Con el límite a flor de piel entre ficción y documental, la historia de un hombre obsesionado con los ovnis es el punto de partida para una película que habla de objetivos simples y la manera de cumplirlos. Antonio Zulueta trasciende la pantalla, con su particular mirada sobre el espacio y sus habitantes, y en el recorrer sus pensamientos, con humor, sin solemnidad, hay una oportunidad para imaginar más allá de aquello que el director propone.
Finalmente se estrena la revolucionaria película que supo alzarse con el premio mayor en el último Festival Internacional de Cine de Mar Del Plata. El diario de una joven que intenta superar una ruptura amorosa con el rápido reemplazo de éste. Una puesta sencilla, que privilegia el trabajo actoral de la pareja protagónica, hacen del film un viaje al infierno de dos personas que aún no saben qué quieren del otro pero en el estar mantienen la esperanza de trascender.
Nueva adaptación del clásico relato de intriga y misterio de Agatha Christie, que en esta oportunidad se vale de recursos técnicos únicos y precisos para lograr una propuesta con toques de nostalgia y virtuosismo, a pesar que en algunos momentos parezca teatro. El elenco multinacional, además, otorga la entidad de espectáculo a una historia conocida, pero que se aggiorna a los tiempos que corren. Para ver en cine y disfrutar los paisajes a través de la ventanilla del tren.
El regreso de Goyo Anchou al cine luego de “La peli de Batato”. Un viaje lisérgico a los deseos de un joven, violado, al que su nueva sexualidad se le revela como amor irrefrenable hacia su castigador. Peronismo y patriarcado, sobreexposición de imágenes y cuerpos para una elaborada imagen y representación de cuerpos que buscan en la noche ser amados. Película que impacta y que marca un tipo de producción, de guerrilla, particular e inusual.
La repetición como forma narrativa. Jim Jarmusch coloca a su protagonista en un universo que lo expulsa constantemente y del cual termina aferrándose con poesía. Adam Driver se pone en la piel de un chofer de ómnibus preocupado por las palabras, por su novia y por llegar a su casa a descansar. En la simpleza de la historia, en la cámara que acompaña, y en los pequeños detalles, es en donde Jarmusch potencia su propuesta.
Buceando en el día a día de una escuela de artes de San Clemente del Tuyú , la directora logra trascender las fronteras del documental estático. Los jóvenes que asisten a la escuela hablan, viven, respiran, se impulsan, y allí está la cámara para hablar de otra juventud, no abúlica, al contrario, impulsiva, apasionada y creadora.
"Jigsaw" (El juego continúa): no todo lo que ves, es. Se recuerda con alegría el ingreso de la saga iniciada con “El juego del miedo” a la industria. Película pequeña, tensa, verosímil, redonda, el juego sangriento propuesto en ese entonces por John Kramer inducía al disfrute y placer culposo. No eran estos dos atributos los únicos relevantes, “Saw”, además de ofrecer una vuelta de tuerca a un género que por ese entonces, excepto el aggiornamiento de “Scream” o “La bruja de Blair Witch” no encontraba salida, sumaba su tensa narración. Después la saga creció e impuso a Jigsaw (Tobin Bell) como nuevo parámetro del terror, a la par que comenzó a proliferar en secuelas hasta llegar a “Jigsaw: El juego continua” (2017), octava entrega centrada en la renovación de la propuesta. Entre la duda de un copycat, o el fanatismo extremo de algún adorador de Kramer, la trama de “Jigsaw” avanza generando secuencias que, por un lado, recuperan el sentido primigenio de la primera parte (tensión desprendida de pruebas, espacios cerrados, etc.) para luego avanzar en una acelerada resolución intentando, obviamente, mostrarse original. En ese momento en el que la película “intenta” sorprender con un giro (previsible, por cierto) aquello que se había sostenido durante su primer acto comienza a desmoronarse rápidamente, generando un desenlace plagado de estereotipos y lugares comunes que no convence. Los dos actos, lamentablemente, y muy a pesar de Kramer, se muestran como estancos separados. Aquello que el primero, con la intervención de la “arena” de juego en un viejo cobertizo plagado de trampas, comienza a disolver su tensión hacia una segunda parte en la que se intenta confundir al espectador para revelar la revelación final. En el primer acto hay un regocijo y placer culposo que se desprende de las múltiples torturas que Kramer impone a cada uno de los “jugadores” seleccionados. Uno a uno, cual conejitos de indias, deberán intentar escapar de las mortales artimañas del psicótico Jigsaw. El slasher y el gore escupiendo sangre por doquier, y la tensión en las torturas potenciada por la habilidad del guion de reinventar pruebas mientras cuela por lo bajo una subtrama policial en la que un sobreviviente y una médica forense quedan atrapados sin escapatoria. En esa dicotomía, entre ese primer instante lúdico (por nominarlo de alguna manera), en las dudas de las fuerzas sobre el origen de la nueva ola de crímenes asignada a Jigsaw, hay una pulsión que no funciona. Cuando el film explora en paralelo esos dos mundos, el del sangriento juego, y el laboral, con pistas y pruebas que comienzan a aparecer en los cuerpos, “Jigsaw: El juego continua”, suma y desanda los pasos de las mejores entregas de la saga. Pero cuando intenta mostrarse original y diferente a sus predecesoras, con un giro que no termina por colmar las expectativas, todo cae en tedio, conformando un escenario plagado de fichas de dominó golpeándose en cadenas y esparciéndose por todos lados sin conducir a ningún lado.
"Corralón": relato salvaje. Producida por fuera del sistema tradicional, un ejemplo en los momentos que corren, “Corralón” (2017) de Eduardo Pinto (“Palermo Hollywood”) es una película que respira cine en cada una de sus escenas. Enfocada en el día a día de dos empleados de un corralón de materiales, y en particular en Juan (Luciano Cáceres), un hombre que no encuentra sentido a su vida, el guion plantea de manera cruda y verosímil el enfrentamiento entre éste y un matrimonio de clase alta (Brenda Gandini, Joaquín Berthold) que lo desprecia desde el primer momento en el que hacen contacto. Dividida en dos partes, una primera muestra, casi de manera costumbrista, el conurbano y sus rincones, aquellos que ni el cine, ni la TV, excepto casos aislados como los de Raúl Perrone o Leonardo Favio, muestra. La exploración de los lugares, con extensos travellings, ralentíes e imágenes aéreas capturadas por drones, brindan la holgura necesaria para luego, sistemáticamente, introducir el encierro en la escena y la violencia. “Corralón” es un film violento por la descripción exhaustiva de sus personajes, de los entornos, de los sonidos que envuelven cada paso del guion, y que combinan, hábilmente, ladridos y “ruidos”. En esos sonidos hay mucha más descripción, dado que el film posee pocos diálogos, que posibilitan una inmersión en el universo de los protagonistas, en la separación social, en la distancia entre unos y otros. Cuando el conflicto se presenta, y claramente no hay manera de retroceder, Pinto presenta la segunda instancia, una agobiante metáfora de la grieta, planteada de forma claustrofóbica, y allí es en donde “Corralón” logra mostrarse aún más efectiva que el inicio. Los actores ponen el cuerpo, Cáceres compone, una vez más, una interpretación impactante, que logra generar empatía desde su primera aparición y termina por consolidar su rol hacia el final. Castigado en su honorabilidad, el personaje busca reivindicarse, y en el camino se permite, con el apoyo de su compañero (Pablo Pinto) el construir una venganza, por llamarla de alguna manera, plagada de sangre. Además de Cáceres, Brenda Gandini y Joaquín Berthold, logran componer con solvencia sus personajes, al igual que Pinto (alejado de los roles estereotipados para los que siempre lo convocan) y Naiara Awada, objeto de seducción y cuasi carnada. Eduardo Pinto narra con nostalgia, con imágenes dignas de Leonardo Favio, describiendo lo peor de los seres humanos en situaciones extremas, autoimpuestas, eso sí, pero límites al fin y al cabo. “Corralón” habla de un emergente, un relato salvaje de los tiempos que corren, en donde el contacto y los roces son violentos porque no hay ganas de dialogar y de empatizar con el otro. El emergente presente, además, configura el escenario ideal para que los personajes confronten, reflexionen, amen y se odien.
El director Sebastián Díaz trae un relato tan apasionante, como reflexivo, sobre uno de los hitos de la división y polarización radicalizada que en Argentina se han llevado a cabo. Los hechos que llevaron a la creación de la zanja de Alsina, son el disparador de una narración simple y efectiva, que potencia algunas ideas sobre diferencias sociales que se vienen pensando desde hace siglos.
Película predecible, soporífera, desalmada, que una vez más intentan imponer el sueño americano de la mano del protagonista del relato. Tom Cruise una vez más se equivoca al intentar adentrarse en un personaje pintoresco pero que no logra, en nigún momento, transmitir más que estereotipos y lugares comunes.