular. Hitchcock era el rey de la inverosimilitud y sacaba pecho orgulloso de eso. En ese sentido Cortés, con su ironía y humor negro (al igual que al director británico le brota un morboso deseo de hacer sufrir a su protagonista y al espectador de principio a fin) se acerca bastante al realizador que, como queda en evidencia desde la excelente y cautivante secuencia de títulos (homenaje a Psicosis) toma como primer referente a tener en cuenta. El problema no resulta sostener el interés. Aunque algunas situaciones resultan más forzosas que otras (por ejemplo, la de la serpiente, es casi una obviedad), el film es divertido y entretenido. La fotografía y el montaje aportan dan ritmo, ayudan a crear el clima ideal para que el espectador sienta claustrofobia (aun con algunas “libertades” y “engaños” visuales), pero con el correr de los minutos se distraiga mejor pensando en lo que pasa del otro lado de la línea. En ese sentido, uso de sonido, miradas y luces para crear un suspenso basado en el fuera de campo es efectivo. Pero volvemos a lo mismo. La técnica y la intelectualidad están al servicio de la historia, hay sutilezas políticas interesantes, crítica a la velocidad que tienen hoy en día las comunicaciones, el Internet y la popularidad de You Tube, pero nada más. Y es cierto, que ya vimos estas “críticas” en otras oportunidades y resueltas de maneras más profundas (esperemos ver que nos trae Fincher con La Red Social) No esperen ver una maravilla cinematográfica innovadora. Los españoles han creado las mejores obras de suspenso de los últimos años, es cierto. Desde Paco Plaza y Jaime Balaguero (REC) hasta Guillermo del Toro (filmó más en España que en su México natal), pasando por el subvalorado Juan Carlos Fresnadillo (Intacto, Exterminio 2), Juan Antonio Bayona (El Orfanato) o Alejandro Amenabar. Todos excelentes exponentes. Y dejamos afuera los que no pasaron por la cartelera porteña como Nacho Vigalongo. Incluso Alex de la Iglesia ha demostrado solvencia en el género. Y Brad Anderson (El Maquinista, Transiberian) filma en España. Que la madre patria es la nueva capital del género y hacen de los grandes maestros, un monumento no hay quién lo niegue. Pero también es cierto, que como obras cinematográficas en sí, son todas menores. Ninguno realmente “innovó”. Si bien la película elude casi todos los lugares comunes, e incluso se burla del típico final sentimentaloide estadounidense, detrás de la técnica, de la fotografía, de la imponente banda sonora de Victor Reyes (con elementos de Herrmann y Zimmer) y la curiosidad, solo tenemos un producto entretenido y pochoclero más. Efectista y solventemente realizada. Pero solo eso. Entonces, decíamos. La dirección es buena, el guión del joven Chris Sparling muy básico… y ¿el intérprete? El canadiense Ryan Reynolds es quién saca a este experimento y ejercicio realmente de la mediocridad. No solo porque es creíble, sino porque es carismático y sabe como equilibrar sus aptitudes para la comedia con comentarios cínicos (rasgos de su personaje en la serie que lo hizo famosos: Two Guys, a Girl and a Pizza Place) con momentos de dramatismo y tensión, suficientes para contagiar de “pánico y desesperación” al espectador. Se pone la película sobre sus hombros. Por el teléfono desfilan interesantes voces de actores secundarios como Stephen Tobolowsky y Samantha Mathis. Pero la verdadera “compañera” de Reynolds es una “linterna verde fosforescente”. Imagino que se la pusieron ahí para que se vaya acostumbrado a usarla… Una curiosidad: en los agradecimientos aparece Leonardo Sbaraglia, el intérprete de la ópera prima de Cortés. Quizás porque la película iba a filmarse primero en español, pero después vieron que funcionaría mejor comercialmente con intérprete angloparlante. Pero hubiese sido divertido ver como reaccionaba un argentino en semejante situación ¿no?
Cuando el Hombre Muerde al Perro En medio de la guerra por la nueva ley de medios, la lucha contra los monopolios y el cuestionamiento sobre la manipulación de la información se estrena Orquesta Roja, ópera prima de Nicolás Herzog (nada que ver con Werner). Nos tenemos que remontar diez años atrás para entender de donde proviene la verdadera historia de estos personajes. Concordia. Desocuoación y pobreza. Un grupo de militantes de izquierda lideradas por desempleados como Juan María “Chelo” Lima, Carlos Sánchez y la joven Patricia Rivero, pedían al gobierno que se ocupe de estos problemas. Cuando los noticieros no quisieron cubrir más los cortes de ruta, para volver a llamar la atención, hicieron un convenio con Crónica TV para que transmita un falso video, donde los miembros del partido se hacen pasar por un grupo guerrillero denominado “Comando Sabino Navarro”, se ponen cazamontañas y simulan que entrenan en un monte junto a las ruinas de una vieja iglesia. El tiro les salió por la culata. En vez de enfocarse los medios en difundir el mensaje, el pedido del “Comando”, la policía y el ministro del interior de entonces, Federico Storani salieron a su búsqueda y los cazaron rápidamente. Como dice un anciano de la zona, “el problema fue que ustedes se convirtieron en el hombre mordiendo al perro". O sea, terminaron siendo noticia ellos y no su causa. Herzog reconstruye los hechos poniendo en ridículo a los medios locales y con la complicidad de los implicados (Chelo, Carlos y Patricia) que a la distancia pueden analizar los hechos con frialdad y haberse arrepentido de reaccionar de esa forma. Sin embargo, el director, de esta forma logra tres cometidos muy interesantes: En primer lugar, denuncia la manipulación que un medio amarillista como Crónica TV hace con sus notas, el morbo que rodea a los noticieros, y la forma en que la información llega a la población. En segundo lugar, permite darle espacio a los “culpables” de expresarse y contar su versión de los hechos frente a cámara, algo que no tuvieron en el momento de su detención, cuando solamente fueron exhibidos como locos (e incluso quería hacerles firmar un papel de que estaban insanos) Por último denuncia, la falta de compromiso que todavía hay hoy entre los gobiernos y la población del interior del país, la ineptitud de la justicia y los sucios arreglos que hay entre los políticos y los medios. Es muy interesante como los protagonistas se logran tomar con humor lo que hicieron, y el nivel de autoconciencia e ironía que le imprime Herzog a la reflexión de cómo se forma un grupo guerrillero hoy, un poco como hizo el estadounidense Jim Finn en Perú con el falso documental: La Trinchera Luminosa del Presidente Gonzalo (vista hace tres BAFICIS atrás). A la hora de recrear lo vivido el director combina un relato en primera persona (como si fuera un noticiero) con imágenes más plásticas creadas a partir de sombras, encuadres muy bellamente fotografiados de los cielos y la geografía de Concordia, para terminar en una especie de video clip reinvindicadora del protagonista con el tema “Post Crucifixión” de “Pescado Rabioso” sonando de fondo (igual que en Sin Retorno, estrenada hace una semana, pero de forma más justificada). Si bien empieza con gran ritmo, pasando los 45 minutos, este decae un poco, y ciertos pasajes se tornan monótonos y repetitivos en el final. También sería muy interesante que el film pueda ampliarse y exhibirse en material fílmico, de esta manera se podrá apreciar más la fotografía. Igualmente, lo cierto es que Orquesta Roja parte de un hecho anecdotario para analizar el rol que ocupan ciertos medios de comunicación hoy en día y lo fácil que resulta hacerle creer cualquier cosa a la gente. No por nada, la película comienza con una frase del personaje (y el director) más manipulador que hubo en la historia del cine, Charles Foster Kane. Es que en sí, lo que hacen los protagonistas con la película es lo que Kane no puede hacer con su vida: admitir su error. Quizás porque son humanos y no un “medio” (el staff de “Crónica” nunca se animó a dar la cara en el documental). Ahora bien, ¿dónde empieza la propia manipulación de Herzog y donde la libertad que les concedió a los protagonistas para revivir el relato tal cual fue? Eso no lo sabremos. Deberemos confiar en Herzog como confiamos en “Crónica TV”.
Entender al mito a través del hombre Tanto desde el género documental como desde la ficción nos han bombardeado innumerables veces con biografías sobre Ernesto Guevara, el Ché. No voy a dar la lista de trabajos. Desde lamentables telefilms hasta la bastante interesante interpretación de Benicio del Toro en la película de Soderbergh hemos visto al personaje, al mito, a la leyenda, cuestionada desde diversos puntos de vista. Pero, Tristan Bauer, decidió mostrarnos al Che desde la óptica del personaje. O mejor dicho desde las conclusiones que él saca a partir del material de archivo que el propio Guevara fue dejando por el largo camino que transitó desde Rosario a Buenos Aires, desde Buenos Aires a La Habana. De allá al África y por último a Bolivia, donde fue asesinado. Bauer, se aleja de la posición política que ocupa en el actual gobierno, del Canal Encuentro, del arduo trabajo que significó realizar una epopeya como Iluminados por el Fuego y regresa a la génesis de su filmografía: el documental, donde ganó los mejores elogios de su carrera. De hecho, Cortazar es uno de los trabajos más premiados de los últimos años. Por lo tanto, habiendo leído que la investigación de Bauer y Scaglione llevó más de 12 años (lo estrenan en un nuevo aniversario del asesinato), se podía esperar un trabajo interesante, inspirado, diferente sobre una de las figuras políticas más controversiales y cinematográficas. Si hasta John Carpenter lo incluye en la secuela de Escape de Nueva York. La película empieza con imágenes subyugantes de la guerra de Vietnam que remiten un poco al comienzo de Apocalipsis Now, con la diferencia que estas imágenes son reales. De fondo se puede escuchar una voz masculina (uno de los hijos de Ernesto Guevara) leyendo reflexiones del protagonista del documental. Ya ante este hecho, comprendemos que la película va a tomar un camino más lírico que convencionalmente narrativo. Las imágenes tienen una calidad técnica asombrosa. Realmente este documental fue hecho para cine. El viaje de Bauer empieza en La Paz, en la búsqueda del material. A partir de ahí y a través de su voz, de la de Camilo Guevara y grabaciones del propio Che, empezaremos a entender al personaje, y conocer al hombre. No tanto porque la película haga hincapié en su vida privada (a pesar de estar narrada en forma cronológica) sino más bien en su pensamiento, en sus reflexiones, en el evolutivo proceso que llevó la creación de una ideología política. Además de conocer la faceta más artística del personaje: su pasión por la fotografía y la literatura: los autores que leía mientras realizaba sus viajes, fragmentos de sus diarios, poesías que le escribió a su segunda esposa e hijos. Bauer aprovecha material audiovisual inédito, fotografías y fragmentos de películas sobre Cuba como Memorias del Subdesarrollo de Tomás Gutierrez Alea y La Hora de los Hornos de Fernando “Pino” Solanas (al menos como documentalistas, se siguen apoyando) para construir el relato, y lo cierto es que la película tiene el espíritu de los documentales más militantes de los años ‘60s sin tratar de proponérselo. No hay entrevistas grabadas, opiniones aleatorias o contradictorias. Las contradicciones del personaje de dejan entrever por lo que el propio protagonista escribió: sus reflexiones sobre el comunismo, Stanlin, Fidel… Bauer retrata un momento histórico fundamental para la historia detrás de su protagonista. Prácticamente es muy poca la participación que tiene dentro personajes emblemáticos de la Revolución Cubana como Fidel Castro o Camilo Cienfuegos. Tampoco tienen mucho lugar, la esposa e hijos del Che. Pero no es necesario ni fundamental, porque acá no se trata de conocer la historia del personaje sino su pensamiento. De plasmarlo, pero no con una intención panfletaria sino reflexiva. Bauer deja bastante abierta su posición con respecto a lo que hizo Guevara. Consigue demostrar que era un hombre con sus pro y contras. Le da bastante lugar al enfrentamiento del revolucionario con sus dos principales enemigos: el asma y el imperialismo. La película converge con el cine de espionaje en el momento que el protagonista deja Cuba para adentrarse en el Congo y la fallida misión de crear un Vietnam del Sur en el Continente Africano. Pero además de perfil político e ideológico, Bauer también resalta el costado aventurero y viajante de Guevara. Acompaña las reflexiones con panorámicas aéreas que se adentran en los territorios por donde andaba el protagonista de gran belleza visual. En este sentido los méritos recaen en Bauer y su habitual director de fotografía, Javier Julia. Acompañado por la banda sonora de Federico Jusid y la música incidental del francés Jean- Jacques Lemetre, junto a canciones de Daniel Viglietti, Alfredo Zitarrosa y Carlos Puebla, Che, Un Hombre Nuevo es un trabajo admirable en lo formal. Un ejemplo de documental cinematográfico y de investigación ardua. De saber como utilizar el montaje como herramienta fundamental para crear un relato en base a material de archivo, de cómo imágenes que independientemente cuentan una historia sirven en conjunto para recrear la historia de Cuba a través de los ojos de un personaje que a la vez se nutría de herramientas similares (su voz, una cámara fotográfica, un lápiz y un papel) para reconstruir lo que iba sucediendo a medida que sucedía. A pesar de que no se puede negar que estamos frente a un documental político, más de la ideología de cada espectador se debe admitir que no estamos ante un producto con intenciones manipuladoras e influyentes. Más allá de su extensa duración, que por momentos se hace notar (especialmente durante la segunda hora donde hay información un poco repetitiva) Che, un hombre nuevo, merecidamente premiado en el Festival de Cine de Montreal como el mejor documental, nos presenta a fin de cuentas, solo a un hombre, retratado por el mismo hombre… lejos de la iconografía, de la estampita, de los pin, del objeto de culto o moda… Y justamente, ahí, radica la novedad.
De Entre los Muertos Hace más de 50 años, el maestro del suspenso Alfred Hitchcock, nos traía en una de sus mejores obras, Vértigo, la historia de un hombres obsesionado con una mujer muerta. El director hizo pasar al bueno de Jimmy Stewart por un detective que le quería hacer el amor a un cadáver y por eso transformaba a una simpática modelo en el “cadáver”. Por supuesto, al final, la modelo y la muerta eran la misma persona, todo formaba parte de un plan macabro, y el personaje se curaba del miedo a las alturas a la fuerza. Pero lo que realmente le interesaba al morboso del director era el hecho de que un hombre se pudiese enamorar de una muerta. Vértigo estaba basada en una novela de los franceses Pierre Boileau y Thomas Narcejac llamada “Entre los Muertos”. En No se lo Digas a Nadie, el protagonista, el Dr. Alex Beck (Cluzet) se obsesiona con encontrar a su ex mujer fallecida, porque cree haberla visto en un video, enviado por ella, tras 8 años de haber sido asesinada. A la inversa de Vértigo, se trata de un film francés que adapta la novela de un estadounidense. El director, es Guillaume Canet, un reconocido actor al que le fue bastante bien con su ópera prima, y para este segundo largometraje convocó a un verdadero seleccionado de actores para un thriller que, al menos durante 105 minutos o un poco más atrapa y tensiona mejor que uno de los últimos thrillers estadounidenses. Por supuesto, si detrás de la producción está Luc Besson, el ritmo adrenalínico está asegurado, pero la calidad y sutileza cinematográfica de esta película supera a todas las que ha producido el director de Azul Profundo. Es que Canet, más allá de darle ritmo, generar buenas escenas de suspenso, y crear escenas secuencia, le agrega un toque de lirismo que escasea últimamente en el cine francés más comercial contemporáneo. La película va sumando personajes, subtramas y giros argumentales. Tras la primera escena en la que se ve que Margot, la mujer de Alex es secuestrada, pasan 8 años y nos enteramos a través de flashbacks que Alex estuvo en coma y ella murió asesinada por dos ladrones que se querían hacer pasar por un asesino serial de moda. Cuando ambos son encontrados en el lago donde Margot fue asesinada, las sospechas caen en Alex. Al mismo tiempo, él recibe por mail un video donde Margot aparece viva ese mismo día. ¿Acaso se trata de un chantaje? A pesar de la complejidad de la historia y la manera en que aparecen detectives, testigos, familiares y bandas de pandilleros de los suburbios de París, la narración es emocionante. Más allá de que hay momentos medio cursis, sentimentaloides como flashbacks donde aparecen Alex y Margot de chicos, es la mezcla de film noir, melodrama romántico y policial urbano lo que provoca que el film sea tan atractivo. Visualmente, Canet logra momentos muy logrados, poéticos gracias la fotografía de Christophe Offenstein y persecuciones verosímiles con cámara en mano al mejor estilo Paul Greengrass con la serie Bourne. Las interpretaciones son sólidas. Cluzet (el excelente actor de El Infierno y la inminente La Mentira) logra un gran protagonismo, ni un gesto de más, ni una emoción exagerada, y sobretodo un trabajo físico que dejaría exhausto a James Bond. Lo acompañan veteranos maravillosos como Dussollier (fetiche de Resnais) y Berleand. Nuevamente, Kristin Scott Thomas se destaca en un film francés con frescura y espontaneidad y los breves minutos de Jean Rochefort son brillantes: apenas se le sube una ceja, se le mueve el bigote y ya dice más que muchos actores. Gestualidad mínima. Desaprovechada aparece una gran actriz como Natalie Baye, y el propio director tiene una aparición mínima pero fundamental. El grave problema del film es el final. Canet decide terminarlo de golpe. Explicar toda la trama en 5 minutos, ser redundante, obvio y sobreexplicativo a través del discurso de uno de los personajes. Es el pecado de los finales de todas las series detectivescas estadounidenses. Pero mientras que en las series se justifica por el tiempo limitado que se maneja en televisión, en No se lo Digas a Nadie, queda la sensación de que no supieron como desarrollar estas cuestiones de manera menos Agatha Christie (igualmente en las novelas de la escritora inglesa había pistas durante el desarrollo y muchos sospechosos, acá hay demasiadas explicaciones injustificadas). A pesar de esto, se trata de un film interesante y atrapante. Un thriller pretencioso, pero clásico en su concepto cinematográfico, sin efectos especiales, pero con un montaje videoclipero y elenco de lujo. Podría tratarse de un éxito de taquilla (de hecho lo fue en Francia y ganó muchos premios), pero en Argentina la estrenan con cuatro años de demora y en formato DVD en los cines Arteplex. ¿Alguna vez se sabrá armar una buena campaña publicitaria para un film europeo? Al final, los amantes del cine francés parecemos también un puñado de necrófilos.
Están todos bien Las reglas del juego están cambiando. La homosexualidad ya no es un tabú, no es un insulto, no es motivo para el chiste fácil… y tampoco es “tema serio para dramas sobre la identidad”. Abran los ojos, estadounidenses conservadores. Los matrimonios entre gente del mismo sexo es algo perfectamente natural y aceptado socialmente. La homofobia está pasada de moda. Toda pareja (no importa el sexo del par) está capacitada para criar chicos. Y mientras, acá en Argentina el tema del matrimonio y la adopción ya ni necesita discutirse, en el país de la “libertad”, el senado tiene todavía miedo de generar la propuesta. La excelente repercusión de la serie “Modern Family” y la película de Lisa Chodolenko en cuestión, debería ayudar a que el debate, al menos, se abra a los conciudadanos y les pregunten a ellos… que el pueblo decida si debe existir o no el casamiento gay. Pero no hay lugar más peligroso en el mundo que Estados Unidos para darle poder al pueblo. Mi Familia es una película con pretensiones de generar debate disfrazada de una comedia dramática familiar bastante clásica y conservadora. Acá no se discute el rol de la “familia” en la sociedad. Ni se discute si dos personas del mismo sexo pueden o no criar chicos. Lisa Chodolenko de primera da por sentado que la unión familiar (sin importar quienes compongan esa familia) es la base de la educación de los hijos, y que si durante 18 años un matrimonio de mujeres (en el contexto del film, el matrimonio gay es legal en Estados Unidos) pudo criar perfectamente a sus hijos, ¿por qué con la llegada de un hombre adulto las cosas van a cambiar? Claro, que pueden cambiar si este hombre es un mujeriego seductor sin remedio, pero Chodolenko decide sin ningún tipo de complejo hacer una película feminista en el mejor de los sentidos. Este cuarto largometraje de la directora californiana confirma que estamos frente a una autora para tener en cuenta dentro del cine “independiente” estadounidense. Hace unos años ya habíamos podido ver (aunque sea en DVD o Cable), la divertida Laurel Canyon con una gran actuación de Frances McDormand, que satirizaba la industria musical y el modus vivendi en California. Esta vez, Chodolenko pone su ojo en la relaciones familiares y los conflictos de pareja. No es tanto lo que pretende profundizar en cuanto a las “consecuencias” de criarse sin una figura masculina o como es el proceso de la inseminación. Estos temas son secundarios. Mi Familia habla sobre la madurez. Chicos que deben comprender el mundo que los rodea. Quienes son sus amigos, que es la familia, que es el amor. Pensar en el futuro, pero vivir el presente. Y también habla sobre la monotonía conyugal, de la importancia del diálogo en la pareja y con los hijos. Repito, todo en forma independiente a lo que podría generar “controversia”. Chodolenko tiene una estética visual invisible, decide darle mayor relevancia a los diálogos que a la estructura narrativa, que no se sale demasiado de los cánones convencionales (la película tiene momentos muy arriba pero también en los típicos conflictos dramáticos previsibles del subgénero familia “disfuncional”). Los personajes son verosímiles, creíbles, respiran y viven fuera de estereotipos. Este es el fuerte de la narración, acompañada de las magistrales interpretaciones de la mayor parte del elenco, que aportan una naturalidad invaluable. Si bien es cierta que los personajes aparecen y desaparecen por episodios, esta irregularidad no le termina quitando ritmo a la historia, y finalmente todo cierra de forma redonda. Los más jóvenes, Mia Wasikowska y Josh Hutcherson tienen buena química entre ellos, y logran interpretaciones destacadas. Mark Ruffalo, como el donante del esperma logra sus mejores momentos cuando no se toma en serio al personaje. Lo malo, es que tiene un registro actoral un poco limitado, por lo tanto, cuando los personajes de sus películas deben salir del comportamiento pasivo que caracteriza al actor, Ruffalo termina forzando este mismo comportamiento, y la austeridad da paso a reacciones poco creíbles de su parte. Esta película no es la excepción. Sin embargo, lo que realmente levanta al film, casi a un pedestal y es por lo que realmente, Mi Familia se hizo acreedora a tantos elogios, son las interpretaciones de Julianne Moore y, especialmente Annete Bening. ¿Hay algo que esta mujer no pueda interpretar? De acuerdo, siempre elige personajes de carácter fuerte, y este no es la excepción: Nic es la mujer de la casa, la que trae el dinero, el sostén, la que toma las decisiones importantes y decide que camino debe tomar el resto de la familia. Esta actitud prepotente la califica casi de enemiga, pero pronto las consecuencias del accionar de Paul (Ruffalo) le terminan dando la razón. Y Annette Benning se come cada escena en la que participa: el trabajo de voz, la postura al caminar, la seguridad de cada palabra que dice y cada palabra que se guarda. En una de las mejores secuencias, Chodolenko le otorga un primer plano de dos minutos en silencio, con sonido de fondo solamente que es formidable. Los rumores de Oscar no son en vano (ya se merecía el premio en 2004 por Conociendo a Julia, pero perdió por segunda vez contra Hillary Swank por Million Dólar Baby. Irónicamente cuando fue nominada por Belleza Americana, Swank le ganó por Los Muchachos no Lloran). También, en un rol más pasivo y tranquilo del acostumbrado se destaca Julianne Moore, aunque el personaje es muy parecido a otros que la actriz ya ha interpretado en el pasado. Lo mejor, es la química que ambas mujeres generan en la pantalla. Es el matrimonio más sincero visto en cine desde Elizabeth Taylor y Richard Burton en Quién le Teme a Virginia Woolf (y ellos eran pareja en la vida real). A pesar de tener ciertos pasajes dramáticos, Mi Familia es una comedia honesta, para debatir, discutir y reflexionar. Chodolenko logra mantener el humor y un clima positivista hasta el final, con ese agradable cinismo que caracterizaba a Billy Wilder. Lo que se dice una “soul food movie”. Para terminar de una vez por todas con los prejuicios y la hipocresías. Ahora sí, estamos todos bien.
Las Burbujas se Pinchan muy Fácilmente “La codicia es buena”. Esta frase no solo es el leit motiv de la primera Wall Street (1987) sino que ahora es la línea argumental que parece defender Oliver Stone, el director la ¿saga? Porque por un lado, el director de JFK da vueltas por Sudamérica con la bandera chavista, moralista y kirchnerista, pero por el otro, a la hora de concretar un proyecto de ficción, revive a uno de los mejores personajes creados en su etapa más inspirada, contestaría y crítica de su filmografía: Gordon Gekko, inmortalizado en una merecida actuación ganadora del Oscar, por Michael Douglas. O sea, decide lucrar con una segunda parte. Y todos sabemos que no hay símbolo que represente más al imperialismo y capitalismo, que la repetición de una fórmula. Oliver Stone se contradice con lo que critica en sus documentales. Está bien. Las circunstancias políticas y económicas de la crisis financiera de octubre del 2008 daban el contexto perfecto para que Stone monte a un viejo vaquero de Wall Street como Gekko en la posición de líder del pelotón de la historia. Esta vez no está Bud Fox (Charlie Sheen, aunque hace un cameo que lo emparenta más al personaje de Two and a Half Men) sino Jacob Moore (Le Beouf) un inteligente corredor de una empresa accionista liderada por Lou Zabel (Langhella), mentor de Jacob. A su vez, éste se va a casar con Winnie, la hija de Gekko, que tiene un portal de Internet de izquierda. Sorprendentemente la película empieza de forma ágil, dinámica, divertida y atrapante, con reminiscencias al film original inclusive con las panorámicas de Nueva York y la tipografía de los títulos. Utilizando una edición multicámara, diálogos rápidos e ironía, Stone nos sitúa en el mundo donde vive Jacob. Pasará la primera gran caída de la bolsa y un hecho particular para que Jacob salga a buscar a Gekko como consultor financiero… a cambio le da la oportunidad de reconciliarse con su hija. La primera hora transcurre entre fluidos e interesantes diálogos propios de las bolsas de comercio informando acerca de la manera en que se manejan los negocios al espectador ignorante. Las compras, ventas, las trampas que se van poniendo uno a otro, para generar más y más dinero. La película va creciendo en magnitud a medida que pasan los minutos como una burbuja que se va inflando paulatinamente. Justamente, esta es el elemento simbólico que predomina: la burbuja. Stone mezcla la preocupación por el medio ambiente y el petróleo con los negocios en las oficinas. Visualmente es muy atractiva, el director hace uso y abuso de los susodichos multicuadros, iris, infografías científicas, etc pero lo que prevalece especialmente son las interpretaciones: por primera vez puedo decir que Shia Le Beauf ha madurado. El rol le viene como anillo al dedo, al contrario de lo que pasaba en la última Indiana Jones, donde nunca se lo vio cómodo y lejos del estereotipo de adolescente fracasado de Transformers o Paranoia. Reemplazando a Sheen, logran un trabajo convincente a lo largo de toda la película, sin momentos efusivos, sobrio, concentrado. Por otro lado, también se destaca nuevamente Josh Brolin como el magnate inescrupuloso del que se quiere vengar Jacob. Y Frank Langhella hace uno de los mejores personajes y actuaciones de su carrera en los pocos minutos que aparece en pantalla. El problema de la película no es el aspecto crítico o político, donde siempre Stone se sintió fuerte, sino el lado sentimental que le decidió imprimirle, el perfil humanizador que se va impregnando a lo largo de la segunda hora, cuando mayor relevancia tiene Gordon Gekko. El conflicto que tiene con su hija es demasiado clisé y cursi. Aunque Mulligan hace lo posible por no desbordarse, tampoco parece muy cómoda en el personaje. En cambio Douglas, parece repetir el personaje de El Hombre Solitario y no al Gordon Gekko original. La cárcel lo modificó, de acuerdo. No sabemos donde empieza el empresario manipulador y donde un hombre que lo perdió todo, y se dio cuenta que el dinero no es “todo” en la vida. El final es bastante absurdo, las conflictos se resuelven de forma fácil y rápida, pero lo más extraño es el carácter romántico y sentimental que toma el argumento. Como si Stone se hubiese dado cuenta que siempre fue demasiado duro y cínico, y ahora a los 63 años ha decidido darle mayor preponderancia al romanticismo, a la esperanza de que la juventud puede cambiar el mundo, es más honesta y piensa en la ecología y el medio ambiente Pero lo más imperdonable en Stone, es que ahora perdona a los codiciosos. Para Stone ahora la “codicia es realmente buena”. Sí, el director que se pone la camiseta bolivariana decide no pegarle duro a los “pobres” magnates de Wall Street. ¿Dónde está el Oliver Stone combativo, anárquico, crítico?. Quizás metido en una burbuja. Pero las burbujas son fáciles de pinchar. Douglas volvió a sus mejores trabajos. Si bien no se destaca tanto como en El Hombre Solitario, encara nuevamente a Gekko con naturalismo. No es una caricatura pedante, sino un hombre de verdad con virtudes, emociones e ingenio. Sin un gesto de más, no se pone al hombro la película, pero logra empatizar con la película. El “maestro” Eli Wallach sigue tan enérgico como siempre a los 95 años. También aparece un cómico veterano como Austin Pendelton en un rol menor, y Susan Sarandon (nuevamente con Douglas en un mismo año) en una interpretación un poco sobreactuada y desaprovechada. En conclusión, Wall Street: El Dinero nunca Duerme no tiene el carácter transgresor de la primera parte, Stone utiliza muy bien los recursos cinematográficos (montaje y la fotografía de Rodrigo Prieto) al principio pero se los olvida al final. Se ata a un guión demasiado acartonado, no profundiza demasiado en los planteos iniciales y toda la crítica capitalista termina siendo banalizada. Si bien, se deja ver, es el elenco, el que termina por justificar el precio de la entrada. Una lástima.
Los Últimos Días de la Víctima en Sunset Boulevard No hay tanta ciencia detrás del cine. A veces, hay íconos, leyendas vivientes que merecen un último reconocimiento. Un fanático de dicho ícono se adhiere como productor de un proyecto e insiste en darle ese último contacto, el último suspiro, la última posibilidad de reencontrarse con el público. Así fue como Billy Wilder, cuando empezó a trabajar en el guión de El Ocaso de una Vida, se acordó de Gloria Swanson, y así fue como Alberto Rodríguez Saa, gobernador de San Luis, se acordó de la Coca Sarli. Porque muchos de nosotros la conocimos por las reposiciones y otra generación ni siquiera la oyó nombrar. ¿Quién fue Isabel Sarli? ¿Quién fue Armando Bo? ¿Por qué su cine es tomado como objeto de culto hoy en día, cuando en los años ’60 y ’70 era censurado, insultado, subvalorado? ¿Cómo es que una modelo convertida en fantasía sexual para miles de hombres, se convirtió en un ejemplo a seguir en la lucha contra la oligarquía, los militares, y el poder regente en Argentina, animándose a romper con los tabús, a mostrar el perfil más denigrante de la naturaleza humana? Es probable que todas estas respuestas las tengamos que encontrar en el documental Carne Sobre Carne de Diego Curubeto. Pero la Coca merecía algo más que un documental… hace mucho La Dama Regresa de Jorge Polaco, había pasado sin pena ni gloria por la cartelera porteña. La Coca necesitaba esa Gloria. Y literalmente, la fue a buscar. Gloria Saten (Sarli) es una actriz venida a menos. En su mansión relucen afiches de películas que filmó con Armando Bo. Ahora, viaja a San Luis, a su pueblo natal para terminar con unos asuntos pendientes. Por otro lado, tenemos a Roberto Sánchez (Luis Luque, lejos de ser Sandro), un asesino a sueldo deprimido, cansado de su profesión, de ver sangre. No muy diferente al personaje que componía Federico Luppi en Los Últimos Días de la Víctima (1984) de Aristarain (incluso ambas empiezan con escenas similares. En 1987, Hector Olivera hizo una versión barata para Roger Corman en inglés: el protagonista mataba a Nathan Pinzón), o al protagonista de The Matador (2005) con Pierce Brosnan. Roberto trabaja para Orinal, un teniente corrupto (Repetto). En la última misión, que este le solicita, el asesino no logra llevarse una valija con 100 mil dólares y por lo tanto, sino consigue la plata en dos días, Orinal lo mata. Por desgracia o fortuna, Gloria se sube al remise, que Roberto usa como pantalla y lo contrata como chofer personal. De esta manera, Roberto tendrá una oportunidad para redimirse. Este regreso, tras 8 años de ausencia, del veterano Juan José Jusid tras las cámaras nos trae una película que visual y narrativamente atrasa en el tiempo. Podríamos decir que parece un thriller nacional clase B de fines de los ’80 o mediados de los ’90. Un guión que sufre bastantes falencias, clisés, lugares comunes, violencia gratuita, escenas de acción irrelevantes, huecos narrativos y personajes toscos, poco inspirados e inclusive inverosímiles como el de Orinal, no ayudan a que la película supere la media. Sin embargo, parece que Jusid logró recuperar algo del pulso para narrar thrillers que lo había perdido con una serie de películas comerciales, comedias con Francella o románticas con Echarri, que lo habían llevado por caminos erróneos cinematográficamente. El director de Tute Cabrero (1968), había logrado algunos productos interesantes en los ‘70s y ’80s como Los Gauchos Judíos (1974), Asesinato en el Senado de la Nación (1984), Made in Argentina (1987) o la polémica Bajo Bandera (1997), pero después su carrera decayó artísticamente con Un Argentino en Nueva York (1998), Papá es un Ídolo (2000) y Apasionados (2002). Sin embargo a todas les fue bien comercialmente. No vaticino lo mismo para Mis Días con Gloria. A pesar de que el relato no decae en ritmo y Luis Luque logra una gran composición, complejizando y humanizando, un personaje que seguramente no tenía tanta profundidad dramática, el film cae en diálogos casi risibles y el resto del elenco, con excepción de Carlos Portaluppi en una participación fugaz pero elemental para la trama, no ayuda demasiado, aunque tampoco desentona con la calidad con la que los personajes fueron escritos. Tanto Repetto como Isabelita Sarli fueron elegidos más por capricho e iconización que por otra cosa. Los rubros técnicos están un poco mejor, especialmente la banda sonora compuesta por Federico Jusid (hijo del director que compuso el tema de El Secreto de sus Ojos) Pero, más allá de estos aspectos, se logra rescatar una intención clara: darle un último reconocimiento a la Coca Sarli. Porque, detrás del film noir, de este mediocre policial que sirve de enlace para conocer a Gloria, tenemos un film claramente emotivo y nostálgico. Una despedida de un personaje que acompañó la infancia y adolescencia de muchos de nosotros. Ver a Gloria rememorando, cuan Norma Desmond, su filmografía (escenas de películas verdaderas de la Coca dirigidas por su marido), preguntándole al personaje de Roberto “era bella ¿no?” realmente termina sensibilizando hasta al cinéfilo más duro. Da la sensación que era ése el camino que realmente debía llevar la película. No divagar o distraerse con un policial negro, sino seguir una línea más clásica, más estadounidense: la relación de dos personas contrastantes en apariencia, pero que en el fondo se aman, se comprenden. Como sucedía con Jessica Tandy y Morgan Freeman en Conduciendo a Miss Daisy o Swanson – Holden en la película de Wilder. La conclusión sería: elementos de un film de Raoul Walsh con personajes sacados de un western crepuscular de John Ford con la dirección de Alan Smithee, por así decirlo. Bah! Por una vez, voy a dejar la crítica cinematográfica de lado y hacerle caso a mi nostalgia cinéfila. He visto cine argentino malo durante el año: películas pretenciosas, que ni valen la pena recordarlas. Mis Días con Gloria, es una película sincera, honesta e inclusive cálida. Con el correr de los días, la valoro más, aunque parezca mentira. Más allá de su irregularidad narrativa, se resalta un aire pesimista, un clima de finitud, una reflexión sobre la muerte, que el cine argentino parece haber perdido hace tiempo. Para finalizar, este último regreso de Isabel Sarli a la pantalla, se puede sintetizar con la siguiente frase de Norma Desmond: “Yo soy grande, son las películas las que se volvieron pequeñas”.
Una Pecera a Punto de Explotar Un jueves hecho y derecho para la visión femenina. Además del estreno de la película a la cuál me referiré en las próximas líneas, quiero mencionar una curiosidad. Tanto, esta, como Comer, Rezar, Amar con Julia Roberts, Ni Dios, ni Patrón, ni Marido, Sofía Cumple 100 años, e inclusive, Mis Días con Gloria comparten algo en común: la mujer como centro de la historia. Puede tratarse de una visión un poco misógina de mi parte, pero es cierto. Debería darse más seguido, pienso. Es más difícil satisfacer el gusto femenino. Las mujeres son más selectivas y críticas. Necesitan varias propuestas en la cartelera para poder elegir la adecuada. Los hombres somos más simples. Nos ponen delante de la nariz, un afiche con Stallone, Statham, Li, Rourke, Lundgren, Willis, Roberts, Couture, Austin y Schwarzenneger y ni dudamos sobre lo que queremos ir a ver. El Rebelde Mundo de Mía, la vi hace casi un año atrás en la Semana del Cine Europeo en Buenos Aires que contó con la presencia de Thierry Fremaux. No hice reseña en su momento porque básicamente no hizo falta. De hecho, si cliquean acá, van a ver una excelente críitca de una ex compañera de la página. Pero como en A Sala Llena nos gusta la polivisión, voy a hacer un breve comentario sobre este demorado estreno. La directora Arnold (Red Road, inédita), construye el micromundo de Mía, una adolescente de 15 años que vive en los suburbios industriales de una ciudad inglesa. A pesar de ser atractiva y que los hombres la buscan, ella tiene un carácter especial y se anima a hacerle frente a aquellos que tratan de aprovecharse de ella. Digamos que no es buena estudiante, tampoco le interesa demasiado serlo. Es independiente, y necesita escapar de su ambiente familiar: su madre es alcohólica y vive organizando fiestas como si fuera también una adolescente. Entre los hombres que llegan a su casa, se encuentra Connor (el muy solicitado Michael Fassbender), quien demuestra cierto interés por Mia y su sueño: llegar a ganar un concurso de baile hip hop. Entre ambos empieza una relación casi incestuosa. Película que no deja de lado la crítica social contra los prejuicios económicos que existen sobre la clase industrial ingles en la línea de los films de Loach (como mencionó mi compañera) Arnold pone el ojo sobre la discriminación femenina, pero también hace hincapie sobre los dilemas de ser adolescente: madurar de golpe, tener que ser madre y hermana al mismo tiempo (Mía tiene un hermanito y lo tiene que cuidar constantemente). Si bien hay algunos momentos golpe bajos, logra sortearlos bastante bien, gracias a una gran adrenalina estética: cámara en mano, planos secuencia en constante movimiento, montaje abrupto. La banda sonora también ayuda. Especialmente el tema California Dreamin, que básicamente coordina con los sueños imposibles de escape que tiene Mia. Los personajes se mueven por un entorno real: los actores provienen de esas zonas. Arnold trata de mantener la verosimilitud en cada cuadro. Retrato duro, crudo y a la vez sensible, identificable. Notable trabajo de la debutante Katie Jarvis, poniéndose a los hombros la película entera. Austera, con unos bellos ojos claros, que denotan mayor inestabilidad emocional que cualquier diálogo. Fría, pero a la vez inocente y dura, la composición de Jarvis es para tener en cuenta para futuros trabajos. Una versión joven de Samantha Morton. El resto del elenco es soberbio Ganadora en Cannes, este segundo trabajo de Arnold nos demuestra que el lugar de la mujer en el cine es cada vez más prominente y preponderante. Años de discriminación y misoginia por parte de la industria cinematográfica mundial provocaron que la mujeres salgan a rebelarse con todas las ganas. Y lo festejo cada día más.
Se veía venir. Donde Piñeyro pone el ojo, pone la bala. Esta vez, incluso literalmente. No hay lugar para la duda. Se trata de la película que para bien o para mal, le agregará polémica a un BAFICI que necesitaba de algún director que de un poco de color al Festival. Y nuevamente, el director de Whisky Romeo Zulu, lo hizo posible. La polémica comenzó el día que el film se estrenó en el BAFICI 2010. Desde poner sobre la calle Agüero frente al Coto, un “stand” con el coche “protagonista” de una masacre, incomodando a cada patrulla que pasa cada 10 minutos a observarlo, pasando por una polémica estética documentalista, donde el actor y director, en cierta forma, es investigador y abogado, en vez de cumplir solamente un rol contemplativo, de observador o narrador. Junto a un editor, Piñeyro denuncia la corrupción del sistema legal argentino, y comenzando por la Comisaría 34 de Boedo, hasta cada uno de los fiscales, abogados y jueces que condenaron a Fernando Carrera, una “victima” del gatillo fácil, que termino siendo chivo expiatorio de la “Masacre de Pompeya”, donde murieron 2 mujeres y un chico cuando fueron atropellados por Carrera tras una confusa persecución y tiroteo con la policía encubierta. Aterradora como en Fuerza Aérea, Piñeyro trata de armar un caso policial, un rompecabezas hitchcoiano, donde se condeno a un inocente por las malas políticas de nuestro país. Como si fuera un episodio real de una serie policial, Piñeyro demuestra la inocencia de Carrera entrecruzando material de archivo de noticieros y programas periodísticos con declaraciones juradas de su Juicio en el 2005. Piñeyro no se mantiene neutro. Arremete contra la policía federal y todos los involucrados en el crimen. Solamente entrevista en dos oportunidades a Carrera y un perito policial, pero lo importante, son las conclusiones que, desde su productora, el director saca junto a su editor sobre como sucedió el crimen. Cinematográficamente, Piñeyro asume un rol polémico al estar un 90% del metraje delante de cámara, por lo cual se va a ganar seguramente varios enemigos cinéfilos. Por mi parte, pienso que el fin justifica los medios, y la información y el método de Piñeyro de ser él quien saca las conclusiones y pone el dedo acusador (no lo esconde, pero lo demuestra), ayudan a generar empatia con el espectador. Sus comentarios irónicos, tristes, también ayudan a que el relato no caiga en una manipulación sentimentalista de los hechos, y alivianar un poco la información, aun cuando estos momentos de humor, sean quizás, los mas difíciles de creer y digerir. El armado completo del caso, lo deja abierto para que el espectador racionalice y arme el rompecabezas, con las piezas que va dispersando sobre su escritorio. Solamente un prologo con la presencia de Cecilia Rosetto queda un poco descolgado y forzado. Ayudado por reconstrucciones animadas de los hechos, un par de experimentos al aire libre y muñecos que representan a los imputados (los jueces) junto a una soberbia fotografía y puesta de cámara, El Rati Horror Show, es al igual que las películas de Michael Moore, una propuesta que va a generar controversias, entre seguidores y detractores del director, pero que, aun así, termina siendo una excelente muestra de cine político contemporaneo, de visión imprescindible.
Fábula Trasandina Y un buen día, Fernando Trueba decidió volver a la ficción. Tras varios años en los que se dedicó a dirigir y producir (e incluso fundar un sello discográfico) excelentes documentales sobre música latinoamericana como Calle 54, Blanco y Negro y El Milagro de Candeal, el prestigioso director español de Belle Epoque y La Niña de tus Ojos, decide crear una ficción de pretensiones épicas. Cruza el océano Atlántico con su mirada, traspasa la cordillera andina y llega a Chile. ¿Por qué lo hizo? Porque es un romántico empedernido. Porque ama el cine clásico del Hollywood dorado (especialmente de Billy Wilder, con el que llegó a cosechar una gran amistad en los últimos años de vida de este mismo) y sentía la necesidad de volver a las raíces. No me considero un experto en su filmografía, pero puedo asegurar que es un director que sabe lo que quiere y ama los géneros como pocos. Y puso los ojos en la fábula de Skármeta que le cae como anillo al dedo con respecto al resto de su obra. No es la primera vez que el autor chileno sirve de inspiración para una adaptación cinematográfica: en 1994, Ardiente Paciencia fue llevada exitosamente a la pantalla grande bajo el título El Cartero (Il Postino) por el hindú Michael Radford con inolvidables interpretaciones de Phillipe Noiret y el finado Massimo Troise. La película fue uno de los grandes éxitos sorpresa del año, fue nominada al Oscar en varios rubros y el argentino Luis Bacalov ganó el premio por la banda sonora. Con tales antecedentes, El Baile de la Victoria, prometía ser un regreso con gloria. Pero no lo fue. La crítica y el público no lograron entusiasmarse tanto esta vez (aun cuando fue nominada a 9 premios Goya y enviada como representante española al Oscar). Sin embargo, en lo referente a gustos no hay nada escrito, y voy a tratar de deshilvanar los aspectos por los cuales, este baile deja un ambiguo gusto a victoria. Nicolás Vergara Grey (Darín) fue en algún momento un prestigioso ladrón de cajas fuertes. Cayó preso por 5 años y al salir lo único que desea es recuperar el tiempo perdido: una deuda que le debe un antiguo socio y volver a ver a su esposa e hijo. Angel (Ayala con marcado y verosímil acento chileno) es un joven delincuente juvenil que estuvo preso durante dos años y también acaba de salir de prisión. No tiene hogar fijo y deambula por las calles de la ciudad. Una tarde se enamora a primera vista de Victoria, una joven muda y humilde que vive en la casa de una veterana maestra de danza húngara. Los caminos del joven y el ladrón se cruzan cuando el primero le propone al segundo que roben dinero ilegal perteneciente a Pinochet (la historia sucede antes de que el dictador genocida falleciera). Con retazos de un spaghetti western o un film noir, Trueba construye un relato atractivo y romántico. Una fábula con reminiscencias épicas y fantásticas, donde la realidad social se entrecruza con los sueños de dos hombres: uno que se quiere llevar el mundo por delante, el otro que ha vivido demasiado y solo quiere estabilizarse. El guión se va abriendo a medida que avanza, como un abanico. Aparecen subtramas y más personajes típicos de las novelas negras: asesinos, usureros, apostadores. Trueba agarra elementos de Casta de Malditos de Kubrick o Mientras la Ciudad Duerme de Huston. Pero también parece haber inspiración de otros autores contemporáneos que realizaron trabajos parecidos: lo más cercano, Sendero de Sangre (2002) película con argumento similar protagonizada por Javier Bardem y dirigida por… John Malkovich. Así y todo con la presencia de Ricardo Darín en la pantalla resulta imposible para el espectador argentino no encontrar similitudes con las últimas películas de Eduardo Mignona (La Fuga, La Señal, ésta última dirigida por el actor con guión de Mignona), con el tono romántico, tragicómico que le imprimía a sus historias, donde el estilo novelesco se respira en cada diálogo, en la forma de estar montada, en que cada secuencia se va desarrollando. Por supuesto que la forma en que se va desarrollando la relación entre Angel y Vergara Grey, discípulo – mentor, remite indefectiblemente a una mezcla de Nueve Reinas con el tono lúgubre y oscuro de El Aura. Y por otro lado parece que Ricardo todavía no pudo quitarse del todo al personaje de Espósito (El Secreto de Sus Ojos). Más allá de eso, el argentino da una interpretación soberbia, melancólica, austera, que la ubica entre las mejores de su filmografía. Desde hace 10 años, que el actor viene mejorando trabajo tras trabajo y esta no es la excepción. A su lado, Abel Ayala (el protagonista de El Polaquito) hace un trabajo honesto y sensible. Un poco limitado debido a ciertos diálogos forzados pero creíble. La debutante Miranda Bodenhofer queda un poco relegada finalmente. Si bien es indudable su tierna mirada y su talento para la danza clásica, su interpretación no convence tanto como la del dúo masculino. La película tiene sus momentos altos y bajos. Varias situaciones no terminan por resolverse de manera verosímil, e incluso amagan con tocar límites absurdos. No todas las subtramas cierran convincentemente y algunos personajes desaparecen de la trama de forma repentina. Si bien, a pesar de su duración, la narración no se vuelve monótona ni lenta, hay momentos un poco edulcorados, que podrían haber sido eliminados del montaje final. Por otro lado, se agradece que Trueba no haya querido hacer demasiado énfasis en el contexto político - social de Chile, como quizás hubiese hecho algún realizador anglosajón. Bellamente fotografiada, un poco pretenciosa en su romanticismo, con sutilezas pero a la vez poca profundidad dramática (la película es bastante discursiva y obvia en metáforas), El Baile de la Victoria es una obra atrapante y entretenida, que lleva el sello de su realizador, una fábula mágica que no mereció críticas tan severas, pero que a la vez deja el sabor de aquellos partidos de fútbol que se ganan con lo justo: una victoria que podría haber tenido muchos más goles, pero se conformó tímidamente con el mediocre resultado final.