A LA SOMBRA DE AMITYVILLE El subgénero de casas encantadas, que supo tener furor en los 70′, con la mencionada Amityville, La casa embrujada y la más desconocida pero excelente Pesadilla diabólica, hoy tiene como abanderada las sagas de El conjuro o La noche del demonio, además de Marrowbone. La maldición de la casa Winchester no parece hacer justicia a su grupo. La fascinante mansión Winchester en California, EE.UU., es considerada como una de las casas más embrujadas del país -aparte de Amityville- y con una interesante leyenda que envuelve sus 160 habitaciones. Sin embargo, los gemelos Spierig -responsables de las infumables Undead y Jigsaw, y sólo la rescatable Vampiros del día-, no logran sacarle el jugo narrativo al rico mito del inmueble con mayor actividad paranormal, proponiendo solo un pobre thriller sobrenatural. Eso sí, respetando la belleza victoriana del edificio en cuestión. La vida de la anciana y viuda del empresario de los rifles, interpretada por una correcta Helen Mirren, se encuentra desdibujada por una narración con pobrísimo clima misterioso. Además, Los Spierig caen en todos los lugares comunes del terror clásico y los efectos visuales de los espectros fantasmales son realmente para llorar. Toda la buena calidad en fotografía y ambientación de período se ve marchita con el bajo presupuesto de las apariciones del otro mundo, algo imperdonable para estos sujetos que ya cuentan con un prontuario de films dentro del terror. La propuesta se queda de esta forma a mitad de camino, con casi hora y media que aburre a los espectadores. El factor biográfico de la viuda obsesionada con los fantasmas que moran en la residencia y que por ello debe realizar tantos cuartos o salas como el inframundo le demande, queda solo como mero elemento de decoración. Lo mismo puede decirse de su obsesión con el número 13 para evitar que estos seres dañen a su sobrina nieta y su pequeño hijo. Todo esto sucede bajo la supervisión de un reacio doctor –encarnado por un Jason Clarke en un tono muy parecido a las interpretaciones de Robert Englund- contratado por la firma Winchester, que tendrá que analizar la cordura de esta anciana. Demás está decir lo poco aprovechado que está la interesante calidad actoral del joven Eamon Farren, cuyo rostro griego y a la vez siniestro es mejor explotado en Twin Peaks. Pero claro, todo es posible que ocurra en esta laberíntica casa donde la razón no cuenta y que dista de transmitir el pavor típico de una visita guiada a la verdadera edificación o el miedo imaginario de los pasadizos enredados en la literatura borgiana o de Edgar Allan Poe. 100% olvidable y sin salida.
MONSTRUOS CURSIS Guillermo del Toro es maestro en esteticismo cuando de narrar fantasía se trata y así lo ha demostrado en El laberinto del fauno, donde guardaba a la vez un trasfondo dramático y profundo o un contexto más realista y sólido como en El espinazo del diablo. En La forma del agua, en cambio, este cuento de hadas y de amor resulta muy superficial cayendo en un mero homenaje a films como El monstruo de la laguna negra y -por qué no- a un King Kong con mad doctors, Guerra Fría, espionaje y un aire de steampunk. Pero homenaje liviano e innecesario, en fin. La historia nos ubica a finales de los 50’s, donde una mujer muda e introvertida trabaja en limpieza dentro de un laboratorio del gobierno que guarda muchos secretos. Así descubre y luego se enamora de un monstruo acuático. El flechazo es inmediato y la historia de estos amantes de naturalezas diferentes se ve amenazada cuando ella lo esconde “ingenuamente” en su hogar y el dueño del laboratorio -un encasilladísimo y ya aburrido Michael Shannon en el rol de villano- comienza a buscarlo. La vida monótona de Elisa -nuestra protagonista-, llena de trabajo, películas clásicas en el departamento de su vecino homosexual y la intimidad de su autosatisfacción hogareña que Del Toro gusta de mostrar como una actividad naturalizada, se ve interrumpida con la llegada de este adonis con branquias. Un monstruo demasiado sentimental que puede ser confundido con algún personaje de Hellboy del mismo director, pero que nada tiene que ver. Lástima, porque podría haber funcionado muy bien algún vínculo con esa historia. Como buena fábula, La forma del agua tiene una doble lectura y nos habla del egoísmo humano del personaje de Shannon por capturar a su presa acuática, pero a la vez de Elisa que satisface su amor y sexualidad con aquel monstruo/humanoide. En ambos casos hablamos de una actitud de posesión sobre otro ser para beneficio propio. Posesión escondida bajo rótulos como “felicidad” o “éxito”. Y fábulas en este caso de esbozos muy tibios, que se limitan a un relato pintoresco, edulcorado y una vuelta pobre de Del Toro. En fin, La forma del agua cuenta con pasajes cargados de belleza, como la escena de un baño inundado con estos amantes entrelazados y con una potente banda de sonido, pero no arriesga a jugar con una trama más interesante y original que escape al convencionalismo del que parece sujeta. Sólo avanza a puro esteticismo, sin conformar a los espectadores más exigentes.
MENOS GRIS, MÁS ROSADO La tercera y última entrega de este soft porn basada en las novelas de Erika Leonard Mitchell ha llegado a su fin relatando el comienzo de la vida marital entre una ya no tan ingenua editora y el multimillonario huérfano -no es Batman por supuesto- Christian Grey. Mucho romance, sensualidad y escenas ardientes que no innovan pero que encuentran cierta solidez en comparación a sus antecesoras. Sin embargo, flojea en sus últimos 20 minutos a la estela del thriller “policial” que resulta lo más inverosímil de la propuesta, innecesario y muy mal actuado. Y esto sucede porque los señores Grey luego de su fastuosa luna de miel en París son amenazados por la sombra inquietante del ex jefe de la editorial de ella. Un tipo obsesivo con la vida de este dúo, un poco con la frescura de Anastasia pero más con el poder económico de Grey, siendo uno de los secretos más estúpidos revelados al final, por lo que el villano de turno los persigue sin piedad. Pero la película sigue con el sadomasoquismo “más liviano”, sometimiento de la parte de la figura femenina que sin embargo busca poner sus limitaciones y una tibia confrontación con cierto tufillo a violencia de género impuesta por el Sr Grey. Este adonis agraciado y figura del “macho” ultra poderoso que ve a su pareja como un objeto de posesión que sólo debe mantenerse encerrada en su casa por temor a peligros externos o la miradas inquisidoras de otros hombres. Todas temáticas que quedaron bastante retrógradas en un mundo que lucha contra la desigualdad. Sin embargo, Cincuenta sombras liberadas encuentra su gancho taquillero -jamás en la ovación de la crítica que aborrece la propuesta- en los fanáticos de la novela y un público curioso -mayoritariamente femenino- que cae rendido a los encantos de cierta caballerosidad y/o ternura del protagonista que se desvive por su mujer, interpretado por Jamie Dornan. Esto sumado a la interrupción de una vida ordinaria de Anastasia para encontrar su amor en otro estrato social. Una fórmula típica en un sinfín de películas, novelas latinas y la vida misma en los casos de plebeyas seducidas por la corona de diferentes países. Lo importante es recalcar que Cincuenta sombras liberadas, así como su saga, no es para el gusto de cualquier espectador. Y no por ello, quienes gustan de la trilogía son unos espectadores vacíos y carentes de buen criterio cinéfilo o mujeres con pensamiento “machista”. Estarán los que lapiden al film como una pieza superficial y estúpida que ni siquiera tiene el glamour y la perversidad de 9 semanas y medias de Adrian Lyne – aunque sí cierto guiño en una escena similar y la utilización del icono sensual de Kim Basinger como la iniciadora sexual de Grey- o Bajos instintos con la femme fatale de Sharon Stone. Dista mucho el papel de Dakota Johnson de estas mujeres mencionadas, ella mejor es una “inocente” jovencita que va tomando cartas en el asunto para autodescubrirse también y posicionarse en un rol más fuerte a lo largo de las entregas. Algo más comparativo al rol de Julia Roberts en Mujer bonita, pero esta vez no enfrentando a una vendedora de local de ropa sino a una arquitecta que coquetea con su marido, que también resulta ser su propiedad. Al menos Cincuenta sombras liberadas es auténtica, ya que no pretende conquistar a todos pero le es fiel a su público particular, sus sponsors y una taquilla que arrasa.
UN HERMOSO DESASTRE El difícil arte de actuar mal es el tema principal de The disaster artist: obra maestra, drama disfrazado de comedia y el último desafío en dirección e interpretación del siempre talentoso y ocurrente James Franco, quien con respeto y mucho humor encarna al excéntrico y adinerado actor/director Tommy Wiseau. Este personaje de culto, considerado “el nuevo Ed Wood” del cine de bajo presupuesto, posee un perfil actoral que es naturalmente pésimo pero muy pasional. En este excelente “desastre”, se nos cuenta por un lado el rodaje de la célebre “mejor peor película” de los últimos años, The room, con escenas calcadas a la original. Una película con malas actuaciones, errores importantes de continuidad, subtramas que nunca logran cerrarse y una historia de engaños que más que la novela mexicana de la tarde recuerda a un sketch de humor aunque este propósito no haya sido la intención original de su limitado creador. Un film considerado de culto que todos los años se proyecta en distintas salas de Estados Unidos con una horda de fanáticos que asisten disfrazados de los personajes del elenco y repiten de memoria hasta el cansancio diferentes pasajes de esa caótica propuesta. Por otro lado, decíamos que The disaster artist expone la amistad entre Wiseau con un incipiente estudiante de teatro, Greg Sestero, en cuyas memorias se basa el film. Dos soñadores con poco talento que quieren conquistar Hollywood y ante el rechazo de la industria toman las riendas para financiar su propia película. Ambos se prometen nunca abandonar sus sueños y apoyarse mutuamente como fieles colegas frente a la adversidad. Aquí James Franco se destaca encarnando a un Wiseau misterioso, muy autoconfiado y con un acento de Europa del Este. Pero tampoco se queda atrás Dave Franco como un ingenuo Greg que, además de acompañar a Wiseau, comienza a tener una vida social/laboral en paralelo a esta absorbente camaradería. Afirmamos que The disaster artist acerca por partida doble a los admiradores de la emblemática película, quienes con ansias buscan conocer sobre el pasado de estos estrafalarios “astros” y por otra, descubrir que la realidad supera la ficción. Ni la mejor comedia guionada puede sacar tanta risa y drama a la vez. Lejos de todo prejuicio de un producto comercial, Franco -galardonado en San Sebastián y con posibles nominaciones a los Oscar- con buen pulso ofrece una historia emotiva donde alienta al público a perseguir sueños y metas personales frente a cualquier adversidad.
INFIERNOS BIEN CONTADOS La posesión de Verónica es un interesante regreso del director Paco Plaza (Rec; Cuento de navidad), un referente del cine de género tanto en su país (España) como internacionalmente. Esta vez para contarnos sobre el “expediente Vallecas” ocurrido en Madrid en 1991. Verónica es una adolescente que extraña a su reciente fallecido padre y no le queda otra que cuidar a sus tres pequeños hermanos, mientras su madre se pasa horas trabajando afuera. Las responsabilidades que pesan en esta joven se ven contrastadas con respecto a sus amigas del secundario que viven sin preocupación alguna. Pero este duro clima se ve aún empeorado cuando Verónica decide, junto a sus compañeras, jugar a la Ouija en el sótano de su colegio católico y así poder convocar el espíritu de su difunto padre. Las cosas no salen bien y el mal comienza a acecharla. Plaza lleva la historia a un terreno familiar e íntimo asfixiante dentro del departamento de un barrio obrero para exponer un espiral siniestro que envuelve tanto a Verónica como a los niños a su cargo. Pero también logra transmitir la paranoia creciente en esta joven que cada vez queda más aislada de su círculo directo, sin amigas y sin ningún adulto que le crea o ayude por la pesadilla que está atravesando. En definitiva, sin solución alguna. Y esto se ve naturalmente transmitido por el potencial actoral de la debutante Sandra Escacena, en el protagónico, como la del trío de brillantes pequeños que la acompañan. El director es un gran generador de climas. Con pinceladas sobrenaturales que incorpora en momentos precisos manteniendo excelente ritmo, expone un descenso al mejor estilo del infierno de la Divina Comedia y el claro martirio de Verónica. Claro que este tipo de historias de posesiones ya fueron ultra contadas, aunque aquí están más referidas a maldiciones que se manifiestan de formas externas pero con una carga de hostigamiento que corta el aliento. Los elementos del catolicismo siempre presentes con cruces y monjas ciegas, esta vez en dosis moderadas y efectistas. Y precisamente, vale la forma en que Plaza maneja este proceso narrativo. Su director lo hace homenajeando o empleando recursos y encuadres típicos de los films de terror psicológico de finales de los 60’ y el cine de los 70’ como Terror en Amityville o El bebé de Rosemary. Acompañando las escenas de exterior con pasajes musicales clásicos de los años mencionados, que le impregnan al film una sensación de película de antaño de buen sabor. Pero también contrasta con la música típica de una adolescente de la época incursionando con una reiterativa Hechizo de Héroes del silencio. En definitiva, La posesión de Verónica expone un excelente clímax de gran mérito sin abusar de efectos especiales que parecen inundar los films de terror de los últimos 20 años. Plaza prefiere dar mano a la forma de “contar” de la vieja escuela, pero siempre cuidando de los detalles más inquietantes que hacen de esta una excelente propuesta.
DESTINO INCIERTO De corte humanista, el extenso documental de Ai Weiwei ofrece diferentes relatos de actuales refugiados alrededor del mundo, desde casos como en Afganistán y Serbia hasta la histórica frontera que no permite el ingreso de mexicanos a Estados Unidos. Con una factura técnica increíble que utiliza panorámicas cenitales con drones y numerosos travellings para mostrar la magnitud de los migrantes como si de hormigas frenéticas se tratara, para aplicar luego zoom o distintos encuadres con el objetivo de focalizar más de cerca en esta tragedia particular. Su director participa “visiblemente” en este documental de denuncia y concientización con ánimo de mostrar su compasión directa con los diferentes testimonios que recolecta durante su viaje. Marea humana pone de manifiesto la enorme dimensión de una de las problemática que aqueja a las naciones modernas, como es la de los inmigrantes “forzados” que abandonan sus países por la guerra constante o por crisis económicas. Para estas agrupaciones plagadas de niños y ancianos el camino es difícil. La ayuda de organizaciones no gubernamentales y distintas instituciones se vuelve insuficiente para tanta sobrepoblación. Y algunos gobiernos prefieren no solidarizarse con la causa levantando diversos muros o alambrados patrullados con hombres uniformados. Como si fuera, los derechos personales de estos numerosos grupos son pisoteados mientras que el camino del desarraigo resulta una experiencia dura y, a veces, mortal. El relato es crudo, trabaja con una serie de estadísticas verídicas y entrevistas de profesionales involucrados en el tema, lo que vuelve al documento una realidad imposible de ocultar. Por ello, Weiwei prefiere no limitarse a un caso particular o profundizar en las causas pasadas sino mostrar abarcativamente y de forma didáctica lo que sucede en varios países actuales durante 140 minutos al grito de “ayuda humana”.
EL PUEBLO ENLATADO Como si fuese una continuación de la muy buena Carne propia de Alberto Romero pero ahondando en el caso particular del pueblo Liebig en Entre Ríos, llega este documental de Christian Ercolano que intenta profundizar en la historia pasada y presente de esta comunidad al borde del olvido. A principios del Siglo XX un grupo de ingleses se instaló cerca del Río Uruguay y a 9 kilómetros de Colón para retomar una planta industrial envasadora de carne -estilo corned beef en conserva- que había pertenecido a dueños alemanes. Esto supo ser también el nacimiento de aquella ciudad con casas particulares cuya arquitectura simulaba los fuertes ingleses en la India, con ventanas muy pequeñas y entradas angostas pero de largas arcadas que dejaban entrever largos pasillos. Aquí vivía la mayoría de la población de Liebig: obreros del frigorífico y sus familias. Mientras que del otro lado estaban las chalets de directivos, el muelle con importante actividad pesquera, la iglesia típica y otras instituciones menores. Pero todo en torno a la manga por donde entraba el ganado que era muy abundante por aquellos tiempos. El relato es contado de forma nostálgica por parte de un puñado de jubilados que supera los 60, pertenecientes tiempo atrás en lo que significó la segunda planta industrial más importante en carne envasada del mundo y la “cocina” que alimentó a los soldados aliados contra el nazismo. Pero luego, con el traspaso en los 70/80 a otros dueños, supo caer en la ruina y cierre total. Hoy sólo quedan algunos cimientos, las instalaciones están oxidadas y no se permite el ingreso a curiosos ya que el antiguo parque industrial sería de “dudosa propiedad privada”. Liebig vive del recuerdo de épocas doradas que hoy sólo dejaron en pie un monumento de lata corned beef al ingreso del pueblo. Monumento que es mirado con una melancolía increíble por los viejos moradores de la zona. El documental se sostiene en los relatos a veces un poco dispares y vagos de estos personajes de la tercera edad y poco se sustenta en los documentos históricos como sí se respaldaba Carne propia. Algo que sorprende ya que la historia es rica en datos duros y contextos socio/políticos nacionales e internacionales. La propuesta era muy interesante pero pierde fuerza narrativa y divaga, dejando con necesidad de una mayor profundización. Como si todos los secretos e historias interesantes hayan quedado sepultados en esas ruinas que supieron ser la “gran fábrica”. Sin embargo la premisa final es esperanzadora, y es que sus ciudadanos buscan explotar el turismo y que a los extensos terrenos de tierra noble puedan establecerse negocios hoteleros.
DIRECTOR FLOJO VS NIÑOS BRILLANTES Existían muchas expectativas por este film de zombies/infectados basado en la novela de Mike Carey -guionista aquí- que parece sólo una decente continuación de Exterminio de Danny Boyle. En Melanie: apocalipsis zombi se cuenta cómo un grupo de soldados trata con violencia a niños atados a sillas de ruedas dentro de una base militar. Niños que también son usados como ratas de laboratorio. El guión juega a confundir al espectador poniéndose del lado del más débil y cuestionando el accionar de los adultos. Preparando por cierto una sorpresa durante el desarrollo de la trama. Y esta premisa inicial es la más acertada. Porque poco a poco se va mostrando que afuera de ese pequeño ecosistema militar, la humanidad está al borde del abismo por un virus que gana hordas de muertos vivientes. Melanie: apocalipsis zombi cuenta con un reparto sólido con Gemma Aterton, Glenn Close -bastante deslucida actoralmente y con una carrera rumbo a la decadencia- y el prestigioso Paddy Considine. Sin embargo, todos ellos quedan opacados por el protagónico de la niña Sennia Nanua. La naturalidad y frescura sorprende en su inocente pero maduro rol. Aquí es una pequeña demasiado intelectual con un origen mutante sólo respetada por su profesora -Aterton-, pero necesitada por las circunstancias y el resto de los uniformados como “la última esperanza” de la humanidad. Si la película contiene todo este efectista y agobiante relato de encierro, luego da paso a un cambio de locación externa. Y es aquí en su segunda parte donde cae en lo trillado del subgénero zombie, fuera de toda propuesta original que venía prometiendo inicialmente. Es decir, que toda complejidad y descripción de perfil psicológico de los personajes con las diferentes capacidades de liderazgo y rivalidad en convivencia entre niño/adulto y adultos mismos, se va al tacho. Toda la acción y ritmo logrado más el factor metafórico que se sumaba de manera natural en este relato con gotas de ciencia ficción, se convierten en varios puntos de fuga. Hasta la fuerza de la pequeña protagonista es desaprovechada a comparación del boom en historias corales con menores al estilo It de Muschetti o la tremenda bomba de fantasía Stranger things. Y esto se debe al desgaste mismo de un subgénero fílmico demasiado explotado que debe ser dejado en paz o respetarlo con propuestas acertadas. No decimos que Melanie: apocalipsis zombie esté mal, pero podría haberse arriesgado en salirse de los convencionalismos existentes y seguros.
AMORES PERROS Los perros es un film que seduce desde la violencia verbal -y casi física- impregnada en su atmósfera y que, también, polemiza a través de su temática. Esta coproducción entre Chile, Argentina, Francia y Portugal ganó en Toulouse, pasó por Cannes dentro de su sección La Semana de la Crítica y también por San Sebastián, sin dejar indiferente a nadie. La historia presenta a Mariana, una mujer de 42 años de clase acomodada, dueña de una galería de arte y con un matrimonio vacío y rutinario donde los placeres de la vida pasan por el confort, los logros personales/profesionales y tratar de dejar descendencia. Por eso Mariana se somete a un tratamiento hormonal para poder quedar embarazada aunque ya no es un deseo para ella, si no, una presión instaurada de su marido. Lo cierto es que esta mujer adulta es tratada por su entorno cercano como una niña o una adolescente de alta sociedad, aunque ella parece no importarle. Todos los personajes masculinos parecen “maltratarla”, pero ella acepta ese código y redobla la apuesta en tono desafiante. Mariana es desenfadada, demasiado extrovertida y liberal -lo cual recuerda a una adolescente-, y ya está cansada de recibir órdenes u ofensas. Sus ojos y actitudes esconden cierta malicia placentera que parece justificar la herencia del propio pasado turbio de su padre. Así es que en clases de equitación queda seducida por un enigmático profesor que resulta ser un veterano ex militar, de carácter autoritario, acusado de genocida durante la larga dictadura de Pinochet. Y comienza a explorar la historia de ese hombre a pesar de la prohibición de su arrogante esposo. Marcela Said, su directora, parece mostrarnos la otra cara de lo que fue una triste realidad desde el ocultamiento o una “naturalización cómplice” y social de nefastos personajes responsables de abuso de poder y múltiples asesinatos. Y cómo esa temática se hereda y se desarrolla hoy en día en cierta parte de la sociedad que parece no querer hablar del asunto. Una visión del silencio, un tanto polémica pero visión al fin. Precisamente la protagonista será quien explore e indague esa perversidad y violación de derechos humanos, pero sólo para beneficio propio. Mariana encuentra excitante y misterioso todo el pasado que envuelve a su maestro. Este juego perverso y de lujuria está a flor de piel en Los perros con una doble alegoría en su título. Referida por una parte a los caninos que pasan por la vida de Mariana criados de forma libre y poco responsable. Pasando por el cuadro del artista chileno Guillermo Lorca Laura y los perros que le obsequia el marido para “reconquistarla”. Pero por otra parte, la denominación del film engloba a la exploración típica de los sabuesos en rastrear y encontrar la verdad. Y es el caso del deseo de “averiguar” lo que figura en el personaje principal. En el punto de esconder el pasado trágico, Said recuerda al otro film chileno galardonado El club de Pablo Larraín donde también se ocultaban las identidades de un puñado de sacerdotes criminales en un pueblo alejado. Pero siempre, la aparición de un personaje revelaba todo o se volvía un cómplice forzado. Los perros se asemeja, por su estilo narrativo, a algunos dramas franceses. Su tono pausado, introspectivo y enigmático genera un clima alarmante en el espectador. Da rienda a la imaginación que busca pronta justificación visual, ya que la película juega con el maltrato psicológico, la provocación y la maldad en sí. Y ese gancho es valorable y polémico, a la vez que sus códigos lingüísticos no serán comprendidos y apreciados por todos.
VENDER GATO POR LIEBRE El origen del terror en Amityville es una decepción desde la venta de su premisa como precuela o parte de la saga de Amityville: este asunto sólo encuentra un cierto enganche al final, de mala forma y sin vergüenza a la bizarreada. Es decir, nada tiene que ver con la casa de Long Island. La cosa que aquí se cuenta a grandes rasgos es cómo una familia desapareció de su hogar sin dejar rastros. Ni siquiera sus cadáveres fueron encontrados. Con este mito maldito que engloba a la casa, ningún pueblerino era capaz de habitarla hasta que 17 años después la ocupan una madre viuda y forastera y su pequeño hijo con cierto grado de autismo. Y acá empiezan las risas porque la historia reúne todos los clichés posibles del terror. Por ejemplo, el niño introvertido y con cierta malicia en su rostro nos recuerda al famoso Damien de La profecía (1976). Claro que sin tanto carisma. Entre este reparto de malos y mayormente desconocidos actores, la única que sí destaca es la niñera de este pequeñín que tratará de protegerlo de las fuerzas del mal que habitan en aquella posada. Esta actriz, Jodelle Ferland (Silent Hill; Tideland), supo ser una cara infantil reconocida en el mundo del terror. Pero esto ni siquiera ayuda a salvar al bochorno de esta película. Y sin olvidar a su joven padre, el actor Lochlyn Munro (Una noche en el Roxbury; ¿Y dónde están las rubias?). La historia que nunca se toma en serio nada, tiene un principio esperanzador y algunos momentos de susto fácil que son efectivos. Pero luego comienza a dar tantas volteretas que resulta aburrida y decepcionante. Las malas escenas de gore terminan siendo pasajes de humor negro que recuerdan a las secuencias en velocidad de la mítica Evil Dead (1981). Sheldon Wilson, su director, quien tiene un prontuario en obras de terror, parece relegarse a un cine de muy bajo presupuesto y narraciones con importantes fallas. El origen del terror en Amityville que ya lleva dos años circulando por Internet, tiene un ritmo demasiado lento que hace dormir al mejor predispuesto. Y sólo es posible decir que esta producción -como muchas otras del género- sólo encuentra luz gracias a un grupo de ejecutivos que apuestan a malas y buenas calidades como si del casino se tratase y, claro, hacerse de algún dinerillo fácil. En este caso, nos referimos a los productores de sagas como Insidious o Actividad paranormal sumado a los de la Blumhouse. Son tipos que no discriminan y les da igual todo lo que les esté enfrente a sus narices y diga “terror”, como aquí sucede con la pésima que roza el telefilm. El origen del terror en Amityville, que incluye un grupo de matones paletos de pueblo, una relación adolescente homosexual y un drama familiar, es una coctelera sin rumbo fijo y prescindible. En este caso es más divertido sacarle pulgas al gato. Ya están advertidos.