Soy fan declarado de Rosendo Ruiz desde la fantástica "De Caravana". Allá por 2010, uno de los directores emblema del Nuevo Cine Cordobés, nos regaló una película redonda, colorida, local e intensa sobre la movida cuartetera en su provincia, partiendo sobre la crónica de un posible secuestro de la Mona Jiménez. En aquella oportunidad, se entrecruzaba la historia de un grupo de jóvenes de los suburbios con ganas de hacerse de dinero, con la de un chico de barrio acomodado que descubría el transfondo de la movida nocturna local en forma vertigionosa. Si no la vieron, busquenla en el cable porque es excelente. Llega su segundo opus, "Tres D" y esta vez, la mirada, Ruiz la posa sobre el cine independiente. Si bien es cierto que la historia parace ser un mix entre una propuesta documental integrada con una dosis generosa de romance, enmarcada en los tres días en que transcurre el Festival de Cine Indepediente de Cosquín, hay aquí una intención de hacer partícipe al espectador de la manera en que cierta gente se mueve y transita ese particular medio. Los festivales son un pequeño micromundo que poco representan a la gran escena nacional. Son un escenario interesante para conocer a los artistas y a quienes innovan desde su pensamiento, la filmografía nacional. Vuelvo a decir que no estoy seguro de que "Tres D" sea fácilmente clasificable (¡eso importa en definitiva si es disfrutable?). Tampoco creo que pase inadvertida aquí que la trama sea menos sustanciosa que el fondo (prestar atención a eso), porque en lo personal eso me trajo mucho más que la historia entre Matías y Micaela, que pareciera ser el corazón de la cinta. Digamos que hay que valorar esta propuesta como un experimento interesante, dado que desfilan muchas figuras del cine argentino no industrial haciendo de sí mismos y aportando su visión sobre la escena local. La historia transcurre en el FCIC del año 2012. Hay un joven cineasta (Matías Ludueña) que llega a la ciudad, contratado por la organización para seguir el pulso del evento. Debe entrevistar directores, productores y de paso, hacer sociales. Lo acompaña, accidentalmente, Micaela (Ritacco), también ya con un largo en su haber y ganas de pasarla bien en el festival. Matías se alojará en un hotel y desde allí comenzará a visitar distintos espacios en la ciudad, para charlar con directores muy importantes de la movida independiente (lo de Campusano es sencillamente fantástico cuando él explica su cine y se prestar a jugar con los chicos) y resolver algunas cuestiones que le interesan, conseguir producción para un proyecto propio y tal vez, acercarse a la linda Lorena (Caviccia), quien se aloja en el mismo piso que el, pero que vino a Cosquín, por otras razones. Ruiz quiere mostrar, cómo funciona es el backstage de un festival, los elementos que se juegan en la industria más allá de lo visible y transmitir, en un envase divertido y simpático, la opinión seria de un interesante grupo de críticos y hombres del medio. Hay discusiones, mesas de café, reflexiones sobre el valor de este tipo de eventos... Para los que transitamos esta actividad, "Tres D" es una película clara y potente, que trae grandes líneas en sus entrevistados y que decantan inmediatamente en la audiencia sensible. Y les digo, escuchar a Nicolás Prividera, Gustavo Fontán y al gran José Campusano en ese tipo de conversaciones, no tiene desperdicio. Ojalá este trabajo de Ruiz, (de quien les digo, es director de mejor proyección del cine del interior actualmente) no quede solo en la ánecdota festivalera, sino de pie a otros similares. No hay dudas de que "Tres D" es la consolidación de una incipiente y prometedora carrera que pinta muy bien. Esperamos un proyecto comercial y masivo, (una rom com de tinte bien cordobés, regada con mucho fernet como "De Caravana"?) para que todos conozcan a este director, la industria espera mucho de él.
Debut en la dirección de una promesa irlandesa en la que Working Title tiene mucha fe: Gary Shore. Luego de un trailer y un corto ("The Draft"), firmó contrato por tres cintas y la primera de ellas es "Dracula Untold", una de aventuras que funciona rápida y relativamente furiosa. Costosa (se dice que su presupuesto rondó los 100 millones de dólares) y pensada para disparar una franquicia (todo eso lo verán al final, que no anticiparemos aquí), esta nueva versión del príncipe vampiro tiene bastantes elementos de la obra original. A saber, el origen de Vlad (Luke Evans, en ascenso) como guerrero sanguinario (llamado, "El Empalador", para que no queden dudas) que se convierte en líder de su gente, luego de un pasaje por las líneas turcas, sirviendo como soldado. Eso se respeta y los fans de Bram Stoker se sentirán muy cómodos en este ambiente. Si bien este monarca ha querido dejar atrás su pasado, la cuestión es que en pocos cuadros (la peli vuela) se encuentra en una compleja situación: sus dominadores exigen la entrega de los niños para entrenarlos como su tropa, incluído, por supuesto, su propio hijo. Acceder sería perderlo y exponer a su gente a sufrir el abandono de todos sus vástagos, por lo cual, Vlad se rebelerá ante el poderoso imperio otomano y desatará la ira de Mehmed (Dominic Cooper), el líder expansionista que quiere someter a los pobladores de Transilvania a sangre y fuego. La pregunta es... ¿Cómo reunir el suficiente poder para enfrentar la multitud de tropas enemigas sin perecer en la contienda? Ahí es donde la historia nos ubicará en una cueva, donde habita un sujeto que puede ser la solución al problema, aunque el precio que Vlad deba pagar sea casi inimaginable... Hay en esta versión, un ritmo vertigionoso que no da tregua. Ese mismo frenesí provoca que los personajes casi no puedan desarrollar emociones y que su caracterización sea esquemática. El trabajo en CGI está bien (aunque sin descollar) y la banda de sonido aporta lo justo y necesario para crear una atmósfera acorde. Donde no funciona es la profundización de los conflictos internos (aunque Vlad esté atormentado, eso no se despliega a fondo). Sin embargo, hay que reconocer que "Dracula untold" se deja ver, ofrece un tratamiento respetuoso y honesto de la clásica historia y es muy entretenida de principio a fin. No es de las mejores adaptaciones que ha dado la historia del cine, pero está aggiornada a estos tiempos y ofrece muchos puntos de interés para seguidores clásicos también. Es una buena alternativa a tener en cuenta.
Disney sigue tratando de fortalecer su presencia en las comedias familiares y cada tanto intenta alguna idea un poco más arriesgada a las que nos tiene acostumbrados, aunque, respetando la premisa de proponer un humor blando y políticamente correcto. Este es el caso de "Alexander and the Terrible Horrible No Good Very Bad Day", libre adaptación de un libro popular infantil en los 70' de Judith Viorst, dirigida por el inquieto Miguel Arteta, que viene de algunos aciertos como director ("Youth in revolt" me pareció interesante) aunque nada que descolle demasiado. La premisa es aquí, un lugar conocido: un chico frustrado por su suerte, desea un cambio para que los demás sepan de la dificultad diaria que enfrenta a sus 12 años y gracias a un artilugio mágico logra transformar su deseo en una cruda y divertida realidad. Ya se ha visto en varios films esta veta: anhelar desde la infancia algo con desesperación, que una vez que se vuelve concreto, se desborda y genera situaciones ocurrentes (y aquí hay de todo, piensen desde "13 going on 30" hasta "Freaky Friday", de la misma compañía). Alexander (Ed Oxenbould) es un chico al que las cosas le van mal. No es popular, su estrella está opacada en la familia ya que el resto vive situaciones que rozan la perfección: su hermano sale con chica más linda del colegio, su hermana debuta como actriz en una obra escolar haciendo de Peter Pan, sus padres tienen nuevas oportunidades laborales para mejorar su situación actual. A él no le pasan cosas buenas, sus amigos lo dejan de lado, es objeto de burlas por internet, nadie quiere ir a su fiesta de cumpleaños... Así es que cuando llegan las 12, y va a cumplir justamente esa edad, desea que su núcleo experimente conocer, en carne propia, lo que es tener un día realmente malo, con todas las letras. Lo que sucederá inevitablemente es que papá (Steve Carell), mamá (Jennifer Garner) y los adolescentes del grupo (Dylan Minnette y Kerris Dorsey) la van a pasar mal de principio a fin, en un día plagado de malas decisiones donde la suerte nunca jugará, hasta el cierre, a favor de la familia. La premisa invita al desastre, a arriesgar ir al límite en cada situación, pero como es una comedia producida por Disney, eso no sucede. Hay una sucesión de eventos simpáticos pero que no logran encadenar un cuadro de situación extrema, incluso cuando promedia la tarde y ya todos saben que es lo que sucede. Esa necesidad del guión de reforzar la unidad familiar a cada momento, le juega en contra al ritmo del film. Al parecer, el refuerzo de los valores positivos que hace a cada paso del camino, termina por detener el clima de locura y lleva a "Alexander y un día terrible, horrible, malo ¡muy malo!" a transitar caminos sin sorpresa, bien realizados pero sin chispa. Carell y Garner hacen lo suyo con solvencia, el resto del elenco no puede salir de su ritmo cuasi televisivo (y si...) y así nos encuentra el final del día con la esperable resolución de todo lo malo, en algo increíblemente bueno... Pero eso, ya lo sabían no? Resumiendo: esperable, discreta y muy correcta, puede que sea una opción para el público familiar en una cartelera ávida de estos lanzamiento. Pero no más que eso.
Martín Turnes, uno de los creadores de Cinevivo.org y experimentado director de fotografía de documentales muy interesantes ("¿Quién mató a Mariano Ferreyra?", "Salomé") debuta con su primer largo basado en la figura de un gigante de la escena musical porteña: el gordo Pichuco, maestro del bandoneón. Siendo un hombre que respeta el tango aunque sin considerarme ni por lejos, de conocedor, la obra de Troilo conmueve a la distancia porque combina calidad y masiva aceptación popular. Es innegable la importancia de su figura para el tango y al ver el entusiasmo con el que sus seguidores continúan su legado hoy en día. Uno no puede dejar de emocionarse cuando se proyecta un fragmento de "Los tres berretines" y ve a Pichuco, joven, con 19 años, ya tocando con estilo en una cinta de 1933. Y mucho más, cuando se entera que un profesor de la Escuela de Música Popular de Avellaneda, junto a sus alumnos, se encuentra digitalizando 500 arreglos manuscritos originales que se conservan en su orquesta. Hay entrevistas, músicos interpretando algunos de sus clásicos, anécdotas jugosas sobre la leyenda del bandoneón (un entendedor dice que el 90 por ciento de sus composiciones fueron un éxito) y mucho material que está bien organizado, de manera dinámica y amistosa para incluso el público no habituado a los documentales. Turnes logra hacer un homenaje distinto y recorre la ciudad combinando 2x4 e imágenes y creando momentos únicos (los músicos tocando en el cementerio de la Recoleta entre los tumbas de Magaldi y Montiel es impagable) generando un film ciudadano y conmovedor para cualquier porteño de ley. Gran ópera prima de Turnes. Re descubrir a Pichuco de su mano es un viaje imperdible. No la dejen pasar.
Si vieron el tráiler de “Delirium”, saben que la idea era a priori, genial. Es más, parte de un supuesto generado por las cuantiosas cifras que recauda cualquier película que protagonice Ricardo Darín (excepto la española “Una pistola en cada mano”, de Cesc Gay en la que tenía un rol secundario, en el resto, el hombre es garantía de éxito y ya sabemos que nunca baja del millón de espectadores en cada film). ¿No es entonces un lugar común fantasear que con Darín en el line-up cualquier proyecto (incluso el más delirante) facturaría en forma? El eje de la trama es la de tres amigos, un poco perdidos en la vida que buscan pasar al frente haciendo dinero fácil. Y nada mejor que intentar un camino rápido, conseguir al actor más importante de la escena local y ponerlo a trabajar con la idea de hacerse ricos de la noche a la mañana. Martin (Ramiro Archain), Federico (Miguel Di Lemme) y Mariano (Emiliano Carrazzone), cranean un plan que funciona de inmediato, porque Darín cree que uno de ellos es hijo de un conocido de hace tiempo. Entonces accede a rodar un corto creyendo que es para una escuela de cine. “Delirium” arranca como un tanque, se lleva todo a su paso. Durante la aguda primera hora, hace del desparpajo, un lugar donde nos sentimos cómodos y disfrutamos con los gags físicos e ingeniosos (la entrevista para buscar fondos en la entidad oficial que otorga subsidios es buena de verdad). Entra Ricardo, y ya sabemos, se mete al espectador en el bolsillo más chiquito del saco. Y el menú ya está servido. Pero es ahí donde comienza el problema de Carlos Kaimakamian Carrau, el hombre detrás de las cámaras. Todo está listo y viene bien (los cameos de los periodistas marcan una línea interesante)… pero… se detiene el motor inexplicablemente y “Delirium” comienza a perder el rumbo. Falta sustancia cuando comienza el rodaje del falso corto y lo que se despliega después, no tiene la calidad del principio. Ahonda en lugares comunes y su humor se va desvaneciendo, sin sorpresas hasta el final. A pesar de los esfuerzos del gran actor argentino, dejamos de sentirnos cómodos y entretenidos. Pero cuidado, como producto original, transgresor, “Delirium” es un intento a tener en cuenta. Tiene un inicio brillante pero el resto del metraje no logra sostener la premisa y se queda corto con lo que propone, como si faltaran ideas y vueltas de tuerca para mantener la locura propuesta. Sin embargo, es un exponente de un cine que comienza a perfilarse en busca de un público propio y esa búsqueda debe respetarse. A barajar y dar de nuevo, con o sin Ricardo, por supuesto.
Venía leyendo las cifras americanas de recaudación en este último período y es ahí donde encontré la secuela de la versión cinematográfica de "21 Jump Street", aquella serie ochentosa que llevara a la fama a Johnny Depp en su momento. Hablando en números fríos , esta es para USA, una de las comedias del año. Costó 50 millones y lleva ya arriba de 192 de recaudación, siendo del top ten del grupo de las más taquilleras (que encabeza "Guardians of the Galaxy", por supuesto). Exito en 2012, se recarga para volver a convocar a una potencial audiencia joven, en busca de mantener alto el valor de la franquicia. Nuevamente al frente del proyecto, los reconocidos directores de "Cloudy with a chance of meatballs" y "The Lego Movie", Phil Lord y Christopher Miller, dos grandes cineastas que dejan la animación de lado para volver a insistir con este dúo de policías poco convencionales. Ya sabemos que se caracterizan por no dar nunca en el blanco y complicar hasta el infinito, la tarea más simple que se les pueda asignar... La trama acompaña a nuestros dos agentes (Channing Tatum y Jonah Hill) a infiltrarse nuevamente en otro ámbito peligroso: la universidad. Vida salvaje, fiestas, descontrol y... búsqueda de gente que comercializa estupefacientes. Nada nuevo bajo el sol. Los chicos, bien arriba, recreando el clásico espíritu de las películas de Apatow: humor escatológico, mucha broma sexista, ironía e inmadurez en partes iguales, pero todo matizado con mucha acción, bien filmada y acompañada con una banda de sonido estridente. Me hizo acordar mucho a "Bad Boys", aunque debo decir que no alcanzo a aceptar que Tatum-Hill sean una pareja con mucha química. El último es un gran comediante y se roba la película, porque todo su cuerpo se pone al servicio de la cinta: su pareja hace gala de un humor todavía rudimentario y no logra el nivel de locura esperable para este tipo de trabajo. Sí les reconozco que los segmentos donde coquetean con el tema de la homosexualidad son los que más risas arrancan en la platea. Fuera de eso, sigo pensando que Tatum no encuentra su target, no descolla en rom coms, ha hecho mediocres films de acción y si este es su mejor trabajo en comedias, debería ya a esta altura mostrar mucho talento para arrancar risas en la platea... Si la pregunta es si "22 Jump Street" vale la pena, debo decirles que nadie mejor que ustedes para saberlo: hay aquí una propuesta simple, esquemática, rodada con desparpajo y plagada de gags visuales de alto octanaje. Hay frenesí, humor al límite y ritmo trepidante. Eso sí, no esperen originalidad ni tampoco grandes actuaciones, apenas lo justo y necesario para mantener el producto vivo y coleando (o mejor dicho, facturando en forma).
Hora de analizar la llegada a salas porteñas del tercer largometraje de Gustavo Corrado, “El manto de hiel”, producción rodada en Caucete, San Juan, con el pleno apoyo de la provincia y el INCAA. Al salir de sala, pensaba que en pocas oportunidades, un escenario natural se vuelve tan central como para pensar que de no haberse filmado aquí, la historia sería más difícil de asimilarse para el espectador. Corrado elige contar un thriller tradicional, oscuro, con algunos secretos por descubrir, pero subordinando la trama a lo que la atmósfera imponente que la envuelve presenta. En “El manto de hiel”, conoceremos a un hombre de ciudad, Julian (William Prociuk) quien accidentalmente queda varado en un pueblito perdido de la provincia. Los habitantes del lugar, les digo, no van a colaborar para hacerle la estadía agradable. Ya desde el gran inicio percibimos que la hospitalidad no es su fuerte. Los problemas comenzarán temprano y si a eso le sumamos que el habilidoso pistolero (sí, para viajar solo a ciertos parajes hay que dominar armas, parece) se enamora de una local, ya tenemos un cuadro de situación para desplegar donde hay muchos elementos peligrosos en juego. Hay enigmas por resolver, tareas delicadas que requieren abrir el corazón para ser llevadas a cabo y un hombre que mutará en algo distinto, dentro de los aspectos de que funcionan como ejes organizadores. Hay que decir que el relato tiene sus desniveles, algunos “cabos” sueltos pueden molestar a los espectadores a los que les gusta que les cierre todo, pero su atmósfera captura bastante la atención del público. Aunque, es justo reconocer que su ritmo no acompaña el desarrollo de algunas ideas que se notan sin profundizar. Los protagonistas (Margarita Molfino, una encantadora revelación), en cambio, hacen lo suyo con oficio y tienen la química necesaria para ser el vórtex del drama. Es importante destacar que se nota el esfuerzo de producción por hacer un thriller distinto, explorando un ambiente geográfico fuera de lo común, en el que se luce la fotografía y la banda sonora. “El manto de hiel” ofrece una propuesta distinta a lo que estamos acostumbrados a ver en ficción nacional. Quizás no sea de los exponentes más logrados, pero seguro será de interés para el público arriesgado que busque un producto original.
Nueva película de un director que nos gusta y mucho: Gustavo Taretto. Para quienes no estén familiarizados con ese nombre, basta saber que es su mirada es original, posee una particular manera de retratar lo citadino, desde sus cimientos mismos (con el universo físico claro y marcado). Explora la vida urbana y hace foco en las construcciones, paisajes y encuadres, como pocas veces se ha visto en el cine local. Su ópera prima, "Medianeras", daba una idea de su talento y ahora ya sabemos que el mismo es reconocido, al repasar el lineup de protagonistas, muchas de ellas con gran exposición televisiva en este tiempo. "Las insoladas" es su nueva creación. Un relato que reune a 6 amigas en la terraza de un edificio porteño, en un caluroso día (el 30 de diciembre) de 1995. Fresco de una época donde la dolarización regía la vida (y los actos) de la gente, las chicas se reunirán desde temprano a la mañana para tomar mucho sol para estar divinas esa noche. Tienen una coreografía que mostrar en un concurso de salsa y su jugoso premio estimula los ánimos para lograrlo. Es un grupo, hay una tarea explícita (asarse al sol y dar los últimos toques a su participación en el evento de baile) y una implícita, que pasa por elaborar las ansiedades de las protagonistas en relación a sus angustias con los temas que las atraviesan: los hombres, el trabajo, su futuro individual y conjunto y sus sueños y ambiciones más secretas. Taretto arma una estructura donde cada actriz tiene un perfil definido y juega su papel en función del juego colectivo, en forma eficiente. La terraza es el lugar donde las seis amigas (a saber, Marina Belatti, Elisa Carricajo, Luisana Lopilato, Carla Peterson, Violeta Urtizberea, y Maricel Álvarez) se irán alternando para ser centro de la escena y desplegar sus conflictos, pequeños y muy íntimos. Las amigas se plantean que están siempre en el mismo lugar (y "todos se van"), por lo cual se proponen viajar en grupo a Cuba, el próximo año. Ese deseo, caro (incluso para aquella época), se instala como eje de la acción y en base a él, irán surgiendo ideas para conseguir el dinero necesario para llegar a esa paradisíaca isla. El ideal de la clase media viajera (como medio de realización personal), el ahorro y las cuotas para conseguir cualquier objetivo material, se unen a otros temas que el relato presenta, el fin del VHS y los cassettes, la aparición de la telefonía celular y la superficialidad del menemismo, en los años que gozaba de buena salud. Taretto ofrece junto a su fotógrafo (Leandro Martínez), un film atractivo, colorido donde se garantiza desde el primer momento un alto impacto visual. Sin embargo, la lucidez en el tratamiento de la imagen no logra disimular carencias en el guión, que nunca logra cobrar vuelo y se pierde en diálogos con poca gracia y profundidad. Si bien cada protagonista tiene su espacio para lucimiento, pocas logran atrapar a la audiencia. El sol estalla en el cielo, pero la temperatura del film no lo refleja. Adolece de sintonía fina: en lugar de optar por desplegar interés y vibración en las crisis personales, con celos, locura, competencia y ambición, cada vez que una emoción aparece en el discurso de las chicas, se desinfla la presión, el conflicto se desactiva y vuelve todo a la medianía promedio del relato. Quizás esa sea su mayor debilidad: la falta de agudeza y humor en los intercambios en su rico elenco. "Las insoladas" es una película prolija y presentada en envase lujoso, pero que adolece de ese calor que la imagen intenta transmitir todo el tiempo. Los diálogos entre estas bellas mujeres noventosas no provee el salto de calidad esperable para el calibre de las intérpretes que posee. Entretiene, pero con un estilo que no logra cautivar.
Sandra Gugliotta regresa a la ficción luego de su registro documental "La toma" con un film de perfil alto, plagado de actores de renombre y que busca un lugar, dentro del género policial y de suspenso, corriente que va lentamente creciendo en nuestro país. Hasta hace poco, no era transitada por el mainstream local, pero en este último año, la industria busca consolidar esta porción de mercado. Sino piensen en "Muerte en Buenos Aires", "Betibú" y "Tesis sobre un homicidio", dentro de las que tuvieron más reconocimiento en la taquilla. Todas comparten este universo pasional donde reina la violencia, hay drama amoroso de por medio y un recorrido algo intrincado para dar con el/los culpable /s de hechos que atraviesan distintas condiciones sociales. "Arrebato" va en esa dirección, con Gugliotta escribiendo un guión en el que se reconocen muchas influencias clásicas (imposible no encontrar similitudes con "Basic instinct" de Verhooven) que al corporizarse, no sorprenden al espectador promedio. Esto es cine de impacto , con traiciones y amantes enfurecidos, venganza y crímenes. El único punto débil de esta cinta es que quizás todo lo que sucede lo anticipemos rápido, incluso su desenlace. Aquí la historia gira en torno a un escritor que hace tiempo que no produce, Luis (Pablo Echarri), casado y con un hijo. Su esposa, Carla (Mónica Antonópulos) es una atractiva mujer que no parece muy a gusto con su marido. De hecho, pasa bastantes horas fuera de su casa y eso genera cierta rispidez en su pareja. Pero el editor de nuestro escritor lo entusiasma con algo nuevo: la propuesta de llevar a un libro el asesinato que está en todos los medios, el caso Groski. Un crimen que no logra resolverse, un adinerado dentista quien fue encontrado muerto y del que se sospecha, fue asesinado por su mujer. Luis decide buscar más información y logra entrevistar a la viuda, Laura (Leticia Brédice), quien lo conmueve con revelaciones personales sobre los celos y la pulsión descontrolada que empujan al escritor a volver a la acción con una novela ficcionada, donde el caso Grotski sea el eje de la trama, sin nombrarlo. Claro que mientras eso sucede, deberá lidiar con la desintegración paulatina de su matrimonio con Carla, hecho que afectará al material que produce y podrá ponerlo en aprietos con la ley, llegado su momento. "Arrebato" es una película prolija, que se apoya en buenas composiciones de su pareja principal. Echarri-Antonópolus están sueltos y convencidos y sus escenas son de lo mejor de la cinta. Un escalón atrás se encuentra Brédice, quizás un poco menos utilizada (con el erotismo natural que exuda) que en otras oportunidades. Hay un grupo de secundarios que aportan solidez (Claudio Tolcachir y Gustavo Garzón) y todo suma para generar un producto aceptable. Hay que señalar entonces que este "Arrebato" es un paso hacia adelante de Gugliotta. Si bien la fórmula para crear suspenso a veces no es tan eficaz, no podemos dejar de reconocer que el producto tiene buena factura y se enrola en esta corriente que seguramente acercará más público a salas a disfrutar del cine nacional.
El sueco Lasse Hallström es un director talentoso que en los últimos tiempos no ha acertado con sus decisiones a la hora de elegir material. Viene de conducir tres films mediocres, con estrellas americanas e inglesas ("Dear John", "Salmon fishing in Yemen" y "Safe heaven") y discretas taquillas, así que todos esperábamos con ansias este "hundred-foot journey" para comprobar que esté nuevamente en la senda creativa correcta. Para ello, Hallström elige rodar una adaptación del bestseller de Richard Morais del mismo nombre. Esta historia entonces, plantea ejes como el desarraigo,la búsqueda, el enfrentamiento de pasiones culinarias y respeto por la diversidad cultural, instalada en territorio francés. Muchos elementos (ingredientes) dentro de una propuesta fragante, en la cual se percibe que el mayor desafío es lograr un ensamble donde las intenciones se sustenten a pesar de su variedad y complejidad. Sí, porque si bien "Un viaje de diez metros" es una película que superficialmente gira sobre la comida y las diferencias culturales entre Francia e India, propone explorar en detalle algunas cuestiones más profundas . Entre ellas, la rebelión frente al poder de lo ancestral, el reconocimiento del otro como medio para enriquecer el saber propio y la fortaleza de espíritu que debe tener cualquier inmigrante que desee quedarse a vivir y trabajar en la dura Europa de estos días. Hassan (Manish Dayal) llega con su familia a territorio galo. Han dejado una vida ruidosa en Heathrow, Inglaterra (porque los "vegetales no tienen vida" ahí) y llegan a la campiña francesa a buscar un lugar para establecerse. Abandonaron su tierra natal (Mumbai) luego de un incidente que los llevó a cerrar su etapa de la peor manera. Papa (Om Puri) entonces encuentra por accidente un restaurant abandonado en una localidad del sur de Francia y fuerza a su familia a quedarse y abrir un local gastronómico hindú. El problema es que elige montarlo justo enfrente de "Le Saule Pleureur", clásico en la zona y con una estrella Michelin como motivo de orgullo. La gerenta de ese restó es la metódica e inflexible Madame Mallory (Helen Mirren), quien rápidamente intentará neutralizar el crecimiento de su rival a través de métodos lícitos y de los otros, para forzar a la familia hindú a dejar el lugar. Pero Hassan, chef estrella de la apuesta familiar "Maison Mumbai", cometerá la osadía de interesarse por la comida francesa y con la ayuda de la encantadora Marguerite (Charlotte Le Bon) apostará a su olfato y gusto para hacerse un camino entre las ollas y pasar de ser un extranjero "ruidoso", a cruzarse de vereda y enriquecer su arte en una cocina que puede darle la proyección que necesita. "A hundred-foot journey" es una cinta donde el refinamiento visual está servido a la carta. Hallström busca contrastar culturas desde el primer instante y aunque no siempre acierta, logra mostrar algunas ideas sobre resilencia y victoria, todas de larga cocción. El problema es que así como Hassan mezcla especias y abusa del cardamomo para mi gusto (lo siento, tenía que decirlo), la misma alquimia se repite el relato, demasiadas cosas suceden en poco tiempo y algunas conductas en los personajes, se modifican más rápido de lo debido. Hay poca participación para los secundarios y la acción se reduce demasiado a los conflictos internos de Hassan y la lucha entre su padre y Madame Mallory. Además, el cineasta sueco elige brasear la propuesta y dejarla reposar 122 minutos a fuego lento, para lograr el sabor que busca... Quizás un exceso (el último cuarto sobra, seguro). Es superior a los últimos trabajos del sueco, sin dudas, aunque cierta repetición de ideas conspira contra su resultado final.