Lleven almohadas. Eddie Brock (Tom Hardy) regresa (ver crítica de Venom), y ya con un Venom muchísimo más “compañero”, buscará reinventar su fama gracias a la oportunidad de poder entrevistar a Cletus Kasady (interpretado por Woody Harrelson), un psicópata y asesino en serie que, desde las rejas, espera a que le llegue su condena a muerte. A partir de esta entrevista y con la ayuda total de los poderes del simbionte llamado Venom, Brock logra desentrañar un crimen que hasta ese entonces ni siquiera el FBI pudo resolver, con lo cual consigue volver a la cresta de la ola. A partir de ese momento y sin tantos preámbulos, esta película (dirigida por Andy Serkis) irá tomando un ritmo totalmente rápido y desarticulado en donde pondrá en escena un desarrollo paupérrimo de los personajes, los cuales sin lucidez alguna irán sorteando mini tramas hasta llegar a un final totalmente predecible y bastante berreta. Y aquí la parte más fea se la lleva el papel de Harrelson, quien a pesar de ser uno de los mayores atractivos en el “spider-verse”, su personaje se reduce a un villano más del montón del cual poco se dijo y poco se dirá. Pero si bien el guión tiene que ver (y mucho), tampoco es justo que reciba todos los palos, porque en realidad el mayor enemigo de Venom acá es la constante censura. Tanto a Venom como a Carnage, los censuran de una manera impresionante que les quita la seriedad y la crueldad que corresponde al momento; y ni hablemos de los alivios cómicos, que a falta de no generar risa alguna, ayuda a cortar con el poco clímax de tensión que pudo generar la cinta. Podemos decir entonces que Venom: Carnage liberado se limita y a la vez se conforma con sólo lograr un buen CGI, y sobre todo con agigantar un poco más el universo Marvel con las benditas escenas post-créditos. No esperemos buenas escenas de acción ni tampoco una cuota de violencia, porque la verdad es que ambas son tan inexistentes como la propuesta narrativa que esta cinta conlleva.
Tras la pista de Isabel En casi todas las historias suele haber algún que otro recoveco en donde la información sobre cierto personaje o momento se caracteriza principalmente por una situación, sea política o personal, que logra destacarse ante toda vivencia desarrollada y deja plasmado, por ende, una huella que el tiempo no podrá borrar. Un claro ejemplo de esta situación resulta ser María Estela Martínez de Perón, la primera presidente mujer de la república Argentina. María Estela, mejor conocida como “Isabel” o “Isabelita”, supo conformar la fórmula más votada de la democracia argentina junto con su esposo Juan Domingo Perón, alcanzando así el objetivo con el que Evita alguna vez soñó: transformarse en la primera presidente mujer de América. Aún así, después de la muerte de Perón y en su función como presidente, su nula preparación política (sumado a la eterna oposición para desestabilizar al peronismo) sería el disparador para que en un futuro, se lleve a cabo uno de los peores sucesos de nuestra historia: el golpe de estado de 1976. Es así como luego de sobrevivir a la cárcel y al exilio, la figura de Isabel fue prontamente olvidada, y a la vez, fue cementada en una posición de destierro por parte de los simpatizantes peronistas. Tras esta breve sinopsis, el director de este documental (Julián Troksberg) junto con los realizadores, se encargarán de construir un retrato sobre esta figura ausente con el que intentarán aclarar ciertas dudas sobre aquellos tiempos; los tiempos en que María Estela Martínez Cartas pasó a llamarse Isabel Perón. Bajo la propuesta de un claro guion coral, las múltiples entrevistas realizadas irán conformando un hilo narrativo con idas y venidas, en donde se irá desarrollando muy de a poco la creación de una figura que pareciera estar completamente borrada del mapa. Los relatos de algunos sindicalistas de antaño, políticos, investigadores, o allegados a María Estela, serán las bases principales para ir construyendo una personalidad, que a decir verdad, no esconde más que simpleza. El inicio de la historia de amor con Perón, su pasado como bailarina, el reencuentro con el general en Panamá, su llegada al poder, el golpe, la cárcel y el exilio, son todas subtramas que desembocan en un silencio total, en donde incluso el director deberá replantearse en cámara si todo este trabajo tiene sentido, si de verdad vale la pena seguir indagando en los enigmas políticos que ni siquiera los peronistas tienen el deseo de desenterrar. Es así como esta película logra un resultado inesperado en el paladar del espectador, ya que al tratarse de un personaje al que nadie reivindica, obtiene una cuota de interés cinematográfico gigante. De esta forma, Una casa sin cortinas consigue caracterizarse como un film inteligente y provocador, en donde los recuerdos selectivos pasan a ser los principales eslabones para la reconstrucción de una figura cuasi fantasmal de nuestra historia.
En piloto automático. No importa cuando lea esto: Marvel sigue expandiéndose, y pareciera que todas sus superproducciones desembarcarán a su tiempo en algo aún más grande de lo que significó el fenómeno de Infinity War. Tal vez me esté adelantando, sí; pero la realidad es que el “producto superhéroe” ya ha demostrado en varias ocasiones que no posee techo alguno (sobre todo en términos de presupuesto). En esta ocasión, le ha llegado su turno de mostrarse a Shang–Chi: una película dirigida por Destin Daniel Cretton, que narra los acontecimientos que tuvo que enfrentar Shang (interpretado por Simu Liu) para obtener los diez anillos de poder. Durante este camino recién mencionado se pondrá en juego una conocida ecuación cinematográfica que suele ofrecer Marvel para con sus películas: a un personaje enclenque lo persigue un pasado oscuro que en algún momento determinado lo obligará a mostrarse ante todos como un ser diferente y, por ende, estará destinado a partirse la madre con la búsqueda de salvar el mundo. En este caso el pasado que persigue a Shang son “los diez anillos”, una súper organización criminal que es comandada por su padre, conocido como “el Mandarín” (interpretado por Tony Leung), un hombre que gracias al poder de los anillos ha vivido cerca más de diez vidas, y su única intención a lo largo de ellas fue ir consiguiendo poder alrededor del mundo. Al menos así fue hasta que, en la búsqueda de una aldea secreta, conoció a Leiko Wu (Fala Chen); la mujer de quien se enamoraría y se transformaría en la madre de sus hijos. Pero como poco dura la paz, la muerte de Leiko significó una recaída total para el Mandarín, y este se vio obligado a entrenar a su hijo con el fin de que el niño se convierta en asesino y pueda así heredar el poder de los anillos. Lejos de querer esto, Shang decidió escapar con el fin de no volver a ver a su padre, dejando atrás a su hermana menor. Shang–Chi y la leyenda de los diez anillos es una película que a pesar de tener su núcleo central en las escenas de arte marcial (las cuales consiguen brindar grandes cuotas de acción y buenas coreografías) logra llegar a su apogeo gracias al constante alivio cómico encabezado por Katy (interpretada por Awkwafina) la mejor amiga de Shang, para luego dar un salto de calidad gracias a la aparición de Ben Kingsley, quien interpreta a Trevor Slattery (los fans recordaran su interpretación en Iron Man 3). Porque, a decir verdad y obviando la mega producción que conllevan todas las cintas de Marvel, esta debe ser una de las películas con el guion más flojo de todas: el desarrollo de los personajes es paupérrimo, la misión del antagonista parte de una ilusión obvia y descuidada, y el desenlace de los últimos dos arcos posee una pobreza narrativa abrumadora. Aun así, con aciertos y errores (y sin miedo al fracaso corporativo), Marvel sigue expandiéndose a un nivel nunca antes visto en el universo transmedia, y claro está que Shang–Chi (a pesar de los palos recibidos) no será la piedra en el camino, ya que la cinta logra definirse como un entretenimiento genérico y funcional. PD: ¿escena post – créditos? Sí, con caras conocidas y el pie hacia la posibilidad de una nueva aventura épica. U expansión. Llámelo como a usted más le guste.
Atados al pasado. En una sociedad donde el cambio climático es una realidad y en donde las ciudades han quedado bajo el agua, se desenvuelve Nick Bannister (interpretado por Hugh Jackman), un investigador privado que ayuda a sus clientes a acceder a sus memorias del pasado; porque, a decir verdad, el agua se llevó todo menos la nostalgia. Para lograr esto, junto a su compañera Watts (Thandie Newton) recurren a una tecnología especial que los ayuda a navegar dentro de la mente de sus clientes, quienes buscan aferrarse a los recuerdos que tanto atesoran. Bajo este escenario, una vez comprendida la utilidad de la máquina y comprendido también el selectismo de la mente para con sus recuerdos, la directora Lisa Joy junto con los realizadores (el mismo team que lleva a cabo la serie Westworld) comienzan a tejer un rompecabezas policial que pondrá a Nick Bannister en la situación de tener que buscar por cielo y tierra a Mae (Rebecca Ferguson), una cliente suya que supo convertirse en su gran amor, y quien también de la nada y de un día para el otro, desapareció sin dejar rastro alguno. A partir de aquí, una vez presentado el conflicto, la película tomará un camino en donde la temporalidad narrativa dependerá sumamente de la atención que pueda prestar el espectador, ya que el film caerá en un loop constante gracias al uso recurrente que tendrán los personajes para con la máquina, la cual con el correr de los minutos irá tomando un espacio cada vez mayor en la trama, posicionando a los viajes del pasado como moneda corriente. Y si bien los realizadores consiguen conformar un puzzle de mediana complejidad, por momentos se hace muy difícil obviar algunas escenas que desentonan completamente con el objetivo de la película. Aun así, Reminiscencia consigue llegar a buen puerto al momento de ir revelando los misterios que envuelven a la trama, y sobre todo, al darle un cierre digno a la misión que tanto aprisionaba al personaje de Jackman. Si bien a mi entender ciertas decisiones llegando al final la pueden poner en un lugar cuestionable, esta es una película que logra funcionar como un buen thriller policial de ciencia ficción al mejor estilo Blade Runner, y que sin lugar a dudas captará la atención de todos aquellos que disfruten de su reproducción en la gran pantalla.
Bajo el estandarte de The Truman Show. Especulando con llevar una vida normal, Guy (protagonizado por Ryan Reynolds) es un banquero que vive todos los días de la misma manera: se levanta, se pone su ropa determinada, compra un café, y se dirige a ocupar su puesto de trabajo en un sistema que funciona como un reloj; él sabe que, en cualquier momento como todos los días, diferentes personas con lentes de sol ingresarán a asaltar el banco donde él trabaja. La realidad es que en este mundo las personas con lentes de sol son considerados súper humanos mientras que aquellos que no posean dicho accesorio no tienen derecho a tratar con ellos. Lo que no sabe Guy es que, junto con todos sus conocidos, son ni más ni menos que NCP (non- player character); en otras palabras: una inteligencia artificial de menor relevancia que habita dentro de un determinado videojuego y que es manejado por “la máquina”. Por supuesto que en un determinado momento y en la búsqueda de comenzar a darle forma al film, Guy consigue dar con estos lentes y a la vez, rompe con su codificación determinada al caer completamente enamorado de MolotovGirl (Jodie Comer), una usuaria del videojuego que, sin saber, comienza a instruirlo en esta nueva realidad que lo sacará completamente de lo cotidiano y lo sumergirá en una aventura que jamás haya imaginado. Dejando un poco de lado la premisa, hay que destacar que lo interesante de esta película dirigida por Shawn Levy es la manera con la que los realizadores encuentran el camino correcto para involucrar algunos de los nuevos métodos de comunicación, los cuales se dan a partir de cierta participación en el mundo de los videojuegos online. Con esto busco enfatizar no solo en la sociabilización de jugadores en forma de avatares, sino también al rol que cumplen las nuevas plataformas de streaming, las cuales se encargan de propagar aún más el fenómeno y el contenido de dicho mundo virtual. Todos estos recursos argumentativos (ya conocidos sobre todo por las nuevas generaciones de niños y adolescentes), serán las bases para ir tejiendo una historia que, si bien parecía apichonarse desde el comienzo dado las bajas expectativas, sabe cómo ir de menos a más; escalando hacia un determinado clímax en donde, como espectadores, nos veremos extrañamente atrapados de principio a fin. Y la razón principal de que esto ocurra, no será solamente gracias al carisma infinito que caracteriza a Reynolds, sino que se debe mas bien a una estructura fílmica que sabe muy bien cómo acompañar a un guion que apunta, sobre todo, a un público bastante joven. Es así como, sumando los enormes efectos especiales y contemplando el trabajo de un gran elenco (integran también Joe Kerry, Lil Rel Howery, y Taika Waititi), Free Guy se consagra como una feel good movie de gran factura, en donde lo satírico y lo absurdo consigue divertir, e incluso emocionar a grandes y pequeños. Aquí poco interesa las incongruencias que se puedan presentar (de todos modos son pocas), lo que importa es tratar de pasar un buen momento frente a la gran pantalla; y Free Guy lo puede garantizar increíblemente. Toda una sorpresa.
La interpretación de su vida. Tras algunos años distanciadas, Fabienne (Catherine Denueve), una aclamada actriz francesa que acaba de publicar un libro autobiográfico, vuelve a recibir en su casa a su hija Lumir (Juliette Binoche), quien regresa a París junto con su esposo e hija pequeña. El argumento principal de la visita es ni más ni menos que para festejar la publicación de “La Vérité (La verdad)”, el libro que a decir verdad es absolutamente todo lo contrario a su título, ya que está plagado de incongruencias y hechos totalmente inexistentes. Es así como ya en las primeras escenas, este film marca una clara distancia entre madre e hija, quienes reviven sus problemas del pasado a medida que Lumir avanza en la lectura del libro. En sus encontronazos, regresa a la vida la figura de Sarah, una actriz aclamada a la par de Fabienne que supo ganarse el corazón de Lumir. Es así como este film, dirigido por Hirozaku Koreeda, comienza a tejer un melodrama que encuentra sus mejores momentos en el descanso cómico pero sobre todo en la poética de la imagen, quien no solo captura el aura sentimental de cada secuencia sino que consigue que esta funcione como un recurso narrativo de gran valor para la cinta. Esta es una historia sencilla y personal, que busca tratar sobre todo la sensibilidad que nace de cada recuerdo, y como cada uno de estos depende a la vez de quien los trae al presente. Es así entonces como esta película propone un viaje sentimental en donde el recorrido estará plasmado de diferentes tipos de ego que habitan en el mundo de la actuación; interpretados espléndidamente por Catherine Denueve y Juliette Binoche, quienes le insuflan vida a este íntimo drama familiar.
Sangre del monte. Desde el comienzo del film se genera la posibilidad de un conflicto bien establecido al plantar una rivalidad entre el guardaparques Ismael Guzmán (interpretado por Pablo Echarri) con Orlando Venneck (Alberto Amnann), un adinerado terrateniente que poco le interesa la prohibición de cazar dentro del parque. Y si bien uno de los problemas es que Venneck haga caso omiso a la autoridad, el conflicto mayor es la presencia de la pareja de Guzmán: Sara Voguel (Mora Recalde), una médica que trabaja recorriendo las distintas comunidades aborígenes de la zona. Y es que en realidad el problema no será su presencia, sino más bien el romance que supo tener la doctora con Orlando en su juventud; formando así un triángulo amoroso que poco a poco irá sembrando un camino de ida hacia una violencia desmedida. Es así como el director Martín Desalvo va construyendo un relato que en ningún momento decae o necesita del típico estereotipo héroe contra antagonista. El director nos deja en claro que sabe cómo utilizar los elementos y recursos para que el film adopte la característica de un western contemporáneo, dándole así el ritmo necesario a esta película que, dentro de los conflictos ya mencionados, sabe cómo navegar entre tópicos como el machismo predominante de la zona, la explotación de mujeres y niños aborígenes, y la impunidad de las familias más poderosas, como resulta ser el caso de Orlando Venneck. Mucho para destacar y poco para criticar, y dentro de ese poco se encuentra el paupérrimo acento de los actores, el cual de forzado lo tiene todo. Aun así, no es suficiente piedra para obstaculizar el camino de una película que, en conjunto con un guion impecable, y con una hermosa fotografía, logra un desarrollo excelente y finaliza de una manera aún mejor. Un film que pide ser visto en salas de cine.
Con sabor a lucha. “Libertad, reclama ansiosa la mujer, hija de la doble esclavitud del marido y de una sociedad que la condena a sufrir todas las miserias morales. Libertad: hoy te blasonan las mujeres que, al rítmico acorde de tu nombre, forman legiones para cantar un salmo de esperanza y de conquista.” Bajo el aura de una música lenta y compasiva, estas palabras de Juana dan el inicio a una película documental que buscará retratar la vida de una de las primeras conquistadoras en la lucha contra el patriarcado. Dirigida por Daiana Rosenfeld, este metraje de 60 minutos explora la vida de Juana Rouco Buela; una de las pioneras que, como lo he mencionado anteriormente, comenzaba a sembrar junto con otras compañeras los primeros vestigios de un feminismo contemporáneo, el cual buscaba y busca (cabe la redundancia) la liberación completa de la mujer. A través de sus escritos y de su autobiografía, esta película rescata la voz de la protagonista quien, bajo la interpretación física de Lucía Montenegro, irá contando su propia historia: Su llegada de pequeña a la Argentina, su vínculo con el anarquismo, su deportación a Europa, su intento de regreso recalando en Uruguay, la fundación de su periódico de y para las mujeres, y cómo se convirtió en una de las primeras presas políticas del país. Juana es un documental que busca constantemente obtener de la poesía y la imagen, un ritmo llevadero que a la vez no pierda ni se aleje del interés histórico. Su principal recurso, la voz en off (interpretada esta vez por María Eugenia López), es la encargada de guiar una película que de vez en cuando, se sostiene en algún fragmento de entrevista y en imágenes de archivo de la época, pero que navega siempre en los registros ficcionales de una Juana que se pasea por la playa y el cielo, inundada en pensamientos. Aun así, por momentos existe una búsqueda pictórica que, en el intento de retratar los sentimientos de Juana, termina abusando de recursos como el desenfoque o la música dramática. Esto, junto con el constante registro de playa y campo (a mi entender) desentona en algunos minutos de la película; la cual necesita del regreso a una entrevista o un archivo para volver a buen puerto. Pero, aun así, no hay que olvidar que estamos frente a una película que busca apreciar su vida y agradecer todas las batallas luchadas. Juana logra destacarse como un documental homenaje para una de las tantas mujeres que sentaron las bases para que el feminismo actual siga construyendo un camino de equidad y justicia para la mujer.
Una posibilidad de cambio Una voz en off será la encargada de darnos la bienvenida a este viaje en forma de documental, el cual se interesa en mostrarnos que otra vida es posible en el suelo Jujeño. En esta película dirigida por Juan Baldana nos adentramos en la evolución de varios talleres del pueblo de San Francisco que apuntan a brindar conocimiento sobre la madre tierra, buscando de esa manera poder causar una transformación saludable tanto para los habitantes como para el ecosistema de la región. Estamos frente a un film en donde el personaje principal es el amor, el amor hacia la naturaleza. Eso lo podemos ver en el trato estudiantes – maestros; en la iniciativa a recuperar los conocimientos ancestrales; en la forma en que se comunica la importancia de dar sin esperar nada a cambio; y en el valor que conlleva hoy el acto de reciclar. Para ello, Baldana recorre con la cámara los terrenos labrados, los talleres ya mencionados, la escuelita del pueblo, los basurales improvisados; esa es la forma en que Sintientes explora la posibilidad de una vida alternativa a través del relato. Las características observacionales que esta película posee, son las causantes de que este documental adopte un ritmo colorido y humano. La voz en off tanto en la introducción como en el cierre, es el sello elegido por el director para remarcar la importancia de una tierra más saludable, y para hacernos recordar la delicada situación que atravesamos como sociedad. Sin más preámbulos, es así como esta película, correcta en su desarrollo y construcción, logra un camino justo y delicado entre lo visual que se ha registrado y el mensaje que busca brindar. Todos somos hijos, todos somos uno. Y aún estamos a tiempo de cambiar nuestra realidad.
El oscuro camino a la fama Ginny (interpretada por Martina Krasinsky) es una bailarina que anhela con todo su corazón irse de su pueblo natal y está dispuesta a hacer lo imposible para saltar a la fama, sea el precio que sea. Es en un concurso de poca monta (donde el premio mayor es bailar en la tele) donde Ginny conoce a Paul (Joaquín Berthold), un representante de mucho peso que está dispuesto a darle una oportunidad en la vida nocturna de Buenos Aires. Es así como sin más preámbulos, Ginny deja todo de lado y abandona su pueblo para cumplir su fantasía, sin saber que está siendo engañada. Por otro lado, está Santos (Luís Machín), un periodista que a pesar de haber gozado de cierto prestigio en los 90, hoy en día se encuentra entre la espada y la pared y su programa está por ser levantado del aire a causa del poco rating que genera. En búsqueda de obtener respuestas para una de sus notas (las cuales ayudarían a poner a su programa de pie), Santos se sumerge en las profundidades de un boliche, en donde no solo se reencuentra con Paul (la película jamás explica cómo y cuándo se conocieron) sino que también conoce a Ginny, quien terminará siendo su amante en secreto. Es así como Sector Vip, en la primer media hora, presenta y desarrolla a sus personajes a la perfección. Los tres se encuentran en un ambiente donde la trata, la droga, y el poder son moneda corriente; y será la búsqueda del éxito (el único éxito que propone el sistema) quien los lleve por un espiral en caída libre. Acá poco importa la búsqueda del bueno y del malo; en cambio, son las emociones humanas las encargadas de ir tejiendo una historia que no decae en ningún momento. Sector Vip se puede calificar como película que se pasea entre el género policial y erótico de una manera envidiable. Su apuesta estética cargada de luces de neón y oscuridad son el punto clave de una fotografía correcta, que solo se molesta en darle protagonismo a los personajes; ya que son sus cuerpos los que atraviesan los efectos de una sociedad que continuamente los aplasta y que los llevará al peor de los desenlaces. Es así como esta película utiliza gran cantidad de recursos tanto estéticos como actorales, para mostrar una historia que entrelaza la corrupción, las fake news, la prostitución, y, sobre todo, la horrible condición que padece la mujer en el ambiente de la farándula. Sector Vip, dirigida por Ernesto Pinto y producida por José Celestino Campusano, es el ejemplo claro de que el género policial puede ser más que mero entretenimiento. En pocas palabras, estamos frente a un gran estreno argentino que no solo está bien realizado, sino que cuenta con actuaciones impecables; sobre todo el trabajo de Luís Machín y Martina Krasinsky. Muy recomendada.