En algún que otro momento, Viaje al paraíso sintoniza con esa tradición pródiga de clarividencia, en especial cuando el centro narrativo se desplaza hacia la relación entre Roberts y Clooney, y se deja de lado un poco su misión para interceder en la boda de su hija. Hay una escena muy al paso en la que Clooney no puede dormir, se levanta y va al bar del hotel. En esa secuencia mantiene una conversación con la amiga de su hija. Es una escena de otra índole, como alguna que otra más, en un relato cuya irrealidad es tan apabullante como las bondades del ecosistema australiano travestido como la famosa isla de Indonesia. Al fraude del territorio, al que se le dedican elogios reiterados, se suma una antología de rituales y costumbres cuyo rigor antropológico es similar al que puede intuirse en una guía turística cuando adjunta a las recomendaciones jamás desprovistas de exotismo un presunto conocimiento cultural.
La novedad no reside solamente en que su protagonista es inglesa, sino también en que toda la película está rodada íntegramente en Colombia y el español es el idioma predominante. El relato se circunscribe al intento de la protagonista por descifrar el sonido que escuchó por primera vez aquella noche en su casa. Sobre esa anécdota audio-perceptiva se erige un enigma que puede anidar en las calles de Bogotá, aludir a las momias que investiga una antropóloga o develarse en la selva de Colombia. Por cada escena el misterio del mundo se intensifica; por cada escena cada personaje que interactúa con Jessica aporta algo de amabilidad y también de misterio.
Rara avis es entre nosotros Cadáver exquisito, porque no teme la ambición de hacer una película con sus propias reglas en un casillero del cine contemporáneo excesivamente codificado y poco frecuentado por los cineastas vernáculos. Legítima rareza cinematográfica en la que resplandecen dos actrices notables y en la que una directora deja constancia de su talento.
Es así como en El fulgor los planos operan como versos que se van entrelazando a distancia y que en la repetición delinean un sentido. Para comprender cómo se desenvuelve la película, los planos pueden agruparse en cinco conjuntos autónomos que se yuxtaponen y cruzan en el montaje: los de animales del campo argentino; los de las máquinas (en su mayoría de campo, pero también de fábricas abandonadas o en vías de extinción); los de los cuerpos de los hombres de campo (en el trabajo, en el descanso, en la preparación de sus atuendos para bailar y también en el momento de bailar); los del carnaval (donde se alternan planos de multitud con otros de los protagonistas evanescentes que son algunos jóvenes del campo). La combinación de las cinco series forma el heterodoxo poema criollo que añade al montaje visual por distancia y repetición un trabajo sonoro admirable constituido por otras series, ahora de material sonoro: suenan el campo, las máquinas, fragmentos sinfónicos (que pertenecen a Jorge Barilari y al propio Farina) y también compases propios de las composiciones carnavalescas que nunca alcanzan a sentirse en un primer plano sonoro. El sonido general nunca alcanza a estructurarse como un todo, la síncopa es la lógica dominante.
nés Barrionuevo ostenta un entendimiento de la vida adolescente incuestionable: de las dos hermanas protagonistas de Atlántida a la joven Camila de su nueva película han pasado algunos años; la cineasta no es exactamente la misma y las jóvenes que retrata tampoco. En esta ocasión su atención reposa en una adolescente que está a punto de terminar la secundaria y pasa su último año en una nueva escuela debido a una mudanza abrupta de La Plata a Buenos Aires.
Bastan un celular, un dron, una actriz en buen estado físico, con oficio dramático, y una locación visualmente atractiva para hacer una película de suspenso. Que tales condiciones den como resultado una película magnífica es otra cuestión y depende del talento de quienes conciben un relato. Es indesmentible que la cualidad del suspenso ha sido laboriosamente labrada en Desesperada, no así las condiciones dramáticas que pretenden espiritualizar los 84 minutos del relato. El fondo dramático de la película del veterano Phillip Noyce es tan pueril como la visualización de autoayuda con la que comienza la película, un banal dechado de imágenes trascendentales que no es un buen augurio.
omo Rosetta, Ahmed es adolescente, está enfadado y mucho menos reconciliado con el mundo. Si bien la madre tiene alguna debilidad por el alcohol como la de Rosetta, acá la responsable de Ahmed y sus hermanos lejos está de descuidar a sus hijos. No es el trabajo o la falta de medios lo que abruma al joven, sino un deseo de conversión radical al islam siguiendo la guía de un imán del barrio cuya hermenéutica del Corán adolece de un literalismo tan pernicioso como cualquier otro sistema de creencias que no admita lecturas abiertas. En verdad, las razones por las cuales Ahmed se siente seducido por una variante tan exigua del islam son mínimas, apenas deducibles de la falta de su padre, de lo que se predica una culpabilidad inmediata del joven teólogo que lo entrena como si en Ahmed anidara un posible fanático que los Dardenne conciben como víctima de un demente moderado.
Los sentimientos pueden ser retratados bajo la coartada de las costumbres y las convenciones que tipifican la angustia, el amor y la felicidad...
Azor es una película completamente atípica. En esta se representa una época oscura de la historia argentina, tantas veces elegida por los cineastas vernáculos de las últimas cuatro décadas, pero lo que cuenta ha sido escasamente representado: los negocios y la relación de los bancos extranjeros con los resortes del poder económico nacional ligado a la última dictadura cívico-militar.
Los meandros misteriosos de la vida íntima son la especialidad del cineasta japonés.